Pasaron
varias semanas. A medida que el vientre de la Dama Corail se hacía
más prominente, la paciencia de su hijo disminuía, porque sus
esfuerzos para tener la oportunidad de colarse en el laboratorio no
daban fruto. Para colmo de males, Darial parecía más ocupado y
ausente que nunca. "Para congraciarme con la bruja",
explicaba. El chico comenzaba a preguntarse si no habría metido la
pata de alguna manera que ensombreciera la inclinación que el
alquimista sentía por él, cuando este mandó a buscarlo una noche,
tan apasionado como era posible.
Durante
la madrugada alguien aporreó imperiosamente la puerta de Darial. El
elfo abandonó el lecho y se entrevistó con unos guardias a la
entrada. Tras intercambiar algunos susurros nerviosos, volvió junto
a Caradhar con rostro inexpresivo.
-Vístete,
porque has de acompañarme ahora mismo -el interpelado obedeció, sin
dejar de mirar a su compañero, que añadió:- acaban de encontrar a
la Gran Alquimista; muerta, al parecer.
La
segunda visita de Caradhar al laboratorio no le reportó beneficio,
pero le permitió constatar que, en efecto, la poderosa elfa a la que
sólo había visto brevemente había fallecido. Llegaron a la
conclusión de que la causa fue la inhalación de vapor tóxico; cómo
una alquimista experimentada como ella había sido capaz de cometer
tal error permanecía envuelto en misterio, y no se descartaba juego
sucio. Pero lo cierto es que no había nada que la milagrosa sangre
del dotado pudiera hacer por su cuerpo, ya frío.
Darial
debió acudir a informar al Maede de la tragedia. Permaneció ausente
hasta bien entrada una nueva noche. Entretanto, en Elore'il se
respiraba la atmósfera habitual: ninguna Casa se apresuraría a
hacer publicidad del hecho de que habían perdido a su Gran
Alquimista. La fallecida no contaría con un funeral fastuoso.
Decir
que Lord Killien estaba furioso era quedarse extremadamente corto;
prometió una muerte lenta y dolorosa para el culpable, si lo había.
Se intensificó la guardia, y se rumoreaba que había Darshi'nai
vigilando la Casa. Durante los días siguientes, Caradhar no tuvo
ningún contacto con su Sombra particular; en cambio pudo acceder,
por fin, al laboratorio, pues Darial había sido promovido al rango
de Gran Alquimista. Las malas lenguas murmuraban que el elfo no tenía
la habilidad para ostentar tan alto cargo, pero como mano derecha de
la difunta, era la única solución viable, por el momento. Con
orgullo mal disimulado, y contraviniendo las reglas, enseñó sus
nuevos dominios a un Caradhar que se mostró profundamente interesado
y vagó de un rincón a otro, observándolo todo. Su guía lo dejó
hacer, sirviéndose una copa del mejor vino de la bodega privada de
su predecesora, hasta que, agotada su paciencia, se acercó por la
espalda del dotado, lo tomó por la cintura y le hizo volver la
cabeza.
-Vamos,
vamos... ¿qué puede haber aquí tan interesante para un joven como
tú? ¿No deberías estar celebrándolo conmigo, o te divierte
hacerme sentir celos de una habitación? Como alquimista, he
adquirido uno de los cargos más codiciados de Argailias; claro que,
desde ahora, estaré prácticamente confinado en la Casa -con el
pulgar, acarició suavemente los labios de su compañero- y
necesitaré que estés a mi lado y me hagas compañía...
-lentamente, lo hizo beber de su copa; luego presionó sus propios
labios contra los de Caradhar, y lo saboreó- Ah... ¿No lo
encuentras delicioso?
-Supongo...
Darial
rió entre dientes y se terminó el resto del vino. Empujó al joven
elfo contra la mesa más cercana, lo hizo sentarse en ella y se
instaló entre sus piernas separadas.
-Confieso
que no logro entenderte, Adhar. Tan joven, y a veces te comportas
como si fueras un viejo elfo, hastiado de los placeres de la vida.
Pero, de una forma u otra, me las arreglaré para derretir todo ese
hielo de ahí dentro -comenzó a soltar las cintas que cerraban la
camisa del pelirrojo, besando
con pasión cada porción de piel que quedaba al descubierto-.
De una forma u otra...
