2012/05/30

EL DON ENCADENADO XXV: Muerte







CUARTA PARTE





XXV: Muerte


Dervharn. La ciudad del Bosque de la Antigua Raza. Más que una ciudad, un hombre que los elfos Silvanos del clan que la habitaba otorgaban a la extensión de enormes y frondosos árboles entre los que habían establecido sus hogares.

Dervharn era una ciudad de tejedores. Y como tal, tenía la estructura y el encanto de un gran telar: docenas y docenas de construcciones, plataformas y cúpulas de fina y resistente madera dispuestas alrededor de los árboles, en sus copas, a sus pies... con kilómetros de pasarelas grandes y elegantes, o bien ligeras y disimuladas entre las ramas que las conectaban entre sí, cruzándose como trama y urdimbre. Las construcciones eran de todo tipo, artísticas y elaboradas, sencillas y funcionales, pero tan similares en tamaño y disposición que era imposible determinar el rango y condición de sus ocupantes, si es que acaso prestaban atención a esas cosas. Imitaban las formas de los árboles en torno a los cuales habían sido levantadas, y a veces con tal maestría que parecían un capricho que la diosa del bosque misma había hecho crecer.

En el centro del telar había un pequeño claro que hacía las veces de lugar de reunión y en el que una poza artificial, construida con piedras grises cubiertas de musgo, estaba siempre llena de agua cristalina del río. Por las noches se reflejaba la luna en ella, y los elfos hacían un alto en el camino para dedicar una oración a la diosa.

Por el sur, este y oeste, los lados del telar se fundían con la vegetación; pero por el norte, una cadena montañosa hacía las veces de frontera natural. Muchos elfos solían caminar furtivamente hasta las faldas de las montañas por senderos que sólo los miembros del clan conocían.

Dervharn era hermosa, como hermoso es un bosque, y tan sutilmente integrada en él que se había hecho una con la naturaleza. ¿Cómo se podía llamar ciudad a algo así? Los Silvanos no lo hacían: era Dervharn sin más, y ellos no eran ciudadanos, sino simples criaturas que habitaban la espesa arboleda. A menudo era difícil distinguirlos cuando se movían con gracilidad sobre las pasarelas con sus ropas verdes, o se ocultaban a hacer guardia entre las ramas y en las plataformas de observación; otras veces destacaban como raras aves exóticas con atuendos de vivos colores, especialmente los días de fiesta.

No se celebraba ningún evento en aquellos días, así que el único elfo a la vista era Caradhar. Estaba sentando frente a la alta y estilizada ventana que se abría junto a la puerta de una de aquellas moradas, construida alrededor de la base de un enorme árbol de hojas verdes y plateadas. De forma circular, y con dos plantas, era la casa más extraña que el joven había visto jamás. La pieza en la que se encontraba hacía las veces de salón, y la habitación contigua parecía ser una cocina, impoluta por la falta de uso. También había un cuartito con una gran tina de madera, aunque el dotado no estaba seguro sobre si se trataba de la bañera o un recipiente para lavar ropa. En la planta superior había un dormitorio de muebles de madera bellamente labrados, estantes con libros y pergaminos y un escritorio. Todo era extraño para él, y hermoso, aunque bastante sencillo comparado con la ostentosa Argailias. No le importaba mucho: a pesar de que había una mesa y sillas, el dotado había elegido sentarse en el suelo, sobre un cojín. Habían dispuesto para él una fuente enorme con frutas y semillas y una jarra de agua, pero ni siquiera estaba hambriento.

Habían tardado tres días en cabalgar hasta allí. Era sorprendente pensar que a sólo tres días de la mayor ciudad élfica se encontraba un lugar que los suyos desconocían, y así había sido durante cientos de años... Nadie se aventuraba en el laberinto que era el bosque de la Antigua Raza, y si alguien osaba hacerlo era incapaz de encontrar sus caminos ocultos; debía volver a salir, desconcertado, o no hacerlo jamás. El clan de Dervharn ponía buen cuidado en ello, y su mejor aliado era el bosque mismo. Caradhar habría sido incapaz de desandar la senda que los había conducido hasta allí, y se había quedado impresionado cuando habían desmontado y las primeras construcciones habían aparecido ante sus ojos. Pero estaba cansado y taciturno, y nada satisfecho ante la idea de tener que hablar con nadie en aquel momento.

Y curiosamente Ulmeh lo había conducido a aquella casa y lo había dejado solo. En paz. El dotado no había esperado aquel recibimiento, pero estaba agradecido.

Era tan extraño... Recordaba que al salir de Argailias se había sentido extraordinariamente furioso y defraudado. No podía creer que Sül se hubiera encargado de que mataran a alguien que le había salvado la vida...¿tan enfermizo era su afán de poseerlo? Incluso aquella noche, en su refugio de la Zanja, cuando lo había tomado de una forma que no era muy distinta a como lo había hecho Darial, había sido capaz de aceptarlo; pero aquello...

Y no obstante, al salir de la ciudad se había calmado visiblemente. Y los días que habían pasado en el camino habían servido para enfriar sus ánimos por completo. Ya no estaba enfadado, pero seguía decepcionado, como no lo había estado nunca desde que conociera al Sombra. Deseaba estar solo, igual que aquellos años en los que se había recluido en Therendanar. Dudaba que las cosas fueran tan sencillas como lo habían sido entonces, pero el comienzo era prometedor.

Un suave crujido llamó su atención. Las cabecitas de dos niños elfos asomaron tímidamente por la ventana, un chiquillo alto y delgado y una niña algo más pequeña. Ambos lo miraron con curiosidad, sobre todo la pequeña, cuyos labios rosados se abrieron en una mueca de admiración; pero al cabo de unos instantes, la admiración se trocó en sorpresa. La niña elfa murmuró unas palabras a su compañero, en una lengua que el dotado no comprendía, y ambos desaparecieron de la vista.

No fueron los únicos. Más niños espiaron por la ventana, ya fuera apoyándose descaradamente sobre el alféizar o desde una distancia prudencial. Caradhar comenzaba a sentirse contrariado, aunque también asombrado, por el número de niños que parecían vivir allí: en Argailias no solían verse tantos. Y todos lo miraban con curiosidad, bastantes con admiración, y al final, con un cierto temor. Aquellas palabras que la primera niña elfa había pronunciado tuvo ocasión de oírlas más veces. Cuando se cansó de ser el espectáculo del día, se levantó y cerró las contraventanas. Volvió a su posición sobre el cojín, aunque esta vez se tendió sobre su espalda y se quedó dormido.

Lo despertó el sonido de unos golpes en la puerta. El dotado se incorporó, aún ligeramente somnoliento, y vio cómo esta se abría y dejaba pasar la luz de la mañana. Había dormido parte de la tarde anterior y toda la noche. Tras la luz entró un elfo: Vira...

Pero no, no era Vira. No era tan alto, y decididamente era de complexión más ligera. Vestía una sencilla túnica gris, y era difícil imaginarse al descarado elfo que había conocido en Argailias llevando algo tan discreto. Pero su rostro, su largo cabello, que llevaba suelto sobre la espalda, sus ojos... eran tan parecidos que era demasiado fácil confundirlos. Aunque la expresión de aquel semblante era muy diferente, calmada y tranquilizadora, y su sonrisa era suave.

De la misma manera que el dotado estudió al recién llegado, este lo estudió a él, aunque a diferencia de los niños, la apariencia de su rostro no dejó de ser serena y complacida. Llevaba una gran cesta que dejó en el suelo; recordando sus modales, el Silvano inclinó la cabeza.



-No puedes imaginar cuánto me alegra conocerte al fin -dijo en la lengua de Argailias, con un acento bastante más marcado que el de los otros elfos-. Por tu rostro veo que te recuerdo a alguien: soy Lioges, y Vira es mi hermano más joven. Estoy a tu servicio, y te ofrezco mis disculpas por cualquier inconveniencia que mi hermano haya podido decir o hacer. Y no dudo que lo habrá hecho... -la sonrisa se volvió más amplia- He decidido dejarte descansar, pero a estas horas debes estar hambriento. Si me acompañas, te serviré el desayuno.



