2012/02/24

EL DON ENCADENADO Imagen, Intro y I: De los brazos de un amante a los de una madre




 

Introducción



Una mirada al Pasado...



Justo antes del amanecer, el cielo se pintó con bandas rosadas y amarillas sobre el horizonte, veladas por jirones de fría niebla. En la Ciudad Argéntea, las ventanas y vidrieras recortadas sobre las estilizadas formas de los edificios aún eran ranuras negras, en silencio.

El brillo de una luz vacilante trazaba lineas en los postigos cerrados de una pequeña ventana; como estaba abierta a un patio interior, no resulta visible desde la calle, y su presencia no era reveladora del pequeño drama que se desarrolla en el interior.

Una figura femenina se sentaba, jadeante, sobre las sábanas revueltas del lecho; mechones de su cabello rojo cubrían su rostro bello pero sudoroso, flanqueado por dos orejas puntiagudas; se trataba de una elfa muy joven, y a pesar del dolor que claramente estaba sufriendo, se contenía para no gritar, sus puños crispados sobre los bordes del colchón. Otra elfa de más edad se inclinaba entre sus piernas abiertas para recoger al bebé que acababa de dar a luz.

-Es un varón, señora -anunció la comadrona con una sonrisa, cubriendo el cuerpecillo de la criatura y tendiéndolo a su joven madre; esta sacudió la cabeza, tratando de recomponer su rostro, desviando la mirada para evitar ver al recién nacido. El gesto de la comadrona delató su decepción, pero alejó al niño obedientemente-. Es mejor hacer la prueba cuanto antes, señora.

Diciendo esto, tomó una pequeño cuchillo afilado y lo deslizó suavemente a lo largo del talón izquierdo del bebé, que rompió a llorar. La joven elfa no pudo evitar sentir curiosidad y fijó la vista en el pequeño pie, en el que el arma había dibujado una raya roja; casi al instante, la herida se cerró, dejando atrás tan sólo algunas gotas de sangre.

La elfa de más edad, regocijándose, pronunció palabras de felicitación, pero la joven madre la mandó callar sin contemplaciones. Suspirando, contempló por fin a su hijo, de piel muy blanca, con su pequeña cabeza coronada por finos cabellos del más vivo color rojo. Si el bebé no hubiera tenido el Don, no habría sido más que un crío corriente, y desembarazarse de él habría resultado mucho más sencillo. Como hija de la Casa Llia'res, un nacimiento natural habría dado al traste con todas sus expectativas de celebrar un matrimonio ventajoso; ni pensar en quedarse con el pequeño bastardo, cuando ocultar el embarazo ya había resultado una tarea casi imposible. Pero un niño así dotado resultaba demasiado valioso; tendría que ocuparse de buscar un sirviente adecuado que lo criara. Nunca se sabía: quizá, en el futuro, el pequeño podría serle de utilidad...



-¿Cómo va a llamarse, señora? -inquirió la comadrona.



La joven miró de nuevo a su hijo; muy a su pesar, su cabello rojo brillante se parecía demasiado al suyo propio. Además, las preguntas de su acompañante le recordaron que debería ocuparse de ella también, muy pronto... Si tan siquiera el dolor la dejara pensar...



-Déjalo ahí y ven a ayudarme -ahogó un gemido, intentando incorporarse-. ¿Es normal que duela tanto? ¿Y que haya tanta sangre...?







Una mirada al mundo...





