2012/02/24

EL DON ENCADENADO VIII: Recogemos lo que sembramos






Pasaron varias semanas. A medida que el vientre de la Dama Corail se hacía más prominente, la paciencia de su hijo disminuía, porque sus esfuerzos para tener la oportunidad de colarse en el laboratorio no daban fruto. Para colmo de males, Darial parecía más ocupado y ausente que nunca. "Para congraciarme con la bruja", explicaba. El chico comenzaba a preguntarse si no habría metido la pata de alguna manera que ensombreciera la inclinación que el alquimista sentía por él, cuando este mandó a buscarlo una noche, tan apasionado como era posible.

Durante la madrugada alguien aporreó imperiosamente la puerta de Darial. El elfo abandonó el lecho y se entrevistó con unos guardias a la entrada. Tras intercambiar algunos susurros nerviosos, volvió junto a Caradhar con rostro inexpresivo.



-Vístete, porque has de acompañarme ahora mismo -el interpelado obedeció, sin dejar de mirar a su compañero, que añadió:- acaban de encontrar a la Gran Alquimista; muerta, al parecer.





La segunda visita de Caradhar al laboratorio no le reportó beneficio, pero le permitió constatar que, en efecto, la poderosa elfa a la que sólo había visto brevemente había fallecido. Llegaron a la conclusión de que la causa fue la inhalación de vapor tóxico; cómo una alquimista experimentada como ella había sido capaz de cometer tal error permanecía envuelto en misterio, y no se descartaba juego sucio. Pero lo cierto es que no había nada que la milagrosa sangre del dotado pudiera hacer por su cuerpo, ya frío.

Darial debió acudir a informar al Maede de la tragedia. Permaneció ausente hasta bien entrada una nueva noche. Entretanto, en Elore'il se respiraba la atmósfera habitual: ninguna Casa se apresuraría a hacer publicidad del hecho de que habían perdido a su Gran Alquimista. La fallecida no contaría con un funeral fastuoso.

Decir que Lord Killien estaba furioso era quedarse extremadamente corto; prometió una muerte lenta y dolorosa para el culpable, si lo había. Se intensificó la guardia, y se rumoreaba que había Darshi'nai vigilando la Casa. Durante los días siguientes, Caradhar no tuvo ningún contacto con su Sombra particular; en cambio pudo acceder, por fin, al laboratorio, pues Darial había sido promovido al rango de Gran Alquimista. Las malas lenguas murmuraban que el elfo no tenía la habilidad para ostentar tan alto cargo, pero como mano derecha de la difunta, era la única solución viable, por el momento. Con orgullo mal disimulado, y contraviniendo las reglas, enseñó sus nuevos dominios a un Caradhar que se mostró profundamente interesado y vagó de un rincón a otro, observándolo todo. Su guía lo dejó hacer, sirviéndose una copa del mejor vino de la bodega privada de su predecesora, hasta que, agotada su paciencia, se acercó por la espalda del dotado, lo tomó por la cintura y le hizo volver la cabeza.



-Vamos, vamos... ¿qué puede haber aquí tan interesante para un joven como tú? ¿No deberías estar celebrándolo conmigo, o te divierte hacerme sentir celos de una habitación? Como alquimista, he adquirido uno de los cargos más codiciados de Argailias; claro que, desde ahora, estaré prácticamente confinado en la Casa -con el pulgar, acarició suavemente los labios de su compañero- y necesitaré que estés a mi lado y me hagas compañía... -lentamente, lo hizo beber de su copa; luego presionó sus propios labios contra los de Caradhar, y lo saboreó- Ah... ¿No lo encuentras delicioso?


-Supongo...



Darial rió entre dientes y se terminó el resto del vino. Empujó al joven elfo contra la mesa más cercana, lo hizo sentarse en ella y se instaló entre sus piernas separadas.



-Confieso que no logro entenderte, Adhar. Tan joven, y a veces te comportas como si fueras un viejo elfo, hastiado de los placeres de la vida. Pero, de una forma u otra, me las arreglaré para derretir todo ese hielo de ahí dentro -comenzó a soltar las cintas que cerraban la camisa del pelirrojo, besando con pasión cada porción de piel que quedaba al descubierto-. De una forma u otra...



