2012/02/24

FIDIAS Imagen, Preludio: Cacería al anochecer y I: El creador y el modelador

 
 
Fidias es una colección de episodios sobre las "vidas" de varios vampiros. Está situado en mi ambientación de rol favorita, Mundo de Tinieblas, y especialmente, por supuesto, en el juego Vampiro: La Mascarada. Para aquellos familiarizados con el juego, todo tendrá sentido (eso espero), más o menos, aunque haya tratado de evitar a propósito definiciones, nombres y cualquier cosa que pudiera sonar a copyright... Recomiendo que echéis un vistazo a Vampiro: La Mascarada si sois aficionados a los chupasangres. Publicado por White Wolf en 1991, y basado en muchas historias famosas como Drácula de Bram Stoker, las Crónicas Vampíricas de Anne Rice, El Ansia de Whitley Strieber... es un gran escenario para nuestros queridos no-muertos.
Para quienes no conozcan Mundo de Tinieblas, bueno, sería algo demasiado largo de explicar aquí; pero en un mundo donde facciones de vampiros con sus particulares intereses compiten unas con otras, con humanos, y con otros seres sobrenaturales, por el poder, la supremacía o, simplemente, por la supervivencia, yo elegí mis personajes principales de una secta vampírica, el Sabbat, que es especialmente famosa por su depravación. Ahora bien, ¿qué clase de depravación? Ah, quizás deberías comprobarlo...






Preludio: Cacería al anochecer



El joven vampiro empujó la verja oxidada, cuyo chirrido quedó sofocado por el rugido de la tormenta. Si no había malinterpretado las indicaciones, aquel era el lugar de la cita. El viejo caserón no tenía tan mal aspecto como se había temido, si bien su silueta sólo se hacía visible intermitentemente gracias a la efímera luz de los relámpagos. La ausencia de alumbrado, el resonar de los truenos, el rechinar del metal comenzaban a hacer mella en sus nervios. Nada nuevo para él, porque hacía tres noches que los tenía a flor de piel. Cautelosamente, se acercó al porche de madera, sobre el que repiqueteaba la lluvia, y probó a abrir la puerta de entrada a la casa. Para su sorpresa, se abrió suave y silenciosamente. Tras un momento de duda franqueó el umbral, y la oscuridad se lo tragó al volver a cerrarla tras él.

El vampiro era joven, pero no en apariencia. Daba la impresión de tener unos cuarenta años, y en sus rubios cabellos comenzaban a despuntar hebras plateadas. Pero tenía un rostro muy atractivo, al que unas pocas arrugas de expresión conferían carácter, iluminado por unos claros ojos castaños. La tensión hacía resaltar las venas en sus sienes pálidas mientras avanzaba, casi a tientas, por los pasillos del edificio desconocido, guiado por un atisbo de luz que creía percibir de la planta superior. Oía en tamborileo de la lluvia sobre el tejado y el sonido de los truenos, cada vez más fuertes, cada vez más próximos. Oía el crujido desagradable de los viejos escalones de madera. Olía el aire rancio y estancado, y sus nervios crecían más y más. De seguro habría notado el martilleo de los latidos de su propio corazón desbocado... Si su corazón aún estuviera latiendo.

¿Se hacía la luz más fuerte en aquella habitación del final del pasillo? Sí, seguro que mis ojos no me engañan, se dijo, y hacia la fuente de claridad avanzó, con algo más de decisión, pero tratando de pisar tan quedo como le era posible. La puerta sólo estaba entornada, así que espió por la abertura antes de decidirse a entrar. Distinguió una mecha prendida, que bebía de un recipiente de parafina, y que bastaba para iluminar la mesa sobre la que descansaba, un oscuro sofá de tres plazas, un par de sillas, unas gruesas cortinas y una figura que, de espaldas a él, parecía centrar su atención en la rendija de exterior que debía vislumbrar a través de la ventana. La luz vacilante hacía destellar el largo, lustroso y familiar cabello negro; sólo este pequeño detalle pareció tranquilizarle ligeramente, y le hizo decidirse a entrar. La figura se volvió con calma; mantenía el rostro parcialmente en penumbra, pero no cabía duda de que era él. El joven vampiro dejó escapar el equivalente a un suspiro de alivio, cerró la puerta tras de sí y se acercó a su anfitrión.



Aún no habían transcurrido diez días desde que su creador, un vampiro de ensortijados cabellos castaños que llevaba veinte años aparentando tener diecisiete, lo había desangrado hasta dejarlo moribundo y, acto seguido, lo había forzado a beber su sangre. Recordaba cómo se maldecía a sí mismo por haberse dejado infatuar por el atractivo y menudo jovencito, pensando que había sido él quien había conquistado a otro muchacho inexperto más, con su sonrisa de Casanova y su ronca voz que, tan incitadora, solía seducir a sus "víctimas" en las barras de los bares de alterne. Bien, aquella vez la víctima había sido él... Y de una forma que ni siquiera había creído posible.

