La
luz moribunda dejó de proyectar sombras en el interior de las
dependencias de los aspirantes a la Guardia. La lluvia comenzó a
caer; pesadas gotas de agua repiquetearon contra las vidrieras de las
ventanas. Caradhar se tomó su tiempo para llegar a su cama, la única
ocupada por entonces. Muy lentamente se despojó de la armadura,
pieza por pieza; después se sentó y desabrochó los cierres de su
camisa de cuero. Alzó la vista, que quedó capturada por el
espectáculo de la lluvia golpeando las piezas de vidrio rojo, gris e
incoloro. Por un momento, se permitió recordar...
***
A
su vuelta de Ummankor, Caradhar se apartó del grupo rápidamente y
se coló en el cuarto donde dormía para poner a buen recaudo su
botín. Casi fue sorprendido en medio de su tarea por la puerta,
abriéndose de par en par, y la figura de Nestro, apoyado en la
jamba, con una sonrisa entre orgullosa y burlona.
-Felicidades,
"cadete". Has conseguido volver de Ummankor de una pieza;
que conste que no lo dudé ni un segundo. Es decir, tu esgrima es
penosa, pero seguro que te has vuelto mucho más ágil para salir
corriendo -y al ver el ceño ligeramente fruncido del joven, el
maestro de armas añadió, acercándose a él:- Sabes que bromeo; yo
me tomo muy en serio todo lo que hago. No dejaría que te pusieras en
peligro si no confiara en tu habilidad. Y estoy muy satisfecho de lo
que hemos conseguido tú y yo -dijo, con voz sugerente, su mano
adentrándose entre los cabellos que conducían a su nuca-. Tal vez
debiéramos celebrarlo... -se inclinó, besando su cuello de aquella
manera exigente y posesiva suya.
-Tal
vez debiéramos -la mano de Caradhar, más osada, se coló en la
parte trasera de las calzas de Nestro- Ahora, si te echas en la cama,
sobre tu estómago, yo podría empezar los preparativos...
Los
labios de Nestro se quedaron inmóviles durante unos segundos sobre
el cuello del joven; luego emitieron un suave gruñido.
-Uno
de estos días me harás perder la paciencia, y te haré pagar con
creces la audacia de esa lengua tuya... -murmuró, con sarcasmo-
Pero, si vamos a jugar, es mejor que nos vayamos a mi habitación;
tiene cerrojo.
-Simplemente,
tiemblas ante la idea de que alguien abra esta puerta y se encuentre
a Nestro, el maestro de armas, con su espalda contra alguien como yo.
Nestro
se enderezó para mirar directamente al joven con sus profundos ojos
oscuros.
-Sí,
tienes razón: me resultaría embarazoso que se hiciera público que
una cosita como tú me pone a cuatro patas cada vez que le apetece;
pero también sé que muchos me envidiarían por tener la posesión
exclusiva de esa hermosa cosita pelirroja, así que... si eso es lo
que quieres, vamos a tu cama.
Había
tal decisión en los ojos y las palabras del elfo, que Caradhar se
sintió ligeramente cohibido. Sin apartar la mirada, deslizó la mano
intrusa fuera de sus ropas y dijo:
-Tu
habitación es mejor: tiene cerrojo.
Nestro
sonrió ampliamente.
El
ambiente entre los jóvenes era optimista. Era el día marcado como
el final de su entrenamiento y el juramento de lealtad al señor de
Casa Elore'il, en el que vestirían la librea tricolor. Deberían
llevar su uniforme de cadetes por última vez en una ceremonia
presidida, como un gran honor, por el propio Maede. Cuando
todos los cadetes se hallaban
reunidos en la sala de armas en actitud de firmes, Maede Killien hizo
su entrada, muy seguro de sí mismo, rodeado por su guardia y seguido
por su consorte. Los ojos de su hijo la siguieron discretamente
mientras ella caminaba tras su marido, daba un vistazo alrededor de
la sala, fijaba su atención en Caradhar durante un segundo y después
apartaba la miraba, con un pretendido interés en ajustarse las
mangas de su vestido.
