2012/02/24

FIDIAS III: El día que la sangre se volvió amarga


 
 
-Benavides desea nombrarme su paladín, como a ti. Hace casi un año que el resto de mi grupo fue masacrado. Dime, Fidias, ¿Cuánto tiempo has pasado en solitario? -preguntó Tosha.



-Doce años.



-¿Y no sientes la soledad, sin compañeros?



-Es mejor que verlos morir, una y otra vez.





Fidias y Tosha habían conseguido llegar a la pequeña población de Pontresina, en Suiza, para reunirse con el cardenal Benavides. Allí habían preparado un refugio para ellos, meses atrás, y esperaban estar lo suficientemente ocultos de los Giovanni, al menos hasta recibir nuevas órdenes.

Los vampiros de su linaje solían viajar despacio, y si lo hacían a toda prisa, se arriesgaban a que el viaje los debilitara peligrosamente; sentían un apego insalvable hacia la tierra que los había visto nacer o crecer, y necesitaban dormir en ella. No era extraño que fueran muy territoriales, o bien intentaran procurarse tantos refugios como fuera posible. Para Fidias, que era paladín del cardenal Benavides, y como tal debía actuar como su agente y desplazarse con frecuencia, había sido una necesidad. Muchos paladines solían ser guardaespaldas, pero el cardenal estimaba que el vampiro contaba con ciertas habilidades que no se podían desaprovechar; aunque a regañadientes, lo enviaba a menudo a desempeñar misiones en lugares lejanos.

La facción vampírica a la que pertenecían no creía en los solitarios. Estaba organizada en una estudiada estructura de poder, y los miembros menos poderosos se agrupaban en pequeñas unidades, al modo de una familia o manada. Tanto Fidias como Tosha habían sido parte de ellas; con el paso de los años, Benavides había juzgado que el griego era lo suficientemente digno de convertirse en paladín, y ahora servía directamente bajo sus órdenes. Al parecer, el momento de Tosha había llegado también.



-He pertenecido a cuatro grupos en los últimos quince años -continuó Tosha, asintiendo a las palabras de Fidias-. Todos han acabado muertos. No hay piedad para los nuestros, y la guerra nunca cesa.



Fidias no respondió. Él también había pertenecido a pequeñas familias, en su mayoría con jóvenes no-muertos cuya relativa inexperiencia solía costarles la existencia, en enfrentamientos con otros seres sobrenaturales. A su manera de ver las cosas, era mejor moverse en solitario: no tenías que guardar las espaldas de nadie, ni lamentarte por las bajas. Por supuesto, seguía celebrando ritos de hermandad en las grandes reuniones con otros vampiros, pero no era lo mismo.



-Lo peor es cuando pierdes a la sangre de tu sangre -Tosha se miró las manos-. Por cinco veces he otorgado el Abrazo, siempre siguiendo órdenes; no eran más que soldados para nuestras filas, y todos han muerto. El último, junto con mi último grupo... ¿Y tú? ¿Tienes descendencia? -Fidias sacudió la cabeza- ¿Muertos, también?



-Nunca he otorgado el don.



-¿Nunca? -Tosha lo miró con asombro?- ¿No has sentido curiosidad, al menos? Con una sangre lo suficientemente antigua como la tuya... ¿Nunca te han ordenado crear progenie? -silencio-. El diablo se me lleve... Benavides te debe tener en gran estima, si te guarda de tal forma para sí... -sonrió irónicamente, mostrando uno de sus colmillos al hacerlo- Tal vez se ha obsesionado con tu delicioso bouquet...



-Benavides sólo bebe de jóvenes pre-púberes excepcionalmente hermosos, ¿no lo sabías? -Fidias miró a su compañero con condescendencia. Éste frunció el ceño, y al momento se arrepintió de sus palabras-.



-Te ruego que me perdones... He bromeado a la ligera, y con mal gusto -inclinó la cabeza-. Lo cierto es que ha sido la envidia quien ha hablado... Desearía no haber tenido que crear descendencia, si no me iba a ser otorgado el conservarla.



