Lady
Neskahal no había satisfecho su curiosidad con el nuevo aprendiz en
una sola cita; había vuelto a llamarlo, pasada una semana, y una vez
más al cabo de otros siete días. Conservar la fiereza de la primera
vez le había resultado a Caradhar extenuante, tanto más cuanto que
él sí había perdido interés en la novedad... En su mente, un
encuentro con la Maeda se desarrollaba como una dura sesión de
entrenamiento con las armas: enfocar la ira, moverse rápido, golpear
con fuerza... Y siempre con imágenes ominosas presidiendo sus
pensamientos.
En
esos días no había recibido la visita de Sül. Se preguntaba si
algo le habría ocurrido al Sombra, o bien si aún conservaba aquel
extraño humor de la última vez. Se encontró rememorando el rostro
del joven, que había visto en muy contadas ocasiones: parecido a
Nestro, en sus rasgos superficiales y, sin embargo... Una boca que
sonreía mientras los ojos tenían una expresión que no sabía
definir. Nestro era todo satisfacción: bromista, fácil de
complacer, próximo, sin máscaras. Sül parecía dispuesto a salir a
correr en el momento en que trataras de levantar un borde de su
caperuza.
Y
justo cuando se encontraba pensando que deseaba volver a verlo,
apareció. Mostraba la sonrisa y el tono burlón de antaño, y se
sentó en la cama junto a él, como hacía años. Manteniendo las
distancias.
-¡Eh,
chico! -saludó el Sombra, con una sonrisilla-. Apuesto a que te has
mantenido muy ocupado. Diría que estás perdiendo peso otra vez.
Tch, tch... Zorra insaciable, ¿mmm? Bueno, ¿alguna novedad?
-...
Estoy tomando contacto -respondió Caradhar, después de pensárselo
unos instantes. Sólo la he visto dos veces más; ayer fue la
segunda...
-Ya...
-lo cortó su compañero- ¿Y en el laboratorio? ¿Algún progreso?
-Aún
no. Intento ser elegido para una expedición a Ummankor. Creo que, si
veo directamente lo que están haciendo allí, me haré una idea más
aproximada de lo que buscan. Mi nivel es más avanzado de lo que
creen: los humanos van más al grano cuando forman aprendices, son
menos formalistas.
-Ummankor
es un lugar muy peligroso...
-Ya
he estado allí -se encogió de hombros.
-No
me gusta el plan... Me resultará muy difícil cubrirte las espaldas;
imposible, si me dan órdenes de permanecer en Argailias...
-Estas
últimas dos semanas no te ha costado tanto trabajo dejarme a mi
aire.
Sül
se mordió la lengua; no quería decirle que no había dejado pasar
un día sin venir a comprobar cómo le iban las cosas, a pesar de
tener que llevar a cabo otras tareas. No quería confesar cuánto
trabajo le costaba el mero hecho de encararlo y hablarle de manera
natural. Decidió cambiar de tema.
-Pues
yo tengo nuevas noticias, ¿sabes, niñato? No he estado tocándome
las pelotas -anunció, con tono festivo-. Fíjate en esto: su alteza
el Príncipe ha comunicado a los Maedai de cada Casa que está
decidido a casar a su única hija. La noticia no se ha hecho pública
pero, por supuesto, unos oídos agudos escuchan hasta del silencio.
-No
veo qué tiene de especial.
El
Sombra alzó las cejas; a veces, resultaba curioso el desconocimiento
de los asuntos más comunes de que adolecía Caradhar.
-Dos
cuestiones: Primero, que alguna de las Casas, casi con seguridad del
Primer Círculo, sentará a uno de sus hijos junto al trono de
Argailias. Bueno, eso supone un golpe para Arestinias, porque, ya
ves, no hay críos correteando por ahí. Y segundo, ¿a qué tanta
prisa? La hija del Príncipe es aún muy joven, apenas tiene tetas.
Nació ya en la madurez de sus padres, y es muy improbable que puedan
tener otro hijo, a estas alturas. Si esperaran a que la chica llegase
a la mayoría de edad podrían nombrarla heredera y tomarse su tiempo
para buscarle un marido sin problemas. O bien alguien presiona al
Principe, o hay algo más que no sabemos.
-¿Y
qué tiene todo eso que ver con lo que hacemos aquí?
-Algo
tiene que ver; me lo dicen las tripas.
-Pero
la incursión en Ummankor ocurrió hace muchas semanas; si la
decisión del Príncipe acaba de darse a conocer, no veo cómo pueden
estar relacionadas ambas cosas.
-Ah,
pero es siempre lo mismo: siempre hay Casas que tienen información
privilegiada, o que saben sonsacar al Príncipe antes que las otras.
Estoy casi dispuesto a apostarme el culo a que nuestra Lady Neskahal
le ha calentado la cama a su Alteza, al menos una vez. Y eso, a pesar
de que son parientes... Qué demonios: ni los caballos de los
establos están seguros cuando ella anda cerca...
