2012/05/22

EL DON ENCADENADO XXIV: Siempre puede ser más doloroso







La noche era templada y había luna llena, así que Sül eligió un tejado para hablar con Vira en vez de una taberna, como había propuesto el extranjero. Por nada del mundo iba a dejarse ver con un elfo que vistiera de aquella forma... Luego se percató de que el Silvano seguramente podría haber transformado su apariencia a voluntad... Mala suerte, ya no iba a cambiar de escenario.

Ambos se miraron en silencio durante unos momentos: Sül, con suspicacia, y Vira, con una suave sonrisa. El alto elfo descansaba cómodamente reclinado contra un muro, con una de sus largas piernas flexionadas y el brazo apoyado en la rodilla. Maldita sea, pensó Sül, ¿por qué tiene que parecerse tanto a mi neidokesh? Ni siquiera Adhar se parece tanto... Y esa sonrisa, como si supiera lo que estoy pensando... ¡Joder! ¿Y si sabe lo que estoy pensando? La sonrisa de Vira se hizo un poco más abierta, y al Sombra se le dilataron las ventanas de la nariz.



-Tranquilo, Sül. Mi pericia con las mentes no puede ni compararse a la de Dainhaya, pero a veces eres tan fácil de leer que ni siquiera lo necesito. Tienes un rostro muy expresivo. Tal vez demasiado para tu propio bien... pero no seré yo el que se queje.



-¿Y hasta dónde podéis llegar? Ya me parece suficientemente malo que te cueles a espiarnos, pero esto...



-Eso tiene gracia, viniendo de un Darshi'nai...



-Yo no me arrastro como una asquerosa serpiente dentro de los pensamientos de la gente...



-Yo tampoco. Mis habilidades telepáticas sólo son útiles para el combate y para los estados de ánimo, como las de tu colega norteño.



-¿Eso hacía al pelear? ¿Leerme la mente?



-Digamos que lo suficiente como para saber de dónde iba a venir tu próximo ataque.



-Qué cabrón... pero... yo no había oído nunca de un Darshi'nai que tuviera ese tipo de habilidades...



-Sin duda ese misselano tenía nuestra sangre. No es la primera vez que uno de los nuestros se pierde. Tengo que admitir que tus colegas tienen un buen ojo para reconocer el talento... Al parecer, el tipo anduvo husmeando por Therendanar y averiguó lo de la fórmula que aquel alquimista humano había logrado reproducir. Como no le sirvió de nada, utilizó sus poderes de persuasión para acabar, qué casualidad, siendo interrogado en el laboratorio del alquimista al que quería reclutar.



-Y si tanto os gusta husmear, ¿por qué no hurgasteis en su mente antes de que pusiera en marcha su plan?



-Porque era capaz de escudar sus pensamientos. Tal vez si Dainhaya hubiera podido encararse con él habría sido capaz de colarse en ellos, pero usándome a mí como su fulcro no podíamos aspirar a más.



-¿Qué coj...?



-Un fulcro, el punto de apoyo de una palanca. Un telépata no puede leer a alguien que no ha visto jamás, pero tras tantos años juntos nuestra conexión se ha afinado lo suficiente como para que pueda usar mis ojos. Lo poco que sabemos del misselano lo pudo obtener justo antes de que muriera, cuando sus defensas habían caído.



-¿Me está... me está leyendo ahora?



-No. Además, ya te lo he dicho, a veces sólo hace falta mirarte a los ojos. Ahora mismo hay otra cosa relacionada conmigo que te gustaría saber.



Vira alzó la mano y concentró aquella extraña magia que fluía por su cuerpo para materializar una espada. Al verlo así, tan de cerca, Sül se sintió aún más atónito que las otras veces. Alargó la mano lenta y temerosamente, como si esperara que aquel objeto que había aparecido de la nada fuera a quemarlo o hechizarlo de alguna forma, y la tocó con la punta del dedo: era sólida, afilada, y tenía la frialdad del acero. Vira le tendió la empuñadura y el Sombra, con los ojos muy abiertos, no pudo resistir la tentación de sostenerla. El peso, el equilibrio, la sensación... Todo era sorprendentemente común y correcto, como si el arma hubiera salido de una armería y no de los dioses sabían dónde...

Y de pronto, la espada se desvaneció, más rápida incluso que el humo. El joven se miró la mano, para corroborar con sus incrédulos ojos que se había quedado vacía.



-Dioses... -dijo, cuando recuperó el uso de la voz.



-Me las arreglo para hacerlas durar cada vez más.



-¿Qué son... esas líneas negras?



-Imperfecciones -el Silvano suspiró teatralmente-. Es lo máximo a lo que puedo aspirar estando lejos del bosque...



-Menuda noticia... Resulta que el poderoso Vira no es perfecto... -se burló Sül, haciendo acopio de todo su aplomo.



-Es muy positivo conservar aspiraciones; de lo contrario, la vida sería muy aburrida...



-Ya... ¿y a qué aspiras, exactamente, llevando eso... esas ropas? ¿A demostrar a todo el mundo que realmente tienes un bulto entre las piernas?



-Y parece funcionar, ¿lo ves? ¿Conoces otra manera más sencilla de desviar la conversación de manera natural a lo que tengo entre las piernas? -el elfo sonrió maliciosamente- Me encanta que te hayas dado cuenta. ¿Te gustaría comprobar ahora si es tan fiero el león como lo pintan?



-Si vas a empezar con esa mierda... -masculló el joven moreno, levantándose.



-Espera.



