2017/01/18

CON LA VISTA AL CIELO XIV: Cuando pensaba que estaba aprendiendo a vivir...




Shaal no era el tipo de orador que mantuviera en vilo a las masas. La abstracción del Vértice y el incómodo silencio de sus dos colegas de nivel provocaron, no obstante, que su tono monocorde fuese lo único audible en la estancia durante la tediosa exposición de hechos. La versión femenina de Eal, por el contrario, fue concisa y expresiva a la hora de revelar los motivos de su fuga. Se dirigía al Vértice pero también al resto de sus compañeros, cuya actitud era menos severa; la intriga por su nueva envoltura parecía restar fuerza a la gravedad de la traición. Cuando consiguió despertar la curiosidad de todos, relató algunas de sus experiencias entre los terráqueos: charlas con científicos, libros escondidos en almacenes secretos, obras de arte nuevas o sepultadas por el tiempo... Eligió con cuidado, a sabiendas de que no podría extenderse mucho. Y no se equivocaba, pues, en cuanto mencionó sus contactos con la tripulación de la otra pirámide, el Primer Biólogo se mostró tan encolerizado como aquella cantidad de público le permitía.
Has osado violar la prohibición de intervenir —articuló.
En absoluto. He observado, he tomado notas, he aprendido cosas. Aunque admito que fue difícil, me las arreglé para pasar inadvertida al subir a la nave tras el tripulante consciente que suele visitar tierra firme.
Abordaste al tripulaste consciente. Subiste a su nave. —A Shaal le costó no gritar. El resto de los asombrados asistentes no se privaron de cuchichear.
Tienen bastante que ofrecer. Por ejemplo, su observatorio y su...
No queremos escuchar de qué manera te burlas de las órdenes —se apresuró a interrumpir su interrogador—. Tus crímenes sobrepasan a los de la totalidad de tus semejantes desde que cobramos conciencia. Nos has expuesto a ser descubiertos, a quedar varados en un planeta menor...
¿Por qué todos los planetas en nuestra ruta son menores? ¿Por qué siempre elegimos civilizaciones menos desarrolladas? Hay que rendirse a la evidencia y aceptar que el triunfo tecnológico es una mera cuestión de tiempo. ¿Acaso en estos años no se han implementado algunos de nuestros sistemas basándose en las ideas de los terráqueos? Extraña victoria de aquellos a quienes consideras especímenes primitivos de vidas cortas. —Lanzó una ojeada a Leonardo—. Quizá esa fugacidad sea la que haya grabado en su material genético el impulso del descubrimiento, mientras que nosotros ya despertamos estancados.
La perfección...
Oh, deja de hablar de tu adorada perfección y mira a tu alrededor. Si tan irreprochable es nuestro palacio amatista, ¿por qué habríamos de buscar algo más en el exterior?
De mala gana, Shaal paseó la vista por los asientos. Muchos de sus congéneres, no solo la avanzadilla, habían adoptado cuerpos terráqueos para hacer visitas al planeta. Demasiados... Era inquietante comprobar que la gran mayoría no participaba de su repugnancia a mezclarse con inferiores.
Efecto de tu traición y tu abandono —silabeó entre dientes. Se repuso rápido y reanudó el recuento de felonías—. Basta de rodeos. Tus crímenes, sí: asesinaste a uno de los nuestros.
Neudan hizo amago de levantarse. Eal lo interrumpió alzando la voz y declarando:
Tu acólito trató de impedirme hacer lo que para él era una locura. Dado que estaba al tanto de algunos de mis planes, hube de... eliminar el riesgo de ser delatado mediante el único procedimiento efectivo. —Su antiguo amante contuvo la respiración—. Sin negar mi arrepentimiento, admito que mi culpa se vio aliviada por la certeza de saber que era una medida temporal.
Temporal. Lo privaste de su historia. Exijo... el Vértice exige el restablecimiento de su registro de memoria.
Me temo que lo destruí. —Se alzaron nuevos murmullos de aversión.
¡Silen...! Silencio. —Shaal recuperó la compostura en el último segundo—. Tu desfachatez no conoce límites. Y has perturbado la paz de nuestro Primer Tripulante sin motivo, con una conversación que no conduce a nada. Devolverás los datos sustraídos para que reanudemos viaje y repongamos nuestras reservas de energía.
Estoy segura de que, si el Vértice estuviese al corriente de mis descubrimientos en la otra pirámide...
Silencio, he dicho. En cuanto a ti, la enormidad de tu traición ha hecho casi imposible determinar un castigo proporcionado. Para igualar el alcance de tu crueldad, hemos tenido que recurrir a esa otra pirámide que tanto nombras e imitar el tratamiento al que someten a los miembros dormidos de su tripulación. Tu cuerpo será destruido junto con tu registro de memoria. Tu existencia se limitará a ocupar un archivo en las bases de datos de la nave, ninguna cápsula de regeneración te recreará. —El pavoroso destino de Eal horrorizó a la concurrencia, Neudan incluido. Esa vez fue Leonardo quien le aferró el brazo y lo mantuvo en su sitio—. Te condenamos a no ser hasta que la misericordia del Vértice restablezca nuestro número en algún momento del futuro.
Cuánta generosidad. —A pesar de la amenaza, el Primer Ingeniero conservó la sangre fría—. Ya comprobaremos si tu plan es factible.
Factible. Acaso lo dudas. Te aferras a vanas esperanzas.
No lo creas. Déjame recordarte (y el Vértice sea testigo) que la pirámide me permitió actuar conforme a mi criterio. Veremos si es igual de comprensiva con el tuyo.
Estas palabras, que despertaron una postrera oleada de reflexiones entre los asistentes, empujaron al indignado Shaal a hacer salir a su superior cuanto antes y a ordenar el confinamiento de la prisionera. No bien abandonaron la sala, Leonardo se avino a soltar el brazo que había atenazado hasta entonces.
Ibas a meterte en un lío —afirmó—. Tendrás tiempo de meterte en líos, y muchos, pero no aquí, ni ahora.
Leonardo, tú no sabes lo que me estás pidiendo que calle.
No, no lo sé. —Espió a los guardias por el rabillo del ojo. Después intercambió otra mirada con Draadan; el supervisor ya no se molestaba en ocultarle su desesperación—. Espero que lo compartas conmigo más adelante. Antes... del final.




