Viejo
Zorro golpeó a la puerta de la habitación de Caradhar. El
alojamiento, espartano, ni siquiera contaba con una ventana, así que
debía alumbrarse con velas o lámparas de aceite a todas horas del
día. Por lecho tenía un colchón colocado directamente en el suelo,
junto a un baúl casi vacío. En una esquina había un desvencijado
escritorio y una silla; en la otra, una tina de madera y una jarra, y
junto a ellas una especie de pantalla plegable con la que el
alquimista había equipado el cuarto en deferencia al decoro del
elfo; la pantalla había permanecido plegada y cubierta de polvo
todos aquellos años. No es que careciera de consideración hacia su
aprendiz; lo cierto es que el alojamiento de Maese Jaexias no era
mucho mejor, y al joven nunca pareció importarle, ni manifestó
queja alguna al respecto.
Ahora
se encontraba agazapado en la tina de madera, en medio de un baño.
Cuando su mentor entró, Caradhar se levantó, sin ningún pudor, y
echó mano de un paño para secarse. Había perdido bastante peso; el
viejo podía contar sus costillas perfectamente, bajo aquella piel
tan pálida que casi parecía enfermiza.
-Vaya,
chico, me halaga que admires tanto a tu maestro que hagas todo lo
posible por parecerte a él -observó, con ironía-. Pero, antes de
adquirir el aspecto de un viejo alquimista humano, deberías tal vez
llenar más la barriga y pasar menos horas en el laboratorio, sí
señor -el elfo no respondió; Viejo Zorro suspiró y sacudió la
cabeza-. Tengo algo que proponerte; es un poco largo y complicado...
-Caradhar señaló la silla y él mismo se sentó, con las piernas
cruzadas, en el colchón-. Bien; primero quiero decirte que no estás
obligado a decir que sí, y por mi parte, las cosas no van a cambiar.
Lo entiendes, ¿verdad?
El
elfo frunció el ceño, intrigado, y asintió. Maese Jaexias lo puso
entonces al corriente de los temas tratados en la asamblea, tanto
como le habían permitido contar, e incluso un poco más, porque
sabía que el muchacho, a pesar de tener sus secretos, no lo
traicionaría. Cuando llegó a la parte en la que se había barajado
la posibilidad de enviar a alguien que informara directamente a los
humanos, el alquimista se mantuvo firme.
-Sé
que se trata de una tarea muy arriesgada; por otro lado, tendrías
que actuar con lealtad a Therendanar, tal vez en contra de los tuyos,
y convertirte en agente en una Casa extraña; y no sería inusitado
que nuestros propios aliados en la Ciudad Argéntea intentaran
convencerte para que no compartas con nosotros cualquier información
que pudieras obtener. En fin: si tienes la mínima duda al respecto y
crees que no podrás cumplir tu papel, lo mejor es que rehúses.
Caradhar
no dedicó mucho tiempo a considerarlo. No deseaba abandonar la
seguridad del laboratorio, ni volver a sentirse atrapado en una Casa
élfica, pero creía que tenía una deuda con el viejo alquimista por
todos los años que lo había acogido bajo su protección.
-No
le debo nada a los Arestinias; de hecho, no le debo nada a ninguna
Casa de Argailias -dijo, sin exaltarse-. ¿Qué tengo que hacer?
Verella
Dep'Attedern era una de esas personas a las que era imposible no
mirar: más alta que la mayoría, vestida con un traje negro
masculino, abotonado hasta el cuello, pero tan ceñido que dejaba
intuir las formas de su cuerpo musculoso y elástico. Llevaba el
largo cabello rubio recogido en un elaborado peinado, mostrando una
nuca muy bella en las escasas ocasiones en las que daba la espalda a
la gente. Su rostro, completamente libre de afeites, era anguloso y
deliciosamente ambiguo, con un astuto par de ojos del color del
acero, y tan cortantes como él.
En
su juventud había actuado como espía, y la edad (imposible de
adivinar por efecto de las pociones) la había hecho fuerte, sabia...
y cómoda. Ahora se dedicaba a dirigir el Gabinete de Inteligencia
del Príncipe, y había dejado atrás, con gran satisfacción, el
trabajo de campo. Las malas lenguas diferían en sus opiniones:
algunos decían que era una amante exclusiva de mujeres; otros, que
permitía una excepción a esta regla en la persona del Príncipe.
