Caradhar
soñaba. Eso creía, al menos: ¿eran sueños las sensaciones que
experimentabas cuando estabas dormido? Él nunca había soñado antes
y no podía estar seguro, pero debía estar dormido. Estaba en un
lugar oscuro y alguien había gemido muy quedamente. Unos labios se
habían acercado a su oído y le habían susurrado algo que no había
podido entender muy bien; era extraño, porque no había sentido el
aliento de los labios en su piel. Ah, sí: Haz
lo que debas.
Eso es lo que la voz de curioso acento había dicho. Haz lo que
debas.
Un
nuevo gemido. Si estaba dormido, ¿cómo podía saber que soñaba? A
menos, le habían dicho, que estuviera a punto de despertar. Y todo
era tan real: el frío del suelo de piedra; la sensación pegajosa
sobre su cuerpo; el vacío en su estómago; el dolor... El dolor era
muy real, una presión sorda en su pecho, justo en el corazón, como
aquella vez en Argailias...
La
certeza lo golpeó. El dotado abrió los ojos de súbito: no estaba
dormido. Estaba en un sótano, en una casa de la ciudad de Varemethe.
Sül había venido a buscarlo y había sido herido; sin duda era él
quien gemía y necesitaba su sangre. Pero no estaba allí. Se
arrodilló con esfuerzo y miró a su alrededor; en el suelo había un
cadáver, el del espía Misselano; la puerta temblaba ligeramente,
como si alguien acabara de salir por ella.
Darial.
Sül no estaba allí, pero el alquimista estaba echado en aquella
cama y era él quien gemía. Haz
lo que debas.
En el suelo, junto a la cama, había un puñal.
Sül
se había marchado sin él. No; debía estar muy malherido, y no era
su voz la que había oído. Debía ser aquel otro elfo, el que había
aparecido de la nada. Sus dedos se cerraron sobre el puñal y sus
ojos se volvieron al elfo rubio. Lo contempló desde lo alto; en todo
aquel tiempo nunca había sentido nada especial por él, salvo
desprecio, quizás; una ligera náusea; un breve momento de rabia,
cuando había amenazado con tomarlo a la fuerza en su dormitorio de
Elore'il. Pero ahora...Oh, ahora creía sentir algo. Sül se había
ido y sentía que debía agradecérselo...
Darial
abrió los ojos y se llevó la mano al cuello. El dolor era
insoportable, y tenía la garganta tan maltrecha que sólo podía
emitir sonidos inarticulados. Al momento se dobló debido a un ataque
de tos que agudizó aún más su suplicio. ¿Cómo había llegado a
aquello? No podía responder a la pregunta; todo era demasiado
nebuloso aún. Fijó la vista al frente, y entonces lo vio.
Alguien
lo miraba desde los pies de la cama: un pálido cuerpo desnudo,
horriblemente cubierto de sangre seca a pesar de no mostrar ninguna
herida, con su larga melena revuelta, de un color rojo aún más
vivo, desparramada sobre los hombros y cubriendo parcialmente su
cara. Caradhar. En la mano derecha llevaba un puñal.
-No
digas nada, Darial. No soy susceptible a la poción, como has podido
comprobar, y si intentas gritar sólo me llevará un segundo matarte.
Pero quiero contarte algo.
Caradhar
se colocó a horcajadas sobre el alquimista, que lo miraba
mesmerizado: aun en aquella situación, no pudo evitar sentirse
cautivado por esa aparición completamente blanca y carmesí que lo
rodeaba con sus piernas y bajaba la vista hacia él. Era como si
fuera el dotado quien hubiera bebido el elixir dorado y él estuviera
obligado a obedecerlo. No habló, ni se movió.
-Yo
maté a Lord Killien -el alquimista tragó saliva-. ¿Quieres saber
por qué lo hice? Me ordenó que hundiera mi espada en el cuello de
Nestro. Podría haber desobedecido; probablemente habría ordenado
que me encerraran o me ejecutaran, pero podría haber elegido. El
hecho es que la hundí.
"También
podría haber elegido pelear en Argailias, en vez de dejar que me
arrastraras a esto. Y podría haber prestado más atención y no
permitir que pronunciaras esa palabra, para que Sül no hubiera
resultado herido, o muerto, no lo sé. Pero no lo hice, así que
tengo una extraña sensación de que vuelvo a estar en el punto de
partida; no me gusta en absoluto, pero al menos sé lo que tengo que
hacer. ¿Quieres saber cómo lo hice?
"Él
estaba en la cama, y yo me coloqué a horcajadas; presioné mi puñal
contra su garganta -su brazo siguió lentamente a sus palabras, ante
los ojos horrorizados de Darial- y me incliné para mirarlo a los
ojos. No fue como mirar a Nestro cuando murió; me gustaba mirar los
ojos oscuros de Nestro. No eran tan profundos como los de Sül,
pero... En cambio, la mirada de Lord Killien era vacía y vulgar. No
sentí nada cuando lo maté.
"Tus
ojos, Darial... Creí que no sentiría nada, pero me equivoqué.
Deslizó
el puñal a lo largo del pecho del alquimista hasta su estómago; sus
enredadas guedejas caían a ambos lados de su rostro, como una
cortina que les proporcionara intimidad. El puñal penetró en el
vientre de Darial, cuyo cuerpo se sacudió ligeramente; un borbotón
de sangre brotó de entre sus finos labios; su rostro se torció en
una mueca de sorpresa, como si no pudiera creerse lo que el joven
acababa de hacer.
-¿Por..
por qué? -balbució, agarrando débilmente la muñeca de su asesino-
Yo siempre... siempre... has sido todo para mí...
Caradhar
siguió mirándolo fijamente hasta que la luz se apagó en sus ojos
amarillos.
Después
se levantó, se puso las calzas, extrajo el puñal ensangrentado de
su horrenda vaina y se lo llevó. Puesto que la puerta estaba
abierta, se dirigió hacia ella. No sabía lo que se encontraría al
otro lado, pero no le importaba en absoluto. Necesitaba saber.
Salió
a un corredor en penumbra; miró a ambos lados y estaba desierto y en
silencio. El lado derecho terminaba en una pared, así que caminó
hacia la izquierda; pero no había dado ni dos pasos cuando un par de
manos le taparon la boca y le sujetaron el brazo del puñal. ¿Que
manos? Allí no había nada; era...
-¿Recuerdas
mi voz? Ahora subiremos al tejado, porque hay norteños en la
entrada. No hagas ningún ruido.
Sin
más, el extravagante elfo lo tomó por la muñeca y lo guió hasta
la ventana más próxima; una vez allí, Caradhar sintió el contacto
de unos hombros y un cuello robustos bajo los brazos. Era la
sensación más extraña que había experimentado: trepar a la
espalda de alguien a quien no podía ver... Pero aquel personaje lo
hacía con una velocidad sorprendente, incluso con el peso extra, así
que no duró mucho. Se encontró en el tejado de la casa vecina,
junto a la chimenea; era de noche y apenas había luz bajo la luna
creciente.