***



El invierno de 1519 trajo mucha más oscuridad y nostalgia de las habituales, pues aquella época de animación suspendida carecía de lo único que la hacía soportable, una promesa de primavera. Leonardo vivió los primeros meses del año con la falta de energía de un anciano derrotado y herido, y así lo percibieron sus allegados. Salaì, el bello demonio de rizos claros, se había trasladado a Milán para no volver. Las chispas de nuevos proyectos dejaron de prenderse. La vida se apagaba poco a poco en los ojos del maestro.
Apenas sujetaba el pincel para aplicar retoques a su retrato de la dama sonriente, obra que parecía obsesionarle, mientras que el resto de sus pocas horas de actividad las dedicaba a dictar últimas disposiciones a Cecho. Por lo demás, pasaba largos periodos aislado, casi esperando algo o a alguien, según deducían los otros habitantes de la casa. Y tenían razón: la búsqueda de Eal, la reclusión forzosa y el silencio que se hizo tras su alegato lo condenaron a muchos días de soledad. Días para meditar las razones por las que habían hecho uso de él. Días sin dormir, pensando en el futuro.
Cuando, finalmente, Draadan se reunió con él en Cloux, no pronunciaron palabra durante no se supo cuánto tiempo. Se limitaron a besarse, a abrazarse, a buscarse el uno en el otro con toda la intensidad de dos condenados. Porque la muerte es una sentencia cruel, pero deja atrás toda incertidumbre, mientras que la separación es una lenta tortura que mantiene la herida fresca al no sesgar el hilo de la esperanza. Al recuperar los sentidos se estudiaron en silencio, un par de figuras marchitas que se habían saltado demasiados almuerzos y demasiadas noches de sueño. Había una diferencia, no obstante, y era que Leonardo sonreía.
Creía que no volvería a verte —dijo— y aquí estás. Doy gracias por ello.
Leonardo, ¿piensas que me iría sin...?
No lo pienso. Con todo, sé que no sujetamos las riendas de nuestros destinos, y no voy a maldecir las pérdidas sino a bendecir las oportunidades. Además, ellos siempre escuchan, ¿verdad?
Señaló al cielo. La forma de su mano, un gesto que tantas veces había reproducido en sus pinturas, admiró y encolerizó a Draadan a la vez. La frágil compostura comenzó a hacerse pedazos.
¡Ellos no tienen derecho! ¡Eal estaba en lo cierto cuando hablaba del estancamiento de...!
Calla —posó el índice en sus labios—, nada de reproches ni lamentaciones, te lo ruego, ahora no. Tienes mucho que contarme y poco margen para extenderte. Y ya me conoces, siempre quiero saberlo todo. Dime, si ya tenéis a Eal, ¿por qué no habéis preparado ya la partida?
Su serenidad, su sonrisa... Dos dones preciosos que por nada del mundo habría querido Draadan echar a perder.
Las condiciones del... espacio no son las ideales para partir con poca energía —masculló, contentándose con machacar la ira en sus puños apretados. Luchó entonces para hallar una manera de explicarle la técnica de los impulsos gravitatorios en términos adecuados a su entendimiento—. Hay que aprovechar las distancias entre planetas, buscar rutas para...
Ser uno con la música de las esferas, lo entiendo. Si la música es matemáticas, ¿por qué no iba tu viaje a participar de su armonía?
Sí...
¿Lo han castigado ya? ¿A Eal? ¿Ha... dejado de ser?
Aún no. Se niega a revelar la ruta hasta el momento límite.
