2012/02/25

EL DON ENCADENADO XII: Atravesados






Lady Neskahal no había satisfecho su curiosidad con el nuevo aprendiz en una sola cita; había vuelto a llamarlo, pasada una semana, y una vez más al cabo de otros siete días. Conservar la fiereza de la primera vez le había resultado a Caradhar extenuante, tanto más cuanto que él sí había perdido interés en la novedad... En su mente, un encuentro con la Maeda se desarrollaba como una dura sesión de entrenamiento con las armas: enfocar la ira, moverse rápido, golpear con fuerza... Y siempre con imágenes ominosas presidiendo sus pensamientos.

En esos días no había recibido la visita de Sül. Se preguntaba si algo le habría ocurrido al Sombra, o bien si aún conservaba aquel extraño humor de la última vez. Se encontró rememorando el rostro del joven, que había visto en muy contadas ocasiones: parecido a Nestro, en sus rasgos superficiales y, sin embargo... Una boca que sonreía mientras los ojos tenían una expresión que no sabía definir. Nestro era todo satisfacción: bromista, fácil de complacer, próximo, sin máscaras. Sül parecía dispuesto a salir a correr en el momento en que trataras de levantar un borde de su caperuza.

Y justo cuando se encontraba pensando que deseaba volver a verlo, apareció. Mostraba la sonrisa y el tono burlón de antaño, y se sentó en la cama junto a él, como hacía años. Manteniendo las distancias.



-¡Eh, chico! -saludó el Sombra, con una sonrisilla-. Apuesto a que te has mantenido muy ocupado. Diría que estás perdiendo peso otra vez. Tch, tch... Zorra insaciable, ¿mmm? Bueno, ¿alguna novedad?



-... Estoy tomando contacto -respondió Caradhar, después de pensárselo unos instantes. Sólo la he visto dos veces más; ayer fue la segunda...



-Ya... -lo cortó su compañero- ¿Y en el laboratorio? ¿Algún progreso?



-Aún no. Intento ser elegido para una expedición a Ummankor. Creo que, si veo directamente lo que están haciendo allí, me haré una idea más aproximada de lo que buscan. Mi nivel es más avanzado de lo que creen: los humanos van más al grano cuando forman aprendices, son menos formalistas.



-Ummankor es un lugar muy peligroso...



-Ya he estado allí -se encogió de hombros.



-No me gusta el plan... Me resultará muy difícil cubrirte las espaldas; imposible, si me dan órdenes de permanecer en Argailias...



-Estas últimas dos semanas no te ha costado tanto trabajo dejarme a mi aire.



Sül se mordió la lengua; no quería decirle que no había dejado pasar un día sin venir a comprobar cómo le iban las cosas, a pesar de tener que llevar a cabo otras tareas. No quería confesar cuánto trabajo le costaba el mero hecho de encararlo y hablarle de manera natural. Decidió cambiar de tema.



-Pues yo tengo nuevas noticias, ¿sabes, niñato? No he estado tocándome las pelotas -anunció, con tono festivo-. Fíjate en esto: su alteza el Príncipe ha comunicado a los Maedai de cada Casa que está decidido a casar a su única hija. La noticia no se ha hecho pública pero, por supuesto, unos oídos agudos escuchan hasta del silencio.



-No veo qué tiene de especial.



El Sombra alzó las cejas; a veces, resultaba curioso el desconocimiento de los asuntos más comunes de que adolecía Caradhar.



-Dos cuestiones: Primero, que alguna de las Casas, casi con seguridad del Primer Círculo, sentará a uno de sus hijos junto al trono de Argailias. Bueno, eso supone un golpe para Arestinias, porque, ya ves, no hay críos correteando por ahí. Y segundo, ¿a qué tanta prisa? La hija del Príncipe es aún muy joven, apenas tiene tetas. Nació ya en la madurez de sus padres, y es muy improbable que puedan tener otro hijo, a estas alturas. Si esperaran a que la chica llegase a la mayoría de edad podrían nombrarla heredera y tomarse su tiempo para buscarle un marido sin problemas. O bien alguien presiona al Principe, o hay algo más que no sabemos.



-¿Y qué tiene todo eso que ver con lo que hacemos aquí?



-Algo tiene que ver; me lo dicen las tripas.



-Pero la incursión en Ummankor ocurrió hace muchas semanas; si la decisión del Príncipe acaba de darse a conocer, no veo cómo pueden estar relacionadas ambas cosas.



-Ah, pero es siempre lo mismo: siempre hay Casas que tienen información privilegiada, o que saben sonsacar al Príncipe antes que las otras. Estoy casi dispuesto a apostarme el culo a que nuestra Lady Neskahal le ha calentado la cama a su Alteza, al menos una vez. Y eso, a pesar de que son parientes... Qué demonios: ni los caballos de los establos están seguros cuando ella anda cerca...