Hubo un tiempo en que la magia era la fibra que mantenía unido el tapiz del mundo o, al menos, así lo decían los eruditos. Cuando los hombres y los elfos se encontraron por primera vez, allá en una época que los primeros olvidaron y los segundos registraron en crónicas que quedaron sepultadas en bibliotecas polvorientas y perdidas, la magia era un talento que los recién nacidos heredaban, de la misma manera que el color de la piel o el cabello, o la resistencia a las enfermedades; y los elfos se maravillaban de que unas criaturas de apariencia tan tosca como los primitivos humanos fueran capaces de tejer en el Telar, como ellos llamaban al arte de la conjuración, casi con la misma soltura que los elegidos élficos. A las fronteras de las verdes praderas y los bosques donde los elfos de orejas puntiagudas y cabellos de brillantes colores gustaban de habitar, sabios humanos acudían a presentar sus respetos y solicitar consejo sobre el dominio mágico, pues era bien sabido que aquéllos, veteranos en su uso, habían despertado a la civilización mucho antes que los hombres. Cuando los elfos salvajes salieron de la oscuridad de los bosques donde se escondían y aprendieron a comunicarse mediante palabras, a construir bellos objetos y a tejer delicadas telas, así como poderosos hechizos, los humanos eran aún bien similares a animales, y la raza más antigua los evitaba. Pero sucedió que los hombres encontraron su propia voz, y el talento de la magia no les había sido negado; los elfos los miraron con desconfianza, al principio, y después simplemente los toleraron, limitando el contacto a sus fronteras. Con el tiempo hubo entendimiento entre ambos mundos, pero nunca llegaron a mezclarse.

Los humanos gozaban de existencias duraderas por entonces; nada comparado, no obstante, a la prodigiosa longevidad de los elfos. Había quien pensaba que eran sus largas vidas lo que les enseñaba a estos la virtud de la tolerancia, incluso a aquellos sin talento mágico. Pero entre los humanos, que vivían sus vidas con más rapidez e incertidumbre, empezó a crecer la semilla del desasosiego.

Los elfos solían entonces, y aún ahora, considerar a los humanos como niños, que nacían sin saber ser pacientes y que tenían vidas demasiado cortas para aprender. Puede que estuvieran en lo cierto; pero muchos hombres ya miraban con desconfianza a aquellos que eran capaces de tejer en el Telar, y empezaban a sentirse amenazados por esas criaturas de vidas mucho más largas que las suyas; así, la impaciencia y la desconfianza dieron paso a la envidia, y esta al miedo.

Fue entonces cuando aparecieron los primeros alquimistas, los que rompieron la hebra del tejido mágico. Los humanos nacidos sin el talento, pero que ambicionaban el poder y no deseaban estar a merced de aquellos con los que la naturaleza había sido más generosa, buscaron en lo mundano la manera de reemplazar a la magia. Aquello abrió el camino al florecimiento de la biología y la medicina, de la botánica y la mineralogía. A la manera de las escuelas de magia se abrieron laboratorios de alquimia, en los que cualquiera podía acceder a un conocimiento que otorgaba poder... siempre y cuando tuviera el oro necesario.

No pasó mucho tiempo sin que la nueva orden de alquimistas se percatara del gran esfuerzo y tiempo que debían ser invertidos para lograr cualquier avance, por pequeño que fuera, y que, a pesar de todo su empeño, no había pócima, preparado, bebedizo, ungüento o fórmula que pudiera competir en igualdad de condiciones con la energía primordial y básica de la magia. Y entonces, Maese Therendas sugirió lo que, durante mucho tiempo, fue considerada la Gran Blasfemia: la experimentación en personas con el talento.

El maestro Therendas, o Maese Therendas, como se llamaba a los alquimistas de alto rango, tuvo la fortuna de trabajar a la sombra de hombres poderosos, y la particularidad de ser persona de pocos escrúpulos. Albergaba la firme convicción de que sólo usando especímenes con el talento podría la alquimia aspirar a igualar a la magia. Nadie recuerda, por fortuna, los horrores que en nombre de la ciencia llegaron a cometerse; de los primeros estudios realizados sobre cadáveres, pronto se pasó a la utilización de sujetos vivos; y con excesiva frecuencia, los experimentos conducidos en ellos llevaban al mismo resultado, esto es, la muerte.

Las actividades de Maese Therendas y sus seguidores se hicieron de dominio público. Cabría suponer que los poderosos tejedores de hechizos no dejarían de oponer resistencia, aun cuando el número de los poseedores del talento nunca fuere muy alto, pues el alcance de la magia excedía en mucho al de una alquimia todavía en pañales. Y probablemente habrían hecho estallar un conflicto sangriento de no ser por aquellos elfos que, privados del talento y seducidos por los prometedores secretos de la ciencia, renunciaron a sus tradiciones centenarias de veneración a la magia y se volvieron del lado de los alquimistas. Con la discordia morando en el corazón del mundo élfico, la balanza se inclinó hacia los fabricantes de pócimas.



