2016/12/28

CON LA VISTA AL CIELO XIII: El alma desea permanecer con su cuerpo




El amanecer ofrecía una magnífica vista del valle del Loira. A Leonardo le gustaba iniciar el día respirando el aire fresco y empapándose del hermoso panorama del bosque y el castillo en la distancia, pero, por desgracia, la ventana de su habitación tendía a encajarse en el marco. Debía esperar a que se la abrieran o asegurarse de cerrarla antes de que llegase compañía, so pena de sufrir una severa reprimenda de Cecho sobre los peligros de los sobreesfuerzos. Tras un desayuno ligero y, si el clima era bueno, solía dar un paseo por el jardín y dejar atrás las estilizadas formas de ladrillo rojo y toba gris de la mansión. Luego regresaba a su estudio y retomaba el trabajo de la jornada previa —ya fuese un diario o algunos bosquejos o pinceladas—, o bien se preparaba para cualesquiera visitas ilustres que se hubiesen anunciado con antelación, incluidas —con bastante frecuencia— las de su majestad el rey Francisco I.
Esa era, a grandes rasgos, la nueva vida del artista en Francia. Su alojamiento, la mansión de Cloux, distaba apenas media milla del castillo de Amboise, la residencia del rey; un pasadizo subterráneo los conectaba y facilitaba esos encuentros que tanto entusiasmaban a su ilustre admirador. Era Premier Peintre, architecte et méchanicien du roi, aunando en su persona los tres importantes títulos, tenía asignados mil escudos al año, y sus obligaciones eran llevaderas. Jamás había disfrutado de una posición tan prominente.
Y, a la vez, jamás había experimentado unos sentimientos tan confusos y melancólicos. Porque la edad, la sabiduría y el instinto le susurraban que se avecinaban cambios, y que su buena fortuna y el reconocimiento de sus méritos no habrían de durar mucho. No era difícil deducirlo pues, a medida que su disfraz envejecía, el final de su carrera pública se veía más y más próximo. También cabía la otra posibilidad, que sus aliados del cielo diesen por concluida su misión y se llevasen las inoculaciones que le otorgaban la juventud. En ambos casos, el resultado sería el mismo: tendría que desaparecer, forjarse una nueva identidad y pasar lo que le quedase de vida sometido al destino de todos los humanos, la decadencia y la muerte. Y solo; sin Cecho, sin Salaì, sin sus amigos y admiradores... Sin Draadan.
En medio de esa frugalidad y ese estado de ánimo sombrío, recopilar sus escritos se convirtió en su principal ocupación. No podría llevarse gran cosa con él cuando partiera, así que planeaba hacer de Cecho depositario de los libros, con la seguridad de que el muchacho los trataría con todo el respeto. Ya se había convertido en el pintor principal de la casa, después de que él renunciase a emprender nuevos cuadros. Buscaba vías dignas para abandonar la ejecución de los que llevaba consigo, daba alguna pincelada aquí y allá, corregía las indecisiones de su discípulo... Se sentía vacío de color y asesino de su talento, de ese talento que tantos años llevaba guiándolo por senderos al borde de precipicios. El próximo será el último, vaticinaba, con un dejo de fatalismo, aunque Draadan me impedirá sacarlo a la luz. Draadan nunca me dejará caer, nunca.
Tal vez por eso tengo tanto miedo.
Y pasaron las semanas, entre proyectos de remodelar el castillo Romorantin, esquemas de fenómenos ambientales y planes para festividades. En la conmemoración de la batalla de Marignano, preparó globos que rebotaron entre el público, provocando asombro y risas a partes iguales. Se organizó en su jardín una nueva representación de su Orfeo, con el cielo estrellado, los planetas y centenares de antorchas, cuya luz era tan intensa que espantaba la oscuridad de la madrugada. Era el Leonardo anciano, si, pero también el Leonardo entusiasta de su juventud, atrapado en una sensación de repetir su historia en círculos. Y así, un día de 1518, se encerró con Draddan en su estudio y rebuscó su última obra entre los trastos del armario. El navegante lo contempló bajo la luz que se derramaba a chorros a través de los ventanales, blanco, dorado y sereno como un ángel. La tentación de un beso cosquilleó en sus labios. Se aproximó a él, enardecido, hasta que distinguió lo que sostenía en las manos, una tabla con un retrato que lo perseguía en sueños. El hormigueo cesó y el mundo se detuvo bajo sus pies.
No —musitó.
Draadan...
Te lo advertí. Te advertí que, al más mínimo impulso de recomenzarlo, debías avisarme.
Ahora es diferente, porque...
Dámelo. Abajo habrá un fuego encendido, me desharé de él.
¡No podemos! —Apretó la tabla contra sí—. Draadan, escucha, es inútil que lo demoremos una y otra vez. Ya no os queda combustible y, si no hacéis algo ahora, os quedaréis atrapados en nuestro cielo. No sé lo que esconderá este cuadro, pero, si os ayuda...
¿Quién te ha contado eso? No es una cuestión que deba preocuparte, en cualquier caso. Dame ese...
Yo se lo dije.
El supervisor se giró con la rapidez del rayo. La figura de Neudan, surgida de quién sabía dónde, bloqueaba la claridad, proyectando una sombra sobre la habitación. El alivio esperado al reconocer a su aliado no llegó; había algo en su voz, en su expresión, difuminada por el contraluz... Los nudillos de Draadan perdieron el color al instante.