Sül
se giró, con los labios apretados. Al hacerlo, mostró a su
compañero el costado izquierdo, que había mantenido oculto todo el
tiempo; a través de una gran rasgadura de la tela negra se revelaban
su cintura y parte de su espalda, cruzadas por una larga herida
cubierta de sangre seca. Caradhar dirigió allí la vista y se
acercó, alargando la mano para examinar el daño; la reacción del
Sombra, que se cubrió y saltó fuera de su alcance, lo asombró.
-¿Cómo
te hiciste eso? -preguntó el dotado, curioso.
-¿Esto?
Naaa, una tontería: un saliente demasiado afilado. Me está bien
empleado por trepar como un principiante...
-Ven
aquí; me ocuparé de ello.
-No...
no es necesario, es un triste rasguño; olvídalo.
-Te
he dicho que vengas.
Caradhar
frunció el ceño; sus ojos lo taladraban de tal manera, su voz
sonaba tan autoritaria e incisiva, que Sül no pudo sino obedecer. Se
acercó de nuevo a la cama y allí se quedó de pie, apretando los
puños. El joven con el Don examinó la herida; no parecía seria,
pero podría infectarse. Se hizo un corte en un dedo y extendió su
sangre curativa a lo largo de la piel afectada.
El
Sombra sintió un extraño hormigueo y una sensación cálida que lo
hicieron tragar saliva; era su primera vez experimentando el Don, y
no sabía a qué obedecían sus escalofríos: si a los efectos de la
curación sobrenatural, o bien al roce de aquella piel sobre la
suya... La voz de Caradhar, preguntando "¿qué es esto?",
lo sacó de su trance.
Y
es que, al sanarlo, el elfo había advertido unos peculiares dibujos
sobre la espalda del espía. Tironeó de la tela rajada y tuvo una
breve visión de marcas blanquecinas formando líneas curvas antes
de que el Sombra agarrara con dureza su mano y la apartara, al tiempo
que se daba la vuelta para ocultar el revelador desgarro.
-¿Más
cicatrices? -insistió el elfo más joven- ¿Puedo echarles un
vistazo?
-¡No!
Escucha, te agradezco que me hayas... Pero lo de mi espalda ya es
viejo; olvídalo, por favor...
El
tono del Sombra era casi de súplica. Caradhar se apartó, con rostro
inexpresivo; de este modo tenso se separaron aquel día.
Los
cinco días de festividades para celebrar la noche más larga del año
eran un evento importante en el calendario de los elfos. En cada casa
de Argailias, y también en la Casas nobles, la vida se hacía
nocturna, ocupadas las noches en banquetes, cánticos y danzas,
mientras por el día la ciudad dormitaba y recuperaba fuerzas para
comenzar la siguiente vigilia de excesos.
Dado
que Caradhar no pertenecía a la Casa, le estaba permitido
abandonarla y celebrar las fiestas con su propia gente. El joven
dotado comunicó al Sombra una idea que le venía rondando la cabeza.
-En
estos días la seguridad estará más relajada que de costumbre. Si
permanezco en la Casa, quizá podría tener la oportunidad de colarme
en el laboratorio y echar un vistazo en el despacho donde el Gran
Alquimista celebra esas reuniones con la Maeda.
-Ya
lo había pensado -respondió Sül-. Pero si alguien descubriera que
han rondado por allí, tú te convertirías en sospechoso,
precisamente por ser de fuera y haberte quedado en Arestinias. Es
mejor que aproveches los cinco días y te largues de manera bien
notoria; yo me encargaré de todo.
-Pero
tú no eres un alquimista; se te podrían pasar por alto cosas
relevantes.
-Pues
es lo mejor que tenemos, así que...
Caradhar
lo miró durante unos instantes, en silencio. Luego continuó.
-¿Y
si me llevas contigo? A mí no se me escaparía nada. Y seguro que te
las arreglas para colarme sin problemas.
-¡Je!
Bastante difícil resulta para uno solo, sin el problema de tener que
cargar con un crío fastidioso -dijo Sül, con sorna-. No; demasiado
arriesgado.
-No
sería la primera vez; y, que yo sepa, en aquella otra ocasión las
cosas salieron según lo planeado...
-¡Casi
te matan! -el Sombra tragó saliva.
-No
es tan fácil matarme. Deberíamos intentarlo.¿Qué me dices?
Sül
bajó la vista, embargado por la duda. Ciertamente, Casa Arestinias
no parecía un gran problema, en lo que a seguridad se refería. Y,
sin embargo...
-De
acuerdo -concedió, al fin-. Pero más te vale obedecer todo lo que
te diga y no despegarte ni un puto centímetro de mí, ¿estamos?
