La
noche era templada y había luna llena, así que Sül eligió un
tejado para hablar con Vira en vez de una taberna, como había
propuesto el extranjero. Por nada del mundo iba a dejarse ver con un
elfo que vistiera de aquella forma... Luego se percató de que el
Silvano seguramente podría haber transformado su apariencia a
voluntad... Mala suerte, ya no iba a cambiar de escenario.
Ambos
se miraron en silencio durante unos momentos: Sül, con suspicacia, y
Vira, con una suave sonrisa. El alto elfo descansaba cómodamente
reclinado contra un muro, con una de sus largas piernas flexionadas y
el brazo apoyado en la rodilla. Maldita
sea, pensó
Sül, ¿por
qué tiene que parecerse tanto a mi neidokesh? Ni siquiera Adhar se
parece tanto... Y esa sonrisa, como si supiera lo que estoy
pensando... ¡Joder! ¿Y si sabe lo que estoy pensando? La
sonrisa de Vira se hizo un poco más abierta, y al Sombra se le
dilataron las ventanas de la nariz.
-Tranquilo,
Sül. Mi pericia con las mentes no puede ni compararse a la de
Dainhaya, pero a veces eres tan fácil de leer que ni siquiera lo
necesito. Tienes un rostro muy expresivo. Tal vez demasiado para tu
propio bien... pero no seré yo el que se queje.
-¿Y
hasta dónde podéis llegar? Ya me parece suficientemente malo que te
cueles a espiarnos, pero esto...
-Eso
tiene gracia, viniendo de un Darshi'nai...
-Yo
no me arrastro como una asquerosa serpiente dentro de los
pensamientos de la gente...
-Yo
tampoco. Mis habilidades telepáticas sólo son útiles para el
combate y para los estados de ánimo, como las de tu colega norteño.
-¿Eso
hacía al pelear? ¿Leerme la mente?
-Digamos
que lo suficiente como para saber de dónde iba a venir tu próximo
ataque.
-Qué
cabrón... pero... yo no había oído nunca de un Darshi'nai que
tuviera ese tipo de habilidades...
-Sin
duda ese misselano tenía nuestra sangre. No es la primera vez que
uno de los nuestros se pierde. Tengo que admitir que tus colegas
tienen un buen ojo para reconocer el talento... Al parecer, el tipo
anduvo husmeando por Therendanar y averiguó lo de la fórmula que
aquel alquimista humano había logrado reproducir. Como no le sirvió
de nada, utilizó sus poderes de persuasión para acabar, qué
casualidad, siendo interrogado en el laboratorio del alquimista al
que quería reclutar.
-Y
si tanto os gusta husmear, ¿por qué no hurgasteis en su mente antes
de que pusiera en marcha su plan?
-Porque
era capaz de escudar sus pensamientos. Tal vez si Dainhaya hubiera
podido encararse con él habría sido capaz de colarse en ellos, pero
usándome a mí como su fulcro no podíamos aspirar a más.
-¿Qué
coj...?
-Un
fulcro, el punto de apoyo de una palanca. Un telépata no puede leer
a alguien que no ha visto jamás, pero tras tantos años juntos
nuestra conexión se ha afinado lo suficiente como para que pueda
usar mis ojos. Lo poco que sabemos del misselano lo pudo obtener
justo antes de que muriera, cuando sus defensas habían caído.
-¿Me
está... me está leyendo ahora?
-No.
Además, ya te lo he dicho, a veces sólo hace falta mirarte a los
ojos. Ahora mismo hay otra cosa relacionada conmigo que te gustaría
saber.
Vira
alzó la mano y concentró aquella extraña magia que fluía por su
cuerpo para materializar una espada. Al verlo así, tan de cerca, Sül
se sintió aún más atónito que las otras veces. Alargó la mano
lenta y temerosamente, como si esperara que aquel objeto que había
aparecido de la nada fuera a quemarlo o hechizarlo de alguna forma, y
la tocó con la punta del dedo: era sólida, afilada, y tenía la
frialdad del acero. Vira le tendió la empuñadura y el Sombra, con
los ojos muy abiertos, no pudo resistir la tentación de sostenerla.
El peso, el equilibrio, la sensación... Todo era sorprendentemente
común y correcto, como si el arma hubiera salido de una armería y
no de los dioses sabían dónde...