-Ayer
encontré un lugar donde podemos resguardarnos; vamos.
Un
bulto negro que no había visto se alzó en el aire. ¡Sül!
El
dotado se abalanzó sobre él, pero la mano invisible lo detuvo.
-Después.
Espera aquí porque me ocuparé de ponerlo a salvo primero. No te
muevas.
Desapareció
como un fantasma. Caradhar no podía creerse que lo hubiera dejado
allí sin decirle siquiera cómo se encontraba el Sombra. Ponerlo
a salvo,
había dicho... Eso debía significar que aún estaba vivo...
Los
minutos se le hicieron eternos hasta que sintió la presión de una
mano sobre el hombro. Se encaró con lo que, según pensaba, debía
ser el rostro del elfo y preguntó con voz dura:
-Dime
qué ha sido de...
El
elfo simplemente lo ignoró y lo levantó como si fuera un niño; el
dotado emprendió el paseo más enloquecedor de su vida, colgando
como un fardo sobre los tejados de la ciudad, que pasaban a toda
velocidad bajo sus ojos. Miraba hacia abajo y sólo veía sombras
oscuras, y ocasionalmente el vacío se abría bajo él cuando el elfo
salvaba de un salto una distancia que parecía imposible.
El
paseo finalizó junto a las contraventanas de madera de una
buhardilla; al pisar suelo firme se sintió un poco mareado, pero no
durante mucho tiempo, porque una pequeña vela se iluminó y el
cuerpo de Sül apareció a sus pies. Corrió a arrodillarse junto a
él.
-Ocúpate
de él. Volveré pronto.
Las
contraventanas se cerraron desde fuera; Caradhar no les prestó
atención, porque estaba examinando a su compañero caído. Sül
estaba pálido, mas al apartar sus ropas para ver el lugar donde
había recibido la estocada lo encontró cubierto de sangre seca,
pero ileso. El pecho del Sombra subía y bajaba débilmente;
respiraba...
Caradhar
también respiró, cerrando sus ojos carmesí, y se dejó caer hasta
que su frente descansó suavemente sobre la de Sül. ¿Habría
utilizado aquel elfo su sangre para cerrar la herida? Las fuerzas
parecían haberle abandonado, pero poco le importaba; se tendió
junto al joven moreno e intentó mantenerse despierto, vigilando el
ritmo de su respiración.
Sus
ojos se abrieron a la oscura profundidad de los de Sül, tendido
frente a él, con la mano gentilmente sumergida en sus cabellos
rojos. Lo miraba de tal forma que cualquier otra persona se habría
sentido intimidada por la inmensidad de aquella marea; como siempre,
fue su calmado fuego el que ganó el duelo, y el Sombra tuvo que
bajar la vista y acercar los labios para ocultar su turbación. El
contacto fue intenso y a la vez suave, como un primer beso, donde el
deseo más genuino era atemperado con la cautela del desconocimiento.
La mano se perdió aún más entre los mechones alborotados; las
lenguas se hicieron más audaces; Sül tiró con fuerza de su pareja
y lo apretó contra sí...
-En
otro momento nunca se me ocurriría interrumpir, salvo para pediros
que me hicierais un hueco, pero estamos en una ciudad sitiada,
señores. Por si lo habíais olvidado.
Ambos
se volvieron hasta el fondo de la habitación, de donde venía la voz
del acento extranjero. Aquella aparición alta y oscura caminó hacia
ellos con calma, abrió una de las contraventanas, dejando entrar un
poco de luz, y soltó una bolsa de provisiones en el suelo y un libro
con pastas de cuero a los pies de Caradhar. Aunque ninguno de los dos
prestó atención a los objetos; estaban demasiado ocupados
estudiando al recién llegado, y para Sül era la primera vez. Tenía
un vago recuerdo, mientras había estado agonizando en el suelo, de
una alta silueta moviéndose sobre él. No estaba muy equivocado:
aquella tenía que ser una de las figuras más imponentes que había
visto jamás. No entendía aquellas ropas que no dejaban mucho a la
imaginación, ni el hecho de que no parecía cargar ningún tipo de
equipo, pero lo cierto es que tenía un rostro realmente atractivo.
Había en él algo que le resultaba extrañamente familiar; le costó
darse cuenta de que aquel color de ojos y de pelo no era nada común
en Argailias, y él solo conocía a dos personas que... Frunció el
ceño y se volvió hacia Caradhar, pero lo que vio le hizo arrugar el
entrecejo aún más, porque la expresión del dotado no era tan fría
como de costumbre.
El
elfo notó sus miradas y sonrió burlonamente.
-¿Veis
algo que os guste? Yo llevo mucho tiempo viendo... muchas cosas que
me gustan. Tú lo sabes, ¿verdad, Sül? -el Sombra apretó los
labios- Excepto lo de ayer. Tu entrada al rescate fue un disparate,
algo así como levantar la cola a un dragón dormido para intentar
sodomizarlo... y eso que no esperaba mucho de un Darshi'nai fallido.
En cuanto a ti -miró a Caradhar- buen intento, pero podría haber
sido mejor: tu descuido casi hace que lo maten.
-¡Oye,
grandísimo hijo de puta...! -Sül se levantó, encolerizado, y se
enfrentó al elfo que era mucho más alto-¡Si estoy vivo es gracias
a él! ¿Dónde coño estabas tú mientras ese espía usaba sus
trucos sucios conmigo?
-Si
me hubiera manifestado, lo más probable es que ahora estuviéramos
muertos. La orden de ese alquimista también me afectó. Suerte que
se desmayó, porque de otro modo no habría podido acabar con el
Darshi'nai norteño.
-¿Y
cómo llevaste a cabo esa hazaña? -se burló Sül- Sin duda tus
trucos son mejores que los suyos...
-Se
había escudado tras el chico -el elfo miró con interés al Sombra-;
tuve que lanzarle una jabalina... a través de él.
-¿Que
hiciste qué...?
-Déjalo,
Sül -intervino el dotado, levantándose-. Hizo lo que debía, y
después se ocupó de ti mientras yo estaba inconsciente. Tiene
razón, no merece la pena discutir -el Sombra lo miró con ojos
ligeramente torturados- ¿Eres un Sombra a las órdenes de Elore'il?
-No
soy un Darshi'nai, chico.
-¿Quién
eres, pues? ¿Tienes un nombre?
-No
es el mejor momento para contarte quién soy; antes debemos estar de
vuelta en Argailias, donde alguien con un dominio de las palabras
mucho mejor que el mío te lo explicará.
-¿Mejor
dominio de las palabras que tú? -observó Sül, con sorna-. Me
cuesta creerlo...