Y
llegaron las fiestas. Caradhar solicitó permiso a su mentora,
Raisven, para abandonar la Casa. La elfa, que lo miraba con ligera
desaprobación desde la visita de la Maeda, no se negó, sin embargo,
a garantizar su petición.
El
elfo se ocultó en el refugio de Sül en la Zanja; no era gran cosa,
pero no resultaba seguro dejarse ver por las calles. Durante la
primera noche de vigilia, mientras el Sombra preparaba el terreno, el
joven dotado curioseó por el pequeño lugar. No era mucho más que
un agujero sin ventanas (le recordaba a su propio alojamiento con el
Viejo Zorro), con un catre, un lavamanos desportillado y una estera
acolchada en el suelo. No había ningún efecto personal a la vista,
salvo la lámpara de aceite, y Caradhar torció el gesto cuando
recordó que el Sombra se había atrevido a decirle que su habitación
en Therendanar era un nido de ratas.
Desde
fuera llegaban ecos de voces, risas, música y fuegos artificiales,
porque incluso en la Zanja, la fiesta del solsticio era uno de los
eventos más populares del año. En cuanto al elfo, se echó en el
catre y cayó en un profundo sueño.
Cuando
despertó, había una figura oscura de pie, apoyada en la pared,
contemplándolo en silencio; se incorporó de golpe, y la figura rió
suavemente: era Sül.
-No
te asustes, pequeño -se burló el Sombra-. Falta poco para el
amanecer, y creo que es la mejor hora. Vamos allá; pero antes...
El
espía levantó la estera; bajo ella, el viejo y polvoriento suelo de
madera parecía idéntico al del resto de la habitación. Presionó
en varios puntos y, al momento, se reveló una trampilla. Dentro del
discreto almacén había ropas, armas y varias cajas selladas. Sül
sacó un atuendo oscuro, como el suyo, y un par de estiletes, y se
los lanzó a su compañero, el cual se cambió sin decir nada.
El
ruido en las calles se estaba apagando gradualmente, tras la
algarabía que venía durando toda la noche. Llegaron a Casa
Arestinias no sin un poco de esfuerzo para el aprendiz de alquimista,
porque el Sombra había elegido un camino que discurría,
parcialmente, por los tejados. Una vez allí, Sül colocó en el
calzado de ambos una especie de suela auxiliar para no dejar huellas,
se deslizó a través de una claraboya e hizo señas a Caradhar para
que esperara. Al cabo de un rato asomó la cabeza e hizo un
movimiento con la mano que quería decir "vía libre".
Manteniéndose
cerca del espía, salvo en los momentos es que este se adelantaba a
estudiar el terreno, el dotado atravesó una habitación atestada de
cajas y barriles; a la salida saltaron, desde una balaustrada de
madera, a la viga más próxima del alto techo de una amplia sala que
al joven le resultaba familiar: eran los almacenes del laboratorio.
Si no recordaba mal, pasadas las puertas se accedía a un corredor
que desembocaba justo en el lugar donde trabajaba. Cruzaron sobre la
viga hasta lo alto de las puertas, donde el Sombra retiró
silenciosamente una celosía de listones de madera, que previamente
había aflojado, y que cubría un conducto de ventilación que antaño
había servido como cámara para macerar substancias, a juzgar por
los anaqueles vacíos a ambos lados. Una celosía idéntica fue
retirada al final, y se encontraron contemplando el laboratorio desde
lo alto.
Sül
dejó caer una cuerda fina y resistente, por la que bajó, y luego
vigiló mientras lo hacía su compañero. La dejó allí, preparada
para ser su ruta de escape, y sin explicar el porqué, destrabó la
puerta principal y luego caminó al despacho del Gran Alquimista.
El
Sombra hizo al dotado señas de que vigilara mientras él se afanaba
en abrir la complicada cerradura de la puerta; así lo hizo Caradhar,
colocándose a su espalda, durante el largo rato en el que las manos
expertas trabajaron con las ganzúas. Al final, con un ligero "clic",
la puerta se abrió. El espía amateur
siguió al auténtico a la habitación.
De
repente, Sül se detuvo; estaba experimentando una sensación extraña
que hacía que se le erizara el vello. Se volvió al instante y abrió
mucho los ojos; de un tirón, echó a Caradhar a un lado, justo a
tiempo de evitar por centímetros una daga que, dirigida a su nuca,
le pasó en cambio rozando el cuello. El dotado, tomado por sorpresa,
trastabilló y se golpeó un costado contra la pared, pero pudo ver
cómo su compañero se agachaba y lanzaba una patada destinada a
derribar a la nueva figura que había aparecido a sus espaldas; por
su atuendo, el elfo dedujo fácilmente que se trataba de otro
Darshi'nai.
