2012/02/24

EL DON ENCADENADO III: Las armas del Maestro








La Dama Corail era una estampa digna de contemplarse: vestida con los colores de la casa, sin apenas joyas; con la parte superior de los cabellos recogida en multitud de pequeñas trenzas entretejidas con hilos de plata; las mangas de finísima gasa que apenas cubrían sus brazos bien torneados; el bello rostro delicadamente apoyado en una mano perfecta... De hecho, Nestro no estaba perdiendo la ocasión de mirarla a placer, y así lo encontró Caradhar cuando se unió a ellos en los apartamentos privados de su madre. No podía reprochárselo: él mismo encontraba a aquella elfa irresistible. Si tan sólo no supiera...

Pero cuando el dotado se hizo notar, el maestro de armas volvió la cabeza y lo recibió con una amplia sonrisa complacida; para él, el muchacho no interrumpía nada: su presencia duplicaba sencillamente el número de cosas hermosas que disfrutar en la habitación.



-He aquí a tu pupilo, Nestro -dijo la dama, indicándole al joven una silla-. ¿Sus habilidades con las armas son dignas de tu maestría?



-Lo serán cuando termine con él, mi Señora, se lo garantizo. Aunque tengo que decir que no carece de cualidades innatas para blandir la espada -Nestro soltó una risita burlona, y sus ojos chispearon. Caradhar entendió al momento que no se refería a ese tipo de espada.



-Celebro oírlo. Estoy segura de que todo lo que hace es anhelar los laboratorios de Llia'res.



-Sobre eso, no puedo hacer nada. ¿Es cierto, muchacho? ¿Prefieres rodearte de brebajes malolientes que...cruzar espadas conmigo?



-... No alcanzo a ver para qué me servirá. ¿Tengo que garantizar la seguridad de mi Señor? Ni siquiera he sido llamado por el Maede Killien...



-Oh, ten paciencia. Lord Killien no es amigo de dejarse ver; tendrás que aprender a esperar -aseguró ella.



-Debo confesar que me sorprende que Llia'res aceptara dejar marchar a un dotado como este. Un pobre maestro de armas como yo, es una cosa; pero un dotado... -confesó Nestro- Y los elfos con el Don son tan raros... Mi Señora Corail es, sin duda, muy persuasiva, y capaz de mover a cualquiera a complacerla...



-Por supuesto, mi hermano también está interesado en mantener una buena relación entre las dos Casas. No sé si me estás halagando o censurando, Nestro -Corail arqueó las cejas y mostró una pequeña sonrisa.



-Pongo mi cabeza a su disposición si alguna vez me atrevo a censurarla, mi Señora -el maestro de armas la inclinó acto seguido, con cortesía.



Caradhar observó la escena con curiosidad. Aunque a su madre le gustara rodearse de miembros de su antigua casa, la confianza entre aquellos dos era bastante notable. Se preguntaba si no habría algo más entre ellos.

La charla continuó más tiempo, aunque el joven pelirrojo se limitó a contestar a las preguntas que le hicieron. A la salida, Nestro inclinó de nuevo la cabeza ante la Maeda y sonrió.



-¿Siempre de mi lado? -preguntó ella.



-Siempre -y, haciendo gala de una gran audacia, el elfo sostuvo la mano de su Señora durante unos instantes, antes de despedirse.



Al alejarse por el patio interior, el dotado preguntó, en voz baja:



-¿Te acuestas con ella? -el elfo de más edad alzó las cejas, tomado por sorpresa. Costaba trabajo acostumbrarse al carácter tan crudo y directo del muchacho.



-Vaya, vaya... No nos andamos con rodeos... -bromeó, cuando pudo reaccionar- ¿Por qué? ¿Celoso?



-No; sólo siento curiosidad.



Nestro le lanzó a su acompañante una mirada penetrante.



-La Maeda es muy hermosa; pero también es una dama sobre cuya honorabilidad no se puede arrojar una sombra. Es mejor que recuerdes eso, muchacho -el dotado no movió un músculo, pero a alguien que supiera la verdad no le habría sido difícil adivinar lo que estaba pensando-. Además... confieso, con cierto embarazo, que no frecuento otras camas en estos días; mis jóvenes muchachas han acabado por darme por perdido. Tú agotas todas mis energías...



El elfo de cabellos oscuros sonrió con picardía.











-El brazo más estirado; la pierna más adelantada; la espalda más recta; mal, mal, mal...



La noche estaba al caer, y en la sala de entrenamiento sólo había un puñado de elfos practicando. Todos eran novatos con sus mentores. Aquellos que tenían la... ¿suerte?... de contar con su propio instructor personal recibían un entrenamiento más exhaustivo. Pero los instructores tenían sus propias obligaciones que atender durante el día; las clases extra debían limitarse al momento en que aquellos quedaban libres.