Cualquiera trataría de prolongar su periodo de gracia, no se lo reprocho. Eso me ha permitido a mí organizar mis propios asuntos. No hay nada de lo que preocuparse, todo está listo. —Caminó hasta su escritorio, junto al cual descansaba el caballete con el retrato de la nueva Eal—. Mi disfraz de vejez es muy convincente y, cuando preparemos el desenlace, nadie será tomado por sorpresa. ¿Me ayudará a pretender mi muerte? Supongo que sí.
Leonardo...
Le dejaré a Cecho mis libros prosiguió, con aparente despreocupación. Yo me llevaré lo esencial y buscaré fortuna lejos de aquí, donde nadie me conozca. Será duro renunciar al favor del rey de Francia, pero no puedo quejarme. Después de todo, soy el único terráqueo que va a disfrutar de dos vidas.
Leonardo...
¿Cabría la posibilidad de despedirme de Neudan y Navekhen? ¿De subir para decir adiós? Después de tantos años, he llegado a apreciarlos mucho, y...
¡Leonardo! ¿mo puedes hablar de esto con tanta tranquilidad? —Incapaz ya de contenerse, Draadan lo sacudió. Luego lo estrechó con el amor más furioso y atormentado, un sentimiento que amenazaba con destrozarle el alma—. ¡Estás fingiendo! ¿Crees que no me doy cuenta? ¡Sabes que es injusto, que después de dedicarles toda tu existencia te deben mucho más que unos años de gracia! ¡Eres inteligente, admirable, imprescindible! ¿Cómo pretenden renunciar a ti? Maldita... sea... ¿Cómo voy yo a vivir sin...?
El dolor de su pecho se abrió camino hasta el corazón mismo de Leonardo. A punto estuvo de gritarle a Draadan que no lo abandonase, que lo amaba, que la existencia sin él perdía su razón de ser. Que lo escondiese en un rinconcito de su nave maravillosa y permaneciese a su lado hasta que su cuerpo mortal aguantase. Que volviese a buscarlo al concluir su viaje, al menos, y se despidiese con un beso...
Lo amaba, sí. Por eso no podía agravar su carga pidiendo imposibles. Draadan pertenecía al cielo; él se conformaría con haber llegado a volar.
No estemos tristes —pidió, con dulzura—. Tus amigos te necesitan, incluso Eal; no les des motivos a los otros para encerrarte de nuevo. Prométemelo, por favor. Yo... ¡Yo estaré bien! —se apresuró a añadir—. Ofreceré mis servicios al sultán de Constantinopla, donde la gloria está al alcance de quien sabe ganársela. Y tendré... cientos de charlas que recordar, y nuevos descubrimientos que hacer, y... te pintaré sin que puedas prohibírmelo.
»No, no me quejo de todo cuanto he tenido, de lo que aún llegaré a tener. ¿Recuerdas cuando era joven e incapaz de aceptar que había certezas, misterios e infinitos que jamás alcanzaría? La edad es un gran instructor. Te enseña, sobre todo, que la perspectiva de la mortalidad es el acicate más poderoso para aprovechar esos dones que sí te han concedido. Ahora lo acepto, no estoy asustado. Cuando pensaba que estaba aprendiendo a vivir, también estaba aprendiendo a morir.
Al contemplar al Draadan derrotado, al Draadan mudo y trémulo que apretaba los labios para no estallar en gritos o sollozos, Leonardo comprendió que su resignación no bastaba para consolar a un inmortal. Enredó las manos en sus cabellos sueltos, le besó la frente, los ojos, los labios. Lo arrastró al lecho y trazó con los dedos los contornos de ese paisaje de piel que había ocultado en tantos de sus dibujos; no para memorizar algo que ya era parte de sí mismo, sino para que él se llevara prendido el tacto de sus caricias. Para que olvidase todo lo demás.
Tu león domado. Mi Daniele... por siempre.