Caradhar,
sentado frente a ella en la privacidad de su despacho, se sentía
bastante incómodo. No estaba acostumbrado a tratar con mujeres
humanas, y menos con la presencia de aquella; le resultaba atractiva
pero, al mismo tiempo, le recordaba de alguna forma a Darial. Deseaba
que aquella entrevista no se prolongara mucho tiempo.
Por
su parte, Verella estaba al tanto, por supuesto, de que Maese Jaexias
había tomado un aprendiz elfo, pero aquella era la primera vez que
tenía la oportunidad de hablar directamente con él; el viejo
alquimista había puesto buen cuidado en mantenerlo apartado de
curiosos.
-¿Alguna
vez has tenido contacto con la Casa Arestinias, Caradhar? -le
preguntó la mujer; el elfo negó con la cabeza- Sabrás que
pertenece al Primer Círculo. Está gobernada por Lady Neskahal, que
heredó el título de su padre y aún no ha contraído matrimonio,
según dicen, para no tener que compartir el poder. Los miembros de
su consejo intentaron forzarla a tomar un esposo y garantizar la
sucesión; se sabe que tres de ellos, al menos, han muerto "por
causas naturales" desde entonces. Se rumorea que es aficionada a
tener amantes: unos, abiertamente; otros, de forma más discreta.
"En
mi opinión, ha llegado a un punto en el que tiene la necesidad de
realizar algún movimiento que asegure su posición. No es una Casa
particularmente rica, ni tiene los mejores alquimistas, y hay Casas
del Segundo Círculo que codician su puesto y se hallan
peligrosamente cerca...
"Es
muy posible que hayan puesto sus esperanzas en potenciar su
laboratorio; por eso hemos concluido que alguien con tus
conocimientos podría muy bien ofrecerse para completar su formación
junto a sus alquimistas; es difícil que rechacen adeptos hábiles en
estos días.
-Aunque
el intercambio de alquimistas no sea infrecuente, sólo se hacen
entre Casas aliadas -interrumpió el elfo-. Jamás aceptarían a un
extraño como yo que, además, no pertenece a ninguna de ellas.
-Oh,
eso es lo mejor -sonrió la mujer, de manera un tanto enigmática-.
En el principado de Misselas, a veinte jornadas de viaje al norte,
hay una próspera comunidad élfica que trabaja codo con codo con los
alquimistas del Príncipe. Su Gran Alquimista estará más que
satisfecho de dar por pagado un viejo favor, así que podemos
conseguirte un certificado, salvoconducto, carta de recomendación y
lo que deseemos. Tan sólo tendrías que emplear algún tiempo en
adquirir conocimiento básico sobre la ciudad y crear un personaje
coherente. Además, para ultimar los detalles, nuestros aliados de La
Ciudad Argéntea has ofrecido toda la colaboración que podamos
necesitar. Y bien, ¿aceptarás?
-Sólo
quisiera saber una cosa: ¿quiénes son esos aliados?
-El
secretario del embajador te recibirá en sus dependencias, en los
alojamientos de la parte sur de la fortaleza. Haré que te guíen
hasta allí.
Caradhar
fue conducido, a través de los patios exteriores, al ala donde se
alojaban los invitados especiales del Príncipe. Lo hicieron pasar a
una estancia decorada a la manera de Argailias, aunque el mobiliario
escaso y la ausencia de cortinas y tapices llamó su atención. Las
paredes de piedra, casi desnudas, no hacían nada por atenuar el frío
reinante; el joven, temblando, se acercó a la chimenea, en la que
ardía un buen fuego.
El
tiempo pasaba y no acudía nadie a recibirlo. Comenzaba a preguntarse
si no se habrían olvidado de él, cuando una figura que antes no
estaba ahí apareció en el campo de visión del elfo; vestía de
negro, y una capucha ocultaba parcialmente sus facciones. Su voz
despreocupada también resultaba muy familiar.