Y
de pronto, la espada se desvaneció, más rápida incluso que el
humo. El joven se miró la mano, para corroborar con sus incrédulos
ojos que se había quedado vacía.
-Dioses...
-dijo, cuando recuperó el uso de la voz.
-Me
las arreglo para hacerlas durar cada vez más.
-¿Qué
son... esas líneas negras?
-Imperfecciones
-el Silvano suspiró teatralmente-. Es lo máximo a lo que puedo
aspirar estando lejos del bosque...
-Menuda
noticia... Resulta que el poderoso Vira no es perfecto... -se burló
Sül, haciendo acopio de todo su aplomo.
-Es
muy positivo conservar aspiraciones; de lo contrario, la vida sería
muy aburrida...
-Ya...
¿y a qué aspiras, exactamente, llevando eso... esas ropas? ¿A
demostrar a todo el mundo que realmente tienes un bulto entre las
piernas?
-Y
parece funcionar, ¿lo ves? ¿Conoces otra manera más sencilla de
desviar la conversación de manera natural a lo que tengo entre las
piernas? -el elfo sonrió maliciosamente- Me encanta que te hayas
dado cuenta. ¿Te gustaría comprobar ahora si es tan fiero el león
como lo pintan?
-Si
vas a empezar con esa mierda... -masculló el joven moreno,
levantándose.
-Espera.
Vira
le sujetó la muñeca suavemente. La impaciencia de Sül pareció
desvanecerse como había hecho la espada, y volvió a sentarse.
Cuando aquellos ojos de color corinto lo miraban era como si Neharall
mismo le estuviera pidiendo algo... con una sonrisa encantadora que
el joven nunca había visto en la cara de su neidokesh. Si alguna vez
le hubiera manifestado su aprobación, no le cabía duda de que
habría sido así... Y aunque no podía evitar una vaga sensación de
estar haciendo algo malo, sentía cómo el placer lo embargaba.
-En
realidad, hay algo que deseaba comentarte, Sül -continuó el
Silvano-. Supongo que sé cuál será tu respuesta, pero debo hacerlo
de todas formas. Debes hablarle a Caradhar e intentar convencerlo
para que vengáis con nosotros a Dervharn, el lugar donde vivimos -al
ver el radical cambio de expresión del Sombra, el tono de Vira se
volvió más serio-. Esta ciudad no es para él, ni para ti. Y tú lo
sabes...
-Debes
creer que soy un capullo... -Sül utilizó su voz más cínica-
¿Crees que, siquiera por un momento, voy a considerar empujarlo
hacia un lugar donde van a intentar utilizarlo como... como un jodido
semental? ¿Por qué no te vas tú
a cubrir yeguas, con tu gran bulto entre las piernas? Que me condene
si voy a permitir que...
Iba
a añadir “que nadie lo toque”, pero se mordió la lengua. Notaba
el ardor de la ira en las mejillas y una imperiosa necesidad de
destrozar algo; y extrañamente no se trataba de los huesos de aquel
elfo.
-Nadie
va a obligarlo a hacer nada contra su voluntad. Jamás. Te aseguro
que...
-No,
nadie lo obligará: una oportunidad... ¿cómo lo llamasteis...? Una
respuesta
tan perfecta de los dioses que simplemente dejaréis pasar sólo
porque al chico
no le apetece comportarse como un reproductor seleccionado... ¡otra
puñetera vez! Sólo lo manipularán, un poco cada día, hasta que
acabe en la cama de cualquier pirada lanza-hechizos... porque haber
exprimido su sangre toda su vida nunca ha sido suficiente...
La
voz de Sül se volvió casi desesperada. A Vira no le era ajeno en
absoluto lo que el joven estaba sintiendo en aquellos momentos.
-¿Qué
es lo que le espera aquí, Sül? -preguntó, mirándolo a los ojos-
¿La misma locura que acabamos de vivir con ese alquimista enfermo
una y otra vez? ¿Crees que ha habido algún momento en el que haya
sido feliz? Olvida lo de los hijos. Hay muchas cosas en las que los
míos pueden... deben
ayudarlo.
La magia cruda que se acumula dentro de él, esperando a ser
tejida... Debe ser doloroso, tener toda esa energía dentro de sí y
no ser capaz de sacar más que una parte, y de manera totalmente
incontrolada...
-No
sé de qué hablas, él no es un jodido mago... Es un dotado, y eso
ya es demasiado...