Sül se giró, con los labios apretados. Al hacerlo, mostró a su compañero el costado izquierdo, que había mantenido oculto todo el tiempo; a través de una gran rasgadura de la tela negra se revelaban su cintura y parte de su espalda, cruzadas por una larga herida cubierta de sangre seca. Caradhar dirigió allí la vista y se acercó, alargando la mano para examinar el daño; la reacción del Sombra, que se cubrió y saltó fuera de su alcance, lo asombró.



-¿Cómo te hiciste eso? -preguntó el dotado, curioso.



-¿Esto? Naaa, una tontería: un saliente demasiado afilado. Me está bien empleado por trepar como un principiante...



-Ven aquí; me ocuparé de ello.



-No... no es necesario, es un triste rasguño; olvídalo.



-Te he dicho que vengas.



Caradhar frunció el ceño; sus ojos lo taladraban de tal manera, su voz sonaba tan autoritaria e incisiva, que Sül no pudo sino obedecer. Se acercó de nuevo a la cama y allí se quedó de pie, apretando los puños. El joven con el Don examinó la herida; no parecía seria, pero podría infectarse. Se hizo un corte en un dedo y extendió su sangre curativa a lo largo de la piel afectada.

El Sombra sintió un extraño hormigueo y una sensación cálida que lo hicieron tragar saliva; era su primera vez experimentando el Don, y no sabía a qué obedecían sus escalofríos: si a los efectos de la curación sobrenatural, o bien al roce de aquella piel sobre la suya... La voz de Caradhar, preguntando "¿qué es esto?", lo sacó de su trance.

Y es que, al sanarlo, el elfo había advertido unos peculiares dibujos sobre la espalda del espía. Tironeó de la tela rajada y tuvo una breve visión de marcas blanquecinas formando líneas curvas antes de que el Sombra agarrara con dureza su mano y la apartara, al tiempo que se daba la vuelta para ocultar el revelador desgarro.



-¿Más cicatrices? -insistió el elfo más joven- ¿Puedo echarles un vistazo?



-¡No! Escucha, te agradezco que me hayas... Pero lo de mi espalda ya es viejo; olvídalo, por favor...



El tono del Sombra era casi de súplica. Caradhar se apartó, con rostro inexpresivo; de este modo tenso se separaron aquel día.





Los cinco días de festividades para celebrar la noche más larga del año eran un evento importante en el calendario de los elfos. En cada casa de Argailias, y también en la Casas nobles, la vida se hacía nocturna, ocupadas las noches en banquetes, cánticos y danzas, mientras por el día la ciudad dormitaba y recuperaba fuerzas para comenzar la siguiente vigilia de excesos.

Dado que Caradhar no pertenecía a la Casa, le estaba permitido abandonarla y celebrar las fiestas con su propia gente. El joven dotado comunicó al Sombra una idea que le venía rondando la cabeza.



-En estos días la seguridad estará más relajada que de costumbre. Si permanezco en la Casa, quizá podría tener la oportunidad de colarme en el laboratorio y echar un vistazo en el despacho donde el Gran Alquimista celebra esas reuniones con la Maeda.



-Ya lo había pensado -respondió Sül-. Pero si alguien descubriera que han rondado por allí, tú te convertirías en sospechoso, precisamente por ser de fuera y haberte quedado en Arestinias. Es mejor que aproveches los cinco días y te largues de manera bien notoria; yo me encargaré de todo.



-Pero tú no eres un alquimista; se te podrían pasar por alto cosas relevantes.



-Pues es lo mejor que tenemos, así que...



Caradhar lo miró durante unos instantes, en silencio. Luego continuó.



-¿Y si me llevas contigo? A mí no se me escaparía nada. Y seguro que te las arreglas para colarme sin problemas.



-¡Je! Bastante difícil resulta para uno solo, sin el problema de tener que cargar con un crío fastidioso -dijo Sül, con sorna-. No; demasiado arriesgado.



-No sería la primera vez; y, que yo sepa, en aquella otra ocasión las cosas salieron según lo planeado...



-¡Casi te matan! -el Sombra tragó saliva.



-No es tan fácil matarme. Deberíamos intentarlo.¿Qué me dices?



Sül bajó la vista, embargado por la duda. Ciertamente, Casa Arestinias no parecía un gran problema, en lo que a seguridad se refería. Y, sin embargo...



-De acuerdo -concedió, al fin-. Pero más te vale obedecer todo lo que te diga y no despegarte ni un puto centímetro de mí, ¿estamos?