***




El mayor afán del Shaal de los últimos tiempos era minimizar el contacto con sus semejantes. Dejar aquel planeta atrás era todo cuanto le importaba; no deseaba debatir sobre hechos que ya consideraba incuestionables, en especial cuando su parte del diálogo solía consistir en negaciones escuetas. Ahora bien, Draadan seguía siendo el supervisor. Por mucho que su profesionalidad hubiese sido puesta en tela de juicio, la suya era una voz a escuchar, y a Shaal no le quedó más remedio que acceder a entrevistarse con él después de media docena de aplazamientos. A esas alturas, la apariencia humana de Draadan se resquebrajaba. La piedra de su semblante ya estaba surcada de grietas por las que amenazaba estallar la lava fundida.
No has aceptado mi petición para llevar un pasajero —le espetó, sin rodeos—. No se la has hecho llegar al Vértice. Atrévete a decirme que me equivoco.
Porque es absurda.
Vas a prescindir de Eal, un miembro vital de nuestra tripulación. Precisamos un reemplazo.
Un reemplazo... terráqueo. —Shaal silabeó el concepto como si la idea le resultase igual de sensata que reclutar un caballo o un animal marino—. Vuelves a caer en el sentimentalismo estéril de tu último destacamento largo en tierra firme. Empiezo a pensar que no eres apto para misiones de campo y que ese reemplazo debe ser el tuyo. Si ese es tu único punto del día, sal por donde entraste. No voy a perder mi tiempo en...
¡Me lo debes! —rugió Draadan, perdida ya la moderación—. ¡La pirámide me lo debe! ¡Por todos los ciclos de ensuciarme las manos mientras tú das órdenes desde tu aséptico puente de mando! ¿Y quién dispone lo que está bien o mal, lo que es apropiado o ilógico? ¿No deberíamos los demás tomar parte en las decisiones?
Te atreves a cuestionar... —Las venas sobresalieron en el largo cuello del Primer Biólogo—. Draadan-dabb, estás a un paso de volver a confinamiento.
Adelante, enciérrame y desestabiliza aún más el precario equilibrio de la tripulación. Con el Primer Ingeniero y el supervisor fuera de juego, ¿crees que no empezarán a preguntarse quién será el siguiente?
Tu amenaza vacía no cambiará la realidad: los terráqueos no participan de nuestra naturaleza. No serán aceptados jamás por la pirámide.
Antes de que sueltes otro manifiesto supremacionista, te recordaré los datos que Eal transmitió a través del fresco de Milán. Al principio no les presté atención (algo de lo que me arrepiento cada día), pero he estado revisionando los archivos y refrescando mi memoria. Adaptaciones de las cápsulas de regeneración y de las nanomáquinas, eso eran. Ideadas por el Primer Ingeniero en persona, lo que garantiza su efectividad.
Irrelevante e innecesario. Nuestra gente no requiere esas modificaciones.
No están hechas en base a nuestra genética, sino a la de ellos. Nos permitirían aumentar nuestras filas. ¡Nos permitirían reclutar otras razas!
Irrelevante e inneces...
¡Exijo presentar mis peticiones ante el Vértice!
Los iris pálidos de Shaal destellaron. Que Eal, un colega de nivel, lo increpara en esos términos ya había sido difícil de aceptar; que lo hiciese alguien que le debía respeto, en base a hechos que pretendía dejar en las sombras...
Silencio —consiguió escupir sin gritar—. El propósito explorador de nuestra cultura jamás se contaminará con razas primitivas. No exiges nada. No volverás a mencionar esa información clasificada ni a plantear esta petición ante nadie.
Shaal-mekk...
Ya... has... oído, Draadan-dabb. Una palabra más al respecto, una palabra, y volverás a confinamiento.
Solicito entonces un nuevo destino —se las arregló para pedir el supervisor, con voz estrangulada—. Solicito permanecer en el planeta el tiempo que dure el viaje de reaprovisionamiento. Me reincorporaré a la tripulación durante su futura visita de control.
Ambos navegantes callaron, incrédulo uno, desafiante el otro. Shaal se negaba a creer que uno de los suyos aceptase quedarse atrás, expuesto a aquella arcaica cultura, con riesgo de morir y perder la memoria acumulada de muchos ciclos. Y todo, si no interpretaba mal, por un simple terráqueo. Si bien Draadan sabía que había tentando a la suerte mucho más allá de lo lógico y sensato, ya no razonaba con propiedad. No iba a renunciar a Leonardo, no esta vez.
Por desgracia para él, el rostro de su superior no mostraba signos de indulgencia.
Te someterás a evaluación psicológica —sentenció este, al fin—. Tu permiso de descenso a tierra firme queda revocado por ahora. Prevendrá que este desequilibrio tuyo te impulse a caer en conductas prohibidas.
Shaal-mekk, soy miembro del tercer nivel y...
No permanecerás en la Tierra, Draadan-dabb. Te reintegrarás a tus tareas como un tripulante más o bien perderás tu cuerpo físico y pasarás un tiempo en la base de datos. Tú eliges.