Vira le sujetó la muñeca suavemente. La impaciencia de Sül pareció desvanecerse como había hecho la espada, y volvió a sentarse. Cuando aquellos ojos de color corinto lo miraban era como si Neharall mismo le estuviera pidiendo algo... con una sonrisa encantadora que el joven nunca había visto en la cara de su neidokesh. Si alguna vez le hubiera manifestado su aprobación, no le cabía duda de que habría sido así... Y aunque no podía evitar una vaga sensación de estar haciendo algo malo, sentía cómo el placer lo embargaba.



-En realidad, hay algo que deseaba comentarte, Sül -continuó el Silvano-. Supongo que sé cuál será tu respuesta, pero debo hacerlo de todas formas. Debes hablarle a Caradhar e intentar convencerlo para que vengáis con nosotros a Dervharn, el lugar donde vivimos -al ver el radical cambio de expresión del Sombra, el tono de Vira se volvió más serio-. Esta ciudad no es para él, ni para ti. Y tú lo sabes...



-Debes creer que soy un capullo... -Sül utilizó su voz más cínica- ¿Crees que, siquiera por un momento, voy a considerar empujarlo hacia un lugar donde van a intentar utilizarlo como... como un jodido semental? ¿Por qué no te vas a cubrir yeguas, con tu gran bulto entre las piernas? Que me condene si voy a permitir que...


Iba a añadir “que nadie lo toque”, pero se mordió la lengua. Notaba el ardor de la ira en las mejillas y una imperiosa necesidad de destrozar algo; y extrañamente no se trataba de los huesos de aquel elfo.



-Nadie va a obligarlo a hacer nada contra su voluntad. Jamás. Te aseguro que...



-No, nadie lo obligará: una oportunidad... ¿cómo lo llamasteis...? Una respuesta tan perfecta de los dioses que simplemente dejaréis pasar sólo porque al chico no le apetece comportarse como un reproductor seleccionado... ¡otra puñetera vez! Sólo lo manipularán, un poco cada día, hasta que acabe en la cama de cualquier pirada lanza-hechizos... porque haber exprimido su sangre toda su vida nunca ha sido suficiente...



La voz de Sül se volvió casi desesperada. A Vira no le era ajeno en absoluto lo que el joven estaba sintiendo en aquellos momentos.



-¿Qué es lo que le espera aquí, Sül? -preguntó, mirándolo a los ojos- ¿La misma locura que acabamos de vivir con ese alquimista enfermo una y otra vez? ¿Crees que ha habido algún momento en el que haya sido feliz? Olvida lo de los hijos. Hay muchas cosas en las que los míos pueden... deben ayudarlo. La magia cruda que se acumula dentro de él, esperando a ser tejida... Debe ser doloroso, tener toda esa energía dentro de sí y no ser capaz de sacar más que una parte, y de manera totalmente incontrolada...



-No sé de qué hablas, él no es un jodido mago... Es un dotado, y eso ya es demasiado...



-Oh, pues claro que lo es. Como te he dicho, lo hace de manera inconsciente, porque nadie le ha enseñado a canalizarla, pero por la diosa que él es uno de los míos. Hay un hechizo común entre algunos de mi clan que él domina bastante bien.



-¿Ah, sí? ¿Cuál? -preguntó el Sombra, escéptico.



Por toda respuesta, Vira se acercó a él, manteniendo los ojos prendidos en los suyos. Otra vez aquella sensación, aquel impulso de huir que luchaba con el deseo de quedarse muy quieto y dejar que aquel elfo tomara la iniciativa; porque era hermoso, y aquellos ojos dominadores del color del vino se habían ganado a través de los años el poder de hacer de él lo que quisieran... Y aquellos labios que siempre había anhelado probar pero nunca se había atrevido a... Espera: sí los había probado... Pero, entonces, eran otros los que nunca se habían posado sobre los suyos... ¿Que importaba? Fueran cuales fuesen, aquellos labios que estaban tan cerca lo estaban llamando, y no tenía que resistirse, no había nada de malo en dejarse llevar... Ah... el aliento dulce y cálido... casi tan dulce como...

Ya estaba Vira inclinado sobre él, sus brazos flanqueando sus costados, su boca a la distancia de un suspiro... cuando Sül tomó conciencia de que no era su neidokesh, y desde luego, tampoco Caradhar, quien se disponía a besarlo. Reculó, sobresaltado, preguntándose cómo había llegado a encontrarse otra vez en aquella situación. El Silvano sonrió, un tanto melancólicamente.



-Felicidades. Sólo es la segunda vez, y ya eres capaz de resistirte.



-¿Qué... de qué hablas... por qué...?



-Es un hechizo para controlar una emoción en concreto: la atracción. Confieso que no necesito usarlo a menudo, pero resulta útil como mecanismo de defensa, si es que el objetivo no está predispuesto en tu contra. Estoy seguro de que Caradhar lleva usándolo toda su vida, aun sin darse cuenta. Y me da la impresión de que también lo hizo Neharall. Puede que nunca lo hayas notado, pero ambos te han afectado más de lo que crees.



-Gilipolleces... -el Sombra tragó saliva- ¿Crees que lo que siento por Adhar tiene algo que ver con un truco fallido como el tuyo...?



-Ya no, Sül. Disculpa mi franqueza, pero no es fácil resistirse a mí: por eso sé hasta que punto estás enamorado de él. Sé que no soportas la idea de perderlo, ni siquiera de compartirlo, aunque sea algo carente de significado. Sé que piensas que nadie puede quererlo como lo quieres tú. Pero créeme, Caradhar necesita la ayuda que los míos pueden proporcionarle. En este asunto debes pensar en lo que es mejor para él, aunque resulte doloroso para ti.



