2012/02/24

EL DON ENCADENADO IX: Reunión en Therendanar


 
 
SEGUNDA PARTE



IX: Reunión en Therendanar





-¡Reduce ese fuego! Bien, y ahora hazlo hervir, y cuídate de que el recipiente esté siempre descubierto. No queremos que haya vapor de agua presionando contra la tapa, oh, no, no queremos eso... Uno de mis aprendices decidió que era fatigoso escucharme y el gas acumulado le voló las cejas... Más habría valido que la tapa hubiera apuntado a su cerebro, sí señor, aunque, claro, entonces no habría habido nada que volar... Hum, veamos ahora, ¿dónde dejé esos viales? Mejor los busco cerca de la chimenea, porque el calor los arruinaría, y claro: ¿dónde más iba a dejarlos ese chiste que tengo por asistente? Juro que uno de estos días lo reemplazaré con una abominación putrefacta de Ummankor y ni su madre notaría la diferencia... si él tuviera una madre, claro. ¡Ah, los has apartado, chico! Siempre al tanto, sí señor. Pásamelos; haré que los entregue, si es que es capaz de arreglárselas y mantener a la vez la cabeza sobre los hombros... y no es que fuera a ser una gran pérdida... Pero, pensándolo mejor, esta vez los entregaré yo mismo, sí señor. Que el diablo se me lleve si no tengo mejores cosas que hacer, pero necesito hablar como ese ladrón de herbalista, de todas formas. Volveré más tarde; te quedas al mando.



Una vez que Viejo Zorro abandonó la habitación, el silencio se adueñó del lugar, sólo perturbado por el ligero sonido de la mezcla borboteando sobre el fuego. Caradhar respiró. Cuando Maese Jaexias hablaba de esa forma era difícil distinguir si se estaba dirigiendo a alguien o simplemente lo hacía para sí mismo; y aunque se había acostumbrado a esos monólogos largo tiempo atrás, el joven elfo se sintió agradecido por la calma. Le ayudaba a oír sus propios pensamientos.



Más de ocho años habían pasado desde que el humano lo había acogido como su aprendiz de alquimista. Caradhar recordaba muy bien el día en que le había pedido a Viejo Zorro que le enseñara tanto como pudiera de su oficio, y cómo le había ofrecido su obediencia y trabajo a cambio. El humano se había sentido extremadamente sorprendido de que el elfo hubiera abandonado la Ciudad Argéntea; ya el hecho de que se lo hubieran permitido era un milagro... No obstante, no le hizo muchas preguntas: apreciaba sinceramente al joven, y dado que había demostrado ser digno de confianza, diligente y útil, que no le importaba habitar en un lugar tan sórdido como lo era su laboratorio, y que parecía ser insensible a la atmósfera sofocante y pestilente, el alquimista había estimado que sería un buen aprendiz.

Desde el punto de vista de Caradhar, la única cosa que podía reprochar a las condiciones de su aprendizaje era la ocasional costumbre de Viejo Zorro de hablar como si no hubiera un mañana. Durante las primeras semanas le había resultado difícil mantener la concentración y arreglárselas para separar la charla puramente insustancial de la información valiosa. Conforme había ido pasando el tiempo, el elfo había desarrollado un método de escucha selectiva; esto, y el disfrute de esos periodos en los que el alquimista estaba tan absorto que apenas decía una palabra, le ayudaron a adquirir un vasto conocimiento sobre hierbas, destilación, formulación, y todos los demás aspectos de la alquimia.

Había mantenido la fórmula robada de Casa Elore'il en un lugar secreto, y a lo largo de los años había realizado intentos de reproducirla, sin éxito, porque era bastante vaga en la descripción de algunos de sus ingredientes y utilizaba palabras clave. Pero siempre perseveró, y sus habilidades mejoraron poco a poco, hasta que llegó el día en que se preparó para realizar la que, esperaba, sería la prueba definitiva.

Como en todas las otras ocasiones, Caradhar había salido a los bajos fondos de Therendanar en busca de un pordiosero que estuviera razonablemente sobrio. No era una tarea fácil: un fracaso de la fórmula no significaba nada, pero un éxito, aunque fuera parcial, implicaría la eliminación de un testigo potencial.

Localizó uno, tratando de pescar con una caña rudimentaria en un tramo maloliente del río que cruzaba la ciudad. Bebió la fórmula y se colocó junto al mendigo, que lanzó una mirada desconfiada al extraño embozado pero no reaccionó de forma especial. El elfo probó entonces una orden sencilla, pero sólo obtuvo una respuesta que expresaba, de manera muy gráfica, un lugar al que podía ir y qué podía introducir por cierta parte de su anatomía una vez que estuviera allí.