***



De lo único de lo que Draadan se arrepentía tras la fallida entrevista era de haber supuesto que Shaal conservaría una pizca de humanidad. Y de haberle notificado sus intenciones, desde luego; ahora le resultaría mucho más complicado burlar a los vigías y esconderse entre los terráqueos en el momento de la partida. Porque iba a quedarse, eso era un hecho. Aunque tuviera que hacer daño a su propia gente, aunque se condenase al ostracismo, haría lo que su corazón le dictaba.
Sabía que el primer paso era amortiguar las señales localizadoras que su cuerpo emitía en todo momento, las que posibilitaban el rastreo y el transporte. Portaba tal información a nivel celular y era impracticable desactivarla por completo, pero sí podía inocularse varias dosis de material genético terráqueo que confundirían a la pirámide el tiempo suficiente para impedirles fijar su posición. El tratamiento era doloroso, pues los anticuerpos luchaban para eliminar los agentes extraños del organismo. El obstáculo ni siquiera lo hacía parpadear.
En su camino a Biología puso buen cuidado en no ser descubierto. Conocía los horarios de su némesis y del acólito de este, así como los códigos de seguridad. Al acceder a los compartimentos donde se almacenaban los especímenes terrestres, cuando ya saboreaba el éxito, una mano se posó en su hombro. No iba a retroceder ni a andarse con rodeos. Con la velocidad del rayo aferró la muñeca del intruso, lo tumbó y le plantó la rodilla en el cuello para no darle ocasión de gritar. Al estudiar a su antagonista descubrió, confuso, que se trataba de Neudan. El antiguo acólito resolló durante unos instantes antes de reponer el oxígeno de sus pulmones.
Debí... suponer que harías eso —dijo, al recuperar el habla—. Draadan, sé qué has venido a buscar aquí. No voy a detenerte, te ayudaré si quieres, pero antes te pido que me escuches. Si mi plan no te convence, eres muy libre de perder tu rango siguiendo el tuyo propio.
¿De qué plan estás hablando? —bisbiseó el supervisor.
He tenido acceso a... datos que ya daba por perdidos.
¿Datos? ¿Qué datos?
¿Recuerdas nuestra visita al quinto planeta del sistema Tee-sai-Hann? Se te destrozó por completo el uniforme al colarte en aquella caverna no autorizada. Para que no regresaras desnudo, te transporté uno nuevo y me obligaste a darte mi palabra de que no lo incluiría en el reporte.
Claro que lo recuerdo, me chantajeaste durante todo el viaje hasta la siguiente estrella. Lo que no entiendo es cómo te acuerdas tú, si eso sucedió antes de...
Es una larga historia y será mejor que no te la cuente en este laboratorio que acabas de invadir. —Aquel Neudan aún tirado en el suelo sonaba diferente, más seguro de sí mismo. Sus ojos lo taladraban con una sabiduría a la que no se había enfrentado en décadas terrestres—. Te necesito, Draadan, es nuestra oportunidad de alterar el orden de las cosas. De conseguir lo que más deseas en el mundo.