Recogiendo la cesta, el elfo se encaminó a la cocina. Caradhar lo siguió, confuso, aunque ciertamente tenía el estómago vacío. El Silvano llamado Lioges le señaló una silla y se ocupó en preparar los alimentos que había traído en la cesta: leche, pan, miel, frutas y un pastel de aspecto inmejorable. Él mismo se había preocupado de que así fuera, ya que sabía que sería la apariencia, y no el sabor, lo que incitaría al dotado a comerlo... Se sentó frente a él y compartió la comida de buena gana, sin que el silencio pareciera incomodarlo; de hecho, parecía satisfecho con observar a su pelirrojo compañero y no esquivaba la mirada intensa de sus ojos rojos.



-Supongo que ahora tendrás preguntas -dijo, una vez que ambos se quedaron satisfechos-. Aunque yo tengo una: ¿siempre duermes en el suelo? Mi cama no es digna de un príncipe, pero es bastante más cómoda.



-¿Tu cama?



-Esta es mi casa... a ratos. La mayor parte del tiempo me alojo en los dormitorios de la biblioteca. Pensamos que querrías algo de privacidad, y como voy a ser tu guía en estos días, me pareció adecuado ofrecértela hasta que decidas si deseas un sitio mejor para vivir. Lo lamento si el lugar es demasiado simple: vengo poco, y no necesito mucho. No tengo muchos libros en tu lengua, pero están a tu disposición, y yo puedo ayudarte con el resto.



-Yo tampoco necesito más, gracias... -Caradhar siguió mirándolo- Así que eres hermano de Vira... Sois muy parecidos, pero al mismo tiempo...



-... No nos parecemos en nada: lo sé. Hemos tomado caminos bastante diferentes. Salvo en una cosa: yo también he seguido con atención sus progresos durante estos años, aunque no haya podido hacerlo en Argailias puesto que mis deberes me retenían aquí. Doy gracias a los dioses porque te han encontrado; y el agradecimiento es mucho mayor por tenerte entre nosotros... Aunque más lejano, también eres pariente mío, y los lazos de sangre son muy importantes en nuestra cultura; no pretendo que eso pese en la opinión que te formes de mí, de Dervharn: prefiero que hablen nuestras acciones, y que lleguemos a inspirarte confianza.



-¿Eres un... cómo lo llamáis... tejedor?



-Sí.



-¿También eres telépata?



-Apenas: soy un empático, igual que Vira, aunque él descuidó el desarrollo de esos talentos y se centró en los de combate. Pero mi especialidad, que me retiene aquí, es otra: soy un sanador. Como lo era... tu abuela -sonrió-. Como lo eres tú.



-¿Y cuál es la diferencia de utilizar la magia para la curación?



-Que yo no tengo que derramar mi sangre; pero tengo que estar consciente para usarla, así que tu Don tiene sus propias ventajas.



Antes de que Lioges pudiera reaccionar, el dotado echó mano de un cuchillo y se hirió la mano izquierda. El corte se cerró automáticamente, y Caradhar pareció contrariado: nunca era tan rápido... Volvió a repetir la operación, pero concentrándose intensamente esta vez para que la herida no se curara, y le tendió el brazo a su compañero, con curiosidad. El Silvano lo miró con seriedad, pero extendió su propia mano y, sin tocar la del joven, la colocó sobre la herida. Caradhar sintió un suave cosquilleo y contempló cómo el corte se cerraba al instante... El sanador tomó la mano esta vez, agarró un paño limpio y lo pasó por la piel totalmente restaurada. El dotado lo miró, sus labios entreabiertos delatando su sorpresa ante una habilidad que nunca había visto antes: ni siquiera había tenido que tocarlo para...



-Preferiría que no hicieras eso... No me gusta que te hieras sin necesidad.



-Lo he hecho cientos de veces, no es importante. Sólo quería ver...



-Sí lo es. Ya has sufrido suficiente dolor en tu vida. Te prometo que te enseñaré en profundidad cómo funciona mi talento a la primera oportunidad que tenga, pero no así -su tono se volvió más alegre cuando anunció:- ¿Qué tal un paseo? No tienes que conocer a nadie aún, si no lo deseas. Tan sólo te mostraré el lugar, y creo que te gustará. Pero antes, puedes tomar un baño y cambiarte de ropas; yo esperaré arriba.



Así pues, la tina era para su propio aseo... Caradhar se dio su primer baño decente en varios días, vistió aquellas ropas finas de color verde claro y se reunió con su guía.

Fue entonces cuando comenzó a familiarizarse con Dervharn, con sus extrañas casas de madera, con sus interminables pasarelas. La luz se filtraba a través de las copas de los árboles y el efecto de la claridad y las sombras era muy hermoso, casi irreal. Los elfos se mostraban discretos y respetuosos, aunque eran inevitables las miradas curiosas al extranjero de sangre mezclada y de cabellos como el fuego... Y de nuevo los niños, docenas de ellos. El dotado se sintió de nuevo estudiado por numerosos y pequeños ojos.



-Lioges, ¿qué significa... -el joven trató de hacer memoria- ... "carhovall nasharah, iexu desharah"?



-¿Dónde has oído eso? -el Silvano lo miró con el ceño ligeramente fruncido.



-Los niños lo repetían. Supongo que es algo sobre mí.



-Es una tontería sin importancia, cosas de críos. Ven, te enseñaré la biblioteca. Aquí podrás consultar todo lo que quieras sobre nuestra historia y sobre el Telar, y los bibliotecarios también hablan la lengua de Argailias.



El edificio de la biblioteca era en verdad impresionante: el único, de hecho, que destacaba sobre todos los demás, porque era una gigantesca espiral que rodeaba a un árbol inmenso, varias veces centenario. Las plantas bajas eran sencillos alojamientos, como había afirmado Lioges, pero a medida que subían más y más, se sucedían los niveles con cientos de tomos y rollos que se apilaban ordenadamente en los estantes de madera labrada. Y todos ellos contenían un saber que hacía demasiado tiempo que se había perdido en su ciudad.

Una elfa se acercó a Lioges y susurró algo; el Silvano se disculpó, pues debía atender una pierna rota. Caradhar lo siguió, deseoso de ver más de aquella magia en acción, y tuvo ocasión de contemplar cómo se alineaban los huesos y se curaban las heridas de un niño de pocos años... Era sorprendente.

Mientras el sanador consolaba al pequeño, el dotado se percató de que uno de los bibliotecarios lo miraba con una mezcla de curiosidad y respeto. Inclinó la cabeza a modo de saludo y el elfo lo imitó, tras varios segundos en los que no supo reaccionar ante la repentina atención que había suscitado en aquel extraño de la ciudad.



-¿Habla mi idioma? -el elfo asintió- ¿Podría traducir algo para mí?



El joven repitió lo que había oído. El bibliotecario parecía demasiado confuso para hablar, pero al final se las arregló para decir, tragando saliva:



-"Fuego por fuera, hielo por dentro".



Como Lioges estaba volviendo en aquel momento, pudo oír la última frase y recibir la mirada vacía del pelirrojo. Compuso una sonrisa despreocupada, pero mientras se alejaban él mismo lanzó al bibliotecario una mirada que nada tenía de amable.



Aquella noche había luna llena. Lioges guió al dotado a la poza del claro y le mostró el blanco y redondo reflejo en la superficie del agua; daba la impresión de que un espejo había capturado una copia exacta del cuerpo celeste y la había encerrado en su fría e inalcanzable profundidad. El sanador musitó una oración a la diosa; Caradhar nunca había sido devoto, así que se contentó con mirar la inspiradora imagen. Aquella luz en medio de la oscuridad le evocó un día especial, un día que parecía tan lejano... Él, en lo alto de una torre, ante la cúpula encendida del Palacio de las Cuarenta y Nueve Lunas... oscuridad... agua, aunque aquel día había sido la lluvia... Inconscientemente alargó la mano y sumergió la punta de los dedos, como si tratara realmente de tocar el círculo brillante. La sedosa superficie tembló...