Ahora que estaba instalado en el trono de su predecesora, Darial podía sentirse henchido de orgullo. Todo lo que deseaba era suyo. Se había expuesto a un gran riesgo, pero ciertamente había merecido la pena.





***





Finalmente, el Sombra reapareció. Sorprendió a Caradhar un día en su habitación, cuando el elfo comenzaba a preguntarse si volvería a ver al espía.



-Tiempos difíciles -dijo, a modo de saludo, desde su habitual lugar sobre la cama del dotado-. Hola, Adhar. Sé que me extrañabas, pero se ha armado un buen revuelo con el asunto de la bruja asfixiada, y no era seguro dejarse caer por aquí -Caradhar se sentó en el otro extremo y se desató las botas-. Oye, no la habrás matado tú, ¿verdad?



El elfo se detuvo para mirar a su visitante de negras vestiduras, con el ceño fruncido, como si no entendiera lo que decía. Al cabo de unos segundos, respondió:



-No. Mi recuento de muertos asciende, por ahora, a una persona.



-Ya... Pero veo que no descartas una futura ampliación -el dotado se acomodó sobre el colchón, cruzando las piernas-. Y, dime, ¿sigues interesado en encontrar una manera de colarte en el dormitorio del Maede?



-Sí. ¿Podrías facilitarme el acceso?



-Podría... pero antes tendrías que ponerme al tanto de lo que quieres hacer. Y ya es bastante difícil para un Sombra arrastrarse hasta allí, así que imagina, para un tipo tan visible como tú. No puedo dejar que arriesgues mi pellejo, ni el tuyo.



-Tengo una idea... Pero no puedo decirte nada, por ahora. Además, necesito tiempo para resolver un asunto, ahora que tengo la posibilidad de entrar en el laboratorio.



-Me descubriría ante ti: el lugar más impenetrable de Casa Elore'il...



-Quisiera una somnífero; que sea potente.



-Ahora sí que me siento curioso... ¿no me puedes contar nada más?



-... No.



A través de su oscura capucha, el espía lanzó una intensa mirada al joven, casi un adolescente, que se sentaba ahí, tan relajadamente, dándole la espalda, desvistiéndose sin pudor y madurando planes aparentemente suicidas a los que, al menos hasta ahora, no podía reprochar nada. La muerte del Gran Alquimista había sido demasiado conveniente para ser fortuita... Sonrió, buscó en su cinto y lanzó un pequeño saquito junto a Caradhar.



-Un pellizco basta para dormir a un ser vivo de complexión... ¿digamos como el alquimista?



Sonrió abiertamente mientras el otro elfo tomaba el saquito y lo examinaba. Rápida y silenciosamente se colocó a su espalda, tan cerca que podía sentir el aroma de su largo cabello, rojo como el plumaje de un cardenal. Había oído que los que tenían el Don olían especialmente bien... Hundió la nariz tanto como se atrevió y tuvo que conceder que aquel rumor era cierto... al menos en lo que se refería a aquel, en particular. Cerró los ojos un segundo y se inclinó un poco más...



-No deberías ser tan confiado como para compartir cama con alguien como yo... ¿O es que intentas ponerme cachondo a propósito? -susurró el Sombra, con una voz en la que vibraba una nota de deseo. Caradhar se volvió rápidamente, e intentó apartar la capucha oscura que ocultaba el rostro de su compañero de un manotazo; fue demasiado lento, por supuesto, para el Darshi'nai, el cual se hallaba ya cerca de la puerta, con una sonrisita-. No sé por qué, pero las tripas me dicen que confíe en ti, chico. Bien, veremos lo que puedes hacer...





La ocasión de usar la droga no tardó mucho en presentarse. En las noches en las que debía trabajar hasta tarde, Darial, como muchos alquimistas, solía echar una cabezada en su lugar de trabajo; Caradhar se las arregló para que le permitiera quedarse con él. No le fue difícil, a medianoche, crear la situación propicia y deslizar la substancia en la bebida del elfo; cuando este cayó dormido el joven pudo, al fin, registrar el laboratorio sin interrupciones.

Ya había estudiado el lugar tanto como le había sido posible en las pocas ocasiones en que había estado allí, lo que le permitió dirigirse directamente a los sitios que podían resultar un buen escondite. Al descubrir un armario cerrado con llave tuvo la inspiración de volver al diván donde descansaba el alquimista y, con mucho cuidado, registró sus ropas. Obtuvo un aro de plata del que pendían varias llaves.