Ahora
que estaba instalado en el trono de su predecesora, Darial podía
sentirse henchido de orgullo. Todo
lo que deseaba era
suyo. Se había expuesto a un gran riesgo, pero ciertamente había
merecido
la pena.
***
Finalmente,
el Sombra reapareció. Sorprendió a Caradhar un día en su
habitación, cuando el elfo comenzaba a preguntarse si volvería a
ver al espía.
-Tiempos
difíciles -dijo, a modo de saludo, desde su habitual lugar sobre la
cama del dotado-. Hola, Adhar. Sé que me extrañabas, pero se ha
armado un buen revuelo con el asunto de la bruja asfixiada, y no era
seguro dejarse caer por aquí -Caradhar se sentó en el otro extremo
y se desató las botas-. Oye, no la habrás matado tú, ¿verdad?
El
elfo se detuvo para mirar a su visitante de negras vestiduras, con el
ceño fruncido, como si no entendiera lo que decía. Al cabo de unos
segundos, respondió:
-No.
Mi recuento de muertos asciende, por ahora, a una persona.
-Ya...
Pero veo que no descartas una futura ampliación -el dotado se
acomodó sobre el colchón, cruzando las piernas-. Y, dime, ¿sigues
interesado en encontrar una manera de colarte en el dormitorio del
Maede?
-Sí.
¿Podrías facilitarme el acceso?
-Podría...
pero antes tendrías que ponerme al tanto de lo que quieres hacer. Y
ya es bastante difícil para un Sombra arrastrarse hasta allí, así
que imagina, para un tipo tan visible como tú. No puedo dejar que
arriesgues mi pellejo, ni el tuyo.
-Tengo
una idea... Pero no puedo decirte nada, por ahora. Además, necesito
tiempo para resolver un asunto, ahora que tengo la posibilidad de
entrar en el laboratorio.
-Me
descubriría ante ti: el lugar más impenetrable de Casa Elore'il...
-Quisiera
una somnífero; que sea potente.
-Ahora
sí que me siento curioso... ¿no me puedes contar nada más?
-...
No.
A
través de su oscura capucha, el espía lanzó una intensa mirada al
joven, casi un adolescente, que se sentaba ahí, tan relajadamente,
dándole la espalda, desvistiéndose sin pudor y madurando planes
aparentemente suicidas a los que, al menos hasta ahora, no podía
reprochar nada. La muerte del Gran Alquimista había sido demasiado
conveniente para ser fortuita... Sonrió, buscó en su cinto y lanzó
un pequeño saquito junto a Caradhar.
-Un
pellizco basta para dormir a un ser vivo de complexión... ¿digamos
como el alquimista?
Sonrió
abiertamente mientras el otro elfo tomaba el saquito y lo examinaba.
Rápida y silenciosamente se colocó a su espalda, tan cerca que
podía sentir el aroma de su largo cabello, rojo como el plumaje de
un cardenal. Había oído que los que tenían el Don olían
especialmente bien... Hundió
la nariz tanto como se atrevió y tuvo que conceder que aquel rumor
era cierto... al menos en lo que se refería a aquel, en particular.
Cerró los ojos un segundo y se inclinó un poco más...
-No
deberías ser tan confiado como para compartir cama con alguien como
yo... ¿O es que intentas ponerme cachondo a propósito? -susurró el
Sombra,
con una voz en la que vibraba una nota de deseo. Caradhar
se volvió rápidamente, e intentó apartar la capucha oscura que
ocultaba el rostro de su compañero de un manotazo; fue demasiado
lento, por supuesto, para el Darshi'nai, el cual se hallaba ya cerca
de la puerta, con una sonrisita-. No sé por qué, pero las tripas me
dicen que confíe en ti, chico. Bien, veremos lo que puedes hacer...
La
ocasión de usar la droga no tardó mucho en presentarse. En las
noches en las que debía trabajar hasta tarde, Darial, como muchos
alquimistas, solía echar una cabezada en su lugar de trabajo;
Caradhar se las arregló para que le permitiera quedarse con él. No
le fue difícil, a medianoche, crear la situación propicia y
deslizar la substancia en la bebida del elfo; cuando este cayó
dormido el joven pudo, al fin, registrar el laboratorio sin
interrupciones.
Ya
había estudiado el lugar tanto como le había sido posible en las
pocas ocasiones en que había estado allí, lo que le permitió
dirigirse directamente a los sitios que podían resultar un buen
escondite. Al descubrir un armario cerrado con llave tuvo la
inspiración de volver al diván donde descansaba el alquimista y,
con mucho cuidado, registró sus ropas. Obtuvo un aro de plata del
que pendían varias llaves.