Tras el terrible impacto inicial, había comenzado la aceptación. Comprendió que no estaba soñando, ni en el infierno, ni en una dimensión paralela, y que el nuevo mundo de sensaciones que estaba comenzando a experimentar era muy real y muy placentero. La necesidad de sangre, la caza... Pero, ¿acaso no era ya un depredador? ¿Acaso no llevaba toda su vida de adulto acechando víctimas? Ciertamente, sus territorios de caza habían sido también los clubs nocturnos; sus objetivos, hombres atractivos. La búsqueda de sexo, le había dicho su creador, no era tan diferente de la necesidad de sangre. El acto de obtener lo que necesitabas de tu pareja podía proporcionar, si lo deseabas, placer a ambos. Tan sólo había que aprender a controlarse. Enlazado entre los brazos delgados y flexibles, pero fuertes como el acero, de su juvenil mentor, comenzaba a darse cuenta de que lo que él conocía como éxtasis no era ni una sombra de lo que le estaba esperando en su nueva existencia.

Y, en medio de la embriaguez del aprendizaje, otro terrible impacto: el brutal asesinato de su creador, tres noches atrás. La sorpresa horrorizada que vivió la primera vez que probó la sangre se le antojó insignificante, comparada con el golpe que para él supuso contemplar el cadáver desgarrado de aquel al que se había aferrado todas aquellas noches pasadas. Se sintió desesperado, doblemente huérfano al perder a la vez a su amante y a su maestro.

Apenas recordaba cómo había logrado obligarse a huir de allí. Aquella noche, y la siguiente, se las había pasado temblando de miedo en el refugio que le servía de protección durante el día. Al final, el hambre lo había empujado a salir de caza, porque los vampiros jóvenes no eran capaces de controlar el impulso de buscar sangre. Y he aquí que, durante aquella cacería desesperada, él lo encontró.

Su rostro, al igual que ahora, se había mantenido en la penumbra, pero no tardó mucho en revelarle que era un ser de su misma naturaleza. Aquello no le sorprendió demasiado, porque su creador le había contado que había muchos otros como ellos, y que pronto le llevaría a conocerlos. El desconocido se había interesado por él: tras escuchar su historia, contada a trompicones, le había instado a ser cauteloso, para no correr la misma suerte que su mentor, y le había ofrecido su guía y su consejo, pues un vampiro neófito, según sus palabras, era responsabilidad de quien lo había creado, y la falta de éste solía conducir, las más de las ocasiones, al desastre, como un recién nacido que fuera privado de su madre. Finalmente, le había citado en un lugar seguro a donde debería dirigirse discretamente, después de alimentarse.



El desconocido señaló el sofá, en el que nuestro joven vampiro tomó asiento. Se sintió observado por su acompañante durante unos momentos que se le hicieron eternos, pero no se atrevió a decir palabra. Finalmente, su anfitrión decidió unírsele y se sentó junto a él, con lo que su cara quedó expuesta a la luz.

El vampiro rubio sintió cómo su mandíbula inferior se aflojaba al contemplarlo. Si aún hubiera necesitado respirar, sin duda se habría olvidado de hacerlo. Tan sólo podía clavar la vista en aquel rostro que se dirigía a él, con un atisbo de sonrisa aleteando en la comisura de los labios... La piel, de una blancura imposible, era tan tersa y uniforme que le daba la apariencia de estar esculpido en mármol, o alabastro. Sus ojos tenían un color gris, tan pálido que a duras penas podía distinguir las pupilas del blanco que las rodeaba. Pareciera que unos ojos así deberían conferirle una mirada desprovista de vida... Y, sin embargo, eran tan brillantes que parecían refulgir como sendos aros de plata a ambos lados de una nariz perfectamente moldeada. Los labios, apenas coloreados, se entreabrían para mostrar un atisbo de las dos hileras de dientes regulares como cuentas de nácar. Y, en contraste con aquella etérea palidez, unas larguísimas pestañas, cejas de delicada curvatura y sedosa cabellera, tan negras como el azabache. Era aquel rostro joven y andrógino de una belleza tal como nunca había contemplado en su vida, y por la misma razón, decididamente inhumana. Se sintió temblar, desgarrado entre el impulso de salir corriendo y el de alargar la mano y acariciar a aquel ser, y poder sentir sus texturas bajo las yemas de los dedos.



-Estás empapado.