-Saludos,
Adhar. ¡Joder, tienes un aspecto horrible!
El
pelirrojo frunció el ceño. Aquella era una persona a la que no se
esperaba encontrar pero, al mismo tiempo, su presencia no lo tomaba
por sorpresa.
-Tú
no eres el secretario del embajador...
-¿No
me digas? -observó el Sombra, con sorna- Estas son, realmente, sus
dependencias, pero él es lo suficientemente amable para dejar que un
viejo conocido tuyo te ponga al corriente de todo...
-No
necesito que me pongas al corriente de nada -dijo Caradhar, caminando
hacia la puerta-. Intuía que esto tenía que ver con Casa Elore'il.
Ya no formo parte de ella, y no deseo...
-¡Espera!
-el espía saltó, rápido como un gato, y tomó al dotado por el
hombro- Escucha antes lo que quiero decirte. Estoy aquí por cuenta
de Casa Llia'res; yo nunca he pertenecido a Elore'il. Vale, es cierto
que viene a ser lo mismo, tal y como están las cosas, pero, ¿por
qué quieres volver la espalda a la Casa donde te criaste? -Caradhar
se soltó, sin responder, y siguió caminando- ¡Te he estado
observando! De vez en cuando, siempre que podía... todos estos
años...
El
aprendiz de alquimista se detuvo en seco. Respiró hondo, y preguntó,
dándole aún la espalda, con voz dura y con un ligero matiz de
cólera:
-Pero,
¿es que nunca me van a dejar en paz? ¿Qué demonios es lo que
quieren de mí?
-Caradhar,
no seas ingenuo: tienes el Don; tienes... otros dones que yo aún no
comprendo. ¿Crees que te van a dejar ir, así como así? Considérate
afortunado de que te permitieran venir aquí, y que me jodan si sé
cómo conseguiste eso, siquiera... Tienes que creerme: no pensaban
mezclarte en esto. Fue iniciativa de los humanos: deben creer que
serás lo suficientemente leal como para que les seas de utilidad...
-¿Debería
ser leal entonces a una gente que planta un espía a mi puerta para
vigilar que no... confraternice demasiado con los humanos? Si así
están las cosas, me marcharé.
-No
van a dejar que te vayas -el Sombra volvió a acercarse al joven;
había genuina comprensión en su voz-. Créeme, no merece la pena
intentarlo.
-Entonces
volveré a mi laboratorio y seguiré viviendo mi pequeña mentira en
mi pequeña jaula. No tengo por qué mover un dedo para contentar a
ningún amo. No tengo por qué...
-Caradhar,
yo he visto cómo vives... ¿No estás cansado de ese nido de ratas?
-el Sombra extendió la mano y gentilmente volvió a posarla en el
hombro del dotado- ¿No tienes ganas de hacer algo que te haga volver
a sentir vivo? Siempre podrás volver a tu refugio, si lo echas de
menos... Pero, ¿estar aquí para siempre? ¡Que les den a los
humanos y que les den a los nobles! Yo sé muy bien lo que es moverte
en círculos porque la cadena que tienes al cuello no da más de sí.
Si hay que vivir al extremo de una cadena... ¡al menos diviértete
mordiendo a quien se ponga a tiro!
Caradhar
apretó los labios; se zafó de nuevo de la mano enguantada y sostuvo
el tirador de la puerta.
-En
todo este tiempo, ni una sola vez me ordenaron que fuera a espiarte.
Siempre vine por mi cuenta, porque quería comprobar si estabas bien;
porque quería volver a verte.
El
elfo pelirrojo dudó unos instantes; luego se volvió hacia el espía
y tiró de su capucha hacia atrás con un movimiento brusco, sin
encontrar resistencia.
El
Sombra, como ya había adivinado, era joven. Tenía los cabellos
negros, recogidos en una cola de caballo, facciones regulares, unos
labios que tendían a arquearse en una sonrisa burlona y unos
brillantes ojos oscuros bajo las cejas ligeramente en punta. Era
atractivo; en cierta forma, parecía una versión juvenil de Nestro.
-Vaya,
has crecido. Ahora eres tan alto como yo -el Sombra sonrió; esta
vez, sin una pizca de burla.
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