Lioges miró de reojo a su compañero, que, con los labios separados, parecía abstraído en contemplar el reflejo argentino. Se preguntó qué estaría pensando entonces; sabía que era algo agradable, porque en la mente del joven se había aposentado un sentimiento placentero que antes no estaba ahí... un sentimiento que encendía sus bellas facciones de una manera tal que no necesitaba ser empático para percibirlo. Pero tal como vino, se fue: la mirada roja se volvió de nuevo tan fría como aquel agua, y el dotado juntó los labios de golpe mientras se secaba los dedos mojados en la ropa. Afirmó que estaba cansado y Lioges lo acompañó de vuelta a su casa.







"... Pero nadie supo explicar por qué la alquimia fue como un veneno capaz de matar a la magia. Tal vez, dijeron algunos sabios, porque la magia es un regalo de los dioses; y los dioses miran con excesivo celo los regalos que graciosamente entregan..."



Caradhar dejó de leer y reclinó la cabeza sobre el marco de la ventana ante la que estaba sentado. Había subido hasta uno de los pisos superiores de la biblioteca, y la vista era increíble: una mar verde de copas de árboles se extendía ante sus ojos. El verano había llegado y la luz allí arriba era tan brillante que de las ventanas colgaban finas cortinas para atenuarla.

Con la ayuda de Lioges, uno de los bibliotecarios y un tratado sobre la lengua de Argailias y la de los Silvanos, el dotado había comenzado a leer algunos libros. Era casi como una de esas leyendas que había oído de niño en el laboratorio de Casa Llia'res: el origen de los tejedores, el de los alquimistas, la Gran Blasfemia... Nunca habría creído lo que decían aquellos libros, de no ser porque lo había visto con sus propios ojos. Los tejedores no usaban sus talentos sin necesidad, pero Lioges se había ocupado de que el joven pelirrojo asistiera a los entrenamientos de los más jóvenes y observara, maravillado, las habilidades de telépatas, ilusionistas, sanadores, telequinéticos... La magia de combate no estaba tan extendida como todas las demás, y era practicada más en secreto, así que Caradhar no tuvo muchas ocasiones de verla en acción. Curiosamente no encontró a nadie que la practicara como Vira. Lioges comentó que su hermano era único en varios aspectos y después suspiró, sin que el dotado se decidiera a preguntar a qué se refería.

Conoció a Padre, el elfo que había estado a cargo de todo lo relacionado con la búsqueda de Neharall en Argailias. Era un pariente cercano de su abuela que se había ganado su apelativo por la posición de figura protectora que ocupaba en el clan, y estaba henchido de satisfacción por la vuelta del dotado, como él decía, a sus raíces. El hecho de que Dainhaya no hubiera regresado también parecía haber velado ligeramente su alegría: consideraba responsabilidad suya aplacar la irritación del prometido de la joven, que llevaba varios años aguardándola... De Vira, no obstante, no parecía decir ni una palabra.

Solía acudir a menudo a conferenciar con Lioges, y aunque lo hacían en su propia lengua, el pelirrojo sabía que el tema principal de conversación era él mismo. Padre parecía estar impaciente, y Lioges respondía con más impaciencia aún, cosa rara en él, porque el dotado nunca había conocido a un elfo más comedido que él.

El sanador se había convertido en su mentor, aparte de su guía, de una manera sutil y modesta. Apenas revelaba detalles sobre sí mismo, aunque obviamente era un pilar de la comunidad. El joven sentía cierta curiosidad, pero nunca parecía reunir la energía suficiente para hacer preguntas.

Un soplo de aire movió la cortina, que rozó ligeramente la mejilla de Caradhar; aquello lo sacó de su ensimismamiento y lo hizo reanudar la lectura. Desgraciadamente la fina tela continuó haciendo de las suyas e interponiéndose entre él y las páginas. Era extraño... fuera no se movía ni una hoja. El dotado decidió ignorar la ligera molestia y concentrarse en lo que tenía entre manos, pero le fue imposible cuando aquel tejido envolvió completamente su rostro... Dejó caer el libro, y una risita llamó su atención mientras se apartaba la cortina de la cara.

Una elfa lo miraba, divertida, desde detrás del anaquel de libros que lo ocultaba de la vista. Era menuda y hermosa, como Dainhaya, aunque no sólo sus ojos, sino también su cabello, tenían aquella marca de color corinto que parecía ser característica de su clan. También parecía más joven, especialmente con aquellas ropas masculinas que vestía, y decididamente, más risueña. Caradhar la miró con un ligero fastidio.



-¿Eres tú quien está haciendo esto?



-Sí, para ver si sonreías... ¡pero he fallado miserablemente! -dijo ella, con un mohín de frustración bien simulada- ¿Para qué te vale una cara tan bonita si tiene la misma movilidad que la corteza de un roble...?



-Para nada, supongo... Ve a mirar cortezas de roble, pues. Al menos a ellas no las molestarás -replicó él, tomando de nuevo el libro.



-¡Oh, vamos...! -ella puso los brazos en jarras-. Si un elfo de por aquí recibiera un cumplido de una chica, como mínimo estaría bendiciendo su suerte de rodillas...



-¿Y por qué no gastas tus cumplidos en ellos?



-Porque ellos no son un dotado de fuera del bosque, por supuesto -dijo con franqueza-. Me moría de ganas por verte de cerca... Te llamas Caradhar, ¿sí? -él no respondió, pero eso no pareció amilanarla- Yo soy Mirtuillë. ¿Qué estás leyendo?



La joven se acercó y descaradamente levantó la cubierta del libro que el dotado sostenía en sus manos, quien levantó las cejas con expresión impaciente.



-¿"Del Origen de la Alquimia?" Venerable diosa, ¿no encontraste un libro más tedioso que ese? ¡Lo dudo mucho! -como el siguió sin responder, ella resopló- Oh, vamos: ahora hacéis perfecto juego, tu libro y tú. ¿Por qué no dejas eso y me cuentas cosas de Argailias? Nunca he tenido la oportunidad de ir, aunque me habría encantado... ¿por favor?



El libro se alzó de las manos del pelirrojo, se cerró y se posó ruidosamente a su lado. Él siguió el movimiento y después lanzó una fría mirada a la joven elfa. Pero ella continuó sonriendo, sin azorarse, y se acercó aún más a él.



-¿Has comenzado a tejer? Padre dice que...



-Mirtuillë...



Ambos jóvenes se volvieron hacia Lioges, que contemplaba a la elfa con reprobación. Ella resopló de nuevo.



-Lio, molestas. Estaba conociendo a Caradhar mejor. Tarde o temprano haré que se rinda y hable, aunque sólo sea por aburrimiento...



-Mirtuillë, eres tú la que se está comportado impropiamente, hablando de cosas que no...



-¿Eso es lo que se espera ahora de mí? -interrumpió Caradhar- ¿Que sea capaz de utilizar magia? Ya le dije a tus compañeros que yo no tengo ningún talento...



-Sí que lo tienes -afirmó ella con vehemencia-. Eres como una versión descontrolada de Vira. Si quisieras...



-Mirtuillë, ya basta -zanjó Lioges, esta vez muy serio-. Deja de comportarte como una niña; además, acabo de ver a tu maestro abajo y me ha dicho que lleva dos horas buscándote. Tu madre me encomendó que, si te sorprendía saltándote las clases...



-Está bien, está bien... Bah, ¿por qué no serás como tu hermano? -refunfuñó ella- Él sí que sabe tratar a una chica, lo que no deja de tener gracia, considerando que...



La joven calló de golpe, ante la mirada del sanador. Se encogió de hombros y se volvió hacia el dotado.



-Bueno, continuaremos en otra ocasión... cuando mi Señor Aguafiestas no esté por aquí y yo me canse de mirar cortezas de roble. Hasta la próxima, Caradhar... Adiós, mi Señor Aguafiestas...



La muchacha se esfumó escaleras abajo. Lioges sonrió al joven apologéticamente.



-Los jóvenes de Dervharn son mucho más... exuberantes que a lo que estás acostumbrado, supongo... Escucha, Caradhar: no debes pensar que esperan nada de ti: tú...



-Todo el mundo ha esperado siempre algo de mí, Lioges -lo cortó el dotado, con voz fría-. Sé que tus intenciones son buenas, pero puedes ahorrare las palabras conciliadoras. Aunque te repito que yo no soy como los tuyos: no soy un tejedor.



Lioges lo miró fijamente. Parecía estar sopesando algo.



