Cinco
días de camino habían hecho mella en Sül, no tanto física como
mentalmente. Al principio, la incertidumbre sobre el misterioso
Darshi'nai -porque, según pensaba, se trataba de un Sombra. ¿Qué
otra cosa podía ser?- lo había mantenido en vilo y había ocupado
sus pensamientos mientras hacía conjeturas. Hacía meses que venía
experimentando la sensación de que los observaban. ¿Era alguien a
las órdenes de la Dama Corail? Parecería propio de ella tener
vigilado a su hijo. Pero ese tipo era demasiado bueno... Sül era
consciente de sus propias limitaciones, pero se preciaba de tener un
sexto sentido que no solía fallarle. Las habilidades de ocultación
de ese Darshi'nai debían ser prodigiosas.
Pero
tras agotar el tema, no pudo quitarse de la cabeza la visión de
Caradhar en las garras de Darial. A su mente acudían lúgubres
imágenes de su compañero posiblemente atado, golpeado, a merced de
ese espía extremadamente peligroso. Y sobre todo, le parecía estar
viendo al alquimista recorriendo con sus sucias manos la piel del
dotado... No era difícil: era algo a lo que ya había asistido en el
pasado y había intentado olvidar, sin éxito. Y ahora... Sabía que
la seguridad de Caradhar eclipsaba todo lo demás, pero no podía
dejar de sentir unos horribles celos, y se odiaba por ello. No sabia
cómo, pero por todos los dioses que tendría a esa serpiente
resbaladiza de pelo amarillo agonizando bajo sus manos. Algo que
debería haberlo hecho antes, y al infierno con el laboratorio de
Elore'il, las malditas pociones y todo lo demás. Lo único que le
importaba en el mundo podía estar en aquel momento debajo de...
Apretando
los dientes, volvía a espolear el caballo y a concentrarse en la
persecución. A ese ritmo no tardaría en fatigar al animal, pero de
todas formas tendría que continuar a pie muy pronto. La zona
relativamente segura llegaba a su fin y los caminos estarían
infestados de patrullas a las que debería evitar a toda costa. Su
único consuelo era que aquello también debía retrasar a aquellas
alimañas. Rogaba por que así fuera.
Antes
del amanecer del sexto día, y tras varias horas de caminar en la
oscuridad guiando al caballo, seguidas por apenas tres horas de
sueño, Sül fue despertado por un ruido de pasos que se aproximaban
entre los árboles. Espabilándose lo mejor que pudo espantó al
caballo y trepó al árbol más cercano; se agazapó sobre una rama y
esperó.
Cuatro
humanos aparecieron en su campo de visión. Iban envueltos en capas
de color pardo que no revelaban su alianza y blandían sus espadas.
Parecían ser exploradores; no era la primera de aquellas patrullas
que se encontraba, pero se las había arreglado para esquivarlas a
todas. Jamás dejaba huellas que delataran los lugares donde se
paraba a descansar.
Maldijo
en silencio, porque parecía que habían elegido aquel lugar para
detenerse; tal vez habían escuchado algún ruido que debía haberse
ahorrado. Pronto quedó desvelado, al menos, el misterio de su
afiliación, porque comenzaron a hablar empleando un dialecto del
norte; por suerte, estaba suficientemente familiarizado con él para
entender lo que decían.
-...
Y yo os digo que he oído un caballo.
-Busca
tú tu maldito caballo, yo estoy cansado -el que había hablado en
segundo lugar se dejó caer sobre un tronco caído.
-¡Ajá!
Huellas de cascos. Por aquí acaba de pasar un jinete.
-"¿Acaba?"
¿Ahora te has vuelto un rastreador experto?
-Un
rastreador, y una mierda. Lo único que sabe rastrear son los escotes
de las mozas... Y eso, a costa de llevarse sus buenos guantazos.
Esto
provocó las risas de los demás, quienes imitaron el ejemplo del que
había tomado asiento. El primero en hablar siguió escudriñando el
terreno durante un rato, sin quedarse satisfecho.
-¡Ah!
A mí no me importaría rastrear un buen escote, con guantazos o sin
ellos -apuntó otro de los humanos- ¿Cuántos días llevamos en este
maldito puesto avanzado en medio de ninguna parte? Si esto sigue así,
os advierto que no le voy a hacer ascos a nada. En tiempo de guerra,
cualquier agujero es trinchera...