Y llegaron las fiestas. Caradhar solicitó permiso a su mentora, Raisven, para abandonar la Casa. La elfa, que lo miraba con ligera desaprobación desde la visita de la Maeda, no se negó, sin embargo, a garantizar su petición.

El elfo se ocultó en el refugio de Sül en la Zanja; no era gran cosa, pero no resultaba seguro dejarse ver por las calles. Durante la primera noche de vigilia, mientras el Sombra preparaba el terreno, el joven dotado curioseó por el pequeño lugar. No era mucho más que un agujero sin ventanas (le recordaba a su propio alojamiento con el Viejo Zorro), con un catre, un lavamanos desportillado y una estera acolchada en el suelo. No había ningún efecto personal a la vista, salvo la lámpara de aceite, y Caradhar torció el gesto cuando recordó que el Sombra se había atrevido a decirle que su habitación en Therendanar era un nido de ratas.

Desde fuera llegaban ecos de voces, risas, música y fuegos artificiales, porque incluso en la Zanja, la fiesta del solsticio era uno de los eventos más populares del año. En cuanto al elfo, se echó en el catre y cayó en un profundo sueño.

Cuando despertó, había una figura oscura de pie, apoyada en la pared, contemplándolo en silencio; se incorporó de golpe, y la figura rió suavemente: era Sül.



-No te asustes, pequeño -se burló el Sombra-. Falta poco para el amanecer, y creo que es la mejor hora. Vamos allá; pero antes...



El espía levantó la estera; bajo ella, el viejo y polvoriento suelo de madera parecía idéntico al del resto de la habitación. Presionó en varios puntos y, al momento, se reveló una trampilla. Dentro del discreto almacén había ropas, armas y varias cajas selladas. Sül sacó un atuendo oscuro, como el suyo, y un par de estiletes, y se los lanzó a su compañero, el cual se cambió sin decir nada.

El ruido en las calles se estaba apagando gradualmente, tras la algarabía que venía durando toda la noche. Llegaron a Casa Arestinias no sin un poco de esfuerzo para el aprendiz de alquimista, porque el Sombra había elegido un camino que discurría, parcialmente, por los tejados. Una vez allí, Sül colocó en el calzado de ambos una especie de suela auxiliar para no dejar huellas, se deslizó a través de una claraboya e hizo señas a Caradhar para que esperara. Al cabo de un rato asomó la cabeza e hizo un movimiento con la mano que quería decir "vía libre".

Manteniéndose cerca del espía, salvo en los momentos es que este se adelantaba a estudiar el terreno, el dotado atravesó una habitación atestada de cajas y barriles; a la salida saltaron, desde una balaustrada de madera, a la viga más próxima del alto techo de una amplia sala que al joven le resultaba familiar: eran los almacenes del laboratorio. Si no recordaba mal, pasadas las puertas se accedía a un corredor que desembocaba justo en el lugar donde trabajaba. Cruzaron sobre la viga hasta lo alto de las puertas, donde el Sombra retiró silenciosamente una celosía de listones de madera, que previamente había aflojado, y que cubría un conducto de ventilación que antaño había servido como cámara para macerar substancias, a juzgar por los anaqueles vacíos a ambos lados. Una celosía idéntica fue retirada al final, y se encontraron contemplando el laboratorio desde lo alto.

Sül dejó caer una cuerda fina y resistente, por la que bajó, y luego vigiló mientras lo hacía su compañero. La dejó allí, preparada para ser su ruta de escape, y sin explicar el porqué, destrabó la puerta principal y luego caminó al despacho del Gran Alquimista.

El Sombra hizo al dotado señas de que vigilara mientras él se afanaba en abrir la complicada cerradura de la puerta; así lo hizo Caradhar, colocándose a su espalda, durante el largo rato en el que las manos expertas trabajaron con las ganzúas. Al final, con un ligero "clic", la puerta se abrió. El espía amateur siguió al auténtico a la habitación.

De repente, Sül se detuvo; estaba experimentando una sensación extraña que hacía que se le erizara el vello. Se volvió al instante y abrió mucho los ojos; de un tirón, echó a Caradhar a un lado, justo a tiempo de evitar por centímetros una daga que, dirigida a su nuca, le pasó en cambio rozando el cuello. El dotado, tomado por sorpresa, trastabilló y se golpeó un costado contra la pared, pero pudo ver cómo su compañero se agachaba y lanzaba una patada destinada a derribar a la nueva figura que había aparecido a sus espaldas; por su atuendo, el elfo dedujo fácilmente que se trataba de otro Darshi'nai.