-Llevo mucho tiempo pensándolo -dijo el joven con voz dura mientras se levantaba- y eso no incluye ponerlo al alcance de tipos que pretendan aprovecharse. Eso ya lo tenemos aquí, muchas gracias.



Sül se perdió de vista con varios saltos ágiles. En cuanto a Vira, aún permaneció sentado un buen rato bajo las estrellas, acariciándose distraídamente el labio inferior. Había estado cerca...

Más tarde, Dainhaya susurró algunas palabras en su cabeza que le dieron mucho que pensar. Su mente se dividió entre la compasión por el Sombra y una vaga expectación.





***





Caradhar no se encontraba en el refugio cuando Sül volvió a por él. Parecía haberse marchado por su voluntad, porque todo estaba en orden, pero... ¿vagando solo por la Zanja? El Sombra se puso nervioso. Salió a buscarlo por los alrededores, aunque sin resultado, y si en algo se caracterizaban los habitantes de aquella zona era en que no se hallaban muy dispuestos a dar ningún tipo de información. Cada vez más preocupado, decidió encaminarse a Elore'il y comprobar si el dotado había vuelto por su cuenta.

Ya hacía rato que había pasado la medianoche. Cuando ya se disponía a volver a salir tras él, Caradhar apareció. Sin decir palabra se encaminó al baño, se desnudó y se sumergió en la bañera, sin que pareciera importarle que el agua estuviera fría. Sül lo contemplaba, incrédulo.



-¿Tienes idea de las vueltas que he dado, pensando en que podías estar perdido en la Zanja? -preguntó al fin, contrariado- ¿Por qué no me esperaste en el refugio?



-Y tú, ¿por qué te marchaste? -el pelirrojo saltó de la bañera, salpicando agua en todas direcciones, y se secó con lo primero que encontró.



-Ese... elfo vino para seguir contándome sus estupideces. Lo mandé a paseo en cuanto pude... -Caradhar se dirigió hacia la cama dando grandes zancadas- Adhar... La Zanja no es lugar para que tú camines por él sin protección. No quiero ni pensar en lo que podría pasar...



-Me encontré con el guardia de Arestinias que me libró de la abominación en Ummankor; o más bien, él me encontró a mí -lo cortó el joven.



-¿...Qué? -Sül frunció el ceño- ¿Cómo diablos...? Joder, eso puede traernos muchas complicaciones... Se supone que te habían matado en prisión; y podrían descubrir que perteneces a Elore'il y que la Casa estuvo implicada...



-No tienes que contarme lo que ya sé.



-¿... Y dónde infiernos está ese tipo? ¿Y si habla? Tendré que ocuparme de él...



-No -Caradhar lanzó una mirada penetrante a su compañero-. No hace falta que lo hagas porque no va a hablar, ya me he encargado yo de eso.



-¿Lo has...?



-No. Me salvó la vida; no quiero hacerle daño. No... no puedo hacerle daño.



-Pero Adhar, sé razonable: por lo que sabemos, ese fulano es leal a su Casa. ¿Cómo sabes que no va a hablar? Arestinias ha caído en desgracia, ¿crees que Lady Neskahal no querría vengarse? Debemos...



-No hablará, me dio su palabra, y le creo.



-¿Y por qué estás tan seguro?



Caradhar se quedó callado. Después respondió en voz baja, apartando la mirada:



-... Porque me he acostado con él.



Sül palideció. Apretó tanto los labios que también estos adquirieron un color enfermizo, como la cera.

Estoy seguro de que Caradhar lleva usándolo toda su vida, aun sin darse cuenta... Las palabras de Vira zumbaron un instante en sus oídos, hasta que el rugido de la sangre bombeando en sus sienes se elevó por encima de todos los demás.



-... ¿Cómo... cómo has podido...?



-No podía matarlo, Sül... ¿qué podía hacer?



-¿Qué podías hacer? -la voz del Sombra sonó como un débil e inseguro eco de las palabras del dotado. Repitió la frase, alzando el tono y liberando ira- ¿Qué podías hacer? ¿Es que tengo que decírtelo....? Podrías haberlo amenazado; podrías haber intentado sobornarlo; podrías haberte inventado una historia; ¡podrías haber dejado que me ocupara yo!



-Nada de eso habría funcionado, y en cuando a dejártelo a ti, tú sólo podrías ocuparte de él de una forma que no puedo permitir...



-¿Y por qué no puedes permitirlo? ¿Tanto te importa? ¿Tantos escrúpulos te han dado de repente? -su voz fue subiendo de tono mientras se acercaba al pelirrojo y lo tomaba por el antebrazo- ¿Tanto te ha gustado que no ves el momento de repetirlo?



-No lo he hecho porque me gustara... Pronto... pronto partirá al frente con una compañía de Arestinias... Será sólo hasta entonces...



Sül no podía creerse lo que estaba oyendo. No podía ser real: no había manera de que Caradhar le estuviera diciendo que iba a seguir acostándose con otro, sólo por unos días...



-Lo siento... No le dejé que me tomara, si es lo que quieres saber...



El Sombra lo vio todo rojo. Agarró al dotado por el otro brazo, lo alzó y lo inmovilizó contra una de las columnas de la cama con un sonoro golpe; la estructura de madera tembló.



-Caradhar... ¿crees que me importa una mierda quién tomó a quien? -dijo Sül al fin, con la voz completamente quebrada- ¿Es que no comprendes que no quiero que nadie te toque? ¿Que quiero que seas sólo mío, igual que yo he sido sólo tuyo desde que te conocí?

"¿Es que no entiendes el daño que me causas? De todas las cosas que podrías hacerme... ¿por qué, por qué... tienes que hacerme siempre la que más me duele?