-Tú
no estabas ayer cuando pasaron los elfos con la monadita, ¿verdad?
-dijo el que aún no había hablado, cuando las nuevas carcajadas se
calmaron.
-¿Monadita?
¿De qué hablas?
-Ayer,
en la base, aparecieron dos elfos. Sabían exactamente dónde
estábamos situados. Les dimos el alto, pero uno de ellos llevaba un
salvoconducto de Misselas -Sül abrió mucho los ojos y aguzó el
oído-. A lomos del caballo llevaban un fardo que resultó ser una
belleza de pelo rojo; bueno, sólo la vi de refilón, y estaba
amordazada y atada como un embutido, pero si hubieran dejado el
caballo sin vigilar durante unos minutos, os juro que yo le habría
embutido algo más...
-Tu
belleza de pelo rojo -dijo el que había estado ausente, reuniéndose
con el grupo- era un elfo, no una elfa, imbécil.
Más
risas. El que había contado la anécdota frunció el ceño,
contrariado. Luego masculló:
-¿Cómo
infiernos se supone que hay que hacer para distinguirlos? Pues yo os
digo que elfo o elfa, me habría importado poco: seguía teniendo por
dónde meterla, y seguro que mucho mejor que cualquiera de vuestros
peludos traseros.
Los
demás humanos continuaron burlándose de él. Sül tuvo que contener
el deseo de saltar sobre aquel tipo y reventarle el alma a golpes. ¿Y
por qué no? Al fin y al cabo sólo eran cuatro malditos humanos...
Cuatro enemigos menos y no le tomaría ni un minuto. Desenvainó las
espadas.
El
cuarteto eligió aquel momento para finalizar su descanso y reanudar
su camino. Sül ahogó un juramento, volvió a envainar y se preparó
para seguirlos. Cuando se hallaban a una distancia prudencial, bajó
del árbol y caminó tras ellos, silencioso como un felino. Las armas
le quemaban en la mano; se moría de ganas por hundirlas en el cuello
de aquellos norteños repugnantes... Sólo un minuto más...
Ya
se preparaba para lanzarse sobre el que caminaba en retaguardia
cuando algo se echó sobre su espalda y lo inmovilizó: alguien,
para ser más exactos. Solo que era tan incapaz de ver a su atacante
como lo había sido de oírlo acercarse... Intentó librarse de la
presa pero le resultó completamente imposible. ¿Qué
infiernos...?
pensó. Y no pudo pensar más allá, porque escuchó un nuevo
murmullo de pasos, y el grupito de cuatro no tardó en reunirse con
otros cinco más que habían surgido de entre los árboles. Sül
contuvo el aliento.
Una
vez que los humanos se hubieron alejado, el Sombra aún tardó un
buen rato en poder moverse. El peso que lo había retenido hasta
entonces desapareció de súbito, y el joven se volvió sobre su
espalda y desenvainó los puñales: allí no había nadie.
Se
preguntaba qué prodigio era aquel, y si se las habían arreglado
para someterlo al efecto de alguna droga, cuando sucedió algo aún
más inesperado: una voz susurró junto a él. Tenía un acento
extraño, y estaba seguro de que era la primera vez que la escuchaba.
Tuvo que alargar la mano, incluso, para asegurarse de que el espacio
vacío de su alrededor estaba realmente vacío...
-Otra
tontería como esa y te dejaré en el camino, Darshi'nai -dijo la
voz- Te dije que evitaras las patrullas. ¿Quieres que te maten? En
el mejor de los casos, la ruta está plagada de espías, y lo que
conseguirías es poner sobre aviso a ese misselano de que lo van
siguiendo. Por una vez piensa con la cabeza, y no con otra cosa.
Sül
tragó saliva y apretó los labios. Preguntó, en voz baja y tensa:
-¿Quién
eres? ¿Cómo coño haces esto? Si eres amigo, ¿por qué no dejas
que te vea?
-Soy
amigo, Sül -la voz se tornó más amable, casi cálida-. Te he
guiado por el buen camino y te aseguro que ayudaremos al chico. Pero
sabes que esos dos son demasiado peligrosos y tienen aliados. Lo
haremos a mi modo, porque es el único modo, ¿lo entiendes? Ahora
apresúrate, hay que continuar a pie. Sigue la ruta que te indiqué y
no te desvíes.