-Quizá las cosas cambien, a partir de ahora.



Tosha lo miró con detenimiento, en silencio. No conservaba la misma forma que aquella noche, cuando habían compartido sangre por primera vez; de hecho, no había vuelto a adoptarla, a pesar de lo mucho que el vampiro ruso lo había deseado, ni habían vuelto a experimentar aquella intimidad. Lo cierto es que habían puesto todas sus energías en llegar a Pontresina lo antes posible.

Aquella noche, Fidias tenía el aspecto de un muchacho bastante joven, de menor estatura, con ondulados cabellos castaño claro, mejillas levemente teñidas de rosa e inocentes y enormes ojos azules; Tosha sospechaba que aquella forma estaba destinada a complacer al cardenal. Con los años, aprendería que aquel vampiro sólo adoptaba la que él llamaba "su auténtica forma" a petición de su superior, o cuando compartía un momento íntimo, o cuando se disponía a dar muerte a alguien y quería darle a conocer su verdadero rostro.



-Acabo de reparar en que no nos hemos presentado formalmente -Tosha sonrió con cierto embarazo-. Mi nombre formal es Anton Serguéyevich Sidelnikov. Soy digno hijo de mi tierra, aunque hace algún tiempo que no he vuelto a pisarla. Y tú, ¿tienes otro nombre, aparte de Fidias?



-No. Fidias es todo lo que necesito -al ver la expresión de su interlocutor, añadió:- Si alguna vez tuve otro nombre, ya lo he olvidado.







Tosha fue, en efecto, promovido al rango de paladín. En lo años que siguieron actuó codo con codo con el griego en muchas ocasiones; aunque ya no tuvieron que formar parte activa de ningún grupo, Benavides les confiaba, a menudo, misiones conjuntas. Y cuando se hubo convencido de que el hermoso vampiro rubio no sería tan fácil de matar como sus anteriores compañeros, Fidias se complació en tenerlo como aliado y arriesgar el cuello con él a su lado.

Tosha también tuvo ocasión de descubrir que al cardenal no le gustaba prescindir de la cercanía de su majestuoso paladín. Había oído que Fidias era apodado, a sus espaldas, el Cocinero del Cardenal. En cierto modo, era apropiado; Benavides, como todos los de su linaje, tenía gustos muy restringidos en lo que a alimentación se refería, y no podía prescindir de víctimas dotadas de juventud y hermosura. El griego era el artífice de la belleza de la que su señor se nutría; haciendo honor a su nombre, tomaba a sus materiales vivientes y los transformaba siempre en algo digno de él, como un escultor que cincelara carne en vez de piedra.

A menudo Tosha sentía celos de esta relación, de la dedicación que Fidias ponía en lo que hacía, de la manera en que disfrutaba su existencia. Su afán de poseerlo, tan intenso como aparentemente fútil, resultaba tanto más frustrante cuanto que las oportunidades de estar juntos y a solas eran muy escasas. Además, había descubierto que parecía disfrutar sus relaciones con los humanos tanto como las que tenía con vampiros. No solía matar para alimentarse, si podía evitarlo; como si de una añada de vino excepcional se tratase, atesoraba a los humanos cuya sangre le complacía y volvía a beber de ellos una y otra vez.

Tosha recordaba una ocasión en la que Benavides les había ordenado obtener cierta información de un conde húngaro con fama de retorcido. Tan fácil como habría resultado manipular la mente del humano, Fidias optó por la solución elaborada, y decidió que encarnarían a una pareja de hermanos gemelos y lo seducirían. Tosha, asqueado por la repulsión que sentía, tuvo que luchar para reprimir el impulso de romperle el cuello al repugnante conde. Su compañero griego, curiosamente, pareció disfrutar de la experiencia. Cuando, más tarde, se reunieron a solas en su refugio, aún con los disfraces de los jóvenes gemelos, en todo lo que el ruso podía pensar era en darse un baño con agua ardiente para quitarse el asco de la piel y después en salir a cazar y tomarse su tiempo desangrando y destrozando a cuantos humanos se pusieran en sus manos.

