Fidias
es una colección de episodios sobre las "vidas" de varios
vampiros. Está situado en mi ambientación de rol favorita, Mundo
de Tinieblas, y especialmente, por supuesto, en el juego Vampiro:
La Mascarada. Para aquellos familiarizados con el juego, todo
tendrá sentido (eso espero), más o menos, aunque haya tratado de
evitar a propósito definiciones, nombres y cualquier cosa que
pudiera sonar a copyright... Recomiendo que echéis un vistazo a
Vampiro: La Mascarada si sois aficionados a los chupasangres.
Publicado por White Wolf en 1991, y basado en muchas historias
famosas como Drácula de Bram Stoker, las Crónicas Vampíricas de
Anne Rice, El Ansia de Whitley Strieber... es un gran escenario para
nuestros queridos no-muertos.
Para
quienes no conozcan Mundo de Tinieblas, bueno,
sería algo demasiado largo de explicar aquí; pero en un mundo donde
facciones de vampiros con sus particulares intereses compiten unas
con otras, con humanos, y con otros seres sobrenaturales, por el
poder, la supremacía o, simplemente, por la supervivencia, yo elegí
mis personajes principales de una secta vampírica, el Sabbat, que es
especialmente famosa por su depravación. Ahora bien, ¿qué clase de
depravación? Ah, quizás deberías comprobarlo...
Preludio:
Cacería al anochecer
El
joven vampiro empujó la verja oxidada, cuyo chirrido quedó sofocado
por el rugido de la tormenta. Si no había malinterpretado las
indicaciones, aquel era el lugar de la cita. El viejo caserón no
tenía tan mal aspecto como se había temido, si bien su silueta sólo
se hacía visible intermitentemente gracias a la efímera luz de los
relámpagos. La ausencia de alumbrado, el resonar de los truenos, el
rechinar del metal comenzaban a hacer mella en sus nervios. Nada
nuevo para él, porque hacía tres noches que los tenía a flor de
piel. Cautelosamente, se acercó al porche de madera, sobre el que
repiqueteaba la lluvia, y probó a abrir la puerta de entrada a la
casa. Para su sorpresa, se abrió suave y silenciosamente. Tras un
momento de duda franqueó el umbral, y la oscuridad se lo tragó al
volver a cerrarla tras él.
El
vampiro era joven, pero no en apariencia. Daba la impresión de tener
unos cuarenta años, y en sus rubios cabellos comenzaban a despuntar
hebras plateadas. Pero tenía un rostro muy atractivo, al que unas
pocas arrugas de expresión conferían carácter, iluminado por unos
claros ojos castaños. La tensión hacía resaltar las venas en sus
sienes pálidas mientras avanzaba, casi a tientas, por los pasillos
del edificio desconocido, guiado por un atisbo de luz que creía
percibir de la planta superior. Oía en tamborileo de la lluvia sobre
el tejado y el sonido de los truenos, cada vez más fuertes, cada vez
más próximos. Oía el crujido desagradable de los viejos escalones
de madera. Olía el aire rancio y estancado, y sus nervios crecían
más y más. De seguro habría notado el martilleo de los latidos de
su propio corazón desbocado... Si su corazón aún estuviera
latiendo.
¿Se
hacía la luz más fuerte en aquella habitación del final del
pasillo? Sí, seguro que mis ojos no me engañan, se dijo, y hacia la
fuente de claridad avanzó, con algo más de decisión, pero tratando
de pisar tan quedo como le era posible. La puerta sólo estaba
entornada, así que espió por la abertura antes de decidirse a
entrar. Distinguió una mecha prendida, que bebía de un recipiente
de parafina, y que bastaba para iluminar la mesa sobre la que
descansaba, un oscuro sofá de tres plazas, un par de sillas, unas
gruesas cortinas y una figura que, de espaldas a él, parecía
centrar su atención en la rendija de exterior que debía vislumbrar
a través de la ventana. La luz vacilante hacía destellar el largo,
lustroso y familiar cabello negro; sólo este pequeño detalle
pareció tranquilizarle ligeramente, y le hizo decidirse a entrar. La
figura se volvió con calma; mantenía el rostro parcialmente en
penumbra, pero no cabía duda de que era él. El joven vampiro dejó
escapar el equivalente a un suspiro de alivio, cerró la puerta tras
de sí y se acercó a su anfitrión.
Aún
no habían transcurrido diez días desde que su creador, un vampiro
de ensortijados cabellos castaños que llevaba veinte años
aparentando tener diecisiete, lo había desangrado hasta dejarlo
moribundo y, acto seguido, lo había forzado a beber su sangre.
Recordaba cómo se maldecía a sí mismo por haberse dejado infatuar
por el atractivo y menudo jovencito, pensando que había sido él
quien había conquistado a otro muchacho inexperto más, con su
sonrisa de Casanova y su ronca voz que, tan incitadora, solía
seducir a sus "víctimas" en las barras de los bares de
alterne. Bien, aquella vez la víctima había sido él... Y de una
forma que ni siquiera había creído posible.
Tras
el terrible impacto inicial, había comenzado la aceptación.