Los ojos de Sül comenzaron a brillar; como si estuvieran febriles; como si estuviera a punto de llorar... Soltó a su compañero, corrió hasta las puertas, las abrió con tanta violencia que rebotaron contra las paredes y se alejó; sus zancadas resonaron a lo largo del corredor.

Caradhar se quedó mirando hacia la salida durante mucho tiempo, el ceño fruncido, los labios una fina línea apretada. Flexionó las piernas y se abrazó las rodillas, y permaneció así durante horas, sin saber qué hacer, sin saber siquiera lo que sentir.





***





Sül no volvió aquella noche, ni apareció por Elore'il en todo el día siguiente. Al anochecer, Caradhar se dirigió a su refugio y lo halló echado sobre la cama, con la vista fija en la pared. Ni siquiera se volvió para mirarlo cuando entró. El dotado caminó lentamente hacia su compañero y se tendió junto a él, abrazándolo por la espalda. Aquella posición era bastante inusual, pero el Sombra no se sintió impresionado.



-Te he echado de menos.



El joven moreno no respondió. Deseaba replicar algo hiriente, como "siempre puedes ir a tirarte a tu nuevo amigo", o "me sorprende que aún te quede algo de energía para venir a verme", pero ni siquiera tenía fuerzas para ser sarcástico. A su espalda se oyó el susurro de telas deslizándose, y de nuevo el abrazo del pelirrojo; una pierna desnuda se enroscó alrededor de su muslo y una mano acarició su vientre tras adentrarse en sus ropas. Siguió sin reaccionar.

La mano buceó en el interior de sus calzas y tomó contacto con su entrepierna. En otras circunstancias aquello habría sido más que suficiente para sacudirlo, pero no aquella vez...

Caradhar decidió ser más osado. Desató las calzas, empujó suavemente a Sül sobre su espalda, que se dejó hacer como si su mente estuviera a cientos de kilómetros, y bajó la cabeza hasta su bajo vientre. Su lengua comenzó a prestar sus atenciones a toda porción de piel que sabía que lo haría temblar: la cara interna de sus muslos, allá donde se unía con la lisa superficie entre su entrada posterior y sus testículos; la sedosa piel que recubría estos; la base de su sexo, que aún cedía blandamente bajo la sensual presión de sus labios. Cuando decidió concentrarse en su miembro, ya había un hálito de vida en aquella carne suave; y cuando su lengua se demoró en cada centímetro de su longitud antes de encerrarse de nuevo en su boca y dejar que los labios tomaran el relevo sobre el humedecido extremo, constató que el dormido había despertado por completo.

Muy a su pesar, Sül echó un vistazo hacia abajo, a aquella cabeza de cabellos rojos que comenzaba a subir y bajar bajo su cintura; muy a su pesar, porque en aquel momento no deseaba desearlo, como todos y cada uno de los días que habían pasado juntos. Porque anhelaba tener la suficiente presencia de ánimo como para apartarlo de él y hacer que probara un poco del amargo sabor del despecho, de la frustración y de los celos. Probar el sabor... ¿podía siquiera Caradhar probar aquellas cosas o era insensible a ellas, como lo era a todo lo demás?

La cabeza de cabellos llameantes se detuvo una vez que el mástil estuvo en su punto más álgido. Y a la escasa luz de la vela Sül contempló, extrañamente fascinado, cómo el dotado se colocaba a horcajadas y lo guiaba dentro de él, muy lentamente, apoyándose sobre sus tensos abdominales, con los labios entreabiertos, los ojos cerrados y las cejas ligeramente arqueadas. Tenía una expresión de vulnerable sensualidad que lo excitó aún más, por más que también lo contrariara.

Dioses, así que este es el aspecto que tiene Adhar cuando se entrega de esta manera, pensó Sül, y así es como se ve desde aquí. Ni siquiera tengo que moverme, sólo mirar y disfrutar, como si fuera un espectáculo, la forma que tiene de empalarse en mí, cómo es incapaz de mantener los labios cerrados o contener los gemidos... ¿Está gozando, o está avergonzado?

Sül alargó la mano para apartar un mechón de cabellos que ocultaban el rostro de su pareja; esa misma mano bajó por su pecho, mientras sus ojos oscuros lo hacían por el resto de su cuerpo pálido. Era una belleza cuando se contorsionaba así, sus caderas subiendo y bajando sin pausa... Entre sus brazos extendidos, que aún descansaban sobre su vientre formando una uve, el Sombra observó el rígido miembro del pelirrojo; su mano se dirigió hacia allí y comenzó a acariciarlo levemente, dejando que se deslizara entre el arco de sus dedos índice y corazón.

Sül también comenzó a gemir suavemente, y al escuchar el sonido de su propia excitación, un pensamiento lo asaltó: Caradhar acababa de acostarse con otro... ¿por qué le resultaba tan fácil perdonarlo? ¿Acaso Vira tenía razón? ¿Acaso había estado usando ese extraño... hechizo todo aquel tiempo?

¡No! Lo que sentía por él era real, lo había sido siempre. Había matado por él; moriría por él; si poseyera algo, lo daría sin duda por él. Pero hasta entonces, o eso había creído, lo único que había poseído era a Caradhar en sus brazos. Y ahora... ¿conservaba siquiera eso? El cuerpo que le había pertenecido sólo a él se había entregado voluntariamente a alguien más. Ya había sufrido ese dolor, tiempo atrás, pero tras todo lo que habían pasado, había llegado a pensar que nunca volvería a ocurrir; había abrigado la esperanza...