Con estas sencillas palabras, el extraño rompió momentáneamente el hechizo, mientras estiraba el brazo para deslizar sus dedos entre los mojados cabellos de su estupefacto compañero. Pequeñas gotas de agua cayeron sobre el envejecido cuero negro del sofá; el vampiro de piel marmórea las siguió con la mirada y sonrió abiertamente. El recién llegado se percató entonces de que, a diferencia de él y de su creador, aquel vampiro no parecía tener los prominentes colmillos que, creía, eran propios de su especie. No pudo profundizar en la idea, porque aquel ser sobrenatural se aproximó a él, tan cerca que sólo dejó unos centímetros de separación, y ya no pudo pensar en nada que no fuera perderse en la incitadora suavidad de sus largos cabellos; en abrir lentamente la camisa blanca que vestía y descubrir más porciones de su anatomía; en inclinar, aunque fuera un poco, su propia cabeza y hacer que aquella mano que se enredaba en sus cabellos se deslizara sobre su frente, para poder experimentar el tacto de sus cincelados dedos, que él no se atrevía aún a tocar.

Como si leyera su deseo, el extraño bajó la mano y acarició su rostro. Era una sensación inusitada, ser acariciado por aquella carne fría, dura como piedra pulida, y a la vez flexible y suave. La mano siguió bajando hasta los botones de su camisa y comenzó a desabrocharlos metódicamente, terminando con ambos puños, deslizando luego camisa y chaqueta juntas a lo largo de los húmedos brazos. Repitió la misma operación con sus zapatos y calcetines, pantalones y bóxer, y cuando hubo terminado lo empujó suavemente, haciéndolo recostarse sobre el sofá, y se quedó allí, de rodillas, contemplando desde lo alto su desnudez. El cabello negro le cubría parcialmente el rostro, como una cortina de seda, arrojando sombras sobre sus ojos grises. Se inclinó entonces, y su boca se fue aproximando, centímetro a centímetro, hasta que sus labios aprisionaron los de su compañero, rosados por la reciente cacería. Introdujo su lengua entre ellos, y el vampiro joven sintió algo similar a un estremecimiento, porque aquel músculo que tantas veces había saboreado no era flexible y húmedo, sino duro y seco como granito que, milagrosamente, pudiera modelarse y adaptarse a los contornos internos de su boca. Abrió los ojos de golpe y se encontró con la mirada divertida de aquel ser fija en ellos, y sintió la rápida mordedura de dos afilados colmillos (si hubiera estado en condiciones de pensar, se habría preguntado de dónde habían salido), y cómo su boca se iba llenando de su propia sangre. El placer le invadió cuando aquellos pálidos labios comenzaron a succionar profundamente de la herida. Ah... Aquella sensación, que era mejor que cualquier sexo que hubiera disfrutado antes... A veces, cuando aún estaba vivo, había probado juegos eróticos, como el estrangulamiento justo antes del clímax, y aunque juraba a cualquiera que quisiera escucharlo que aquello era el no va más del placer físico, lo cierto es que no tenía comparación con esto. Sentir cómo se te escapa el aliento, la vida, con cada borbotón de sangre, con una explosión de vértigo en el pecho y las sienes que te palpitan violentamente, y a pesar del dolor te hace desear más, hasta arrastrarte al borde...

Los labios dejaron de succionar, por un momento, y pudo sentir el contacto de aquella lengua, ahora resbaladiza y cálida con su sangre, jugueteando con la suya.



-Mucho mejor así, ¿no es cierto? -preguntó el desconocido, con tono festivo-. ¿Continuamos?



Y, acto seguido, inclinó la cabeza para poder acceder al cuello de su compañero, y de nuevo mordió en su carne. El vampiro neófito dejó escapar un suspiro de placer y se atrevió finalmente a posar sus manos sobre aquella piel de alabastro. Sentía el impulso irrefrenable de hundir sus dientes en ella y beber a su vez, para duplicar su deleite hasta que se nublaran sus sentidos... Su creador le había prevenido: no era aconsejable beber de otro vampiro si no deseabas establecer un lazo de afectividad y dependencia; de hecho, le había prohibido expresamente compartir sangre con otro que no fuera él. Bien, ahora su creador estaba muerto. Pero él continuaba existiendo, y su cuerpo desnudo estaba debajo de la criatura más sorprendente que había visto, y estaba sintiendo un placer exquisito... Sin pensarlo, posó sus aguzados colmillos sobre la base de aquel cuello blanco y comenzó a presionar.

La reacción del extraño fue rápida e inesperada: abandonando su festín, apartó al otro de un manotazo y lo mantuvo clavado sobre el asiento, presionando su cuello con puño de hierro.



-No puedo dejarte hacer eso; sería un desperdicio para mí -dijo, con voz queda, a su asombrado y mudo acompañante- y extremadamente doloroso para ti. ¿Sabes? No son muchos los que tienen la oportunidad de contemplar mi auténtica forma; es un privilegio que tal vez no puedas apreciar en toda su magnitud: una visión de las pocas obras que quedan sobre la tierra de uno de los más brillantes artistas que la han pisado. Considéralo un regalo de despedida -su prisionero se revolvió e intento protestar, pero aquella férrea mano sobre su cuello impidió que pudiera moverse o proferir sonido alguno-. Te doy las gracias, a mi vez, por permitirme compartir el regalo de tu belleza.