Una vez abierto, la búsqueda en el armario pareció resultar infructuosa. Después de presionar las paredes de madera y pasar la mano por la parte inferior de los estantes, se resignó y continuó la búsqueda.

Y fue prácticamente por casualidad que descubrió que un panel, que parecía clavado a la pared y servía para colgar anotaciones, se deslizaba sobre unas guías y revelaba una puerta de metal con una complicada cerradura; el lugar estaba tan a la vista que jamás habría llamado su atención. Probó hasta encontrar la llave adecuada; al abrir la puerta, halló un compartimento con pequeñas cajas de metal, con el sello del Gran Alquimista, idénticas al cofrecito que él había encontrado en Ummankor. Todas contenían diversas substancias, pero en una, entre capas de algodón, había un vial lleno de líquido dorado. En el fondo de la caja había un pergamino plegado, cubierto de palabras, signos y pequeños diagramas desconocidos para él. Lo extendió sobre una mesa y, usando uno en blanco, lo copió con todo el cuidado que pudo. Lo devolvió después a su sitio, y ya estaba a punto de guardar la cajita, cuando le pudo la curiosidad y sacó el vial, sosteniéndolo en alto. Lo abrió con precaución y lo puso bajo su nariz; como esperaba, nada especial ocurrió. Estuvo tentado de probar un sorbo, pero decidió que era demasiado arriesgado y sin duda despertaría las sospechas de Darial, así que lo devolvió a su sitio; con todo, estaba casi seguro de que aquello era la fuente del extraño poder de Lord Killien.

Cuidándose de dejar todo como estaba, escondió la copia del pergamino en lugar seguro, devolvió las llaves a su dueño y se tendió junto a él.







***





Se comentaba que a la Dama Corail le habían comenzado los dolores de parto, y estaba recluida en la sala de nacimiento con el Cirujano Mayor y sus damas de compañía. La Casa estuvo en vilo durante todo el día, aguardando noticias.

A última hora de la tarde, el júbilo inundó los dominios Elore'il: la Maeda había traído al mundo un varón sano; el Cirujano Mayor lo había presentado a Lord Killien, el cual había dado su bendición al bebé, con visible satisfacción: el niño era ahora, oficialmente, el heredero de la Casa.

Caradhar se recluyó en su cuarto, porque presentía que tendría una visita. Y no se equivocó: el Sombra se presentó por la noche, cuando todos se encontraban celebrando el acontecimiento.



-Si estás seguro de lo que haces, esta noche es la mejor. Casi todos estarán borrachos como cubas en poco tiempo. Puedo neutralizar la seguridad y los acompañantes, pero sabes que no puedo mover un dedo contra el Maede. Te lo repito: ¿cómo te las vas a arreglar con él?



-El otro día dijiste que confiabas en mí.



-... ¡Al infierno contigo! -gruñó el Sombra, exasperado- Prepárate; te haré una señal cuando haya vía libre -antes de desaparecer, añadió:- ¡Y no se te ocurra hacer que te maten!





Tras el barullo de las celebraciones, como se esperaba, la mayoría de los habitantes de la Casa cayeron en un profundo sueño provocado por el vino. Caradhar tuvo pocos problemas para llegar al ala de los aposentos del Maede, atravesar con cuidado los corredores y presentarse ante las recias puertas de madera. Misteriosamente, los guardias estaban dormidos...Una figura oscura apareció, cuidándose bien de no sorprender al joven.



-Nos hemos ocupado de que todos duerman -susurró, con la voz inconfundible del Sombra. ¿Hemos?, registró el cerebro del dotado, inconscientemente; pero estaba demasiado concentrado en la tarea que tenía por delante-. Sabes que no puedo entrar ahí....



Caradhar asintió. Franqueó las puertas, a tientas atravesó la antecámara y se deslizó en la habitación de Lord Killien.

