2012/02/24

EL DON ENCADENADO VII: Trazando planes







El Gran Laboratorio de la Casa: tan imponente como el de Therendanar, o incluso más. Era la primera vez que Caradhar traspasaba aquellas puertas que, furtivamente, había contemplado más de una noche. Desde la entrada pudo vislumbrar el interior de una gran sala donde varios alquimistas y aprendices se afanaban entre mesas, estantes y gradillas cubiertos con decenas de instrumentos. Algunos le echaron una ojeada curiosa y luego continuaron con su trabajo. Muy pronto, el sonido de unos pasos precipitados anunció la llegada de Darial; el alquimista, ligeramente sofocado, tomó al joven por el brazo y lo condujo a una habitación lateral, a salvo de miradas indiscretas.

Caradhar no esperaba ser recibido dentro del laboratorio, por lo que acogió la situación con interés. Darial violaba el protocolo dejando pasar a un extraño, pero en aquel momento lo dominaba una cierta irritación y no parecía que aquello lo preocupara.



-¿Dónde has estado estos tres últimos días? -exigió saber, sin soltar el brazo de su compañero.



-He estado ocupado -respondió el interpelado, aunque no era cierto: durante los últimos días se había mantenido alejado a propósito del elfo de más edad.



-Te dejé bien claro que no quiero que desaparezcas de mi vista sin avisarme -sus dedos apretaron cruelmente la muñeca de su presa, hundiéndose en la carne.



-Pero ahora estoy aquí. He venido expresamente a buscarte -repuso Caradhar suavemente, a pesar del dolor-. Pensé que te satisfaría.



Darial se dividió entre el enojo y, sí, la satisfacción que le producía aquella visita. Disminuyó la presión y atrajo al muchacho hacia sí.



-No deberías estar es este lugar... Pero te perdonaré esta vez, si eres muy obediente y vas a esperarme a mis aposentos. Tendrás que compensarme por los últimos tres días -añadió con una media sonrisa.



-¿No vas a enseñarme el laboratorio?



-Eso te gustaría, ¿eh? Pero, como ya he dicho, sólo los alquimistas pueden entrar aquí; de hecho, voy a meterme en líos si dejo que los demás te vean. No: haz lo que te digo -y añadió, al ver la ligera expresión de desencanto en su rostro:- en otra ocasión, veré lo que puedo hacer. Y ahora, vete.



Caradhar obedeció y abandonó el lugar, no sin antes echar un último vistazo por encima del hombro. En cuanto a Darial, permaneció mirando las puertas por las que había salido aquél, y se sintió presa del desasosiego. Con premura, regresó a la gran sala. Quería despachar los asuntos del día con rapidez; quería terminar cuanto antes y volver a su habitación, y encerrarse con él.

Su juguete se había convertido en su adicción.





***





-Adhar, ¿dónde diablos estás mirando?



Caradhar alzó la vista, sobresaltado. Encima de él, Darial lo contemplaba con el ceño fruncido.

Por supuesto, el joven no podía confesarle que estaba escudriñando las esquinas de la habitación, tratando de localizar un tipo de sombra más sólido, o al menos, una pista que delatara la posible presencia del Darshi'nai. Optó por permanecer callado, y Darial, exasperado, se levantó, se sirvió vino y vació la copa de un solo trago. Dos veces.

Volvió la vista al muchacho, que no se había movido de la cama; tampoco habría podido hacerlo, porque tenía el brazo izquierdo ligado al cabecero de madera con una larga tira de cuero: era el juego del día. El cuero mordía en su carne de manera visible, pero Caradhar no se quejaba. Nunca lo hacía; se limitaba a quedarse debajo de él, cediendo a sus deseos con muda sumisión. Al principio, el alquimista había desdeñado esa actitud con una sonrisita de suficiencia: mientras pudiera obtener satisfacción, poco le importaba. Pero con el tiempo, se había vuelto ambicioso. Poseer un cuerpo sin voluntad no era suficiente; quería despertar sentimientos. Quería tener la seguridad de que algo se retorcía en las entrañas de Caradhar, igual que lo sentía dentro de sí mismo. Cualquier cosa, excepto aquellos fríos ojos que siempre miraban inexpresivos. Y esa noche, por añadidura, parecía estar distraído, como si su atención estuviera en otra parte. Como si se estuviera burlando de él.