Te pedí que no te mezclaras en esto y que lo dejases a él al margen —le espetó al recién llegado, con la voz quebrada—. Y tú, Leonardo, ¿le mostraste el cuadro a Neudan? En el asunto más importante, ¿eliges no confiar en mí?
Deja de cargar las responsabilidades en otros. —Al notar el desaliento del artista, Neudan decidió tomar las riendas—. Se lo dije porque merecía saberlo, no es un crío que haya de ser protegido. Y no me mostró nada por voluntad propia. Llevo mucho tiempo vigilándoos, desde el descubrimiento del mensaje de Eal sobre la reserva de dlanda. Para resumir la parte de la historia que ya conoces, la información resultó ser inútil; algo muy en la línea del juego de Eal, pues, en caso contrario, el Vértice podría haber dado órdenes de partir sin él. Lo que probablemente ignoras es que los vigías detectaron que alguien había realizado búsquedas entre los archivos cartográficos, incluido el que hacía referencia al cúmulo estelar al que pertenece el planetoide. Pensé que era una coincidencia extraña. Quizá Navekhen también concibió sospechas y prefirió ignorarlas, barruntando que tú estabas detrás, pero yo no pude. Seguí tus movimientos de cerca, descubrí el retrato, vi cómo te lo llevabas para destruirlo, dediqué días y días a buscar a la mujer.... Leonardo jadeó. Un Draadan ceñudo dejó entrever, durante un segundo, una expresión perpleja. Ella existe, ¿lo sabías? No, imaginaba que no. Visitó la capilla donde está colgado el cuadro del ángel de Verrocchio.
¿Has dejado registros de tus búsquedas? —inquirió el supervisor, casi sin voz.
Nada revelador, he sido más cauto que tú. El rostro de esa mujer me obsesiona desde entonces. La distingo en mis sueños, la persigo por las calles solo para darme cuenta de que me he equivocado de persona... —Volvió a contemplar el cuadro, que aún estaba inconcluso—. No he vuelto a verla, es como si se la hubiese tragado la Tierra. Tú, en cambio, sabes algo de ella ¿verdad? Por eso te libraste de la otra tabla, porque debía haber algo revelador en una versión anterior que examinaste. No contabas con que Eal siempre regresa.
No hay nada especial, es una mujer igual que otra cualquiera —graznó el interpelado.
¡Tú descubriste información importante! Tanto, que te arriesgaste a perder tu rango y la pirámide sabe qué más para ocultarla.
Perder tu rango —intervino Leonardo—. Draadan...
Eso es irrelevante. Todos vamos a olvidarnos de esta historia y nunca más la mencionaremos.
Eres el responsable de la seguridad. ¿Condenarías a nuestra nave a quedase varada? ¿En serio crees que voy a permitirlo así como así?
No eres quién para darme lecciones morales. Tú y Eal... ¿Qué averiguaremos cuando aparezca? ¿Qué parte de la responsabilidad es tuya?
¿¡No fui yo la víctima!? ¡Aceptaré mi parte de culpa, si la tengo, cuando llegue el momento! En cuanto a ti, vas a dejar que Leonardo finalice el cuadro de una vez.
¿O qué? —Ante los ojos aterrorizados de Leonardo, el Draadan más amenazador se aproximó a su colega y lo sujetó por el cuello del uniforme—. Te lo advierto, si te atreves a vendernos a Shaal...
¿Me matarás, igual que hizo mi amante?
El gesto de impavidez y desprecio de Neudan era tan elocuente que Draadan recuperó la cordura y lo soltó. No fue necesaria la intervención del artista, ya lanzado a contenerlos. Estaba solo en aquella pelea y todos, hasta él mismo, lo sabían; era absurdo continuar negándoselo.
¿Entiendes lo que es articuló a duras penas la pérdida? Te anula. Te convence de que cualquier locura es legítima, con tal de evitar el dolor...
Por las estrellas que lo entiendo. Yo perdí todo mi pasado. Aunque pienses que la falta de recuerdos te insensibiliza, te garantizo que mi vacío es muy, muy real.
En el pasado habría envidiado tu bendito olvido. —Se dejó caer en un banco, aferrando la mano de Leonardo entre las suyas—. Neudan, no me pidas que lo traicione, ya sabes lo que sucederá cuando todo acabe. Siempre te has considerado su amigo, ¿no es cierto? Los dos sabemos que es la única persona que ha traído... vida a nuestra cuadrícula gris en la pirámide.
¿Qué había en el primer cuadro? —preguntó Leonardo. Su voz traslucía serenidad—. Dínoslo, por favor. Neudan necesita saberlo.
Una localización al sureste de Milán. No puedo ser más específico; eliminé los datos exactos para que nadie tuviese acceso a ellos.
Entonces... —Recogió su obra inacabada del suelo. El fondo era un bosquejo sencillo, poco más que un puñado de líneas sin significado—. Habré de completar esta versión para recuperarlos. Será mejor que empiece ahora, si es que Eal tiene a bien manifestarse.
Leonardo, no...
Escuchad —intervino Neudan—. Necesito saberlo, sí, pero eso no significa que vaya a delataros ante Shaal. ¡Busquemos juntos! Iremos al sitio indicado, comprobaremos lo que hay allí, y nadie, ni siquiera Navekhen, tiene por qué enterarse. Lo haremos en secreto, os doy mi palabra.
Alzó la vista el supervisor, la duda reflejada en sus facciones. Leonardo rozó con los labios los dedos que lo retenían, colocó la tabla en un caballete, mezcló algunos colores, cerró los ojos y esperó. Una masa de agua entre montañas, un puente sobre el río, un camino sinuoso... La imagen de cierto paisaje peculiar comenzó a tomar forma en el interior de sus párpados.
Durante las siguientes horas, el tenue deslizar del pincel sobre la madera fue el único sonido que turbó el silencio de la habitación.