Comprendió que no estaba soñando, ni en el infierno, ni en una
dimensión paralela, y que el nuevo mundo de sensaciones que estaba
comenzando a experimentar era muy real y muy placentero. La necesidad
de sangre, la caza... Pero, ¿acaso no era ya un depredador? ¿Acaso
no llevaba toda su vida de adulto acechando víctimas? Ciertamente,
sus territorios de caza habían sido también los clubs nocturnos;
sus objetivos, hombres atractivos. La búsqueda de sexo, le había
dicho su creador, no era tan diferente de la necesidad de sangre. El
acto de obtener lo que necesitabas de tu pareja podía proporcionar,
si lo deseabas, placer a ambos. Tan sólo había que aprender a
controlarse. Enlazado entre los brazos delgados y flexibles, pero
fuertes como el acero, de su juvenil mentor, comenzaba a darse cuenta
de que lo que él conocía como éxtasis no era ni una sombra de lo
que le estaba esperando en su nueva existencia.
Y,
en medio de la embriaguez del aprendizaje, otro terrible impacto: el
brutal asesinato de su creador, tres noches atrás. La sorpresa
horrorizada que vivió la primera vez que probó la sangre se le
antojó insignificante, comparada con el golpe que para él supuso
contemplar el cadáver desgarrado de aquel al que se había aferrado
todas aquellas noches pasadas. Se sintió desesperado, doblemente
huérfano al perder a la vez a su amante y a su maestro.
Apenas
recordaba cómo había logrado obligarse a huir de allí. Aquella
noche, y la siguiente, se las había pasado temblando de miedo en el
refugio que le servía de protección durante el día. Al final, el
hambre lo había empujado a salir de caza, porque los vampiros
jóvenes no eran capaces de controlar el impulso de buscar sangre. Y
he aquí que, durante aquella cacería desesperada, él
lo
encontró.
Su
rostro, al igual que ahora, se había mantenido en la penumbra, pero
no tardó mucho en revelarle que era un ser de su misma naturaleza.
Aquello no le sorprendió demasiado, porque su creador le había
contado que había muchos otros como ellos, y que pronto le llevaría
a conocerlos. El desconocido se había interesado por él: tras
escuchar su historia, contada a trompicones, le había instado a ser
cauteloso, para no correr la misma suerte que su mentor, y le había
ofrecido su guía y su consejo, pues un vampiro neófito, según sus
palabras, era responsabilidad de quien lo había creado, y la falta
de éste solía conducir, las más de las ocasiones, al desastre,
como un recién nacido que fuera privado de su madre. Finalmente, le
había citado en un lugar seguro a donde debería dirigirse
discretamente, después de alimentarse.
El
desconocido señaló el sofá, en el que nuestro joven vampiro tomó
asiento. Se sintió observado por su acompañante durante unos
momentos que se le hicieron eternos, pero no se atrevió a decir
palabra. Finalmente, su anfitrión decidió unírsele y se sentó
junto a él, con lo que su cara quedó expuesta a la luz.
El
vampiro rubio sintió cómo su mandíbula inferior se aflojaba al
contemplarlo. Si aún hubiera necesitado respirar, sin duda se habría
olvidado de hacerlo. Tan sólo podía clavar la vista en aquel rostro
que se dirigía a él, con un atisbo de sonrisa aleteando en la
comisura de los labios... La piel, de una blancura imposible, era tan
tersa y uniforme que le daba la apariencia de estar esculpido en
mármol, o alabastro. Sus ojos tenían un color gris, tan pálido que
a duras penas podía distinguir las pupilas del blanco que las
rodeaba. Pareciera que unos ojos así deberían conferirle una mirada
desprovista de vida... Y, sin embargo, eran tan brillantes que
parecían refulgir como sendos aros de plata a ambos lados de una
nariz perfectamente moldeada. Los labios, apenas coloreados, se
entreabrían para mostrar un atisbo de las dos hileras de dientes
regulares como cuentas de nácar. Y, en contraste con aquella etérea
palidez, unas larguísimas pestañas, cejas de delicada curvatura y
sedosa cabellera, tan negras como el azabache. Era aquel rostro joven
y andrógino de una belleza tal como nunca había contemplado en su
vida, y por la misma razón, decididamente inhumana. Se sintió
temblar, desgarrado entre el impulso de salir corriendo y el de
alargar la mano y acariciar a aquel ser, y poder sentir sus texturas
bajo las yemas de los dedos.
-Estás
empapado.
Con
estas sencillas palabras, el extraño rompió momentáneamente el
hechizo, mientras estiraba el brazo para deslizar sus dedos entre los
mojados cabellos de su estupefacto compañero. Pequeñas gotas de
agua cayeron sobre el envejecido cuero negro del sofá; el vampiro de
piel marmórea las siguió con la mirada y sonrió abiertamente. El
recién llegado se percató entonces de que, a diferencia de él y de
su creador, aquel vampiro no parecía tener los prominentes colmillos
que, creía, eran propios de su especie. No pudo profundizar en la
idea, porque aquel ser sobrenatural se aproximó a él, tan cerca que
sólo dejó unos centímetros de separación, y ya no pudo pensar en
nada que no fuera perderse en la incitadora suavidad de sus largos
cabellos; en abrir lentamente la camisa blanca que vestía y
descubrir más porciones de su anatomía; en inclinar, aunque fuera
un poco, su propia cabeza y hacer que aquella mano que se enredaba en
sus cabellos se deslizara sobre su frente, para poder experimentar el
tacto de sus cincelados dedos, que él no se atrevía aún a tocar.