La
atención del joven pelirrojo se concentró entonces en el Maede, al
que nunca había visto hasta entonces. Su figura y su porte no le
parecieron especialmente impactantes, pues no tenía ningún rasgo
significativo, aparte
de su cabello y sus ojos muy claros; pero
era obvio que los que le rodeaban contenían la respiración para
satisfacer el más mínimo de sus deseos al instante, sus rostros
alerta vigilando a su alrededor y de nuevo vueltos hacia él con
extrema dedicación. El contemplar a su madre en semejante actitud le
hizo arquear las cejas: una actriz consumada... o, definitivamente,
algo más, puesto que no podía imaginarse que la Dama Corail tuviera
una personalidad tan sumisa.
El
Maede se acercó a los cadetes, los observó durante un momento y
entonces habló.
-Bienvenidos,
jóvenes cadetes. Vuestro capitán ha hablado favorablemente de
vosotros en vuestra primera misión, a pesar de que no habéis
logrado complacer también a nuestro Gran Alquimista -rió entre
dientes, sus ojos demorándose en cada uno de ellos, evaluándolos-.
A mí me gusta formarme mis propias opiniones, así que he venido a
comprobar qué clase de material tenemos aquí. Pero primero...
primero quiero que os inclinéis ante mi y me juréis obediencia,
como prueba de vuestra lealtad a la Casa Elore'il.
Como
movidos por una fuerza irresistible, todos los cadetes hincaron la
rodilla en tierra. Caradhar reaccionó medio segundo más tarde,
imitando a sus compañeros, y después inclinó la cabeza,
mordiéndose los labios por ser el único que se había quedado atrás
en la perfectamente ejecutada coreografía. Sin embargo, cuando se
atrevió a espiar a sus compañeros por el rabillo del ojo, no pudo
evitar notar la falta de expresividad de sus rostros. Había algo
antinatural en todo aquello.
Era
parte de la ceremonia que los futuros guardias mostraran sus
habilidades en combates individuales. El duelo aún
no
era uno de los puntos fuertes del elfo pelirrojo, pero cuando
comprobó quién era su oponente, se relajó: impetuoso, demasiado
obvio en sus ataques, no sería difícil fintar dejando un flanco al
descubierto; al cargar de la manera esperada, se quedaría él mismo
expuesto, y sólo habría que atacar en el momento justo.
Con
los duelos completados, no quedaba sino asistir al momento en que a
los nuevos guardas les serían otorgado el vestir la librea de la
Casa. Maede Killien, no obstante, parecía tener otros planes; volvió
la vista hacia su consorte y preguntó, con voz perversa:
-Querida
mía, regalémonos con un poco más de diversión. Por favor,
señaladme cuál de nuestros jóvenes ha logrado capturar vuestro
interés -con grave expresión, ella apuntó a Caradhar, para
desmayo de este. El Maede hizo una señal al capitán y le susurró
algo al oído; la respuesta que obtuvo le fue grata, pues sonrió
ampliamente y se acercó al joven, que mantenía la cabeza gacha.
Tomándolo del mentón le hizo alzar en rostro, que contempló con
ojos burlones-. Así pues, tú eres mi nueva adquisición, el dotado
con el que mi respetada esposa ha tenido a bien obsequiarme... Bien,
bien... He oído que Nestro te ha entrenado personalmente: veamos
cuán bien lo ha hecho, o si se ha guardado demasiados trucos para sí
mismo... Enfrentaos para nuestro entretenimiento, sin armaduras, tan
sólo un par de espadas de honesto acero. Dadnos un buen espectáculo.
El
Maede se acomodó en su sillón para ver la pelea mientras Caradhar y
Nestro se preparaban, despojándose de sus armaduras, conservando
únicamente sus pantalones de cuero y sus botas. Eligieron sus
espadas y las blandieron, comprobando su equilibrio; la mirada
nerviosa del elfo más veterano se desvió de su pupilo a su
reverenciada señora, la Dama Corail, detalle que no pasó
inadvertido al Maede Killien. Pasando la lengua por los labios
repentinamente resecos, Nestro hizo un gesto al joven elfo y ambos
tomaron posiciones.