***




Caminaba sobre un puente que cruzaba un cauce casi seco. Era de esperar que al otro lado hubiese algo, si bien no podía verlo desde allí; el espacio al final del camino estaba envuelto en una niebla que se disipaba cuando espiaba por el rabillo del ojo, pero volvía a hacerse opaca al enfrentarla directamente. Un efecto similar se obraba al asomarse al reguero que discurría bajo sus pies: el reflejo del agua le devolvía un paisaje verde y grisáceo que se desdibujaba al mirarlo. Resolvió concentrarse en las punteras de sus botas, cubiertas de una gruesa capa de polvo, y avanzar a pesar de no saber hacia dónde. Piedras, hierba seca, tierra inmaculada que nadie había hollado... La punzada de temor a lo desconocido iba disminuyendo conforme se desviaba de la senda principal: ya distinguía las raíces de los árboles y los márgenes del río, los contornos recuperaban una pizca de su nitidez inicial. No se atrevió a subir la cabeza hasta que el ruedo oscuro de un vestido se materializó en su campo de visión, y lo hizo despacio, deteniéndose en los pliegues de la falda y en las puntas de un chal que colgaba sobre un recio corpiño. Finalmente, sus ojos enfocaron un sonriente rostro femenino de rasgos redondeados y belleza serena. Lo observaba asimismo, de una manera que solo podía interpretar como pacífica, incluso maternal. Sus labios apenas descompusieron la sutil sonrisa para decir:
¿Por qué has tardado tanto?
Neudan despertó sobresaltado y encendió las luces. Las líneas de su habitación se perfilaban con la claridad de siempre, estaba aislado y a salvo... Era un simple sueño salido de un cuadro. Entonces, ¿por qué bombeaba su corazón a toda velocidad? Tal vez sean los nervios, se dijo al entrar en la cámara higienizadora. No en vano aquel era el día en el que iba a cometer la mayor violación de las ordenanzas de su vida consciente.
Abajo, en la Tierra, la península itálica aún no recibía luz solar. Neudan se enfundó su equipo de campaña, incluyendo un arma de contrabando facilitada por Draadan, trianguló unas coordenadas al sureste de Milán y escudriñó el paisaje bajo la penumbra crepuscular. El supervisor le había revelado cómo conseguir que el transporte no quedase reflejado en los registros del piramidión. Después se ocultó entre unos arbustos.
Su colega de nivel lo imitó después de un periodo de tiempo prudencial, cuando ya clareaba, y guió la marcha por la senda más próxima al escondrijo. A su alrededor, el terreno se elevaba en colinas rocosas, encajonando una zona llana por la que serpenteaba un río. El cauce que ellos seguían era un pobre tributario a la corriente más caudalosa, oculta por la arboleda. Lo atravesaba un puente desnivelado de ojos irregulares, cuya manufactura daba la impresión de ser obra de un puñado de artesanos poco hábiles. A lo lejos se distinguía un pueblo.
Habían escudriñado a sus habitantes desde la distancia. Componían una típica y próspera comunidad campesina, sin nada que los hiciese destacar..., salvo el hecho de que la zona aparecía tanto en la pintura de Leonardo como en el mensaje de Eal contenido en sus capas de pigmentos. No obstante, no continuaron hasta la entrada; se desviaron por un camino entre los árboles y llegaron a una propiedad independiente, con su pequeña hilera de viñas, su huerto, su jardín y una villa antigua aunque bien conservada. No se veía a nadie. Tras echar un vistazo entre los troncos y los setos que flanqueaban el camino principal, rodearon el edificio para acceder a la parte trasera.
Una dama solitaria estaba arrodillada junto a un macizo de rosales, remodelando los arbustos. Aun de espaldas, su género era fácil de adivinar por el peinado y el largo abrigo del que sobresalía el ruedo de su vestido oscuro. Ponía infinito cuidado en su tarea; cortaba las ramas, las recogía en una cesta, se alejaba a evaluar la forma y retocaba las imperfecciones. Se la veía tan absorta que, aunque se hubieran acercado sin su invisibilidad, era probable que no hubiese reparado en su presencia. Al acabar, tomó la cesta y se encaminó a la entrada trasera de la vivienda.
Los dos navegantes contuvieron la respiración cuando pasó junto a ellos sin dedicarles una ojeada. Su melena larga y lisa, sus mejillas redondeadas, el gesto inescrutable de quienes guardan muchos secretos... Era la dama del cuadro, no cabía duda. Neudan, en concreto, sintió un escalofrío al tenerla tan cerca, tan similar a la imagen de su sueño. ¿Quién era ella? ¿Por qué Eal la había incluido en sus maquinaciones? Casi deseó que hablase, que pronunciara siquiera una o dos frases, para comprobar si sonaba igual que en sus delirios oníricos. Como si le hubiese leído la mente, la mujer se giró desde la puerta y lo traspasó con sus ojos castaños durante un instante interminable. No era una casualidad, sabía que estaban allí. Veía.
¿Por qué habéis tardado tanto? —preguntó, en el idioma de la pirámide. Se dirigía a ambos, sí, pero lo miraba a él. Y había algo en su voz... El corazón de Neudan se detuvo—. Hum, sin nuestro querido virtuoso terráqueo, además. Bueno, pasad. Y limpiaos los pies antes, no vayáis a llenar la casa de tierra.
Sobrepasado por la situación, Draadan fue incapaz de mover un músculo. Solo reaccionó cuando su compañero, más lanzado por una vez, aceptó el ofrecimiento de su singular anfitriona.
Al otro lado no había una base secreta ni un escenario extravagante, sino una amplia cocina de pueblo en la que reinaba el caos. Ollas y hierbas aromáticas colgaban sin orden ni concierto, pilas de frutas de temporada se intercalaban con compotas y piezas desecadas, y en el fuego hervían varios pucheros. No había rincón en el que no hubiesen dejado alguna especialidad culinaria, como si preparasen un banquete o, simplemente, aspirasen a cocinar veinte platos a un tiempo. Aun así, lo más singular para el supervisor fue el comportamiento de Neudan. Con la lentitud de quien anduviera sumido en un trance, su colega se había sentado a la mesa sin esperar invitación y era todo ojos contemplando a la mujer. Ella se quitó el abrigo, vertió el contenido de un cazo humeante en un vaso y lo colocó ante él junto con un cuenco de frutos secos. Algo en el aroma de aquella bebida debió estimularlo de manera inconsciente, porque se la llevó a los labios antes de que Draadan pudiese impedírselo. El perfume se extendió por la estancia y trajo a este recuerdos de tiempos pasados: reuniones en la Galería de las Dunas, charlas ante tazas de infusiones, risas, la ocasional caricia de un miembro del segundo nivel a su amante del tercero... Ella sonrió.
Era tu favorita. Dime que te sigue agradando y me harás muy feliz.
Las palabras de aquella dama salida de los pinceles de cierto florentino sumieron a Draadan en una atmósfera de irrealidad. Y la sonrisa... Ese leve y equívoco arco, símbolo de secretos guardados, de chistes privados, ¿dónde lo había visto antes? No, tenía que ser una casualidad, el mismo Leonardo sonreía así. Sin embargo...
¿Quién eres? ¿Dónde está Eal? —graznó, con la garganta repentinamente seca.
Hijos de una bola púrpura, sí que he de estar cambiada. ¿O debería decir cambiado? En confianza, después de tantos años, la cuestión del género ha dejado de tener importancia. Y el celibato ayuda, qué remedio. Te garantiza muchas horas para dedicarle a la cocina, la jardinería, la geología o la bendita biblioteconomía, si es que te aburres lo suficiente.
¿Dónde... está... Eal?
Lo sabes, lo sabes muy bien aunque te niegues a reconocerlo. Lo tienes justo delante.
No. No puedes haber hecho lo que insinúas que has...
¿No puedo? ¿Qué clase de Primer Ingeniero no doma la tecnología a su alcance si la pirámide se lo permite? Y la pirámide me lo permitió. Me dejó hacer, quizá —miró a Neudan— demasiadas cosas. Draadan... dabb, soy yo. Soy Eal.