Como
si leyera su deseo, el extraño bajó la mano y acarició su rostro.
Era una sensación inusitada, ser acariciado por aquella carne fría,
dura como piedra pulida, y a la vez flexible y suave. La mano siguió
bajando hasta los botones de su camisa y comenzó a desabrocharlos
metódicamente, terminando con ambos puños, deslizando luego camisa
y chaqueta juntas a lo largo de los húmedos brazos. Repitió la
misma operación con sus zapatos y calcetines, pantalones y bóxer, y
cuando hubo terminado lo empujó suavemente, haciéndolo recostarse
sobre el sofá, y se quedó allí, de rodillas, contemplando desde lo
alto su desnudez. El cabello negro le cubría parcialmente el rostro,
como una cortina de seda, arrojando sombras sobre sus ojos grises. Se
inclinó entonces, y su boca se fue aproximando, centímetro a
centímetro, hasta que sus labios aprisionaron los de su compañero,
rosados por la reciente cacería. Introdujo su lengua entre ellos, y
el vampiro joven sintió algo similar a un estremecimiento, porque
aquel músculo que tantas veces había saboreado no era flexible y
húmedo, sino duro y seco como granito que, milagrosamente, pudiera
modelarse y adaptarse a los contornos internos de su boca. Abrió los
ojos de golpe y se encontró con la mirada divertida de aquel ser
fija en ellos, y sintió la rápida mordedura de dos afilados
colmillos (si hubiera estado en condiciones de pensar, se habría
preguntado de dónde habían salido), y cómo su boca se iba llenando
de su propia sangre. El placer le invadió cuando aquellos pálidos
labios comenzaron a succionar profundamente de la herida. Ah...
Aquella sensación, que era mejor que cualquier sexo que hubiera
disfrutado antes... A veces, cuando aún estaba vivo, había probado
juegos eróticos, como el estrangulamiento justo antes del clímax, y
aunque juraba a cualquiera que quisiera escucharlo que aquello era el
no va más del placer físico, lo cierto es que no tenía comparación
con esto. Sentir cómo se te escapa el aliento, la vida, con cada
borbotón de sangre, con una explosión de vértigo en el pecho y las
sienes que te palpitan violentamente, y a pesar del dolor te hace
desear más, hasta arrastrarte al borde...
Los
labios dejaron de succionar, por un momento, y pudo sentir el
contacto de aquella lengua, ahora resbaladiza y cálida con su
sangre, jugueteando con la suya.
-Mucho
mejor así, ¿no es cierto? -preguntó el desconocido, con tono
festivo-. ¿Continuamos?
Y,
acto seguido, inclinó la cabeza para poder acceder al cuello de su
compañero, y de nuevo mordió en su carne. El vampiro neófito dejó
escapar un suspiro de placer y se atrevió finalmente a posar sus
manos sobre aquella piel de alabastro. Sentía el impulso
irrefrenable de hundir sus dientes en ella y beber a su vez, para
duplicar su deleite hasta que se nublaran sus sentidos... Su creador
le había prevenido: no era aconsejable beber de otro vampiro si no
deseabas establecer un lazo de afectividad y dependencia; de hecho,
le había prohibido expresamente compartir sangre con otro que no
fuera él. Bien, ahora su creador estaba muerto. Pero él continuaba
existiendo, y su cuerpo desnudo estaba debajo de la criatura más
sorprendente que había visto, y estaba sintiendo un placer
exquisito... Sin pensarlo, posó sus aguzados colmillos sobre la base
de aquel cuello blanco y comenzó a presionar.
La
reacción del extraño fue rápida e inesperada: abandonando su
festín, apartó al otro de un manotazo y lo mantuvo clavado sobre el
asiento, presionando su cuello con puño de hierro.
-No
puedo dejarte hacer eso; sería un desperdicio para mí -dijo, con
voz queda, a su asombrado y mudo acompañante- y extremadamente
doloroso para ti. ¿Sabes? No son muchos los que tienen la
oportunidad de contemplar mi auténtica forma; es un privilegio que
tal vez no puedas apreciar en toda su magnitud: una visión de las
pocas obras que quedan sobre la tierra de uno de los más brillantes
artistas que la han pisado. Considéralo un regalo de despedida -su
prisionero se revolvió e intento protestar, pero aquella férrea
mano sobre su cuello impidió que pudiera moverse o proferir sonido
alguno-. Te doy las gracias, a mi vez, por permitirme compartir el
regalo de tu belleza.
