Introducción
Una
mirada al Pasado...
Justo
antes del amanecer, el cielo se pintó con bandas rosadas y amarillas
sobre el horizonte, veladas por jirones de fría niebla. En la Ciudad
Argéntea, las ventanas y vidrieras recortadas sobre las estilizadas
formas de los edificios aún eran ranuras negras, en silencio.
El
brillo de una luz vacilante trazaba lineas en los postigos cerrados
de una pequeña ventana; como estaba abierta a un patio interior, no
resulta visible desde la calle, y su presencia no era reveladora del
pequeño drama que se desarrolla en el interior.
Una
figura femenina se sentaba, jadeante, sobre las sábanas revueltas
del lecho; mechones de su cabello rojo cubrían su rostro bello pero
sudoroso, flanqueado por dos orejas puntiagudas; se trataba de una
elfa muy joven, y a pesar del dolor que claramente estaba sufriendo,
se contenía para no gritar, sus puños crispados sobre los bordes
del colchón. Otra elfa de más edad se inclinaba entre sus piernas
abiertas para recoger al bebé que acababa de dar a luz.
-Es
un varón, señora -anunció la comadrona con una sonrisa, cubriendo
el cuerpecillo de la criatura y tendiéndolo a su joven madre; esta
sacudió la cabeza, tratando de recomponer su rostro, desviando la
mirada para evitar ver al recién nacido. El gesto de la comadrona
delató su decepción, pero alejó al niño obedientemente-. Es mejor
hacer la prueba cuanto antes, señora.
Diciendo
esto, tomó una pequeño cuchillo afilado y lo deslizó suavemente a
lo largo del talón izquierdo del bebé, que rompió a llorar. La
joven elfa no pudo evitar sentir curiosidad y fijó la vista en el
pequeño pie, en el que el arma había dibujado una raya roja; casi
al instante, la herida se cerró, dejando atrás tan sólo algunas
gotas de sangre.
La
elfa de más edad, regocijándose, pronunció palabras de
felicitación, pero la joven madre la mandó callar sin
contemplaciones. Suspirando, contempló por fin a su hijo, de piel
muy blanca, con su pequeña cabeza coronada por finos cabellos del
más vivo color rojo. Si el bebé no hubiera tenido el Don, no habría
sido más que un crío corriente, y desembarazarse de él habría
resultado mucho más sencillo. Como hija de la Casa Llia'res, un
nacimiento natural habría dado al traste con todas sus expectativas
de celebrar un matrimonio ventajoso; ni pensar en quedarse con el
pequeño bastardo, cuando ocultar el embarazo ya había resultado una
tarea casi imposible. Pero un niño así dotado resultaba demasiado
valioso; tendría que ocuparse de buscar un sirviente adecuado que
lo criara. Nunca se sabía: quizá, en el futuro, el pequeño podría
serle de utilidad...
-¿Cómo
va a llamarse, señora? -inquirió la comadrona.
La
joven miró de nuevo a su hijo; muy a su pesar, su cabello rojo
brillante se parecía demasiado al suyo propio. Además, las
preguntas de su acompañante le recordaron que debería ocuparse de
ella también, muy pronto... Si tan siquiera el dolor la dejara
pensar...
-Déjalo
ahí y ven a ayudarme -ahogó un gemido, intentando incorporarse-.
¿Es normal que duela tanto? ¿Y que haya tanta sangre...?
Una
mirada al mundo...
Hubo
un tiempo en que la magia era la fibra que mantenía unido el tapiz
del mundo o, al menos, así lo decían los eruditos. Cuando los
hombres y los elfos se encontraron por primera vez, allá en una
época que los primeros olvidaron y los segundos registraron en
crónicas que quedaron sepultadas en bibliotecas polvorientas y
perdidas, la magia era un talento que los recién nacidos heredaban,
de la misma manera que el color de la piel o el cabello, o la
resistencia a las enfermedades; y los elfos se maravillaban de que
unas criaturas de apariencia tan tosca como los primitivos humanos
fueran capaces de tejer en el Telar, como ellos llamaban al arte de
la conjuración, casi con la misma soltura que los elegidos élficos.