***
Darial
cabalgaba en pos del elfo misselano, que portaba sobre la grupa de su
caballo un paquete de cabellos rojos muy especial. Daba gracias a
Therendas porque se había traído consigo algunas pociones para
resistir la fatiga, pues aún les quedaban algunos días de camino y
no estaba acostumbrado al intenso ejercicio.
El
hecho de sobrecargar a su animal ya los estaba retrasando. El elfo le
había dejado bien claro que la dificultad que entrañaba para los
dos solos el llegar a su destino ya era muy elevada, y aquella carga
extra hacía su tarea mucho más peligrosa. El alquimista había
sugerido que podían obligar al prisionero a cabalgar junto a ellos,
pero su guía tenía otros planes: sabía muy bien cuál era la
naturaleza de la relación entre aquellos dos y no iba a arriesgarse
a tener que arrastrar a un Darial con la atención completamente
perdida en satisfacer sus deseos. El dotado sería tratado como un
fardo hasta que se encontraran en lugar seguro.
El
alquimista había aceptado a regañadientes. Intentaba controlarse,
pero no podía evitar las miradas furtivas a su fardo
y
el ocasional contacto a pesar de la gruesa tela y las cuerdas que lo
mantenían inmovilizado. Cuando al fin había obtenido lo que quería,
ni siquiera podía tocarlo... Era para volverse loco.
Más
de una vez se había preguntado si no había actuado precipitadamente
al confiar en aquel elfo; al fin y al cabo, su única salvaguarda
eran sus pociones. ¿Y si en su tierra se las habían arreglado para
hacerse inmunes de manera generalizada? El misselano le había
confiado que sus habilidades no eran comunes, y que él había
necesitado una larga preparación. También le había asegurado que
su destreza y sus fórmulas alquímicas eran demasiado valiosas y que
le garantizaban su seguridad, y que dispondría de su propio
laboratorio como hasta ahora, para dirigirlo a su antojo.
Ya
era tarde para volverse atrás. Además, cada vez que posaba la vista
en su preciosa carga,
cada vez que acariciaba subrepticiamente algún mechón de color rubí
escapado y pensaba en lo que le esperaba allí debajo... sentía que
todo merecía la pena.
Por
entonces trataría de plegarse a las indicaciones de su guía y
mantenerse a salvo. La voz de mando era una defensa formidable, pero
no le serviría de escudo contra una flecha disparada a larga
distancia. El misselano sabía perfectamente cuál era la mejor ruta
y dónde se ocultaban los puestos avanzados norteños. Con la ayuda
de aliados llegarían pronto a Varemethe.
***
Sül
tenía la impresión de que avanzaba a paso de tortuga. Tenía los
pies ligeros, pero la distancia a cubrir era demasiado larga y debía
aminorar la velocidad cada vez que había que esquivar una patrulla.
Había norteños por todas partes.
Su
propio guía misterioso no se hacía notar. A veces creía que pasaba
largos periodos de tiempo en completa soledad, y otras sentía que
había unos ojos fijos en él. Era la misma sensación que había
venido experimentando en Argailias, aunque ahora sabía cuál era el
motivo.
Como
sospechaba, habían tomado la dirección de Varemethe. Las tropas de
los aliados del sur estaban estacionadas a un par de horas de marcha,
a la espera de lanzar la ofensiva que les permitiera retomar la
ciudad. No era un gran problema para un Sombra burlas las defensas de
uno o dos ejércitos, pero no sabía cómo se las arreglaría cuando
finalmente se encontrara cara a cara con el alquimista. Su guía no
había tenido la amabilidad de iluminarlo al respecto... ni tan
siquiera de decirle su nombre.
Desde
las ramas de un árbol contemplaba el panorama de aquellos miles de
elfos y hombres aguardando el momento de entrar en combate; en algún
lugar en medio de aquella marea, el mismo Príncipe y sus generales
coordinaban sus fuerzas con sus aliados de Therendanar. Aquella
visión, que en otros tiempos lo habría impresionado, se le antojaba
entonces vacía y sin sentido: pelearían por la posesión de un
valle baldío y lleno de abominaciones; miles morirían por la
producción de substancias como aquella que entonces le seguía
corroyendo las entrañas. No tenía palabras para expresar su
desprecio. Ahora, aquel ejército y el que se encontraba dentro de
los muros de la ciudad no eran más que una molestia que se
interponía entre él y Caradhar.