-El guía de nuestro clan desea conocerte, si te parece bien, y hay algo que quiere mostrarte. Aunque es un viaje incómodo que dura varios días, creo que no te arrepentirás. ¿Aceptarás que te lleve ante él?



Caradhar asintió, sin especial entusiasmo. Lioges se mostró satisfecho, aunque estaba preocupado: el muchacho parecía estar apagándose poco a poco... Y el sanador sospechaba que indirectamente se debía justo a aquello que él negaba que poseyera: la magia pura, sin tejer, que corría por sus venas.







Varios días más tarde el dotado emprendió el viaje, guiado por Lioges. Cabalgaron hasta las montañas al norte de Dervharn, pero una vez al pie de las mismas hubieron de abandonar los caballos y continuar andando. La ruta, según le explicó el sanador, discurría por cavernas bajo las mismas montañas. Había sido acondicionada e iluminada a lo largo de los años, pero la ausencia de aire fresco y luz natural podía resultar asfixiante.

No lo era para el pelirrojo, después de haber vivido durante años en Therendanar; extrañamente, su cuerpo, si no su ánimo, se sentía mejor que nunca en aquellos pasadizos excavados en la roca. Se preguntaba qué empujaba al líder de una comunidad como aquella, que vivía entre los árboles, a sepultarse literalmente bajo toneladas de piedra... Probablemente podría preguntárselo directamente a él, pensaba. Lioges se comportaba de manera diferente, interesándose a cada momento por cómo se encontraba; en dos o tres ocasiones lo había pillado observándolo fijamente, cuando creía que no se daba cuenta.

Se encontraron algunos guardias en el camino, aunque en ninguna ocasión les dieron el alto. Parecían saber que se trataba del sanador incluso antes de ponerle la vista encima; tal vez fuera así... En todos los casos las miradas fueron para el dotado. Caradhar se sentía mareado cada vez que uno de aquellos Silvanos lo estudiaba: su cabeza zumbaba, como si aquellos ojos extraños estuvieran taladrándolo hasta el interior mismo de su cráneo. La mayoría de la veces podía leer en sus rostros, o eso creía, la curiosidad, la admiración, el desconcierto. Pero el dotado nunca había sido bueno interpretando emociones. Era una sensación nueva para él y le estaba resultando mentalmente agotadora.

Finalmente, el pasillo desembocó en una amplia caverna llena de luces que casi cegó al joven elfo. Había más Silvanos por allí; más, de hecho, de los que esperaba encontrar. Los saludaron con deferencia, y uno de ellos los condujo a un apartado en el que pudieron asearse. Lo cierto es que el dotado, en aquel punto, no se encontraba nada bien: su cuerpo estaba pletórico pero la cabeza parecía a punto de estallarle, pues el zumbido se había transformado en una colmena de abejas furiosas. Se dejó caer contra una pared de roca, respirando entrecortadamente, tratando de encontrar un ritmo que le permitiera relajarse.

Lioges reaccionó con presteza: tomó al joven por las sienes y, obligándolo a que lo mirara a los ojos, comenzó a susurrar palabras tranquilizadoras... Caradhar ya no estaba seguro, siquiera, de si aquellas palabras procedían de sus labios o resonaban directamente en su mente, pero el hecho es que tuvieron el efecto de un sedante, de manos que cubrieron sus oídos, de un algodón que envolvió cuidadosamente sus pensamientos y los aisló de aquel rugido ensordecedor.



-Lioges... ¿qué me has hecho? ¿Qué... qué me pasa? -el elfo temblaba. El sanador reclinó su frente contra la de él y apartó algunos cabellos rojos.



-Shhh... ahora está bien... Es este lugar, Caradhar... aquí, la magia fluye más poderosa que en ningún otro. Tu cuerpo lo sabe, y tu cabeza intenta canalizar la energía que posees, pero no sabe cómo hacerlo.



-No me gusta... es como si algo intentara salir...



-Tranquilo... mis habilidades telepáticas son muy pobres, pero puedo ayudarte a escudar tu mente para que nada intente salir, ni entrar. Mantente cerca de mí. Te conduciré hasta nuestro guía.



Con cierta reluctancia, Lioges se separo de su joven compañero. Las cavernas también lo afectaban a él, como si su propia magia cruda se acumulara tan rápido que su cuerpo no diera abasto para tejerla. Pero Caradhar era como un recipiente capaz de contener todo aquel el exceso, y la energía del sanador se derramaba en construir una vaina que protegiera al dotado de su propio desbordamiento, trayendo paz a ambos. No resultaba fácil despegarse de él.

Guió al muchacho a través de los túneles. Caradhar observó que aquí y allá fluían regueros de aguas subterráneas, de un curioso color rosado. Pero, a medida que avanzaban, en color se intensificada cada vez más, hasta que...

El dotado contuvo la respiración. La más impresionante caverna se extendía ante sus ojos, centelleando bajo la luz de multitud de antorchas; en el centro había una laguna, alimentada sin duda por un acuífero: y era del color del vino, el más intenso color corinto que podía imaginarse. Era como asomarse a una gigantesca versión de los ojos de su compañero. Diseminadas por su fondo, en los bordes y en las paredes, había rocas translúcidas de la misma tonalidad, que eran las que dotaban de aquel increíble centelleo a la caverna; en el centro, sobresaliendo del agua, había una más de aquellas rocas, aunque gigantesca, y junto a ella, un elfo arrodillado. Sólo se distinguían sus cabellos castaños y sus ropas verde oscuro, pero al notar que estaban allí se levantó y se volvió hacia ellos, haciéndoles señas para que se acercaran.



-No temas -dijo Lioges-. No es muy profundo, y es una bendición entrar en el agua.



Y diciendo esto se despojó de sus botas y caminó hasta el otro elfo, con el agua cubriéndolo hasta las rodillas. Caradhar lo imitó.

Aquel desconocido palmeó ligeramente el hombro de Lioges y luego se volvió hacia el joven, y sus ojos de idéntico color a todo lo que lo rodeaba lo miraron como si pudieran traspasarlo hasta su centro mismo. Extendió los brazos y gentilmente posó las manos en los hombros del pelirrojo, y lo atrajo hacia sí.



-No quiero abrumarte, joven Caradhar, pero he esperado conocerte durante largos años, desde antes de saber siquiera que existías; y hoy me siento feliz de que se cumpla el deseo de mi corazón. Mi nombre es Savhran, y Dervharn me hace la merced de llamarme su guía, aunque no soy más que uno entre muchos. Sé que nada en tu vida te ha preparado para reconocer tu posición en el Telar, y puede que aún no estés listo, pero tengo algo que enseñarte -el elfo colocó su mano, con gran veneración, sobre la enorme roca translúcida que descansaba en el agua-. Contempla, Caradhar, la fuente de toda la magia, tal y como nos fue ofrecida por los dioses en tiempos que nadie recuerda.



El dotado observó la roca, y algo captó su atención, obligándolo a acercarse más. Se inclinó hasta que sus ojos casi acariciaban el frío mineral... y lanzó un grito ahogado.

Dentro de la roca, en posición horizontal, descansaba el cuerpo desnudo de una muchacha. No podía decir si se trataba de una elfa o una humana, pues poseía rasgos de ambas especies, pero era hermosa, y su rostro sereno mostraba una expresión de paz. Parecía dormida, congelada en un enorme trozo de hielo de color corinto...



-¿Esta... está muerta? -preguntó Caradhar, cautivado por la visión.



-Nadie sabe gran cosa, hijo mío. Excepto que ha estado en este lugar tal vez desde antes de que nosotros llegáramos, y que los dioses la depositaron aquí por razones que sólo ellos conocen. Ella es la que tiñe el agua, la que marca a algunos de nosotros con el color de su magia, la que nos confiere sus talentos. Estuvo muda durante mucho tiempo, ahogada por el veneno de la alquimia, pero una vez que fue capaz de lavar su corrupción volvió a cantar en nuestra sangre. Y no es la única: sabemos que hay otras rocas como esta custodiadas en lugares lejanos. Pero este es nuestro santuario, Caradhar, lo que nosotros protegemos y lo que nos protege a nosotros. Y también a ti.