A las fronteras de las verdes praderas y los bosques donde los elfos
de orejas puntiagudas y cabellos de brillantes colores gustaban de
habitar, sabios humanos acudían a presentar sus respetos y solicitar
consejo sobre el dominio mágico, pues era bien sabido que aquéllos,
veteranos en su uso, habían despertado a la civilización mucho
antes que los hombres. Cuando los elfos salvajes salieron de la
oscuridad de los bosques donde se escondían y aprendieron a
comunicarse mediante palabras, a construir bellos objetos y a tejer
delicadas telas, así como poderosos hechizos, los humanos eran aún
bien similares a animales, y la raza más antigua los evitaba. Pero
sucedió que los hombres encontraron su propia voz, y el talento de
la magia no les había sido negado; los elfos los miraron con
desconfianza, al principio, y después simplemente los toleraron,
limitando el contacto a sus fronteras. Con el tiempo hubo
entendimiento entre ambos mundos, pero nunca llegaron a mezclarse.
Los
humanos gozaban de existencias duraderas por entonces; nada
comparado, no obstante, a la prodigiosa longevidad de los elfos.
Había quien pensaba que eran sus largas vidas lo que les enseñaba a
estos la virtud de la tolerancia, incluso a aquellos sin talento
mágico. Pero entre los humanos, que vivían sus vidas con más
rapidez e incertidumbre, empezó a crecer la semilla del desasosiego.
Los
elfos solían entonces, y aún ahora, considerar a los humanos como
niños, que nacían sin saber ser pacientes y que tenían vidas
demasiado cortas para aprender. Puede que estuvieran en lo cierto;
pero muchos hombres ya miraban con desconfianza a aquellos que eran
capaces de tejer en el Telar, y empezaban a sentirse amenazados por
esas criaturas de vidas mucho más largas que las suyas; así, la
impaciencia y la desconfianza dieron paso a la envidia, y esta al
miedo.
Fue
entonces cuando aparecieron los primeros alquimistas, los que
rompieron la hebra del tejido mágico. Los humanos nacidos sin el
talento, pero que ambicionaban el poder y no deseaban estar a merced
de aquellos con los que la naturaleza había sido más generosa,
buscaron en lo mundano la manera de reemplazar a la magia. Aquello
abrió el camino al florecimiento de la biología y la medicina, de
la botánica y la mineralogía. A la manera de las escuelas de magia
se abrieron laboratorios de alquimia, en los que cualquiera podía
acceder a un conocimiento que otorgaba poder... siempre y cuando
tuviera el oro necesario.
No
pasó mucho tiempo sin que la nueva orden de alquimistas se percatara
del gran esfuerzo y tiempo que debían ser invertidos para lograr
cualquier avance, por pequeño que fuera, y que, a pesar de todo su
empeño, no había pócima, preparado, bebedizo, ungüento o fórmula
que pudiera competir en igualdad de condiciones con la energía
primordial y básica de la magia. Y entonces, Maese Therendas sugirió
lo que, durante mucho tiempo, fue considerada la Gran Blasfemia: la
experimentación en personas con el talento.
El
maestro Therendas, o Maese Therendas, como se llamaba a los
alquimistas de alto rango, tuvo la fortuna de trabajar a la sombra de
hombres poderosos, y la particularidad de ser persona de pocos
escrúpulos. Albergaba la firme convicción de que sólo usando
especímenes con el talento podría la alquimia aspirar a igualar a
la magia. Nadie recuerda, por fortuna, los horrores que en nombre de
la ciencia llegaron a cometerse; de los primeros estudios realizados
sobre cadáveres, pronto se pasó a la utilización de sujetos vivos;
y con excesiva frecuencia, los experimentos conducidos en ellos
llevaban al mismo resultado, esto es, la muerte.
Las
actividades de Maese Therendas y sus seguidores se hicieron de
dominio público. Cabría suponer que los poderosos tejedores de
hechizos no dejarían de oponer resistencia, aun cuando el número de
los poseedores del talento nunca fuere muy alto, pues el alcance de
la magia excedía en mucho al de una alquimia todavía en pañales. Y
probablemente habrían hecho estallar un conflicto sangriento de no
ser por aquellos elfos que, privados del talento y seducidos por los
prometedores secretos de la ciencia, renunciaron a sus tradiciones
centenarias de veneración a la magia y se volvieron del lado de los
alquimistas. Con la discordia morando en el corazón del mundo
élfico, la balanza se inclinó hacia los fabricantes de pócimas.