El vampiro joven contempló, con ojos aterrados, aquel rostro de labios ligeramente enrojecidos que conservaba su lividez a pesar de haberse atiborrado de su sangre. Sus ojos, dos puntos negros en medio de dos esferas nacaradas, se centraron en los de él por un instante, casi con dulzura... Después, mientras era vaciado hasta la última gota, fue perdiendo gradualmente el sentido, sin dejar de preguntarse el porqué...





El extraño se alzó, puso en orden sus ropas y lanzó una última mirada a su exangüe víctima. Técnicamente, no había acabado con su existencia, y si lo abandonara allí, a cubierto de la luz del sol, lo más probable es que tarde o temprano se alzara de nuevo. Pero no podía arriesgarse a ello. Acarició levemente el rostro inmóvil con las yemas de los dedos; luego utilizó la lámpara de parafina para prender una pila de viejos periódicos bajo el sofá, y añadió combustible adicional. Tuvo que esperar bastante tiempo junto al fuego, más del que habría preferido, hasta que se formó una pira lo suficientemente potente para devorar al vampiro en sopor. Espió desde la puerta y se aseguró de que no pudiera quedar nada reconocible; cuando no pudo aguantar más, se marchó a toda celeridad.



Con un poco de suerte, tardarían mucho en dar la voz de alarma. Además, aquella noche tenía otros asuntos que tratar. Asuntos mucho más importantes.











I: El creador y el modelador







-Hola, Elias. Por favor, acércate a la luz; déjame que te vea.



El llamado Elias obedeció, tras un ligero titubeo, y se acercó a la zona directamente bajo la enorme lámpara de araña de cristal de Murano que pendía del techo. Como no había ninguna silla, permaneció de pie, y eso no lo ayudó a relajarse: la estancia donde se encontraban era bastante intimidante por sí misma. Cuatro impresionantes vidrieras, una en cada pared, iluminadas artificialmente, proyectaban extrañas sombras de vivos colores sobre los escasos muebles de la habitación. Había estado demasiado nervioso para estudiar sus diseños, y ahora prefería concentrarse en el recién llegado.

Era un hombre, o, al menos, así lo parecía por su voz, la cual era profunda pero con una extraña cualidad melodiosa que lo hacía dudar. Había elegido un asiento en penumbra, y no se podía distinguir gran cosa de él, salvo que parecía alto y esbelto, y tenía una larga melena oscura. Se contuvo para no girar la cabeza y buscar la reconfortante mirada de su mentor, que se sentaba en el extremo de la habitación que acababa de dejar, y mantuvo la vista al frente.



-Elias... Eres griego, ¿verdad?



-Sí, aunque tenemos algo de sangre eslava en la familia, por parte de mi bisabuela paterna (Cállate, idiota, se encontró pensando. ¿Ahora le vas a contar tu árbol genealógico? Contesta lo que te pregunten, como te dijo el Kyrios, y ya está, que no te va a comer. Puede que no... ).



-Ya veo -comentó sencillamente la voz-. ¿Cuántos años tienes?



-Veintitrés en dos días, señor -esta vez recordó añadir el tratamiento-. Bueno, parece... si es posible... que no llegaré a tenerlos, ¿verdad?



Había turbación en su voz, y el desconocido sonrió para sí, a su pesar. Un muchacho en sus veinte años, griego. El tipo de elección que le habría hecho dudar, aunque no le sorprendiera y, en definitiva, debiera hacerle sentir halagado. Y el joven era bello, eso era cierto: no muy alto, pero con un físico atlético perfectamente proporcionado, manos y muñecas finas, cuello musculoso pero estilizado sobre unos hombros muy bien torneados, piel de color dorado ... Y, en su rostro de facciones regulares, ojos oscuros bajo unas tupidas pestañas negras, a juego con su cabellera ligeramente revuelta. Todo mejorable, por supuesto, pero buena materia prima, aceptó.



-Lo que veo me complace, Elias. Quisiera que me mostraras lo que no alcanzo a ver.



El joven tragó saliva. No era algo común para él, tener que desnudarse ante un desconocido invisible, pero sintió los ojos de su mentor observándole y obedeció. Rápidamente se despojó de su camiseta, de sus zapatos y de sus pantalones de tela ligera (no llevaba nada más) y se irguió desnudo, en toda su estatura, dispuesto a ser examinado. Tampoco tenía nada de lo que avergonzarse: un cuerpo muy firme, de músculos elásticos, sin vello, salvo por las axilas y por la espesa mata rizada y oscura que coronaba su sexo.

Fue contemplado durante un largo rato, que se le hizo eterno, e incluso tuvo que girarse, alzar los brazos y separar las piernas. A pesar de que el Kyrios le había explicado que aquella sólo era la mirada del artista, no pudo evitar sentir embarazo. Y, para qué negarlo, también una cierta expectación...



-Hermoso -comentó el desconocido-. Bien, he de suponer que tu señor ya te ha instruido con todo lo que considera que debes saber, y aun así quieres continuar, ¿cierto?