Imaginó las manos de aquel guardia sobre su piel blanca, y los labios del dotado recorriendo su cuerpo, tal vez otorgándole el mismo tratamiento que le había ofrecido a él ahora mismo. Imaginó a Adhar gimiendo con él...

Con la mandíbula tensa, Sül intensificó la cadencia de sus pasadas sobre la erección del pelirrojo, cuyos movimientos se volvieron más frenéticos al verse forzado al límite. No tardó en explotar en su mano, jadeante, inclinándose sobre su pareja de manera que los largos cabellos volvieron a cubrir su rostro. El Sombra soltó su presa y deslizó los dedos a lo largo de la ingle del joven, dejándola húmeda con su propio elixir cremoso.



-No puedo creerme que no me hayas dejado ver esto hasta ahora -dijo, con furia apenas contenida-. ¿Por qué no quieres cabalgarme más a menudo? Le alegrarías la vista a cualquiera. Pero supongo que nuestro trato se mantiene... ¿Lo ves? No me he corrido aún, así que tengo derecho a otro asalto...



El joven moreno se giró rápidamente, empujando a su compañero de espaldas en la cama. No tardó en alzarse sobre él de rodillas, tenderlo sobre su vientre, tirar de sus caderas y sujetarle los brazos sobre los costados. Caradhar se vio forzado a hundir el rostro en el colchón mientras Sül se abría camino de nuevo dentro de él, sin ninguna gentileza, asegurándose de que notaba cada centímetro del ariete que lo penetraba y cada uno de los violentos golpes contra sus nalgas. Volvió la cara para respirar, sepultada entre sus mechones de color rubí, pero comprobó que no podía mover nada más, tan fuerte era la presa con que el Sombra lo sujetaba: no habría podido escapar aunque la vida le fuera en ello. Y aquella posición... Sül jamás lo había tomado por detrás.

No fue placentero, al principio: había vuelto a entrar en él demasiado pronto. Le tomó algún tiempo ajustarse a sus bruscas embestidas hasta que pudo volver a disfrutar el roce de aquella dura e hinchada carne entrando y saliendo de él, a pesar de la presión de los poco amables dedos sobre sus muñecas y de las fuertes piernas que lo atrapaban. Se oyó gimiendo de nuevo de manera distinta a las otras veces, con una nota de dolor disimulada entre sus jadeos entrecortados.

Sül no aflojó el ritmo enloquecido. Continuó taladrándolo hasta que el miembro palpitante de Caradhar se disparó de nuevo, salpicando la cama con su semilla. No había comenzado aún a recuperar el resuello cuando su pareja lo alzó, sin sacarla siquiera, y lo sentó de espaldas sobre su regazo, sujetándolo con fuerza mientras seguía dando rienda suelta a su lascivia insatisfecha.

A partir de la tercera vez ya no fue placentero en absoluto.







A la mañana siguiente, el Sombra se despertó con un horrible dolor de cabeza y un sordo malestar en la entrepierna. Intentó hacer memoria de lo que había ocurrido y recordó...

Había perdido la cuenta del tiempo que se había pasado dentro de Caradhar. Ni tan siquiera recordaba si había llegado a eyacular; tan sólo tenía conciencia de la rabia, de la tensión, del placer morboso que había experimentado oyendo gimotear a su compañero... Dioses... la cabeza lo estaba matando...

Miró a su lado y notó un revelador vacío en el colchón. El dotado despertándose antes que él era un acontecimiento inusitado. Y sin embargo, el joven no había ido muy lejos: estaba de pie, junto a la mesa, con una mirada gélida en sus ojos rojos. Sin volverlos siquiera hacia él, Caradhar dijo:



-Espero que lo que me hiciste anoche te saciara, porque no va a volver a repetirse.



-Qué mas te da -Sül flexionó las piernas y dejó caer la cabeza sobre las rodillas-. No es que vayan a quedarte marcas, después de todo.



-A ti tampoco te quedan marcas. Yo me ocupo de eso ahora.



-¿Sabes una cosa, Caradhar? Esto te sorprenderá, pero no todas las marcas son sobre la piel.



El Sombra se levantó y comenzó a vestirse. El dotado se volvió hacia él finalmente y lo contempló durante unos instantes.



-Sül, mantente fuera de esto. No quiero herirte, pero he tomado una decisión y he de llevarla a cabo porque no puedo hacer otra cosa. Te compensaré -como el joven no respondió, el pelirrojo lo tomó por el hombro y lo hizo volverse-. Sül, estoy hablando en serio... Quiero tu palabra de que no le harás daño.



-Te doy mi jodida palabra de que no tocaré su jodido cuello. ¿Satisfecho? -respondió él, con tanto cinismo y amargura en la voz que su compañero lo soltó y frunció los labios. Acercó el rostro para besarlo, pero Sül se apartó, ante la confusión del dotado. Al final, Caradhar decidió marcharse.





El pelirrojo puso buen cuidado en que no lo siguieran aquel día, pero era un trabajo vano intentar burlar a un Sombra. Sül se rindió a la curiosidad malsana y lo siguió hasta la posada de la Zanja, donde vio a aquel elfo recibirlo, arrastrarlo a una esquina oscura y besarlo apasionadamente, sin poder esperar siquiera a llegar a su habitación. Una vez en el piso de arriba, el dotado se aseguró de que no había nadie más en aquel dormitorio.

No había contado con el exterior de la ventana, y desde allí el joven moreno tuvo que sufrir la visión de aquellas manos arrancando la ropa de su compañero, de aquellos labios paseándose por doquier. Pero cuando Caradhar volvió al elfo de espaldas simplemente no pudo resistirlo: tuvo que apartar la cara y cerrar los ojos, aunque a sus agudos oídos aún llegaban los gemidos de placer de aquel extraño.