El
segundo Sombra esquivó la patada con un salto, y luego lanzó la
daga a su contrincante, quien se apartó rodando sobre un costado y
automáticamente se puso de pie, desenvainando un estilete con cada
mano. Como el recién llegado bloqueaba la puerta e imposibilitaba la
salida de Caradhar de la habitación, Sül lo obligó a recular con
un carga. Sabía que su enemigo esquivaría su ataque e iría a por
sus costados descubiertos, pero lo único que deseaba era abrir
camino para que su protegido pudiera poner tierra de por medio. El
joven dotado aprovechó la ocasión y se escurrió fuera del
despacho, pero en vez de correr desenvainó sus propias armas y trató
de unirse a la lucha.
Sül
había estudiado los movimientos de su contrincante y sabía que no
era un principiante; de hecho, le recordaba a su maestro, por la
forma que tenía de reaccionar, como si la tierra no tirara de él y
maniobrar no le supusiera ningún esfuerzo. Por ese motivo se alarmó
cuando vio, por el rabillo del ojo, a Caradhar tomado posición entre
ellos; y no sin motivo, pues el segundo Sombra arrojo, rápido como
el rayo, una hoja que se clavó en el hombro derecho del joven elfo,
haciéndolo soltar su estilete. Sül lanzó entre dientes un
perentorio "¡corre!"; el dotado dudó durante un instante,
pero se volvió, preparado para obedecer, y su enemigo aprovechó
para lanzar una estocada que le desgarró la capucha, haciendo que
sus largos cabellos teñidos de oscuro se desparramaran sobre sus
hombros. Sül empujó, a la desesperada, una estantería llena de
libros sobre el Sombra, el cual no tuvo más remedio que esquivarla,
y Caradhar aprovechó para llegar a la cuerda y trepar hasta el
conducto.
En
cuanto a Sül, se las arregló para contener al segundo espía
durante algún tiempo; pero cuanto más peleaban, más se desvanecían
sus esperanzas de acabar con él. Era demasiado rápido y demasiado
hábil, y pronto, todo lo que pudo hacer el joven Sombra fue
defenderse de sus ataques. Como último recurso, dejó que se
acercara tanto como le fue posible y le arrojó un puñado de polvo
de cegar al rostro. Rápido como una exhalación, tomó el mismo
camino que Caradhar y corrió.
No
tardó en alcanzar a su protegido: juntos recorrieron el resto del
camino hasta la claraboya por la que habían entrado y se alejaron
vía los tejados. Y como esperaba, la silueta de su perseguidor se
materializó muy pronto a sus espaldas.
El
cerebro de Sül trabajó deprisa. Sabía que le resultaría imposible
huir con el lastre que suponía su compañero; por otro lado, imaginó
que se habría percatado de que Caradhar no era ningún profesional:
si se dividían, seguramente iría a por él estimando que sería más
fácil de capturar. Se decidió. Arrastró a Caradhar tras un muro y
señaló al hueco en penumbra que había entre dos edificios. Siseó:
"Salta y espera hasta que sea seguro. Haré que me siga".
Sin darle realmente tiempo a asentir, se arrancó la capucha y salió
corriendo en otra dirección. Esperaba que sus cabellos oscuros
sueltos confundieran a su enemigo lo suficiente como para morder el
anzuelo.
Le
costó dos horas de correr como una liebre ante un galgo, pero,
finalmente, Sül se las arregló para dar esquinazo al Sombra. Cuando
estuvo convencido de que sería seguro, encaminó sus pasos,
exhausto, hacia el refugio en la Zanja. Caradhar no estaba allí.
Aguardó
durante un tiempo que se hizo interminable; fuera, la lluvia comenzó
a caer con fuerza sobre las calles desiertas. Cuando ya no pudo
aguantarlo más, salió en su busca.
Con
toda la rapidez de que fue capaz, sin olvidar la cautela, Sül
recorrió el camino por el que habría debido llegar su compañero
desde el punto donde se separaron. No dejó de mirar a todos lados,
temiendo que aquel formidable enemigo se abalanzara sobre él desde
cualquier esquina; aunque lo que más lo horrorizaba era la
posibilidad de que el Sombra encontrara a su joven compañero antes
que él.
Al
cabo de seis horas dio con Caradhar.
Se
hallaba justo en el mismo lugar donde lo había dejado, en una oscura
grieta entre los muros de dos edificios. Al saltar en la penumbra, no
se había percatado de que, justo en el fondo, alguien había
abandonado los restos de una estructura metálica; al caer, se había
empalado con una barra de más de un metro de longitud: sobresalía
de su pecho, justo por la parte donde debía estar la base de su
corazón.
Sül
sintió cómo la sangre se le helaba en las venas. En unos veinte
centímetros sobre el pecho del dotado, a lo largo de la parte que
sobresalía de la barra, había restos de sangre semi-diluidos por la
lluvia pero más concentrados que en el resto de la superficie de
metal. Comprendió lo que había ocurrido: cómo la herida se había
cerrado alrededor del cuerpo extraño que atravesaba su cuerpo; cómo
el elfo había intentado impulsarse fuera de la barra, más de una
vez, sintiendo cómo la carne de su propio corazón se desgarraba a
cada intento, y volvía a regenerarse, hasta que las fuerzas le
fallaban...