-Me resultaría insoportable echarme atrás, señor -respondió el joven, con decisión.



-¿Amas a Tosha?



-... Más que a mi propia existencia. Sé que suena melodramático, pero es la verdad -la figura en las sombras sonrió; había tristeza en la curva de sus labios. El muchacho no pudo verla, pero el otro ocupante de la estancia sí la percibió.



-Dime, Elias, ¿qué sabes de mí? ¿Qué te ha contado tu señor... tu Kyrios?



-No mucho, señor -respondió, con cierto embarazo-. Tan sólo dos cosas: que debo poner mi vida en sus manos con la misma confianza ciega que tengo en él, y que es el artista con más talento que jamás se ha encontrado.



-Eso es porque tu Kyrios nunca ha prestado mucha atención a los artistas -rió suavemente entre dientes-. Pero supongo que te ha dejado a oscuras porque prefería que fuera yo quien me diera a conocer. Bien, dejaremos de ser desconsiderados -se levantó silenciosamente y se acercó a la luz-. Me llamo Fidias, y nací, como tú, en Grecia, hace mucho tiempo.



El joven Elias contempló, deslumbrado, la alta figura masculina de largos cabellos negros que se hallaba de pie ante él, de piel marmórea y pálidos ojos grises con brillo plateado. Era sobrecogedoramente hermoso y, a la vez, terrorífico, porque no había en él ni rastro de humanidad. Su Kyrios, al que siempre había considerado el hombre más atractivo que había visto, palidecía al compararlo con este ser; y sin embargo, eran cosas tan humanas como el color de sus mejillas, la elasticidad de su piel, su sonrisa, incluso con sus puntiagudos colmillos asomando entre sus labios, las que le conferían su belleza particular.

El llamado Fidias pareció adivinar al instante lo que pasaba por la cabeza del humano y sonrió. Elias, saliendo de su estupor, inclinó la cabeza en una profunda reverencia, pero continuó examinando a su interlocutor. Curiosamente, como notó, sus colmillos no sobresalían...



-¿Se llama Fidias, como el escultor? -preguntó el muchacho cuando recuperó la voz.



-Como ese mismo. El que me modeló.



-¿El que le...? Pero... -Elias abrió mucho los ojos- Vivió hace miles de años... -Fidias no contestó; se limitó a observarlo con calma, mientras el joven humano asimilaba la información- ¿Y se llama Fidias en su honor?



-No. Me apropié de su nombre sin el menor atisbo de vergüenza.



- ¿Y no teme que él pueda... venir y pedirle explicaciones?



-La verdad -la voz del vampiro sonó diferente- es que nada en el mundo podría complacerme más.



-Pero...



-No te preocupes, Elias -le atajó Fidias-. Estoy seguro de que Tosha satisfará tu curiosidad más adelante. Pero ahora te voy a hacer un regalo que considero muy valioso: te mostraré la obra de mi Maestro.



Y al decir esto, Fidias desabrochó los botones de su camisa blanca y la dejó caer al suelo, descubriendo su pecho como cincelado en piedra, de una uniformidad y perfección inusitados. Sus pezones, apenas coloreados, destacaban más por la sombra que proyectaban sobre aquella superficie, aquel cuerpo esbelto pero de músculos bellamente definidos; definitivamente masculino, pero que transmitía una vaga sensación de ambigüedad... El vampiro llevó entonces sus manos, de uñas cortas y casi del mismo color que los dedos, a la cintura de sus pantalones, y comenzó a desabrocharlos con sonrisa enigmática. Elias no pudo evitar sentir una curiosidad morbosa y bajó la vista a la ingle del vampiro; por el rabillo del ojo percibió que iba descalzo.

Mas cuando los pantalones negros cayeron al suelo, con un leve susurro, el muchacho no pudo reprimir una ahogada exclamación de sorpresa: porque, en el lugar donde debiera estar su sexo, no había más que una superficie blanca y lisa, ligeramente convexa; como un inmaculado trozo de mármol pulido.

Elias, que hasta entonces había permanecido absorto en su interlocutor y ajeno a su propia desnudez, retomó conciencia de sí mismo y no pudo evitar llevarse las manos a la entrepierna, aunque sin que sus ojos hipnotizados se apartaran de la de su acompañante... Éste sonrió, alzando apenas la comisura derecha de sus labios, y se acercó más.

Al humano se le hizo manifiesto cuán diferente era aquel cuerpo del suyo; tanto, que pareciera de otra especie diferente. Una cabeza más alto que él, pero de hombros proporcionalmente más estrechos, de miembros más largos y músculos perfectamente modelados pero no tan marcados. Le evocaba imágenes de las esculturas clásicas que había diseminadas por su tierra; o de las que se alzaban, por doquier, en Roma, y que una vez tuvo ocasión de contemplar. Llegó a la conclusión de que no era muy diferente de una estatua animada, y no obstante, había cierto realismo en sus proporciones, cierta frescura y dinamismo que le conferían ese hálito de vida, esa confirmación de que estaba ante un ser dotado de vitalidad.