El
vampiro joven contempló, con ojos aterrados, aquel rostro de labios
ligeramente enrojecidos que conservaba su lividez a pesar de haberse
atiborrado de su sangre. Sus ojos, dos puntos negros en medio de dos
esferas nacaradas, se centraron en los de él por un instante, casi
con dulzura... Después, mientras era vaciado hasta la última gota,
fue perdiendo gradualmente el sentido, sin dejar de preguntarse el
porqué...
El
extraño se alzó, puso en orden sus ropas y lanzó una última
mirada a su exangüe víctima. Técnicamente, no había acabado con
su existencia, y si lo abandonara allí, a cubierto de la luz del
sol, lo más probable es que tarde o temprano se alzara de nuevo.
Pero no podía arriesgarse a ello. Acarició levemente el rostro
inmóvil con las yemas de los dedos; luego utilizó la lámpara de
parafina para prender una pila de viejos periódicos bajo el sofá, y
añadió combustible adicional. Tuvo que esperar bastante tiempo
junto al fuego, más del que habría preferido, hasta que se formó
una pira lo suficientemente potente para devorar al vampiro en sopor.
Espió desde la puerta y se aseguró de que no pudiera quedar nada
reconocible; cuando no pudo aguantar más, se marchó a toda
celeridad.
Con
un poco de suerte, tardarían mucho en dar la voz de alarma. Además,
aquella noche tenía otros asuntos que tratar. Asuntos mucho más
importantes.
I:
El
creador
y el modelador
-Hola,
Elias. Por favor, acércate a la luz; déjame que te vea.
El
llamado Elias obedeció, tras un ligero titubeo, y se acercó a la
zona directamente bajo la enorme lámpara de araña de cristal de
Murano que pendía del techo. Como no había ninguna silla,
permaneció de pie, y eso no lo ayudó a relajarse: la estancia donde
se encontraban era bastante intimidante por sí misma. Cuatro
impresionantes vidrieras, una en cada pared, iluminadas
artificialmente, proyectaban extrañas sombras de vivos colores sobre
los escasos muebles de la habitación. Había estado demasiado
nervioso para estudiar sus diseños, y ahora prefería concentrarse
en el recién llegado.
Era
un hombre, o, al menos, así lo parecía por su voz, la cual era
profunda pero con una extraña cualidad melodiosa que lo hacía
dudar. Había elegido un asiento en penumbra, y no se podía
distinguir gran cosa de él, salvo que parecía alto y esbelto, y
tenía una larga melena oscura. Se contuvo para no girar la cabeza y
buscar la reconfortante mirada de su mentor, que se sentaba en el
extremo de la habitación que acababa de dejar, y mantuvo la vista al
frente.
-Elias...
Eres griego, ¿verdad?
-Sí,
aunque tenemos algo de sangre eslava en la familia, por parte de mi
bisabuela paterna (Cállate,
idiota,
se encontró pensando. ¿Ahora
le
vas
a
contar
tu
árbol
genealógico?
Contesta
lo
que
te
pregunten,
como
te
dijo
el
Kyrios,
y
ya está,
que
no
te
va
a
comer.
Puede
que
no...
).
-Ya
veo -comentó sencillamente la voz-. ¿Cuántos años tienes?
-Veintitrés
en dos días, señor -esta vez recordó añadir el tratamiento-.
Bueno, parece... si es posible... que no llegaré a tenerlos,
¿verdad?
Había
turbación en su voz, y el desconocido sonrió para sí, a su pesar.
Un muchacho en sus veinte años, griego. El tipo de elección que le
habría hecho dudar, aunque no le sorprendiera y, en definitiva,
debiera hacerle sentir halagado. Y el joven era bello, eso era
cierto: no muy alto, pero con un físico atlético perfectamente
proporcionado, manos y muñecas finas, cuello musculoso pero
estilizado sobre unos hombros muy bien torneados, piel de color
dorado ... Y, en su rostro de facciones regulares, ojos oscuros bajo
unas tupidas pestañas negras, a juego con su cabellera ligeramente
revuelta. Todo mejorable, por supuesto, pero buena materia prima,
aceptó.
-Lo
que veo me complace, Elias. Quisiera que me mostraras lo que no
alcanzo a ver.
El
joven tragó saliva. No era algo común para él, tener que
desnudarse ante un desconocido invisible, pero sintió los ojos de su
mentor observándole y obedeció. Rápidamente se despojó de su
camiseta, de sus zapatos y de sus pantalones de tela ligera (no
llevaba nada más) y se irguió desnudo, en toda su estatura,
dispuesto a ser examinado. Tampoco tenía nada de lo que
avergonzarse: un cuerpo muy firme, de músculos elásticos, sin
vello, salvo por las axilas y por la espesa mata rizada y oscura que
coronaba su sexo.
Fue
contemplado durante un largo rato, que se le hizo eterno, e incluso
tuvo que girarse, alzar los brazos y separar las piernas. A pesar de
que el Kyrios le había explicado que aquella sólo era la mirada del
artista, no pudo evitar sentir embarazo. Y, para qué negarlo,
también una cierta expectación...
-Hermoso
-comentó el desconocido-. Bien, he de suponer que tu señor ya te ha
instruido con todo lo que considera que debes saber, y aun así
quieres continuar, ¿cierto?