***



Tras requerir, una y otra vez, que se le permitiera conversar con Eal antes de despojarlo de su cuerpo, el ruego de Neudan había sido atendido. En base a motivos erróneos, cierto, ya que no pretendía recriminar al fugitivo ni satisfacer su simple curiosidad; su auténtico propósito era escuchar de sus labios una confirmación sobre el mensaje encerrado en el pequeño dispositivo de Leonardo. Mientras la razón dictaba que debía ser una mentira elaborada, sus instintos lo empujaban a creer. Tenía sentido para él. Y quería saber por qué.
Entrevistarse con ella había sido una de sus experiencias más desconcertantes, no solo porque la había ensayado en su cabeza decenas de veces desde su renacimiento, sino porque la definitiva no guardaba similitud alguna con las versiones anteriores. Eal era una mujer de maneras suaves cuyo exterior no se correspondía con el calculador intelecto que se le atribuía. Casi habría pasado por humana, con aquellas prendas sencillas en aquella habitación vacía y aislada, sin nada susceptible de ser manipulado por un as de la ingeniería. Y no lo miraba con odio, desprecio o altanería, sino con afecto. Sus manos, apretadas contra la pared transparente que le servía de jaula, parecían querer salvar la distancia y posarse en sus hombros, en sus mejillas, por el simple placer de tocarlos. ¿Y por qué no habría de querer hacerlo, si lo que vi en el dispositivo es cierto?, se preguntó. ¿Soy un traidor... o una víctima? ¿Qué clase de víctima oculta la verdad a sus compañeros?
Has tardado mucho en venir, pero sé que no estaba a tu alcance decidir el momento —aclaró la sonriente Eal, con una voz tan acariciadora que bien habría podido suplir lo que las manos no alcanzaban a completar—. Eres tú, de nuevo tú. Quizá con restos de esa mirada curiosa con la que te asombrabas del mundo al principio, cuando todos éramos más jóvenes y menos cínicos.
El mensaje que Leonardo...
Ven, acércate a este lado —rogó ella, reclinándose sobre la lisa superficie metálica de un lateral. —. Te escucharé mejor.
Ya fuera una petición inocente o un intento de burlar la vigilancia, Neudan obedeció a regañadientes. Odiaba no saber, estar en desventaja en tantos sentidos. Entonces notó que el campo de fuerza que rodeaba la pared causaba interferencias cuando se la presionaba, y que eso les concedería un poco de privacidad. La comprensión de ese pequeño hecho le hizo sentirse algo mejor.
Si el contenido del dispositivo era real —susurró—, ¿por qué dijiste que habías actuado en solitario?
¿Acusarte y hacer que te encerrasen en una de estas? ¿A quién beneficiaría? No, estás mejor donde estás, libre y listo para actuar. Si todavía lo deseas.
¿Desearlo? Yo... ¡no recuerdo nada! Las grabaciones podrían ser falsas, es lógico deducir que lo son. Un subterfugio para que te perdone, para que te ayude a llevar a cabo las estrellas saben qué locura.