Elias fue sacado de su estupor por la mano firme de aquel ser, que tomó su diestra y la acercó hasta su pubis, haciéndole posar la palma sobre su superficie. El joven griego quedó paralizado por unos instantes, pero el deseo de sentir aquellas formas bajo su piel se hizo más fuerte. Deslizó los dedos gentilmente y pudo comprobar la tersura y la homogeneidad de la blanca carne, fría y dura al tacto; tanto, que no se hundía apenas bajo la presión de los dedos. Más osado, continuó su exploración sobre el perineo, y se adentró hasta la hendidura entre las nalgas. Se sorprendió, aunque en menor medida, de no notar abertura alguna. Liso como una estatua, se maravilló.

No supo si fue aquella piel, que ganó calidez, o el efecto de su propia temperatura corporal, pero lo cierto es que la sensación en las yemas de sus dedos no fue ya la de acariciar algo hecho de piedra, sino músculos elásticos y jóvenes. Para su embarazo, notó que tenía una erección. Ahora fue el turno de los dedos de alabastro de acariciar la zona recién despierta de su anatomía... Experimentó un escalofrío cuando se posaron, fríos, sobre su miembro rígido, pero no tardaron en robar parte del propio calor del humano. El vampiro los deslizó, arriba y abajo, a lo largo de la rosada piel, hasta que una brillante gota de fluido preseminal se formó en la cúspide del glande. Los dedos se demoraron en aquel espeso néctar y lo extendieron a lo largo de la hendidura. El muchacho gimió.



-¿Te has acostado con mujeres? -preguntó Fidias, con voz suave, sin dejar de acariciarle.



-Sí...



-¿Las has penetrado?



-... Sí... Ah....



-¿Has penetrado a hombres?



-Ugh... Sí...



-¿Y te han penetrado a ti?



Elias calló durante un instante y después negó con la cabeza, con las mejillas ligeramente encendidas. Las manos acariciadoras abandonaron entonces su miembro excitado y se deslizaron sobre sus caderas, bajando hasta las nalgas, asiéndolas gentil pero firmemente y separándolas, hasta que el joven fue consciente de esa otra abertura que quedaba expuesta entre ellas. Fidias alargó el dedo índice y trazó el contorno circular varias veces, jugueteando despreocupadamente. Elias gimió, agarrándose a los antebrazos de su compañero.



-Entonces -continuó el vampiro-, esta noche perderás tu último vestigio de virginidad, antes de recibir el Abrazo. Nuestros antepasados consideraban sacrílego el arrebatar la vida de una virgen; tenían que forzarla, antes de darle muerte. Nosotros no tenemos la misma motivación; pero, en tus años venideros, si eres generoso y decides dar placer, y no sólo tomarlo, deberás experimentar, al menos una vez, lo que se siente. Y deberás grabarlo a fuego en tu mente, porque pronto tu carne olvidará todo lo que experimentarás ahora, y lo único que te inundará será el deseo, y el sabor, y el gozo de la sangre.



Y diciendo esto, el vampiro deslizó el índice, húmedo con el fluido de la excitación del joven, en la apretada abertura de su trasero. Elias se estremeció, y su primera reacción fue contraer el músculo, con lo que sintió dolor. Mas casi al instante unas manos familiares se materializaron alrededor de su cintura: las manos de su Kyrios. El contacto del pecho desnudo pegado a él lo tranquilizó; los dedos hábiles, que continuaron acariciando su sexo en el mismo punto donde Fidias lo había dejado, lo sumieron en un estado de tensión expectante. Sin saber cómo se vio transportado a un enorme diván de terciopelo, emparedado entre aquellos dos hermosos seres, estimulado por las caricias de cuatro manos expertas, y tuvo que utilizar toda su fuerza de voluntad para no alcanzar el clímax enseguida.

De nuevo el largo índice exploró la cavidad virgen; se obligó a relajarse, y fue penetrado lentamente, pero con decisión. Y, como el vampiro sabía perfectamente lo que buscaba, pronto alcanzó a estimular la sensible zona de la próstata. Elias juraría que casi pudo sentir el impulso eléctrico de las terminaciones nerviosas que despertaron, enviando sus placenteras sensaciones a su cerebro... Era como si aquella mano, en vez de estar hundida en su trasero, estuviera ocupada propinando caricias increíbles a su pene.



-Aaaaah... ¡Kyrios!