La
alquimia resultó ser ineficaz a la hora de desentrañar el misterio
de la magia, pero de alguna forma se las arregló para asfixiarla.
Maese Therendas, ya en su vejez, y sus seguidores, descubrieron que
determinadas substancias, administradas a personas con el talento,
eran capaces de extirparlo paulatinamente hasta casi hacerlo
desaparecer. La amenaza del dominio de una minoría de órdenes
mágicas dejó de ser una realidad.
De
cómo el veneno que ahogó el talento pasó de la sangre de los
padres humanos a sus hijos; de cómo idéntica suerte se abatió
sobre la raza de los elfos; de cómo esto provocó el cisma que
devolvió a los elfos tradicionalistas a la profundidad de los
bosques, mientras que el resto construyó ciudades para morar cerca
de los hombres... De todo esto y mucho más no ha quedado constancia,
salvo quizá en la sabiduría perdida de los elfos Silvanos, que
nunca se volvieron a dejar ver. Lo único cierto es que los elfos
vivieron vidas más cortas, aunque el último resto de magia
conocido, al que llamaban el Don, sobrevivió en la sangre de unos
pocos de ellos, los dotados, con el poder de la sanación; y que los
alquimistas expandieron sus conocimientos y su poder a través de los
años, convirtiéndose en la nueva élite, y Maese Therendas ya nunca
fue recordado como el responsable de la Gran Blasfemia, sino como el
patrón de la ciencia.
De
las ciudades de los elfos, la más importante era Argailias, que los
humanos llamaban la Ciudad Argéntea. Ningún derroche de imaginación
denotaba este apelativo, pues las altas y estrechas torres que, en
gran número, se levantaban en el Distrito de los Nobles, y las
cuarenta y nueve cúpulas que decoraban el palacio del Príncipe,
brillaban bajo la luz del sol con un fulgor plateado. La luz de la
luna se bastaba para arrancar destellos argentinos que eran visibles,
sobre el muro de la ciudad, para cualquier viajero que se aproximara
en la distancia.
La
Ciudad Argéntea se alzaba, pues, en todo su esplendor, en el borde
de la frontera con el principado humano de Therendanar, a un día de
viaje de la capital de igual nombre. Esta proximidad no era
accidental: los habitantes de Therendanar, temidos por el resto de
los hombres, encontraban valiosos aliados entre algunas casas nobles
élficas; el equilibrio de poder de la política de Argailias se
sustentaba parcialmente en el dominio de la ciencia alquímica, y los
elfos no podían dejar de apreciar la habilidad de los mejores
alquimistas humanos que se congregaban entre los muros de la capital
vecina.
El
Palacio de las Cuarenta y Nueve Lunas, morada del Príncipe, había
sido construido en el corazón mismo de la ciudad. A su alrededor, el
Distrito de los Nobles desplegaba sus amplias avenidas y sus ocultos
y secretos patios interiores en círculos concéntricos, y la
proximidad al centro era el criterio que marcaba el rango de las
diferentes Casas. Aún más al exterior, el Distrito de los
Mercaderes y las instituciones públicas, con su profusión de
calles, canales, puentes, paseos, plazas y demás elementos
arquitectónicos imaginables suponía un desafío al viajero
ocasional que quisiera orientarse... Eso, si había conseguido
atravesar con éxito el autentico laberinto exterior de viviendas y
la sombría área de los bajos fondos, que los locales llamaban, con
desprecio, la Zanja.
Casa
Llia'res se alzaba en el segundo círculo del Distrito de los Nobles.
No podía ser considerada del más alto rango, pero era lo bastante
grande como para que un pequeño elfo huérfano pasara relativamente
desapercibido, incluso un dotado. Los escasos elfos nacidos con el
Don eran considerados un bien muy preciado, y lo normal era que los
plebeyos enviasen a sus hijos e hijas dotados a formar parte de una u
otra Casa.