Mientras se arrancaba la ropa, percibió en su cabeza la risa silenciosa de su compañero, que parecía burlarse de su evidente ira; al volverse para enseñarle los dientes, se encontró con la mirada admirativa de Fidias, bajo la forma, sí, de un adolescente delicado y hermoso, pero inconfundiblemente él. Se calmó al instante; se miró al espejo suspendido sobre la jofaina para verter el agua, y al ver de nuevo el mismo rostro no pudo evitar sonreír; la sonrisa se hizo incluso más ancha cuando Fidias se le acercó por la espalda y, descansando la barbilla sobre su hombro, unió su imagen al conjunto: dos hermosos jovencitos de claros cabellos rubios, con ojos del color de las flores de lino.



-Perdón, sé que no es de tu agrado, pero esta noche lo has hecho muy bien -dijo el griego, a modo de disculpa-. Tienes mi palabra de que la próxima vez lo haremos a tu modo.



-¿Por qué te placen tanto? -preguntó Tosha, con desaliento, soltándose el lazo del cuello.



-¿El qué? -inquirió el otro, alzando las cejas y buscando sus ojos, sin éxito.



-Los humanos. Disfrutas su compañía; a veces, cuando, sin pudor, compartes su lecho, se diría que gozas de ellos tanto como ellos de ti...



El tema que el despechado vampiro tocaba era, en cierta forma, tabú: los vampiros no obtenían gozo físico del intercambio sexual. Seguían existiendo, de manera sobrenatural, pero no por ello dejaban de habitar una carcasa muerta, sólo animado por la sangre. Y sólo por ella eran capaces de sentir placer.

Fidias siguió reclinado sobre su compañero, contemplando sus reflejos, durante unos instantes; después se encaminó al enorme diván cubierto de mantas que había en la habitación, se reclinó sobre él y comenzó a desvestirse lentamente.



-¿Sabes qué tienen los humanos de especial, que me produce nostalgia y me hace envidiarlos y, a la vez, me da el deseo de atesorarlos?: La capacidad de sentir placer por partida doble gracias a esa estructura frágil, precariamente animada por los latidos de un músculo, pero extraordinariamente sensible. Todo se inicia cuando les ofreces una visión de lo que ellos consideran su ideal de belleza, y no puedes evitar sonreír para tus adentros porque sus corazones se saltan un latido, y anhelan poseerte. Después comienzas a estimularlos con caricias, tímidamente, demorándote en los rincones que sabes que espolean su deseo, y oyes cómo se les acelera el pulso, y el ansia de morder se hace más y más imperiosa; entonces es cuando comienza mi juego.

"Llegados a ese punto, ya sabes cuál es su apetito, sea vulgar u oscuro; ya sea entrando en ellos, o dejando que entren en ti, o bien ambas cosas a la vez, por un camino secreto o por varios, derribando las murallas de la compostura y dejando que el raciocinio comience a desvanecerse y todos los sentidos parezcan desconectarse salvo uno; o mejor dicho, que todos los demás actúen sólo para mayor gloria y victoria de ese único cuya puerta principal has franqueado bajo su cintura.



Tosha se estremeció; volvió la mirada a su compañero, que ahora yacía, desnudo en aquel disfraz delicado de piel rosada, sobre las mantas de piel del diván. Se despojó de la camisa y se acercó, colocándose de rodillas junto a él, contemplándolo desde lo alto, con los labios entreabiertos. Fidias le devolvió la mirada con serenidad y continuó.



-Entonces cabalgas, aceleras, cargas, porque el tiempo de acechar ya ha quedado atrás, y notas, por su calor, por sus mejillas ruborizadas, por el estruendo de sus latidos, que están acariciando la cúspide, casi, con las puntas de los dedos. Y experimentas desazón, como un golpe en el pecho, porque sabes que quieres prolongar ese momento más allá de a lo que sus físicos pueden aspirar. Y antes de que todo estalle, muerdes.