Cuando volvió a abrirlos el sufrimiento había dado paso a la ira; no era una ira tan ardiente y visceral como la que había sentido contra Darial, sino mucho más contenida. Un sentimiento sobre el que podía meditar mientras se aguantaba en equilibrio junto aquella ventana y oía aquellos jadeos que no quería oír, y veía en su mente imágenes de lo que pasaba en aquel cuarto aunque no deseaba verlas. Le resultó imposible despegarse de allí, incluso cuando el dotado abandonó la posada.

La batalla más dura la libró entonces, conteniendo el impulso de entrar y acabar con él. Pero no podía hacerlo: le había dado su palabra a Caradhar.





***





¿Por qué me está ocurriendo esto?, se preguntó Sül por tercera vez en menos de un minuto, mientras buscaba inútilmente palabras con las que suavizar la verdad. Sabía perfectamente por qué, pero lo que no podía explicarse eran las razones de los dioses para empujarlo a aquella situación. ¿Habían decidido que ya era el momento de arrebatarle lo único bueno que le había ocurrido en su vida? No podía imaginarse semejante crueldad. Pero sí sabía que no saldría bien parado después de decir lo que debía. Si tan sólo él lo comprendiese... Si tan sólo...



Su mente voló a días atrás, a aquella fatídica entrevista que sostuvo en las dependencias de los sirvientes del Palacio de las Cuarenta y Nueve Lunas.



-¿Sül? -preguntó Niliara, sorprendida- Uno de los últimos elfos a los que esperaría encontrarme aquí. ¿A qué se debe el honor? Creí que Caradhar no acudiría hasta la semana que viene. Mi Señor no hace más que contar los días...



-No vengo por cuenta de él, sino para verte a ti. ¿Podemos hablar en un sitio privado?



-Claro -dijo ella, alzando las cejas-. El jardín frente a las cocinas es lo suficientemente público como para que no nos escuchen, si eso es lo que quieres...



Ambos elfos salieron a terreno abierto. Al joven le resultó muy difícil arrancar. Temía que no sirviera de nada, o que aquellos Silvanos estuvieran al acecho; pero ya no podía más: sólo habían pasado tres días desde que siguió al dotado a la posada y ya estaba volviéndose loco.



-¿Qué te ha pasado? -preguntó ella para ponérselo más fácil- ¿Otro asesino de pacotilla ha venido a presentarte sus respetos?



-No... Se trata... ¿qué sabes de la caída de la Casa Arestinias?



-Lo suficiente. Yo he estado a cargo del Maede desde el principio y sabía... cuáles eran los planes de Dama Corail para él, y cómo se proponía conseguirlo.



-Y si... ¿y si alguien de la Casa hubiera reconocido a uno de los agentes que tomaron parte en el asunto?



-Espero que esa sea una pregunta retórica -dijo ella con ironía, lanzándole una mirada cargada de significado-. Un crío Darshi'nai sabría perfectamente lo que hay que hacer.



-Mis manos están atadas.



-¿Chantaje? -él asintió al cabo de un instante- ¿Y desde cuándo es eso un problema? Neutraliza al objetivo y todo lo que pueda resultar incriminatorio. Sül, ¿qué sucede de verdad?



-No puedo hacer nada... He dado mi palabra de que no le tocaría un pelo...



-¿Has dado tu palabra? ¿A Caradhar? -ella sonrió astutamente- Ya veo: el dotado que nunca juega según las reglas. Y me lo cuentas para que sea yo la que ponga las cosas en orden -el silencio del Sombra fue bastante revelador-. Tal vez deba contar todo esto a mi Señor...



-¡No! Escucha, Niliara... Ocúpate tú y yo te deberé una. Por favor...



Ella se detuvo; conservaba una ligera sonrisa en su rostro por demás poco expresivo.



-De acuerdo: dame los detalles... y me deberás una.







Niliara fue rápida y eficaz a la hora de ejecutar sus planes. No pasó mucho tiempo hasta que un Caradhar intrigado por la desaparición repentina de Reskveem confiara su inquietud a Sül. El Sombra estaba dividido entre el alivio que esto le proporcionaba y la culpabilidad que sentía, tanto más cuanto que en ningún momento se le había ocurrido al dotado sospechar que su compañero tuviera algo que ver: le había dado su palabra.

El auténtico problema llegó cuando Niliara abordó al joven en privado.



-Creo que tienes una deuda que saldar, Sül.



-¿Tan rápido? Esperaba que me darías un respiro... ¿de qué se trata?



-Poca cosa, no te preocupes -dijo ella, sonriendo enigmáticamente-. Tan sólo necesito información. Hay algo que siempre me ha intrigado y estoy segura de que tú estás al tanto de todo: quiero que me expliques cuál es la relación entre tu amiguito el dotado y los Maedai de Elore'il.



Sül se puso rígido. Su voz, no obstante, no sonó demasiado forzada cuando replicó:



-¿Cuál quieres que sea? Él pertenecía a Llia'res y ahora es uno de los elfos con el Don que sirven al Maede. Y eso es todo.



-No, amigo mío, no escaparás tan fácilmente: sé que hay más. La manera en que él los trata, cómo lo tratan ellos a él... ¿Un guardaespaldas Darshi'nai para un dotado? Sirvo a mi Señor, pero no me satisface que me oculten información...



-No sé de qué narices hablas -insistió él, obstinado-. ¿Por qué no me pides otra cosa? No hay absolutamente nada que...



