2012/02/24

EL DON ENCADENADO VI: Las semillas comienzan a brotar







"¡El heredero de Maede Killien! ¡Al fin! ¡Hoy la luna brilla sólo para Elore'il!"



Muchas exclamaciones de júbilo como esta acompañaron a la caída de las hojas en la Casa del Primer Círculo cuando, apenas comenzado el Otoño, se supo que Dama Corail estaba encinta. Lord Killien, prácticamente perdida la esperanza de engendrar descendencia con su esposa, recibió la noticia con visible satisfacción, y convirtió en cinco los tres días de festejos que tradicionalmente la acompañaban. La Maeda, con una sonrisa serena en su pálido rostro, se sentó junto a su marido y recibió los parabienes de sus cortesanos durante las jornadas festivas; tan pronto como acabaron, se recluyó en sus aposentos privados para descansar.

En este estado de semi-reclusión se encontraba cuando, una tarde lluviosa, hizo llamar a Caradhar. Lo recibió en una habitación privada; su atuendo, consistente en varias capas de tejido fino como tela de araña, superpuestas bajo una túnica bordada en plata, caía en pliegues sobre el diván en el que se hallaba reclinada; sus cabellos rojos, sueltos sobre sus hombros, brillaban a la luz del fuego de la chimenea; estaba muy hermosa.

El joven elfo, ligeramente intimidado, se acercó y se sentó junto a ella, dado que no había ningún otro asiento disponible.



-Felicidades, Corail -dijo finalmente, sin saber muy bien qué añadir.



-Gracias, querido mío -respondió ella con satisfacción-. Al parecer, una estrella afortunada ha brillado sobre mí, después de todo.



-Sí -el joven meditó durante unos instantes-. Aunque me habías dicho que no podías tener más hijos.



-Los dioses han sido generosos -ella rió suavemente, colocando una mano sobre el costado de su hijo-. Espero que esto no te pondrá celoso: mis sentimientos por mi precioso Caradhar son los mismos...



-No -replicó él, interrumpiéndola-. Pensaba que las cosas han cambiado, ahora que tu posición en la Casa está asegurada; que has podido cambiar de parecer.



-¿Cambiar de parecer? -el tono de voz de Corail se volvió más suave y más cortante a la vez. El elfo la miró a aquellos ojos que, ligeramente entornados, reflejaban el fuego; era como curiosear por la ventana de una casa en la que, aun perfectamente segura desde el exterior, se estuvieran alzando las primeras llamas de un incendio devorador- Algunas noches, en la soledad de mi lecho, mientras Killien se encierra en sus aposentos a solazarse con sus furcias, pienso en el consuelo que me supondría poder tenerte junto a mí, y abrazarte; pero hasta eso me está negado, porque si él supiera que eres mi hijo, no sé lo que podría llegar a hacernos... Aunque ya hemos tenido una muestra clara de su crueldad, cuando te forzó... a Nestro... Sé lo mucho que él significaba para ti.



La dama sujetó el rostro del joven con ambas manos; sintió cómo se tensaba ligeramente al pronunciar el nombre del desaparecido maestro de armas, aunque interpretó erróneamente el motivo.



-Ni siquiera puedo acercarme a Lord Killien -se quejó él-. Lo he intentado. Tengo guardias que no me quitan la vista de encima en todo el día, pero él nunca me llama a su lado.



-Pues habremos de seguir intentándolo... No te preocupes: tendremos ayuda muy pronto. Dado que Nestro nos ha sido arrebatado, me las he arreglado para encontrar otro aliado; lo reconocerás porque te mostrará el escudo de Llia'res -en la mente del joven apareció el rostro de Darial-. Tendrás que ser muy prudente, hijo mío -añadió ella, abrazándolo tiernamente-. ¿Deseas tomar un refrigerio conmigo?



-No puedo; creo que tengo cosas que hacer.



La dama sonrió, aunque ligeramente decepcionada. Algo más tarde, cuando Caradhar abandonaba la estancia, descubrió la silueta de la sirvienta muda de su madre espiándolo desde el arco de la puerta. Iba a volverse hacia ella cuando la voz severa de la Maeda, desde el interior, ordenó a la chica que acudiera. La silueta desapareció rápidamente como si nunca hubiera estado allí.

El elfo pelirrojo recorrió en sentido contrario los corredores de piedra que le habían llevado a los aposentos de Dama Corail. Desembocaban en un patio interior; a pesar de que llovía a cántaros, evitó la galería cubierta y cruzó tranquilamente el espacio abierto, ignorando la lluvia. Cavilaba sobre la conversación que había mantenido con su madre.