Y aquel era el caso de Nestro; el maestro de armas tenía una agenda muy apretada. Resultaba admirable que aún tuviera energía para dedicar aquellas veladas a su nuevo pupilo... sin contar lo que solían hacer aún más tarde.

Pero el elfo era un maestro exigente, que no dejaba nada a medias. Si se iba a ocupar de adiestrar al joven, ambos se emplearían a fondo. Más les valdría a aquellos delgados brazos ser capaces de sostener una espada durante horas... Y, durante semanas, y a pesar de las protestas de Caradhar, se aseguró de que así fuera.



-Lanzas la estocada como mi bisabuela, chico: así no atravesarías ni un pichón. He visto damas remilgadas en el comedor clavar el tenedor con más energía que tú. No... te lo advierto: si dejas caer la espada, la ira de los dioses no será nada en comparación con la mía...



La sala se fue vaciando paulatinamente, mientras Nestro seguía gritando órdenes y haciendo comentarios sarcásticos.



-No está mal esa pose; te la alabaría, si fueras cojo y manco. Y ahora, supongamos que tienes los dos brazos y las dos piernas...



El maestro de armas se acercó al joven y colocó su brazo y su espalda en posición, sin ninguna gentileza; Caradhar casi dejó caer la espada, ante la rudeza con la que su mentor lo sacudió.



-Esto te encanta, ¿verdad? -masculló el dotado, la comisura derecha de sus labios arqueada en una mueca cínica.



Nestro miró alrededor: la sala se había vaciado, y sólo quedaban ellos dos. Relajándose visiblemente desde su posición a la espalda del joven, con su brazo derecho estirado en paralelo al suyo, acarició intensamente la muñeca que sujetaba y deslizó la otra mano desde la esbelta cintura al vientre, introduciéndola bajo sus ropas. De un soplido apartó algunos cabellos rojos que se habían soltado de su cinta y estorbaban el camino de sus labios hacia el suave cuello, que besó y mordisqueó con pasión; lo suficiente para dejar marcas rojas, que desaparecieron enseguida.



-Por supuesto que me encanta... -respondió, a su oído- Antes de que empezáramos te advertí que iba a hacer de ti un espadachín decente. Y aquí -palpó el brazo y los abdominales del joven- han aparecido músculos que no estaban antes. Pero, además, si en la cama me vas a poner siempre en el extremo que recibe -la mano sobre el vientre se introdujo bajo la cintura del pantalón- este es el único lugar donde puedo reivindicar mi fuerza, ¿verdad?



La respiración del dotado se hizo más agitada. Nestro, satisfecho, disfrutó sintiéndolo temblar en sus brazos. Atrás había quedado aquella idílica visión suya de Caradhar como un ser delicado que podría tratar como a una jovencita. A veces se sentía avergonzado cuando pensaba en la forma que tenía de dominarlo en la cama; dónde habría aprendido aquel condenado chico todo aquello, sólo los dioses lo sabían... Y que las llamas lo devoraran si no sentía cada día el deseo de hacerle lo mismo a él, pero... Tenía bien claro que, entonces, no volvería a dejar que le pusiera las manos encima. Bueno; tal vez algún día cambiara de idea; podría esperar.



-Uh... ¿debo entender... que la clase se ha acabado por hoy? -se las arregló para preguntar el dotado. El brazo que sostenía la espada bajó completamente y la apoyó contra el suelo.



Nestro no respondió. Con los dientes, tiró de la cinta del pelo y liberó sus cabellos, en los que sepultó su rostro; aspiró con deleite y lamió la piel de su nuca y de sus hombros.



-Estoy... cubierto de sudor... Deberías esperar a que tomara un...



-¿A quién diablos le importa? Hmmm... Así hueles y sabes mejor que nadie con quien haya estado... Es increíble...



La mano dentro del pantalón aceleró el ritmo; la que sujetaba su brazo se le unió, bajo la apretada tela, deslizándose hasta la zona justo por encima de los muslos, y comenzó a juguetear a su alrededor, hasta que Cardhar lanzó un gemido ahogado y se estremeció; entonces soltó la espada, la cual cayó al suelo con un estridente sonido metálico.

Nestro aguardó unos segundos a que su pareja se calmara. Al sacar la mano húmeda de los pantalones, sonrió.



-Has dejado caer la espada: ahora tendré que pensar en un castigo ejemplar...