La alquimia resultó ser ineficaz a la hora de desentrañar el misterio de la magia, pero de alguna forma se las arregló para asfixiarla. Maese Therendas, ya en su vejez, y sus seguidores, descubrieron que determinadas substancias, administradas a personas con el talento, eran capaces de extirparlo paulatinamente hasta casi hacerlo desaparecer. La amenaza del dominio de una minoría de órdenes mágicas dejó de ser una realidad.



De cómo el veneno que ahogó el talento pasó de la sangre de los padres humanos a sus hijos; de cómo idéntica suerte se abatió sobre la raza de los elfos; de cómo esto provocó el cisma que devolvió a los elfos tradicionalistas a la profundidad de los bosques, mientras que el resto construyó ciudades para morar cerca de los hombres... De todo esto y mucho más no ha quedado constancia, salvo quizá en la sabiduría perdida de los elfos Silvanos, que nunca se volvieron a dejar ver. Lo único cierto es que los elfos vivieron vidas más cortas, aunque el último resto de magia conocido, al que llamaban el Don, sobrevivió en la sangre de unos pocos de ellos, los dotados, con el poder de la sanación; y que los alquimistas expandieron sus conocimientos y su poder a través de los años, convirtiéndose en la nueva élite, y Maese Therendas ya nunca fue recordado como el responsable de la Gran Blasfemia, sino como el patrón de la ciencia.









De las ciudades de los elfos, la más importante era Argailias, que los humanos llamaban la Ciudad Argéntea. Ningún derroche de imaginación denotaba este apelativo, pues las altas y estrechas torres que, en gran número, se levantaban en el Distrito de los Nobles, y las cuarenta y nueve cúpulas que decoraban el palacio del Príncipe, brillaban bajo la luz del sol con un fulgor plateado. La luz de la luna se bastaba para arrancar destellos argentinos que eran visibles, sobre el muro de la ciudad, para cualquier viajero que se aproximara en la distancia.

La Ciudad Argéntea se alzaba, pues, en todo su esplendor, en el borde de la frontera con el principado humano de Therendanar, a un día de viaje de la capital de igual nombre. Esta proximidad no era accidental: los habitantes de Therendanar, temidos por el resto de los hombres, encontraban valiosos aliados entre algunas casas nobles élficas; el equilibrio de poder de la política de Argailias se sustentaba parcialmente en el dominio de la ciencia alquímica, y los elfos no podían dejar de apreciar la habilidad de los mejores alquimistas humanos que se congregaban entre los muros de la capital vecina.

El Palacio de las Cuarenta y Nueve Lunas, morada del Príncipe, había sido construido en el corazón mismo de la ciudad. A su alrededor, el Distrito de los Nobles desplegaba sus amplias avenidas y sus ocultos y secretos patios interiores en círculos concéntricos, y la proximidad al centro era el criterio que marcaba el rango de las diferentes Casas. Aún más al exterior, el Distrito de los Mercaderes y las instituciones públicas, con su profusión de calles, canales, puentes, paseos, plazas y demás elementos arquitectónicos imaginables suponía un desafío al viajero ocasional que quisiera orientarse... Eso, si había conseguido atravesar con éxito el autentico laberinto exterior de viviendas y la sombría área de los bajos fondos, que los locales llamaban, con desprecio, la Zanja.



Casa Llia'res se alzaba en el segundo círculo del Distrito de los Nobles. No podía ser considerada del más alto rango, pero era lo bastante grande como para que un pequeño elfo huérfano pasara relativamente desapercibido, incluso un dotado. Los escasos elfos nacidos con el Don eran considerados un bien muy preciado, y lo normal era que los plebeyos enviasen a sus hijos e hijas dotados a formar parte de una u otra Casa.