En
las manos de diferentes tutores, el recién nacido, cuyos cabellos
rojos habían inspirado a su madre el nombre de Caradhar, recibió
una educación exhaustiva, a pesar de sus oscuros orígenes. En el
laboratorio de su casa, y en algunas visitas a Therendanar, se
familiarizó con los principios básicos de la alquimia y visitó el
Gran Laboratorio del castillo del príncipe. Fue instruido asimismo
en el arte de la lucha, aunque no mostró temprana disposición a las
armas. No fue tratado como un sirviente, ni le fue dado tratamiento
de noble. Nunca recibió el afecto que es natural disfrutar de unos
padres, mas tampoco lo echó en falta, pues no nos es dado extrañar
aquello que nunca hemos conocido. Si acaso, fue la ausencia de línea
divisoria entre sus aspiraciones y sus limitaciones lo único que
alguna vez le produjo confusión; desconocía hasta dónde le sería
dado progresar en la vida, y en su aparente sumisión siempre anidó
un inconsciente resquicio de ambición.
Por
lo que respecta a su madre, el tiempo vino a probar que no se había
excedido en sus propias ambiciones. La bella jovencita, conocida como
Corail, se convirtió en una bella adulta y se abrió camino hacia la
cúspide de la jerarquía argailiana, al ser solicitada en matrimonio
por el Maede Killien, señor de la Casa Elore'il del Primer Círculo.
Adquirió el título de Maeda y se trasladó con gran pompa a su
nueva residencia.
Los
años pasaron y Maede Killien comprobó con desencanto que su esposa
no aportaba descendencia a la familia. Para intentar congraciarse con
él, Dama Corail planeó ofrecer a la Casa un presente muy valioso,
venciendo la oposición de Llia'res, que no deseaba dejarlo ir: un
joven elfo con el Don...
I:
De los brazos de un amante a los de una madre
Una
ventana enorme se abría a la luz brillante del verano. Las decenas
de opacos vidrios cuadrados filtraban una bella claridad; pero la
parte superior, abierta de par en par, dejaba entrar el sol a
raudales. Encerraba en un marco amarillo al diván que descansaba a
sus pies, cubierto con una tela blanca.
Sobre
el diván, echado indolentemente, las piernas colgando sobre el
borde, había un elfo. Era bastante joven, pues a
duras penas había abandonado la adolescencia; aún de pequeña
estatura, y con la complexión ligera de alguien que no se había
ejercitado asiduamente con las armas. Poseía, no obstante, un rostro
muy hermoso, enmarcado por la más asombrosa melena de cabellos rojos
como el rubí, que
normalmente caían más allá de sus omóplatos, pero que ahora
estaban esparcidos, como un halo de fuego, alrededor de sus hombros.
Era tan grande el contraste de la silueta carmesí sobre la tela
blanca, como inadvertida pasaba la piel pálida de su torso desnudo,
completamente
lisa y libre de marcas o cicatrices. Como la de todos los dotados.
El
elfo tenía los ojos cerrados y una expresión completamente
relajada; se diría que disfrutaba del momento, aunque ninguna
sonrisa arqueaba las suaves líneas de sus labios; sólo rompían la
placidez de alabastro de sus facciones los trazos de sus cejas y sus
sedosas pestañas, del mismo rojo vivo. No llevaba otra cosa que sus
calzas, y sus botas yacían a un lado del mueble, junto con su
camisa.
No
imaginaba que alguien lo estaba observando; otro elfo se había
introducido, de puntillas, en la habitación; la multitud de telas
que cubrían el resto del mobiliario, las alfombras y las cortinas
habían ayudado a amortiguar el sonido de sus pasos. Su plan había
sido sorprender al joven del diván con un buen susto; pero al verlo
así, había cambiado de idea: es decir, se había quedado
boquiabierto, porque era la primera vez que lo contemplaba bajo la
luz del sol. Y no tenía palabras.
-Caradhar...
El
elfo sobre el diván se incorporó, como un resorte; movió el brazo
para proteger su rostro de la luz y sus ojos se abrieron, revelando
dos círculos brillantes del mismo color que sus cabellos. Al ver
quién había entrado, pareció relajarse.
-No
te muevas; quédate como estabas; por favor.
El
elfo pelirrojo volvió a tenderse, aunque conservó la mano como una
pantalla sobre sus ojos. El recién llegado se acercó y siguió
mirándolo fijamente. Enseguida se sacó las botas y se escurrió
fuera de su propia camisa; mirar ya no era suficiente.
-Esta
vez has elegido un sitio curioso. ¿No entrará nadie? -preguntó
Caradhar.
-Quería
tener buena luz. Y merece... merece la pena -el elfo colocó la
rodilla sobre el diván, cuidando de no bloquear el sol que bañaba
el cuerpo de su compañero, y se inclinó-. Mañana te habrás
marchado a Elore'il, así que quería que fuera diferente. La verdad,
ya no me importa en absoluto si nos oye toda la Casa...