Darial sintió cómo una burbuja de ira crecía en su interior. Se precipitó con grandes zancadas sobre su compañero y lo inmovilizó con su cuerpo, aprisionando su brazo libre sobre la cama, mientras clavaba sus dedos, convertidos en garras, en la piel blanca del cuello del joven. Caradhar se sobresaltó, ahogando un gemido de dolor, pero continuó en silencio. Aquello fue más de lo que Darial pudo soportar.



-¿Te hago daño? ¿Quieres que pare? -preguntó, apretando los dientes- ¡Pues suplícame! ¡Mírame, por una vez, y di algo! Sé que te he hecho daño, muchas veces, en todo este tiempo; antes no tenías elección... ¡Pero ahora la tienes! Si tanto te disgusto, ¿por qué vienes a mí voluntariamente? Por fuerza... por fuerza tienes que sentir algo... -añadió, casi como una súplica- Si me odias... ¿por qué infiernos no lo dices?



Al ver que Caradhar, con el ceño fruncido, sólo le devolvía la mirada, el elfo rubio liberó su presa y le propinó un fuerte golpe con el dorso de su puño cerrado. El labio inferior del dotado comenzó a sangrar y a hincharse; con el reflejo adquirido tras años de práctica, el joven evitó que la herida se cerrase, dejando que la sangre manara sobre su barbilla.

Resultaba extremadamente difícil para un elfo con el Don interrumpir voluntariamente el proceso natural de curación de su cuerpo. La gran mayoría ni tan siquiera lo intentaba activamente, dejando simplemente que la naturaleza siguiera su curso. Para Caradhar, las cosas habían sido diferentes. Durante su infancia, el tiempo que había pasado con Darial le había enseñado que, desde el retorcido punto de vista de su mentor, no tenía ningún sentido infligir un castigo corporal si las huellas del mismo iban a desaparecer en cuestión de segundos. Darial obtenía un placer morboso de la visión de las marcas sobre la piel pálida del muchacho; privarle del mismo sólo conducía a nuevos castigos, y los dotados no eran insensibles al dolor... Así pues, aquello se había convertido en un mecanismo de supervivencia, y el reflejo condicionado seguía ahí, años más tarde.



Unos golpes interrumpieron la escena. El alquimista, furioso, volvió la vista a la puerta, y ya se disponía a pedir a gritos que lo dejaran en paz cuando esta se abrió de par en par.

Una elfa permaneció inmóvil durante varios segundos bajo el dintel, con la vista fija en la pareja. Llevaba un diáfano vestido de seda azul que ceñía su cuerpo pequeño y delgado, y sus largos y lisos cabellos oscuros enmarcaban un rostro ligeramente anguloso, de ojos rasgados y labios finos de color rojo. Era bella, aunque ciertamente había dejado de ser joven hacía mucho tiempo, y la desagradable mueca de desprecio con la que contemplaba a Darial intensificaba sus pequeñas arrugas de expresión. Por su parte, el alquimista, lívido, saltó de la cama, buscó una túnica con la que vestirse y corrió a mostrar sus respetos hacia la recién llegada, con una reverencia. Esta se acercó, inclinó la cabeza y estudió a Caradhar, con sonrisa burlona.



-Así que, Darial, esta es la razón de que hayas sido tan evasivo últimamente -habló la recién llegada, con una segunda ojeada al elfo de cabellos rojos, el cual no se molestó en intentar cubrirse, y la estudió con igual curiosidad. Alrededor del cuello, la elfa llevaba un colgante con un sello muy familiar, que representaba un animal mitológico...-. De hecho, te mantiene tan ocupado que ha hecho que tu rendimiento en el trabajo decrezca considerablemente...



-Su Señoría...



-Darial -lo interrumpió ella, tomando su barbilla con la mano cargada de anillos, sus largas uñas pintadas de escarlata clavándose en la carne-, a pesar de tu pésima reputación, sabes que siempre has sido objeto de mi estima, y pensaba que el sentimiento era mutuo... -su voz cortante sonaba a la vez burlona y decepcionada. El rubio elfo trató de abrir la boca para protestar, pero ella no se lo permitió- Ahora bien, en esta posición de responsabilidad, son los resultados lo que cuenta, y necesito un asistente devoto y leal y que pueda hacer su trabajo. Si yo no estoy satisfecha, Lord Killien no lo estará tampoco... ¿entiendes lo que quiero decir? Hasta ahora no le he dicho una palabra, pero me pregunto qué pensaría si supiera lo que haces con uno de sus preciosos dotados... -ella lo soltó, y acto seguido lo abofeteó. Uno de sus aparatosos anillos rasgó la mejilla del alquimista, dejando un surco ensangrentado- Será mejor que dejes de complacerte en tu chiquillo y empieces a complacerme a mí. Si sabes lo que te conviene.