Mientras así hablaba, la apariencia de Fidias se transformó; estiráronse sus músculos, blanqueósele la piel; largos y oscuros como ala de cuervo crecieron sus cabellos, y palidecieron sus iris hasta no ser más que dos aros de plata, brillantes e inmaculados como la piel tersa de su vientre. Tosha se quedó, figurativamente hablando, sin aliento; notó el hormigueo de sus colmillos, abriéndose camino a través de su disfraz de humano, y terminó de librarse de la molesta carga de su ropa. Y Fidias continuó.



-Y cuando muerdes, y la sangre te llena la boca y comienza a nublar tus propios sentidos, aún te ha de quedar razón para sentir, para oír cómo sus corazones se desbocan en una carrera hacia la locura, porque sus delicadas constituciones no saben cómo podrán con ello, cómo contendrán a la vez el placer de la unión carnal y el de la roja vida que está siendo bombeada fuera de su piel.

"Es el momento en el que has de atreverte a deslizarte en sus psiques, tu conciencia convertida en otro par de colmillos más, horadando y bebiendo, como tu boca, de ese sentimiento puramente irracional que es el dueño indiscutible de mentes y cuerpos, justo en esos preciosos segundos antes de alcanzar el clímax. Si eres capaz de mirar ahí dentro y hacer tuyo lo que veas, aunque sea una fracción...

"Si eres capaz, entonces ya nunca podrás olvidarlo. Nunca podrás gozar sin ello.



Tosha se tendió sobre el escultural no-muerto, en silencio, y remedando lo que éste había hecho, alteró sus formas. El vampiro ruso se transformó en una imagen especular: los mismos miembros de alabastro, los mismos cabellos de azabache, que se mezclaron con los de la figura tendida bajo él; la misma mirada inquietantemente inhumana. Fidias contempló el reflejo de sí mismo y enmudeció durante unos segundos. Luego, una vez que hubo admirado la perfección de la obra, sonrió y acarició aquellos labios idénticos a los suyos.

No era esa la reacción que Tosha había esperado; lo deseaba más que nunca, tanto que le dolía, pero quería llegar a él, tocar su fibra sensible más íntima, hacerle sentir un anhelo como el suyo. Así pues, por primera vez, y siguiendo el consejo que acababa de recibir, se atrevió a bucear en la mente de Fidias.

Lo encontró tan fácilmente que casi se sintió decepcionado, pero aun así lo abrazó. Era una imagen pura e inmaculada, desplegada ante él como una escultura exquisita que se pudiera contemplar desde todos los ángulos a la vez. Y de nuevo se mimetizó en lo que veía: una figura alta, más aún que Fidias, de piel sobrenaturalmente lisa y descolorida por el paso de milenios; de cabellos morenos y ensortijados, cejas espesas que velaban unos ojos de iris oscuros como el carbón, e igualmente sombríos. Extendió la mano para tomar audazmente a su compañero del mentón y vio que tenía los dedos excepcionalmente largos y fuertes; abrió la boca, ancha y de labios finos, y se maravilló modulando una voz ronca y muy profunda.



-Esto es lo que deseas -afirmó, más que preguntó, Tosha, con su nueva apariencia.



La reacción de Fidias lo tomó por sorpresa. Había pánico, estupefacción, incredulidad en sus ojos; se quedó inmóvil debajo de aquella figura imponente, y su garganta enmudeció. Después Tosha pudo percibir la lucha dentro de su compañero, el choque entre el impulso de saciarse en él y el miedo de probar tan siquiera una gota de sangre.

La mano del ruso pareció moverse por iniciativa propia y acarició la firme superficie entre las piernas de Fidias; para satisfacción suya, éste las separó ligeramente. También por impulso, flexionó el larguísimo dedo índice, que terminaba en una uña afilada como una garra, y la hundió en el punto donde hubiera debido estar la base de su miembro. Sonó un ligero crujido, y la sangre comenzó a manar sobre la gran mano extendida; Tosha se apresuró a bajar la cabeza, y su boca codiciosa se pegó a la herida y comenzó a beber de ella, con su víctima voluntaria estremeciéndose bajo él.