Una
vez abierto, la búsqueda en el armario pareció resultar
infructuosa. Después de presionar las paredes de madera y pasar la
mano por la parte inferior de los estantes, se resignó y continuó
la búsqueda.
Y
fue prácticamente por casualidad que descubrió que un panel, que
parecía clavado a la pared y servía para colgar anotaciones, se
deslizaba sobre unas guías y revelaba una puerta de metal con una
complicada cerradura; el lugar estaba tan a la vista que jamás
habría llamado su atención. Probó hasta encontrar la llave
adecuada; al abrir la puerta, halló un compartimento con pequeñas
cajas de metal, con el sello del Gran Alquimista, idénticas al
cofrecito que él había encontrado en Ummankor. Todas contenían
diversas substancias, pero en una, entre capas de algodón, había un
vial lleno de líquido dorado. En el fondo de la caja había un
pergamino plegado, cubierto de palabras, signos y pequeños diagramas
desconocidos para él. Lo extendió sobre una mesa y, usando uno en
blanco, lo copió con todo el cuidado que pudo. Lo devolvió después
a su sitio, y ya estaba a punto de guardar la cajita, cuando le pudo
la curiosidad y sacó el vial, sosteniéndolo en alto. Lo abrió con
precaución y lo puso bajo su nariz; como esperaba, nada especial
ocurrió. Estuvo tentado de probar un sorbo, pero decidió que era
demasiado arriesgado y sin duda despertaría las sospechas de Darial,
así que lo devolvió a su sitio; con todo, estaba casi seguro de que
aquello era la fuente del extraño poder de Lord Killien.
Cuidándose
de dejar todo como estaba, escondió la copia del pergamino en lugar
seguro, devolvió las llaves a su dueño y se tendió junto a él.
***
Se
comentaba que a la Dama Corail le habían comenzado los dolores de
parto, y estaba recluida en la sala de nacimiento con el Cirujano
Mayor y sus damas de compañía. La Casa estuvo en vilo durante todo
el día, aguardando noticias.
A
última hora de la tarde, el júbilo inundó los dominios Elore'il:
la Maeda había traído al mundo un varón sano; el Cirujano Mayor lo
había presentado a Lord Killien, el cual había dado su bendición
al bebé, con visible satisfacción: el niño era ahora,
oficialmente, el heredero de la Casa.
Caradhar
se recluyó en su cuarto, porque presentía que tendría una visita.
Y no se equivocó: el Sombra se presentó por la noche, cuando todos
se encontraban celebrando el acontecimiento.
-Si
estás seguro de lo que haces, esta noche es la mejor. Casi todos
estarán borrachos como cubas en poco tiempo. Puedo neutralizar la
seguridad y los acompañantes, pero sabes que no puedo mover un dedo
contra el Maede. Te lo repito: ¿cómo te las vas a arreglar con él?
-El
otro día dijiste que confiabas en mí.
-...
¡Al infierno contigo! -gruñó el Sombra, exasperado- Prepárate; te
haré una señal cuando haya vía libre -antes de desaparecer,
añadió:- ¡Y no se te ocurra hacer que te maten!
Tras
el barullo de las celebraciones, como se esperaba, la mayoría de los
habitantes de la Casa cayeron en un profundo sueño provocado por el
vino. Caradhar tuvo pocos problemas para llegar al ala de los
aposentos del Maede, atravesar con cuidado los corredores y
presentarse ante las recias puertas de madera. Misteriosamente, los
guardias estaban dormidos...Una
figura oscura apareció, cuidándose bien de no sorprender al joven.
-Nos
hemos ocupado de que todos duerman -susurró, con la voz
inconfundible del Sombra. ¿Hemos?,
registró el cerebro del dotado, inconscientemente; pero estaba
demasiado concentrado en la tarea que tenía por delante-. Sabes que
no puedo entrar ahí....
Caradhar
asintió. Franqueó
las puertas, a tientas atravesó la antecámara y se deslizó en la
habitación de Lord Killien.