***



No se oían más que el bullir del agua hirviendo y el soplo de alguna respiración descompasada. Draadan habría jurado que escuchaba cómo los impulsos eléctricos movían sus pensamientos, trastocados estos por el anuncio que aquella mujer —¿mujer?— había soltado con tanta despreocupación. Ella... ¿era Eal? Porque su tono de voz, sus expresiones, su sonrisa, eran tan familiares que la semejanza lo asustaba. Desde un punto de vista técnico cabía la posibilidad, eso era cierto, si bien no se le ocurría la manera de que un solo navegante —así se tratase del Primer Ingeniero— se las arreglase para fabricar un cuerpo en secreto y transferirle sus archivos de personalidad después de destruir el viejo. Pero ¿por qué el cambio de género? Sintió deseos de abofetearse; ese disfraz se había paseado ante sus narices y él no había sido capaz de identificarlo, cegado por la presunción de que Eal seguiría siendo el mismo. Su olfato lo había engañado, había fallado como supervisor.
Cuando hubo dejado de flagelarse pensó en Neudan, una estatua con una taza de infusión en las manos. Para su vergüenza, él había visto más allá del subterfugio y había acabado conduciéndolos a ambos hasta su examante. Las implicaciones de la historia lo golpearon con más fuerza que su propia incompetencia. ¿Había quedado algo en Neudan que lo guiase hasta Eal? Era una idea descabellada, en realidad, a menos que los años pasados estudiando la figura del ingeniero fugado hubiesen implantado ciertas sugestiones. Lo que sí era un hecho era la atmósfera serena que los envolvía, y la mirada fija de la mujer, y la suya, a ratos esquivándola, a ratos buscándola. Estaba ante la persona que —tal vez— lo había asesinado, y Neudan se dedicaba a beber hierbas hervidas y a mostrar su cara más civilizada. Como si no tuviese sangre en las venas.
Hasta que el más joven de los navegantes dejó que su vaso medio vacío se estrellase contra el suelo y aferró con furia la muñeca de la dama. Draadan casi respiró aliviado.
¿Por qué lo hiciste? —siseó Neudan. A diferencia de su compañero, no parecía abrigar dudas respecto a la identidad de Eal—. No me refiero a robar los datos y marcharte sin que nadie supiera la razón, me refiero a mí. ¿Por qué te llevaste mis recuerdos? ¿Por qué, si yo era tu... tu...?
Es una historia demasiado larga para contarla ahora, Nudd. Me temo que deberá esperar.
Alzó una ceja el supervisor ante la calma de la interpelada y también ante la desfachatez con la que usaba el apelativo cariñoso de su antiguo amante, Nudd; una violación flagrante de las normas de protocolo que nadie cometería en público. Este ni siquiera reparó en el detalle.
No tienes nada más que hacer —le espetó—. Dispongo de todo el día. De todos los días que necesite hasta entender...
En medio del ardiente discurso, varios zumbidos se convirtieron en heraldos de otros tantos problemas. Draadan y Neudan actuaron por impulso y encañonaron con sus armas a los camaradas que se materializaron ante ellos, la acólito del Primer Ingeniero y tres acompañantes. El supervisor era un guerrero astuto y con recursos; tal vez habría intentado alguna maniobra de distracción de no ser por la implacable figura que siguió a las anteriores, completamente fuera de lugar en la mundana cocina lombarda: Shaal en persona. La presencia del Primer Biólogo, alguien que jamás descendía de las alturas, bastó para diluir la entereza de los conspiradores. No así la de la supuesta Eal, quien se adelantó con una mueca entre cortés y sarcástica.
Saludos, Shaal. ¿Cuánto ha sido? ¿Un par de años? —bromeó—. Galaxias en colisión, cómo pasa el tiempo cuando no estás encerrado en una bonita caja de cuatro lados. Me disponía a conversar con mis... viejos amigos, pero imaginaba que tú rondarías las inmediaciones y no tardarías en presentarte. Siempre has sido desconfiado por naturaleza.
Qué significa esto —inquirió este mientras la acólito escaneaba a su presunto superior. Luego dirigió sus ojos gélidos a Draadan y Neudan—. Y vosotros, a quién os atrevéis a apuntar con esas armas. Habéis emprendido este viaje de reconocimiento sin informarme, habéis puesto en peligro una misión crucial, habéis pisoteado la jerarquía y la voluntad del Vértice. Estabais en connivencia con Eal.
¿Conmigo? —La mujer chasqueó la lengua—. Te garantizo que no, aunque entiendo que mi credibilidad haya bajado a niveles kársticos. No, la única víctima de mis manipulaciones terrestres ha sido el pobre muchacho, Leonardo. Ah, olvidaba que ya no es un muchacho.
Silencio. Cómo es posible que la pirámide te haya permitido adoptar una fisionomía no aprobada, traicionar a tu grupo y desaparecer con parte de nuestros archivos. Me niego a creerlo.
Shaal-mekk —intervino la acólito—, discúlpame pero... el escáner confirma que es uno de los nuestros. Solo puede ser...
Trianguladla y transportadla a la nave. Te advierto, seas quien seas, que usaré la fuerza si opones resistencia. Haced un registro minucioso de la vivienda. En cuanto a vosotros dos, estaréis confinados hasta que llegue al fondo de todo esto. Subid. Ahora.
Draadan, por lo general un maestro en el control de las emociones, fue incapaz de evitar un rictus de rabia y un apretón violento de su arma antes de devolverla a la funda. Decidió obedecer, consciente de que las circunstancias no le permitían nada más por el momento. Neudan, por su parte, lanzó una mirada desesperada a Eal, a cuyos pies ya se formaban los pequeños triángulos. Los iris castaños de la mujer capturaron los suyos un instante antes de desvanecerse. Sonreían, pedían disculpas, mostraban afecto... El navegante ignoraba qué leer en ellos.
¿Eran aquellos los ojos de una asesina?



***



Somos seres civilizados. Sin embargo, hay un límite para toda paciencia, y el mío está justificadamente rebasado. Por mucho que al Vértice le repugne, tenemos medios para hacerte hablar.
Le repugna, eso me lo creo. Sintiéndolo mucho, ya expuse mis condiciones para hacerlo. ¿Dices que tienes medios, Shaal? ¿Habéis desarrollado algo innovador durante mi ausencia? Adelante, sorpréndeme.
Fácil. Me bastaría inspirarme en las bárbaras costumbres de esos terráqueos que durante tantas traslaciones nos has obligado a observar.
Fascinantes, ¿cierto? Tanto para la creatividad y el refinamiento como para esas... bárbaras costumbres que mencionas. ¿Te rebajarías a tanto? Porque es probable que la pirámide no acceda a colaborar de la manera aséptica que a ti y al Vértice os gustaría y, a lo mejor, has de mancharte las manos. Ah, esta sí que es una gran conversación sobre repugnancia.
Los análisis y gráficas cerebrales habían ayudado a probar la naturaleza del transformado Eal. Al juzgar que el encierro no era suficiente para él, o ella, el Primer Biólogo había resuelto mantenerla conectada a un sistema líquido de soporte vital, sin permitirle moverse, recibir visitas o acceder a los terminales de información de la nave. Confiaba, como parte de su plan para evitarse las molestias de un interrogatorio, en que las sondas le extraerían todas las respuestas, pero estaba equivocado: el Primer Ingeniero burlaba la tecnología de la pirámide. Si guardaba secretos en su memoria o conservaba instrumentos sustraídos, debía almacenarlos en escondites inaccesibles. A Shaal solo le quedaba, pues, la odiada vía parlamentaria con un igual cuya desfachatez no había disminuido ni un ápice. Y después de días de aislamiento sin resultados, contener la ira empezaba a hacerse más y más difícil.
Haré lo que sea necesario, Eal —masculló—. Lo que sea necesario para evitar que dejes a tu raza atrapada en una bola marrón llena de vida inferior.
Inferior... Nunca cambias, y eso que se supone que eres el experto en vida. Son diferentes, cierto, pero ¿no son también semejantes? ¿Y qué me dices de la otra pirámide? ¿Son ellos otra raza?
¡No voy a... discutir de genética contigo! ¡Con un asesino sin escrúpulos, el primero de nuestra estirpe! ¡Con un ladrón de acólitos! Los dos navegantes de segundo nivel estaban solos. En ninguna otra circunstancia, ni con otra persona, se habría permitido Shaal perder así los estribos. Pero era Eal; el antagonismo alimentado durante largos años había terminado estallando. Cómo te sientes al ver que los tuyos responden ahora ante mí. Dime dónde están los archivos cartográficos que faltan. ¡Dímelo!
Te repito que te lo diré, eso y todo lo demás, si satisfaces mis simples condiciones: lo haré en audiencia abierta ante la tripulación al completo, incluidos Draadan y... Neudan. Permitirás asimismo que acuda mi colaborador terráqueo. Después de todo cuanto ha debido padecer, es lo menos que se merece. Y, sobre todo, me dejarás hablar ante el Vértice. —Los ojos del aludido se congelaron aún más—. ¿Qué sucede, autodesignado portavoz del Primer Tripulante? ¿Llevas tanto tiempo ejerciendo de boca y oídos que ya no concibes que use los suyos propios?
El Vértice consagra su existencia a cuestiones más trascendentes.
No voy a... discutir de jerarquía contigo. Haz lo que te pido o no me sacarás nada.
Lo veremos.
Shaal deslizó un panel lateral y expuso una ordenada colección de objetos, la mayoría de los cuales semejaban instrumental médico anticuado, del tipo que ningún navegante habría tenido que sufrir en sus carnes. Junto a ellos se alineaban aparatos contemporáneos, como un suturador portátil y un inyector. A continuación introdujo nuevos parámetros al sistema de soporte vital, permitió la entrada al acólico activo que conservaba y bloqueó el acceso a la estancia.
Era tarea del Primer Biólogo poseer conocimiento exhaustivo del funcionamiento de los organismos, sus reacciones y sus puntos débiles. También era su prerrogativa delegar el trabajo menos digno, el de ponerlo en práctica, en otras manos que no fuesen las suyas.
Eal había estado en lo cierto, al menos respecto a eso. No había necesidad de manchárselas.