En las manos de diferentes tutores, el recién nacido, cuyos cabellos rojos habían inspirado a su madre el nombre de Caradhar, recibió una educación exhaustiva, a pesar de sus oscuros orígenes. En el laboratorio de su casa, y en algunas visitas a Therendanar, se familiarizó con los principios básicos de la alquimia y visitó el Gran Laboratorio del castillo del príncipe. Fue instruido asimismo en el arte de la lucha, aunque no mostró temprana disposición a las armas. No fue tratado como un sirviente, ni le fue dado tratamiento de noble. Nunca recibió el afecto que es natural disfrutar de unos padres, mas tampoco lo echó en falta, pues no nos es dado extrañar aquello que nunca hemos conocido. Si acaso, fue la ausencia de línea divisoria entre sus aspiraciones y sus limitaciones lo único que alguna vez le produjo confusión; desconocía hasta dónde le sería dado progresar en la vida, y en su aparente sumisión siempre anidó un inconsciente resquicio de ambición.



Por lo que respecta a su madre, el tiempo vino a probar que no se había excedido en sus propias ambiciones. La bella jovencita, conocida como Corail, se convirtió en una bella adulta y se abrió camino hacia la cúspide de la jerarquía argailiana, al ser solicitada en matrimonio por el Maede Killien, señor de la Casa Elore'il del Primer Círculo. Adquirió el título de Maeda y se trasladó con gran pompa a su nueva residencia.

Los años pasaron y Maede Killien comprobó con desencanto que su esposa no aportaba descendencia a la familia. Para intentar congraciarse con él, Dama Corail planeó ofrecer a la Casa un presente muy valioso, venciendo la oposición de Llia'res, que no deseaba dejarlo ir: un joven elfo con el Don...













I: De los brazos de un amante a los de una madre





Una ventana enorme se abría a la luz brillante del verano. Las decenas de opacos vidrios cuadrados filtraban una bella claridad; pero la parte superior, abierta de par en par, dejaba entrar el sol a raudales. Encerraba en un marco amarillo al diván que descansaba a sus pies, cubierto con una tela blanca.

Sobre el diván, echado indolentemente, las piernas colgando sobre el borde, había un elfo. Era bastante joven, pues a duras penas había abandonado la adolescencia; aún de pequeña estatura, y con la complexión ligera de alguien que no se había ejercitado asiduamente con las armas. Poseía, no obstante, un rostro muy hermoso, enmarcado por la más asombrosa melena de cabellos rojos como el rubí, que normalmente caían más allá de sus omóplatos, pero que ahora estaban esparcidos, como un halo de fuego, alrededor de sus hombros. Era tan grande el contraste de la silueta carmesí sobre la tela blanca, como inadvertida pasaba la piel pálida de su torso desnudo, completamente lisa y libre de marcas o cicatrices. Como la de todos los dotados.

El elfo tenía los ojos cerrados y una expresión completamente relajada; se diría que disfrutaba del momento, aunque ninguna sonrisa arqueaba las suaves líneas de sus labios; sólo rompían la placidez de alabastro de sus facciones los trazos de sus cejas y sus sedosas pestañas, del mismo rojo vivo. No llevaba otra cosa que sus calzas, y sus botas yacían a un lado del mueble, junto con su camisa.

No imaginaba que alguien lo estaba observando; otro elfo se había introducido, de puntillas, en la habitación; la multitud de telas que cubrían el resto del mobiliario, las alfombras y las cortinas habían ayudado a amortiguar el sonido de sus pasos. Su plan había sido sorprender al joven del diván con un buen susto; pero al verlo así, había cambiado de idea: es decir, se había quedado boquiabierto, porque era la primera vez que lo contemplaba bajo la luz del sol. Y no tenía palabras.



-Caradhar...



El elfo sobre el diván se incorporó, como un resorte; movió el brazo para proteger su rostro de la luz y sus ojos se abrieron, revelando dos círculos brillantes del mismo color que sus cabellos. Al ver quién había entrado, pareció relajarse.



-No te muevas; quédate como estabas; por favor.



El elfo pelirrojo volvió a tenderse, aunque conservó la mano como una pantalla sobre sus ojos. El recién llegado se acercó y siguió mirándolo fijamente. Enseguida se sacó las botas y se escurrió fuera de su propia camisa; mirar ya no era suficiente.



-Esta vez has elegido un sitio curioso. ¿No entrará nadie? -preguntó Caradhar.



-Quería tener buena luz. Y merece... merece la pena -el elfo colocó la rodilla sobre el diván, cuidando de no bloquear el sol que bañaba el cuerpo de su compañero, y se inclinó-. Mañana te habrás marchado a Elore'il, así que quería que fuera diferente. La verdad, ya no me importa en absoluto si nos oye toda la Casa...