El
elfo puso la mano sobre el delgado pecho, sobre el que destacaban las
dos areolas rosadas de sus pezones. Su lengua se sintió
irremisiblemente atraída hacia esas únicas marcas de color en la
piel del joven, y se demoró unos momentos sobre ellas. Pero no pudo
olvidarse de que había lugares aún mejores de los que ocuparse, y
las calzas de su compañero le estorbaban...
Se
arrodilló y tiró con soltura de ellas, exponiendo el resto de su
cuerpo. Su sexo, cremoso como su piel, estaba hermosamente cincelado;
comenzaba a despertar, así que su boca se aplicó a la tarea de
hacer que se alzara completamente; no tardó mucho en tener éxito, y
sobre el extremo sonrosado brotó una gota de líquido cristalino,
que el sol hizo brillar como una gema. Caradhar tembló, pero no
permitió a su pareja que continuara; tirando de sus sienes, hizo que
se alzara y se tumbara junto a él. Su lengua se hundió entre sus
labios, y su mano, dentro de sus pantalones; encontró rápido lo que
buscaba, tan excitado como esperaba. El elfo gimió dentro de su
boca; sentía la piel ardiendo, y ya no podía distinguir si era por
efecto del sol, o de su propia ansia.
En
el laboratorio de Llia'res, Caradhar era una cara conocida. Resultaba
curioso que un chico que ni siquiera era un aprendiz, y un dotado,
por añadidura, frecuentara un lugar que estaba vedado a extraños.
Se murmuraba que todo se debía al encaprichamiento de un cierto
alquimista influyente que ya no se encontraba en la Casa. El elfo que
en aquellos momentos se encontraba estrechamente abrazado al
pelirrojo era, él mismo, un oficial alquimista recién llegado al
laboratorio, y no estaba muy al corriente de todos los chismorreos.
Poco le importaba: después de pasar semanas comiéndoselo con los
ojos, el dotado había aceptado al fin sus avances. Y ahora, el Maede
había decidido que pasara a formar parte de Casa Elore'il...
-¿Cómo
te sientes por tener que abandonar Llia'res? -preguntó el
alquimista, observando con detenimiento los rasgos de su compañero.
Este se encogió de hombros con desgana.
-No
hay nada que decir; ya está decidido.
-Apuesto
a que te hace feliz pensar en la posibilidad de visitar su
laboratorio; dicen que es uno de los mejores. Apuesto a que lo
primero que harás será seducir a algún alquimista importante que
te abra sus puertas -añadió, con una sonrisa no exenta de una pizca
de amargura.
-¿Hemos
venido a hablar, o...? -lo cortó el pelirrojo, deslizando la mano
por la cara interna de su muslo.
El
alquimista calló. Iba a añadir "Apuesto a que no me echas de
menos", pero se contuvo. Sonaba patéticamente sentimental; y
estaba seguro de que no iba a obtener ninguna respuesta. Intentó
concentrarse en el roce de aquellas manos que tan bien sabían lo que
hacían...
-¡Caradhar!
¿Dónde estás? ¡Te están esperando! ¡Caradhar!
El
eco de una voz impaciente gritando por los pasillos llegó,
claramente, a la habitación donde se encontraban. Los dos elfos se
inmovilizaron. Acto seguido, Caradhar saltó del diván y se vistió
a toda prisa.
La
última visión que tuvo su compañero fue la de su flexible silueta
a contraluz, cubriéndose con sus escasas ropas. Después, el joven
elfo se dio la vuelta y abandonó el lugar a buen paso, sin mirar
atrás.
-Caradhar,
espero que me recuerdes: soy Corail; actualmente, la Maeda de
Elore'il.
El
dotado se sorprendió; no esperaba suscitar el interés de una elfa
como ella. Inclinó la cabeza profundamente, pero luego estudió, sin
disimulo, la majestuosa figura: más alta que él, hermosa, con una
larguísima melena casi tan roja como la suya. Nunca había visto a
la noble tan de cerca, y se sintió cautivado a primera vista por su
presencia. Se preguntó si se iba a convertir en su dotado; ¿qué
otro motivo podía tener para desear verlo?