***



El primer rostro amigable que recibió a Neudan al salir de sus habitaciones —en las cuales llevaba varios días confinado— fue el de Navekhen. Y tampoco este derrochaba simpatía: no le habían permitido verlo desde el incidente y, desde luego, no parecía feliz por su ocurrencia de saltarse el protocolo. O por haberlo quedado fuera, con él nunca se sabía.
Tienes un aspecto horrible.
Gracias, Navekhen-dabb.
Será la culpabilidad. Por fastidiarla a lo grande y en colorines y por no saber hacerlo bien y que no os pillaran.
Si todo lo que me espera son reproches...
¡Claro que te esperan reproches, zopenco-mekk! —siseó, procurando no levantar la voz—. ¿Qué estabais pensando? Ir a por Eal sin informar, sin refuerzos... ¡sin decirme nada a mí! ¡A tu otro tarugo de compañero lo han interrogado hasta desquiciarlo! ¡A mí no me han permitido bajar a poner al día a Leonardo, pobre infeliz angustiado por la falta de noticias! ¡Han cesado con carácter temporal a los vigías hasta que se demuestre si estaban en el ajo o bien eran muy torpes! ¡Y yo he de hablar en susurros porque se ha agotado el chollo del piramidión y somos todos sospechosos!
Lo siento. ¿Cómo... cómo están... los otros? ¿Eal... ha hablado?
¿Eso es cuanto se te ocurre? ¿Qué intentabas hacer? ¿Encontrarte con él antes que nadie para vengarte? ¿Para hacerle pagar?
Es más complicado que eso.
¿Complicado para que alguien de mi intelecto no lo entienda? Empieza a hablar, no tenemos mucho tiempo. —Y era cierto. Su paseo a través de los corredores de la pirámide era su único momento en privado antes de reunirse con el resto de la tripulación.
Quería... que me lo dijese a la cara, sin una marea de superiores y navegantes indignados entre ambos. Que me explicase por qué dejó de... amarme. Porque debió dejar de amarme, ¿no? Me expulsó de sus planes, desoyó, quizá, mis consejos, y me abandonó sin recuerdos en esta prisión gigante donde siempre se me ha considerado indigno de confianza. Y lo peor es que ni siquiera me proporcionó los medios para... odiarlo con propiedad. Es decir, ¿cómo odiar a alguien al que no conoces? ¿Alguien de quien no conservas ni una simple imagen, salvo vagas descripciones de su pelo claro y sus ojos azules, después de que las eliminase de los registros de la nave sin dejar ni una? Deseaba todo eso, sí, y sonará mezquino anteponer mis inquietudes al interés de mis compañeros, lo admito, pero tampoco pretendía perjudicar a Draadan y Leonardo. Por eso hice unas investigaciones por mi cuenta después de que lo viese destruir la segunda versión del cuadro con la localización de Eal.
Eh, eh, desacelera. ¿Destruyó qué? ¿Cómo? ¿Cuándo?
El retrato de la... de Eal que encontraron entre las cosas de Leonardo es la tercera versión. Por cierto, si repites esto ante Shaal conseguirás que nos aíslen quién sabe hasta cuándo.
¿Insinúas que Draadan conocía el paradero del Primer Ingeniero desde hacía tiempo? ¿Y tú también? Que me arrojen a un agujero negro... ¡Eso es traición! —Hincó los dedos en el antebrazo de Neudan hasta marcarle las uñas—. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué?
Porque sabía que tendríamos que marcharnos en cuanto Eal apareciese.
¿Y no es esa la maldita razón de...? Oh. —Navekhen asintió, tocado por un súbito entendimiento—. Leonardo. Ese imbécil está tan loco por él que prefiere dejarnos aquí varados antes que abandonarlo. La segunda imbecilidad más imbécil que uno de los nuestros ha cometido, después de la de ese otro... otra imbécil de Eal. ¡Debido a los nervios que me ocasionáis no hago más que repetirme! Por la pirámide, lo que os harían si lo descubriesen... ¿Sabes lo que se rumorea? Que Shaal ha recurrido a métodos muy terráqueos para interrogar al Primer Ingeniero.
Supongo que nuestro envoltorio de civilización siempre acaba resquebrajándose. ¿Le ha hecho daño? —La seguridad y la dureza de Neudan desconcertaron a su compañero. El joven inocente que se horrorizaba con facilidad había desarrollado una coraza.
¿Cómo quieres que lo sepa si nadie ha visto nada? Eso sí, Shaal se ha apuntado el tanto: dice que su prisionera está preparada para colaborar y que devolverá lo sustraído. Y lo hará en una reunión general, incluyendo al Vértice...
Creía que ya no se dejaba ver en público. No es algo propio de él.
... y a Leonardo. Eso sí que es extraño, a menos que quiera torturar un poco a Draadan.
Draadan... ¿Lo sabe?
A mi entender, nadie ha hablado aún con él. No me gustaría estar en su pellejo, la verdad.
El acceso a una de las sala comunes se desbloqueó ante los dos navegantes. Neudan se detuvo y observó el rectángulo de claridad más intensa, tentado de dar el paso y satisfacer su curiosidad pero también asustado por lo que iba a encontrarse. Navekhen hizo un gesto de impaciencia.
He de ir a por quien ya te imaginas —anunció—. ¿Te portarás bien y cruzarás este pasillito sin hacer más locuras a mis espaldas?
Permíteme ir contigo.
Negativo. Los transportes son rigurosamente controlados por Shaal y tú no tienes autorización. Entra, siéntate y espera, no tardaré... tardaremos mucho.