El elfo puso la mano sobre el delgado pecho, sobre el que destacaban las dos areolas rosadas de sus pezones. Su lengua se sintió irremisiblemente atraída hacia esas únicas marcas de color en la piel del joven, y se demoró unos momentos sobre ellas. Pero no pudo olvidarse de que había lugares aún mejores de los que ocuparse, y las calzas de su compañero le estorbaban...

Se arrodilló y tiró con soltura de ellas, exponiendo el resto de su cuerpo. Su sexo, cremoso como su piel, estaba hermosamente cincelado; comenzaba a despertar, así que su boca se aplicó a la tarea de hacer que se alzara completamente; no tardó mucho en tener éxito, y sobre el extremo sonrosado brotó una gota de líquido cristalino, que el sol hizo brillar como una gema. Caradhar tembló, pero no permitió a su pareja que continuara; tirando de sus sienes, hizo que se alzara y se tumbara junto a él. Su lengua se hundió entre sus labios, y su mano, dentro de sus pantalones; encontró rápido lo que buscaba, tan excitado como esperaba. El elfo gimió dentro de su boca; sentía la piel ardiendo, y ya no podía distinguir si era por efecto del sol, o de su propia ansia.





En el laboratorio de Llia'res, Caradhar era una cara conocida. Resultaba curioso que un chico que ni siquiera era un aprendiz, y un dotado, por añadidura, frecuentara un lugar que estaba vedado a extraños. Se murmuraba que todo se debía al encaprichamiento de un cierto alquimista influyente que ya no se encontraba en la Casa. El elfo que en aquellos momentos se encontraba estrechamente abrazado al pelirrojo era, él mismo, un oficial alquimista recién llegado al laboratorio, y no estaba muy al corriente de todos los chismorreos. Poco le importaba: después de pasar semanas comiéndoselo con los ojos, el dotado había aceptado al fin sus avances. Y ahora, el Maede había decidido que pasara a formar parte de Casa Elore'il...



-¿Cómo te sientes por tener que abandonar Llia'res? -preguntó el alquimista, observando con detenimiento los rasgos de su compañero. Este se encogió de hombros con desgana.



-No hay nada que decir; ya está decidido.



-Apuesto a que te hace feliz pensar en la posibilidad de visitar su laboratorio; dicen que es uno de los mejores. Apuesto a que lo primero que harás será seducir a algún alquimista importante que te abra sus puertas -añadió, con una sonrisa no exenta de una pizca de amargura.



-¿Hemos venido a hablar, o...? -lo cortó el pelirrojo, deslizando la mano por la cara interna de su muslo.



El alquimista calló. Iba a añadir "Apuesto a que no me echas de menos", pero se contuvo. Sonaba patéticamente sentimental; y estaba seguro de que no iba a obtener ninguna respuesta. Intentó concentrarse en el roce de aquellas manos que tan bien sabían lo que hacían...



-¡Caradhar! ¿Dónde estás? ¡Te están esperando! ¡Caradhar!



El eco de una voz impaciente gritando por los pasillos llegó, claramente, a la habitación donde se encontraban. Los dos elfos se inmovilizaron. Acto seguido, Caradhar saltó del diván y se vistió a toda prisa.

La última visión que tuvo su compañero fue la de su flexible silueta a contraluz, cubriéndose con sus escasas ropas. Después, el joven elfo se dio la vuelta y abandonó el lugar a buen paso, sin mirar atrás.







-Caradhar, espero que me recuerdes: soy Corail; actualmente, la Maeda de Elore'il.



El dotado se sorprendió; no esperaba suscitar el interés de una elfa como ella. Inclinó la cabeza profundamente, pero luego estudió, sin disimulo, la majestuosa figura: más alta que él, hermosa, con una larguísima melena casi tan roja como la suya. Nunca había visto a la noble tan de cerca, y se sintió cautivado a primera vista por su presencia. Se preguntó si se iba a convertir en su dotado; ¿qué otro motivo podía tener para desear verlo?