El dotado no podía dejar de mirar a aquel ser, atrapado como un insecto en el ámbar dentro de un sarcófago trasparente . Muerta, pero a la vez viva... ¿Un regalo de los dioses? ¿Una diosa, ella misma? ¿Uno de los espíritus que los sirven? Los eruditos de los Silvanos no habían sido capaces de descubrirlo en cientos de años...¿cómo iba a hacerlo él? Pero allí estaba, y en su presencia sentía la sangre fluir en sus venas de otra manera, como si quisiera escapar de ellas, como si a la vaina que Lioges tejiera a su alrededor hubiera que añadir capas y más capas para ser capaz de contener lo que había dentro de él.

El guía miró a su espalda y sonrió. Caradhar se volvió: una joven elfa había surgido desde uno de los túneles que desembocaban en aquel lugar, y los miraba desde el borde del agua.



-Es mi hija; viene a velar conmigo mientras su madre se encuentra fuera -afirmó Savhran-. Hija mía, ven...



Y entonces apareció. Seguramente desde el mismo túnel que la elfa, porque estaba a su espalda: una abominación. Caradhar se alarmó y gritó a la joven que se apartara; sus ojos buscaron los de Sül... pero el Sombra no estaba allí. No podía estarlo... Echó mano de su puñal y ya se disponía a saltar cuando Lioges lo tomó por el brazo; estaba muy calmado, y parte de esa serenidad se derramó dentro de él. ¿Por qué...?

La abominación se acercó a la muchacha, gruñendo por lo bajo. Ella la miró sin mostrar ninguna reacción, una sonrisa arqueando sus labios. La criatura pasó casi rozándola y caminó hasta el agua, hundió las fauces en ella y bebió, muy mansamente...

El dotado se había quedado petrificado en el sitio. Lioges tomó el puñal de su mano y volvió a guardarlo en su vaina, sin hacer ningún comentario.



-Pero... -balbuceó el pelirrojo- ¿por qué no nos ataca?



-¿Por qué habría de hacerlo, Caradhar? Sabes lo que son, lo que las creó. Eran seres con el talento que la alquimia torturó y corrompió hace mucho tiempo. Este lugar las atrae, las calma, las reconcilia con lo que fueron. ¿Sabes dónde estamos? En las entrañas de Ummankor.



Las entrañas de Ummankor... La fuente de la magia se hallaba en aquel lugar maldito que los alquimistas codiciaban, y por el que elfos y humanos peleaban. Las abominaciones no se congregaban allí para esconderse, sino para intentar aliviar el dolor que sentían. Y la alquimia había estado nutriéndose, durante cientos de años, de la energía que había intentado destruir...



-¿Y por qué... por qué atacan a los elfos de la superficie? ¿Por qué me atacaron a mí?



-No atacan por placer: defienden su hogar de los invasores. En cuanto a aquello, ¿estás seguro de que te atacaron? ¿Te causaron algún daño, Caradhar?



-No... Lo cierto es que... intentó tirar de mí. Creí que pretendía arrastrarme a su cubil...



-Olió nuestra sangre; sólo pretendía llevarte con los tuyos -intervino Savhran, sonriendo-. No hay nada que temer.



La criatura volvió sus ojos lechosos al grupo de elfos que se alzaba en el centro de la laguna y caminó hacia ellos. Al llegar junto al guía, este lo acarició gentilmente. La abominación olisqueó entonces a Lioges, y luego miró a Caradhar. El dotado la observó aproximarse, rígido: ya había visto a una de cerca y no guardaba un buen recuerdo. Su gente las había temido desde siempre; y ahora...

El sanador puso una mano protectora sobre el hombro del joven, pero no se movió. La abominación olfateó al pelirrojo: aquel parecía ser un olor nuevo para ella. Pero una vez que hubo terminado, satisfecha, hundió el morro contra su pierna y se tendió a sus pies. El joven no se atrevía a mover un músculo. Aquel ser se levantó, finalmente, y se alejó por donde había venido.



-Sientes la energía, ¿verdad? -preguntó Lioges- No puedo parar de tejer para contener la que se desborda de ti. En ningún lugar es tan fuerte como aquí. Déjame mostrarte algo más; pero tienes que confiar en mi.



El sanador tomó una de las antorchas, tiró de la manga del dotado, para liberar su antebrazo, y acercó el fuego a su mano.



-Trae tu mano, no tengas miedo.



Caradhar lo miró, con el ceño fruncido, pero hizo lo que le pedía. Notó el calor del fuego bañando su piel, cada vez más intenso. El elfo aproximó aún más la antorcha; en aquel punto, ya debería estar sintiendo alguna molestia... Cuando se dio cuenta, las llamas lamían sus dedos, y el joven contempló, hipnotizado, el velo naranja que rodeaba su piel sin quemarla. Ahora, su mano estaba en el corazón del fuego. No sentía dolor, pero sí un intenso hormigueo, como el que lo recorría cada vez que sus heridas se cerraban, solo que cien, mil veces más fuerte... Como si su piel recompusiera el daño a la vez que lo recibía, como si lo hiciera antes, incluso, de recibirlo...





(Lioges, sonó la voz del guía en su mente, ¿por qué no puede comenzar a tejer?)

(¿Has mirado dentro de él, Savhran? Debe ser un telépata, o un empático, o ambos; si tuviera otro tipo de talento, no me cabe duda de que ya lo habría dejado fluir, pero justo esos...)

(No posee empatía... No puede conectar con los sentimientos de las personas de manera natural; sin esa conexión, es imposible que pueda canalizar su energía. Estar aquí le resulta doloroso.)

(Así es. Pugna por salir, pero no encuentra una puerta. Debo emplearme a fondo para aislarlo de las otras mentes.)

(¿No puedes hacer nada? Dices que no tiene sentido del olfato, ¿verdad? El olor es importante: nos acerca inconscientemente a los demás, a un nivel íntimo y básico que sólo los animales son capaces de utilizar en todo lo que vale, pero del que también nosotros dependemos. Tal vez, si pudieras restaurar esa parte...)

(Eso escapa mis habilidades. Físicamente está sano; es un dotado, después de todo. Para sanar algo que está en su cabeza sólo podemos confiarnos al talento de tu esposa.)

(Y ella está lejos y aún tardará en regresar...)

(Cuidaré de él hasta que lo haga, Savhran. Sólo espero que no decida alejarse de nosotros mientras tanto.)

(Debes hacer lo que puedas para impedírselo, Lioges. Utiliza tu talento si es necesario, o nunca será libre.)





-Este es el don de los dioses, Caradhar, aquello por lo que luchamos -dijo el guía, con voz suave-; aquello a lo que hemos consagrado nuestra existencia, para restaurar el Telar tal y como fue. Bebemos de ello, y su semilla está en nosotros, y sería injusto y cruel que no nos ocupásemos de esparcirla. Por eso vivimos de esta manera, hijo mío.

"También está en ti, mucho más fuerte y puro de lo que crees. Sé que es mucho lo que te pido, pero si puedes considerar siquiera la posibilidad de compartir tu sangre con nosotros... -el elfo volvió a posar la mano sobre el la roca donde la figura descansaba- los dioses nos bendecirán a todos.







Caradhar no dijo una palabra en el camino de vuelta a Dervharn. Estaba demasiado confuso después de todo lo que había visto, y la sensación en su cuerpo había sido tan enervante que le había dejado algunas secuelas. Lioges lo miraba, preocupado, aunque sabía que no había nada que pudiera decir por entonces, porque el joven necesitaba meditar.

Una vez que estuvieron de regreso, Caradhar cayó dormido sin apenas probar bocado. Lioges decidió quedarse en su casa en vez de regresar a su alojamiento de la biblioteca; estaba cansado, pero no podía dormir. Subió quedamente los escalones que conducían a su dormitorio para tomar un libro y echó un vistazo a la forma que descansaba sobre su cama. Sólo se oía su respiración, ligeramente agitada: el joven debía estar soñando.