***



Varios días habían transcurrido desde la marcha de Draadan y Neudan; días sin visitas, sin noticias, sin una miserable hora de sueño. ¿Qué otra razón, aparte del fracaso o el peligro, habría traído aquel repentino silencio? Las paredes del estudio y los cuidados tiernos, aunque sofocantes, de Cecho, eran el mundo que se derrumbaba sobre un Leonardo cada vez más desolado.
Un único detalle rompió la monotonía de esa época y devolvió una pizca de esperanza al artista: un pequeño paquete procedente de Milán entregado por un mensajero a caballo. No le fue especificado el remitente. El atado contenía una tela de lino de buena calidad, del tipo usado para los lienzos más costosos. Enrollado en ella venía un cuaderno tan pequeño que inspiraba deseos de cantar alabanzas al hábil encuadernador que había juntado todas las hojas. Estas estaban en blanco; por más que las revisó una por una, las sometió a la luz, al fuego y a cuanto se le ocurrió, no halló ni un trazo ni una pequeña pista sobre su finalidad u origen. Una tela blanca, un cuaderno en blanco... ¿Regalos insólitos de un admirador silencioso? La intuición le decía que no. Apartó la tela, considerándola un mero envoltorio, pero guardó el cuaderno entre los pliegues de su ropa y no se separó de él.
No ocurrió nada más hasta la mañana en que volvió a escuchar el familiar zumbido del transporte. Y no era Draadan, sino un Navekhen inusitadamente serio que no se tocaba el visor ni compartía confidencias. Renunció a hacer preguntas. A la escueta petición de acompañarlo a la pirámide respondió con el gesto aún más escueto de pegarse al navegante y dejar que la tecnología obrase su magia.
Solo en el corredor en penumbra donde los depositaron los triángulos danzantes se decidió Navekhen a susurrarle algunas frases, con ese mismo talante acusador con el que abordara a Neudan.
Ni una palabra. Escucha, Leonardo, vas a asistir a la gran revelación de Eal ante toda la tripulación. Y ante el Vértice, ya verás qué sorpresa. Habla lo menos posible y recuerda que pintaste una única versión del cuadro. Eres un tipo brillante, no me decepciones. Más.
Al final del corredor se abrieron el espacio y la luz. Pocas referencias habría podido usar el artista para describir la estancia a donde fue guiado, salvo, quizá, un teatro romano, dada la cantidad de hileras de asientos que albergaba; más de ochocientos diecinueve, según dedujo con sorpresa gracias a un cálculo casi mecánico. La pared frontal contaba con una superficie similar a un escenario, presidida por un sillón titánico. Una larga franja de ventanales se abrían en la pared del fondo, surcándola de lado a lado. En cuanto al acceso usado por Navekhen, desembocaba en una plataforma elevada, sin mobiliario de ningún tipo, que ofrecía una inmejorable panorámica de todo lo demás. Y fue en esa posición privilegiada desde donde Leonardo pudo contemplar, por primera vez, el impactante espectáculo que ofrecía la dotación de la pirámide al completo, y la entrada espectacular de su miembro más prominente, el Vértice. El Primer Tripulante no era de ese mundo: casi alcanzaba la altura de dos hombres, su piel era de color violáceo y blancos y largos sus cabellos. Aunque llevaba años sospechándolo, dado el tamaño de los objetos de la nave, no estaba preparado para presenciar a sangre fría la entrada de un gigante, y menos cuando había muchos otros como él entre el público. Su propio tamaño humano no era la norma entre aquellos ochocientos diecinueve seres llegados del cielo.
No se demoró mucho en procesar el descubrimiento, pues la visión de Draadan en el nivel inferior y la mirada que intercambiaron hicieron que perdiese el hilo de sus pensamientos. Por desgracia, su sitio no estaba con él, sino en una sección de aquella plataforma, junto con Neudan. Su saludo fue tenso y preocupado, pero cálido.
Neudan —bisbiseó—, no entiendo. ¿Por qué hemos...?
Shhh. —El navegante señaló a los guardias que los flanqueaban.
Me alegra que estéis bien, al menos.
Lamentamos no haber podido contactar contigo antes.
El tono pesaroso dio a entender a Leonardo que no habían sido ellos quienes le enviaran el cuaderno. Al palparlo bajo su ropa sintió el impulso insalvable de sacarlo y volver a hojearlo. Un humor singular se fue apoderando de él conforme pasaba las páginas inmaculadas; sentimientos de inconclusión, de ausencia, intensificados por la proximidad de su amigo. Sus susurros le sonaron ajenos a sí mismo cuando se lo tendió, diciendo:
Incluso el vacío conserva siempre una chispa de lo que contuvo.
Neudan parpadeó y lo imitó, sin saber muy bien qué hacer con aquel objeto. Leonardo no se mostraba dispuesto a ofrecerle pistas; sus ojos azules se habían desplazado a la sala inferior, por uno de cuyos accesos conducían a una mujer, en apariencia terráquea. Aun en la distancia supieron reconocer los rasgos tantas veces pintados, la melena larga, la tenue sonrisa. Después de que la colocaran en un asiento aislado del escenario —la silla del acusado—, también ella dejó vagar sus pupilas por las alturas. Neudan imaginó que estudiaban a su compañero florentino. No tardó en darse cuenta de que lo observaban a él.
Sus dedos se dirigieron a la cubierta del cuaderno, la palparon y rasgaron parte de la costura junto al lomo, de donde extrajeron un dispositivo de almacenamiento de datos poco mayor que una escama. No llevaba consigo su visor de campo, pero sí una versión reducida. Mientras el segundo nivel saludaba con deferencia al líder e instaba a los otros doce a seguir su ejemplo, él se abstrajo y comenzó a reproducir la chispa escondida en las entrañas de aquel aparente vacío.



***



El área de Ingeniería era un mundo aparte dentro de la pirámide, un vórtice de caos que devoraba el orden con el que era continuamente alimentado: montones de proyectos y planos superpuestos unos a otros, simulaciones —a menudo contradictorias— funcionando a la vez, prototipos viables apilados entre juguetes y basura... En el extremo de la organización se afanaban los acólitos; en el de la entropía, el Primer Ingeniero. Costaba comprender cómo un personaje tan anárquico sacaba tiempo para hacer funcionar una nave con ese nivel de sofisticación y, a la vez, para inculcar sabiduría en dos sufridos cerebros. Pero así era Eal, un malabarista capaz de hacer volar varias docenas de pelotas sin dejar caer ninguna..., a pesar de las numerosas ocasiones en las que rozaban el suelo.
Por cómodo que le resultase el nido de urraca modelado a su gusto, pasaba poco tiempo en él, y aún menos desde que la Tierra, el planeta orbitado por esa otra pirámide misteriosa, apareciese en las pantallas del piramidión. La inmensa sala de vigilancia se convirtió en su nuevo lugar favorito. En el compartimento de la instalación que se había autodesignado dedicaba largos periodos a estudiar a los tripulantes de la nave hermana, junto con momentos más breves para el enriquecimiento de su cultura terráquea. Poco a poco empezó a invertir los intervalos concedidos a ambas actividades, y aquellos humanos salvajes, caóticos y, para qué negarlo, creativos, se convirtieron en su principal espectáculo. No estaba mal, pensaba, coincidir en dos de tres características.
No estaba solo en su cubículo. Neudan, acólico del Primer Biólogo y su único interés romántico desde largos ciclos atrás, solía acompañarlo cuando Shaal olvidaba imponerle tareas. Era un hecho que su colega de nivel llevaba mal lo de no ser el centro de aquel pequeño universo. De haber podido elegir, pensaba Eal con sorna, habría construido la nave con forma de octaedro para tener su propio vértice. Eso sí, nada de subvertir el orden establecido y desplazar a la legítima cúspide; Shaal era el más firme defensor de la tradición y la jerarquía. Por fortuna, Neudan no se le asemejaba en absoluto: era cálido, abierto, siempre dispuesto a aprender... y a enseñar. Cuando Eal le mostró la belleza del planeta y la riqueza que la diversidad otorgaba a aquellos mortales, se enamoró de ellos y de su cielo azul con la misma intensidad que él. Y cuando le sugirió que adoptasen un envoltorio físico apropiado para visitarlos y mezclarse, no dudó en fabricar dos pequeños cuerpos humanos. Fueron los primeros en vencer la férrea oposición de Shaal. Otros, poco atraídos por el aspecto sociológico pero sí por la perspectiva de disfrutar la atmósfera terrestre, se apresuraron a imitarlos.
Las jornadas en las que preferían algo de privacidad se perdían en los corredores de los jardines mimesintéticos, o bien bajaban a un escenario natural y descubrían nuevos matices y personalidades. Se trasladaron de continente, ensayaron diferentes etnias... Llegado el turno de visitar Europa, Neudan probó una combinación de rasgos mediterráneos que se mimetizaban con facilidad en cualquier población. Para Eal escogió una melena rubia y unos ojos celestes más llamativos. Al contemplar por primera vez su imagen reflejada en la cubierta de la cápsula de regeneración, el Primer Ingeniero dejó entrever una mueca maliciosa y proclamó:
Así pues, esta es la última tendencia en colores para espolear el lado sensual de tu imaginación, ¿eh, Nudd? Si los cambio, ¿ya no me encontrarás atractivo?
No importan los colores, sino lo que transmites con ellos. No hagas como Draadan, que se limita a usar su cuerpo para demostrar cuán tirante puede atarse una cola de caballo antes de subirse los orificios nasales al entrecejo. Ni como Navekhen, que no se ha privado de experimentar con el suyo cuantas depravaciones sexuales se le han ocurrido. En el término medio está la virtud.
¿Cuál es mi término medio? ¿Usarlo en exclusiva para seducir a cierto ingeniero aficionado a los cielos azules?
Quizá. Ya sabes que soy posesivo por naturaleza.
¿Sin atarme tensa la coleta?
Neudan sonrió y pasó los dedos por las novísimas hebras de cabello rubio.
Eres el ser más relajado que conozco. No hay nada tenso a tu alrededor.
Salvo tu superior, cuando se relaciona conmigo.
Mi superior no está aquí ahora. —Acercó los labios a los de Eal y los besó—. Y, con todos mis respetos, espero que no aparezca en mucho tiempo.