Tras un tiempo que para un humano serían muchos latidos, el festín cesó. Fidias abrió los ojos para reencontrarse con aquel rostro, tan cercano para él, suspendido sobre el suyo. Los labios rojos de sangre se abrieron, mostrando cómo los colmillos perforaban la lengua y dejaban caer unas gotas del espeso líquido sobre la boca entreabierta.

La oleada de deseo, de una fuerza indómita, que brotó del hermoso griego golpeó a Tosha casi físicamente.



Lo que siguió, el ruso lo recordaría siempre como la sesión de lujuria más irracional que había experimentado hasta la fecha en su larga existencia. Casi frenético, Fidias enlazó sus piernas alrededor de su cintura, aprisionándolo, y haciendo crecer sus colmillos hasta el extremo, los hundió en el labio inferior de Tosha y dejó que la sangre manara a chorros y le bañara el propio rostro antes de deslizar su lengua entre la carne sanguinolenta y comenzar a succionar el preciado elixir. Tosha ahogó un aullido gutural y necesitó de toda su fuerza para apartar a aquel ser ávido de su boca y, a su vez, hincar los dientes en el cuello de mármol y volver a saciarse.

Una y otra vez mordieron, hundieron las uñas y bebieron uno del otro, como animales en un frenesí de destrucción; ya no se sabía dónde terminaba la boca de uno y comenzaba la del otro; ya no existían límites para sus formas entrelazados, porque la carne se fusionaba para tomar y aprisionar la silueta ajena como si fuera la propia, como si todo fuera una entidad palpitante y temblorosa que estuviera devorándose a sí misma. Y, de la misma manera que los cuerpos, sus mentes se abrieron y proyectaron sus sensaciones, y hubo un momento en el que fueron incapaces de discernir qué estaba experimentando cada uno, pues no eran sino parte de un todo, inmenso y sobrecogedor, insalvable como una ola gigantesca en la que sólo cabía ahogarse.

Cuando se saciaron dejaron caer, aunque reluctantes, sus figuras teñidas de rojo sobre el amasijo ensangrentado en el que se había convertido su improvisado lecho, tan debilitados por el efecto de cien heridas que apenas se atrevían a moverse, por temor a sucumbir al frenesí del hambre. Fidias se obligó a abandonar el refugio y alimentarse antes del alba; cuando regresó, compartió su botín con su exangüe compañero, mordiéndose la lengua y dejándole beber, labios contra labios como si de un dulce beso se tratase. A través de los párpados entreabiertos observó cómo las heridas del ruso se cerraban, y cómo se coloreaban ligeramente sus mejillas. Deseo ver el rostro de mi Tosha, pensó, y éste, con íntimo gozo, se despojó del disfraz y recuperó su apariencia habitual; comprendió que, a pesar de todo, lo había poseído voluntariamente a él, a Tosha, y no sólo a una ilusión sustraída de su mente.

Luchando contra el agotamiento, el rubio vampiro se la arregló para mezclar en un solo cofre las tierras en las que ambos debían descansar. Su compañero lo dejó hacer, con sonrisa divertida.

No sabía si aquello funcionaría, pero poco le importaba: al menos por un día, quería dormir enlazado a su amante.









Pasaron años, alianzas, guerras, modas. Ideas nuevas cobraron forma y otras cayeron en el olvido. Y los dos vampiros continuaron como siempre, apenas cambiando, en medio de una vorágine de cambios, salvo para hacerse más fuertes. Tosha no volvió a otorgar su Abrazo, en todo ese tiempo: nadie le obligó, y él no sintió la necesidad, porque tenía a Fidias. Al menos, cuando tenía la oportunidad.

Nunca dejó de sentir celos de la alta figura oscura que, en cierta forma, lo había poseído aquella noche. No intentó competir con él, no obstante; sospechaba que nunca ganaría, y el solo pensamiento le enfurecía y le resultaba doloroso. Hizo cuanto pudo por ahogarlo y apartarlo de sí.