Le resultaba relajante mirarlo; era cierto lo que decían los niños, que era como fuego por fuera y hielo por dentro, y su mente parecía robar todo el calor. Pero, de alguna forma, aquella experiencia de compartir su energía con él le había resultado plena, satisfactoria, como si alguna especie de equilibrio se hubiera restablecido y hubiera puesto las cosas en su sitio, donde debían estar. ¿Qué tipo de sentimiento era aquel? ¿Fraternal? ¿Paternal? Pero él nunca había necesitado confortar a Vira, a pesar de las circunstancias y la forma de ser de su hermano. Y en cuanto a sus hijos, es cierto que nunca pasaba con ellos el tiempo suficiente como para tener que ejercer de protector... ¿Afectivo? Pensó en la madre de sus hijos, la talentosa elfa con la que Padre lo había emparejado hacía tiempo. No se veían mucho, porque ella vivía con su propio clan. Era bella, ciertamente; la admiraba y la respetaba. Le había dado placer, incluso. Pero nunca había ido más allá, y ella era demasiado fuerte para depender de él.

Ya no sabía qué pensar, porque la última posibilidad iba contra la naturaleza, y él no era como su hermano. Él siempre había cumplido con su deber, se había emparejado cuando le había llegado la hora, había dado hijos a su compañera. El mismo Caradhar tenía un hijo, ¿no era cierto? Y no obstante, ¿no era un hecho que su amante había sido un varón? ¿Que compartía los mismos impulsos contra natura que Vira? ¿Pudiera ser que él, Lioges, sintiera atracción por otro elfo?

No, era imposible... No importa lo hermoso que fuera, con aquel cabello y aquellos ojos tan llamativos. Sin duda debía ser puro instinto de protegerlo. O tal vez aquel joven usaba su poder de atracción tan indiscriminadamente que había caído, sin quererlo, bajo su hechizo. Pero aquello pasaría: el dotado aprendería a tejer aquella energía, y todo volvería a la normalidad. Sin duda.







Caradhar se revolvió en el lecho. Por primera vez en su vida estaba soñando, y no era su imaginación. No era un sueño propiamente dicho, pues no había imágenes sino una sucesión de sensaciones, pero tan vívidas...

El protagonista del sueño era él, y de hecho se encontraba en una cama. Debía tener los ojos cerrados o bien estar en la oscuridad más absoluta, porque no podía ver nada. Estaba desnudo y echado de espaldas, y habían alguien muy ocupado entre sus piernas, de la manera más deliciosa posible; alguien que sabía muy bien lo que le gustaba, dónde acariciar, dónde lamer, dónde presionar para que el placer fuera prolongado e intenso. Él no debía hacer nada, sólo dejarse llevar, arquear su cuerpo para que sus caderas estuvieran a la completa disposición de aquellos labios y aquellas manos. Sus pies, que habían estado jugueteando hasta entonces, trazando los contornos de las piernas de su compañero con los dedos, bajaron y se retorcieron sobre el colchón; sus brazos, estirados a ambos lados de su cabeza, sujetaban con fuerza el cabecero de la cama, porque ya estaba cerca, oh, sí, estaba tan cerca de explotar en aquella boca que no había músculo de su cuerpo que no estuviera en tensión... "Sül...", se oyó gemir, y los labios se detuvieron antes de que él pudiera alcanzar el orgasmo.

Bajó las manos y palpó los contornos de aquel rostro, y comprobó que era realmente el Sombra quien había estado haciéndolo gozar hasta entonces. Aquello lo hizo respirar aliviado; pero entonces, ¿por qué se había detenido? "Sül... no pares, por favor," rogó, "haz lo que quieras, pero no pares..." Su compañero se estiró hasta alcanzar su oído, poniendo buen cuidado en no tocarlo, y la voz de Sül susurró: "Claro, continuaré... pero antes tienes que decirme que me quieres..."



Despertó de golpe con un grito ahogado, y se incorporó. Estaba sudoroso y completamente excitado, y el corazón le latía muy deprisa. Una luz brilló en las escaleras: era Lioges, que subía a todo correr, preocupado.



-¿Caradhar? ¿Sucede algo? -el elfo dejó la vela junto a la cama- ¿Una pesadilla?



-Yo nunca sueño -respondió el joven, apoyando los codos en las rodillas y hundiendo la cabeza entre ellas-. Pero hoy, por primera vez... Lioges, ¿qué sucede conmigo? Hay algo que no funciona dentro de mí, y en aquella caverna... ¿es por la magia? ¿Porque no sé cómo usarla? Porque ya no puedo más... Por favor, enséñame a sacarla, o lo que sea... No quiero que los críos vuelvan a decir cosas de mí cuando me vean afuera... Haré lo que queráis...



El sanador lo tomó por las sienes. Casi apartó las manos de golpe, tan fuertes eran las emociones que fluían del joven: añoranza, desengaño, rabia... y un deseo tan intenso que Lioges tuvo que respirar profundamente para calmarse.



-La persona que puede ayudarte se encuentra de viaje, atendiendo al guía de otro clan, pero cuando vuelva...



-Por favor, Lioges... dile a tu guía que acepto, que le daré un hijo a quien él me presente... -el sanador se puso rígido- pero necesito...



-Caradhar... no tienes que tomar ninguna decisión precipitada, porque eres uno de los nuestros y te ayudaremos aunque no accedas a la petición de Savhran.



-Te equivocas, Lioges -la mirada del dotado se hizo un poco más fría- Si algo he aprendido en este mundo es que nadie consigue nada por nada. Nadie.



El Silvano lo soltó lentamente, tomó la vela y se levantó.



-Intenta dormir. Hablaremos por la mañana, cuando estés más descansado.





La oscuridad cayó de nuevo sobre aquella habitación. Pero Caradhar no podía volver a dormirse: echaba de menos unos brazos que lo rodearan. Deslizó la mano dentro de su pantalón y buscó alivio a aquella erección que presionaba dolorosamente.

Cuando termino se sintió vacío. El clímax no era lo único que necesitaba; estar solo no era lo que necesitaba...

Tenía claro, al menos, que aquellos elfos sí podían darle algo que tal vez mereciera la pena conseguir, algo que tal vez pusiera en orden su cabeza. Su instinto le decía que, por ello, debía hacer todo lo posible.





***





Sül yacía en la cama de su refugio de la Zanja. Era allí donde había pasado los primeros días desde que Caradhar se fuera, aún sin poder creerse que aquello fuera real; donde se había refugiado, porque las sábanas todavía conservaban un ligero aroma de su compañero... Ah... ¿por qué olía tan bien? Él, que ni siquiera podía hacerlo... Había pasado horas boca abajo, con la nariz hundida en la almohada, haciéndose ilusiones de que en cualquier momento él volvería, que aquello había sido un enfado pasajero -pero, ¿cuándo había tenido el dotado enfados pasajeros, ni de clase alguna?-, que entraría por la puerta y se acostaría junto a él, y lo abrazaría por detrás, como había hecho aquella última noche en la que él, como un maldito gilipollas...

Y a la mañana siguiente, después de haberlo... después de habérselo follado como un animal (porque no había otra expresión más adecuada), de una forma que no era mejor que la de aquel maldito alquimista, Caradhar aún había querido besarlo, y él había apartado los labios... ¿Se podía ser más imbécil? Todas aquellas cosas... ¿cómo no iba a enfadarse? Pero si había sido capaz de perdonarlo y sellar la paz con un beso... también lo perdonaría por aquello, ¿verdad? Él no podía sentir nada por aquel guardia, ¿no era cierto? Sólo se lo tiraba porque...

¡Dioses! No podía, no podía aceptar que estuviera en la cama con otro... Lo había intentado, pero no podía... Lo había visto muchas veces; lo perdonaría muchas veces, porque ya lo había hecho antes... pero que los dioses tuvieran compasión de quienquiera que le pusiera las manos encima... aunque se tratara de su propio hijo...

Y precisamente un razonamiento así era lo que lo había llevado a aquello... ¿tenía derecho a deshacerse de alguien que había salvado la vida de la persona a la que amaba? De no ser por él, bien pudiera ser que no hubiera podido volver a ver al dotado; y ahora...

Pero en lo más profundo de sí mismo no podía dejar de culpar a Caradhar. Nunca, ni una sola vez había considerado él siquiera la posibilidad de acostarse con alguien más. Sabía bien que el dotado era muy diferente, pero... ¿lo quería? ¿lo quería, aunque fuera la mitad que él? ¿aunque fuera una cuarta parte? Y a él, a Sül, ¿le importaba eso de verdad? Mientras el elfo de cabellos pelirrojos hubiera estado con él, ¿suponía alguna diferencia si era por amor, por apego, por costumbre? ¿Le quedaba algo de amor propio?