-Es
cierto, tampoco debo pasarme de modesto; las palabras son sólo uno
de mis dones. Y no te imaginas las otras cosas que puedo hacer con mi
lengua, Sül... -antes de que el Sombra pudiera replicar con un
juramento, el elfo prosiguió- Descansad y comed algo, porque tenemos
que esperar a la noche para salir. Para un Darshi'nai y para mí
sería un juego de niños, pero tenemos a nuestro llamativo amigo de
quien preocuparnos. Yo saldré a preparar la mejor ruta de escape.
Caradhar
se fijó por primera vez en el libro que había en el suelo y se
agachó a recogerlo.
-¿Qué
es esto?
-El
libro de fórmulas del alquimista. No querrías que cayera en manos
de los norteños, ¿verdad? Después de todo, fue una de tus razones
para dejarte arrastrar hasta aquí.
El
dotado pasó las páginas con total indiferencia; como la mayoría de
los alquimistas veteranos, Darial había escrito sus anotaciones de
una manera que resultaba extraordinariamente difícil de descifrar,
de manera que solían ser de poca utilidad si eran robadas. El joven
elfo lo sabía bien.
-Necesitaban
a su autor si querían sacarle el máximo partido -prosiguió el
elfo- por eso ese Darshi'nai debió tomarse mucho trabajo para
convencer al alquimista. Claro que tenía otros incentivos en
mente... -miró especulativamente a Caradhar y sonrió
descaradamente- Bien, tendréis que admitir que no habríais podido
llegar muy lejos sin mí. Merezco una recompensa.
-¿Qué
recompensa? -preguntó Sül con suspicacia.
-Poca
cosa, tranquilo -el elfo siguió mirando al dotado- Siento curiosidad
por probar algo que parece ser muy apreciado, a pesar de que un baño
no te sentaría nada mal. ¿Qué tal un beso?
Caradhar
sostuvo su mirada sin inmutarse; pero el Sombra, airado, se interpuso
entre los otros dos, empujando al altísimo extranjero.
-Escucha,
gilipollas: si te crees que...
-Calma.
Si no quieres que cobre mi recompensa de ahí, simplemente la tomaré
de otra parte.
Los
ojos del elfo se clavaron en los de Sül. El Sombra devolvió la
mirada, confuso: aquellos ojos de color corinto... no eran ingenuos
como los de el Maede, sino profundos e hipnóticos como los de...
Neharall. Temor y atracción a la vez. Deseaba apartarse, pero se
sentía incapaz de mover siquiera la mano que descansaba en el pecho
de aquel desconocido; tampoco se resistió cuando inclinó la cabeza
y pegó los labios a los suyos, y deslizó suavemente la lengua entre
ellos...
De
alguna manera el hechizo se rompió. Sül lo empujó violentamente y
desenvainó una daga, decidido a dejarle un doloroso recuerdo si
volvía a acercarse a él. El elfo no lo intentó; sus labios se
arquearon en una enigmática sonrisa.
-Nos
vemos esta noche. Por cierto, sí que tengo un nombre: Vira.
Desapareció.
Sül se volvió hacia Caradhar, avergonzado, pero el dotado no
parecía estar molesto. Su rostro seguía igual de inexpresivo y
tenía la mirada ligeramente perdida. El Sombra no pudo evitar
sentirse frustrado ante la falta de reacción. ¿Acaso no le
importaba en lo más mínimo? Si
hubieras sido tú, yo...
Caradhar
volvió a sentarse en el suelo, flexionando las piernas y abrazándose
las rodillas.
-Lo
he matado, Sül. A Darial.
-Ojalá
hubiera podido hacerlo yo mismo -se arrodilló junto a él-. No
puedes imaginarte cuánto me habría gustado...
-Yo
no lo deseaba. Sólo lo hice porque pensé que podrías estar muerto.
No quiero tener que matar a nadie más; nunca me permiten olvidarlo.
Toda
la irritación que sentía el Sombra desapareció al instante. Colocó
la mano sobre la mejilla del dotado y le hizo volver el rostro hacia
él.
-Perdóname,
Adhar. Te prometo que no dejaré que pase otra vez. Pero, por favor,
no vuelvas a apartarte de mí, porque no puedo soportarlo. Ni por tu
madre, ni por el Maede, ni por la Casa... Por favor...
Caradhar
lo besó. Sül temió que notara el sabor extraño de los labios de
aquel elfo, hasta que recordó que no podía gustar ningún sabor.
Sus miedos desaparecieron pronto; hacía muchos días que no sentía
aquella piel ni olía aquel aroma, y no le importaba nada más: ni el
extraño que decía llamarse Vira, ni el peligro que los rodeaba, ni
el viaje que tendrían que afrontar. Estaban juntos, y era todo lo
que necesitaba, y por los dioses que deseaba estar dentro de él, si
se lo permitía. Sin interrumpir el beso se inclinó poco a poco
sobre el joven pelirrojo hasta que lo tendió de espaldas,
flanqueando su rostro con ambos antebrazos y rodeando sus caderas con
las piernas. La boca del dotado se apartó.
-Estoy
cubierto de sangre.
-No
me importa en absoluto.
***
Aquella
noche tres figuras se aventuraron a cruzar las murallas de la ciudad,
firmemente custodiadas por miedo a un ataque del sur. En las torres
de vigía ardían grandes fuegos y había arqueros apostados a lo
largo de todo el perímetro. Vira guió a los otros dos hasta el
punto donde el río penetraba a través de los gruesos muros. Estaba
sometido a una vigilancia continua, pero era la solución mejor y más
rápida.
La
ira de Sül contra el extranjero se había aplacado bastante gracias
al día que había pasado con Caradhar; aun así continuaba mirándolo
con desconfianza y, por qué negarlo, con cierto embarazo por lo que
había ocurrido. Una vez que el elfo hubo regresado a la buhardilla
con ropas limpias para ambos, y mientras aguardaba pacientemente a
que se prepararan para seguirlo, el Sombra había preguntado:
-¿Y
dónde está tu equipo?
-No
lo necesito.
-¿Cómo?
¿Y tus armas?
-Tranquilo,
Sül. Llevo conmigo todo aquello que preciso.
El
Sombra había fruncido el ceño. Por más que mirara, aquellas
"ropas" no dejaban sitio para esconder nada; nada en
absoluto...
Llegaron
a su destino. Un orificio lo bastante grande para que cupieran por él
permitía el paso del agua. Parecía que la reja que lo protegía era
segura, pero Vira afirmó que ya se había ocupado de ello. El lugar
estaba bien iluminado, con cinco norteños de guardia, y eso sin
contar los que patrullaban periódicamente a lo largo de la muralla.
Vira señaló a una zona alejada y más oscura.
-Ve
hacia allí y arréglatelas para atraer a uno de ellos y cuando lo...
neutralices me ocuparé del resto. Mantén un ojo en la patrulla de
la muralla, por si acaso, aunque he calculado bien los intervalos de
tiempo de que disponemos.
-Te
vas a ocupar de cuatro antes de que uno siquiera pueda dar la voz de
alarma -afirmó Sül con escepticismo-. Ya...