Tomó
el cuerpo de Caradhar en sus brazos; su corazón latía débilmente,
pero estaba helado y empapado por la lluvia, que había borrado el
tinte de su pelo, dejando negros surcos en su rostro. Observó que el
joven había tenido la presencia de ánimo suficiente para ponerse
una mordaza, con un jirón de sus propias ropas, que acallase sus
gritos al intentar liberarse. Las lágrimas comenzaron a correr por
las mejillas del Sombra, pero él ni siquiera las notó, al mezclarse
con las gotas de lluvia... Con delicadeza soltó la mordaza; Caradhar
volvió en sí y lo miró, con ojos vidriosos.
-Duele...
mucho...
-Lo
sé... lo sé... tranquilo... shhhhh... -sin pensarlo, comenzó a
acariciar sus empapados cabellos rojos-. Ahora te voy a sacar de ahí
y todo estará bien... Todo estará bien en un minuto... Lo siento,
porque te voy a hacer daño una vez más... pero después pasará
todo, te lo prometo... Sólo una vez mas...
-Tienes...
taparme la boca... o gritaré...
Sül
asintió, sintiendo cómo se le formaba un nudo en el estómago al
volver a colocarle la mordaza. Su mente en caos estudió cuál sería
la forma menos dolorosa de liberarlo; se decidió por empujar, en vez
de tirar de él. Se acuclilló bajo Caradhar, sujetó sus costados,
apretó los dientes y se impulsó hacia arriba.
A
pesar de la mordaza y de la lluvia, pudo oír claramente el aullido
amortiguado del joven; terminó tan rápido como pudo y lo tomó
entre sus brazos; se había desmayado de nuevo. Por el agujero en sus
ropas pudo ver la horrenda herida que lo atravesaba de lado a lado, y
su corazón latiendo... Pudo ver su propio cuerpo a
través...
Y en seguida, la carne comenzó, a falta de una explicación mejor, a
expandirse, y los extremos separados a volver a tocarse unos con
otros, hasta que no hubo orificio alguno, tan sólo una gran mancha
de sangre.
No
se atrevió a esperar más, expuestos como estaban a que el otro
Sombra los encontrara. Confiando en que la lluvia borrara su rastro,
cargó con el cuerpo inanimado y se encaminó a su refugio.
Pronto
caería la noche, y con ella, regresaría el bullicio. Sül sólo
pensaba en poner a su compañero a salvo antes de que las calles
volvieran a llenarse. Una vez en la lúgubre habitación, depositó
al elfo en el catre, prendió la lámpara y le quitó la empapada,
rota y ensangrentada camisa, frotando su pecho y sus brazos para
hacerlo entrar en calor. Su corazón parecía latir, por fin, con
normalidad, y su piel pálida, ganar un poco de color. Tomó un paño,
lo sumergió en agua y lavó los restos de sangre coagulada y las
marcas oscuras que el tinte había dejado sobre su rostro y su pelo.
Sus ojos quedaron, por un momento, prendidos en las delicadas
facciones de Caradhar, en las cejas y pestañas rojas, en la suave
curva de sus labios... Sin darse cuenta, la mano que sostenía el
paño húmedo bajó hasta la cintura del pelirrojo, pasó su ombligo
y acarició su vientre, bajando cada vez un poco más... Cuando se
percató de lo que estaba haciendo, el Sombra se detuvo en seco y se
dio la vuelta, sumergiendo de nuevo la tela en el agua rojiza del
lavamanos, al que se sujetó con ambas manos, respirando pesadamente,
tratando de recuperar la compostura.
Al
volverse, se encontró con su compañero despierto, incorporado en el
catre, mirándolo fijamente.
-¡Caradhar!
-se acercó a él, confuso, y se arrodilló junto al pequeño lecho-
Dioses, lo siento... Si no te hubiera dejado venir... si te hubiera
encontrado antes... yo...
Se
interrumpió, porque el otro elfo lo agarró por el cuello de la ropa
y comenzó a dar tirones de las cintas que mantenían las prendas en
su lugar. Sül reculó, sorprendido, apoyándose sobre las manos,
pero el dotado saltó del catre y se colocó a horcajadas sobre él
en la estera, mientras continuaba desvistiéndolo.
-Te
dije que no era fácil matarme -comentó, sencillamente-.
-Espera...
Yo... no puedo... -protestó el Sombra, mirándolo con ojos donde la
angustia y el deseo formaban una extraña combinación...
Caradhar
apretó los labios, bajó la mano a la entrepierna de su compañero y
la posó sobre la erección que presionaba contra las calzas negras.
Clavando sus ojos rojos en los de él, sólo dijo:
-Cállate.