-Saludos,
Sül.
-Comenzaba
a preguntarme si te habías olvidado de mí y ya iba a largarme por
mi cuenta -observó el Sombra, con calma, sin molestarse en girar la
cabeza para ver de dónde venía la voz- Dime que sabes dónde están.
-Sé
dónde están. Sólo hemos llegado con dos días de retraso.
Lamentablemente, el chico no ha tenido la oportunidad que esperaba de
neutralizar al Gran Alquimista. Lo han mantenido atado todo este
tiempo.
-¿Y
cómo... cómo puedes saber eso, quienquiera-que-seas? -¿Y
por qué lo llamas "el chico", cabrón?,
pensó Sül. Aspiró hondo- Mira, la verdad es que me importa una
mierda cómo: sólo quiero que me digas dónde están.
-Están
en una casa en la ciudad. No creo que me cueste mucho encontrarla.
Pero dime, Sül: ¿qué pretendes hacer, una vez allí? -preguntó la
voz suavemente.
-Entraré
a por Caradhar y me lo llevaré. Cuando esté a salvo, buscaré a
Darial y lo mataré. Y me aseguraré de que sufra.
-Sabes
que el único de nosotros que tiene una oportunidad contra él es el
chico, ¿verdad? No puedes mantenerlo al margen. Si lo sacas de allí,
debes olvidarte del alquimista.
-Eso,
jamás.
Silencio.
Al cabo de un momento, la voz volvió a sonar.
-Vamos.
Estudiaremos la situación sobre el terreno. Pero no puedes hacer
ningún movimiento. Un sólo paso en falso, y alguien acabará
muerto. Has de tener la cabeza fría. Lo sabes.
Sül
no respondió.
***
Caradhar
despertó en la misma habitación en la que lo habían encerrado
antes de cerrar los ojos. No había ventanas, pero entraba algo de
luz por debajo de la puerta. No tenía idea de cuánto tiempo había
transcurrido; sólo sabía que había pasado días echado a la grupa
de un caballo, sin poder moverse, y estaba exhausto.
Al
parecer, la suerte no le sonreía. Ese espía no le había aflojado
ni un solo minuto las ataduras, y no había tenido ocasión de
ocuparse de Darial. Dudaba mucho que hubiera podido hacerlo de todas
formas, ya que el elfo no lo había perdido de vista. De nada le
habría servido intentar cortar el cuello a su antiguo guardián con
ese misselano dando vueltas en torno a ellos; tendría que esperar
una situación más propicia.
Y
esta no parecía que fuera a llegar en un futuro próximo, dado que
aún continuaba atado, sólo que esta vez... El dotado echó un
vistazo a las gruesas cuerdas que ligaban sus muñecas a una barra de
la pared sobre la cama en la que yacía. Tragó saliva, porque
aquella posición era demasiado familiar... Aprovechando que tenía
las piernas libres se incorporó y tiró, tan fuerte como pudo; la
barra era demasiado sólida y las cuerdas demasiado resistentes.
Afianzó las plantas de los pies sobre la pared, apretó los dientes
y volvió a intentarlo. Tiró y tiró, con tanta fuerza que la piel
del cuello y las mejillas se le enrojeció; las fibras mordieron en
sus muñecas dolorosamente y los brazos casi se le desencajaron, sin
resultado. Jadeando, miró a su alrededor, pero no había ningún
saliente con el que hacer polea. Probó a morder las cuerdas y
constató que cortarlas le llevaría una eternidad...
Caradhar
se relajó y estudió el lugar. Por lo que había oído, aquello
debía ser la habitación de una casa en la ciudad de Varemethe.
Aquel espía se las había arreglado para convencer a Darial de que
abandonara una de las posiciones más prestigiosas en la sociedad
argailiana y se pasara al enemigo. También había notado que lo
miraba con mucha desconfianza; extraño, considerando que no tenía
motivos para pensar que podía resistir las órdenes del alquimista.
Suponía, como Sül, que se trataba de un Darshi'nai del norte: uno
muy poderoso, a la vista de las circunstancias.
La
puerta de la habitación de abrió y aquel que ocupaba sus
pensamientos entró, llevando un plato en la mano. Sin decir palabra
se acercó a su prisionero y depositó el plato junto a él, tomando
asiento a los pies de la cama. Ambos se miraron fijamente.