Sin embargo, aquí estás, intercambiando cuchicheos conmigo en lugar de esperar a vengarte cuando me encarcelen en una base de datos. No, Nudd. Aunque perdieses la memoria, yo sabía que no dejarías de ser tú. Y el Neudan que después se convirtió en mi Nudd ya sospechaba que las personas no prosperan cuando se las encajona en una figura geométrica.
No me llames Nudd, es... confuso y... —Sus dedos se crisparon sobre la lámina transparente—. Todo es confuso, lo que pienso, lo que veo. Lo que sentí cuando distinguí tu nuevo rostro en aquella capilla de Florencia y supe que te conocía. Y es absurdo, dado que este cuerpo no conserva ni una sola vivencia del anterior, pero...
Ha de ser por Leonardo.
¿Qué?
Me alcanzaste a través de él. En el pasado decías que te recordaba a mí en cierta manera, más allá de la apariencia. ¿El antiguo Eal fue vanidoso al elegir su contacto terráqueo? Probablemente. Alguien que tuviera un poco de mí, que te resultase atrayente... Alguien a quien quisieses proteger.
¿Pretendes hacerme creer...? —Neudan se atragantó al preguntar—. ¿Previste que podría enamorarme de él?
No lo sé. ¿Te enamoraste?
¡No es asunto tuyo! Yo... Estaba aislado, sin nadie en quien confiar o que confiara en mí. Y él era tan dulce y amable, tan...
¿Llegó a corresponderte?
No. Si lo que afirmas sobre nosotros es cierto, salta a la vista que no participaba de tus gustos.
Me alegro.
¿Te burlas de mí?
Nudd, yo no he dejado de amarte ni un día desde que nos separamos. ¿Imaginas el miedo a que encontrases otra persona con el que viví todos estos años? Claro que me alegro. Llámame egoísta si lo deseas, pero no puedo evitarlo. Nunca he pretendido compartirte.
Una corriente eléctrica sacudió las entrañas de Neudan: era la primera vez desde su renacimiento que alguien le decía que lo quería. No, no alguien sino ella, la traidora a punto de recibir un castigo ejemplar. Y el sentimiento, por incorrecto y desesperado que pudiese parecer, era sorprendentemente cálido. Durante un instante, las yemas de sus dedos se deslizaron sobre la pared que los separaba y coincidieron sobre las de Eal, en un vano intento de comprobar si su tacto, ya que no su mente, recordaba.
Sería tan bueno creerte —musitó—. Si supiese cómo hacerlo... Si no hubieses destruido mi registro de memoria...
Los recuerdos cambian con las épocas. Yo también lo hice, me trasladé de un lugar a otro para investigar, para experimentar. Te tuve muy presente durante ese tiempo, Nudd, te llevé... conmigo. —No había nada enigmático en el tono de Eal, pero sus ojos mostraban un brillo singular; lo bastante para poner a Neudan en guardia—. Hay un pedacito de tierra en Roma, a los pies de la Colina Vaticana, en el que los antiguos moradores dispusieron un montículo de piedras en forma de cruz. Me senté sobre una de ellas la última vez que miré al cielo, pensando en ti y esperando, contra toda esperanza, que nuestros espíritus se conectaran. Algo irrealizable, lo sé. Parte de mi corazón quedó sepultado bajo esas piedras, penando por lo que no podría devolverte.
»Es hora de despedirse —anunció al oír cómo se abría la puerta—. Buena suerte. Espero que volvamos a vernos..., mi Nudd y yo.