-Lo
haría con los cinco pero el movimiento es más fluido con cuatro.
-Y
lo vas a hacer sin armas.
Caradhar
comenzaba a lamentar el haber pasado el día entre arrumacos y no
haber puesto al Sombra en antecedentes. Lanzó una mirada a su
compañero y asintió. Sül calló, muy poco convencido, pero fue a
apostarse en el lugar indicado. Cuando los guardias de la muralla
estuvieron en la posición óptima un ruido atrajo a uno de los de
abajo, que se dirigió a echar un vistazo. Sül tardó muy poco en
ocuparse de él, así que no se perdió el espectáculo.
Contempló,
atónito, la silueta negra que se materializó de la nada, justo a la
espalda de dos de los guardias, y su extraña transformación en el
elfo. Vio cómo dos estilizadas dagas aparecían en sus manos y se
convertían en dos borrones casi imposibles de seguir con la vista al
degollar a ambos norteños; al instante, las dos dagas volaron e
hicieron blanco en las gargantas de los otros dos, que sólo pudieron
emitir un gorgoteo antes de caer, casi a la par que sus camaradas. El
elfo volvió a desvanecerse, repitiendo aquel proceso a la inversa, y
una forma invisible pareció perturbar la superficie del agua. Ambos
espectadores sabían que aquella era la señal para seguir a Vira,
aunque a Sül le costó más trabajo reaccionar porque no acababa de
asimilar lo que había presenciado: ningún Darshi'nai de quien él
tuviera noticia era capaz de...
La
figura de Caradhar entrando en el agua y mirando a su espalda con
desconcierto lo sacó de su ensimismamiento. Corrió tras el dotado y
nadaron hasta la reja, que ya se sacudía como movida por una fuerza
que no podían ver; entre los tres la separaron lo suficiente para
deslizarse por el conducto y llegar al otro lado, donde repitieron la
operación.
No
tenían tiempo que perder; pronto, los cuerpos serían descubiertos y
se lanzarían en su persecución. Debían cubrir la máxima distancia
posible para poder llegar al bosque y despistarlos.
***
El
camino de vuelta a Argailias resultó de nuevo agotador para Caradhar
y Sül, aunque para ambos fue toda una mejora, comparado con el de
ida. En cuanto a Vira, parecía haberse esfumado; de vez en cuando se
hacía notar para dar indicaciones a sus compañeros pero desaparecía
enseguida.
Tan
pronto como pudieron, los elfos se hicieron con monturas y cabalgaron
el resto del camino; cuando por fin se hallaron a las puertas de la
ciudad élfica, un total de veintidós días habían transcurrido
desde que comenzaran su andadura... Era de noche, y apenas se oía
nada: tan sólo se veían las luces de la ciudad y los guardias de la
muralla.
-Querréis
volver a informar a Elore'il de vuestra vuelta -susurró Vira,
apareciendo junto a ellos.
-Elore'il
puede esperar; lo que yo deseo saber es qué es lo que tienes que
contarnos -afirmó Caradhar, con voz resuelta.
-Ya
veo. Seguidme entonces; hay alguien a quien debéis conocer.
Ninguno
de los dos elfos frecuentaba el círculo de casas de la periferia,
justo antes de llegar a la Zanja. Allí fue a donde los guió la voz
de Vira, y tras muchas vueltas se hallaron frente a una puerta
bastante corriente de una vivienda bastante corriente; la puerta se
abrió ante ellos y se cerró y aseguró una vez que estuvieron
dentro. Una silueta coloreó de un negro aún más intenso la
oscuridad que ya reinaba en el lugar. La siguieron.
Ambos
tenían buena vista, y cuando sus ojos se acostumbraron a la falta de
luz pudieron distinguir que era una casa humilde, sin pretensiones,
que no parecía ser usada a menudo. Pero cuando Vira los condujo a
una de las habitaciones del fondo...
Al
menos dos docenas de velas iluminaban la pequeña estancia,
confiriéndole una claridad amarilla. No había muebles, sólo
alfombras y tapices donde el color verde reinaba sobre todos los
demás, cojines en el suelo y una tupida cortina que ocultaba a la
vista la única ventana. Era extraño, como un pedazo de otro lugar
transportado a una casa a la que no pertenecía en absoluto. Vira
apartó la cortina y se instaló sobre el alféizar de la ventana con
la indolencia de un felino, flexionando una pierna y dejando colgar
la otra; una enorme y oscura pantera. Pero la atención de los
argailianos estaba centrada en los otros ocupantes de la habitación.
De
pie, en el centro, había un elfo. Era alto y fuerte, aunque no tanto
como Vira. Brillaban a la luz de las velas sus ojos castaños, y su
larga melena del mismo color estaba recogida en varias trenzas
anudadas todas juntas y rematadas en cintas de cuero pardas y verdes.
Junto a él, sentada sobre un cojín en el suelo, una hermosa y
pequeña elfa de cabellos del color de la canela observaba a los
recién llegados con una intensa mirada de sus ojos amables, y en sus
labios se dibujaba una dulce sonrisa. Ambos iban vestidos con
sencillas ropas verde oscuro. El elfo inclinó la cabeza, pero ella
se levantó, caminó hacia el dotado con decisión y alzó la cabeza
para estudiar sus facciones con más detenimiento. Aunque hacía
bastante que había entrado en edad de emparejarse, era delicada como
una niña, y cuando sus finos dedos acariciaron la mejilla del joven
lo hicieron de forma tan gentil que Caradhar no pensó siquiera en
impedírselo.
-Deseaba
tanto verte de cerca... -dijo ella, con una voz que sonaba como la de
Vira, pero cálida y densa como la miel, y que parecía hablar
directamente a los pensamientos. Luego se volvió hacia Sül- Y
también a ti, Sül. Hacía mucho tiempo que deseaba... -la elfa se
inclinó ante el Sombra, con la mano derecha apoyada de canto sobre
el corazón: un ancestral gesto élfico para solicitar perdón- Y
espero que tú también aceptes ofrecerme tu arrepentimiento algún
día.
-¿Por
qué... por qué me pides perdón? ¿Y por qué he de pedírtelo yo?
-preguntó el joven moreno, confuso. Y fue entonces cuando notó que
los ojos de la elfa eran del mismo color corinto que los de Vira... y
Neharall.
-Sentaos,
por favor -ofreció ella, señalando sendos cojines junto al suyo- y
permitidme que nos presentemos. Ya conocéis a Vira; este es Ulmeh
-el aludido inclinó de nuevo la cabeza- y yo soy Dainhaya. Hace
mucho tiempo que te observamos, Caradhar, aunque nunca hemos abrigado
malas intenciones hacia ti; hacia vosotros.
-Sé
por experiencia que poner a un espía tras el rastro de alguien no
suele ser para nada bueno -comentó Sül con el ceño fruncido,
mirando de reojo a Vira-. Y especialmente a alguien como él... con
esos trucos que no sé cómo diablos consigue sacarse de la manga...