-Oh,
pues claro que lo es. Como te he dicho, lo hace de manera
inconsciente, porque nadie le ha enseñado a canalizarla, pero por la
diosa que él es uno de los míos. Hay un hechizo común entre
algunos de mi clan que él domina bastante bien.
-¿Ah,
sí? ¿Cuál? -preguntó el Sombra, escéptico.
Por
toda respuesta, Vira se acercó a él, manteniendo los ojos prendidos
en los suyos. Otra vez aquella sensación, aquel impulso de huir que
luchaba con el deseo de quedarse muy quieto y dejar que aquel elfo
tomara la iniciativa; porque era hermoso, y aquellos ojos dominadores
del color del vino se habían ganado a través de los años el poder
de hacer de él lo que quisieran... Y aquellos labios que siempre
había anhelado probar pero nunca se había atrevido a... Espera: sí
los había probado... Pero, entonces, eran otros los que nunca se
habían posado sobre los suyos... ¿Que importaba? Fueran cuales
fuesen, aquellos labios que estaban tan cerca lo estaban llamando, y
no tenía que resistirse, no había nada de malo en dejarse llevar...
Ah... el aliento dulce y cálido... casi tan dulce como...
Ya
estaba Vira inclinado sobre él, sus brazos flanqueando sus costados,
su boca a la distancia de un suspiro... cuando Sül tomó conciencia
de que no era su neidokesh, y desde luego, tampoco Caradhar, quien se
disponía a besarlo. Reculó, sobresaltado, preguntándose cómo
había llegado a encontrarse otra vez en aquella situación. El
Silvano sonrió, un tanto melancólicamente.
-Felicidades.
Sólo es la segunda vez, y ya eres capaz de resistirte.
-¿Qué...
de qué hablas... por qué...?
-Es
un hechizo para controlar una emoción en concreto: la atracción.
Confieso que no necesito usarlo a menudo, pero resulta útil como
mecanismo de defensa, si es que el objetivo no está predispuesto en
tu contra. Estoy seguro de que Caradhar lleva usándolo toda su vida,
aun sin darse cuenta. Y me da la impresión de que también lo hizo
Neharall. Puede que nunca lo hayas notado, pero ambos te han afectado
más de lo que crees.
-Gilipolleces...
-el Sombra tragó saliva- ¿Crees que lo que siento por Adhar tiene
algo que ver con un truco fallido como el tuyo...?
-Ya
no, Sül. Disculpa mi franqueza, pero no es fácil resistirse a mí:
por eso sé hasta que punto estás enamorado de él. Sé que no
soportas la idea de perderlo, ni siquiera de compartirlo, aunque sea
algo carente de significado. Sé que piensas que nadie puede quererlo
como lo quieres tú. Pero créeme, Caradhar necesita
la
ayuda que los míos pueden proporcionarle. En este asunto debes
pensar en lo que es mejor para él, aunque resulte doloroso para ti.
-Llevo
mucho tiempo pensándolo -dijo el joven con voz dura mientras se
levantaba- y eso no incluye ponerlo al alcance de tipos que pretendan
aprovecharse. Eso ya lo tenemos aquí, muchas gracias.
Sül
se perdió de vista con varios saltos ágiles. En cuanto a Vira, aún
permaneció sentado un buen rato bajo las estrellas, acariciándose
distraídamente el labio inferior. Había estado cerca...
Más
tarde, Dainhaya susurró algunas palabras en su cabeza que le dieron
mucho que pensar. Su mente se dividió entre la compasión por el
Sombra y una vaga expectación.
***
Caradhar
no se encontraba en el refugio cuando Sül volvió a por él. Parecía
haberse marchado por su voluntad, porque todo estaba en orden,
pero... ¿vagando solo por la Zanja? El Sombra se puso nervioso.
Salió a buscarlo por los alrededores, aunque sin resultado, y si en
algo se caracterizaban los habitantes de aquella zona era en que no
se hallaban muy dispuestos a dar ningún tipo de información. Cada
vez más preocupado, decidió encaminarse a Elore'il y comprobar si
el dotado había vuelto por su cuenta.
Ya
hacía rato que había pasado la medianoche. Cuando ya se disponía a
volver a salir tras él, Caradhar apareció. Sin decir palabra se
encaminó al baño, se desnudó y se sumergió en la bañera, sin que
pareciera importarle que el agua estuviera fría. Sül lo
contemplaba, incrédulo.