Como si respondiera a su llamada, Tosha, su Kyrios, mordió la parte alta de su cuello, cerca de la oreja, y succionó con avidez; casi al instante, Elias fue sacudido por uno de los orgasmos más violentos que pudiera recordar. Jadeando, con su corazón martilleando en el pecho como una bomba a punto de estallar, y un hilillo de sudor que le bajaba por la sien, el humano abrió los ojos y miró abajo, a la mano de su mentor, alrededor de su pene aún erecto, húmeda con el semen que acababa de eyacular. Dejó escapar un prolongado suspiro y se reclinó sobre quien le servía de respaldo; alzó la vista y se topó con los inquietantes ojos de Fidias, que parecían estudiarlo con interés. Se percató de que aún asía con fuerza los antebrazos del vampiro. Lo miró con lujuria a través de sus ojos entreabiertos y separó las piernas, como retándole a mostrarle lo que era capaz de hacer con aquel cuerpo asexuado, mientras su pecho subía y bajaba con el agitado ritmo de su respiración.

Al momento se vio empujado hacia el vampiro de largos cabellos negros, mientras la lengua de Tosha bajaba por su columna vertebral, trazando una línea rojiza, hasta hundirse entre sus nalgas. Pudo sentirla girando y sacudiéndose en su abertura, que Fidias mantenía expuesta, con las manos aún aprisionando los firmes glúteos; pudo sentirla entrando en él, tan profundo que resultaba antinatural; notó la humedad dentro y alrededor (aunque no dedujo que se trataba de su propia sangre) lubricando el conducto. Dejó caer la mandíbula inferior, y un hilo de saliva se le deslizó mentón abajo... Y de nuevo las manos de su señor, acomodándolo sobre él como en un asiento, con la espalda arqueada del muchacho descansando sobre su pecho y su vientre (podía sentir los genitales del vampiro contra la piel), y acariciando su miembro, aún excitado, ahora brillante y resbaladizo con sus propios fluidos.

El vampiro llamado Fidias, con ojos calmados y decididos, asió al muchacho por la parte baja de sus muslos, separó sus piernas tanto como le fue posible, para exponerlo completamente a él, y se colocó entre ellas. Ambos se miraron fijamente, y entonces...

Elias lo notó, al principio, como algo duro pero flexible, grueso como un dedo, abriéndose camino dentro de él. Era consciente de las manos de Fidias, sujetando sus piernas; de las de su Kyrios, enlazadas alrededor de su sexo... Dejó de pensar cuando el vampiro rozó de nuevo su zona mágica; sólo pudo exhalar gemidos de placer a través de sus labios entreabiertos. Y esta vez la sensación era distinta, más intensa, porque notaba cómo aquello penetraba y volvía a salir a lo largo de sus paredes resbaladizas.

Pronto, el misterioso miembro comenzó a crecer; poco a poco fue expandiéndose, al ritmo de sus músculos internos; sintió cómo le iba llenando paulatinamente, hasta que fue totalmente sensible a la presión dentro de él, a cómo se hundía cada vez más profundamente. Cada empujón le enviaba una oleada de placer. Apenas se percató de las manos de Tosha, soltando su miembro y enlazando sus costados, mientras los labios del vampiro buscaban de nuevo su sangre. Y apenas fue consciente de lo que Fidias hizo con él mientras lo poseía.

Como un escultor que modela su creación, así modeló el artista las formas de Elias, conforme a la visión que construyó tras posar sus ojos en él. Era hermoso, sí, pero como todas las obras, mejorable... Alimentado con la sangre del joven vampiro que había asesinado al anochecer, con sus sentidos y sus habilidades potenciados al máximo, el escultor utilizó las artes de su especie para dar forma a la carne. Estilizó sus miembros, dotó de forma perfecta a sus genitales, esculpió los rasgos de su rostro, realzó y unificó el color de su piel, dejándola lisa y suave. Mientras lo oía gemir, cada vez más alto, tejió sus cabellos ensortijados dándoles un tacto sedoso, alargó sus pestañas, esculpió su nariz y la curva de sus cejas, borró cualquier traza de barba sobre las mejillas y el mentón e hizo brillar sus ojos con la intensidad del azabache. Y cuando, con las piernas enlazadas alrededor de su cintura, y los dedos crispados sobre su pálido cuello, el muchacho alcanzó el clímax de nuevo, el vampiro acalló su grito posando sus pétreos labios sobre los suyos, cálidos y húmedos, y los moldeó a su imagen. Sentía que aquello profanaba, en cierta forma, la obra de su Maestro, que era un plagio innoble, pero no pudo resistirse al impulso. Unos labios como los míos que seguirán posándose sobre Tosha, pensó.

Sucumbió también a la llamada de la sangre e hizo brotar sus colmillos, hundiéndose en la lengua del joven, bebiendo de su sangre y de sus jadeos mientras su compañero vampírico seguía alimentándose de su cuello. Y cuando lo llevaron al borde de la muerte, salió de dentro de él, cerró las heridas de su piel y se apartó. Lo que venía a continuación era asunto sólo de su compañero, y todo lo que podía hacer era mirar.

Así pues Tosha, con el exangüe Elias aún envuelto por su abrazo, se mordió la lengua y pegó su boca a la del joven griego, dejando que el poderoso elixir rojo se vertiera por su gaznate. Pronto el muchacho bebió con ansiedad, sus manos sujetando el rostro de su Kyrios mientras sus formas se entrelazaban en el doble beso.