Con Fidias aprendió también a apreciar a los humanos. En las numerosas noches en las que se sentía solo y buscaba su compañía, y se alimentaba de su placer a la vez que de su sangre, como le había enseñado, el vínculo que lo unía a su amante palpitaba con más fuerza en su interior.

Pero lo que más le fascinaba era la embriagadora sensación de hundirse en su carne blanca y beber de su torrente denso y poderoso; y cuando percibía cómo renacía en Fidias, cada vez, el deseo, cómo le atraía violentamente hacia sí, le mordía con ansiedad y bebía de él hasta la extenuación... Entonces tenía el sentimiento visceral de que eran uno.

Una noche, a principios de los años treinta, tras una orgía, o festín, o ambos, en una de esas bohemias fiestas de artistas en París, los dos inmortales se encontraron solos por primera vez en casi un año. Tras arrastrar a su compañero hasta el sótano de la casa en la que pensaban pasar el día, Tosha lo abrazó con fuerza y lo besó, mordiendo su lengua y tomando el primer sorbo de él en meses. Súbitamente, el ruso se separó, aún sujetando su rostro entre las manos, con una mirada de perplejidad.



-Tu sangre...



-...



-Tiene un sabor extraño. Me hormiguea en la lengua -Fidias introdujo la suya y jugueteó con ella dentro de la boca de su compañero.



-Yo lo veo todo en orden. Deben ser esas drogas que circulan con tanta liberalidad entre los parisinos. O tal vez te has estado atiborrando de alguno de esos jovencitos a los que eres tan aficionado, y has olvidado mi sabor -sonrió, burlonamente-. Si no deseas continuar...



-Eso, jamás -Tosha sonrió a su vez, y volvió a ocuparse de que resultara imposible para ambos pronunciar palabra alguna.



Tosha no volvió a hacer ningún comentario sobre la sangre de su amante; tampoco dos meses más tarde, cuando se reencontraron, ni en el cambio de estación, momento en el que tenía un sabor tan fuerte y extraño que el ruso debía obligarse a tragarla rápidamente; apenas bebía de él, sino que le dejaba saciarse a placer, y al siguiente anochecer debía apresurarse y salir de caza, porque estaba famélico.

Todo esto, obviamente, no pasó desapercibido a Fidias, a pesar de los esfuerzos titánicos de Tosha de correr un velo alrededor de sus pensamientos. Y finalmente, una noche de Diciembre en Barcelona, después de tragar un sorbo, el vampiro rubio se llevó las manos a la garganta, con un gemido; inclinó la cabeza, y entre sus labios entreabiertos un hilo de rojo líquido comenzó a fluir hasta el suelo. Fidias lo contempló, con el ceño fruncido; después lo tomó por la nuca y miró en el interior de su boca. Las señales de corrosión en las paredes rosadas, en la lengua y la garganta eran bien visibles, a pesar de que la proverbial regeneración vampírica estaba comenzando a sanar las heridas. Fidias comprendió, y sintió un enorme peso en su corazón.



-Está mutando -lo abrazó, presionando delicadamente su frente contra la de él-. Lo lamento muchísimo; yo nunca deseé hacerte daño.



-Lo sé bien -Tosha le abrió su mente, le mostró lo que había dentro de él, sus sentimientos inmutables- y no me importa. Para mí, nada cambiará.



Tosha era sincero, pero estaba equivocado.



Fidias había sobrevivido como inmortal durante siglos. Se había hecho más y más fuerte, y como a veces ocurría a otros de su linaje, su sangre había empezado a transformarse; el vampiro, sin verse no obstante afectado por ello, era el recipiente de una letal marea tan corrosiva como el ácido; cualquier ataque que implicara derramarla podía resultar mortal para el agresor.

Pero este fenomenal poder conllevaba un precio muy alto: el vampiro ya nunca podría crear descendencia, ni sirvientes humanos. Y, en el caso de Fidias, nunca podría volver a compartir su sangre de una manera íntima como había hecho hasta entonces.