-Era
necesario; no sabíamos qué clase de elfo eras, Caradhar. Y una vez
que lo averiguamos no hallábamos el momento más adecuado para
darnos a conocer y demostrarte que no éramos tus enemigos.
-Aun
en el supuesto de que aceptáramos que no sois enemigos -continuó
Sül, a regañadientes- ¿quién sois, entonces? ¿Y qué queréis de
él?
Los
ojos de Ulmeh se volvieron hacia el Sombra cargados de censura;
Dainhaya, en cambio, sonrió.
-Caradhar,
mi madre era la hermana de tu abuela. Somos parientes de sangre; el
elfo que te engendró, a quien los Darshi'nai dieron el nombre de
Neharall, era mi primo -la mirada del dotado se endureció; en cuanto
a Sül, apenas podía creer lo que oía-. Comprendo que mis palabras
no te resulten tranquilizadoras, pero debes permitirme que te cuente
toda la historia. ¿Lo harás?
Era
difícil negarle nada a aquella pequeña elfa de voz cálida.
Caradhar no respondió, pero pareció estar dispuesto a escuchar.
Dainhaya prosiguió.
-Durante
tantos años que no puedo llegar a contarlos mi gente vivió aislada,
decidida a no tener nada que ver con los humanos ni con los elfos que
se habían aliado con ellos. Escondieron por completo su existencia,
convencidos de que era la única manera de sobrevivir. No hubo
remordimientos, ni añoranza, ni miraron hacia atrás; simplemente
vivieron en la forma en que creían que debían vivir los elfos, en
la forma en que lo habían hecho desde que despertaron a la luz que
la diosa del bosque dejó que se filtrara, por primera vez, entre los
árboles.
"Fue
un tiempo en el que viejas heridas comenzaron a sanarse; sé que para
ti y para la mayoría de quienes nos rodean Maese Therendas fue el
humano que trajo la ciencia a una época bárbara y caótica, pero te
aseguro que los míos nunca lo vieron así. Nunca olvidaron lo que
hizo a nuestros antepasados, ni aquello de lo que los privó, como
hicisteis vosotros. Muchos árboles engordaron, círculo tras
círculo, y muchos murieron, y nunca pudieron dejar de recordar.
"Pero
entonces recobraron la esperanza, porque la vieja sangre comenzó a
correr de nuevo por las venas de los recién nacidos. Era una llama
pequeña y débil, al principio, pero era cálida y su brillo crecía
poco a poco. Hasta que descubrieron qué era lo que la había
prendido en un primer momento y no pudieron sino maravillarse, porque
había estado tan cerca todos aquellos años pero en un lugar donde
nadie había soñado buscarla.
-No
entiendo una mier... una palabra de lo que dices -masculló Sül.
Ulmeh volvió a taladrarlo con la mirada.
-Me
refiero a lo que mantiene unido el tapiz del mundo, Sül; al don de
los tenedores del Telar; a....
-Magia
-interrumpió Caradhar-. Quieres decir magia. Pero la magia era un
talento salvaje que desapareció de la tierra hace demasiados años;
ya no es más que un mito, una historia para entretener a los
críos...
Vira
sonrió. Alzó la mano e invocó, una tras otra, hasta seis hojas
arrojadizas que desplegó entre sus dedos como si fueran un abanico.
Estiró el brazo y las lanzó hacia Ulmeh tan rápido que fue
imposible seguir el movimiento. Pero las hojas no llegaron a golpear
a su objetivo: parecieron impactar contra un escudo invisible que
rodeara al elfo de cabellos castaños, y flotaron en el aire formando
un círculo y luego una línea vertical perfecta. El elfo tendió la
palma de la mano y las hojas cayeron en ella con un tintineo
inofensivo, y luego se desvanecieron.
-Dime
si os enseñan esto los Darshi'nai, Sül -dijo Vira-. Y dime tú,
Caradhar, si hay pociones que permitan hacer estas cosas.
La
apariencia de Vira cambió de esa manera tan peculiar hasta
convertirse en una copia perfecta de Lord Navhares con las ricas
vestiduras de su ceremonia de bodas; Caradhar se puso rígido, y Sül
abrió los ojos de par en par, con incredulidad. El falso Maede
sonrió.
-Una
gran familia feliz -dijo, con una voz que nadie habría podido
distinguir de la de aquel a quien imitaba, antes de que su cuerpo
volviera a convertirse en aquel despliegue de líneas oscuras y, por
fin, de nuevo en él mismo.
-Te
aseguro que la magia existe, Caradhar -dijo Dainhaya con voz suave- y
nunca ha dejado de hacerlo. Todos somos tejedores, y tú lo llevas en
la sangre. Es tu herencia.
-Yo...
yo sólo soy un dotado; esto no es magia, hay otros como yo...
¿Quienes...? ¿Quiénes sois vosotros? ¿Quién es tu gente?
-Somos
los de la vieja sangre, Caradhar, los que decidieron no contaminarse
con el veneno de la alquimia. Siempre hemos vivido en el bosque que
llamáis de la Antigua Raza, porque eso es lo que somos. Somos los
Silvanos.
No
era fácil que el dotado se mostrara confuso, pero lo cierto es que
casi balbuceaba. Sül se dividió entre el asombro por lo que acababa
de ver y oír, a pesar de que había muchas cosas que no entendía, y
la preocupación por Caradhar.
-Averiguamos
qué era lo que hacía fuerte de nuevo a la magia -prosiguió la
elfa- y tratamos de hacerlo nuestro, de borrar cualquier tipo de
contaminación de nuestra sangre. Nuestro clan fue el descubridor, y
pronto adquirimos fama de tener los mejores tejedores entre todos los
clanes que habitan el bosque. Y es cierto que nos nacen más niños
con el talento que a ninguna otra comunidad, y que nuestra sangre es
solicitada desde muy lejos.
"Somos
fuertes, pero algunos de nuestros sabios determinaron que debía
haber una forma de intensificar aun más la herencia de nuestros
antepasados, y que volver la espalda a nuestros parientes de fuera de
los bosques no era la respuesta. La alquimia ha corrompido la antigua
sangre, pero has de saber, Caradhar, que aun aquí aquella fluye en
estos días, fuerte y pura, al menos hasta que es ahogada por los
efectos de las pociones. ¿Sabes cómo? En tus venas; en las venas de
los elfos con el Don. Entre mi gente hay muchos tejedores, pero
ningún dotado. Y eso debía significar algo: debía significar que
los mismos dioses nos ofrecían una pista de que nuestra sangre y la
sangre de fuera debían ser una.
"Era
una prueba de que la pureza sólo nace de la mezcla.
Dainhaya
hizo una pausa; su semblante y su voz se tiñeron de una ligera
melancolía.