-Deberías
comer -dijo, al fin, el misselano-. Sé que ya debes estar recuperado
del viaje, pero no puedo decir que te hayamos alimentado bien estos
días. Mis sinceras disculpas.
Caradhar
no movió ni un músculo. Le resultaba curioso que su propio
carcelero se estuviera disculpando por la manera en que lo trataba;
se sentó de cara a él, colocando los brazos atados lo más
cómodamente que pudo.
-He
tratado de mantener a Darial alejado de ti todo este tiempo porque no
podíamos permitirnos distracciones hasta que estuviéramos en un
sitio más seguro -continuó el elfo-, pero me temo que me he quedado
sin argumentos. Mañana, seguramente, recibirás su visita, y supongo
que ya sabes lo que va a pasar -el dotado no dijo nada-. Sí que lo
sabes. Lo siento; esta situación no me agrada en absoluto, pero tú
eras su condición para emprender este viaje y yo tengo que
mantenerlo satisfecho.
Caradhar
permaneció callado. ¿Darial había llegado tan lejos y él era una
de sus razones? Qué halagador.
-¿Por
qué no tienes miedo, muchacho? -preguntó el espía, con sus ojos
clavados en él-. ¿Tan indiferente te resulta todo esto?
-¿Cómo
sabes que no tengo miedo?
-No
lo has tenido ni una sola vez desde que salimos de Argailias. Es...
como si supieras algo que nosotros no sabemos. Nuestro Gran
Alquimista no atenderá a razones, pero has de saber que no dejaré
de vigilarte, y si tengo que usar la violencia...
El
misselano se retiró y cerró la puerta. En la penumbra, Caradhar
esperó, sin saber muy bien el qué. Luego probó lo que había en el
plato, porque su cuerpo necesitaba alimentarse para lo que fuera que
le esperara.
***
-Esta
es la casa.
-¿Los
has visto?
-No,
pero el chico está ahí. Él, y cerca de una docena de elfos; de
Misselas, por su idioma. Y el ex-prisionero. Y el alquimista.
El
rostro de Sül se convulsionó en una mueca de asco. Desde su
posición sobre un tejado cercano observaba una casa de apariencia
vulgar, flanqueada por otras dos en una calle estrecha. Tuvo que
contener el impulso de correr hacia ella y abrirse camino hasta
encontrar a Caradhar. Era bastante absurdo, porque ni siquiera tenía
la seguridad de que se encontraba allí: sólo contaba con la palabra
de su misterioso aliado.
-Recuérdame
por qué simplemente no entro y lo saco sin más.
-Porque
Darial te ordenaría que te atravesaras con tu propia espada y tú
obedecerías -dijo la voz, con suavidad- Por si te sirve de consuelo,
al chico no le han puesto las manos encima. Aún.
Sül
no pudo evitar sentir cómo se desataba uno de los nudos de su
estómago. Cerró los ojos y se reclinó ligeramente contra el murete
de piedra tras el que se parapetaba.
-¿Cómo...
cómo puedes saber esas cosas? -susurró, confundido.
-Te
lo contaré pronto. Pero ahora debemos concentrarnos en lo que nos
ocupa.
***
La
puerta se abrió y sacudió a Caradhar de su sopor. En las últimas
horas sólo había recibido una visita más del misselano con la
comida. Pero no era él esta vez; era...
-Al
fin.
Darial
se detuvo un segundo y contempló al dotado desde la entrada, con una
mirada de triunfo en sus ojos amarillos. La luz de la lámpara
proyectaba sombras siniestras sobre su rostro afilado. La posó sobre
la primera mesa que encontró y se volvió para trabar la puerta.
Luego se acercó al joven atado, que seguía sus movimientos desde la
cama con su roja y comedida mirada. Lo contempló desde lo alto,
sonriendo untuosamente, deleitándose con anticipación por lo que le
esperaba, y dejó caer su capa al suelo. Propinó una fuerte bofetada
a su prisionero, y este volvió la cabeza pero no reaccionó más
allá. El alquimista lo sujetó rudamente por el cuello y hundió la
lengua entre sus labios, y un ligero murmullo de satisfacción resonó
en la boca del elfo más joven. Sus
besos son igual de desagradables que siempre, pensó
Caradhar, obligándose a dejarlo hacer. Cuando Darial se separó, con
reluctancia, acarició la mejilla allí donde la había golpeado.