De alguna manera, su mente lo encaminaba en la dirección que le indicaba ella; no de forma impulsiva, sino metódica y calmada, como era su manera de ser. Porque era justo que Killien desapareciera; él había empuñado la espada que había matado a Nestro, pero la orden había venido del Maede. Si no fuera por ello, el maestro de armas aún estaría vivo; él nunca había querido que muriera.

No era una cuestión de sentimientos, sino de justicia.

Finalmente decidió que, si no le era dado acceder al Maede, al menos siempre podría acercarse a la siguiente persona más poderosa que conocía en la Casa.

Cuando, más tarde, Darial abrió la puerta de sus habitaciones, se encontró cara a cara con un Caradhar empapado, con los rojos cabellos adheridos al rostro y sus ropas goteando profusamente sobre la esterilla de la entrada. El joven se despojó de su jubón y su camisa, que cayeron al charco que se estaba formando a su alrededor.

A Darial no le importó; de hecho, sonrió de oreja a oreja, casi relamiéndose: era la primera vez que su presa acudía a él por iniciativa propia. Sus dedos finos acariciaron la barbilla del elfo, que lo miraba intensamente con aquellos ojos como el fuego y que, sin embargo, casi siempre eran tan fríos.



-¿Me extrañabas, Adhar? -preguntó, con voz meliflua.



-¿Y tú, Darial? ¿Me extrañabas a mí?



-Mi querido muchacho: yo siempre te extraño... Si pudiera, te mantendría siempre conmigo aquí, en mi dormitorio -se inclinó hacia su oído, mientras comenzaba a soltar los cordones de sus calzas-; como solía hacer cuando eras un niño, ¿recuerdas? A veces echo de menos los buenos, viejos tiempos; pero -de un enérgico tirón, dejó al descubierto la ingle del elfo, y su sexo en reposo; su mano se deslizó sobre la blanca carne, hasta su lugar favorito entre las nalgas firmes- si puedo tenerte así, ¿por qué habría de hacerlo? -su dedo medio invadió el túnel sin miramientos; Caradhar se mordió la cara interna del labio para no emitir ningún sonido- Oh, sí... tan deliciosamente estrecho como siempre... No veo la hora de volver a entrar con algo mejor que mis manos... -su respiración se hizo más agitada- Quítate eso y sube a la cama...



El dotado obedeció. Darial rebuscó en sus cajones y sacó unas finas tiras de cuero; su compañero ni siquiera pestañeó: estaba demasiado habituado a ellas. El alquimista le ató las muñecas, le hizo levantar los brazos y los aseguró al dosel de su cama.

Caradhar tragó saliva. Aborrecía que Darial lo forzara a cabalgarlo; aborrecía verse expuesto a sus ojos de esa forma tan obvia, y tener que mover él mismo las caderas para complacerlo...



-Por Therendas... He aquí un cuerpo hermoso, si es que alguna vez vi uno -dijo el alquimista, acariciando su pecho bien definido.



Se tumbó en la cama y lo penetró sin más preámbulos, de aquella manera dolorosa y brutal que era su marca de la casa. Caradhar, también acostumbrado a ello, apenas sí se estremeció; lo prefería mil veces a tener que soportar aquella posición que odiaba, mientras el rubio elfo mostraba aquella expresión de perverso goce debajo de él.









-¿Por qué estoy aquí?



Casi había amanecido; Caradhar, echado sobre el costado, con la mejilla apoyada sobre el dorso de su mano, hacía rato que contemplaba la luz naciente del crepúsculo, derramándose a través de los vidrios traslúcidos de la ventana. Al notar el rebullir de Darial junto a él, planteó su pregunta sin más formalidades. El alquimista ya estaba acostumbrado a su brusquedad, y en cualquier otro momento habría replicado con un comentario malicioso. Pero aquella mañana se encontraba de muy buen humor; el elfo de más edad contempló la espalda desnuda de su compañero durante unos instantes, rodeó su cintura con los brazos y respondió quedamente a su oído, sonriendo:



-Para complacerme.



-No; me refiero a por qué estoy en Casa Elore'il.