A la luz de la luna pudo distinguir algunos detalles de la magnífica estancia. Era de forma octogonal, y en las paredes se alternaban magníficos ventanales en los que multitud de vidrios formaban dibujos en rojos, grises, blancos, negros y plateados, con tapices enormes, cuyos hilos de plata, entrelazados en los diseños, brillaban tenuemente bajo la luz del disco blanco. En el centro de la habitación, la cama más enorme que había visto jamás, flanqueada por cuatro columnas de madera tallada, y rodeada por transparentes cortinajes de gasa, se veía literalmente sepultada bajo una montaña de ricos y suaves tejidos. A sus pies, en una camita, dormía profundamente una pequeña figura, apenas un adolescente, aunque el elfo no supo decir si se trataba de un chico o una chica. Se acercó de puntillas y miró a los durmientes sobre el gran lecho.

A través de la tela transparente se veían tres figuras. Junto a Lord Killien dormían dos elfas. Una de ellas era casi una cría; Caradhar calculó que debía ser la hermana del que descansaba en la cama pequeña, la pareja de mellizos con el Don que servían al Maede. La otra era una joven de formas voluptuosas, con una aureola formada por su propia melena de rizos negros, en los que la pequeña tenía enredados sus dedos. El elfo contempló la silueta de la joven, apenas perfilada por la luz argéntea, y escuchó durante varios minutos, tratando de distinguir cualquier sonido inusual en el silencio. Nada. Después se acercó al señor de la Casa y extrajo un puñal de sus ropas.

El instinto de conservación de Lord Killien lo hizo despertarse al instante; cuando vio aquella figura desconocida de pie, ante él, no se alarmó, sino que reaccionó a tiempo y lanzó la orden "¡detente!", mientras trataba de incorporarse. En condiciones normales, nadie habría podido acercarse a él e intentar atacarlo, ni habría sido capaz de moverse al escuchar esa orden.

En condiciones normales.

Caradhar saltó sobre el noble, y a horcajadas sobre él, aprisionó sus brazos con las piernas y le cubrió la boca con la mano libre. Lord Killien se revolvió; momentáneamente, se zafó de la presa que trataba de inmovilizarlo. Por unos segundos se olvidó de gritar; no podía comprender cómo era posible que alguien fuera capaz de ignorar su voz de mando. Su mente enloquecida siguió cavilando, en medio del caos, y pasó a preguntarse cómo es que sus compañeras de cama no gritaban pidiendo auxilio. Después sintió la punta de acero presionando en su garganta y se quedó inmóvil bajo aquella figura que, finalmente, alcanzó a reconocer.



-Tú... -logró articular el Maede- ¿Cómo es posible?



Caradhar experimentaba un déjà vu: ya había vivido aquella escena, en la que un hombre a sus pies, con la punta de un arma en su garganta, lo contemplaba con ojos ansiosos. Se inclinó sobre su presa, despacio: quería fijarse detenidamente; quería comprobar si aquellos ojos le recordaban a los de Nestro. Se miró en ellos durante unos instantes que parecieron eternos.

No sintió nada en especial.

El elfo hundió la hoja en la garganta de Killien y aguardó a que dejara de sacudirse; cuando se quedó inmóvil, esperó aún, acercando el oído al pecho inmóvil de su víctima. Ningún latido.

Bajó de la cama, miró a su alrededor y vio que el resto de los ocupantes de la habitación continuaban dormidos. Limpió el puñal en las sábanas y salió a toda prisa.

Casi al final del corredor por el que había llegado, cuando ya se creía a salvo, un brazo surgió de las sombras y lo agarró por la frente antes de que pudiera reaccionar; sintió el mordisco de una hoja en su carne, y la cálida humedad de su propia sangre, deslizándose cuello abajo... Luego un quejido ahogado, y la presa que lo sujetaba se aflojó.

Se volvió, cubriéndose la herida con una mano, para descubrir el cuerpo de un Sombra aún deslizándose al suelo; a sus espaldas, un segundo encapuchado sostenía una daga ensangrentada, que rápidamente se perdió entre los pliegues de sus ropas negras. No logró distinguir si su aliado era uno de ellos... Pero, no: el que permanecía de pie era, sin duda, más alto; el encapuchado se llevó el dedo índice a la nariz, se dio dos golpecitos, y alzó la comisura derecha de sus labios en una media sonrisa... Después señaló en la dirección de salida y desapareció.

