2012/02/24

EL DON ENCADENADO IV: Las armas se envainan







La luz moribunda dejó de proyectar sombras en el interior de las dependencias de los aspirantes a la Guardia. La lluvia comenzó a caer; pesadas gotas de agua repiquetearon contra las vidrieras de las ventanas. Caradhar se tomó su tiempo para llegar a su cama, la única ocupada por entonces. Muy lentamente se despojó de la armadura, pieza por pieza; después se sentó y desabrochó los cierres de su camisa de cuero. Alzó la vista, que quedó capturada por el espectáculo de la lluvia golpeando las piezas de vidrio rojo, gris e incoloro. Por un momento, se permitió recordar...





***





A su vuelta de Ummankor, Caradhar se apartó del grupo rápidamente y se coló en el cuarto donde dormía para poner a buen recaudo su botín. Casi fue sorprendido en medio de su tarea por la puerta, abriéndose de par en par, y la figura de Nestro, apoyado en la jamba, con una sonrisa entre orgullosa y burlona.



-Felicidades, "cadete". Has conseguido volver de Ummankor de una pieza; que conste que no lo dudé ni un segundo. Es decir, tu esgrima es penosa, pero seguro que te has vuelto mucho más ágil para salir corriendo -y al ver el ceño ligeramente fruncido del joven, el maestro de armas añadió, acercándose a él:- Sabes que bromeo; yo me tomo muy en serio todo lo que hago. No dejaría que te pusieras en peligro si no confiara en tu habilidad. Y estoy muy satisfecho de lo que hemos conseguido tú y yo -dijo, con voz sugerente, su mano adentrándose entre los cabellos que conducían a su nuca-. Tal vez debiéramos celebrarlo... -se inclinó, besando su cuello de aquella manera exigente y posesiva suya.



-Tal vez debiéramos -la mano de Caradhar, más osada, se coló en la parte trasera de las calzas de Nestro- Ahora, si te echas en la cama, sobre tu estómago, yo podría empezar los preparativos...



Los labios de Nestro se quedaron inmóviles durante unos segundos sobre el cuello del joven; luego emitieron un suave gruñido.



-Uno de estos días me harás perder la paciencia, y te haré pagar con creces la audacia de esa lengua tuya... -murmuró, con sarcasmo- Pero, si vamos a jugar, es mejor que nos vayamos a mi habitación; tiene cerrojo.



-Simplemente, tiemblas ante la idea de que alguien abra esta puerta y se encuentre a Nestro, el maestro de armas, con su espalda contra alguien como yo.



Nestro se enderezó para mirar directamente al joven con sus profundos ojos oscuros.



-Sí, tienes razón: me resultaría embarazoso que se hiciera público que una cosita como tú me pone a cuatro patas cada vez que le apetece; pero también sé que muchos me envidiarían por tener la posesión exclusiva de esa hermosa cosita pelirroja, así que... si eso es lo que quieres, vamos a tu cama.



Había tal decisión en los ojos y las palabras del elfo, que Caradhar se sintió ligeramente cohibido. Sin apartar la mirada, deslizó la mano intrusa fuera de sus ropas y dijo:



-Tu habitación es mejor: tiene cerrojo.



Nestro sonrió ampliamente.









El ambiente entre los jóvenes era optimista. Era el día marcado como el final de su entrenamiento y el juramento de lealtad al señor de Casa Elore'il, en el que vestirían la librea tricolor. Deberían llevar su uniforme de cadetes por última vez en una ceremonia presidida, como un gran honor, por el propio Maede. Cuando todos los cadetes se hallaban reunidos en la sala de armas en actitud de firmes, Maede Killien hizo su entrada, muy seguro de sí mismo, rodeado por su guardia y seguido por su consorte. Los ojos de su hijo la siguieron discretamente mientras ella caminaba tras su marido, daba un vistazo alrededor de la sala, fijaba su atención en Caradhar durante un segundo y después apartaba la miraba, con un pretendido interés en ajustarse las mangas de su vestido.