A
la luz de la luna pudo distinguir algunos detalles de la magnífica
estancia. Era de forma octogonal, y en las paredes se alternaban
magníficos ventanales en los que multitud de vidrios formaban
dibujos en rojos, grises, blancos, negros y plateados, con tapices
enormes, cuyos hilos de plata, entrelazados en los diseños,
brillaban tenuemente bajo la luz del disco blanco. En el centro de la
habitación, la cama más enorme que había visto jamás, flanqueada
por cuatro columnas de madera tallada, y rodeada por transparentes
cortinajes de gasa, se veía literalmente sepultada bajo una montaña
de ricos y suaves tejidos. A sus pies, en una camita, dormía
profundamente una pequeña figura, apenas un adolescente, aunque el
elfo no supo decir si se trataba de un chico o una chica. Se acercó
de puntillas y miró a los durmientes sobre el gran lecho.
A
través de la tela transparente se veían tres figuras. Junto a Lord
Killien dormían dos elfas. Una de ellas era casi una cría; Caradhar
calculó que debía ser la hermana del que descansaba en la cama
pequeña, la pareja de mellizos con el Don que servían al Maede. La
otra era una joven de formas voluptuosas, con una aureola formada por
su propia melena de rizos negros, en los que la pequeña tenía
enredados sus dedos. El elfo contempló la silueta de la joven,
apenas perfilada por la luz argéntea, y escuchó durante varios
minutos, tratando de distinguir cualquier sonido inusual en el
silencio. Nada. Después se acercó al señor de la Casa y extrajo un
puñal de sus ropas.
El
instinto de conservación de Lord Killien lo hizo despertarse al
instante; cuando vio aquella figura desconocida de pie, ante él, no
se alarmó, sino que reaccionó a tiempo y lanzó la orden
"¡detente!", mientras trataba de incorporarse. En
condiciones normales, nadie habría podido acercarse a él e intentar
atacarlo, ni habría sido capaz de moverse al escuchar esa orden.
En
condiciones normales.
Caradhar
saltó sobre el noble, y a horcajadas sobre él, aprisionó sus
brazos con las piernas y le cubrió la boca con la mano libre. Lord
Killien se revolvió; momentáneamente, se zafó de la presa que
trataba de inmovilizarlo. Por unos segundos se olvidó de gritar; no
podía comprender cómo era posible que alguien fuera capaz de
ignorar su voz de mando. Su mente enloquecida siguió cavilando, en
medio del caos, y pasó a preguntarse cómo es que sus compañeras de
cama no gritaban pidiendo auxilio. Después sintió la punta de acero
presionando en su garganta y se quedó inmóvil bajo aquella figura
que, finalmente, alcanzó a reconocer.
-Tú...
-logró articular el Maede- ¿Cómo es posible?
Caradhar
experimentaba un déjà
vu:
ya había vivido aquella escena, en la que un hombre a sus pies, con
la punta de un arma en su garganta, lo contemplaba con ojos ansiosos.
Se inclinó sobre su presa, despacio: quería fijarse detenidamente;
quería comprobar si aquellos ojos le recordaban a los de Nestro. Se
miró en ellos durante unos instantes que parecieron eternos.
No
sintió nada en especial.
El
elfo hundió la hoja en la garganta de Killien y aguardó a que
dejara de sacudirse; cuando se quedó inmóvil, esperó aún,
acercando el oído al pecho inmóvil de su víctima. Ningún latido.
Bajó
de la cama, miró a su alrededor y vio que el resto de los ocupantes
de la habitación continuaban dormidos. Limpió el puñal en las
sábanas y salió a toda prisa.
Casi
al final del corredor por el que había llegado, cuando ya se creía
a salvo, un brazo surgió de las sombras y lo agarró por la frente
antes de que pudiera reaccionar; sintió el mordisco de una hoja en
su carne, y
la cálida humedad de su propia sangre, deslizándose cuello abajo...
Luego un quejido ahogado, y la presa que lo sujetaba se aflojó.
Se
volvió, cubriéndose la herida con una mano, para descubrir el
cuerpo de un Sombra aún deslizándose al suelo; a sus espaldas, un
segundo encapuchado sostenía una daga ensangrentada, que rápidamente
se perdió entre los pliegues de sus ropas negras. No logró
distinguir si su aliado era uno de ellos... Pero, no: el que
permanecía de pie era, sin duda, más alto; el
encapuchado se llevó el dedo índice a la nariz, se dio dos
golpecitos, y alzó la comisura derecha de sus labios en una media
sonrisa... Después señaló en la dirección de salida y
desapareció.
Caradhar
siguió
su ejemplo.