Por
su parte, la dama hizo lo mismo con él; una ligera sonrisa aleteó
sobre sus labios de coral, mientras estiraba la mano para acariciar
levemente la mejilla del muchacho.
-Llia'res
ha sido tan generosa como para desprenderse de un dotado como tú y
ofrecérselo a mi marido, Lord Killien. Espero que el cambio de Casa
no suponga un problema: créeme, no lo habría pedido si no
considerara que resultaría muy ventajoso para tu futuro -Caradhar
alzó una ceja: ¿desde cuando se le daban explicaciones a alguien
como él por su destino?-. Tú no lo sabes, pero llevo interesándome
por ti durante mucho tiempo, y quiero tenerte en Elore'il conmigo a
toda costa. Tengo muchas cosas que contarte, pero no aquí, ni ahora.
Se supone que estoy visitando a mi... familia. Nos veremos muy
pronto, pues. Hasta entonces.
Dama
Corail posó la mano en su hombro por un instante y se marchó. El
joven elfo no solía dejar que nada lo sorprendiera, pero aquello,
definitivamente, lo hizo...
La
Casa Elore'il era suntuosa. Caradhar no tenía muchos puntos de
referencia: toda su vida la había pasado dentro de Llia'res, salvo
las escasas visitas que había realizado a Therendanar. Pero no pudo
dejar de admirar la bella y estilizada arquitectura, y las llamativas
vidrieras que lucían con profusión los colores de la Casa: rojo,
negro y plata.
Caradhar
recibió, por primera vez en su vida, la atención de su madre; sin
saberlo, al principio, porque ella era cautelosa y astuta, e ignoraba
si podría confiar en él. Después de todos aquellos años de
desapego, sus actuales circunstancias la habían impulsado a mostrar
interés.
Dado
que el joven elfo provenía, al fin y al cabo, de su Casa materna,
Corail pudo justificar su deseo de tomarlo directamente bajo su
protección. Maede Killien nunca renunciaría al privilegio de añadir
un prometedor dotado a su guardia personal; pero durante el tiempo
que durase su entrenamiento, la señora de la Casa sería libre de
ejercer su influencia. Empezó así a familiarizarse con todo lo
referente a la vida de su hijo: era de natural reservado, poco amigo
de hacer amistades y parco en palabras. Aparentemente, su único
interés notorio eran los laboratorios; sabía de sus viajes a
Therendanar y creía que, de haber podido elegir, el muchacho habría
emprendido una prometedora carrera como alquimista. Si aquello era
fuente de frustración para él, su madre no podía jurarlo, pues a
nadie había confiado Caradhar sus pensamientos.
El
elfo tenía otro interés, aunque bastante más privado. Era un joven
muy llamativo, y era un dotado; era el tipo de interés que solía
tener lugar por las noches, y a puerta cerrada...
La
Dama Corail se encontró inmersa en un mar de dudas. ¿Sería capaz
su hijo, que no manifestaba ninguna lealtad hacia nadie, mostrarse
leal para con ella? ¿O bien traicionaría su confianza y revelaría
un secreto guardado durante años? La elfa consideró la cuestión
cuidadosamente, y decidiendo confiar en su inteligencia y dotes de
seducción, reveló al joven su identidad.
Poco
esperaba la reacción, o más bien la falta de ella, que mostró este
al escuchar la noticia: se limitó a clavar sus ojos en su
madre;
unos
ojos hermosos,
pero fríos y totalmente desprovistos de interés. La misma mirada
que ella le dedicara el día en que le dio a luz.
***
-Adelante,
querido. Me hace muy feliz que aceptaras mi invitación.
La
Dama Corail dedicó a su hijo una sonrisa de miel, cuando este se
presentó en sus aposentos privados en la Zanja. La sucia puerta del
callejón oscuro y apartado ofrecía un notable contraste con el lujo
del interior de la vivienda; por supuesto, nada tan magnífico como
los departamentos de la elfa en la Casa Elore'il, pero decididamente
algo inesperado, considerando que se encontraban en la peor parte de
la ciudad.
Caradhar
lanzó un rápido vistazo a su alrededor y caminó despreocupadamente
hacia uno de los asientos, bajo la atenta mirada de su madre. Una
joven entró silenciosamente, cargando una bandeja de bebidas. El
elfo se sirvió una copa de vino, contemplando el delicado rostro de
la sirvienta, y siguiendo los movimientos de su esbelto cuerpo
mientras se alejaba.