Los nuevos reclutas de la Guardia de la Casa Elore'il habían sido conducidos a realizar su primera misión de campo, cuyo éxito les permitiría adquirir su nuevo rango, armadura, y consiguientes deberes. En los tiempos que corrían, la carrera de las armas era una de las profesiones más prestigiosas a las que podía aspirar un joven; siendo Elore'il una Casa del Primer Círculo, el solo hecho de pasear su librea por las calles de Argailias infundía respeto en la población.

Caradhar había mejorado notablemente sus habilidades y se las había arreglado para formar parte del grupo; no era nada común que un dotado fuera incluido en esas expediciones, pero el joven hizo todo lo que estuvo en su mano, pues sentía verdadera curiosidad por el lugar que sería su objetivo.





En un agostado valle en medio de la frontera entre Therendanar y los territorios élficos se agazapaban algunas de las consecuencias vivientes de la rotura del tejido mágico y de la Gran Blasfemia, aunque por entonces ya nadie se refería a ellas con ese nombre; salvo los elfos Silvanos, últimos herederos de las viejas crónicas, que habían desaparecido en los bosques con toda su sabiduría.

Según estaba escrito, los primeros experimentos que Therendas y sus discípulos perpetraron sobre tejedores de hechizos, cuando los alquimistas aún se movían en la oscuridad, dieron como fruto terribles abominaciones. Los humanos, horrorizados, dispusieron de ellas y pusieron gran empeño en que sus fracasos no vieran la luz. Pero algunos seres se las arreglaron para escapar con vida de aquellos laboratorios subterráneos; cómo llegaron hasta el valle, se escondieron , se multiplicaron y corrompieron la red de cavernas que serpenteaba en las entrañas de las montañas que lo rodeaban... eso nadie lo supo.

Lo cierto es que años y años de práctica de la alquimia habían convertido el lugar en una especie de vertedero químico, donde iban a parar experimentos fallidos. Por alguna razón desconocida, las abominaciones nunca abandonaban el valle, por lo que humanos y elfos se limitaron a emplazar destacamentos de guardia en sus respectivas zonas de influencia, junto con algunos audaces investigadores en sus laboratorios de campaña. El pueblo llano rehuía la zona, conocida como el Valle de Ummankor, y hablaba de aquellas tierras con temor supersticioso.



También Casa Elore'il, como era de esperar, tenía su propios planes en Ummankor, y sus propios investigadores trabajando a las órdenes del Gran Alquimista. Era un trabajo muy arriesgado...

Al no recibir noticias de uno de los destacamentos, se habían enviado exploradores, que habían reportado la pérdida total de los efectivos. Por el momento todo parecía estar en calma; se organizó, pues, una expedición, integrada por los nuevos reclutas, para recuperar los cadáveres y tanto material como fuera posible. El Gran Alquimista había hecho gran hincapié en el material.

El emplazamiento estaba desierto. Los cuerpos muertos de varios elfos yacían en el suelo de laboratorio de campaña, entre viales rotos, libros deshojados y retorcidas piezas de metal y cristal. Los jóvenes guardias, los oficiales y los alquimistas emprendieron las tareas de recuperación.

Caradhar se encontraba entre ellos. Manteniéndose un poco apartado se puso a curiosear; sus ojos se toparon con algo que llamó su atención: el lateral de un pequeño cofre decorado que sobresalía bajo una pila de pergaminos. Llevaba un sello que le resultó muy familiar, aunque sólo lo había visto una vez: un ser mitológico, que parecía compuesto de partes de diferentes animales, y que era el escudo de armas personal del Gran Alquimista. Caradhar no era impulsivo por naturaleza, pero decidió que tenía que hacerse con aquel objeto. Subrepticiamente se acercó, comprobó que nadie lo observaba y escamoteó el cofre, deslizándolo dentro de su armadura.




        
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2 comentarios:

  1. Me gusto mucho este capitulo en especial la ultima parte pero cuando empeze con la lectura me quede pensando en el intro y en si se me olvida algo importante de esa parte ya estoy perdida... pero espero no sea asi
    El amor? donde estan mis secciones melosas jajaja no se si ya hizo su aparicion la otra parte de la pareja principal y no quiero ver sus ilustraciones para darme spoiler (si esq hay una) quiero mis ecenas de amorcito de miel
    Espero tener mas tiempo pronto y no olvidarme de nada impotante
    Fuerzas!! :)

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    1. ¡Holaaa! No pasa nada, a tu ritmo, linda. Sobre si se te ha olvidado algo de la introducción, hmmm, no tiene por qué; no son tantas cosas al final, ya lo verás. Y en referencia al los protagonistas principales, si están ambos presentes y si interactúan de la manera que tú estás esperando ; ), bueno, yo te diría que tienes que tener un poco de paciencia. Alguien ha de surgir aún... de las sombras. Un abrazo ^^

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