-¿No es obvio? -Darial resopló- Tienes el Don; la Dama Corail graciosamente te trajo de Casa Llia'res y graciosamente te ofreció al Maede. Nadie rechaza un regalo así. Ahora, Lord Killien cuenta con cuatro dotados a su servicio; uno es bastante maduro y los otros dos son unos críos... Pero, aparte del Palacio de las Cuarenta y Nueve Lunas, ninguna otra Casa se puede preciar de tener más que nosotros. Eres una adquisición muy valiosa, mi joven Adhar.



-Pero, a pesar de haber completado mi entrenamiento y prepararme para ser incluso más útil que ellos, el Maede no me llama nunca a su lado. ¿De qué le sirvo?



-No me digas que estás ansioso de correr al lado de alguien que te puede obligar a abrirte tu propio cuello, si le apetece... -Darial rió con ganas- Adhar, Adhar, no seas ingenuo. Tú podrás ser un regalo muy valioso, pero eres un regalo envenenado -el joven se volvió para contemplar cara a cara al alquimista, con el ceño ligeramente fruncido-. Tú no has nacido en esta Casa, perteneces a Llia'res, y a pesar de haber jurado fidelidad a Elore'il, el Maede no puede saber con seguridad dónde está tu lealtad. Te mantendrá cerca y vigilado, te usará si lo cree conveniente, pero nada más. Además, no me digas que no has notado el antagonismo con la Dama Corail. ¿Por qué crees que te obligó a matar a ese maestro de armas? Sabía bien que le era leal a ella, y eso es algo que nunca perdonará. Ahora la situación se ha suavizado, porque la Maeda ha sido capaz de concebir. ¿Quién sabe? Tal vez, dentro de algún tiempo, con un heredero asegurado, la tensión entre ambos desaparezca, tu posición cambie y le seas más caro a tu señor... Pero, por ahora, seré yo el único que disfrute de tu compañía -añadió, con sonrisa maliciosa.



-Pero tú también estabas en Llia'res. ¿Cómo puedes haber ganado tu posición actual?



-Yo soy nacido de Elore'il -afirmó el interpelado, altanero-. Ambas Casas han sido aliadas durante años, y como sabes, no es infrecuente que los alquimistas completen su formación en otros laboratorios. Yo no quería marcharme de aquí, pero no me dieron elección... Bueno, ya ves que no hay mal que por bien no venga: mi estancia allí... la disfruté mucho. Tan sólo sentí dejar una cosa atrás, y la he recuperado -sujetó a Caradhar por la barbilla y lo atrajo hacia sí-. Y ahora, antes de dejarte marchar, ¿qué tal si ocupas tu cabecita en algo realmente importante?





***

Durante los días siguientes, Caradhar regresó al alba a su habitación. Le había quedado claro que Darial no podía ser el aliado a quien su madre aludiera. En cierta forma, se sentía aliviado.

Una de aquellas mañanas le resultó imposible resistirse a la tentación de echar una cabezada. Se desvistió y se tendió; cuando estaba a punto de caer dormido, una voz desconocida habló, muy cerca de su oído:



-Resulta extraño verte solo sobre una cama.



Caradhar abrió los ojos y saltó como un resorte, echando mano a la daga que siempre guardaba junto a su cama... sólo para descubrir que había desaparecido. Al otro lado se alzaba una figura esbelta, vestida de negro, el rostro parcialmente oculto por una capucha. Jugueteaba con su daga, y en la mitad inferior de su rostro lucía una sonrisa.



-¿Buscas esto? Lo he tomado prestado. No voy a arriesgarme a que intentes rajarme el cuello, sobre todo porque mi pellejo no se cierra tan bonitamente como el tuyo -Caradhar miró a ambos lados, intentando recordar dónde había dejado su espada, y el encapuchado resopló-. Relájate, chico; si hubiera querido clavarte al colchón, ya lo habría hecho.



-¿Quién eres? -preguntó al fin el joven, escudriñando el rostro del intruso.



-No soy un enemigo -el encapuchado rebuscó dentro de sus ropas y mostró una insignia plateada: el emblema de la Casa Llia'res. Caradhar se relajó ligeramente: así pues, este habría de ser el aliado que su madre mencionara-. Te observo desde hace un par de días; bueno, y a ese alquimista también. Como siempre tiene las patas sobre ti, me resulta imposible no reparar en él. Tiene gustos bastante repugnantes, ¿sabes? Aunque, claro, tú eres muy complaciente...



-¿Cómo te has colado aquí? -le interrumpió el joven dotado- ¿Y en los aposentos de Darial? ¿Te burlas de mí? Esto está lleno de guardias.