Por su parte, la dama hizo lo mismo con él; una ligera sonrisa aleteó sobre sus labios de coral, mientras estiraba la mano para acariciar levemente la mejilla del muchacho.



-Llia'res ha sido tan generosa como para desprenderse de un dotado como tú y ofrecérselo a mi marido, Lord Killien. Espero que el cambio de Casa no suponga un problema: créeme, no lo habría pedido si no considerara que resultaría muy ventajoso para tu futuro -Caradhar alzó una ceja: ¿desde cuando se le daban explicaciones a alguien como él por su destino?-. Tú no lo sabes, pero llevo interesándome por ti durante mucho tiempo, y quiero tenerte en Elore'il conmigo a toda costa. Tengo muchas cosas que contarte, pero no aquí, ni ahora. Se supone que estoy visitando a mi... familia. Nos veremos muy pronto, pues. Hasta entonces.



Dama Corail posó la mano en su hombro por un instante y se marchó. El joven elfo no solía dejar que nada lo sorprendiera, pero aquello, definitivamente, lo hizo...







La Casa Elore'il era suntuosa. Caradhar no tenía muchos puntos de referencia: toda su vida la había pasado dentro de Llia'res, salvo las escasas visitas que había realizado a Therendanar. Pero no pudo dejar de admirar la bella y estilizada arquitectura, y las llamativas vidrieras que lucían con profusión los colores de la Casa: rojo, negro y plata.

Caradhar recibió, por primera vez en su vida, la atención de su madre; sin saberlo, al principio, porque ella era cautelosa y astuta, e ignoraba si podría confiar en él. Después de todos aquellos años de desapego, sus actuales circunstancias la habían impulsado a mostrar interés.

Dado que el joven elfo provenía, al fin y al cabo, de su Casa materna, Corail pudo justificar su deseo de tomarlo directamente bajo su protección. Maede Killien nunca renunciaría al privilegio de añadir un prometedor dotado a su guardia personal; pero durante el tiempo que durase su entrenamiento, la señora de la Casa sería libre de ejercer su influencia. Empezó así a familiarizarse con todo lo referente a la vida de su hijo: era de natural reservado, poco amigo de hacer amistades y parco en palabras. Aparentemente, su único interés notorio eran los laboratorios; sabía de sus viajes a Therendanar y creía que, de haber podido elegir, el muchacho habría emprendido una prometedora carrera como alquimista. Si aquello era fuente de frustración para él, su madre no podía jurarlo, pues a nadie había confiado Caradhar sus pensamientos.

El elfo tenía otro interés, aunque bastante más privado. Era un joven muy llamativo, y era un dotado; era el tipo de interés que solía tener lugar por las noches, y a puerta cerrada...



La Dama Corail se encontró inmersa en un mar de dudas. ¿Sería capaz su hijo, que no manifestaba ninguna lealtad hacia nadie, mostrarse leal para con ella? ¿O bien traicionaría su confianza y revelaría un secreto guardado durante años? La elfa consideró la cuestión cuidadosamente, y decidiendo confiar en su inteligencia y dotes de seducción, reveló al joven su identidad.

Poco esperaba la reacción, o más bien la falta de ella, que mostró este al escuchar la noticia: se limitó a clavar sus ojos en su madre; unos ojos hermosos, pero fríos y totalmente desprovistos de interés. La misma mirada que ella le dedicara el día en que le dio a luz.







***







-Adelante, querido. Me hace muy feliz que aceptaras mi invitación.



La Dama Corail dedicó a su hijo una sonrisa de miel, cuando este se presentó en sus aposentos privados en la Zanja. La sucia puerta del callejón oscuro y apartado ofrecía un notable contraste con el lujo del interior de la vivienda; por supuesto, nada tan magnífico como los departamentos de la elfa en la Casa Elore'il, pero decididamente algo inesperado, considerando que se encontraban en la peor parte de la ciudad.

Caradhar lanzó un rápido vistazo a su alrededor y caminó despreocupadamente hacia uno de los asientos, bajo la atenta mirada de su madre. Una joven entró silenciosamente, cargando una bandeja de bebidas. El elfo se sirvió una copa de vino, contemplando el delicado rostro de la sirvienta, y siguiendo los movimientos de su esbelto cuerpo mientras se alejaba.