En estos tortuosos pensamientos se debatía el joven, hora tras hora, una y otra vez, hasta que rozaba la locura. Al cabo de aquellos primeros días se buscó otro refugio más discreto, aunque no dejaba de vigilar por si su compañero volvía. Y al cabo de veinte días, cuando se le hizo necesario volver para recoger su dosis de antídotos, decidió que iría a hablar con el Maede, quien no habría dejado de remover cielo y tierra en la búsqueda del dotado, y le contaría que Caradhar se había ido. Y se pondría a su merced, si el chico decidía hacerle pagar de cualquier forma, porque ya no podía soportar más aquella situación. Tal vez el pelirrojo sólo estaba escondido, decidido a darle una lección, y saldría al fin si su vida peligraba, y le levantaría el castigo. Tal vez...

Su encuentro con Lord Navhares no transcurrió como había deseado. El Maede lo recibió al instante, en palacio, y escuchó lo que tenía que decir: que se había reencontrado con aquel guardia de Arestinias; que lo había matado, contrariando los deseos del dotado; que este había decidido marcharse, pues, por su culpa. El joven frunció en ceño y apretó los puños, antes de dar la espalda al Sombra y aparentemente concentrar su atención en lo que se veía por una ventana.



-La Dama Corail dijo una vez -dijo Sül, con amargura en su voz- que mi integridad dependía de que Caradhar permaneciera en la Casa... ¿Qué pensáis hacer, Su Alteza, dado que he fallado tan miserablemente? ¿Pensáis que merezco alguna represalia?



Lord Navhares no respondió inmediatamente. Sül lo observó y vio que sus nudillos se habían vuelto blancos por la tensión... Aguardó, expectante.



-Caradhar... abriga sentimientos hacia ti -respondió finalmente-. Nunca me lo perdonaría si te causara algún daño.



-¿No está claro que ha dejado de tenerlos? -la voz de Sül se volvió casi desesperada- ¿Que parece que ya no soy capaz de retenerlo aquí?



-Pues entonces tendré que tener mas fe que tú, Sül; quiero creer que no ha podido irse de esa manera, que volverá cuando se le pase el enfado. Quiero creer -el Maede bajó la cabeza y habló apretando los dientes- que si tú eres más importante para él que yo, no será para abandonarte tan fácilmente...



Sül palideció. Siempre había tenido dudas, había supuesto que aquel chico sólo sentía un apego egoísta hacia Caradhar, un afán de poseerlo, como si fuera una mascota. Pero Navhares, a pesar de su juventud, lo amaba de verdad; tanto como para dejarlo ir; tanto como para esperarlo... Aquello hizo que se sintiera aún peor. Masculló una disculpa y huyó de aquel lugar.

Volvió al pequeño refugio improvisado que había ocupado en la Zanja. Sostuvo la cajita con los viales de antídoto; ya era tiempo de tomar una nueva dosis, porque el estómago comenzaba a arderle... Alzó uno de los pequeños tubos y lo sostuvo en alto. ¿Cuántos años llevaba bebiendo aquella mierda? Su boca se torció en una sonrisa miserable al recordar aquella ocasión en lo alto de la torre, cuando Caradhar había sugerido que se escaparan juntos y vivieran en los bosques, y su sangre había sido lo suficientemente poderosa como para combatir aquel veneno... Si hubiera aceptado.. si lo hubiera sabido, entonces...

El vial que sostenía parecía flotar ante él, volviéndose borroso por momentos... Cayó al suelo, donde se hizo añicos. La cabeza le daba vueltas. ¿Cuántos días hacía que no probaba bocado? Lo cierto es que se había olvidado de comer... Sufrió un mareo repentino, y todo el contenido de la caja siguió el mismo camino del primer vial... El Sombra se apoyó contra la pared y miró de reojo al suelo, al amasijo de húmedos cristales rotos... Aquello no tenía buena pinta...

Qué más daba... eran sólo asquerosas pociones... Seguro que él vendría al rescate... Vamos, Adhar... ven y haz de nuevo tu magia... Necesito beber de ti una vez más... Necesito... te necesito...







Cuando Sül abrió los ojos, comprendió que se había desmayado. No sabía dónde se encontraba: echado en un banco de madera, con un cojín bajo la cabeza, en lo que parecía ser una sala de baño. Sólo llevaba puestas sus calzas. Sobre una mesa, en una esquina, estaban el resto de sus pertenencias y su cajita de madera, de la que faltaba un vial.

Un momento: él había dejado caer aquella caja. ¿Cómo infiernos..? ¿Lo había soñado? Se llevó la mano al estómago pero no sintió nada, el ardor había desaparecido. Trató de ponerse de pie, pero aún se encontraba débil. ¿Había alguna diferencia en quedarse allí sentado? Se reclinó contra la pared y estiró el cuello hacia atrás.



-Ya era hora, maldito desgraciado -dijo una voz desde la puerta.



Vira. El Silvano lo miraba suspicazmente, con los ojos entrecerrados. Llevaba un humeante cuenco de sopa en la mano y, curiosamente, una camisa y unos pantalones de lo más normal. Aquello sí que era extraño...



-¿Pensabas dejarte morir de hambre y, como no era lo suficientemente rápido, optaste por suprimir los antídotos? Muy listo, Sül: algún dios debe tenerte en alta estima, porque no me explico de qué otra forma has podido sobrevivirte a ti mismo todos estos años -el alto elfo caminó junto al Sombra y colocó el cuenco sobre el banco.



-Entonces no lo soñé... ¿De dónde has sacado esa caja de viales?



-Del mismo sitio del que salen todas las demás.



Al maltrecho cerebro de Sül le costó trabajo procesar aquella información.



-¿...Te has colado en Darshi'nai...?



-Calla y bebe esto, idiota -bien que mal, el Silvano se las arregló para hacer que el joven moreno tragara unos sorbos de sopa-. Dainhaya me dijo que te dejara a tu aire, que necesitabas un tiempo para adaptarte... Al parecer, tu idea de la adaptación consiste en correr a lanzarte del precipicio más próximo... Espera. retiro lo que he dicho: como si necesitaras que te diera ideas... ¿Qué esperabas conseguir, yendo a hablarle a Navhares de esa forma? ¿Que lanzara a los Darshi'nai contra ti? ¿Que mandara que te cortaran la cabeza? -Vira sonrió cínicamente- ¿Crees que íbamos a dejar que te hiciera daño? Menuda pérdida de tiempo...



-¿Me has estado siguiendo todo estos días? Cuánto honor... ¿Por qué cojones no me dejas en paz? Deberías volver a tus bosques, donde, al parecer, hay muchas elfas que esperan que les hagan gran cantidad de bebés...



-¿Sabes una cosa, Sül? -el Silvano se inclinó sobre él, aún con esa sonrisa tan siniestra- Si yo no hubiera tenido demasiados escrúpulos, y bien que me arrepiento, probablemente no te habrías despertado con los pantalones puestos; probablemente lo habrías hecho boca abajo, después de haber tenido un íntimo conocimiento de esa parte de mi anatomía que tanto llamó tu atención aquella vez...



-Prefiero que me rajes la garganta...



Vira pareció perder la paciencia.



-¡Deja de hablar de muerte de una jodida vez y haz un esfuerzo para reponerte! ¡Resultas patético! ¿Es que no comprendes que tú no eres así?



-Qué narices sabrás tú cómo soy...



-Ahora mismo, una ruina. Como una elfa idiota que se consume porque el tipo que le robó la virginidad ha salido por la ventana... ¿No tienes amor propio? ¡Pues reacciona! ¡Y date un maldito baño, porque apestas!



Vira empujó a Sül al suelo de piedra y vertió un enorme cubo de agua sobre él. El Sombra se quedó allí unos instantes, boqueando incrédulo, hasta que el ansia de golpear a aquel maldito bastardo lo hizo apretar los dientes y los puños. Aquello era justamente lo que el Silvano estaba esperando, y estaba dispuesto a encajar unos cuantos golpes si era necesario... Pero Sül no llegó a levantarse: la pesadumbre volvió a apoderarse de él. Dando la espalda al otro elfo se acurrucó en el suelo, abrazándose las rodillas.