Después,
cansado de batallar con los cierres de su ropa, deslizó simplemente
la camisa y toda la parte superior a lo largo de su torso y brazos, y
pasó la mano por el pecho y el abdomen bien provistos de músculos
del Sombra, salpicados, aquí y allá, de cicatrices.
Lo
hizo volverse, boca abajo, sobre la estera, y lo que vio lo dejó
boquiabierto: sobre la espalda del espía, perfectamente trazadas en
relieve sobre su piel, había un entramado de cicatrices blancas que
formaban líneas curvas y rectas, y que cubrían toda su superficie e
incluso se perdían dentro de la tela que lo vestía hasta la
cintura.
Deslizó
la mano sobre aquel tapiz tejido sobre la carne, disfrutando el tacto
de sus relieves bajo las yemas de los dedos. Debajo de él, Sül
gimió. Después, deseando ver el cuadro en su totalidad, tiró de
las calzas hacia abajo, haciéndolas resbalar sobre las musculosas
nalgas del Sombra; el dibujo de líneas se extendía, en forma de
pico, justo hasta el coxis. Su mano bajó hasta ese punto, donde
comienza la hendidura entre los glúteos, y se detuvo.
Desató
sus propios pantalones y liberó su miembro, completamente
enardecido. Escupió sobre la palma de su mano y la restregó por su
pene erecto, mezclando su saliva con la humedad de su excitación.
Luego tomó al Sombra por las caderas y tiró hacia sí sin
contemplaciones, apuntando su sexo a la entrada entre las nalgas. Sül
dio un grito sofocado.
-¡No¡
¡Espera! Por ahí, yo nunca he... ¡argh!
El
joven espía sólo pudo apretar los dientes y aguantar el ariete que
se abrió camino dentro de él hasta penetrar completamente, y
después comenzó a moverse, al principio con más lentitud, después
aumentando el ritmo... pero siempre con brusquedad, haciendo que
sintiera cada uno de los golpes del pubis contra sus nalgas. El dolor
lo tomó por sorpresa, candente, como una hoja que se deslizara en su
carne una y otra vez; trató de concentrarse en otra cosa: en la
presión de las manos que sujetaban firmemente sus caderas; en la
caricia de los largos cabellos húmedos que rozaban su espalda a cada
vaivén; en el sonido de respiración jadeante, cada vez más
acelerada... Llegado a un punto, cuando creía que ya no podía
soportarlo más, Caradhar lo aprisionó aún con más fuerza y se
quedó inmóvil, su orgasmo pulsando y bombeando en su interior.
Lentamente,
el cuerpo del dotado se derrumbó sobre Sül; sus manos se deslizaron
hasta su sexo, rodeándolo, estimulándolo...
Para
su propia sorpresa, el Sombra también eyaculó.
Tendidos
de costado sobre la estera, con el corazón de Caradhar aún
acelerado, sus latidos golpeando contra su espalda, sus manos
rodeando su cintura... Sül ya no sabía qué había sido mayor, si
el dolor, o el placer... Flexionó una pierna y se sacudió, presa de
una lacerante sensación en el trasero. Caradhar bajó la vista, y
contempló los restos de sangre entre los muslos del joven; frunció
el ceño.
El
Sombra trató de relajarse, esperando que el dolor pasara; de
repente, notó el contacto de unos dedos deslizándose entre sus
glúteos. Malinterpretó el gesto y se revolvió, pero el dotado lo
abrazó con fuerza con su brazo libre y pegó el rostro a su cuello,
susurrando cerca de su oído para que se calmara y lo dejara utilizar
su sangre curativa.
El
toque de sus dedos fue inesperadamente reconfortante, como aquella
vez que habían sanado la herida de su costado; sólo que, en esta
ocasión, la zona que cosquilleaba era más sensible, más secreta.
Pronto el dolor desapareció, sustituido por una calidez cada vez más
ardiente, a medida que subían por el orificio...
-Otra
vez no, por favor... -suplicó Sül, saliendo del trance- Duele
demasiado... Yo creí que tú...
-No
volveré a hacerte daño -susurró el pelirrojo-. Te doy mi palabra.
Caradhar
se desembarazó de sus calzas e hizo lo propio con las de Sül, aún
enredadas en sus piernas. Acarició lentamente la piel recién
expuesta, subiendo hasta su pecho, que subía y bajaba agitadamente.
Se colocó sobre él y lo miró de una manera intensa que el Sombra
nunca había experimentado con anterioridad; estiró el cuello,
hipnotizado, buscando sus labios; mas el joven dotado enterró el
rostro bajo su mentón, y lo besó, y lo lamió, deslizando su lengua
sobre la piel caliente; bajó hasta sus pezones, donde se demoró,
remolineando sobre los sensibles botones de carne, humedeciéndolos
hasta que se irguieron; el elfo moreno arqueó la espalda, y sus
dedos se enredaron en la llameante masa de cabello desplegada sobre
él.