-Soy bueno, ¿eh? -el encapuchado río entre dientes y colocó la daga cuidadosamente sobre una mesa, fuera del alcance de su compañero- La Dama me escogió personalmente, y ya le he servido bien un par de veces.



-¿Eres un asesino?



-No... ¡qué asco! ¿Te crees que soy carne de Zanja? No hace falta que hagas tantas preguntas. Esto aquí para cubrirte las espaldas, y eso debería bastarte... Lástima que he llegado tarde: ya pareces tener a alguien que se ocupe de eso... todo el rato.



-¿Tienes que espiarme también en la cama? -el joven comenzó a perder la paciencia: no era pudoroso, pero no le gustaba nada la idea de ser visto con Darial.



-En la cama, en el baño... Donde sea -el desconocido sonrió abiertamente, dejando ver dos hileras de dientes perfectos, con caninos bastante afilados-. Puedo moverme por toda la Casa... con más libertad que tú, si se me antoja. Como una sombra...



-Eres Darshi'nai... Sombra...



Caradhar comprendió. Los Darshi'nai, los Sombra, pertenecían a un estrato social muy controvertido en Argailias. No eran criminales en el sentido estricto de la palabra -algunos incluso se decía que pertenecían a la nobleza-, como lo eran los asesinos, pero la naturaleza de sus actividades los forzaba a vivir al margen de la ley y la sociedad. Eran los mejores espías, y toda Casa que se preciara siempre contaba con sus propios agentes. En caso de ser capturados, no obstante, solo podían esperar una ejecución sumaria y extremadamente discreta, ya fuera por sus captores o por sus aliados: un Sombra que fracasaba no era digno de ese nombre. Ni de estar vivo.



-¿Cuál es tu nombre? -preguntó al fin Caradhar.



-Cuanto menos sepas de mí, mejor -el espía arqueó la comisura derecha de la boca y se llevó un dedo enguantado a los labios. Se acercó entonces a una esquina de la cama, sobre la que se sentó, e invitó al elfo pelirrojo a hacer lo propio en la esquina opuesta.



-¿Tú sabes a qué me dedico en todo momento, y yo no puedo saber ni tu nombre? ¿Te bajarás la capucha, siquiera? -Caradhar estudió a su compañero; era más alto que él, y por su voz y complexión parecía joven. Su manera de hablar no era la propia de la clase alta. El resto de su persona era un misterio.



-¿Para qué? Me reconocerás enseguida: yo seré siempre el tipo de negro que te susurra desde la esquina. Pero no puedo arriesgarme a estar mucho tiempo plantado en el mismo sitio, así que pasemos a cosas importantes. Supongo que querrás que eche un vistazo a los aposentos del Maede, ¿verdad?



-¿Puedes hacer eso? -preguntó el joven dotado, sin poder evitar admirarse- ¿Y cómo sabes que no tiene sus propios Sombra que lo protejan?



-Bueno, pronto lo averiguaré, o me rajarán en el intento. Entretanto, tú sigue tirándole a Darial de la lengua. No es que envidie tus métodos, pero son efectivos. Todo el mundo sabe que el cabrón es un degenerado, y tú te las has compuesto para tenerlo comiendo de la palma de tu mano. Por vuestras conversaciones he pillado que vuestra "amistad" viene de atrás, ¿eh? -el espía sonrió maliciosamente- Tranquilo, si tenemos éxito, yo mismo te ayudaré a caparlo, cuando ya no nos sea útil.


-No quiero que vuelvas a espiarme; con quién me acueste o cómo lo haga son asuntos míos -exigió Caradhar, con voz cortante como un cuchillo-. A menos que seas otro... degenerado que se divierta mirando.



-¿Divertirme? Podrías hacerlo mejor -el encapuchado se levantó con movimiento felino y se dirigió a la puerta, donde se detuvo a escuchar durante unos segundos-. En el catre, tu cara tenía la misma falta de animación que tu entrepierna -el pelirrojo iba a replicar pero se distrajo al cazar al vuelo algo que el espía le había lanzado; al abrir las manos, vio que era la insignia plateada de Llia'res-. Es mejor que te libres de eso: a mí no deben pillarme con ello, y, francamente, a ti tampoco.



Diciendo esto, el desconocido se deslizó fuera de la habitación. Pasado un rato, Caradhar salió a echar un vistazo: todo estaba en calma en el corredor desierto.



 


      
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