El segundo Sombra esquivó la patada con un salto, y luego lanzó la daga a su contrincante, quien se apartó rodando sobre un costado y automáticamente se puso de pie, desenvainando un estilete con cada mano. Como el recién llegado bloqueaba la puerta e imposibilitaba la salida de Caradhar de la habitación, Sül lo obligó a recular con un carga. Sabía que su enemigo esquivaría su ataque e iría a por sus costados descubiertos, pero lo único que deseaba era abrir camino para que su protegido pudiera poner tierra de por medio. El joven dotado aprovechó la ocasión y se escurrió fuera del despacho, pero en vez de correr desenvainó sus propias armas y trató de unirse a la lucha.

Sül había estudiado los movimientos de su contrincante y sabía que no era un principiante; de hecho, le recordaba a su maestro, por la forma que tenía de reaccionar, como si la tierra no tirara de él y maniobrar no le supusiera ningún esfuerzo. Por ese motivo se alarmó cuando vio, por el rabillo del ojo, a Caradhar tomado posición entre ellos; y no sin motivo, pues el segundo Sombra arrojo, rápido como el rayo, una hoja que se clavó en el hombro derecho del joven elfo, haciéndolo soltar su estilete. Sül lanzó entre dientes un perentorio "¡corre!"; el dotado dudó durante un instante, pero se volvió, preparado para obedecer, y su enemigo aprovechó para lanzar una estocada que le desgarró la capucha, haciendo que sus largos cabellos teñidos de oscuro se desparramaran sobre sus hombros. Sül empujó, a la desesperada, una estantería llena de libros sobre el Sombra, el cual no tuvo más remedio que esquivarla, y Caradhar aprovechó para llegar a la cuerda y trepar hasta el conducto.

En cuanto a Sül, se las arregló para contener al segundo espía durante algún tiempo; pero cuanto más peleaban, más se desvanecían sus esperanzas de acabar con él. Era demasiado rápido y demasiado hábil, y pronto, todo lo que pudo hacer el joven Sombra fue defenderse de sus ataques. Como último recurso, dejó que se acercara tanto como le fue posible y le arrojó un puñado de polvo de cegar al rostro. Rápido como una exhalación, tomó el mismo camino que Caradhar y corrió.

No tardó en alcanzar a su protegido: juntos recorrieron el resto del camino hasta la claraboya por la que habían entrado y se alejaron vía los tejados. Y como esperaba, la silueta de su perseguidor se materializó muy pronto a sus espaldas.

El cerebro de Sül trabajó deprisa. Sabía que le resultaría imposible huir con el lastre que suponía su compañero; por otro lado, imaginó que se habría percatado de que Caradhar no era ningún profesional: si se dividían, seguramente iría a por él estimando que sería más fácil de capturar. Se decidió. Arrastró a Caradhar tras un muro y señaló al hueco en penumbra que había entre dos edificios. Siseó: "Salta y espera hasta que sea seguro. Haré que me siga". Sin darle realmente tiempo a asentir, se arrancó la capucha y salió corriendo en otra dirección. Esperaba que sus cabellos oscuros sueltos confundieran a su enemigo lo suficiente como para morder el anzuelo.



Le costó dos horas de correr como una liebre ante un galgo, pero, finalmente, Sül se las arregló para dar esquinazo al Sombra. Cuando estuvo convencido de que sería seguro, encaminó sus pasos, exhausto, hacia el refugio en la Zanja. Caradhar no estaba allí.

Aguardó durante un tiempo que se hizo interminable; fuera, la lluvia comenzó a caer con fuerza sobre las calles desiertas. Cuando ya no pudo aguantarlo más, salió en su busca.

Con toda la rapidez de que fue capaz, sin olvidar la cautela, Sül recorrió el camino por el que habría debido llegar su compañero desde el punto donde se separaron. No dejó de mirar a todos lados, temiendo que aquel formidable enemigo se abalanzara sobre él desde cualquier esquina; aunque lo que más lo horrorizaba era la posibilidad de que el Sombra encontrara a su joven compañero antes que él.

Al cabo de seis horas dio con Caradhar.

Se hallaba justo en el mismo lugar donde lo había dejado, en una oscura grieta entre los muros de dos edificios. Al saltar en la penumbra, no se había percatado de que, justo en el fondo, alguien había abandonado los restos de una estructura metálica; al caer, se había empalado con una barra de más de un metro de longitud: sobresalía de su pecho, justo por la parte donde debía estar la base de su corazón.

Sül sintió cómo la sangre se le helaba en las venas. En unos veinte centímetros sobre el pecho del dotado, a lo largo de la parte que sobresalía de la barra, había restos de sangre semi-diluidos por la lluvia pero más concentrados que en el resto de la superficie de metal. Comprendió lo que había ocurrido: cómo la herida se había cerrado alrededor del cuerpo extraño que atravesaba su cuerpo; cómo el elfo había intentado impulsarse fuera de la barra, más de una vez, sintiendo cómo la carne de su propio corazón se desgarraba a cada intento, y volvía a regenerarse, hasta que las fuerzas le fallaban...