El
dotado fue más al sur, dejando una fina línea de saliva a lo largo
del vientre de su pareja, sobre su ombligo y su lisa y suave pelvis.
Comprobó, satisfecho, que el deseo había vuelto a alzar su mástil
y rozó con la punta de la lengua la húmeda hendidura al extremo,
extendiendo el transparente néctar. Sül gimió, y sus manos se
mantuvieron sobre la cabeza pelirroja, en muda súplica para que
aquellos labios siguieran prodigándole tales atenciones...
Y
los labios obedecieron, pero sólo tras empapar los dedos del dotado
de saliva, preparándolos para reencontrarse con la secreta cavidad
del Sombra; mientras la boca de Caradhar se cerraba para complacer al
rígido miembro, y su lengua seguía danzando, sus dedos se
encerraron entre las elásticas paredes, hasta que encontraron el
sensible lugar que es la fuente del placer.
Sül
lanzó un gemido aún más profundo; su primera reacción de rechazo
al sentirse penetrado de nuevo se convirtió en abandono, y
entrega... Separó más las piernas, moviendo las caderas
rítmicamente para que las caricias se hicieran más intensas.
-Ah...
Adhar... me voy a correr...
Caradhar
separó su boca y fue a buscar los labios de su compañero, su lengua
abriéndose camino a la fuerza y encontrándose con la de él; sintió
las pulsaciones de sus paredes interiores; la humedad de su semen
bajo el vientre; el eco de la respiración jadeante del elfo
respondiendo, hambriento, a su beso, abrazándolo con tal fuera que
casi le hacía daño.
Separaron
los escurridizos labios; el elfo más joven fijó la vista en los
ojos oscuros de Sül y de nuevo lo hizo volverse de espaldas.
El
panorama de las escarificaciones se desplegó otra vez ante los ojos
del dotado, que no se cansaba de mirarlo. Con la punta de la lengua
recorrió los remolinos, las curvas y las ondas; se tomó su tiempo
para volver a excitarlo aunque su miembro, ahora tan resbaladizo como
el de Sül, anhelaba sumergirse de nuevo en la cálida brecha que ya
había hecho rendirse...
Cuando
Caradhar se acomodó de nuevo entre sus nalgas, el cuerpo del Sombra
se tensó involuntariamente; el dotado se inclinó, besó la base de
su nuca y todo el camino hasta el extremo puntiagudo de su oreja con
sus labios húmedos, y susurró: "confía en mí".
Sül
cerró los ojos. Pensó en todas las veces que había espiado a su
protegido en la cama, con Darial, o con Lady Neskahal; no era un
pensamiento agradable -y por fortuna para él, nunca lo había visto
en la intimidad con Nestro-, pero hasta donde podía recordar, jamás
les había susurrado palabras tranquilizadoras; jamás los había
abrazado como lo estaba abrazando a él... Se movió bajo el cuerpo
que lo aprisionaba, disfrutando el contacto de las pieles desnudas
una contra otra; alzó una mano y acarició el hermoso rostro,
incitándolo a continuar; pronto lo tuvo dentro, gentilmente esta
vez, esperando a que se amoldara a sus formas antes de comenzar a
deslizarse adentro y afuera; su garganta, dejando escapar jadeos
excitados junto a su oído; su aliento, bañando su cuello...
Alcanzó
el clímax una vez más, casi a la par que Caradhar; y esta vez, no
se sorprendió.
Se
trasladaron al catre para combatir el frío, con los cuerpos
entrelazados en el estrecho espacio. Sül reposaba boca abajo, con la
vista fija en la pared desnuda; a su lado Caradhar, la cabeza
reclinada sobre su brazo flexionado, estudiaba una vez más las
cicatrices del Sombra. Ahora que se fijaba con más detenimiento,
observó que se trataba de un tatuaje de escarificación bastante
viejo; alzo las cejas cuando descubrió que se trataba de una línea
continua que comenzaba en una espiral en el lado izquierdo y recorría
toda la piel hasta finalizar en el otro costado. No estaba trazada de
una sola vez: en algunos lugares se percibían partes ligeramente
abultadas, donde el filo había retomado la labor de una sesión
anterior. El dotado extendió la palma de la mano sobre la espalda de
su compañero y la acarició.
-Ahora
me pregunto si me has follado a mí o a mi tatuaje -comentó el
Sombra, con ironía.
-Lo
habría hecho con o sin él. ¿Todos los Darshi'nai tienen uno?
-Diablos,
no... Y tampoco me apasiona que lo encuentres tan arrebatador...
Siempre ha sido mi vergüenza. No quería que lo vieras -hundió el
rostro en la pequeña almohada.
-¿Por
qué? Es hermoso. Es perfecto.