"Tu
abuela era una gran tejedora, una sanadora tan buena, a su modo, como
poderoso es tu Don, Caradhar. Fue en sus tiempos cuando los míos
comenzaron a observar en secreto a los elfos de Argailias, y en
especial a los dotados. A pesar de estar encinta, la madre de tu
padre se unió a una de las expediciones y quiso observar de cerca a
aquellos parientes de los que habíamos estados separados durante
tanto tiempo. Dicen que no había nadie capaz de guiarla por el
camino de la prudencia excepto, quizás, su consorte, pero él
pertenecía a otro clan y se hallaba muy lejos por entonces. Raras
veces nos emparejarnos entre nosotros; la endogamia debilita la
sangre y la nuestra está demasiado solicitada desde fuera...
"No
sabemos lo que ocurrió. Mi madre me contó que tu abuela se separó
del pequeño grupo y se perdió en la ciudad; sintió su pánico y su
confusión, porque desconocía el idioma, y la angustia cuando fue
capturada por unos elfos extraños que vestían prendas oscuras y la
encerraron en las sombras, incapaces de entender apenas algunas
palabras de lo que decía...
Sül
tragó saliva. Comenzaba a entender a dónde conducía todo aquello.
Su compañero pelirrojo sólo escuchaba, con rostro grave y
concentrado.
"La
buscaron durante meses. Ambas hermanas compartían un lazo psíquico,
pero no podían saber dónde se hallaba. Los elfos que la retenían
eran los maestros de los secretos, como podéis imaginar. Cuando le
llegó el momento de dar a luz, tuvo que hacerlo sola; mi madre
compartió cada uno de sus dolores, porque aunque su talento era
grande para sanar a los demás, los dioses no le habían permitido
quedarse siquiera un poco para sí misma. Ofreció todo lo que tenía
para que el niño naciese sano, y murió.
"Mi
madre casi enloqueció, pero tuvo que sobreponerse porque aún le
quedaba un hilo que sujetar, el fino hilo que la unía a aquel niño
recién nacido y que había tejido a través de su unión con su
madre. Y lo aferró con toda la energía de que fue capaz.
"Era
realmente descorazonador. De todos los destinos plausibles, de todas
las posibilidades, el bebé había tenido que caer en las manos de la
única gente que no lo dejaría salir a la luz del sol. Mi madre
sabía que estaba en la ciudad; sabía que estaba vivo; pero no sabía
dónde, ni como era. Sujetó el hilo durante muchos años, hasta que
las fuerzas la abandonaron y siguió a su hermana, y yo tomé su
lugar junto a Vira y otro de nuestros compañeros. Sí; hemos pasado
gran parte de nuestra vida ocultos en esta ciudad. Hemos aprendido a
apreciarla, y también a odiarla. Porque la diosa del bosque sabe que
la odié con todo mi corazón cuando encontramos el cadáver de
Neharall. Aquella sería la primera y la última vez que mi primo
caminaría bajo la luz sin esconderse.
Sül
bajó la cabeza. No podía evitar sentir remordimientos por lo que
había hecho; siempre los había sentido, pero ahora que conocía
aquella historia sentía como si un puñal le hubiera atravesado el
estómago y se estuviera retorciendo dentro de él. Y lo peor de
todo, lo que más le dolía... era que estaba seguro de que volvería
a hacerlo. Entre su padre adoptivo y aquel elfo pelirrojo que se
sentaba junto a él, y aunque le desgarrara el corazón, no podía
haber otra elección posible.
-Tranquilo,
Sül: sé lo que estás pensando -dijo ella, con voz suave- y sé por
qué lo hicisteis. Él había sido la razón de la existencia de mi
madre, y luego de la mía, y confieso que yo quería venganza, por
entonces. Entre nuestros tejedores hay un puñado que son capaces de
mirar en los ojos de los difuntos y obtener imágenes de ellos. Nos
guiaron a vosotros. Y vosotros no estabais en las sombras; ya no.
"No
pude odiarte cuando te conocí, Sül. Lo que él te había hecho
desde que te recogió... -la elfa lo miró con aflición- Sentí que
debía disculparme ante ti, en nombre de alguien de mi sangre. Pero
aun así...
Sül
entendió entonces las palabras de la elfa cuando se disculpó.
Apretó los labios y repitió el gesto apologético, inclinando
profundamente la cabeza.
-Lamento
mucho haberte causado ese dolor. Ojalá hubiera podido ser de otra
forma. Pero no puedo mentirte: mi elección seguiría siendo la
misma.
-No,
no puedes mentirme, y sé que eres sincero, y por eso te he
perdonado, Sül -la elfa mostró una sonrisa triste.
-Pero,
no entiendo... Dices que me conociste, pero yo... es la primera vez
que te veo...
-Mi
talento es la telepatía, como lo fue el de mi madre. Cuando supimos
quiénes erais sólo necesité contemplados una vez para tejer
vuestros hilos, y mi conexión con Caradhar es especialmente fuerte
porque tenemos la misma sangre. No... no pude seguir llorando la
muerte de Neharall. Tuve que aceptar que los dioses habían sido
sabios al decretarlo así, porque a través de sus ojos sin vida
pudimos llegar hasta su sangre... ¿Entendéis? En aquella ocasión,
de todos los destinos plausibles, de todas las posibilidades...
Neharall se había enamorado de una elfa y había engendrado un hijo.
Un hijo con el Don.
"Pensad
en la diminuta esperanza que cualquiera podía tener de que algo así
sucediera. Creo que no podéis imaginarlo. Era la respuesta que los
dioses nos ofrecían de que íbamos por el buen camino.
Caradhar
no pestañeó. Así como Sül había quedado hondamente impresionado,
el dotado no había manifestado ninguna emoción ni pronunciado
ninguna palabra.
-Al
tener el Don, y a pesar de haber dedicado buena parte de tu tiempo a
la alquimia -prosiguió ella- tu cuerpo está limpio de pociones,
porque nunca las has necesitado y no te las han suministrado. Ojalá
pudiéramos decir lo mismo de... Navhares. Me rompe el corazón saber
que alguien de nuestra sangre depende en tal grado de la alquimia que
dudamos que pudiera subsistir sin ella. Lo que tu madre hizo de él...
Ya no hay nada que podamos hacer -suspiró- y su posición y sus
descendientes lo han atado a Argailias. Pero tú...
-Espera
un momento... - de nuevo interrumpió Sül- ¿Intentas decir que
queréis llevaros a Caradhar con vosotros, a donde quiera que os
escondáis?
-A
él y a ti si lo deseas, Sül. Sé que no sois felices aquí. No sé
si podrás cambiar de idea respecto a la alquimia, Caradhar, pero te
aseguro que el poder de los tejedores es aún mayor, y más
gratificante. Y lo llevas en ti, aunque sólo hayas sido capaz de
sacar una pequeña parte... No tienes que dar una respuesta
definitiva. Sólo queremos enseñarte de donde provienes y lo que
podemos ofrecerte. Tendrás la oportunidad, ambos la tendréis, de
conocer un lugar al que podréis llamar casa
por primera ver en vuestras vidas.