***



Dices que solo un puñado de navegantes de esa pirámide permanecen activos mientras el resto son mantenidos a oscuras sobre su naturaleza y usados como peones.
Te complementé el informe de los vigías y te lo serví en bandeja, Shaal. Confío en que lo habrás leído.
A un nivel biológico son similares a...
Iguales.
... similares a nosotros. No obstante, su desarrollo intelectual y emocional es mucho más rudimentario, a causa del escaso número de individuos conscientes. Las capacidades de su nave están capadas. Ni los unos ni la otra despiertan nuestro interés.
¿Que no despiertan...? No, definitivamente no te has leído el informe. La configuración de esa pirámide es diferente a la de la nuestra y las atribuciones de su tripulación más amplias. Su observatorio está operativo, no al cien por cien pero mucho más que el nuestro. Por el amor de una bola púrpura, son nuestros conterráneos y la gran mayoría soportan existencias aún más duras que las de los terráqueos. ¿No vamos a hacer nada para evitarlo?
La política del Vértice es bien clara...
¿La del Vértice o la tuya?
... bien clara al respecto: la configuración de nuestra nave es la correcta. No vamos a intervenir, ni a imponer nuestro criterio, ni a contaminarnos con su salvajismo, heredado, sin duda, de su contacto con los terráqueos.
¿Y el espíritu de superación? ¿Y el solidario? Hablas del desarrollo de otros sin darte cuenta de nuestro propio estancamiento, sin comprender que la pobre evolución de nuestros semejantes puede estar afectándonos a nosotros, aunque a diferente escala. Somos ochocientos diecinueve, somos estáticos. ¿Qué tipo de civilización madura de ahí? Si no te has percatado tú solo, déjame recordarte que nunca hemos comprendido por completo el funcionamiento de este navío, pero que una cosa, al menos, está clara: posee la capacidad de albergar una cantidad de tripulantes mucho mayor que esa. ¿No te has preguntado el porqué?
Usamos nuestro banco genético al completo. Nuestra tecnología es incompatible con la fisiología de otras razas...
¡El anhelo de perpetuarse no ha de ser genético! ¡La tecnología se adapta! ¡Los conocimientos se comparten con quien sepa usarlos! ¡Se aprende, Shaal, siempre quedan espacios que llenar!
Estamos muy por encima de todo eso, a otro nivel de evolución. Nuestra civilización ha funcionado sin contratiempos durante un periodo de tiempo más largo que el que ninguno de esos mortales sería capaz de asimilar. No alteraremos lo que es perfecto, Eal.
Si te molestases en observar a los terráqueos, en lugar de considerarlos una simple piedra en nuestro camino a ninguna parte, descubrirías lo mucho que tienen que ofrecer.
Observar. Ya he observado lo bastante para saber lo contaminantes que llegan a ser. Los bajos niveles de dlanda aconsejan una pronta partida. Programaremos un retorno en el futuro para comprobar si la otra pirámide se halla en condiciones de ser estudiada.
¿Si están todos muertos, quieres decir? Lástima que carezcas de sentido del humor, te explicaría de diez maneras jocosas lo mucho que te compadezco. ¿Sabes qué? No voy a molestarme. Prefiero discutir este tema directamente con el Vértice.
Cursa la petición de entrevista, si lo deseas. Te anticipo que la rechazará. El Primer Tripulante confía en mí; las conclusiones que le expongo son tan ajustadas a su juicio como las que él se hubiera formado en persona.
Qué apropiado para ti, ¿eh? Es curioso... Creía que apreciarías en su justa medida las virtudes de un octaedro, pero me equivocaba. No deja de ser la unión de dos figuras más sencillas, después de todo. No, una mente de tu categoría solo puede sentirse cómoda con la simplicidad y la fiabilidad de una pirámide.
Qué insinúas.
Según dicen algunos humanos, «el que tenga oídos para oír, que oiga». Disfruta el resto del día, Shaal.