Sül
giró la cabeza lentamente y miró a Caradhar por el rabillo del ojo;
le costaba creer que hablara en serio, hasta que recordó que el
dotado no era aficionado a las bromas. La única explicación era,
pues, que hacía gala de un gusto bastante estragado...
-¿Quién
te lo hizo? -insistió el pelirrojo.
Sül
vaciló; aquellos eran recuerdos que no le gustaba rememorar, pero
sintió que debía compartirlos con su compañero. Nunca se lo había
contado a nadie.
-Mi
neidokesh; "para templar los nervios", decía. Había días
que la jodía especialmente en el entrenamiento; entonces me hacía
tumbarme boca abajo, sacaba la hoja y comenzaba a cortar. Yo era un
crío, pero aun así, no me permitía moverme, ni gritar, ni tan
siquiera morder un palo. Los días siguientes, oh, dioses, yo sudaba
como un cerdo, me doblaba como un junco, saltaba hasta echar los
pulmones por la boca, de puro agotamiento, esperando no cometer ni un
solo fallo. Y había días que lo conseguía, vaya que sí; y aun
esos días, cuando le venía en gana, sacaba de nuevo la mierda que
utilizaba para rajarme y continuaba por donde lo había dejado antes.
"Yo
no podía entenderlo: ¿qué estaba haciendo mal? Un día me armé de
valor y le pregunté por qué me castigaba también cuando no cometía
fallos. Él me miró, compuso esa sonrisa suya que hacía que se te
encogieran las pelotas y me dijo, muy tranquilo: "oh, ¿así que
crees que esto es un castigo? No has entendido nada." Ese día
me hizo tanto daño que grité, y después frotó las heridas con
sal.
"Bueno,
yo me desmayé del dolor. Lo que sé es que, desde entonces, jamás
volví a cuestionarle sobre nada de lo que hacía.
"Ahora
entiendo que, sí, lo que estaba haciendo era templar mis nervios.
Hay muchas ocasiones en que un Sombra tendrá que hacer de tripas
corazón y aguantar lo que le echen, hasta bien pasado el punto de no
poder más. Pero... eso no quita que él sea el mayor cabrón que ha
pisado esta ciudad.
Caradhar
escuchó con atención la historia de su compañero; en cierta forma,
le recordaba un poco a sí mismo... Apoyó la mejilla sobre la
espalda expuesta bajo él y la besó.
-Qué
pena que no te conociera entonces -Sül sonrió amargamente-. Habrías
podido borrar las cicatrices.
-¿Destruir
algo tan hermoso? Nunca lo habría hecho.
El
Sombra giró se nuevo la cabeza. Sabía que no bromeaba, y el
pensamiento lo hizo estremecerse. Se encaró con él, serio,
privándolo de su diversión del momento.
-¿Y
es lo único que te gusta de mí? -le preguntó al dotado.
-Ya
te he dicho que no; tenía los ojos puestos en ti desde antes,
incluso, de que me dejases ver tu cara.
-Pensaba...
bueno, siempre te había visto debajo de Darial... Creí que... mi
culo estaría a salvo...
Caradhar
frunció el ceño. Dijo, con voz inexpresiva:
-Si
quieres acostarte conmigo, así son las cosas; si lo que pretendes es
cambiar posiciones, te sugiero que busques a otro.
El
elfo pelirrojo se giró, dando la espalda a su compañero. Este no se
lo pensó: lo abrazó por detrás y se acurrucó contra él,
hundiendo la nariz en sus cabellos.
-¿Eres
idiota? -susurró- Yo era virgen por ahí detrás, jodido bastardo:
claro que no quiero buscarme a otro.
Caradhar
se relajó en sus brazos y se durmió. Sül se pasó mucho tiempo
escuchando su respiración; ese sonido reposado podía imponerse
sobre la algarabía del exterior que se filtraba a través de los
muros.
Llevaba
tanto tiempo deseándolo... Casi desde la primera vez que lo viera,
en brazos de otro, con aquella mirada fría que transmitía: "es
cierto, estás encima de mí, pero aunque tú creas que me posees, yo
no le pertenezco a nadie". Sus experiencias sexuales se habían
reducido a esporádicos encuentros con elfas en la Zanja; nunca antes
se había acostado con otro varón, y nunca pensó que lo haría de
aquella manera...
Y,
decididamente, nunca se imaginó que lo haría con él. Se había
resistido todo lo posible, había intentado mantenerse alejado,
ceñirse a su misión...
Ya
no había vuelta atrás; había desobedecido la orden más tajante de
su neidokesh: no intimar con su protegido. Una falta que podría
llegar a costarle muy cara, si era descubierto.
Pero,
por el momento, no pensaría en ello. Estrecharía entre sus brazos a
su bello compañero; aspiraría su aroma, tan dulce; disfrutaría el
tacto de aquella piel perfecta...
Y
eso fue lo que hizo. Se permitió, incluso, caer dormido durante unos
escasos minutos, abrazado a Caradhar.