-Verdaderamente, estoy encantada -insistió la señora, tomado asiento cerca de él-. Después de tanto tiempo, casi había perdido la esperanza de que me permitieras disfrutar de tu compañía, mi querido...



-No hagas un drama de esto, Corail - la elfa sonrió para si. No había esperado que él la llamara "madre" en privado, pero aquella forma de dirigirse a ella resultaba más personal que Maeda, o Dama-. ¿Para qué me has hecho venir?



-Resulta mucho más discreto reunirse aquí, ¿no crees? Dime, ¿te tratan bien en Casa Elore'il? ¿Eres feliz?



Él le dirigió una mirada vacía, como si realmente no entendiera la pregunta.



-No sé lo que se espera de mí. No tengo tareas que hacer, ni obligaciones. En Llia'res recibía lecciones de alquimia.



-Oh, lo entiendo; verás, querido: cualquiera puede convertirse en aprendiz de un laboratorio. Pero el hecho es que, cuando se tiene un Don como el tuyo, hay que aspirar a lo más alto. El sitio de los dotados es junto al Maede; cuando hayas cumplido tu tiempo de entrenamiento, ocuparás el lugar que te corresponde. Y una vez que seas miembro de la guardia personal de Killien, cualquier puerta te será abierta. Piensa, además, en las posibilidades: ¡una Casa del Primer Círculo! Mi marido es primo del Príncipe; nobles con tal rango se cuentan con los dedos de una mano. Es algo que entre los Llia'res sólo podrías soñar.



-Me gustaba el laboratorio -fue toda la respuesta del joven pelirrojo.



-El Gran Alquimista de la Casa es uno de los mejores de Argailias; la posición que ocupa mi marido no se debe sólo a su parentesco con el Príncipe, como pronto podrás comprobar -había cierta tirantez en su voz al pronunciar estas palabras-. Ya te lo he dicho: completa tu entrenamiento y no me cabe duda de que te será permitido continuar con tu formación alquímica, si es lo que deseas. Haré que Nestro se ocupe de ti; es uno de los maestros de armas, y era parte de mi escolta cuando abandoné la Casa materna. Y ahora, dime: ¿hay algo que pueda hacer, algo que desees? Pídeme lo que quieras.



Caradhar tomó un sorbo de vino y comentó, sin mirarla:



-En la antigua Casa podía acompañar a los aprendices algunas veces, cuando viajaban a Therendanar.



-Ah, sí: Cuando te las arreglabas para deslizarte dentro del Gran Laboratorio. Me pregunto cómo lo hacías, teniendo en cuenta que ni siquiera nuestros oficiales alquimistas tienen libre acceso allí. Supongo que conseguiste algún amigo influyente...



La copa del joven elfo quedó congelada durante unos instantes sobre sus labios; sus ojos rojos se clavaron en el rostro de su madre, escudriñando desde el borde del cristal.



-¿Es que me haces seguir? - preguntó finalmente, provocado la risa cantarina de la elfa.



-Eres mi hijo. ¿No es lo lógico que una madre se preocupe? -y como no quería darle pie a hacer ningún comentario sarcástico, añadió rápidamente:- Es natural que en Casa Elore'il limiten tus movimientos; eres un recién llegado y eres demasiado valioso. Pero no te preocupes: me ocuparé de que puedas visitar a tus amigos humanos muy pronto. Mi único deseo es demostrar que nada hay más importante para mí que compensarte por todos estos años de silencio -una dulce sonrisa curvó los labios de la elfa, al tiempo que su mano extendida se posó delicadamente sobre la rodilla del joven; este siguió el movimiento, con mirada inescrutable.



-¿Por qué no tienes hijos con el Maede? La Casa lo comenta -espetó el elfo. Ella retiró la mano de golpe, como si el contacto la quemara. Bajó la vista, compungida, y habló muy suavemente.