Caradhar siguió su ejemplo. Corrió a su habitación, deteniéndose sólo un momento para librarse del puñal anónimo en un lugar donde era muy poco probable que lo encontraran.



De vuelta en su cuarto, y habiendo hecho desaparecer cualquier traza de su aventura nocturna, el dotado se tendió en su lecho; la herida de su cuello se había cerrado rápidamente, pero él no podía dormir. Se preguntaba quién era aquel Sombra desconocido, y a quién habría matado: ¿sería a su aliado hasta entonces, que había decidido traicionarlo? Y si era así, ¿por qué?

Su cabeza bullía con ideas contradictorias. Y he aquí que oyó un susurro, y al volverse, se encontró a la familiar figura de negro. Se sentó junto a él, sin decir una palabra; Caradhar pudo ver la mitad inferior de su rostro: estaba cubierta de sangre reseca, fruto de un golpe que le había partido el labio. Frunció el ceño, sin comprender; el Sombra habló, al fin.



-Quedaba uno. Creí que los había neutralizado a todos, tras drogar a los guardias y el resto, pero quedaba uno. Si mi neidokesh no hubiera sido rápido...



-¿Tu... qué?



-Mi mentor; mi maestro; el que me hace probar el gusto de mi propia sangre -sonrió con desgana-. Supongo que me lo merezco. Pero, oye, ¿cómo has...?



El espía se interrumpió súbitamente y aguzó el oído. De un salto, llegó a la ventana.



-¡Mierda! Se oyen voces, me he demorado demasiado. Quería decirte que... ¡joder!



No se atrevió a continuar, y desapareció en la noche. Caradhar corrió a asomarse, pero no pudo distinguir nada en la oscuridad.

Era cierto: fuera se oían voces. Esperó a que el ruido aumentara y después salió, y se unió al creciente clamor.





Era inconcebible: el Maede había sido asesinado. Y aun así, era un hecho. Los consejeros, al borde de la histeria, llamaron a la puerta de Dama Corail en busca de, paradójicamente, consejo. "Acabo de dar a luz y acabo de perder a mi esposo: ¿Qué más esperáis de mí? Sabéis bien que debo preparar el funeral de mi señor; entre tanto, sed comprensivos y considerad que Casa Elore'il sigue teniendo un Maede", fue lo que les dijo. El nuevo Gran Alquimista no hacía gran cosa, aparte de frotarse las manos, presa del nerviosismo y el miedo a que pudieran achacar la muerte de su señor a una negligencia por su parte.

El descubrimiento de los cadáveres de tres Darshi'nai llevó a la guardia a deducir que otra Casa rival había enviado a sus propios Sombras, con éxito. Pero, ¿cómo?



Mientras tanto, Caradhar había pasado el día recluido en su habitación. Al anochecer, se dirigió a los departamentos de Dama Corail. Una dama de compañía, con expresión sorprendida, le franqueó la entrada y lo condujo al aposento privado de su ama, donde nadie más era recibido.

El lugar estaba en silencio, similar a como lo recordaba, a excepción de una enorme cuna de maderas nobles con colgaduras de encaje blanco, con hilos de plata entrelazados, que se alzaba junto al sillón donde su madre solía sentarse.

La dama no tardó mucho en aparecer, desde la sala contigua. Se mostraba serena, bella aun con sus vestiduras de luto, aunque un poco pálida. Sonrió y caminó, orgullosa, hacia la cuna. El joven elfo no tenía mucha experiencia con ese tipo de cosas, pero se sorprendió de encontrarla en tan buena forma.



-Y bien, ¿no quieres conocer al nuevo señor de la Casa Elore'il? -preguntó ella, sacando al bebé y sosteniéndolo con gentileza.



Caradhar caminó hacia ellos con reluctancia; no sabía qué decir, y se sentía incómodo. Miró al bebé, que seguía dormido y en silencio; finas hebras de cabello rojizo cubrían ya su cabecita.

Un ruido a su espalda le hizo volver la cabeza con alarma. Sobre el umbral por el que había entrado su madre se alzaba la figura de la sirvienta muda; el joven volvió a respirar, pero entonces notó el miedo en los ojos de la muchacha, su rostro, pálido y desencajado y, sobre todo, la sangre que cubría el borde de su camisón blanco. Apenas se sostenía en pie, pero intentaba desesperadamente decirle algo mediante gestos; finalmente señaló al bebé, y luego a Caradhar, mientras sus ojos suplicaban comprensión.

