El
Gran Laboratorio de la Casa: tan imponente como el de Therendanar, o
incluso más. Era la primera vez que Caradhar traspasaba aquellas
puertas que, furtivamente, había contemplado más de una noche.
Desde la entrada pudo vislumbrar el interior de una gran sala donde
varios alquimistas y aprendices se afanaban entre mesas, estantes y
gradillas cubiertos con decenas de instrumentos. Algunos le echaron
una ojeada curiosa y luego continuaron con su trabajo. Muy pronto, el
sonido de unos pasos precipitados anunció la llegada de Darial; el
alquimista, ligeramente sofocado, tomó al joven por el brazo y lo
condujo a una habitación lateral, a salvo de miradas indiscretas.
Caradhar
no esperaba ser recibido dentro del laboratorio, por lo que acogió
la situación con interés. Darial violaba el protocolo dejando pasar
a un extraño, pero en aquel momento lo dominaba una cierta
irritación y no parecía que aquello lo preocupara.
-¿Dónde
has estado estos tres últimos días? -exigió saber, sin soltar el
brazo de su compañero.
-He
estado ocupado -respondió el interpelado, aunque no era cierto:
durante los últimos días se había mantenido alejado a propósito
del elfo de más edad.
-Te
dejé bien claro que no quiero que desaparezcas de mi vista sin
avisarme -sus dedos apretaron cruelmente la muñeca de su presa,
hundiéndose en la carne.
-Pero
ahora estoy aquí. He venido expresamente a buscarte -repuso Caradhar
suavemente, a pesar del dolor-. Pensé que te satisfaría.
Darial
se dividió entre el enojo y, sí, la satisfacción que le producía
aquella visita. Disminuyó la presión y atrajo al muchacho hacia sí.
-No
deberías estar es este lugar... Pero te perdonaré esta vez, si eres
muy obediente y vas a esperarme a mis aposentos. Tendrás que
compensarme por los últimos tres días -añadió con una media
sonrisa.
-¿No
vas a enseñarme el laboratorio?
-Eso
te gustaría, ¿eh? Pero, como ya he dicho, sólo los alquimistas
pueden entrar aquí; de hecho, voy a meterme en líos si dejo que los
demás te vean. No: haz lo que te digo -y añadió, al ver la ligera
expresión de desencanto en su rostro:- en otra ocasión, veré lo
que puedo hacer. Y ahora, vete.
Caradhar
obedeció y abandonó el lugar, no sin antes echar un último vistazo
por encima del hombro. En cuanto a Darial, permaneció mirando las
puertas por las que había salido aquél, y se sintió presa del
desasosiego. Con premura, regresó a la gran sala. Quería despachar
los asuntos del día con rapidez; quería terminar cuanto antes y
volver a su habitación, y encerrarse con él.
Su
juguete se había convertido en su adicción.
***
-Adhar,
¿dónde diablos estás mirando?
Caradhar
alzó la vista, sobresaltado. Encima de él, Darial lo contemplaba
con el ceño fruncido.
Por
supuesto, el joven no podía confesarle que estaba escudriñando las
esquinas de la habitación, tratando de localizar un tipo de sombra
más
sólido, o al menos, una pista que delatara la posible presencia del
Darshi'nai. Optó por permanecer callado, y Darial, exasperado, se
levantó, se sirvió vino y vació la copa de un solo trago. Dos
veces.
Volvió
la vista al muchacho, que no se había movido de la cama; tampoco
habría podido hacerlo, porque tenía el brazo izquierdo ligado al
cabecero de madera con una larga tira de cuero: era el juego
del día. El cuero mordía en su carne de manera visible, pero
Caradhar no se quejaba. Nunca lo hacía; se limitaba a quedarse
debajo de él, cediendo a sus deseos con muda sumisión. Al
principio, el alquimista había desdeñado esa actitud con una
sonrisita de suficiencia: mientras pudiera obtener satisfacción,
poco le importaba. Pero con el tiempo, se había vuelto ambicioso.
Poseer un cuerpo sin voluntad no era suficiente; quería despertar
sentimientos.
Quería
tener la seguridad de que algo se retorcía en las entrañas de
Caradhar, igual que lo sentía dentro de sí mismo. Cualquier cosa,
excepto aquellos fríos ojos que siempre miraban inexpresivos. Y esa
noche, por añadidura, parecía estar distraído, como si su atención
estuviera en otra parte. Como si se estuviera burlando de él.