-Escucha, Sül: sé por qué deseabas librarte de ese guardia de Arestinias con tanta urgencia. Por qué aguantas esas cosas, por bueno que sea tu amante en la cama, es asunto tuyo; pero si no satisfaces mi curiosidad le contaré a tu pelirrojo la verdad. Y lo quiero ahora mismo, antes de que tengas tiempo de inventar cualquier patraña.



El joven palideció. Aquella Darshi'nai no se tragaría una mentira, y tampoco podía cubrir una traición con otra aún mayor. ¿Desvelar el secreto de Caradhar a alguien que podría utilizarlo contra él?



-No te estoy pidiendo mucho, Sül. Sólo unas palabras, y seré una tumba.



-No hay nada que decir.



-En ese caso... si tú rompes tu parte del trato, yo romperé la mía.



-... No... no me importa. El favor se lo has hecho a Elore'il, después de todo, no a mí... En cuanto a Caradhar... -el Sombra frunció el ceño- no necesitarás contarle nada porque lo haré yo mismo.



-¿En serio? -preguntó ella con escepticismo.



El joven no respondió. Se dio la vuelta y fue en busca de su compañero.







El dotado se despojaba de la librea de la Casa en aquel momento y se vestía con discretas ropas de calle. Pareció animarse cuando vio aparecer al Sombra. Se acercó a él y lo besó; por primera vez en días el elfo no rechazó sus labios, y Caradhar sonrió ligeramente.



-Sül, quería verte, pero has estado tan esquivo estos días que no he tenido la oportunidad. Voy a tener una charla con esos elfos del bosque y quisiera que me acompañaras.



-¿Una charla? ¿Para qué? -el elfo se alarmó.



-No he cambiado de idea acerca de lo que desean de mí, si es lo que tienes en mente. Pero siento curiosidad por toda esa historia de la magia... Sólo quiero saber un poco más. El asunto de los últimos días... tal vez sea cierto que este no es nuestro lugar y deberíamos pensar en...



-¡Dices que no has cambiado de idea, pero estás considerando la posibilidad de ir con ellos!



-Ambos, tú y yo. Y nunca aceptaría entregarles lo que me piden. Me repugna, y tú lo sabes.



-Eso dices ahora, pero una vez que te hayan convencido...



-Eso no va a ocurrir jamás. Y Sül, ¿crees que tenemos muchas opciones si nos quedamos aquí? Te he hecho daño; no quisiera volver a hacértelo.



-Si tú hubieras...



-Vayamos a escuchar. Sólo escuchar lo que tengan que decir. No hay nada de malo en ello. Vamos.



El Sombra tuvo un mal presentimiento.







El ambiente en el refugio de los Silvanos fue mucho menos tenso que la primera vez. Dainhaya se permitió incluso abrazar a ambos elfos, quienes lo aceptaron con turbación. La pequeña y encantadora elfa seguía siendo difícil de resistir...

Al principio charlaron sobre cosas más triviales, pero Sül estaba sobre ascuas. ¿Estarían aquellos Silvanos familiarizados con lo que había hecho? ¿Se lo revelarían a Caradhar en cualquier momento? Pero no lograba notar nada extraño en sus miradas; incluso la de Vira, normalmente burlona, parecía relajada. Y entonces...



-Sé que no tengo derecho a pedir ningún favor, pero es importante para mí -dijo Caradhar-. Se trata de un miembro de otra de las Casas Nobles de Argailias que conocí hace tiempo y con el que recientemente volví a contactar, hasta que desapareció. Me preguntaba si vosotros habíais tenido algo que ver.



-Te aseguro que no, Caradhar -la voz y los ojos de Dainhaya era sinceros y calmados-. Sólo decidimos intervenir una vez, cuando vuestras vidas estaban en juego, y nada más.



-Pero sabes de qué hablo, ¿verdad?



La elfa asintió.



-Si averiguáis lo que le ha pasado a ese elfo, ¿me lo diréis? No quiero que le ocurra nada malo, pero tampoco puedo permitirle que cuente lo que...



-Necesito hablar contigo, Adhar. Ahora -dijo Sül, muy pálido. El dotado lo miró con sorpresa.



-¿Ahora? Pero...



-Se trata de ese elfo de Arestinias. Yo...





***





¿Por qué me está ocurriendo esto?, se preguntaba, pues, Sül. Lo intimidaba la presencia de aquellos extraños, pero sabía bien que no dejarían de escuchar aunque se escondieran en el túnel más profundo de Ummankor. Lo intimidaba, más que nada, la mirada de Caradhar, que había estado libre de sospechas... hasta ahora. Pero ya era tarde para echarse atrás. Encomendándose a los dioses, el joven continuó.



-No merece la pena que sigas preocupándote por él, porque ya no es ningún problema. Yo... se lo conté a Niliara -el dotado lo miró, incrédulo- y ella se ocupó.



-... Me diste tu palabra...



-Te di mi palabra de que no lo tocaría...



Caradhar se levantó con tanta furia que el cojín donde se sentaba salió disparado y golpeó al Sombra en una pierna. En sus pálidas mejillas comenzaban a formarse dos manchas rojas por efecto de la sangre que se agolpaba en su rostro.



-¡No me vengas con estupideces! ¿Crees que soy un crío al que puedes aplacar con excusas baratas? ¡Te dije que no metieras en esto! ¡Te lo pedí!



-¿Y tú crees que es algo que puedas pedirme tan tranquilo, y que yo haré de buen grado? -Sül también se levantó de un salto- Todo lo que he hecho, lo he hecho por ti... ¡siempre!



-¡Yo no te pido que hagas cosas por mí! Tan sólo esta vez, y sólo se trataba de que te mantuvieras al margen... ¡Quería hacer lo correcto!