Entre tanto, la Dama Corail había depositado al niño de vuelta en su cuna y se dirigía a la joven, con ojos llenos de furia. La arrastró de vuelta a la otra habitación, y durante algunos instantes Caradhar pudo oír los débiles gemidos de dolor de la elfa muda. Al final, todo volvió a quedar en silencio. Se oyó una pesada puerta que se cerraba, y Corail volvió.



-¿Qué le has hecho? ¿Qué es todo esto? -preguntó él, con el ceño fruncido.



-Debí haberme ocupado de ella, pero no he tenido oportunidad; en cualquier caso, olvídala: ya no tiene nada que ver con nosotros. Pensaba decírtelo, de verdad, aunque no de esta forma -lanzó un sentido suspiro y se acercó de nuevo a la cuna, y susurró:- Caradhar, es cierto que ya no puedo ser madre. Este niño, el heredero de la Casa Elore'il , no es hijo mío -se volvió y lo miró a los ojos-; es tuyo.



La cabeza del joven comenzó a dar vueltas. ¿Cómo era posible? Debía estar burlándose de él. Y, sin embargo... una imagen acudió a su memoria: aquellas noches en que la joven sirvienta se había deslizado en su dormitorio y en su cama. Pero, sin duda, no habría sido capaz... La sangre abandonó su rostro.



-Si hablas -prosiguió su madre-, privarás al niño de sus futuros derechos y nos condenarás a todos. Pero si permaneces en silencio, si dejas que me ocupe de él, le convertiré en el Maede más poderoso que alguna vez conocieron la Casa Elore'il y Argailias. Y tú, como su padre, permanecerás aquí y serás el dotado que vele por él, ¿verdad?

"Acércate, querido mío, y contempla a la carne de tu carne...



Caradhar permaneció inmóvil, respirando con dificultad. Cerró los ojos y sintió una presión en su pecho: turbación, ansiedad, ira... creciendo como una burbuja... Pensó en tomar a su madre por el fino cuello y apretar hasta partírselo; pensó en gritar con toda la fuerza de sus pulmones y hacer pedazos la habitación; pensó, en fin, en echarse al suelo, sujetando sus rodillas, y no moverse nunca más, porque hasta donde le alcanzaba la memoria, siempre había sido el juguete de alguien. La toma de conciencia de este hecho lo golpeó con tanta fuerza que casi lo sintió físicamente.

La burbuja dentro de él explotó y no dejó nada atrás; tan sólo un cansancio infinito.



-No -dijo, simplemente, frotándose las sienes. Sus ojos recuperaron la helada cualidad de siempre.



-Nada ha cambiado, Caradhar; excepto para mejor -la dama sonrió levemente-. Somos libres de pertenecernos, como una familia. Tu única familia.



-Familia... Considero a ese crío hijo mío tanto como te considero a ti mi madre. Después de todo, ¿qué puedo saber yo? -añadió, con indiferencia.



-Por favor, no digas eso... -rogó, con voz suave, que dejaba traslucir un resquicio de pesar.



-No me quedaré, Corail. Puedes hacer lo que quieras, pero ese niño no tiene nada que ver conmigo. No voy a seguir siendo el títere de nadie, y si tengo que condenarme, al menos que sea por elección propia.



Las mejillas de Dama Corail se tiñeron de encarnado, mientras su hijo le daba la espalda y comenzaba a alejarse.



-Caradhar, este es tu sitio... el único que es tuyo de verdad... -se aproximó a él y posó la mano sobre su espalda- Y yo te quiero más que a nadie. ¿Vas a abandonarme, ahora que te he reencontrado?



De nada parecieron servir sus palabras.



-Te lo ruego: no abandones a tu única familia.



El joven elfo se detuvo. Volvió la cabeza lentamente, para mirar a su madre por encima del hombro. Por primera vez, le sonrió: era la sonrisa más amarga que ella había visto en su vida.



Caradhar continuó su camino fuera de la habitación, y fuera de Casa Elore'il.








FIN DE LA PRIMERA PARTE



 


       
Capítulo anterior                                                                                     Capítulo siguiente









No hay comentarios:

Publicar un comentario