Tomó el cuerpo de Caradhar en sus brazos; su corazón latía débilmente, pero estaba helado y empapado por la lluvia, que había borrado el tinte de su pelo, dejando negros surcos en su rostro. Observó que el joven había tenido la presencia de ánimo suficiente para ponerse una mordaza, con un jirón de sus propias ropas, que acallase sus gritos al intentar liberarse. Las lágrimas comenzaron a correr por las mejillas del Sombra, pero él ni siquiera las notó, al mezclarse con las gotas de lluvia... Con delicadeza soltó la mordaza; Caradhar volvió en sí y lo miró, con ojos vidriosos.



-Duele... mucho...



-Lo sé... lo sé... tranquilo... shhhhh... -sin pensarlo, comenzó a acariciar sus empapados cabellos rojos-. Ahora te voy a sacar de ahí y todo estará bien... Todo estará bien en un minuto... Lo siento, porque te voy a hacer daño una vez más... pero después pasará todo, te lo prometo... Sólo una vez mas...



-Tienes... taparme la boca... o gritaré...



Sül asintió, sintiendo cómo se le formaba un nudo en el estómago al volver a colocarle la mordaza. Su mente en caos estudió cuál sería la forma menos dolorosa de liberarlo; se decidió por empujar, en vez de tirar de él. Se acuclilló bajo Caradhar, sujetó sus costados, apretó los dientes y se impulsó hacia arriba.

A pesar de la mordaza y de la lluvia, pudo oír claramente el aullido amortiguado del joven; terminó tan rápido como pudo y lo tomó entre sus brazos; se había desmayado de nuevo. Por el agujero en sus ropas pudo ver la horrenda herida que lo atravesaba de lado a lado, y su corazón latiendo... Pudo ver su propio cuerpo a través... Y en seguida, la carne comenzó, a falta de una explicación mejor, a expandirse, y los extremos separados a volver a tocarse unos con otros, hasta que no hubo orificio alguno, tan sólo una gran mancha de sangre.

No se atrevió a esperar más, expuestos como estaban a que el otro Sombra los encontrara. Confiando en que la lluvia borrara su rastro, cargó con el cuerpo inanimado y se encaminó a su refugio.



Pronto caería la noche, y con ella, regresaría el bullicio. Sül sólo pensaba en poner a su compañero a salvo antes de que las calles volvieran a llenarse. Una vez en la lúgubre habitación, depositó al elfo en el catre, prendió la lámpara y le quitó la empapada, rota y ensangrentada camisa, frotando su pecho y sus brazos para hacerlo entrar en calor. Su corazón parecía latir, por fin, con normalidad, y su piel pálida, ganar un poco de color. Tomó un paño, lo sumergió en agua y lavó los restos de sangre coagulada y las marcas oscuras que el tinte había dejado sobre su rostro y su pelo. Sus ojos quedaron, por un momento, prendidos en las delicadas facciones de Caradhar, en las cejas y pestañas rojas, en la suave curva de sus labios... Sin darse cuenta, la mano que sostenía el paño húmedo bajó hasta la cintura del pelirrojo, pasó su ombligo y acarició su vientre, bajando cada vez un poco más... Cuando se percató de lo que estaba haciendo, el Sombra se detuvo en seco y se dio la vuelta, sumergiendo de nuevo la tela en el agua rojiza del lavamanos, al que se sujetó con ambas manos, respirando pesadamente, tratando de recuperar la compostura.

Al volverse, se encontró con su compañero despierto, incorporado en el catre, mirándolo fijamente.



-¡Caradhar! -se acercó a él, confuso, y se arrodilló junto al pequeño lecho- Dioses, lo siento... Si no te hubiera dejado venir... si te hubiera encontrado antes... yo...



Se interrumpió, porque el otro elfo lo agarró por el cuello de la ropa y comenzó a dar tirones de las cintas que mantenían las prendas en su lugar. Sül reculó, sorprendido, apoyándose sobre las manos, pero el dotado saltó del catre y se colocó a horcajadas sobre él en la estera, mientras continuaba desvistiéndolo.



-Te dije que no era fácil matarme -comentó, sencillamente-.



-Espera... Yo... no puedo... -protestó el Sombra, mirándolo con ojos donde la angustia y el deseo formaban una extraña combinación...



Caradhar apretó los labios, bajó la mano a la entrepierna de su compañero y la posó sobre la erección que presionaba contra las calzas negras. Clavando sus ojos rojos en los de él, sólo dijo:



-Cállate.