-¿... Tirarte a otro es lo correcto? ¿Tienes idea de lo que duele eso...? No... ¡no puedes tener idea! Porque tú eres incapaz de sentir ningún dolor... ¡crees que yo tampoco!



-Intento hacer lo que sea necesario... ¡Siempre he sido así, y tú lo sabías...!





(¿Eres tú el que está haciendo esto, Vira?, sonó la voz de Dainhaya en la cabeza del elfo.)

(En absoluto. Pensé que era cosa tuya.)

(No es propio de Caradhar enfurecerse de esta manera. Realmente parece como si alguien... Ambos Silvanos miraron a Ulmeh, que seguía la pelea de los otros dos con rostro concentrado. No puedo creerlo, es él quien lo ha espoleado. Y ha cerrado su mente a la mía...)

(Eso es jugar sucio. No voy a permitirlo, Dainhaya. El alto elfo se levantó y se dirigió hacia su compañero.)

(Me temo que ya es tarde. La piedra ha echado a rodar y ya no puedes pararla.)





-En todos estos años, ¿no me he ganado ningún derecho? -continuó Sül- ¿Es mucho pedir no tener que compartirte con nadie?



-¿Derecho? ¿Compartirme? -la voz de Caradhar se volvió visiblemente más fría- Así que ahora mi propietario eres tú... ¿eso es lo que quieres decir?



-¡No! Pero... ¿tan malo sería? Yo siempre te he pertenecido... ¿por qué no puedes pertenecerme tú a mí? Yo... siento lo de ese elfo, pero creo que he hecho lo que debía...



Caradhar miró a su compañero como si no lo reconociera, como si lo viera por primera vez.



-¿Eres como todos los demás, Sül? ¿Sabes lo que es mejor para mí, y tomarás tú las decisiones cuando creas que me equivoco?



-¡Eso es injusto! Adhar... ¿es que no lo ves? ¡Yo no soy como los demás! Yo... ¡te quiero! Te quiero y no soporto que...



-Creo que a estas alturas ya sé lo que significa "te quiero", Sül -lo interrumpió el dotado-. Me resistí a creerlo la primera vez que te oí decirlo, pero ahora estoy seguro. Significa que tengo una cadena alrededor del cuello, y que tú tienes derecho a tirar de ella, ¿no es eso? -el Sombra se apartó, dolido, como si lo hubiera golpeado- Sí eres como los demás: nunca me dejarás tener la última palabra. Nunca dejarás de recordarme que tus derechos sobre mi son mayores que los míos propios. Nunca desaprovecharás la oportunidad de ponerte por encima... -el pelirrojo volvió la vista hacia los otros- Dainhaya, no te prometo nada, pero creo que aceptaré tu invitación. Solo.



-¡Adhar...! -se alarmó Sül- ¡Adhar, por favor...!



-Sül -el dotado apretó los labios, y luego aspiró hondo-, dijiste que, de todas las cosas que podía hacerte, te había hecho la que más te dolía. De todas las cosas que podías hacerme, tú has hecho la única que podía decepcionarme.



-¡Pero yo te he perdonado! -afirmó Sül, con amargura- ¿Por qué tú no puedes perdonarme?



-Tú no me has perdonado: has cambiado las cosas de manera que pudieras eliminar la causa del problema. Eso es lo que voy a hacer yo: en estos momentos no puedo estar cerca de ti, así que me marcharé. Cuando quieras, Dainhaya.



-Pero... ¿no vas a despedirte de nadie? ¿Tu equipaje...? -preguntó ella.



-Mi... familia no me permitiría despedirme de ella. En cuanto a mi equipaje, nunca he tenido nada; estoy disponible ahora mismo, antes de que cambie de opinión...



La elfa se atrevió a espiar por la rendija de la puerta que daba a la mente de su joven pariente. Como se temía, el árido paisaje estaba vacío: no quedaba ni rastro de la escasa vegetación, de la poca vida que una vez había albergado. Había obtenido lo que habían venido a buscar, pero el precio era tan alto que se le partía el corazón...



-Ve con él, Ulmeh -dijo ella-, y dile a Padre que tendré que demorarme un poco más. Sin discusiones.



-¿Cuándo... cuándo volverás? -preguntó Sül al dotado, con un hilo de voz. Sin duda era un enfado pasajero, y el Sombra no tenía más remedio que resignarse y darle tiempo a que se le pasara... Sin duda... Trataba de contener su desesperación; trataba de contener el impulso de correr hacia él e impedir por la fuerza que se marchara...



-No lo sé. Probablemente, nunca.



-¡Adhar! Adhar... Te lo ruego, no me apartes a un lado. Déjame ir contigo, por favor... Por mi vida, que haré todo lo posible para que me perdones, pero, por favor... no me... no me abandones...



El dotado no lo miró. Lanzó, en cambio, una mirada fugaz a la elfa, como si quisiera decirle algo que nunca llegó a pronunciar. Después cruzó la puerta, seguido de Ulmeh.



Sül sintió un violento dolor en el pecho, un dolor tan fuerte que apenas le permitía respirar. En todos aquellos años había imaginado situaciones angustiosas; y por los dioses que algunas de ellas no había necesitado imaginarlas, que las había sufrido en su propia carne. Pero lo que nunca se había atrevido a concebir era la visión de Caradhar dándole la espalda. Y ahora sabía por qué.



-Adhar... por favor... me equivoqué... me equivoqué...

"Creía que nada de lo que me hicieras podría dolerme más que aquello, pero nunca pude suponer...

"Adhar...

"...

"¡ADHAR!







FIN DE LA TERCERA PARTE



 


      
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