-¿Tienes
idea de las vueltas que he dado, pensando en que podías estar
perdido en la Zanja? -preguntó al fin, contrariado- ¿Por qué no me
esperaste en el refugio?
-Y
tú, ¿por qué te marchaste? -el pelirrojo saltó de la bañera,
salpicando agua en todas direcciones, y se secó con lo primero que
encontró.
-Ese...
elfo vino para seguir contándome sus estupideces. Lo mandé a paseo
en cuanto pude... -Caradhar se dirigió hacia la cama dando grandes
zancadas- Adhar... La Zanja no es lugar para que tú camines por él
sin protección. No quiero ni pensar en lo que podría pasar...
-Me
encontré con el guardia de Arestinias que me libró de la
abominación en Ummankor; o más bien, él me encontró a mí -lo
cortó el joven.
-¿...Qué?
-Sül frunció el ceño- ¿Cómo diablos...? Joder, eso puede
traernos muchas complicaciones... Se supone que te habían matado en
prisión; y podrían descubrir que perteneces a Elore'il y que la
Casa estuvo implicada...
-No
tienes que contarme lo que ya sé.
-¿...
Y dónde infiernos está ese tipo? ¿Y si habla? Tendré que ocuparme
de él...
-No
-Caradhar lanzó una mirada penetrante a su compañero-. No hace
falta que lo hagas porque no va a hablar, ya me he encargado yo de
eso.
-¿Lo
has...?
-No.
Me salvó la vida; no quiero hacerle daño. No... no puedo hacerle
daño.
-Pero
Adhar, sé razonable: por lo que sabemos, ese fulano es leal a su
Casa. ¿Cómo sabes que no va a hablar? Arestinias ha caído en
desgracia, ¿crees que Lady Neskahal no querría vengarse? Debemos...
-No
hablará, me dio su palabra, y le creo.
-¿Y
por qué estás tan seguro?
Caradhar
se quedó callado. Después respondió en voz baja, apartando la
mirada:
-...
Porque me he acostado con él.
Sül
palideció. Apretó tanto los labios que también estos adquirieron
un color enfermizo, como la cera.
Estoy
seguro de que Caradhar lleva usándolo toda su vida, aun sin darse
cuenta...
Las palabras de Vira zumbaron un instante en sus oídos, hasta que el
rugido de la sangre bombeando en sus sienes se elevó por encima de
todos los demás.
-...
¿Cómo... cómo has podido...?
-No
podía matarlo, Sül... ¿qué podía hacer?
-¿Qué
podías hacer? -la voz del Sombra sonó como un débil e inseguro eco
de las palabras del dotado. Repitió la frase, alzando el tono y
liberando ira- ¿Qué podías hacer? ¿Es que tengo que
decírtelo....? Podrías haberlo amenazado; podrías haber intentado
sobornarlo; podrías haberte inventado una historia; ¡podrías haber
dejado que me ocupara yo!
-Nada
de eso habría funcionado, y en cuando a dejártelo a ti, tú sólo
podrías ocuparte de él de una forma que no puedo permitir...
-¿Y
por qué
no puedes permitirlo? ¿Tanto te importa? ¿Tantos escrúpulos te han
dado de repente? -su voz fue subiendo de tono mientras se acercaba al
pelirrojo y lo tomaba por el antebrazo- ¿Tanto te ha gustado que no
ves el momento de repetirlo?
-No
lo he hecho porque me gustara... Pronto... pronto partirá al frente
con una compañía de Arestinias... Será sólo hasta entonces...
Sül
no podía creerse lo que estaba oyendo. No podía ser real: no había
manera de que Caradhar le estuviera diciendo que iba a seguir
acostándose con otro, sólo
por unos días...
-Lo
siento... No le dejé que me tomara, si es lo que quieres saber...
El
Sombra lo vio todo rojo. Agarró al dotado por el otro brazo, lo alzó
y lo inmovilizó contra una de las columnas de la cama con un sonoro
golpe; la estructura de madera tembló.
-Caradhar...
¿crees que me importa una mierda quién tomó a quien? -dijo Sül al
fin, con la voz completamente quebrada- ¿Es que no comprendes que no
quiero que nadie te toque? ¿Que quiero que seas sólo mío, igual
que yo he sido sólo tuyo desde que te conocí?