-Verdaderamente,
estoy encantada -insistió la señora, tomado asiento cerca de él-.
Después de tanto tiempo, casi había perdido la esperanza de que me
permitieras disfrutar de tu compañía, mi querido...
-No
hagas un drama de esto, Corail - la elfa sonrió para si. No había
esperado que él la llamara "madre" en privado, pero
aquella forma de dirigirse a ella resultaba más personal que Maeda,
o Dama-. ¿Para qué me has hecho venir?
-Resulta
mucho más discreto reunirse aquí, ¿no crees? Dime, ¿te tratan
bien en Casa Elore'il? ¿Eres feliz?
Él
le dirigió una mirada vacía, como si realmente no entendiera la
pregunta.
-No
sé lo que se espera de mí. No
tengo tareas que hacer, ni obligaciones. En
Llia'res recibía lecciones de alquimia.
-Oh,
lo entiendo; verás,
querido: cualquiera
puede convertirse en aprendiz de un laboratorio. Pero el hecho es
que, cuando se tiene un Don como el tuyo, hay que aspirar a lo más
alto. El sitio de los dotados es junto al Maede; cuando hayas
cumplido tu tiempo de entrenamiento, ocuparás el lugar que te
corresponde. Y una vez que seas miembro de la guardia personal de
Killien, cualquier puerta te será abierta. Piensa, además, en las
posibilidades: ¡una Casa del Primer Círculo! Mi marido es primo del
Príncipe; nobles con tal rango se cuentan con los dedos de una mano.
Es algo que entre los Llia'res sólo podrías soñar.
-Me
gustaba el laboratorio -fue toda la respuesta del joven pelirrojo.
-El
Gran Alquimista de la Casa es uno de los mejores de Argailias; la
posición que ocupa mi marido no se debe sólo a su parentesco con el
Príncipe, como pronto podrás comprobar -había cierta tirantez en
su voz al pronunciar estas palabras-. Ya te lo he dicho: completa tu
entrenamiento y no me cabe duda de que te será permitido continuar
con tu formación alquímica, si es lo que deseas. Haré que Nestro
se ocupe de ti; es uno de los maestros de armas, y era parte de mi
escolta cuando abandoné la Casa materna. Y ahora, dime: ¿hay algo
que pueda hacer,
algo que desees? Pídeme lo que quieras.
Caradhar
tomó un sorbo de vino y comentó, sin mirarla:
-En
la antigua Casa podía acompañar a los aprendices algunas veces,
cuando viajaban a Therendanar.
-Ah,
sí: Cuando te las arreglabas para deslizarte dentro del Gran
Laboratorio. Me pregunto cómo lo hacías, teniendo en cuenta que ni
siquiera nuestros oficiales alquimistas tienen libre acceso allí.
Supongo que conseguiste algún amigo influyente...
La
copa del joven elfo quedó congelada durante unos instantes sobre sus
labios; sus ojos rojos se clavaron en el rostro de su madre,
escudriñando desde el borde del cristal.
-¿Es
que me haces seguir? - preguntó finalmente, provocado la risa
cantarina de la elfa.
-Eres
mi hijo. ¿No
es lo lógico que
una madre se preocupe? -y como no quería darle pie a hacer ningún
comentario sarcástico, añadió rápidamente:- Es natural que en
Casa Elore'il limiten tus movimientos; eres un recién llegado y eres
demasiado valioso. Pero no te preocupes: me ocuparé de que puedas
visitar a tus amigos humanos muy pronto. Mi único deseo es demostrar
que nada hay más importante para mí que compensarte por todos estos
años de silencio -una dulce sonrisa curvó los labios de la elfa, al
tiempo que su mano extendida se posó delicadamente sobre la rodilla
del joven; este siguió el movimiento, con mirada inescrutable.
-¿Por
qué no tienes hijos con el Maede? La Casa lo comenta -espetó el
elfo. Ella retiró la mano de golpe, como si el contacto la quemara.
Bajó la vista, compungida, y habló muy suavemente.