-Me
resultaría insoportable echarme atrás, señor -respondió el joven,
con decisión.
-¿Amas
a Tosha?
-...
Más que a mi propia existencia. Sé que suena melodramático, pero
es la verdad -la figura en las sombras sonrió; había tristeza en la
curva de sus labios. El muchacho no pudo verla, pero el otro ocupante
de la estancia sí la percibió.
-Dime,
Elias, ¿qué sabes de mí? ¿Qué te ha contado tu señor... tu
Kyrios?
-No
mucho, señor -respondió, con cierto embarazo-. Tan sólo dos cosas:
que debo poner mi vida en sus manos con la misma confianza ciega que
tengo en él, y que es el artista con más talento que jamás se ha
encontrado.
-Eso
es porque tu Kyrios nunca ha prestado mucha atención a los artistas
-rió suavemente entre dientes-. Pero supongo que te ha dejado a
oscuras porque prefería que fuera yo quien me diera a conocer. Bien,
dejaremos de ser desconsiderados -se levantó silenciosamente y se
acercó a la luz-. Me llamo Fidias, y nací, como tú, en Grecia,
hace mucho tiempo.
El
joven Elias contempló, deslumbrado, la alta figura masculina de
largos cabellos negros que se hallaba de pie ante él, de piel
marmórea y pálidos ojos grises con brillo plateado. Era
sobrecogedoramente hermoso y, a la vez, terrorífico, porque no había
en él ni rastro de humanidad. Su Kyrios, al que siempre había
considerado el hombre más atractivo que había visto, palidecía al
compararlo con este ser; y sin embargo, eran cosas tan humanas como
el color de sus mejillas, la elasticidad de su piel, su sonrisa,
incluso con sus puntiagudos colmillos asomando entre sus labios, las
que le conferían su belleza particular.
El
llamado Fidias pareció adivinar al instante lo que pasaba por la
cabeza del humano y sonrió. Elias, saliendo de su estupor, inclinó
la cabeza en una profunda reverencia, pero continuó examinando a su
interlocutor. Curiosamente, como notó, sus colmillos no
sobresalían...
-¿Se
llama Fidias, como el escultor? -preguntó el muchacho cuando
recuperó la voz.
-Como
ese mismo. El que me modeló.
-¿El
que le...? Pero... -Elias abrió mucho los ojos- Vivió hace miles de
años... -Fidias no contestó; se limitó a observarlo con calma,
mientras el joven humano asimilaba la información- ¿Y se llama
Fidias en su honor?
-No.
Me apropié de su nombre sin el menor atisbo de vergüenza.
-
¿Y no teme que él pueda... venir y pedirle explicaciones?
-La
verdad -la voz del vampiro sonó diferente- es que nada en el mundo
podría complacerme más.
-Pero...
-No
te preocupes, Elias -le atajó Fidias-. Estoy seguro de que Tosha
satisfará tu curiosidad más adelante. Pero ahora te voy a hacer un
regalo que considero muy valioso: te mostraré la obra de mi Maestro.
Y
al decir esto, Fidias desabrochó los botones de su camisa blanca y
la dejó caer al suelo, descubriendo su pecho como cincelado en
piedra, de una uniformidad y perfección inusitados. Sus pezones,
apenas coloreados, destacaban más por la sombra que proyectaban
sobre aquella superficie, aquel cuerpo esbelto pero de músculos
bellamente definidos; definitivamente masculino, pero que transmitía
una vaga sensación de ambigüedad... El vampiro llevó entonces sus
manos, de uñas cortas y casi del mismo color que los dedos, a la
cintura de sus pantalones, y comenzó a desabrocharlos con sonrisa
enigmática. Elias no pudo evitar sentir una curiosidad morbosa y
bajó la vista a la ingle del vampiro; por el rabillo del ojo
percibió que iba descalzo.
Mas
cuando los pantalones negros cayeron al suelo, con un leve susurro,
el muchacho no pudo reprimir una ahogada exclamación de sorpresa:
porque, en el lugar donde debiera estar su sexo, no había más que
una superficie blanca y lisa, ligeramente convexa; como un inmaculado
trozo de mármol pulido.
Elias,
que hasta entonces había permanecido absorto en su interlocutor y
ajeno a su propia desnudez, retomó conciencia de sí mismo y no pudo
evitar llevarse las manos a la entrepierna, aunque sin que sus ojos
hipnotizados se apartaran de la de su acompañante... Éste sonrió,
alzando apenas la comisura derecha de sus labios, y se acercó más.
Al
humano se le hizo manifiesto cuán diferente era aquel cuerpo del
suyo; tanto, que pareciera de otra especie diferente. Una cabeza más
alto que él, pero de hombros proporcionalmente más estrechos, de
miembros más largos y músculos perfectamente modelados pero no tan
marcados. Le evocaba imágenes de las esculturas clásicas que había
diseminadas por su tierra; o de las que se alzaban, por doquier, en
Roma, y que una vez tuvo ocasión de contemplar. Llegó a la
conclusión de que no era muy diferente de una estatua animada, y no
obstante, había cierto realismo en sus proporciones, cierta frescura
y dinamismo que le conferían ese hálito de vida, esa confirmación
de que estaba ante un ser dotado de vitalidad.