La atención del joven pelirrojo se concentró entonces en el Maede, al que nunca había visto hasta entonces. Su figura y su porte no le parecieron especialmente impactantes, pues no tenía ningún rasgo significativo, aparte de su cabello y sus ojos muy claros; pero era obvio que los que le rodeaban contenían la respiración para satisfacer el más mínimo de sus deseos al instante, sus rostros alerta vigilando a su alrededor y de nuevo vueltos hacia él con extrema dedicación. El contemplar a su madre en semejante actitud le hizo arquear las cejas: una actriz consumada... o, definitivamente, algo más, puesto que no podía imaginarse que la Dama Corail tuviera una personalidad tan sumisa.

El Maede se acercó a los cadetes, los observó durante un momento y entonces habló.



-Bienvenidos, jóvenes cadetes. Vuestro capitán ha hablado favorablemente de vosotros en vuestra primera misión, a pesar de que no habéis logrado complacer también a nuestro Gran Alquimista -rió entre dientes, sus ojos demorándose en cada uno de ellos, evaluándolos-. A mí me gusta formarme mis propias opiniones, así que he venido a comprobar qué clase de material tenemos aquí. Pero primero... primero quiero que os inclinéis ante mi y me juréis obediencia, como prueba de vuestra lealtad a la Casa Elore'il.



Como movidos por una fuerza irresistible, todos los cadetes hincaron la rodilla en tierra. Caradhar reaccionó medio segundo más tarde, imitando a sus compañeros, y después inclinó la cabeza, mordiéndose los labios por ser el único que se había quedado atrás en la perfectamente ejecutada coreografía. Sin embargo, cuando se atrevió a espiar a sus compañeros por el rabillo del ojo, no pudo evitar notar la falta de expresividad de sus rostros. Había algo antinatural en todo aquello.



Era parte de la ceremonia que los futuros guardias mostraran sus habilidades en combates individuales. El duelo aún no era uno de los puntos fuertes del elfo pelirrojo, pero cuando comprobó quién era su oponente, se relajó: impetuoso, demasiado obvio en sus ataques, no sería difícil fintar dejando un flanco al descubierto; al cargar de la manera esperada, se quedaría él mismo expuesto, y sólo habría que atacar en el momento justo.

Con los duelos completados, no quedaba sino asistir al momento en que a los nuevos guardas les serían otorgado el vestir la librea de la Casa. Maede Killien, no obstante, parecía tener otros planes; volvió la vista hacia su consorte y preguntó, con voz perversa:



-Querida mía, regalémonos con un poco más de diversión. Por favor, señaladme cuál de nuestros jóvenes ha logrado capturar vuestro interés -con grave expresión, ella apuntó a Caradhar, para desmayo de este. El Maede hizo una señal al capitán y le susurró algo al oído; la respuesta que obtuvo le fue grata, pues sonrió ampliamente y se acercó al joven, que mantenía la cabeza gacha. Tomándolo del mentón le hizo alzar en rostro, que contempló con ojos burlones-. Así pues, tú eres mi nueva adquisición, el dotado con el que mi respetada esposa ha tenido a bien obsequiarme... Bien, bien... He oído que Nestro te ha entrenado personalmente: veamos cuán bien lo ha hecho, o si se ha guardado demasiados trucos para sí mismo... Enfrentaos para nuestro entretenimiento, sin armaduras, tan sólo un par de espadas de honesto acero. Dadnos un buen espectáculo.



El Maede se acomodó en su sillón para ver la pelea mientras Caradhar y Nestro se preparaban, despojándose de sus armaduras, conservando únicamente sus pantalones de cuero y sus botas. Eligieron sus espadas y las blandieron, comprobando su equilibrio; la mirada nerviosa del elfo más veterano se desvió de su pupilo a su reverenciada señora, la Dama Corail, detalle que no pasó inadvertido al Maede Killien. Pasando la lengua por los labios repentinamente resecos, Nestro hizo un gesto al joven elfo y ambos tomaron posiciones.