-Soy
brusco -dijo el alquimista, pasando la lengua por la piel que
acariciaba- pero tienes que comprender que mereces algún castigo por
todo lo que me has hecho pasar. ¿Ves lo que soy capaz de hacer por
ti? ¿Lo que he hecho? -susurró a su oído- Por ti fui capaz de
matar al anterior Gran Alquimista. Créeme si te digo que nunca voy a
renunciar a ti..
Sacó
un puñal de entre sus ropas y lo blandió, volviendo a sonreír.
***
-Darial
ha entrado en su habitación; solo.
La
voz pareció sorprenderse ella misma de haber sonado en voz alta. Sül
se puso en tensión. No, aquello era demasiado: ¿pretendía que
esperase sin hacer nada, mientras...?
(Vira,
¿por qué se lo has dicho?, proyectó
Dainhaya en la mente de Vira. Ahora
no tendrás forma de parar a Sül.)
(Culpa
mía, lo siento. Pero, Dainhaya, tengo que entrar. No vamos a
permitirle hacerlo, ¿verdad?, respondió
Vira, usando sólo sus pensamientos, a la elfa que se comunicaba
mentalmente con él. No
si tenemos la oportunidad de evitarlo, y la tenemos.)
(Si
el alquimista se apodera de tu voluntad podría obligarte a matar a
cualquiera, incluido tú. Es demasiado arriesgado.)
(Dainhaya,
va a violarlo.)
(Él
sabía lo que podría pasarle, y aun así se marchó con ellos. Es
horrible, pero no quiero arriesgar la vida de ninguno de los tres.)
(Voy
a entrar.)
(Vira...)
(Te
olvidas del chico. Tengo fe en él.)
(¡Vira!)
Vira
decidió no prestar atención a la conciencia que se proyectaba en su
mente y se preparó para colarse en la casa. No tardó en darse
cuenta de que algo no marchaba bien: se había distraído unos
segundos y Sül ya no esta allí.
-Mierda.
El
elfo casi voló hasta su destino.
***
-Lamento
hacer esto con tus ropas, pero prefiero dejarte las ligaduras. Ya
hace tanto tiempo... No te preocupes, te conseguiremos otras. No
quiero que nadie más se recree la vista con lo que me pertenece...
Darial
terminó de deslizar el puñal entre los últimos jirones de la
camisa del dotado y desnudó su pecho y sus brazos. Casi
relamiéndose, pasó la mano por la suave piel expuesta y se tomó su
tiempo en explorar cada rincón, como si sus dedos trataran de
recordar el mapa de su anatomía. Nervioso, arrojó el puñal a un
lado, se abrió la parte superior de su propia túnica y se tumbó
sobre él, frotándose lascivamente, su lengua lamiendo el surco
entre sus pectorales y la línea de su clavícula. El bulto entre sus
piernas rozó la ingle de su joven pareja, y el alquimista sintió
que ya no podía tomarse más tiempo, como había sido su intención;
que tenía que tomarlo en ese mismo momento. Volvió a pegar su boca
a la de él mientras sus dedos volaban, febriles, hasta liberar la
entrepierna del joven, y cuando tomaron contacto con la blanda carne
de su miembro se demoraron en palparlo con brusquedad. Las calzas le
estorbaban: quería tener cada centímetro de aquel cuerpo que le
había sido negado durante tanto tiempo totalmente expuesto ante él,
así que tironeó de ellas hasta que nada se interpuso entre sus ojos
y la blanca piel de Caradhar. Con ellos fijos en lo que había entre
sus muslos, el alquimista echó mano de sus propias calzas y comenzó
a desatarlas.
Una
silueta oscura se recortó contra la luz de la entrada, con las
espadas desenvainadas. Darial se volvió y miró hacia allí con
incredulidad; su rostro se congestionó en una mueca de ira cuando
reconoció a Sül. Por un momento, se quedó sin habla...
Cuando
al fin reaccionó, dispuesto a gritar una orden que acabara con aquel
despreciable guardaespaldas de una vez por todas, sintió las piernas
de Caradhar apresando su cuello y tapando su boca. Abrió mucho los
ojos, atónito. ¿Cómo infiernos...? Se revolvió, nervioso,
tratando de zafarse de la presa, utilizando también los brazos,
hundiendo las uñas cruelmente en los muslos del joven para que
aflojara la presión y pudiera pronunciar una orden, al menos...