Vira ahogó un juramento. Había estado tan cerca... Aquello lo sacaba de quicio, pero no podía permanecer enfadado mucho rato; debía pensar en otra manera de sacudirlo. Contempló al joven moreno, hecho un pequeño bulto en el suelo. La única parte realmente visible de él era su espalda, con aquellas escarificaciones que tan bien había llegado a conocer. Odiaba admitirlo, pero Caradhar tenía razón en eso: eran hermosas sobre aquella piel. Sus ojos podían perderse en aquel mar de líneas curvas que danzaban alrededor de los contornos de sus músculos, y al final, la tentación de hacer que las manos siguieran a la vista siempre era demasiado fuerte... Acercándose, se puso en cuclillas junto a él y posó la mano sobre su omóplato.



-Perdóname. Sólo quiero ayudarte, porque me resulta muy duro verte así. Desconozco lo que va a pasar, pero sea lo que sea, no puedes afrontarlo en este estado. Tienes que volver a ser tú mismo.



-Por qué te importa una mierda... lo que me ocurra...



-Porque llevo mucho tiempo observándote, Sül. Soy una especie del proscrito en mi tierra, ¿lo sabías? Llevo tanto tiempo en esta ciudad, moviéndome como un Darshi'nai, que he acabado por ser un completo extraño para los míos -el Silvano se acercó aún más, apartando los negros cabellos húmedos que ocultaban el rostro de su compañero y alzando su barbilla para que lo mirara a los ojos-. Tú eres como yo, alguien que ya no pertenece a ningún sitio. Tú eres lo más parecido a mí que encontraré jamás, el único que podría entender lo que siento y lo que quiero... Y creo que yo puedo intentar lo mismo contigo...



Vira se sacó la camisa, que ya estaba bastante húmeda, y estiró los brazos a ambos lados del Sombra. El joven se sintió de nuevo intimidado por aquel rostro tan similar al de Neharall y por aquel ancho pecho musculoso; es decir, ya sabía cómo era, porque aquel traje ajustado que llevaba no dejaba mucho a la imaginación, pero nunca había contemplado la piel que había debajo. A diferencia de la suya, estaba libre de cicatrices, como si nunca lo hubieran herido en combate. Era... bello...

El Silvano acercó su rostro, mirándolo a través de sus sedosas pestañas de color corinto. Pero en vez de ir a por sus labios, como en las otras ocasiones, besó suavemente su mejilla derecha, y luego la izquierda. Su boca se desplazó poco a poco al sur, al borde de su mandíbula, y comenzó a hundirse en el hueco de su cuello.



-No... -dijo Sül, reculando y apretando los labios- Yo...



Vira se sintió contrariado, aunque sus ojos no dejaron entrever su desencanto. Inclinó la cabeza y decidió cambiar de táctica.



-Tal vez lo prefieras así...



Cubrió los ojos de su compañero y dejó que su cuerpo comenzara a transformarse. Cuando apartó la mano de la cara de Sül, este se encontró ante un familiar par de color carmesí, y una melena del mismo color... Contempló, estupefacto, las facciones de Caradhar, y el parecido era tan asombroso que no pudo encontrarle ninguna falta. El tamaño de su cuerpo, el color de su piel... los mismos labios que no solían sonreír... Sabía que no era real; sabía lo que aquel elfo acababa de hacer, pero hacía tantos días que no había vuelto a ver aquel cuadro rojo y blanco que no pudo evitar recrearse la vista en él, tanto como pudo...

El falso Caradhar colocó ambas manos sobre los hombros del Sombra y las deslizó espalda abajo. Aquellos relieves bajo las yemas de los dedos... cuánto tiempo había deseado tocarlos... Era lo que se había esperado, y más... O quizás sólo era todo ese deseo insatisfecho acumulado, pero lo cierto es que ahora las manos estaban llamando a su lengua...

La punta de la lengua de Vira asomó entre sus labios y se deslizó suavemente sobre los de Sül, justo como lo hacía Caradhar, su llamada a la puerta antes de entrar... Incluso su sabor era similar, y el Sombra llegó a preguntarse si aquello no sería uno de los hechizos de aquella gente, si quien lo había tomado entre sus brazos no sería su propio amante, traído a aquella habitación los dioses sabían como... Y entonces aquella lengua dejó los modales y penetró a través de sus labios entreabiertos en busca de la suya, y cuando la encontró buscó la forma de probarla de todas las maneras y desde todos los ángulos posibles. Las manos atrajeron a aquel cuerpo húmedo hacia sí, y bajaron hasta el final de su espina dorsal, entrando en sus calzas...

Sül miró dentro de aquellos ojos rojos. Eran cálidos, casi ardientes; gritaban su pasión aun sin estar abiertos de par en par; eran...

No eran los de Caradhar.

El Sombra se zafó del abrazo de un violento empujón que lo hizo resbalar sobre el suelo mojado y caer sobre su espalda. Vira se inclinó, colocando las manos a ambos lados de su rostro; pero había tal desesperación en él que no pudo seguir. Maldijo a Sül por comportarse como una primeriza enamorada; maldijo a Caradhar por ser un bastardo sin corazón; se maldijo a sí mismo, en fin, por aquel intento patético...

La puerta del baño se abrió, dejando pasar a Dainhaya.



-Vira, detente. Eso no es lo que necesita ahora, y hasta tú lo sabes.



El alto Silvano recuperó su auténtica forma, con una mueca de contrariedad. Se levantó de un salto y salió a grandes zancadas, aunque no fue muy lejos: se quedó escuchando fuera de la puerta.

En cuando a la elfa, se arrodilló junto a Sül, lo ayudó a incorporarse y lo abrazó. No era en absoluto un abrazo como el de su compañero, era afectuoso y protector: el cariñoso abrazo de una hermana; un tipo de abrazo en el que nunca antes se había cobijado. Sus brazos eran menudos, pero tan cálidos que el joven sólo pudo abandonarse a ellos, mientras el nudo que había estado creciendo en su pecho se hizo tan grande que amenazó con hacerlo estallar en sollozos.



-¿Por qué... por qué os ocupáis de mí? No comparto vuestra sangre, como él. No soy... no soy nadie... nada...



-Eso no es cierto. Neharall te crió, a su estragada manera, como si fueras su hijo. Te entregó a los Darshi'nai como parte de su sangre. Eres uno de los nuestros, Sül; nunca te daré la espalda, porque eres mi familia. Has cometido errores... ¿quién no? Pero el tuyo es uno de los corazones más cálidos a los que me he asomado, a pesar de la vida que te ha tocado vivir. Nadie podría evitar quererte.



-Nadie, excepto... -apretó los dientes para evitar llorar- ¿Por qué, Dainhaya? ¿Por qué ha estado tanto tiempo conmigo, si no me quería? Podría haber tenido a cualquiera... ¿por qué hacerme esto?



-¿Crees que no te quiere, Sül? -el abrazo de la joven se intensificó- Puede que no lo haga de la misma forma que tú, pero lo hace de la única que sabe. Siempre has sido la persona más importante para él.



-Eso no puede ser verdad... Yo... yo no puedo vivir así, pero a él no parece importarle estar lejos, sin saber si estoy vivo o muerto...



-Sül... Por ti, Caradhar volvió a convertirse en prisionero de Casa Elore'il, a pesar de que lo que más ha aborrecido en su vida son las cadenas... Fue la amenaza de Darial hacia ti, antes de huir de la Casa, lo que lo decidió a seguirlo... Por ti es capaz de recibir una lanza a través del corazón, y de sangrar hasta quedarse sin fuerzas, y de actuar contra su naturaleza... Incluso ahora, una parte de él sabe que hay algo que debe encontrar para no volver a hacerte sufrir...



La elfa se separó del Sombra y lo miró a los ojos.



-Mientras se marchaba, quiso decirme algo. La ira no dejó que sus labios llegaran a pronunciarlo, pero yo lo oí claramente en mi cabeza. Me dijo: "cuida de él". Sül, estoy segura de que te echa de menos ahora mismo.





            
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