La elfa se volvió y abandonó la habitación apresuradamente. Darial, demasiado confuso para hablar, cerró la puerta tras ella, se dirigió con paso vacilante a la cama y se sentó. Con la mano se rozó la herida, y pareció sorprenderse de ver sus dedos teñidos de rojo. Entonces Caradhar, estirándose todo lo que daban de sí sus ligaduras, se arrodilló junto a él, y humedeciendo su dedo índice en la sangre de su propia herida, lo deslizó sobre la mejilla de su compañero. El corte se cerró al instante.

Para el joven dotado, cerrar una herida era casi un acto reflejo; pero para Darial, que nunca antes había experimentado la acción curativa del Don, la cálida sensación sobre su piel y la calmada expresión de los ojos del joven resultaron embriagadoras. Sintió un vacío en la boca del estómago; empujó violentamente a Caradhar sobre el colchón y lo besó, saboreando la sangre que aún cubría sus labios, sabiendo que sólo había una forma de llenar ese vacío. Impaciente, cortó la tira de cuero y, colocándose sobre el joven, se instaló entre sus piernas separadas, penetrándolo ansioso pero con más gentileza que en otras ocasiones, como si quisiera disfrutar la sensación de su carne rindiéndose lentamente ante él mientras su miembro iba abriendo el camino. Comenzó a moverse, gimiendo con cada vaivén, sin dejar de mirarlo a los ojos, con la aspiración de que se asomara a ellos y viera que el placer que le estaba haciendo sentir era real, y nadie más que él podía proporcionárselo.

Cuando culminó, y por vez primera, se demoró en retribuir al joven, enterrando la cabeza entre sus muslos. Este, sorprendido, abrió los ojos de par en par; lentamente acabó cerrándolos, dejándose llevar.



Entrada la noche Caradhar preguntó:



-¿Esa era... el Gran Alquimista?



-Sí.



-No sabía que fuera una elfa.



Darial rió entre dientes, acariciando los rojos cabellos de su compañero, depositando besos aquí y allá sobre la piel blanca.



-¿No lo sabías? Lord Killien es un maestro del control sobre sus súbditos; dado que de vez en cuando tiene a bien compartir la cama con ella, esa bruja se cree muy especial... Pero lo cierto es que ella, como Gran Alquimista, custodia la llave del gran poder del Maede, y nadie, ni siquiera la Maeda, tiene tantos privilegios.



-¿Y si algo le ocurriera?



Darial pareció meditar la cuestión durante un instante.



-Entonces uno de sus asistentes tendría que tomar su lugar...



Un largo silencio cayó entre ambos.



-¿Qué harás ahora? ¿Dejarás de verme? -continuó, por fin, Caradhar- No creo que tengas elección.



-¿Eso te gustaría? -los dedos del elfo más maduro se hundieron en la piel del más joven- ¿Crees que voy a renunciar tan fácilmente? No; es posible que tenga que agachar la cabeza con humildad y seguirle el juego a esa perra durante algún tiempo, pero ya pensaré en algo.



Caradhar cerró los ojos; pronto su respiración se volvió lenta y regular. Darial, en cambio, permaneció despierto toda la noche, su mente bullendo con ideas y sentimientos.





De vuelta a su habitación, el elfo pelirrojo se encontró con una familiar figura encapuchada desvergonzadamente acomodada sobre su cama.



-Hola, Adhar. ¿Puedo llamarte Adhar? He oído que tus amigos suelen llamarte así -el interpelado frunció en ceño, pero no replicó-. Como ves, estoy de vuelta, y traigo la cabeza sobre los hombros. Eso quiere decir que no me han pillado, ¿eh? -el espía soltó una risita y se incorporó- Ha sido duro, pero he estado husmeando en los aposentos de Lord Killien. Oh, nada de alabanzas, el Maede es una pizca despreocupado en lo que a seguridad se refiere y he visto cosas peores. Digamos que se confía en sus habilidades personales.