Elias
fue sacado de su estupor por la mano firme de aquel ser, que tomó su
diestra y la acercó hasta su pubis, haciéndole posar la palma sobre
su superficie. El joven griego quedó paralizado por unos instantes,
pero el deseo de sentir aquellas formas bajo su piel se hizo más
fuerte. Deslizó los dedos gentilmente y pudo comprobar la tersura y
la homogeneidad de la blanca carne, fría y dura al tacto; tanto, que
no se hundía apenas bajo la presión de los dedos. Más osado,
continuó su exploración sobre el perineo, y se adentró hasta la
hendidura entre las nalgas. Se sorprendió, aunque en menor medida,
de no notar abertura alguna. Liso
como una estatua,
se maravilló.
No
supo si fue aquella piel, que ganó calidez, o el efecto de su propia
temperatura corporal, pero lo cierto es que la sensación en las
yemas de sus dedos no fue ya la de acariciar algo hecho de piedra,
sino músculos elásticos y jóvenes. Para su embarazo, notó que
tenía una erección. Ahora fue el turno de los dedos de alabastro de
acariciar la zona recién despierta de su anatomía... Experimentó
un escalofrío cuando se posaron, fríos, sobre su miembro rígido,
pero no tardaron en robar parte del propio calor del humano. El
vampiro los deslizó, arriba y abajo, a lo largo de la rosada piel,
hasta que una brillante gota de fluido preseminal se formó en la
cúspide del glande. Los dedos se demoraron en aquel espeso néctar y
lo extendieron a lo largo de la hendidura. El muchacho gimió.
-¿Te
has acostado con mujeres? -preguntó Fidias, con voz suave, sin dejar
de acariciarle.
-Sí...
-¿Las
has penetrado?
-...
Sí... Ah....
-¿Has
penetrado a hombres?
-Ugh...
Sí...
-¿Y
te han penetrado a ti?
Elias
calló durante un instante y después negó con la cabeza, con las
mejillas ligeramente encendidas. Las manos acariciadoras abandonaron
entonces su miembro excitado y se deslizaron sobre sus caderas,
bajando hasta las nalgas, asiéndolas gentil pero firmemente y
separándolas, hasta que el joven fue consciente de esa otra abertura
que quedaba expuesta entre ellas. Fidias alargó el dedo índice y
trazó el contorno circular varias veces, jugueteando
despreocupadamente. Elias gimió, agarrándose a los antebrazos de su
compañero.
-Entonces
-continuó el vampiro-, esta noche perderás tu último vestigio de
virginidad, antes de recibir el Abrazo. Nuestros antepasados
consideraban sacrílego el arrebatar la vida de una virgen; tenían
que forzarla, antes de darle muerte. Nosotros no tenemos la misma
motivación; pero, en tus años venideros, si eres generoso y decides
dar placer, y no sólo tomarlo, deberás experimentar, al menos una
vez, lo que se siente. Y deberás grabarlo a fuego en tu mente,
porque pronto tu carne olvidará todo lo que experimentarás ahora, y
lo único que te inundará será el deseo, y el sabor, y el gozo de
la sangre.
Y
diciendo esto, el vampiro deslizó el índice, húmedo con el fluido
de la excitación del joven, en la apretada abertura de su trasero.
Elias se estremeció, y su primera reacción fue contraer el músculo,
con lo que sintió dolor. Mas casi al instante unas manos familiares
se materializaron alrededor de su cintura: las manos de su Kyrios. El
contacto del pecho desnudo pegado a él lo tranquilizó; los dedos
hábiles, que continuaron acariciando su sexo en el mismo punto donde
Fidias lo había dejado, lo sumieron en un estado de tensión
expectante. Sin saber cómo se vio transportado a un enorme diván de
terciopelo, emparedado entre aquellos dos hermosos seres, estimulado
por las caricias de cuatro manos expertas, y tuvo que utilizar toda
su fuerza de voluntad para no alcanzar el clímax enseguida.
De
nuevo el largo índice exploró la cavidad virgen; se obligó a
relajarse, y fue penetrado lentamente, pero con decisión. Y, como el
vampiro sabía perfectamente lo que buscaba, pronto alcanzó a
estimular la sensible zona de la próstata. Elias juraría que casi
pudo sentir el impulso eléctrico de las terminaciones nerviosas que
despertaron, enviando sus placenteras sensaciones a su cerebro... Era
como si aquella mano, en vez de estar hundida en su trasero,
estuviera ocupada propinando caricias increíbles a su pene.
-Aaaaah...
¡Kyrios!