Al
principio cruzaron espadas con cautela, midiendo sus respectivos
temples y manteniendo la distancia. Para Caradhar resultaba difícil
suprimir su frustración: su mentor, mucho más experimentado que él,
conocía bien sus habilidades y sus limitaciones. Era una cuestión
de tiempo que le venciera, y la perspectiva de comenzar su carrera en
la Casa con una derrota no le parecía especialmente atrayente.
Pero
entonces se percató de que Nestro no estaba poniendo toda el alma en
el combate. Fuera cual fuese la causa, la influencia de su madre o la
propia iniciativa de su compañero, Caradhar decidió aprovechar la
circunstancia; después
de todo, se dijo, no era más que una exhibición.
Aumentó la intensidad de sus ataques, aventurando un par de
mandobles que pasaron rozando la piel del
elfo de más edad,
que luchaba a la defensiva. Puesto que el joven comprendía que su
pericia no era suficiente para desarmar a su contrincante con métodos
convencionales, trató de usar la fuerza y la velocidad, y una
maniobra inesperada; balanceando la espada con toda la potencia de
que era capaz, asestó un fuerte golpe a la hoja del maestro de
armas, con lo que este perdió parte de su agarre. En un movimiento
ligado con rapidez, hizo rotar su espada en sentido contrario,
golpeando cerca de la empuñadura del contrario, que perdió el arma
y trastabilló, cayendo sobre la rodilla. Caradhar apuntó la espada
sobre su cuello; ambos elfos se volvieron entonces a su señor.
Con
una sonrisa retorcida, Killien lanzó una mirada a su consorte, se
levantó y caminó hacia los combatientes.
-Bonita
escena, mi joven dotado; en cuanto a ti, Nestro, qué decepción...
De rodillas ante un crío sin experiencia. No
me apetece entrar en detalles sobre si lo has hecho a posta o has
perdido tu toque. De
una forma u otra, has
dejado de serme útil,
así que, muchacho -continuó, volviéndose a Caradhar-, ofréceme
una prueba de tu obediencia: mátalo.
Por
un momento, el ganador miró a su madre, cuyos nudillos se habían
tornado blancos por sus puños crispados. Bajó entonces la vista a
Nestro, aferrado a su tobillo con la mano tendida. El
elfo había cerrado los ojos lentamente, con gesto de resignación;
tras abrirlos de nuevo, los fijó en el joven. Decían muchas cosas;
contaban todo un mundo de sentimientos; pero el dotado no era capaz
de leerlos.
Vaciló.
-
¿No...me has...oído?
La
furia contenida que destilaba la voz del Maede sacudió a Caradhar.
Su mente trabajó con celeridad: comprendió que, cualquiera que
fuera el secreto que otorgaba a Lord Killien su dominio sobre las
voluntades, no tenía ningún efecto sobre él; pero también que no
podía permitirse ser descubierto. Con un rápido movimiento de su
espada seccionó el cuello de Nestro; ahogándose en su propia
sangre, este soltó a su compañero y murió. Su asesino, la rodilla
hincada en tierra, dispuso su arma en el suelo entre él y el Maede e
inclinó la cabeza.
Nadie
más oyó al gobernante de Casa Elore'il, cuando se volvió hacia su
esposa y dijo, con voz suavemente cruel:
-Deberías
saber que tengo oídos en todas partes, querida
mía.
No toleraré en mi Casa a nadie que no me sea leal al ciento por
ciento. A nadie.
***
La
lluvia seguía repiqueteando contra los cristales, y por la mente de
Caradhar seguían desfilando imágenes mudas: el juramento de
fidelidad... la nueva armadura reluciente... sangre, y sirvientes
retirando discretamente el cadáver... miradas que lo rehuían,
mientras sus camaradas se alejaban para disfrutar de una noche de
vino y celebración y él se retiraba, en solitario, a su cuarto...
El joven alzó una mano, distraídamente, y descubrió una pequeña
mancha roja sobre el dorso: la sangre de Nestro.
Fuera,
la tormenta ganaba intensidad. Caradhar se preguntó qué debía
sentir en ese momento; concentró su energía en su pecho, casi
deseando experimentar algún dolor, presión, calor.
Nada.
Un
relámpago cruzó el cielo, y una chispa de luz se reflejó en los
ojos rojos del elfo. Por un instante, semejaron estar vivos.
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