De vuelta al laboratorio, Caradhar no había podido evitar sentirse frustrado. ¿Qué había hecho mal? Había transcrito, de eso estaba seguro, los ingredientes a la perfección; había calculado las proporciones con un margen de error despreciable; lo había refinado, y vuelto a refinar, y aun así... Sostenía lo que quedaba del líquido dorado en alto; había estado tentado de lanzarlo al fuego, cuando algo llamó su atención. Los componentes de la mezcla, de diferente densidad, se arremolinaban en ondas de formas caprichosas suspendidas en el fluido. Aquí y allá, las capas menos densas tendían a agruparse, y en la superficie, una pequeña mancha proyectaba dos extensiones que se cerraban formando un círculo, en el centro del cual había quedado atrapada una porción de líquido más denso, de un color más intenso. Aquello le inspiró una asociación de ideas, y revisando por centésima vez la lista de componentes se percató de que dos de ellos, relativamente inocuos por separado, reaccionaban cuando se mezclaban y adquirían propiedades alucinógenas y ligeramente tóxicas. Ahora bien, su cuerpo dotado estaba preparado para neutralizar cualquier substancia que pudiera resultar perjudicial. ¿Significaría eso que no podía procesar la fórmula? Y en ese caso, ¿cómo se las arreglaría para probarla?



Aún con todas estas consideraciones en su mente, Caradhar decidió abandonar el mundo de los recuerdos y centrarse en su trabajo actual. La cocción de la que se ocupaba había alcanzado su punto de ebullición, así que la retiró del fuego cuidadosamente y la vertió en un contenedor que colocó en lugar seguro. Como Viejo Zorro parecía haberse entretenido con algún otro asunto, decidió cerrar el laboratorio con llave, tras comprobar que todo estaba en su sitio, y se encaminó a la habitación en la que dormía. Supuso que ya había anochecido; en el área de los alquimistas, especialmente en la suya, no había muchas ventanas, y a veces pasaba días y días sin ver la luz del sol. Se dio cuenta de que estaba lloviendo: lo notaba por el sonido del canal de los desperdicios y las ocasionales filtraciones en las esquinas superiores de los corredores. Decían que el pestilente lugar tenía una cualidad diferente en su olor, los días de lluvia; aunque eso el elfo no podía notarlo.

Una vez en su sombrío cuarto sin ventanas, el joven se sentó en el colchón que le servía de cama, se abrazó las rodillas y aguzó el oído, intentando escuchar el sonido del agua.







Jonshian Flik, consejero del Príncipe, celebraba una reunión especial. A ambos lados del alto y bien vestido caballero que presidía la mesa, varias personalidades de Therendanar ocupaban las ornadas sillas de madera.



-... Y como varios de vosotros sabéis, tenemos que decidir muy cuidadosamente nuestro próximo movimiento -se dirigía Flik a la concurrencia-. El Príncipe insistió en que lo tratáramos con premura y discreción. Pero, para aquellos que no estéis familiarizados con todos los detalles, el Caballero Lenkares, adjunto de nuestro embajador en la Ciudad Argéntea, os dará una idea de la situación.



Flik extendió la mano hacia su derecha, a un gentilhombre incluso mejor vestido que él, con detalles élficos aquí y allá, de maneras y rostro plácidos, pero cuyos ojos brillaban con inteligencia. Inclinó la cabeza a modo de saludo y se reclinó ligeramente sobre la mesa, con las cuidadas manos descansando delante de él.



-Hace algún tiempo -habló- el Príncipe en persona aprobó el envío de un destacamento, bajo la supervisión del Gran Laboratorio, con el propósito de establecer un área de dominio y estudio sobre cierta zona de Ummankor. Nuestro objetivo era obtener especímenes de las abominaciones y usarlos como sujetos de estudio para comprender cómo llegaron a formarse el valle y las cavernas. No es nada nuevo: varias Casas élficas siguieron nuestro ejemplo, e incluso destacamentos de otras ciudades humanas han intentado establecerse. Y ha demostrado no ser vana iniciativa: los descubrimientos que han realizado nuestros alquimistas en esas áreas más profundas han compensado las dificultades de la tarea.

"Cierto día, los mensajeros del grupo de estudio situado en el área más profunda en la que nos hemos adentrado en las cavernas fallaron en informar. Temiendo una desgracia, enviamos un grupo de reconocimiento y, para nuestra sorpresa, encontramos nuestra base ocupada por los elfos, y ni rastro de nuestra gente. Al ser interrogados al respecto, los elfos replicaron que se habían encontrado la zona devastada, infestada de abominaciones, y ningún superviviente humano.