Como
si respondiera a su llamada, Tosha, su Kyrios, mordió la parte alta
de su cuello, cerca de la oreja, y succionó con avidez; casi al
instante, Elias fue sacudido por uno de los orgasmos más violentos
que pudiera recordar. Jadeando, con su corazón martilleando en el
pecho como una bomba a punto de estallar, y un hilillo de sudor que
le bajaba por la sien, el humano abrió los ojos y miró abajo, a la
mano de su mentor, alrededor de su pene aún erecto, húmeda con el
semen que acababa de eyacular. Dejó escapar un prolongado suspiro y
se reclinó sobre quien le servía de respaldo; alzó la vista y se
topó con los inquietantes ojos de Fidias, que parecían estudiarlo
con interés. Se percató de que aún asía con fuerza los antebrazos
del vampiro. Lo miró con lujuria a través de sus ojos entreabiertos
y separó las piernas, como retándole a mostrarle lo que era capaz
de hacer con aquel cuerpo asexuado, mientras su pecho subía y bajaba
con el agitado ritmo de su respiración.
Al
momento se vio empujado hacia el vampiro de largos cabellos negros,
mientras la lengua de Tosha bajaba por su columna vertebral, trazando
una línea rojiza, hasta hundirse entre sus nalgas. Pudo sentirla
girando y sacudiéndose en su abertura, que Fidias mantenía
expuesta, con las manos aún aprisionando los firmes glúteos; pudo
sentirla entrando en él, tan profundo que resultaba antinatural;
notó la humedad dentro y alrededor (aunque no dedujo que se trataba
de su propia sangre) lubricando el conducto. Dejó caer la mandíbula
inferior, y un hilo de saliva se le deslizó mentón abajo... Y de
nuevo las manos de su señor, acomodándolo sobre él como en un
asiento, con la espalda arqueada del muchacho descansando sobre su
pecho y su vientre (podía sentir los genitales del vampiro contra la
piel), y acariciando su miembro, aún excitado, ahora brillante y
resbaladizo con sus propios fluidos.
El
vampiro llamado Fidias, con ojos calmados y decididos, asió al
muchacho por la parte baja de sus muslos, separó sus piernas tanto
como le fue posible, para exponerlo completamente a él, y se colocó
entre ellas. Ambos se miraron fijamente, y entonces...
Elias
lo notó, al principio, como algo duro pero flexible, grueso como un
dedo, abriéndose camino dentro de él. Era consciente de las manos
de Fidias, sujetando sus piernas; de las de su Kyrios, enlazadas
alrededor de su sexo... Dejó de pensar cuando el vampiro rozó de
nuevo su zona mágica; sólo pudo exhalar gemidos de placer a través
de sus labios entreabiertos. Y esta vez la sensación era distinta,
más intensa, porque notaba cómo aquello penetraba y volvía a salir
a lo largo de sus paredes resbaladizas.
Pronto,
el misterioso miembro comenzó a crecer; poco a poco fue
expandiéndose, al ritmo de sus músculos internos; sintió cómo le
iba llenando paulatinamente, hasta que fue totalmente sensible a la
presión dentro de él, a cómo se hundía cada vez más
profundamente. Cada empujón le enviaba una oleada de placer. Apenas
se percató de las manos de Tosha, soltando su miembro y enlazando
sus costados, mientras los labios del vampiro buscaban de nuevo su
sangre. Y apenas fue consciente de lo que Fidias hizo con él
mientras lo poseía.
Como
un escultor que modela su creación, así modeló el artista las
formas de Elias, conforme a la visión que construyó tras posar sus
ojos en él. Era hermoso, sí, pero como todas las obras,
mejorable... Alimentado con la sangre del joven vampiro que había
asesinado al anochecer, con sus sentidos y sus habilidades
potenciados al máximo, el escultor utilizó las artes de su especie
para dar forma a la carne. Estilizó sus miembros, dotó de forma
perfecta a sus genitales, esculpió los rasgos de su rostro, realzó
y unificó el color de su piel, dejándola lisa y suave. Mientras lo
oía gemir, cada vez más alto, tejió sus cabellos ensortijados
dándoles un tacto sedoso, alargó sus pestañas, esculpió su nariz
y la curva de sus cejas, borró cualquier traza de barba sobre las
mejillas y el mentón e hizo brillar sus ojos con la intensidad del
azabache. Y cuando, con las piernas enlazadas alrededor de su
cintura, y los dedos crispados sobre su pálido cuello, el muchacho
alcanzó el clímax de nuevo, el vampiro acalló su grito posando sus
pétreos labios sobre los suyos, cálidos y húmedos, y los moldeó a
su imagen. Sentía que aquello profanaba, en cierta forma, la obra de
su Maestro, que era un plagio innoble, pero no pudo resistirse al
impulso. Unos
labios como los míos que seguirán posándose sobre Tosha,
pensó.
Sucumbió
también a la llamada de la sangre e hizo brotar sus colmillos,
hundiéndose en la lengua del joven, bebiendo de su sangre y de sus
jadeos mientras su compañero vampírico seguía alimentándose de su
cuello. Y cuando lo llevaron al borde de la muerte, salió de dentro
de él, cerró las heridas de su piel y se apartó. Lo que venía a
continuación era asunto sólo de su compañero, y todo lo que podía
hacer era mirar.