Darial
sintió cómo una burbuja de ira crecía en su interior. Se precipitó
con grandes zancadas sobre su compañero y lo inmovilizó con su
cuerpo, aprisionando su brazo libre sobre la cama, mientras clavaba
sus dedos, convertidos en garras, en la piel blanca del cuello del
joven. Caradhar se sobresaltó, ahogando un gemido de dolor, pero
continuó en silencio. Aquello fue más de lo que Darial pudo
soportar.
-¿Te
hago daño? ¿Quieres que pare? -preguntó, apretando los dientes-
¡Pues suplícame! ¡Mírame, por una vez, y di algo! Sé que te he
hecho daño, muchas veces, en todo este tiempo; antes no tenías
elección... ¡Pero ahora la tienes! Si tanto te disgusto, ¿por qué
vienes a mí voluntariamente? Por fuerza... por fuerza tienes que
sentir algo... -añadió, casi como una súplica- Si me odias... ¿por
qué infiernos no lo dices?
Al
ver que Caradhar, con el ceño fruncido, sólo le devolvía la
mirada, el elfo rubio liberó su presa y le propinó un fuerte golpe
con el dorso de su puño cerrado. El labio inferior del dotado
comenzó a sangrar y a hincharse; con el reflejo adquirido tras años
de práctica, el joven evitó que la herida se cerrase, dejando que
la sangre manara sobre su barbilla.
Resultaba
extremadamente difícil para un elfo con el Don interrumpir
voluntariamente el proceso natural de curación de su cuerpo. La gran
mayoría ni tan siquiera lo intentaba activamente, dejando
simplemente que la naturaleza siguiera su curso. Para Caradhar, las
cosas habían sido diferentes. Durante su infancia, el tiempo que
había pasado con Darial le había enseñado que, desde el retorcido
punto de vista de su mentor, no tenía ningún sentido infligir un
castigo corporal si las huellas del mismo iban a desaparecer en
cuestión de segundos. Darial obtenía un placer morboso de la visión
de las marcas sobre la piel pálida del muchacho; privarle del mismo
sólo conducía a nuevos castigos, y los dotados no eran insensibles
al dolor... Así pues, aquello se había convertido en un mecanismo
de supervivencia, y el reflejo condicionado seguía ahí, años más
tarde.
Unos
golpes interrumpieron la escena. El alquimista, furioso, volvió la
vista a la puerta, y ya se disponía a pedir a gritos que lo dejaran
en paz cuando esta se abrió de par en par.
Una
elfa permaneció inmóvil durante varios segundos bajo el dintel, con
la vista fija en la pareja. Llevaba un diáfano vestido de seda azul
que ceñía su cuerpo pequeño y delgado, y sus largos y lisos
cabellos oscuros enmarcaban un rostro ligeramente anguloso, de ojos
rasgados y labios finos de color rojo. Era bella, aunque ciertamente
había dejado de ser joven hacía mucho tiempo, y la desagradable
mueca de desprecio con la que contemplaba a Darial intensificaba sus
pequeñas arrugas de expresión. Por su parte, el alquimista, lívido,
saltó de la cama, buscó una túnica con la que vestirse y corrió a
mostrar sus respetos hacia la recién llegada, con una reverencia.
Esta se acercó, inclinó la cabeza y estudió a Caradhar, con
sonrisa burlona.
-Así
que, Darial, esta es la razón de que hayas sido tan evasivo
últimamente -habló la recién llegada, con una segunda ojeada al
elfo de cabellos rojos, el cual no se molestó en intentar cubrirse,
y la estudió con igual curiosidad. Alrededor del cuello, la elfa
llevaba un colgante con un sello muy familiar, que representaba un
animal mitológico...-. De hecho, te mantiene tan ocupado que ha
hecho que tu rendimiento en el trabajo decrezca considerablemente...
-Su
Señoría...
-Darial
-lo interrumpió ella, tomando su barbilla con la mano cargada de
anillos, sus largas uñas pintadas de escarlata clavándose en la
carne-, a pesar de tu pésima reputación, sabes que siempre has sido
objeto de mi estima, y pensaba que el sentimiento era mutuo... -su
voz cortante sonaba a la vez burlona y decepcionada. El rubio elfo
trató de abrir la boca para protestar, pero ella no se lo permitió-
Ahora bien, en esta posición de responsabilidad, son los resultados
lo que cuenta, y necesito un asistente devoto y leal y que pueda
hacer su trabajo. Si yo no estoy satisfecha, Lord Killien no lo
estará tampoco... ¿entiendes lo que quiero decir? Hasta ahora no le
he dicho una palabra, pero me pregunto qué pensaría si supiera lo
que haces con uno de sus preciosos dotados... -ella lo soltó, y acto
seguido lo abofeteó. Uno de sus aparatosos anillos rasgó la mejilla
del alquimista, dejando un surco ensangrentado- Será mejor que dejes
de complacerte en tu chiquillo
y empieces a complacerme a mí.