Después, cansado de batallar con los cierres de su ropa, deslizó simplemente la camisa y toda la parte superior a lo largo de su torso y brazos, y pasó la mano por el pecho y el abdomen bien provistos de músculos del Sombra, salpicados, aquí y allá, de cicatrices.

Lo hizo volverse, boca abajo, sobre la estera, y lo que vio lo dejó boquiabierto: sobre la espalda del espía, perfectamente trazadas en relieve sobre su piel, había un entramado de cicatrices blancas que formaban líneas curvas y rectas, y que cubrían toda su superficie e incluso se perdían dentro de la tela que lo vestía hasta la cintura.

Deslizó la mano sobre aquel tapiz tejido sobre la carne, disfrutando el tacto de sus relieves bajo las yemas de los dedos. Debajo de él, Sül gimió. Después, deseando ver el cuadro en su totalidad, tiró de las calzas hacia abajo, haciéndolas resbalar sobre las musculosas nalgas del Sombra; el dibujo de líneas se extendía, en forma de pico, justo hasta el coxis. Su mano bajó hasta ese punto, donde comienza la hendidura entre los glúteos, y se detuvo.

Desató sus propios pantalones y liberó su miembro, completamente enardecido. Escupió sobre la palma de su mano y la restregó por su pene erecto, mezclando su saliva con la humedad de su excitación. Luego tomó al Sombra por las caderas y tiró hacia sí sin contemplaciones, apuntando su sexo a la entrada entre las nalgas. Sül dio un grito sofocado.



-¡No¡ ¡Espera! Por ahí, yo nunca he... ¡argh!



El joven espía sólo pudo apretar los dientes y aguantar el ariete que se abrió camino dentro de él hasta penetrar completamente, y después comenzó a moverse, al principio con más lentitud, después aumentando el ritmo... pero siempre con brusquedad, haciendo que sintiera cada uno de los golpes del pubis contra sus nalgas. El dolor lo tomó por sorpresa, candente, como una hoja que se deslizara en su carne una y otra vez; trató de concentrarse en otra cosa: en la presión de las manos que sujetaban firmemente sus caderas; en la caricia de los largos cabellos húmedos que rozaban su espalda a cada vaivén; en el sonido de respiración jadeante, cada vez más acelerada... Llegado a un punto, cuando creía que ya no podía soportarlo más, Caradhar lo aprisionó aún con más fuerza y se quedó inmóvil, su orgasmo pulsando y bombeando en su interior.

Lentamente, el cuerpo del dotado se derrumbó sobre Sül; sus manos se deslizaron hasta su sexo, rodeándolo, estimulándolo...

Para su propia sorpresa, el Sombra también eyaculó.



Tendidos de costado sobre la estera, con el corazón de Caradhar aún acelerado, sus latidos golpeando contra su espalda, sus manos rodeando su cintura... Sül ya no sabía qué había sido mayor, si el dolor, o el placer... Flexionó una pierna y se sacudió, presa de una lacerante sensación en el trasero. Caradhar bajó la vista, y contempló los restos de sangre entre los muslos del joven; frunció el ceño.

El Sombra trató de relajarse, esperando que el dolor pasara; de repente, notó el contacto de unos dedos deslizándose entre sus glúteos. Malinterpretó el gesto y se revolvió, pero el dotado lo abrazó con fuerza con su brazo libre y pegó el rostro a su cuello, susurrando cerca de su oído para que se calmara y lo dejara utilizar su sangre curativa.

El toque de sus dedos fue inesperadamente reconfortante, como aquella vez que habían sanado la herida de su costado; sólo que, en esta ocasión, la zona que cosquilleaba era más sensible, más secreta. Pronto el dolor desapareció, sustituido por una calidez cada vez más ardiente, a medida que subían por el orificio...



-Otra vez no, por favor... -suplicó Sül, saliendo del trance- Duele demasiado... Yo creí que tú...



-No volveré a hacerte daño -susurró el pelirrojo-. Te doy mi palabra.



Caradhar se desembarazó de sus calzas e hizo lo propio con las de Sül, aún enredadas en sus piernas. Acarició lentamente la piel recién expuesta, subiendo hasta su pecho, que subía y bajaba agitadamente. Se colocó sobre él y lo miró de una manera intensa que el Sombra nunca había experimentado con anterioridad; estiró el cuello, hipnotizado, buscando sus labios; mas el joven dotado enterró el rostro bajo su mentón, y lo besó, y lo lamió, deslizando su lengua sobre la piel caliente; bajó hasta sus pezones, donde se demoró, remolineando sobre los sensibles botones de carne, humedeciéndolos hasta que se irguieron; el elfo moreno arqueó la espalda, y sus dedos se enredaron en la llameante masa de cabello desplegada sobre él.