Así
pues Tosha, con el exangüe Elias aún envuelto por su abrazo, se
mordió la lengua y pegó su boca a la del joven griego, dejando que
el poderoso elixir rojo se vertiera por su gaznate. Pronto el
muchacho bebió con ansiedad, sus manos sujetando el rostro de su
Kyrios mientras sus formas se entrelazaban en el doble beso.
Fidias
asistió a la escena, la melancolía pintada en sus ojos. Creyó que
el Beso ya se prolongaba demasiado, y que debería arrancar al
vampiro recién nacido de los brazos de un Tosha demasiado entregado
para hacerlo él mismo, cuando sus bocas se separaron de manera
espontánea, no así su abrazo. Pudo leer la adoración en los ojos
de Elias, antes de que su joven cuerpo comenzara a sentir los dolores
físicos de la pérdida de humanidad. Permaneció con ambos, mientras
Tosha confortaba a su nueva progenie hasta que estuvo a punto de
despuntar el alba.
Cuando
iba a retirarse discretamente, Elias lo sujetó tímidamente por un
brazo; sus ojos se posaron en su bajo vientre, en los pálidos
órganos sexuales que el vampiro había tallado en su carne para
poseerlo; sonrió y lo besó en los labios, dejando que su lengua
recorriera la hilera de dientes perfectos y se demorara en los
puntiagudos caninos, que antes no estaban ahí...
Ahora
fue el turno de Fidias para sonreír. Mientras lo hacía, sus
colmillos se retrajeron hasta quedar del mismo tamaño que los demás
dientes, y sobre su pubis, la carne pareció abrirse para reabsorber
los genitales, quedando tan lisa e inmaculada como lo había estado
en un principio.
El
vampiro de brillante cabellera negra se vistió y caminó hacia la
puerta. Desde allí se volvió, sólo durante un instante, y cruzó
una mirada con Tosha. En una fracción de segundo, éste se colocó
frente a él, tomó su rostro entre las manos y lo besó. Fidias se
sorprendió, pero se abandonó al beso; ambos conservaban la pegajosa
humedad de la sangre, y sus rígidas lenguas se deslizaron, chocaron
y danzaron, compartiendo su sabor. Y fue por esa sorpresa que el
vampiro griego no pudo reaccionar a tiempo cuando su compañero
hundió los puntiagudos dientes en su carne, y la espesa sangre que
brotó inundó la cavidad única e íntima en que se habían
transformado sus bocas unidas.
De
un violento empujón, Fidias envió a Tosha, casi volando, contra la
pared. Lo contempló con ojos iracundos y preocupados a la vez, y
luego acudió a su lado. Conteniéndose a duras penas para no gritar,
Tosha se deslizó hasta el suelo, estremecido por el dolor: la carne
de la cara interna de sus mejillas se estaba deshaciendo. Largas
grietas se habían formado en torno a sus labios. Elias, horrorizado,
corrió a su lado para atenderle o incluso defenderle de lo que
parecía un ataque del otro vampiro, pero su mentor conservó la
suficiente presencia de ánimo como para sujetar su brazo con fuerza
y mantenerlo apartado e inmóvil.
-¿Es
que has perdido el juicio? -espetó Fidias al herido, ignorando al
joven.
Éste
no habría podido responder, aunque quisiera: la corrosión se le
había extendido hasta las cuerdas vocales. La propia voz del griego
sonaba estropajosa, su lengua convertida en jirones en su boca
ensangrentada, porque los dientes de su compañero, hincados
profundamente en ella, la habían desgarrado al ser apartado sin
miramientos.
Pronto,
ante la mirada de sus dos compañeros, la sangre poderosa de Tosha
comenzó a actuar, sanando sus heridas. Sonrió, apologéticamente.
-Mis
disculpas... Elias, lamento haberte sobresaltado: ha sido culpa mía,
una temeridad. Pensé que podría lidiar con la sangre de Fidias,
pero ya ves que es demasiado... potente para cualquiera de nosotros.
No os preocupéis, ya ha pasado. Eli, ven conmigo, porque el sol está
a punto de salir. Te pido perdón de nuevo, amigo mío -dijo,
apretando el brazo del vampiro más viejo-. Nos veremos al anochecer.
Al
separarse, una voz resonó en la cabeza de Fidias: Deseaba
tenerte dentro de mí, aunque fuera una última vez.
Hola Hola
ResponderEliminarPor fin regreso a tu hermoso blog y creo, creo (mala memoria) q me encuentro con lindas sorpresas de nuevas historias <3
este... una preguntita antes de comenzar a leer Tosha, el chico ruso tiene algo q ver con esta historia? de ser asi deberia de leermela primero q esta?
Thanks :)
¡Holaaaa! Como el mensaje es anónimo, no puedo saber quién eres pero, desde luego, un placer verte por aquí .^^ . La historia de Tosha la componen, precisamente, los dos últimos capítulos de esta, así que no hay ningún problema en empezarla por el capítulo I. La cuestión es que la dejé en suspenso y no está editada (aparte de los capítulos de Tosha, que sí están revisados y se pueden leer independientemente); te aviso porque no quisiera que te decepcionara. ¡Gracias por tu interés y un abrazo!
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