2012/02/24

EL DON ENCADENADO X: Un viejo desconocido






Viejo Zorro golpeó a la puerta de la habitación de Caradhar. El alojamiento, espartano, ni siquiera contaba con una ventana, así que debía alumbrarse con velas o lámparas de aceite a todas horas del día. Por lecho tenía un colchón colocado directamente en el suelo, junto a un baúl casi vacío. En una esquina había un desvencijado escritorio y una silla; en la otra, una tina de madera y una jarra, y junto a ellas una especie de pantalla plegable con la que el alquimista había equipado el cuarto en deferencia al decoro del elfo; la pantalla había permanecido plegada y cubierta de polvo todos aquellos años. No es que careciera de consideración hacia su aprendiz; lo cierto es que el alojamiento de Maese Jaexias no era mucho mejor, y al joven nunca pareció importarle, ni manifestó queja alguna al respecto.

Ahora se encontraba agazapado en la tina de madera, en medio de un baño. Cuando su mentor entró, Caradhar se levantó, sin ningún pudor, y echó mano de un paño para secarse. Había perdido bastante peso; el viejo podía contar sus costillas perfectamente, bajo aquella piel tan pálida que casi parecía enfermiza.



-Vaya, chico, me halaga que admires tanto a tu maestro que hagas todo lo posible por parecerte a él -observó, con ironía-. Pero, antes de adquirir el aspecto de un viejo alquimista humano, deberías tal vez llenar más la barriga y pasar menos horas en el laboratorio, sí señor -el elfo no respondió; Viejo Zorro suspiró y sacudió la cabeza-. Tengo algo que proponerte; es un poco largo y complicado... -Caradhar señaló la silla y él mismo se sentó, con las piernas cruzadas, en el colchón-. Bien; primero quiero decirte que no estás obligado a decir que sí, y por mi parte, las cosas no van a cambiar. Lo entiendes, ¿verdad?



El elfo frunció el ceño, intrigado, y asintió. Maese Jaexias lo puso entonces al corriente de los temas tratados en la asamblea, tanto como le habían permitido contar, e incluso un poco más, porque sabía que el muchacho, a pesar de tener sus secretos, no lo traicionaría. Cuando llegó a la parte en la que se había barajado la posibilidad de enviar a alguien que informara directamente a los humanos, el alquimista se mantuvo firme.



-Sé que se trata de una tarea muy arriesgada; por otro lado, tendrías que actuar con lealtad a Therendanar, tal vez en contra de los tuyos, y convertirte en agente en una Casa extraña; y no sería inusitado que nuestros propios aliados en la Ciudad Argéntea intentaran convencerte para que no compartas con nosotros cualquier información que pudieras obtener. En fin: si tienes la mínima duda al respecto y crees que no podrás cumplir tu papel, lo mejor es que rehúses.



Caradhar no dedicó mucho tiempo a considerarlo. No deseaba abandonar la seguridad del laboratorio, ni volver a sentirse atrapado en una Casa élfica, pero creía que tenía una deuda con el viejo alquimista por todos los años que lo había acogido bajo su protección.



-No le debo nada a los Arestinias; de hecho, no le debo nada a ninguna Casa de Argailias -dijo, sin exaltarse-. ¿Qué tengo que hacer?







Verella Dep'Attedern era una de esas personas a las que era imposible no mirar: más alta que la mayoría, vestida con un traje negro masculino, abotonado hasta el cuello, pero tan ceñido que dejaba intuir las formas de su cuerpo musculoso y elástico. Llevaba el largo cabello rubio recogido en un elaborado peinado, mostrando una nuca muy bella en las escasas ocasiones en las que daba la espalda a la gente. Su rostro, completamente libre de afeites, era anguloso y deliciosamente ambiguo, con un astuto par de ojos del color del acero, y tan cortantes como él.