Sül
miró a su compañero de reojo. Su instinto le decía que aquella
elfa no mentía, y su oferta era tan tentadora... Se moría por saber
qué pensaría Caradhar.
-Hay
algo más -afirmó el dotado, con voz fría-. No creo que los puros
lazos fraternales sean la única razón de todo esto. Hay algo más
que queréis de mi, ¿no es cierto?
Dainhaya
lo miró con gravedad. Sabía que el joven no había desarrollado
apenas el talento que tenía, pero había dado en el clavo. La causa
bien podía ser su desconfianza natural, pero... Se preguntó si las
pocas razones que le habían dado para confiar en él serían
suficientes. Podría esperar, se dijo. Podría aguardar a que él
acudiera junto a ellos por su propia voluntad, a que se confiara, a
que tal vez no pudiera negarse a lo que le pidieran. Pero no podía
hacerle aquello al chico, no después de la vida que había llevado.
-Tu
sangre, que proviene de la mezcla, y que tiene la máxima pureza
-dijo la elfa-. Eres uno de nosotros; y como nosotros hacemos, eso es
lo que queremos que compartas, Caradhar.
-No
entiendo... -dijo Sül, nervioso, aunque aquellas palabras le habían
sonado ominosas.
-Queremos
que engendres hijos con nuestra gente.
El
sombra palideció. Apretando los puños, volvió el rostro a su
compañero, pero el pelirrojo ni siquiera se había inmutado. No
puedes aceptar,
pensó.
No, por favor, otra vez no... Te lo ruego, Adhar, no me importa
soportar lo que sea, pero esto no...
-No
-afirmó el dotado sin ninguna emoción, y Sül sintió que le
devolvían el aliento que le habían robado-. No voy a hacerlo. Si
lo sabes todo de mí, también sabrás que he pasado por eso y lo que
opino de ello. No sé nada acerca de la magia, pero no veo por qué
habría de hacer algo así por ella. Así que, ¿qué haréis ahora?
¿Me arrastraréis a la fuerza y me obligaréis?
Sül
se puso en tensión. No creía que Dainhaya fuera ese tipo de elfa,
pero si para ellos había tanto en juego...
-Si
esa fuera nuestra intención, ¿no crees que lo habríamos hecho ya?
Eres mi sangre. Nunca me llevaría a un dotado cualquiera contra su
voluntad, y menos a ti.
-Bien;
en ese caso, supongo que no hay más que hablar.
El
pelirrojo se levantó y Sül lo imitó como un resorte. Vira miraba
hacia abajo, y la sombra de una sonrisa aleteaba en sus labios.
-Caradhar
-dijo ella-. Todo esto no cambia el hecho de que eres quien eres.
Nunca te obligaremos a nada, y tampoco te daremos la espalda ni
dejaremos que te ocurra nada malo. Eres uno de nosotros.
-Esas
palabras ya las he oído antes. Vámonos, Sül.
Ambos
jóvenes abandonaron la habitación. En la cabeza de la elfa resonó
la voz de Vira, con un ligerísimo toque de suficiencia.
(Te
lo dije; te dije que no aceptaría. Diablos: yo tampoco habría
aceptado.)
(Lo
sé, respondió
ella, no
necesito que tú me lo hagas notar. Pero no podía obrar de otro
modo.)
(¿Cuál
es tu plan ahora?)
(Insistir.
Hasta que no me quede más remedio que marcharme.)
(Ya...
El deber de unirte a tu prometido te llama...)
(Al
menos yo
cumplo con mi deber, Vira.)
La
elfa se quedó pensativa. Era cierto que no había esperado que las
cosas fueran fáciles, así que la entrevista no la había tomado por
sorpresa. En cualquier caso, lo que más la había impresionado no
había sido aquello, sino los sentimientos que las mentes de los dos
jóvenes le habían inspirado. Por supuesto, no era la primera vez
que se sumergía en profundidad en ellas, pero nunca con tal
intensidad.
Entrar
en la mente de Sül era una experiencia tortuosa. El Sombra era un
elfo apasionado, que había conocido la violencia en su vida de
muchas maneras; sus manos se habían manchado de sangre en numerosas
ocasiones. Pero todo aquello no lo había dejado indiferente: era
capaz de sentir remordimientos y compasión.
Mas
lo que de verdad le llegaba al corazón era el profundo sentimiento
que dominaba los pensamientos del elfo: el amor más ciego, poderoso,
arrebatador... Era tan cálido que casi quemaba. tan profundo que
ahogaba. Ella nunca había experimentado un sentimiento así; no
sabía si debía envidiarlo o temerlo.
Pero
la mente de Caradhar... Dioses, no era algo a lo que podía asomarse
a menudo. Era como una puerta de la cual sólo había abierta una
rendija; a través de ella se percibía un atisbo de un paisaje yermo
y vacío, en el que sólo crecía un arbusto bajo el que cobijarse.
Había algo tan desesperanzador en aquella visión que Dainhaya tenía
que retirarse pronto porque sentía cómo la embargaba el
abatimiento.
Y
el dotado había vivido toda su vida atrapado en aquel paraje
desolado.
***
Caradhar
fue recibido con los brazos abiertos en Casa Elore'il. Dama Corail se
ocupó de que descansara, pero no tardó en pedirle un relato
detallado de lo que había ocurrido. El joven dejó caer en sus manos
el libro de fórmulas de Darial e hizo una narración lo más escueta
posible... excluyendo cualquier mención del papel que Vira había
tenido en ella. La elfa acarició la cubierta del libro, pensativa.
-¿Así
pues, ese espía era un Sombra del norte? -preguntó ella.
-Sí.
No hay que subestimar a sus Darshi'nai, especialmente si son capaces
de resistir tus pociones, Corail -respondió el dotado, con voz fría.
Su humor no era benigno, tras su entrevista con los Silvanos.
-¿Y
Sül fue capaz de derrotarlo? Admirable... considerando que hace
mucho tiempo que apenas es más que un... escolta.
-Tal
vez deberías comenzar a valorarlo en su justa medida.
-Por
supuesto; si fue capaz de salvar tu vida, arriesgando la suya, créeme
cuando te digo que estoy en deuda con él.
La
dama se levantó y acarició las mejillas de su hijo; cuando se
inclinó para besarlo, la puerta se abrió con gran estruendo y Lord
Navhares entró en tromba en la habitación, corrió hacia el dotado
y lo abrazó, completamente ajeno a todo lo demás. Caradhar lo dejó
hacer, incomodo, pero la Maeda frunció el ceño.
-Que
te escapes de palacio de esta forma es una violación del protocolo,
Navhares. No creas que sus altezas te lo perdonarán tan fácilmente.
El
chico la ignoró.