***



El antiguo acólito del Primer Biólogo era consciente de que estaba solo y carecía de las capacidades de antaño. Con todo, dos cuestiones le habían quedado muy claras tras la entrevista: que las palabras de Eal no habían sido casuales y que sus instintos no le mentían. Si, para probarlo, habría de utilizar unas habilidades olvidadas a medias, arriesgándose a un nuevo confinamiento y a echarlo todo a perder, la solución estaba muy clara: no podía permitirse cometer errores.
Disimuló sus registros de la Colina Vaticana entre otras muchas búsquedas; localizó el punto exacto insinuado por Eal, una pila de rocas que, en efecto, semejaban una cruz en el camino; calculó al milímetro el momento más propicio para transportarse hasta allí; escaneó las rocas... Alguien había enterrado un envase aislante, ajeno a la tecnología terrestre, bien profundo en la hierba. Lo recuperó y regresó sin siquiera abrirlo, temeroso de que sus elevadas pulsaciones lo delatasen.
Cuando al fin consiguió examinarlo, extrajo otro pequeño dispositivo de almacenamiento y un objeto que aumentó aún más su frecuencia cardíaca: el soporte físico de un registro de memoria. No se equivocaba, ningún otro conjunto de datos requería de soportes tan grandes y complejos como aquel. Sus manos temblaron al sopesar la idea de probarlo en su propio cuerpo. ¿Acaso ignoraba que la pirámide no permitía combinar dos registros de memoria en una misma mente? ¿Y si borraba sus recuerdos de las últimas décadas? Colocó el sobrecogedor artefacto lejos de su vista y optó por reproducir el dispositivo de almacenamiento.
Fue un Neudan diferente quien recuperó aquella pavorosa caja de Pandora y desafió cualquier concesión a la prudencia para introducirse en las cámaras de regeneración, quien activó un procedimiento de alto riesgo, quien se sometió a él sin respaldo y sin garantías de éxito, solo fe ciega en la tripulante menos digna de confianza de la nave. Y fue uno aún más diferente el que abandonó la cámara y espió su reflejo en la pulida superficie metálica. El rostro sin cambios devolvió la mirada a un hombre partido en dos, incapaz de enfrentarse a dos turbulentas corrientes de sentimientos.
El antiguo Neudan sabía muy bien lo que debía hacerse. Para sacarlo a la superficie, el nuevo tuvo que vencer un desgarrador estallido de sollozos.



***



La restaurada sabiduría de Neudan siguió contemplando a Draadan desde el suelo del laboratorio hasta que su silencio y el paso del tiempo se volvieron intolerables. Los ojos del supervisor aún reflejaban la duda mientras se incorporaba y lo guiaba hacia un lugar seguro.
Espera. —Draadan lo sujetó por el brazo—. ¿Qué es eso de que recuerdas? ¿Has hablado con Eal? ¿Te ha contado... ella algo de tu pasado?
Mucho más que eso: me lo ha devuelto.
Imposible. Dijo que lo había destruido porque tú trataste de detenerlo.
Mintió. Los dos mentimos, por más que yo no lo hiciese a propósito. He recuperado lo que daba por perdido y he ganado... cosas que nadie sospecha. Ahora solo somos tú y yo contra el resto de la tripulación, pero midiendo bien nuestros pasos...
Error.
Una tercera voz precedió a una tercera figura: Navekhen. Más cauto que Neudan, había mantenido las distancias para no terminar con la espalda en el suelo. Y, si bien no las tenía todas consigo, conservaba una pizca de ese aire burlón que era su marca de la casa.
Tú, él y yo, para ser exactos —apuntó—. Aunque no olvido vuestra actual afición a excluirme, ahora os tengo bien agarrados.
¿Bien agarrados? No te atrevas a meterte en medio o...
Rondando zonas fuera de los límites, programando transportes no autorizados... Os conozco casi mejor que nadie. ¿Creíais que no iba a notar vuestros respectivos secretismos? Ah, ah, estimado supervisor; reconozco ese rictus vengador y te garantizo que no es necesario, no voy a delataros. Siempre, claro está, que contéis con mi humilde persona para lo que sea que estéis planeando.
Navekhen-dabb, esto no va contigo. —A diferencia de su compañero, Neudan se mostraba comprensivo—. No tienes un mundo que perder, igual que Draadan y yo. Da la vuelta y no te reprocharemos nada.
Resumamos. Tus intereses, Draadan-mekk, radican en tierra firme, y no precisamente por el paisaje. —El silencio fue revelador—. En cuanto a los tuyos, Neudan-mekk, aventuro que están relacionados con cierta dama que honra nuestra zona de detención. El porqué, eso sí, continúa siendo un misterio.
Así debería seguir, para tu seguridad.

Claro, claro. El problema, lamento confesároslo, es que el discurso de Eal caló muy hondo en mí, y ahora nuestra anquilosada forma de vida me inspira un ligero descontento. Nuestras metas coinciden, ya lo veis. Así pues, compañeros conspiradores, ¿por dónde empezamos?



 




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