El dotado fue más al sur, dejando una fina línea de saliva a lo largo del vientre de su pareja, sobre su ombligo y su lisa y suave pelvis. Comprobó, satisfecho, que el deseo había vuelto a alzar su mástil y rozó con la punta de la lengua la húmeda hendidura al extremo, extendiendo el transparente néctar. Sül gimió, y sus manos se mantuvieron sobre la cabeza pelirroja, en muda súplica para que aquellos labios siguieran prodigándole tales atenciones...

Y los labios obedecieron, pero sólo tras empapar los dedos del dotado de saliva, preparándolos para reencontrarse con la secreta cavidad del Sombra; mientras la boca de Caradhar se cerraba para complacer al rígido miembro, y su lengua seguía danzando, sus dedos se encerraron entre las elásticas paredes, hasta que encontraron el sensible lugar que es la fuente del placer.

Sül lanzó un gemido aún más profundo; su primera reacción de rechazo al sentirse penetrado de nuevo se convirtió en abandono, y entrega... Separó más las piernas, moviendo las caderas rítmicamente para que las caricias se hicieran más intensas.



-Ah... Adhar... me voy a correr...



Caradhar separó su boca y fue a buscar los labios de su compañero, su lengua abriéndose camino a la fuerza y encontrándose con la de él; sintió las pulsaciones de sus paredes interiores; la humedad de su semen bajo el vientre; el eco de la respiración jadeante del elfo respondiendo, hambriento, a su beso, abrazándolo con tal fuera que casi le hacía daño.

Separaron los escurridizos labios; el elfo más joven fijó la vista en los ojos oscuros de Sül y de nuevo lo hizo volverse de espaldas.

El panorama de las escarificaciones se desplegó otra vez ante los ojos del dotado, que no se cansaba de mirarlo. Con la punta de la lengua recorrió los remolinos, las curvas y las ondas; se tomó su tiempo para volver a excitarlo aunque su miembro, ahora tan resbaladizo como el de Sül, anhelaba sumergirse de nuevo en la cálida brecha que ya había hecho rendirse...

Cuando Caradhar se acomodó de nuevo entre sus nalgas, el cuerpo del Sombra se tensó involuntariamente; el dotado se inclinó, besó la base de su nuca y todo el camino hasta el extremo puntiagudo de su oreja con sus labios húmedos, y susurró: "confía en mí".

Sül cerró los ojos. Pensó en todas las veces que había espiado a su protegido en la cama, con Darial, o con Lady Neskahal; no era un pensamiento agradable -y por fortuna para él, nunca lo había visto en la intimidad con Nestro-, pero hasta donde podía recordar, jamás les había susurrado palabras tranquilizadoras; jamás los había abrazado como lo estaba abrazando a él... Se movió bajo el cuerpo que lo aprisionaba, disfrutando el contacto de las pieles desnudas una contra otra; alzó una mano y acarició el hermoso rostro, incitándolo a continuar; pronto lo tuvo dentro, gentilmente esta vez, esperando a que se amoldara a sus formas antes de comenzar a deslizarse adentro y afuera; su garganta, dejando escapar jadeos excitados junto a su oído; su aliento, bañando su cuello...

Alcanzó el clímax una vez más, casi a la par que Caradhar; y esta vez, no se sorprendió.





Se trasladaron al catre para combatir el frío, con los cuerpos entrelazados en el estrecho espacio. Sül reposaba boca abajo, con la vista fija en la pared desnuda; a su lado Caradhar, la cabeza reclinada sobre su brazo flexionado, estudiaba una vez más las cicatrices del Sombra. Ahora que se fijaba con más detenimiento, observó que se trataba de un tatuaje de escarificación bastante viejo; alzo las cejas cuando descubrió que se trataba de una línea continua que comenzaba en una espiral en el lado izquierdo y recorría toda la piel hasta finalizar en el otro costado. No estaba trazada de una sola vez: en algunos lugares se percibían partes ligeramente abultadas, donde el filo había retomado la labor de una sesión anterior. El dotado extendió la palma de la mano sobre la espalda de su compañero y la acarició.



-Ahora me pregunto si me has follado a mí o a mi tatuaje -comentó el Sombra, con ironía.



-Lo habría hecho con o sin él. ¿Todos los Darshi'nai tienen uno?



-Diablos, no... Y tampoco me apasiona que lo encuentres tan arrebatador... Siempre ha sido mi vergüenza. No quería que lo vieras -hundió el rostro en la pequeña almohada.



-¿Por qué? Es hermoso. Es perfecto.