***
Pasaron
varios días. Sül se había mantenido en guardia, esperando que los
extraños elfos aparecieran de nuevo y trataran de convencer a su
compañero de que se marchara con ellos. Pero no lo hicieron; todo se
mantuvo curiosamente en calma. Él mismo había evitado tocar el tema
porque lo aterraba que Caradhar reconsiderara su posición; de hecho,
ni siquiera quería pensar el ello.
En
cualquier caso, la calma sirvió para aplacar el frío humor del
pelirrojo, y la tarde que arrastró al Sombra hasta su refugio en la
Zanja sirvió para dejarle bien claro que su pasión no había
disminuido ni un ápice.
Al
anochecer, un ligero sonido que provenía de la entrada despertó a
Sül, que se había quedado dormido debajo del dotado. Deslizándose
con cuidado salió de la cama, se cubrió y tomó sus armas, aunque
tenía la sensación de que ya sabía de quién se trataba. Esperó;
ya no se oía ningún ruido.
-Sal
de ahí. Sé de sobras que eres tú -dijo en voz baja.
-Y
no pareces muy sorprendido -sonó la voz de Vira, y el elfo se hizo
visible acto seguido.
-¿Por
qué habría de estarlo? Como si fuerais a rendiros con tanta
facilidad. Pero ya puedes largarte por donde has venido: no me
apetece que lo despiertes para llenarle la cabeza otra vez con esa
mierda.
-En
realidad, era contigo con quien esperaba hablar. Seré todo lo breve
que tú quieras, pero es importante. Sé que tienes dudas que te
gustaría aclarar.
Sül
pareció considerarlo unos instantes. Entonces terminó de vestirse,
con el ceño fruncido.
-Vaya,
un culo realmente atractivo.
El
Sombra se volvió y gruñó. Sobre la cama, Caradhar seguía
descansando boca abajo, y su cuerpo desnudo se mostraba en todo su
esplendor. Sül se apresuró a cubrirlo con una manta y lanzó a Vira
una mirada asesina.
-¿No
es un poco tarde para eso? -sonrió el Silvano- Ya debo haberlo visto
unas cien veces... en posiciones mucho más interesantes.
Sül
lo empujó contra la pared, porque aquellas ropas no permitían que
lo agarrara por ellas y lo sacudiera. Vira no parecía impresionado.
-¿Es
que has venido a cabrearme? Porque me juro que...
-Sólo
quiero hablar. Por favor, vamos afuera.
Muy
a su pesar, el joven moreno se calmó de repente. Con una última
mirada a su compañero dormido, acompañó a Vira y cerró la puerta.
Caradhar
despertó. Estaba solo en la cama, y no se veía al Sombra por ningún
lado. No estaban sus ropas y faltaban algunas de sus armas, así que
supuso que había tenido que salir por alguna razón. Se vistió y
decidió echar un vistazo por los alrededores.
Las
noches eran animadas en la Zanja; la mayoría de sus habitantes no
tenían que irse temprano a la cama ni levantarse para desempeñar
trabajos honrados y honorables. El dotado no solía deambular solo
por la ciudad, y menos por un lugar tan peligroso como aquel, pero
sentía curiosidad; necesitaba mantener su mente ocupada para no
pensar en otros asuntos... Muchos rostros lo miraron cuando entró en
una taberna.
-¿Eitheladhar?
-pronunció una voz incrédula a sus espaldas.
Aquel
nombre... El dotado se volvió, con cierto aire fatalista. Tenía la
sensación de que reconocía la voz, y no se equivocaba: era el
guardia de Arestinias que lo había librado de la abominación en
Ummankor. ¿Cuál era su nombre? No lograba recordarlo... Era...
Reskveem... Hacía tanto tiempo...
-Eitheladhar...
eres tú... Pero... dijeron que habías muerto al intentar escapar de
prisión...
Caradhar
miró a su alrededor y agradeció las discretas ropas que llevaba,
que no delataban la Casa a la que pertenecía.
-Dijeron
que eras un espía misselano... ¿Te escapaste de prisión? ¿Todo
fue un truco? -el elfo perdió la paciencia ante el silencio del
pelirrojo y lo agarró por el pecho- Respóndeme, o...
-Vayamos
a un sitio más discreto -el dotado señaló un hueco bajo las
escaleras que conducían a la planta alta.
El
guardia apretó los labios, agarró al dotado por el antebrazo, tiró
de él hasta el oscuro lugar que había señalado y lo sujetó de
espaldas contra la pared.
-Habla.
¿Eres un espía?
-No.
Es cierto que me encontré en la peor situación posible cuando pasó
aquello, pero nunca he espiado para nadie. Sólo era un aprendiz de
alquimista que no tenía idea de política, y cuando vi la
posibilidad de escapar, la aproveché. No quería que me encerraran o
ejecutaran por algo que no hice. Sólo intentaba sobrevivir...
Reskveem -añadió con suavidad. No le gustaba mentir, por lo que
intentaba ceñirse a la verdad... tanto como le fuera posible...
El
elfo de Arestinias lo miró, aún con ojos escépticos
-Me
resulta muy difícil creerte... Estamos en guerra con los tuyos.
Tengo... debería entregarte -miró a sus llamativos cabellos, que
llevaba recogidos en una coleta-. Te has teñido el pelo... ¿para
esconderte?
Caradhar
dejó caer los párpados. Tendría que deshacerse de aquel elfo que
podría meterlo en líos. Si pudiera avisar a Sül...
Pero
no; no podía hacerlo. No podía matarlo, después de lo que había
pasado. Le había salvado la vida, allá en las cavernas; había
arriesgado su posición por él. No caería tan bajo como había
hecho con Nestro. Tenía que haber otra forma...
-Reskveem...
me salvaste en Ummankor. Te debo la vida. Te doy mi palabra de que
jamás te mentiría... Además, nunca tuve la oportunidad de
agradecértelo. Por favor...
Conocía
aquella mirada en los ojos del elfo, y ya se la había visto en el
pasado: la mirada expectante de alguien que lo deseaba... Deslizó
las manos sobre su pecho, hasta que las puntas de sus dedos llegaron
a acariciar la parte alta de su cuello y el borde de su mandíbula.
Acercó los labios lentamente, esperando una rechazo que no se
produjo; el guardia lo miraba como hipnotizado, sin atreverse a
moverse ni casi a respirar. Bajo el antebrazo, Caradhar sentía los
acelerados latidos de su corazón.
Tentativamente
acarició sus labios con el extremo de la lengua; una nueva pasada,
aún más intensa... El elfo los separó, bañando al dotado con su
ardiente respiración. El pelirrojo aventuró la lengua entre
aquellos arcos temblorosos y halló un recibimiento cálido al otro
lado, que pronto se volvió ansioso. Cuanto más se adentraba en su
boca, más pesados se volvían sus jadeos, hasta que Reskveem no pudo
controlarse más y lo acorraló contra aquel muro, aprisionando sus
mejillas y atrapándolo bajo su cuerpo.
-Tengo...
tengo una habitación arriba... -dijo el guardia al fin, casi con
embarazo.
Caradhar
asintió.
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