Si
sabes lo que te conviene.
La
elfa se volvió y abandonó la habitación apresuradamente. Darial,
demasiado confuso para hablar, cerró la puerta tras ella, se dirigió
con paso vacilante a la cama y se sentó. Con la mano se rozó la
herida, y pareció sorprenderse de ver sus dedos teñidos de rojo.
Entonces Caradhar, estirándose todo lo que daban de sí sus
ligaduras, se arrodilló junto a él, y humedeciendo su dedo índice
en la sangre de su propia herida, lo deslizó sobre la mejilla de su
compañero. El corte se cerró al instante.
Para
el joven dotado, cerrar una herida era casi un acto reflejo; pero
para Darial, que nunca antes había experimentado la acción curativa
del Don, la cálida sensación sobre su piel y la calmada expresión
de los ojos del joven resultaron embriagadoras. Sintió un vacío en
la boca del estómago; empujó violentamente a Caradhar sobre el
colchón y lo besó, saboreando la sangre que aún cubría sus
labios, sabiendo que sólo había una forma de llenar ese vacío.
Impaciente,
cortó la tira de cuero y, colocándose sobre el joven, se instaló
entre sus piernas separadas, penetrándolo ansioso pero con más
gentileza que en otras ocasiones, como si quisiera disfrutar la
sensación de su carne rindiéndose lentamente ante él mientras su
miembro iba abriendo el camino. Comenzó a moverse, gimiendo con cada
vaivén, sin dejar de mirarlo a los ojos, con la aspiración de que
se asomara a ellos y viera que el placer que le estaba haciendo
sentir era real, y nadie más que él podía proporcionárselo.
Cuando
culminó, y por
vez primera, se demoró en retribuir al joven, enterrando la cabeza
entre sus muslos. Este, sorprendido, abrió los ojos de par en par;
lentamente acabó cerrándolos, dejándose llevar.
Entrada
la noche Caradhar preguntó:
-¿Esa
era... el Gran Alquimista?
-Sí.
-No
sabía que fuera una elfa.
Darial
rió entre dientes, acariciando los rojos cabellos de su compañero,
depositando besos aquí y allá sobre la piel blanca.
-¿No
lo sabías? Lord Killien es un maestro del control sobre sus
súbditos; dado que de vez en cuando tiene a bien compartir la cama
con ella, esa bruja se cree muy especial... Pero lo cierto es que
ella, como Gran Alquimista, custodia la llave del gran poder del
Maede, y nadie, ni siquiera la Maeda, tiene tantos privilegios.
-¿Y
si algo le ocurriera?
Darial
pareció meditar la cuestión durante un instante.
-Entonces
uno de sus asistentes tendría que tomar su lugar...
Un
largo silencio cayó entre ambos.
-¿Qué
harás ahora? ¿Dejarás de verme? -continuó, por fin, Caradhar- No
creo que tengas elección.
-¿Eso
te gustaría? -los dedos del elfo más maduro se hundieron en la piel
del más joven- ¿Crees que voy a renunciar tan fácilmente? No; es
posible que tenga que agachar la cabeza con humildad y seguirle el
juego a esa perra durante algún tiempo, pero ya pensaré en algo.
Caradhar
cerró los ojos; pronto su respiración se volvió lenta y regular.
Darial, en cambio, permaneció despierto toda la noche, su mente
bullendo con ideas y sentimientos.
De
vuelta a su habitación, el elfo pelirrojo se encontró con una
familiar figura encapuchada desvergonzadamente acomodada sobre su
cama.
-Hola,
Adhar. ¿Puedo llamarte Adhar? He oído que tus amigos suelen
llamarte así -el interpelado frunció en ceño, pero no replicó-.
Como ves, estoy de vuelta, y traigo la cabeza sobre los hombros. Eso
quiere decir que no me han pillado, ¿eh? -el espía soltó una
risita y se incorporó- Ha sido duro, pero he estado husmeando en los
aposentos de Lord Killien. Oh, nada de alabanzas, el Maede es una
pizca despreocupado en lo que a seguridad se refiere y he visto cosas
peores. Digamos que se confía en sus habilidades personales.