-¿Qué has descubierto?



-Bien... Las habitaciones son bastante inaccesibles desde el exterior. Habría que ser un pájaro para colarse por ahí. A la entrada, la guardia personal hace turnos para vigilar, incluso cuando él no está. Las puertas son muy sólidas, y -esto es bueno para nosotros- amortiguan bastante el sonido. Dentro hay una antecámara que lleva al dormitorio en sí a través de un corredor estrecho. El cabrón astuto tiene poco mobiliario que permita ocultarse, pero, eso sí, una cama brutalmente grande, y parece que le gusta llenarla cada noche -nueva risita-. Y, esto es lo mejor, una camita a sus pies donde hace pernoctar a sus pequeños mellizos dotados. ¡Las cosas que habrán visto y oído esos críos...! No creo ni que se moleste en hacerlos salir cuando se está tirando a sus zorritas. Más bien, y dado que uno de los mellizos es una niña, habría que preguntarse si la camita no está medio vacía cada noche -Caradhar se revolvió, algo incómodo, y el Sombra se burló al percatarse-. No me digas que estoy hiriendo tu sensibilidad... En fin, en definitiva, el tipo se ha cubierto las espaldas contra un ataque a distancia. Las habitaciones están diseñadas sin recovecos, sin grandes espacios. Cuando sale, siempre lleva escolta, y siempre conserva a sus dotados a mano.



-Si eres capaz de colarte en su dormitorio, ¿qué te impide atacarlo de cerca?



El Sombra lanzó una mirada de reojo al joven; con sorna, como si estuviera explicándole algo a un niño, dijo:



-Chico, ¡nadie puede atacar al Maede de cerca! A estas alturas ya deberías saberlo. Tú has probado su poder -Caradhar desvió la mirada sin decir nada-. Joder, soy bueno, pero si fuera tan sencillo... En este juego, si no supiera cuidarse de sí mismo, un elfo de su posición no duraría ni dos días. Estar en el Primer Círculo es como vivir rodeado de carroñeros, esperando que des un traspiés para ocupar tu lugar.



-¿Serías capaz de facilitarme el camino para acceder a sus aposentos?



-Tú.... ¿no me has escuchado? ¿Qué infiernos crees que podrías hacer? Estoy metido en esto para ayudarte a acceder al Maede abiertamente, no como un vulgar ladrón en mitad de la noche. No voy a allanarte el camino para que te suicides.



-Eso no depende sólo de mí. Pero, llegado el caso, necesito saber cuáles son mis opciones.



-Ya veo que tienes algo entre manos... Y tiene que ver con el alquimista también... Esta noche he podido asistir a un espectáculo interesante. Y estuviste divertidísimo, mirando a todos lados para ver si me pillabas. Por poco no me meo en los pantalones, de la risa.



-¿Dónde diablos...? -Caradhar suspiró, lanzando una mirada muy poco amable al espía- Pues, si no te perdiste detalle, no veo la necesidad de contarte nada.



-Tienes al alquimista en el bote, ¿hmmm? Casi me da miedo pensar en lo que pasa por la cabeza de ese puerco -el encapuchado dejó de hablar de repente y aguzó el oído, haciendo señas a su compañero para que hiciera lo propio. Al cabo de unos segundos, se levantó ágil y silenciosamente-. Me largo.



Al pasar junto a Caradhar, el Sombra observó su rostro, y luego tomó su muñeca izquierda, allí donde las ligaduras de cuero deberían haber dejado señales: ambos estaban intactos. Sus dedos enguantados se demoraron más tiempo del necesario sobre la pálida piel, pero el dotado no protestó. Nunca había estado tan cerca de él, y se esforzó por distinguir más detalles de aquel rostro ensombrecido por la tela oscura. Pero, entonces, el joven habló.



-Si algún día tengo ocasión de atarte, no me sentiré culpable por dejarte marcas -comentó jocosamente.



-No tendrás ocasión de hacerlo.



El dotado retiró la mano con prontitud. Había tal frialdad y decisión en sus ojos rojos que el espía, incómodo, no sintió deseos de continuar la broma y simplemente se esfumó.



 


       
Capítulo anterior                                                                                            Capítulo siguiente







No hay comentarios:

Publicar un comentario