Corrió a su habitación, deteniéndose sólo un momento para
librarse del puñal anónimo en un lugar donde era muy poco probable
que lo encontraran.
De
vuelta en su cuarto, y habiendo hecho desaparecer cualquier traza de
su aventura nocturna, el dotado se tendió en su lecho; la herida de
su cuello se había cerrado rápidamente, pero él no podía dormir.
Se preguntaba quién era aquel Sombra desconocido, y a quién habría
matado: ¿sería a su aliado hasta entonces, que había decidido
traicionarlo? Y si era así, ¿por qué?
Su
cabeza bullía con ideas contradictorias. Y he aquí que oyó un
susurro, y al volverse, se encontró a la familiar figura de negro.
Se sentó junto a él, sin decir una palabra; Caradhar pudo ver la
mitad inferior de su rostro: estaba cubierta de sangre reseca, fruto
de un golpe que le había partido el labio. Frunció el ceño, sin
comprender; el Sombra habló, al fin.
-Quedaba
uno. Creí que los había neutralizado a todos, tras drogar a los
guardias y el resto, pero quedaba uno. Si mi neidokesh
no hubiera sido rápido...
-¿Tu...
qué?
-Mi
mentor; mi maestro; el que me hace probar el gusto de mi propia
sangre -sonrió con desgana-. Supongo que me lo merezco. Pero, oye,
¿cómo has...?
El
espía se interrumpió súbitamente y aguzó el oído. De un salto,
llegó a la ventana.
-¡Mierda!
Se oyen voces, me he demorado demasiado. Quería decirte que...
¡joder!
No
se atrevió a continuar, y desapareció en la noche. Caradhar corrió
a asomarse, pero no pudo distinguir nada en la oscuridad.
Era
cierto: fuera se oían voces. Esperó a que el ruido aumentara y
después salió, y se unió al creciente clamor.
Era
inconcebible: el Maede había sido asesinado. Y aun así, era un
hecho. Los consejeros, al borde de la histeria, llamaron a la puerta
de Dama Corail en busca de, paradójicamente, consejo. "Acabo de
dar a luz y acabo de perder a mi esposo: ¿Qué más esperáis de mí?
Sabéis bien que debo preparar el funeral de mi señor; entre tanto,
sed comprensivos y considerad que Casa Elore'il sigue teniendo un
Maede", fue lo que les dijo. El nuevo Gran Alquimista no hacía
gran cosa, aparte de frotarse las manos, presa del nerviosismo y el
miedo a que pudieran achacar la muerte de su señor a una negligencia
por su parte.
El
descubrimiento de los cadáveres de tres Darshi'nai llevó a la
guardia a deducir que otra Casa rival había enviado a sus propios
Sombras, con éxito. Pero, ¿cómo?
Mientras
tanto, Caradhar había pasado el día recluido en su habitación. Al
anochecer, se dirigió a los departamentos de Dama Corail. Una dama
de compañía, con expresión sorprendida, le franqueó la entrada y
lo condujo al aposento privado de su ama, donde nadie más era
recibido.
El
lugar estaba en silencio, similar a como lo recordaba, a excepción
de una enorme cuna de maderas nobles con colgaduras de encaje blanco,
con hilos de plata entrelazados, que se alzaba junto al sillón donde
su madre solía sentarse.
La
dama no tardó mucho en aparecer, desde la sala contigua. Se mostraba
serena, bella aun con sus vestiduras de luto, aunque un poco pálida.
Sonrió y caminó, orgullosa, hacia la cuna. El joven elfo no tenía
mucha experiencia con ese tipo de cosas, pero se sorprendió de
encontrarla en tan buena forma.
-Y
bien, ¿no quieres conocer al nuevo señor de la Casa Elore'il?
-preguntó ella, sacando al bebé y sosteniéndolo con gentileza.
Caradhar
caminó hacia ellos con reluctancia; no sabía qué decir, y se
sentía incómodo. Miró al bebé, que seguía dormido y en silencio;
finas hebras de cabello rojizo cubrían ya su cabecita.
Un
ruido a su espalda le hizo volver la cabeza con alarma. Sobre el
umbral por el que había entrado su madre se alzaba la figura de la
sirvienta muda; el joven volvió a respirar, pero entonces notó el
miedo en los ojos de la muchacha, su rostro, pálido y desencajado y,
sobre todo, la sangre que cubría el borde de su camisón blanco.