Los dos paladines continuaron con su relación como si nada hubiera pasado; el griego seguía saboreando el fluido vital de su compañero, y a menudo usaba un humano como vehículo entre ambos, para que Tosha pudiera beber de él y recrear la ilusión de que era directamente de la piel marmórea de su amante de donde se alimentaba.

Pero en su interior sabía que la sangre une a los vampiros, literalmente, más que cualquier emoción. Sabía lo que Tosha sentía por él, pero no pudo evitar que, con el tiempo, el hermoso ser de cabellos color de bronce se fuera distanciando cada vez más, haciendo sus encuentros más esporádicos. Fue por aquel entonces cuando Fidias decidió hacerse con un lugar para vivir en Londres, al que podría acudir para observar las idas y venidas de los vampiros por Europa. Por primera vez en su existencia pasó varios años en un mismo lugar, recluido en aquella casa, solazándose en la tarea de hacerla su castillo.

Hasta que llegó el día, una noche de Diciembre (y qué recuerdos no dejaría de traer aquella fecha) en que Tosha llamó a su puerta, en Londres, con un velo de preocupación ensombreciendo las bellas facciones familiares. Lo besó, su ritual de siempre, y se quedó de pie, en la oscuridad, mirando a través de los amplios ventanales a la ciudad nocturna. Parecía incluso más joven, con aquellos anchos tejanos negros desgastados y el grueso jersey del mismo color, la broncínea melena estudiadamente descuidada, desparramada sobre sus hombros.



-Mi sangre está mutando -dijo, sencillamente, con calma. Fidias no hizo ningún comentario; sabía que no era necesario-. Como no dispondría de mucho tiempo, solicité de Benavides un permiso especial de varios meses para retirarme y completar una búsqueda... Algo que debería haberme llevado años, pero así son las cosas, supongo -sonrió-. Quiero tener descendencia, Fidias; sabes que, desde que te conocí, nunca volví a

Abrazar a nadie, pero quisiera hacerlo, al menos una vez, antes de que pierda mi oportunidad para siempre.



-Lo comprendo -asintió su interlocutor-. Nunca he tenido progenie, pero tú eres diferente. Entiendo cómo te sientes. Pero no era necesario que vinieras a solicitar mi bendición; aunque me hace feliz saberlo, y espero que te otorgue satisfacción.



-Al contrario; necesito tu bendición más que nada en este mundo, porque sin ti, no veo como podría hacerlo -Fidias lo miró gravemente y aguardó a que se explicara. Tosha se volvió, y sus ojos se cruzaron durante un largo tiempo. Aunque no necesitaban leer en ellos para desnudarse sus almas-. Quisiera que condescendieras a ser su creador, junto a mí; quisiera que mirases más adentro de su envoltura exterior y trajeses a la luz la belleza oculta en sus rasgos; que, el día de mañana, puedas mirarlo y decir, con orgullo, que también es carne de tu carne, como será la sangre de mi sangre -ante el silencio de su compañero, Tosha continuó-: Si no aceptas, desistiré, porque Caín sabe que todo lo realmente hermoso que he tenido en este mundo ha procedido de ti; no puede ser de otra forma.



-Quieres parir sobre mis rodillas -dijo Fidias, con una sonrisa triste-. ¿Por qué, Tosha? Sabes lo que siento al respecto.



-Sé que pronto no podré volver a darte mi sangre -el ruso se acercó al sillón donde descansaba su compañero. Extendió la mano y acarició su mejilla fría y dura-. Quiero que tendamos un último puente entre nosotros, un hijo que será de los dos y a través del cual podamos llegar el uno al otro. Soy egoísta, lo admito, y quiero que sigas perteneciéndome un poco -se colocó, a horcajadas, sobre su regazo, y continuó acariciándolo; sin mover los labios, susurró:- Busquemos un humano ahora mismo, porque no puedo reprimir el deseo de hacer el amor contigo...



Fidias asintió.



 


     
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