-Cuando
naciste, en mi debilidad, cometí el terrible error de renunciar a
ti; es evidente que los dioses quisieron castigarme por mi pecado,
pues mi vientre se marchitó y ya no he podido volver a concebir. Y
ni todos los galenos y alquimistas, ni sus pócimas, ungüentos y
elixires han podido hacer nada para remediarlo. Mi marido, Killien,
es un ser vil; con palabras hirientes, no deja pasar un día sin
echarme en cara cuán inútil le resulto. Me amenaza con repudiarme y
desposar una jovencita que pueda darle hijos y, mientras tanto, llena
el lecho con... cortesanas,
sin tener siquiera el pudor de hacerlo a mis espaldas. Sí, los
dioses deben considerar que he de sufrir mucho para purgar mi culpa.
Corail
se levantó entonces, y caminó lentamente hacia la espalda de su
hijo; deslizó las manos sobre sus hombros y lo abrazó tiernamente,
bajando la cabeza de manera que sus labios rozaran ligeramente el
oído del joven. Continuó hablando, casi en un susurro, su aliento
cálido bañándole la piel.
-Ahora
te veo, tan hermoso, y me pregunto si los dioses no tendrían otros
planes; si no sería que, en su sabiduría, decretaron que el vientre
que ha dado a luz un fruto tan perfecto no puede sino secarse,
agotado, exhausto -la elfa subió la mano hasta la cinta que mantenía
atados los largos cabellos de Caradhar y la soltó, esparciendo la
melena en roja cascada sobre sus hombros-. Yo te digo, hijo mío, que
no hay uno solo de los Elore'il que pueda comparársete, y si los
dioses se dignaran a mostrar justicia, Killien desaparecería y el
fruto de mi vientre sería el próximo Maede de la Casa... -Corail se
inclinó aún más sobre él, de manera que sus propios cabellos se
mezclaron con los del joven; un sedoso mechón encarnado se deslizó
hasta sus labios, acariciándolos- Ruego para que ellos, de una forma
u otra, nos muestren el camino.
Apartando
el mechón, la elfa posó sus labios sobre los de él. Caradhar no se
inmutó ni se debatió, y su mirada, perdida en el vacío, no siguió
a su compañera mientras esta se incorporaba y se encaminaba hacia la
puerta.
-Pero
ahora debes volver, querido mío; no quisiera que te echaran en
falta.
Con
una última sonrisa, Corail abandonó la habitación.
Ohh gomen soy Joseline Martinez creo que ya habia dejado varios comentarios en tu blog en "Para extender las alas" y hasta en el face (por alguna razon me siento como acosadora sorry)
ResponderEliminarAwww ya veo con que esta suspendida ni modo... me tendre q aguantar hasta que sientas que puedes continuar
Pero creo que me por fin me voy a animar a leer "El don encadenado" le he tenido algun tiempo en espera para poder hacerlo cuando tenga mas tiempo libre pero le llego la hora jeje XD
Espero poder contar contigo (otra vez) para mis futuras dudas
See ya ~u~
Claro que sé quien eres, Joseline, y qué va, no eres ninguna acosadora, linda XD, pregunta lo que quieras. Ya te digo, la historia de Fidias es difícil que la retome a medio plazo, pero la de Tosha se puede leer independiente sin problemas. En cuanto al «El Don encadenado», fue lo primero que escribí y tiene sus errores de principiante, pero si te entretiene, me daré por muy satisfecha : ). Abrazooo
EliminarJOSELINE- Pues si ya empiezo yo y mi dudas XD El intro deberia de ser tan confuso??
ResponderEliminarWow las descripciones son hermosas, los nombres y lugares confusos, y la historia maravillosa.
Espero (y estoy crusando los dedos) poder avanzar en la lectura y tener mas tiempo libre para asi poder disfrutar mas con la historia porque realmente me cautivo aparte q mi ojos se cansan mucho por estar tanto tiempo viendo la pantalla ojala pudiera tenerlo en papel :D
Por cierto, vi que tienes cuenta en wattpad pero no esta esta novela. No tienes intencion de suberla por ahi?
¡Hola de nuevo! Como te comenté, esta es mi primera historia y está sin editar y tiene muchos fallos, es por eso que no la promociono ni la publico en otras plataformas (me da un poco de vergüenza X) ). Si alguna década de estas me animo a corregirla, ya te contaré, hehehe. A lo mejor la introducción tiene muchos datos en poco espacio; si tienes dudas sobre algo, pregunta sin miedo. Muchas gracias por leer y por tus amabilísimos comentarios, linda .^^
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