En su juventud había actuado como espía, y la edad (imposible de adivinar por efecto de las pociones) la había hecho fuerte, sabia... y cómoda. Ahora se dedicaba a dirigir el Gabinete de Inteligencia del Príncipe, y había dejado atrás, con gran satisfacción, el trabajo de campo. Las malas lenguas diferían en sus opiniones: algunos decían que era una amante exclusiva de mujeres; otros, que permitía una excepción a esta regla en la persona del Príncipe.

Caradhar, sentado frente a ella en la privacidad de su despacho, se sentía bastante incómodo. No estaba acostumbrado a tratar con mujeres humanas, y menos con la presencia de aquella; le resultaba atractiva pero, al mismo tiempo, le recordaba de alguna forma a Darial. Deseaba que aquella entrevista no se prolongara mucho tiempo.

Por su parte, Verella estaba al tanto, por supuesto, de que Maese Jaexias había tomado un aprendiz elfo, pero aquella era la primera vez que tenía la oportunidad de hablar directamente con él; el viejo alquimista había puesto buen cuidado en mantenerlo apartado de curiosos.



-¿Alguna vez has tenido contacto con la Casa Arestinias, Caradhar? -le preguntó la mujer; el elfo negó con la cabeza- Sabrás que pertenece al Primer Círculo. Está gobernada por Lady Neskahal, que heredó el título de su padre y aún no ha contraído matrimonio, según dicen, para no tener que compartir el poder. Los miembros de su consejo intentaron forzarla a tomar un esposo y garantizar la sucesión; se sabe que tres de ellos, al menos, han muerto "por causas naturales" desde entonces. Se rumorea que es aficionada a tener amantes: unos, abiertamente; otros, de forma más discreta.

"En mi opinión, ha llegado a un punto en el que tiene la necesidad de realizar algún movimiento que asegure su posición. No es una Casa particularmente rica, ni tiene los mejores alquimistas, y hay Casas del Segundo Círculo que codician su puesto y se hallan peligrosamente cerca...

"Es muy posible que hayan puesto sus esperanzas en potenciar su laboratorio; por eso hemos concluido que alguien con tus conocimientos podría muy bien ofrecerse para completar su formación junto a sus alquimistas; es difícil que rechacen adeptos hábiles en estos días.



-Aunque el intercambio de alquimistas no sea infrecuente, sólo se hacen entre Casas aliadas -interrumpió el elfo-. Jamás aceptarían a un extraño como yo que, además, no pertenece a ninguna de ellas.



-Oh, eso es lo mejor -sonrió la mujer, de manera un tanto enigmática-. En el principado de Misselas, a veinte jornadas de viaje al norte, hay una próspera comunidad élfica que trabaja codo con codo con los alquimistas del Príncipe. Su Gran Alquimista estará más que satisfecho de dar por pagado un viejo favor, así que podemos conseguirte un certificado, salvoconducto, carta de recomendación y lo que deseemos. Tan sólo tendrías que emplear algún tiempo en adquirir conocimiento básico sobre la ciudad y crear un personaje coherente. Además, para ultimar los detalles, nuestros aliados de La Ciudad Argéntea has ofrecido toda la colaboración que podamos necesitar. Y bien, ¿aceptarás?



-Sólo quisiera saber una cosa: ¿quiénes son esos aliados?



-El secretario del embajador te recibirá en sus dependencias, en los alojamientos de la parte sur de la fortaleza. Haré que te guíen hasta allí.



Caradhar fue conducido, a través de los patios exteriores, al ala donde se alojaban los invitados especiales del Príncipe. Lo hicieron pasar a una estancia decorada a la manera de Argailias, aunque el mobiliario escaso y la ausencia de cortinas y tapices llamó su atención. Las paredes de piedra, casi desnudas, no hacían nada por atenuar el frío reinante; el joven, temblando, se acercó a la chimenea, en la que ardía un buen fuego.

El tiempo pasaba y no acudía nadie a recibirlo. Comenzaba a preguntarse si no se habrían olvidado de él, cuando una figura que antes no estaba ahí apareció en el campo de visión del elfo; vestía de negro, y una capucha ocultaba parcialmente sus facciones. Su voz despreocupada también resultaba muy familiar.