Preguntándose histéricamente si quedaba alguien por allí que fuera
susceptible a los efectos de la voz de mando, trató de localizar el
puñal, pero lo había lanzado demasiado lejos.
Caradhar,
los dientes apretados, mantuvo la presa y aguantó el dolor lo mejor
que pudo. Sabía que si dejaba hablar a Darial, Sül podía darse por
muerto.
En
cuanto al Sombra, se sintió repentinamente sacudido por su propia
estupidez. Aquello que había hecho era el abecé de las cosas que su
neidokesh le había enseñado a evitar, pero no era el momento de
pensar en ello. No podía atacar a aquel perro de cabellos amarillos,
pero podía aprovechar la tregua que le había dado su compañero
para cortar sus ligaduras. Avanzó hasta la cama...
Una
hoja le rozó el costado derecho, causándole una herida superficial.
La había esquivado a base de puro instinto, porque ni siquiera había
notado a nadie más entrando en la habitación. Al volverse,
blandiendo sus dos espadas, se encontró cara a cara con el espía
misselano.
Rápido
como el rayo, el espía lanzó otra estocada hacia su pecho. Sül se
dobló, dejando pasar la hoja junto a él; entonces fue la mano
izquierda del elfo la que golpeó por el otro costado, y el Sombra
desvió el golpe con su espada larga. El misselano lo miró con una
expresión extrañamente calmada y se puso en guardia, como si
hubiera decidido permitir a su contrincante tomar la iniciativa.
Sül
afianzó las manos sobre las empuñaduras de sus espadas y lanzó la
derecha al antebrazo de su enemigo; este desvió sin esfuerzo. El
Sombra encadenó el golpe con una estocada de la izquierda, que
prácticamente se vio frenada a medio camino por la espada larga de
otro elfo; nueva acometida con su arma principal y nueva parada; Sül
intentó un ataque con ambas armas a la vez, y ambas fueron
interceptadas a ambos lados de su enemigo; casi al instante, lanzó
una patada a las piernas de este para intentar derribarlo, pero el
espía saltó tranquilamente y la evadió. El joven moreno jadeó
ligeramente, con el ceño fruncido. Tenía la impresión de que aquel
tipo estaba jugando con él...
(Tengo
que intervenir, Dainhaya, pensó
Vira, desde su oculta posición junto a la entrada.
Ese elfo no sólo es capaz de bloquear su mente contra la mía, sino
que además puede anticipar los movimientos de Sül sin problemas. Se
ha encarado hacia la puerta; creo que, de alguna manera, sabe que
estoy aquí.)
(Eso
es porque no escudas tus pensamientos como te he enseñado. Quédate
donde estás: si el alquimista consigue liberarse, aunque sea un
segundo, será tu perdición y la de él.)
Aquellas
palabras resultaron fatalmente proféticas. Darial tiró de la pierna
que le cubría la boca con sus últimas fuerzas y articuló un
estrangulado '¡alto!'. De nada sirvió que el dotado volviera a
apretar su cuello con tanta energía que pudo sentir las venas de las
sienes latiendo por el esfuerzo: el Sombra se quedó inmóvil.
El
misselano hundió la hoja de la espada larga en el vientre de Sül,
casi hasta la empuñadura. El joven miró hacia abajo, muy
lentamente, y cayó sobre sus rodillas.
Caradhar
gritó, a través de sus dientes apretados, y puso todo lo que le
quedaba en aquella presa interminable. Darial se desmayó; el dotado
no esperó siquiera a recuperar el resuello antes de reanudar los
tirones desesperados a las cuerdas que lo mantenían sujeto.
Casi
al instante el misselano saltó a un lado, como esquivando un ataque
invisible, con una pizca de sorpresa en sus ojos normalmente
sosegados. Pegó la espalda contra la pared y pareció concentrarse
en lo que le rodeaba. Movió la mano hasta su cinturón, aún
sosteniendo la espada, y se las arregló para lanzar un puñado de
polvos para cegar a un punto aparentemente vacío frente a él. Una
parte de los polvos no cayó al suelo, como era de esperar: se posó
en el aire, dando forma a una silueta. La silueta de alguien
invisible.
La sorpresa del espía se intensificó; incluso Caradhar se volvió
entonces para mirar por encima del hombro.