Fidias asistió a la escena, la melancolía pintada en sus ojos. Creyó que el Beso ya se prolongaba demasiado, y que debería arrancar al vampiro recién nacido de los brazos de un Tosha demasiado entregado para hacerlo él mismo, cuando sus bocas se separaron de manera espontánea, no así su abrazo. Pudo leer la adoración en los ojos de Elias, antes de que su joven cuerpo comenzara a sentir los dolores físicos de la pérdida de humanidad. Permaneció con ambos, mientras Tosha confortaba a su nueva progenie hasta que estuvo a punto de despuntar el alba.

Cuando iba a retirarse discretamente, Elias lo sujetó tímidamente por un brazo; sus ojos se posaron en su bajo vientre, en los pálidos órganos sexuales que el vampiro había tallado en su carne para poseerlo; sonrió y lo besó en los labios, dejando que su lengua recorriera la hilera de dientes perfectos y se demorara en los puntiagudos caninos, que antes no estaban ahí...

Ahora fue el turno de Fidias para sonreír. Mientras lo hacía, sus colmillos se retrajeron hasta quedar del mismo tamaño que los demás dientes, y sobre su pubis, la carne pareció abrirse para reabsorber los genitales, quedando tan lisa e inmaculada como lo había estado en un principio.

El vampiro de brillante cabellera negra se vistió y caminó hacia la puerta. Desde allí se volvió, sólo durante un instante, y cruzó una mirada con Tosha. En una fracción de segundo, éste se colocó frente a él, tomó su rostro entre las manos y lo besó. Fidias se sorprendió, pero se abandonó al beso; ambos conservaban la pegajosa humedad de la sangre, y sus rígidas lenguas se deslizaron, chocaron y danzaron, compartiendo su sabor. Y fue por esa sorpresa que el vampiro griego no pudo reaccionar a tiempo cuando su compañero hundió los puntiagudos dientes en su carne, y la espesa sangre que brotó inundó la cavidad única e íntima en que se habían transformado sus bocas unidas.

De un violento empujón, Fidias envió a Tosha, casi volando, contra la pared. Lo contempló con ojos iracundos y preocupados a la vez, y luego acudió a su lado. Conteniéndose a duras penas para no gritar, Tosha se deslizó hasta el suelo, estremecido por el dolor: la carne de la cara interna de sus mejillas se estaba deshaciendo. Largas grietas se habían formado en torno a sus labios. Elias, horrorizado, corrió a su lado para atenderle o incluso defenderle de lo que parecía un ataque del otro vampiro, pero su mentor conservó la suficiente presencia de ánimo como para sujetar su brazo con fuerza y mantenerlo apartado e inmóvil.



-¿Es que has perdido el juicio? -espetó Fidias al herido, ignorando al joven.



Éste no habría podido responder, aunque quisiera: la corrosión se le había extendido hasta las cuerdas vocales. La propia voz del griego sonaba estropajosa, su lengua convertida en jirones en su boca ensangrentada, porque los dientes de su compañero, hincados profundamente en ella, la habían desgarrado al ser apartado sin miramientos.

Pronto, ante la mirada de sus dos compañeros, la sangre poderosa de Tosha comenzó a actuar, sanando sus heridas. Sonrió, apologéticamente.



-Mis disculpas... Elias, lamento haberte sobresaltado: ha sido culpa mía, una temeridad. Pensé que podría lidiar con la sangre de Fidias, pero ya ves que es demasiado... potente para cualquiera de nosotros. No os preocupéis, ya ha pasado. Eli, ven conmigo, porque el sol está a punto de salir. Te pido perdón de nuevo, amigo mío -dijo, apretando el brazo del vampiro más viejo-. Nos veremos al anochecer.



Al separarse, una voz resonó en la cabeza de Fidias: Deseaba tenerte dentro de mí, aunque fuera una última vez.





                                                                                                                                        Capítulo siguiente









2 comentarios:

  1. Hola Hola
    Por fin regreso a tu hermoso blog y creo, creo (mala memoria) q me encuentro con lindas sorpresas de nuevas historias <3
    este... una preguntita antes de comenzar a leer Tosha, el chico ruso tiene algo q ver con esta historia? de ser asi deberia de leermela primero q esta?
    Thanks :)

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    1. ¡Holaaaa! Como el mensaje es anónimo, no puedo saber quién eres pero, desde luego, un placer verte por aquí .^^ . La historia de Tosha la componen, precisamente, los dos últimos capítulos de esta, así que no hay ningún problema en empezarla por el capítulo I. La cuestión es que la dejé en suspenso y no está editada (aparte de los capítulos de Tosha, que sí están revisados y se pueden leer independientemente); te aviso porque no quisiera que te decepcionara. ¡Gracias por tu interés y un abrazo!

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