-Saludos, Adhar. ¡Joder, tienes un aspecto horrible!



El pelirrojo frunció el ceño. Aquella era una persona a la que no se esperaba encontrar pero, al mismo tiempo, su presencia no lo tomaba por sorpresa.



-Tú no eres el secretario del embajador...



-¿No me digas? -observó el Sombra, con sorna- Estas son, realmente, sus dependencias, pero él es lo suficientemente amable para dejar que un viejo conocido tuyo te ponga al corriente de todo...



-No necesito que me pongas al corriente de nada -dijo Caradhar, caminando hacia la puerta-. Intuía que esto tenía que ver con Casa Elore'il. Ya no formo parte de ella, y no deseo...



-¡Espera! -el espía saltó, rápido como un gato, y tomó al dotado por el hombro- Escucha antes lo que quiero decirte. Estoy aquí por cuenta de Casa Llia'res; yo nunca he pertenecido a Elore'il. Vale, es cierto que viene a ser lo mismo, tal y como están las cosas, pero, ¿por qué quieres volver la espalda a la Casa donde te criaste? -Caradhar se soltó, sin responder, y siguió caminando- ¡Te he estado observando! De vez en cuando, siempre que podía... todos estos años...



El aprendiz de alquimista se detuvo en seco. Respiró hondo, y preguntó, dándole aún la espalda, con voz dura y con un ligero matiz de cólera:



-Pero, ¿es que nunca me van a dejar en paz? ¿Qué demonios es lo que quieren de mí?



-Caradhar, no seas ingenuo: tienes el Don; tienes... otros dones que yo aún no comprendo. ¿Crees que te van a dejar ir, así como así? Considérate afortunado de que te permitieran venir aquí, y que me jodan si sé cómo conseguiste eso, siquiera... Tienes que creerme: no pensaban mezclarte en esto. Fue iniciativa de los humanos: deben creer que serás lo suficientemente leal como para que les seas de utilidad...



-¿Debería ser leal entonces a una gente que planta un espía a mi puerta para vigilar que no... confraternice demasiado con los humanos? Si así están las cosas, me marcharé.



-No van a dejar que te vayas -el Sombra volvió a acercarse al joven; había genuina comprensión en su voz-. Créeme, no merece la pena intentarlo.



-Entonces volveré a mi laboratorio y seguiré viviendo mi pequeña mentira en mi pequeña jaula. No tengo por qué mover un dedo para contentar a ningún amo. No tengo por qué...



-Caradhar, yo he visto cómo vives... ¿No estás cansado de ese nido de ratas? -el Sombra extendió la mano y gentilmente volvió a posarla en el hombro del dotado- ¿No tienes ganas de hacer algo que te haga volver a sentir vivo? Siempre podrás volver a tu refugio, si lo echas de menos... Pero, ¿estar aquí para siempre? ¡Que les den a los humanos y que les den a los nobles! Yo sé muy bien lo que es moverte en círculos porque la cadena que tienes al cuello no da más de sí. Si hay que vivir al extremo de una cadena... ¡al menos diviértete mordiendo a quien se ponga a tiro!



Caradhar apretó los labios; se zafó de nuevo de la mano enguantada y sostuvo el tirador de la puerta.



-En todo este tiempo, ni una sola vez me ordenaron que fuera a espiarte. Siempre vine por mi cuenta, porque quería comprobar si estabas bien; porque quería volver a verte.



El elfo pelirrojo dudó unos instantes; luego se volvió hacia el espía y tiró de su capucha hacia atrás con un movimiento brusco, sin encontrar resistencia.

El Sombra, como ya había adivinado, era joven. Tenía los cabellos negros, recogidos en una cola de caballo, facciones regulares, unos labios que tendían a arquearse en una sonrisa burlona y unos brillantes ojos oscuros bajo las cejas ligeramente en punta. Era atractivo; en cierta forma, parecía una versión juvenil de Nestro.



-Vaya, has crecido. Ahora eres tan alto como yo -el Sombra sonrió; esta vez, sin una pizca de burla.



 


       
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