Ante
los ojos asombrados de ambos, el contorno vagamente definido se
volvió de un sólido ébano, y decididamente humanoide. Franja tras
franja, el negro fue reemplazado por secciones horizontales que
formaron paulatinamente el cuerpo de una persona, hasta que la última
línea oscura desapareció.
Un
elfo quedó de pie en frente de los otros. Era extremadamente alto y
musculoso: de aquello no cabía duda, porque no parecía llevar
encima más que un apretado mono de color verde, tan oscuro que casi
parecía negro, que lo cubría totalmente desde el cuello hasta las
manos y los pies. Sólo quedaban fuera su rostro atractivo y sus
larguísimos cabellos, recogidos en una trenza que le llegaba hasta
la cintura. Tanto estos como sus ojos eran de un intenso color
corinto...
El
aparecido concentró su atención en el misselano. Alzó la mano, y
la silueta oscura de una hoja arrojadiza se materializó al extremo
de sus dedos; de nuevo las franjas negras fueron tiñéndose de los
colores de una auténtica hoja de metal hasta que no quedó ninguna.
El alto elfo usó la confusión que había causado para lanzar la
hoja al espía, que la esquivó a duras penas. Una fina herida
apareció en su mejilla, allí donde el arma la había rozado. La
hoja clavada en la pared se desvaneció.
El
misselano recuperó la sangre fría, porque sabía que la vida le iba
en ello. Nunca antes había asistido a un prodigio como aquel, pero
haría todo lo que estuviera en su mano para, como proverbialmente se
decía, poder luchar un día más. Se lanzó sobre el elfo de oscuro
y atacó con ambas armas; la figura de este último se volvió
borrosa mientras lo esquivaba; una espada larga se materializó en su
mano izquierda, y una nueva hoja arrojadiza en la derecha. Su brazo
se convirtió en una mancha indefinida mientras devolvía el ataque,
y el misselano se encontró bendiciendo su habilidad de poder sentir
la dirección de la que vendrían los golpes, porque esos movimientos
eran extraordinariamente difíciles de seguir. Al parecer, iba a
necesitar una ayuda extra...
El
elfo de oscuro lanzó la hoja; no iba dirigida a su contrincante,
sino a las cuerdas que sujetaban a Caradhar, e hizo blanco. Pero como
la distancia entre ambos se había acortado, el espía saltó
velozmente junto al dotado y lo usó como escudo, con la espada
parcialmente hundida en su cuello. La sangre comenzó a manar a lo
largo de la hoja metálica hasta la empuñadura, y a bañar los dedos
del elfo. El de oscuro lo miró fijamente.
La
espada larga de su mano izquierda desapareció; en su lugar se
materializó una jabalina. El espía apretó los labios y se cubrió
aún más tras su escudo,
y la hoja mordió más profunda en la carne del joven, hasta un punto
que habría resultado mortal para un elfo normal. Su rival desvió la
vista entonces hasta el pecho de Caradhar, y luego a sus ojos
rojos... El dotado pareció asentir casi imperceptiblemente...
El
elfo de oscuro lanzó la jabalina con toda la fuerza de su brazo a
través del pecho del joven pelirrojo, hasta el lugar donde habría
de encontrarse el corazón del misselano. Este a penas tuvo tiempo de
parpadear y mirar hacia abajo, al extremo que sobresalía del cuerpo
de su prisionero; sus manos resbalaron lentamente hasta el reguero
carmesí que le bajaba del cuello, y se empaparon en él... Sus ojos
se cerraron.
La
jabalina también se desvaneció. Los cuerpos de ambos elfos se
deslizaron por la pared, aunque el de Caradhar no llegó a tocar el
suelo porque el de oscuro lo tomó entre sus brazos. La herida del
cuello comenzó a cerrarse, así como la del pecho; mas, para
desgracia del dotado, la jabalina había atravesado también su
propio corazón y lo había hecho desmayarse. El elfo de oscuro
masculló un juramento y arrastró el cuerpo inerte hasta el de Sül,
que se había quedado inmóvil. Cortó sin miramientos la muñeca de
Caradhar, apartó las ropas del Sombra y bañó la herida con su
sangre.
-Despierta...
Despierta, chico, por todos los diablos... -murmuró mientras lo
hacía, con voz ansiosa, sacudiendo el cuerpo sin sentido- ¡Despierta
de una condenada vez! Y tú, maldito idiota, no te atrevas a morir...
No te atrevas a morirte delante de mí... No te atrevas...
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