Apenas se sostenía en pie, pero intentaba desesperadamente decirle
algo mediante gestos; finalmente señaló al bebé, y luego a
Caradhar, mientras sus ojos suplicaban comprensión.
Entre
tanto, la Dama Corail había depositado al niño de vuelta en su cuna
y se dirigía a la joven, con ojos llenos de furia. La arrastró de
vuelta a la otra habitación, y durante algunos instantes Caradhar
pudo oír los débiles gemidos de dolor de la elfa muda. Al final,
todo volvió a quedar en silencio. Se oyó una pesada puerta que se
cerraba, y Corail volvió.
-¿Qué
le has hecho? ¿Qué es todo esto? -preguntó él, con el ceño
fruncido.
-Debí
haberme ocupado de ella, pero no he tenido oportunidad; en cualquier
caso, olvídala: ya no tiene nada que ver con nosotros. Pensaba
decírtelo, de verdad, aunque no de esta forma -lanzó un sentido
suspiro y se acercó de nuevo a la cuna, y susurró:- Caradhar, es
cierto que ya no puedo ser madre. Este niño, el heredero de la Casa
Elore'il , no es hijo mío -se volvió y lo miró a los ojos-; es
tuyo.
La
cabeza del joven comenzó a dar vueltas. ¿Cómo era posible? Debía
estar burlándose de él. Y, sin embargo... una imagen acudió a su
memoria: aquellas noches en que la joven sirvienta se había
deslizado en su dormitorio y en su cama. Pero, sin duda, no habría
sido capaz... La sangre abandonó su rostro.
-Si
hablas -prosiguió su madre-, privarás al niño de sus futuros
derechos y nos condenarás a todos. Pero si permaneces en silencio,
si dejas que me ocupe de él, le convertiré en el Maede más
poderoso que alguna vez conocieron la Casa Elore'il y Argailias. Y
tú, como su padre, permanecerás aquí y serás el dotado que vele
por él, ¿verdad?
"Acércate,
querido mío, y contempla a la carne de tu carne...
Caradhar
permaneció inmóvil, respirando con dificultad. Cerró los ojos y
sintió una presión en su pecho: turbación, ansiedad, ira...
creciendo como una burbuja... Pensó en tomar a su madre por el fino
cuello y apretar hasta partírselo; pensó en gritar con toda la
fuerza de sus pulmones y hacer pedazos la habitación; pensó, en
fin, en echarse al suelo, sujetando sus rodillas, y no moverse nunca
más, porque hasta donde le alcanzaba la memoria, siempre había sido
el juguete de alguien. La toma de conciencia de este hecho lo golpeó
con tanta fuerza que casi lo sintió físicamente.
La
burbuja dentro de él explotó y no dejó nada atrás; tan sólo un
cansancio infinito.
-No
-dijo, simplemente, frotándose las sienes. Sus ojos recuperaron la
helada cualidad de siempre.
-Nada
ha cambiado, Caradhar; excepto para mejor -la dama sonrió
levemente-. Somos libres de pertenecernos, como una familia. Tu única
familia.
-Familia...
Considero a ese crío hijo mío tanto como te considero a ti mi
madre. Después de todo, ¿qué puedo saber yo? -añadió, con
indiferencia.
-Por
favor, no digas eso... -rogó, con voz suave, que dejaba traslucir un
resquicio de pesar.
-No
me quedaré, Corail. Puedes hacer lo que quieras, pero ese niño no
tiene nada que ver conmigo. No voy a seguir siendo el títere de
nadie, y si tengo que condenarme, al menos que sea por elección
propia.
Las
mejillas de Dama Corail se tiñeron de encarnado, mientras su hijo le
daba la espalda y comenzaba a alejarse.
-Caradhar,
este es tu sitio... el único que
es tuyo de verdad...
-se aproximó a él y posó la mano sobre su espalda- Y yo te quiero
más que a nadie. ¿Vas a abandonarme, ahora que te he reencontrado?
De
nada parecieron servir sus palabras.
-Te
lo ruego: no abandones a tu única familia.
El
joven elfo se detuvo. Volvió la cabeza lentamente, para mirar a su
madre por encima del hombro. Por primera vez, le sonrió: era la
sonrisa más amarga que ella había visto en su vida.
Caradhar
continuó su camino fuera de la habitación, y fuera de Casa
Elore'il.
FIN
DE LA PRIMERA PARTE
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