Al principio cruzaron espadas con cautela, midiendo sus respectivos temples y manteniendo la distancia. Para Caradhar resultaba difícil suprimir su frustración: su mentor, mucho más experimentado que él, conocía bien sus habilidades y sus limitaciones. Era una cuestión de tiempo que le venciera, y la perspectiva de comenzar su carrera en la Casa con una derrota no le parecía especialmente atrayente.

Pero entonces se percató de que Nestro no estaba poniendo toda el alma en el combate. Fuera cual fuese la causa, la influencia de su madre o la propia iniciativa de su compañero, Caradhar decidió aprovechar la circunstancia; después de todo, se dijo, no era más que una exhibición. Aumentó la intensidad de sus ataques, aventurando un par de mandobles que pasaron rozando la piel del elfo de más edad, que luchaba a la defensiva. Puesto que el joven comprendía que su pericia no era suficiente para desarmar a su contrincante con métodos convencionales, trató de usar la fuerza y la velocidad, y una maniobra inesperada; balanceando la espada con toda la potencia de que era capaz, asestó un fuerte golpe a la hoja del maestro de armas, con lo que este perdió parte de su agarre. En un movimiento ligado con rapidez, hizo rotar su espada en sentido contrario, golpeando cerca de la empuñadura del contrario, que perdió el arma y trastabilló, cayendo sobre la rodilla. Caradhar apuntó la espada sobre su cuello; ambos elfos se volvieron entonces a su señor.

Con una sonrisa retorcida, Killien lanzó una mirada a su consorte, se levantó y caminó hacia los combatientes.



-Bonita escena, mi joven dotado; en cuanto a ti, Nestro, qué decepción... De rodillas ante un crío sin experiencia. No me apetece entrar en detalles sobre si lo has hecho a posta o has perdido tu toque. De una forma u otra, has dejado de serme útil, así que, muchacho -continuó, volviéndose a Caradhar-, ofréceme una prueba de tu obediencia: mátalo.



Por un momento, el ganador miró a su madre, cuyos nudillos se habían tornado blancos por sus puños crispados. Bajó entonces la vista a Nestro, aferrado a su tobillo con la mano tendida. El elfo había cerrado los ojos lentamente, con gesto de resignación; tras abrirlos de nuevo, los fijó en el joven. Decían muchas cosas; contaban todo un mundo de sentimientos; pero el dotado no era capaz de leerlos. Vaciló.



- ¿No...me has...oído?



La furia contenida que destilaba la voz del Maede sacudió a Caradhar. Su mente trabajó con celeridad: comprendió que, cualquiera que fuera el secreto que otorgaba a Lord Killien su dominio sobre las voluntades, no tenía ningún efecto sobre él; pero también que no podía permitirse ser descubierto. Con un rápido movimiento de su espada seccionó el cuello de Nestro; ahogándose en su propia sangre, este soltó a su compañero y murió. Su asesino, la rodilla hincada en tierra, dispuso su arma en el suelo entre él y el Maede e inclinó la cabeza.

Nadie más oyó al gobernante de Casa Elore'il, cuando se volvió hacia su esposa y dijo, con voz suavemente cruel:



-Deberías saber que tengo oídos en todas partes, querida mía. No toleraré en mi Casa a nadie que no me sea leal al ciento por ciento. A nadie.





***







La lluvia seguía repiqueteando contra los cristales, y por la mente de Caradhar seguían desfilando imágenes mudas: el juramento de fidelidad... la nueva armadura reluciente... sangre, y sirvientes retirando discretamente el cadáver... miradas que lo rehuían, mientras sus camaradas se alejaban para disfrutar de una noche de vino y celebración y él se retiraba, en solitario, a su cuarto... El joven alzó una mano, distraídamente, y descubrió una pequeña mancha roja sobre el dorso: la sangre de Nestro.



Fuera, la tormenta ganaba intensidad. Caradhar se preguntó qué debía sentir en ese momento; concentró su energía en su pecho, casi deseando experimentar algún dolor, presión, calor.



Nada.



Un relámpago cruzó el cielo, y una chispa de luz se reflejó en los ojos rojos del elfo. Por un instante, semejaron estar vivos.




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