Sül giró la cabeza lentamente y miró a Caradhar por el rabillo del ojo; le costaba creer que hablara en serio, hasta que recordó que el dotado no era aficionado a las bromas. La única explicación era, pues, que hacía gala de un gusto bastante estragado...



-¿Quién te lo hizo? -insistió el pelirrojo.



Sül vaciló; aquellos eran recuerdos que no le gustaba rememorar, pero sintió que debía compartirlos con su compañero. Nunca se lo había contado a nadie.



-Mi neidokesh; "para templar los nervios", decía. Había días que la jodía especialmente en el entrenamiento; entonces me hacía tumbarme boca abajo, sacaba la hoja y comenzaba a cortar. Yo era un crío, pero aun así, no me permitía moverme, ni gritar, ni tan siquiera morder un palo. Los días siguientes, oh, dioses, yo sudaba como un cerdo, me doblaba como un junco, saltaba hasta echar los pulmones por la boca, de puro agotamiento, esperando no cometer ni un solo fallo. Y había días que lo conseguía, vaya que sí; y aun esos días, cuando le venía en gana, sacaba de nuevo la mierda que utilizaba para rajarme y continuaba por donde lo había dejado antes.

"Yo no podía entenderlo: ¿qué estaba haciendo mal? Un día me armé de valor y le pregunté por qué me castigaba también cuando no cometía fallos. Él me miró, compuso esa sonrisa suya que hacía que se te encogieran las pelotas y me dijo, muy tranquilo: "oh, ¿así que crees que esto es un castigo? No has entendido nada." Ese día me hizo tanto daño que grité, y después frotó las heridas con sal.

"Bueno, yo me desmayé del dolor. Lo que sé es que, desde entonces, jamás volví a cuestionarle sobre nada de lo que hacía.

"Ahora entiendo que, sí, lo que estaba haciendo era templar mis nervios. Hay muchas ocasiones en que un Sombra tendrá que hacer de tripas corazón y aguantar lo que le echen, hasta bien pasado el punto de no poder más. Pero... eso no quita que él sea el mayor cabrón que ha pisado esta ciudad.



Caradhar escuchó con atención la historia de su compañero; en cierta forma, le recordaba un poco a sí mismo... Apoyó la mejilla sobre la espalda expuesta bajo él y la besó.



-Qué pena que no te conociera entonces -Sül sonrió amargamente-. Habrías podido borrar las cicatrices.



-¿Destruir algo tan hermoso? Nunca lo habría hecho.



El Sombra giró se nuevo la cabeza. Sabía que no bromeaba, y el pensamiento lo hizo estremecerse. Se encaró con él, serio, privándolo de su diversión del momento.



-¿Y es lo único que te gusta de mí? -le preguntó al dotado.



-Ya te he dicho que no; tenía los ojos puestos en ti desde antes, incluso, de que me dejases ver tu cara.



-Pensaba... bueno, siempre te había visto debajo de Darial... Creí que... mi culo estaría a salvo...



Caradhar frunció el ceño. Dijo, con voz inexpresiva:



-Si quieres acostarte conmigo, así son las cosas; si lo que pretendes es cambiar posiciones, te sugiero que busques a otro.



El elfo pelirrojo se giró, dando la espalda a su compañero. Este no se lo pensó: lo abrazó por detrás y se acurrucó contra él, hundiendo la nariz en sus cabellos.



-¿Eres idiota? -susurró- Yo era virgen por ahí detrás, jodido bastardo: claro que no quiero buscarme a otro.



Caradhar se relajó en sus brazos y se durmió. Sül se pasó mucho tiempo escuchando su respiración; ese sonido reposado podía imponerse sobre la algarabía del exterior que se filtraba a través de los muros.

Llevaba tanto tiempo deseándolo... Casi desde la primera vez que lo viera, en brazos de otro, con aquella mirada fría que transmitía: "es cierto, estás encima de mí, pero aunque tú creas que me posees, yo no le pertenezco a nadie". Sus experiencias sexuales se habían reducido a esporádicos encuentros con elfas en la Zanja; nunca antes se había acostado con otro varón, y nunca pensó que lo haría de aquella manera...

Y, decididamente, nunca se imaginó que lo haría con él. Se había resistido todo lo posible, había intentado mantenerse alejado, ceñirse a su misión...

Ya no había vuelta atrás; había desobedecido la orden más tajante de su neidokesh: no intimar con su protegido. Una falta que podría llegar a costarle muy cara, si era descubierto.

Pero, por el momento, no pensaría en ello. Estrecharía entre sus brazos a su bello compañero; aspiraría su aroma, tan dulce; disfrutaría el tacto de aquella piel perfecta...

Y eso fue lo que hizo. Se permitió, incluso, caer dormido durante unos escasos minutos, abrazado a Caradhar.




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