"Cuando se les requirió que nos devolvieran la base, se negaron, pretextando que suyos habían sido el riesgo y las pérdidas de limpiar la zona de abominaciones. Bien: para resumir la historia, contaré que la vía diplomática con Argailias también fracasó. Como sabéis, el poder político en la sociedad élfica está muy fragmentado; la Casa del Príncipe está, por supuesto, al mando, pero necesita el apoyo de las familias nobles. Los ocupantes pertenecen a una de las Casas del Primer Círculo, y su influencia, me temo, no se puede obviar.

"Hace varios días, los rastreadores hallaron el cuerpo sin vida de uno de nuestros hombres en el emplazamiento original, no muy lejos de la zona. Examinado el cadáver, encontraron algo bastante revelador: una punta de flecha; una flecha que resultó ser de manufactura élfica.



El discurso de Lenkares, que había recibido algún que otro comentario en voz baja hasta entonces, provocó en este punto un estallido de indignación entre los asistentes. El Caballero Raff-Kein, principal maestro de armas, se levantó, posó la mano abierta en la mesa con un fuerte golpe y gritó, con indignación:



-Yo digo que paguemos a esos orejas puntiagudas con la misma moneda: ¡matémoslos a todos y recuperemos lo que es nuestro!



Las palabras de Raff-Kein fueron apoyadas por varios de los asistentes, originando una acalorada discusión. Lenkares esperó pacientemente, sin dejar traslucir ninguna emoción en su rostro. Flik lo miró, y entonces alzó la voz, demandando silencio. Cuando el maestro de armas transigió en sentarse y callarse, Lenkares retomó su discurso.



-No digo que no hayamos considerado la fuerza, Caballero Raff-Kein, pero conservar las relaciones diplomáticas con Argailias es uno de nuestros principales intereses -el aludido iba a protestar, mas Flik alzó la palma de la mano, en gesto de silencio. El maestro de armas gruñó, pero no dijo nada-. No hago sino comunicar los deseos del Príncipe, el cual nos exhorta a encontrar otra... solución a nuestro problema.



-Tal vez deberíais compartir con los demás el nombre de la Casa que ha provocado el problema -apunto Verella Dep'Attedern, que pertenecía al Gabinete de Inteligencia, o, lo que era lo mismo, los espías, y por ello era muy improbable que fuera a oír algún dato que no conociera ya.



-Oh, por supuesto: Casa Arestinias. Como todos sabéis, nuestra relación con un puñado de Casas argailianas es muy satisfactoria, pero la que nos ocupa... El Príncipe elfo no tomará partido contra una del Primer Círculo, pues podría romper su delicado equilibrio de poder; y menos por una punta de flecha.

"Ahora bien: se da la circunstancia de que otra de las Casas ha manifestado un gran interés en uno de los descubrimientos de nuestro laboratorio -los ojos se volvieron al Gran Alquimista, que asintió con la cabeza e invitó a Lenkares a continuar-. Como es de esperar, conocen perfectamente la situación en la que nos encontramos, y aunque no pueden actuar directamente contra Arestinias, nos han revelado que la posición de esta Casa en el Primer Círculo no es todo lo estable que debería ser; un... golpecito en la dirección apropiada podría hacerlos caer, y otra Casa aliada ocuparía su lugar y nos restablecería nuestros derechos en Ummankor de manera incontestable. Nos ofrecen su colaboración si tenemos, eso sí, la paciencia de aguardar una solución que puede tomar algún tiempo.



-Pues yo creo que es un negocio redondo para los elfos -indicó Dep'Attedern, con cínica sonrisa-. No sólo colaboramos en la consecución de sus taimados intereses políticos sino que, además, se hacen con lo que necesitan de nuestro laboratorio. Ganancia doble para ellos. ¿No nos hará eso quedar como unos principiantes? Por otro lado, dejar el asunto de Arestinias en manos de los propios elfos no me parece satisfactorio: yo opino que debemos descubrir lo que tramaban desde un principio al usurpar nuestra base de las cavernas. Coloquemos a nuestros propios agentes en la Casa.



-Admito que nuestros... socios obtendrán un gran beneficio del acuerdo -concedió Lenkares-, pero también a nosotros nos dará un nuevo aliado en el Primer Círculo, si tiene éxito. Y en cuanto a su interés en reunir inteligencia de nuestros antagonistas, es perfectamente legítimo y lo comparto sin reservas, pero admitámoslo: no será tarea fácil emplazar agentes humanos en una Casa élfica. ¿O alguien tiene alguna idea?



Lenkares se volvió hacia la asamblea, de la que se había adueñado un silencio incómodo. Y entonces alguien habló; alguien que se había mantenido callado y aparentemente ajeno al encuentro. Muchos rostros sorprendidos se volvieron hacia él.



-Creo que yo tengo una o, al menos, un candidato -dijo Maese Jaexias.



 


           
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