***



Entonces, ¿no ha querido recibirte?
Un desalentado Neudan bajó la cabeza y pasó la mano por el mapa tridimensional que destellaba ante ellos. Sus dedos atravesaron la diminuta imagen de unas colinas europeas bajo el sol del verano.
Era de esperar —respondió Eal—, me temo que estoy solo en esto. Nuestro Primer Geólogo se ha cansado de recoger muestras del planeta, nuestro Primer Navegante no piensa sino en elaborar cartas de navegación..., y el Vértice lleva tanto tiempo enganchado al observatorio y delegando en Shaal sus funciones mundanas que ya no experimenta interés por nada más. Me pregunto si el querido Primer Biólogo no tendrá algo que ver con ese desapego.
¿Piensas que el estado del Vértice no es natural, que Shaal ha...?
¿Quién mejor que él para domar un cuerpo? En cualquier caso, ha llegado el momento de contraatacar. Ya sabes, nadie mejor que yo para domar la pirámide.
¿Vas a hacerlo de verdad? —La voz de Neudan fue poco más que un susurro.
Sin poder para hacernos oír, tendremos que forzarlos a que busquen y, así, vean. Que vean la Tierra y a sus habitantes igual que los vemos tú y yo. Que comprendan el sufrimiento innecesario de nuestros hermanos. Que noten nuestro estancamiento y aprecien la belleza de la diversidad, del caos, de lo efímero. Ya he elegido un magnífico candidato para servir de puente entre nuestra cultura y la suya.
Amplió el mapa hasta situarse en un pueblecito toscano llamado Vinci. Mediante inspección visual se desplazó entre casonas acomodadas, villas rurales y viñedos, y dio con un joven que tomaba apuntes del paisaje soleado junto a una abandonada cesta de hierbas. Era apenas un adolescente, rubio y de ojos tan azules como la inmensidad que capturaban sus retinas. Al verlo, Neudan no pudo reprimir una sonrisa de entendimiento.
Es uno de los muchachos a los que... espiábamos juntos cuando elegíamos sujetos de estudio al azar. No recuerdo haber interactuado con él.
Se llama Leonardo. Es el hijo ilegítimo de un notario y, a pesar de que pocos lo saben aún, posee inteligencia, talento, creatividad y curiosidad sin límites. Madera de polímata.
¿Por qué él? ¿Por qué no cualquier otro?
Pues... Los motivos son varios. Te diría que la intuición así me lo dicta, pero no sería cierto. Supongo que es una combinación de su nivel de intelecto, de esas sonrisas tan indescifrables que traza en sus retratos...
Como las tuyas.
... como las mías, y de...
Me recuerda un poco a ti, con este cuerpo terráqueo.
Puede que eso haya influido un poco, sí. Además, nos conviene por proximidad, ya que la segunda pirámide sobrevuela Milán. La península itálica está siendo, y será, el escenario de grandes maravillas en la historia de nuestros queridos sujetos de estudio.
¿Y qué harás?
Inocularle nuestras nanomáquinas. Sustraeré datos esenciales de ingeniería y navegación y los programaré para que se fundan en su subconsciente. Los datos permanecerán indetectables hasta que llegue el instante de revelarlos, aunque no así el procedimiento quirúrgico, claro está. Gracias a ella lo localizarán y tratarán de descifrar mis... andanzas, al tiempo que, ineludiblemente, analizan las suyas. Y las del resto de los habitantes del planeta, nativos o no. Mientras tanto, yo me ocultaré y continuaré mis investigaciones sin la cortapisa que supone pasar por el piramidión y por la censura de Shaal. Me reiré a placer de su política de no intervención.
Creo que no has caído en el fallo de tu plan.
Me temo que sí he caído. —Eal suspiró.
Yo. Yo soy ese fallo. Si me dejas aquí, Shaal no se detendrá hasta que haya extraído de mí cada pequeño fragmento de información. Y empleará métodos cuestionables si ha de hacerlo, lo conozco muy bien. Tendrás que llevarme contigo.
Escúchame, Nudd. —Sujetó sus mejillas para que lo mirase a los ojos. Estaban llenos de ternura... y de tristeza—. Será mucho más difícil burlar la vigilancia si somos dos, y lo sabes. Tú eres acólito de Shaal; por mucho que yo fuerce y someta los mecanismos de la pirámide, su impronta en ti es tan fuerte que acabaría dando contigo. Por otro lado, sería tan magnífico conservarte como aliado aquí dentro... Tu comprensión, tu apertura de miras y tu generosidad son valores de los que los nuestros no deben prescindir.
Quieres dejarme atrás.
Eres lo que más amo en este mundo. Mi deseo de terminar con la inflexibilidad que nos ahoga también es un regalo para nosotros dos. Nuestra separación vendrá con la promesa de un futuro más brillante. Además, no me agrada la idea de convertirte en un fugitivo; si puedo ahorrarte esa suerte, lo haré sin dudar.
Sin embargo, ya hemos establecido que Shaal nunca se tragará mi falta de complicidad en el asunto. Aunque no llegara a ser fugitivo, se me tacharía de delincuente, es inevitable. Tendrías que idear un sistema para que no pudiese forzarme a hablar.
¿Estás insinuando...? —Lo miró con espanto—. ¡Jamás te dejaré en manos de un torturador! ¡Aunque yo tenga que padecer por mi cruzada, no voy a arrastrarte a ti también!
Nuestra cruzada. Estamos juntos en esto, lo aceptes o no.
Quizá me haya precipitado. Discurriremos... un procedimiento para librarte de la impronta de Shaal. Sustituiremos tu...
No hay tiempo para eso. —Neudan respiró hondo, dividido entre la amargura y la determinación. Supongo que solo hay una forma rápida de resguardar el contenido de mi mente: que la vacíes y te lleves contigo mi registro de memoria.
Pero... la pirámide admite una única manera de vaciar una mente...
Soy biólogo, lo sé muy bien. Tendrás que...
No...
Tendrás que matarme.
No, no, no. Imposible. Ninguna causa ha de pedir sacrificios tan absurdos, y crueles, y... ¡No! ¿Cómo voy a abandonarte, sabiendo que has perdido tus recuerdos, tu identidad...?
Será temporal, los cuidarás muy bien y me los devolverás cuando regreses.
¡Te torturarás con montones de preguntas! ¡Odiarás, sin conocerlo, al hombre que ha destruido toda una vida de conocimientos, que ha traicionado a la persona a la que más debía proteger!
No pretendo sonar insensible, pero —bajó la voz hasta convertirla en un susurro— odiarte será menos duro que echarte de menos día tras día, temiendo por un destino incierto. Seguiré siendo yo mismo, ya lo verás. —Clavó la vista en el brillo creciente de los ojos azules. Era mejor enfriar la cabeza, ser firme, bromear; cualquier cosa antes que las lágrimas—. Y es la única explicación que satisfará por completo a Shaal, que intenté detenerte, te libraste del problema y te llevaste el registro para que no te delatase.
Nudd...
Bien, he aquí nuestro curso de acción —enumeró, sin darle oportunidad de replicar—: primero seleccionaremos el equipo esencial y los archivos que has de sustraer o manipular. Entretanto yo te fabricaré un nuevo cuerpo, uno que no sean capaces de relacionar contigo, y nos desharemos del actual para que no sospechen. Haremos tu transferencia entonces, y luego mi... neutralización momentánea. Tomarás mi...
Eal lo rodeó con los brazos y lo acalló con un beso desesperado, como si fueran a arrebatárselo para siempre. En cierto sentido, ¿no iba a ser así? Si hacía lo que le pedía, el hombre que conocía desaparecería; su amor quedaría aprisionado en un frío soporte físico, a la espera de que un futuro piadoso se lo devolviese. Y, ¿quién le garantizaría que su estúpido sueño habría de cumplirse? ¿Que la pirámide lo aceptaría?
Todo saldrá bien —jadeó Neudan, leyendo sus pensamientos—. La pirámide te lo permitirá porque sabe que es lo justo y necesario.
No puedo dejarte así...
Tendré mucho que hacer. No estaré solo.
Yo... No te apartes de Draadan, ¿de acuerdo? Aunque llegue a considerarme el criminal más despreciable de nuestra civilización, es el tripulante más digno de confianza de la nave. Y sé que, si escarbas lo suficiente en él, destaparás simpatías por nuestra batalla particular.
Me temo que no estaré en condiciones de decidir a quién me arrimo. Al contrario, tengo la impresión de que tu amigo el supervisor no me lo va a poner fácil. Detesta hacer mal su trabajo...



***




Cuando el visor reducido de Neudan resbaló de su ojo izquierdo, Leonardo percibió una inquietante humedad en el mismo. Su atención se desvió de la charla monocorde de aquel a quien llamaban Primer Biólogo, de la versión femenina de Eal, incluso de la angustia de Draadan, y se centró por un instante en el rostro desprovisto de color de su acompañante. Fuera cual fuese el testimonio contenido en aquel diminuto aparato, había bastado para hacer que se desmoronase.
Los labios de Neudan susurraron algunas frases. El artista hubo de aguzar el oído para distinguirlas.
El alma desea permanecer con su cuerpo porque, sin los instrumentos físicos de ese cuerpo, no puede hacer nada, no puede sentir nada. Esa chispa en el vacío de la que hablabas, Leonardo..., ¿querrás creer que es más dolorosa que el vacío absoluto? Bendita sea la paz de ignorar lo que has perdido.
»¿Tienes idea de la amargura que sufres cuanto sabes que te han arrancado el alma?




 




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