-¿Qué
has descubierto?
-Bien...
Las habitaciones son bastante inaccesibles desde el exterior. Habría
que ser un pájaro para colarse por ahí. A la entrada, la guardia
personal hace turnos para vigilar, incluso cuando él no está. Las
puertas son muy sólidas, y -esto es bueno para nosotros- amortiguan
bastante el sonido. Dentro hay una antecámara que lleva al
dormitorio en sí a través de un corredor estrecho. El cabrón
astuto tiene poco mobiliario que permita ocultarse, pero, eso sí,
una cama brutalmente grande, y parece que le gusta llenarla cada
noche -nueva risita-. Y, esto es lo mejor, una camita a sus pies
donde hace pernoctar a sus pequeños mellizos dotados. ¡Las cosas
que habrán visto y oído esos críos...! No creo ni que se moleste
en hacerlos salir cuando se está tirando a sus zorritas. Más bien,
y dado que uno de los mellizos es una niña, habría que preguntarse
si la camita no está medio vacía cada noche -Caradhar se revolvió,
algo incómodo, y el Sombra se burló al percatarse-. No me digas que
estoy hiriendo tu sensibilidad... En fin, en definitiva, el tipo se
ha cubierto las espaldas contra un ataque a distancia. Las
habitaciones están diseñadas sin recovecos, sin grandes espacios.
Cuando sale, siempre lleva escolta, y siempre conserva a sus dotados
a mano.
-Si
eres capaz de colarte en su dormitorio, ¿qué te impide atacarlo de
cerca?
El
Sombra lanzó una mirada de reojo al joven; con sorna, como si
estuviera explicándole algo a un niño, dijo:
-Chico,
¡nadie puede atacar al Maede de cerca! A estas alturas ya deberías
saberlo. Tú has probado su poder -Caradhar desvió la mirada sin
decir nada-. Joder, soy bueno, pero si fuera tan sencillo... En este
juego, si no supiera cuidarse de sí mismo, un elfo de su posición
no duraría ni dos días. Estar en el Primer Círculo es como vivir
rodeado de carroñeros, esperando que des un traspiés para ocupar tu
lugar.
-¿Serías
capaz de facilitarme el camino para acceder a sus aposentos?
-Tú....
¿no me has escuchado? ¿Qué infiernos crees que podrías hacer?
Estoy metido en esto para ayudarte a acceder al Maede abiertamente,
no como un vulgar ladrón en mitad de la noche. No voy a allanarte el
camino para que te suicides.
-Eso
no depende sólo de mí. Pero, llegado el caso, necesito saber cuáles
son mis opciones.
-Ya
veo que tienes algo entre manos... Y tiene que ver con el alquimista
también... Esta noche he podido asistir a un espectáculo
interesante. Y estuviste divertidísimo, mirando a todos lados para
ver si me pillabas. Por poco no me meo en los pantalones, de la risa.
-¿Dónde
diablos...? -Caradhar suspiró, lanzando una mirada muy poco amable
al espía- Pues, si no te perdiste detalle, no veo la necesidad de
contarte nada.
-Tienes
al alquimista en el bote, ¿hmmm? Casi me da miedo pensar en lo que
pasa por la cabeza de ese puerco -el encapuchado dejó de hablar de
repente y aguzó el oído, haciendo señas a su compañero para que
hiciera lo propio. Al cabo de unos segundos, se levantó ágil y
silenciosamente-. Me largo.
Al
pasar junto a Caradhar, el Sombra observó su rostro, y luego tomó
su muñeca izquierda, allí donde las ligaduras de cuero deberían
haber dejado señales: ambos estaban intactos. Sus
dedos enguantados se demoraron más tiempo del necesario sobre la
pálida piel, pero el dotado no protestó. Nunca había estado tan
cerca de él, y se esforzó por distinguir más detalles de aquel
rostro ensombrecido por la tela oscura. Pero, entonces, el joven
habló.
-Si
algún día tengo ocasión de atarte, no me sentiré culpable por
dejarte marcas -comentó jocosamente.
-No
tendrás ocasión de hacerlo.
El
dotado retiró
la mano con prontitud.
Había tal frialdad y decisión en sus ojos rojos que el espía,
incómodo, no sintió deseos de continuar la broma y simplemente se
esfumó.
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