-Cuando naciste, en mi debilidad, cometí el terrible error de renunciar a ti; es evidente que los dioses quisieron castigarme por mi pecado, pues mi vientre se marchitó y ya no he podido volver a concebir. Y ni todos los galenos y alquimistas, ni sus pócimas, ungüentos y elixires han podido hacer nada para remediarlo. Mi marido, Killien, es un ser vil; con palabras hirientes, no deja pasar un día sin echarme en cara cuán inútil le resulto. Me amenaza con repudiarme y desposar una jovencita que pueda darle hijos y, mientras tanto, llena el lecho con... cortesanas, sin tener siquiera el pudor de hacerlo a mis espaldas. Sí, los dioses deben considerar que he de sufrir mucho para purgar mi culpa.



Corail se levantó entonces, y caminó lentamente hacia la espalda de su hijo; deslizó las manos sobre sus hombros y lo abrazó tiernamente, bajando la cabeza de manera que sus labios rozaran ligeramente el oído del joven. Continuó hablando, casi en un susurro, su aliento cálido bañándole la piel.



-Ahora te veo, tan hermoso, y me pregunto si los dioses no tendrían otros planes; si no sería que, en su sabiduría, decretaron que el vientre que ha dado a luz un fruto tan perfecto no puede sino secarse, agotado, exhausto -la elfa subió la mano hasta la cinta que mantenía atados los largos cabellos de Caradhar y la soltó, esparciendo la melena en roja cascada sobre sus hombros-. Yo te digo, hijo mío, que no hay uno solo de los Elore'il que pueda comparársete, y si los dioses se dignaran a mostrar justicia, Killien desaparecería y el fruto de mi vientre sería el próximo Maede de la Casa... -Corail se inclinó aún más sobre él, de manera que sus propios cabellos se mezclaron con los del joven; un sedoso mechón encarnado se deslizó hasta sus labios, acariciándolos- Ruego para que ellos, de una forma u otra, nos muestren el camino.



Apartando el mechón, la elfa posó sus labios sobre los de él. Caradhar no se inmutó ni se debatió, y su mirada, perdida en el vacío, no siguió a su compañera mientras esta se incorporaba y se encaminaba hacia la puerta.



-Pero ahora debes volver, querido mío; no quisiera que te echaran en falta.



Con una última sonrisa, Corail abandonó la habitación.




                                                                                                                                   Capítulo siguiente




4 comentarios:

  1. Ohh gomen soy Joseline Martinez creo que ya habia dejado varios comentarios en tu blog en "Para extender las alas" y hasta en el face (por alguna razon me siento como acosadora sorry)
    Awww ya veo con que esta suspendida ni modo... me tendre q aguantar hasta que sientas que puedes continuar
    Pero creo que me por fin me voy a animar a leer "El don encadenado" le he tenido algun tiempo en espera para poder hacerlo cuando tenga mas tiempo libre pero le llego la hora jeje XD
    Espero poder contar contigo (otra vez) para mis futuras dudas
    See ya ~u~

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    1. Claro que sé quien eres, Joseline, y qué va, no eres ninguna acosadora, linda XD, pregunta lo que quieras. Ya te digo, la historia de Fidias es difícil que la retome a medio plazo, pero la de Tosha se puede leer independiente sin problemas. En cuanto al «El Don encadenado», fue lo primero que escribí y tiene sus errores de principiante, pero si te entretiene, me daré por muy satisfecha : ). Abrazooo

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  2. JOSELINE- Pues si ya empiezo yo y mi dudas XD El intro deberia de ser tan confuso??
    Wow las descripciones son hermosas, los nombres y lugares confusos, y la historia maravillosa.
    Espero (y estoy crusando los dedos) poder avanzar en la lectura y tener mas tiempo libre para asi poder disfrutar mas con la historia porque realmente me cautivo aparte q mi ojos se cansan mucho por estar tanto tiempo viendo la pantalla ojala pudiera tenerlo en papel :D
    Por cierto, vi que tienes cuenta en wattpad pero no esta esta novela. No tienes intencion de suberla por ahi?

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    1. ¡Hola de nuevo! Como te comenté, esta es mi primera historia y está sin editar y tiene muchos fallos, es por eso que no la promociono ni la publico en otras plataformas (me da un poco de vergüenza X) ). Si alguna década de estas me animo a corregirla, ya te contaré, hehehe. A lo mejor la introducción tiene muchos datos en poco espacio; si tienes dudas sobre algo, pregunta sin miedo. Muchas gracias por leer y por tus amabilísimos comentarios, linda .^^

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