"¿Es
que no entiendes el daño que me causas? De todas las cosas que
podrías hacerme... ¿por qué, por
qué... tienes
que hacerme siempre la que más me duele?
Los
ojos de Sül comenzaron a brillar; como si estuvieran febriles; como
si estuviera a punto de llorar... Soltó a su compañero, corrió
hasta las puertas, las abrió con tanta violencia que rebotaron
contra las paredes y se alejó; sus zancadas resonaron a lo largo del
corredor.
Caradhar
se quedó mirando hacia la salida durante mucho tiempo, el ceño
fruncido, los labios una fina línea apretada. Flexionó las piernas
y se abrazó las rodillas, y permaneció así durante horas, sin
saber qué hacer, sin saber siquiera lo que sentir.
***
Sül
no volvió aquella noche, ni apareció por Elore'il en todo el día
siguiente. Al anochecer, Caradhar se dirigió a su refugio y lo halló
echado sobre la cama, con la vista fija en la pared. Ni siquiera se
volvió para mirarlo cuando entró. El dotado caminó lentamente
hacia su compañero y se tendió junto a él, abrazándolo por la
espalda. Aquella posición era bastante inusual, pero el Sombra no se
sintió impresionado.
-Te
he echado de menos.
El
joven moreno no respondió. Deseaba replicar algo hiriente, como
"siempre puedes ir a tirarte a tu nuevo amigo", o "me
sorprende que aún te quede algo de energía para venir a verme",
pero ni siquiera tenía fuerzas para ser sarcástico. A su espalda se
oyó el susurro de telas deslizándose, y de nuevo el abrazo del
pelirrojo; una pierna desnuda se enroscó alrededor de su muslo y una
mano acarició su vientre tras adentrarse en sus ropas. Siguió sin
reaccionar.
La
mano buceó en el interior de sus calzas y tomó contacto con su
entrepierna. En otras circunstancias aquello habría sido más que
suficiente para sacudirlo, pero no aquella vez...
Caradhar
decidió ser más osado. Desató las calzas, empujó suavemente a Sül
sobre su espalda, que se dejó hacer como si su mente estuviera a
cientos de kilómetros, y bajó la cabeza hasta su bajo vientre. Su
lengua comenzó a prestar sus atenciones a toda porción de piel que
sabía que lo haría temblar: la cara interna de sus muslos, allá
donde se unía con la lisa superficie entre su entrada posterior y
sus testículos; la sedosa piel que recubría estos; la base de su
sexo, que aún cedía blandamente bajo la sensual presión de sus
labios. Cuando decidió concentrarse en su miembro, ya había un
hálito de vida en aquella carne suave; y cuando su lengua se demoró
en cada centímetro de su longitud antes de encerrarse de nuevo en su
boca y dejar que los labios tomaran el relevo sobre el humedecido
extremo, constató que el dormido había despertado por completo.
Muy
a su pesar, Sül echó un vistazo hacia abajo, a aquella cabeza de
cabellos rojos que comenzaba a subir y bajar bajo su cintura; muy a
su pesar, porque en aquel momento no deseaba desearlo, como todos y
cada uno de los días que habían pasado juntos. Porque anhelaba
tener la suficiente presencia de ánimo como para apartarlo de él y
hacer que probara un poco del amargo sabor del despecho, de la
frustración y de los celos. Probar el sabor... ¿podía siquiera
Caradhar probar aquellas cosas o era insensible a ellas, como lo era
a todo lo demás?
La
cabeza de cabellos llameantes se detuvo una vez que el mástil estuvo
en su punto más álgido. Y a la escasa luz de la vela Sül
contempló, extrañamente fascinado, cómo el dotado se colocaba a
horcajadas y lo guiaba dentro de él, muy lentamente, apoyándose
sobre sus tensos abdominales, con los labios entreabiertos, los ojos
cerrados y las cejas ligeramente arqueadas. Tenía una expresión de
vulnerable sensualidad que lo excitó aún más, por más que también
lo contrariara.
Dioses,
así que este es el aspecto que tiene Adhar cuando se entrega de esta
manera, pensó
Sül, y
así es como se ve desde aquí. Ni siquiera tengo que moverme, sólo
mirar y disfrutar, como si fuera un espectáculo, la forma que tiene
de empalarse en mí, cómo es incapaz de mantener los labios cerrados
o contener los gemidos... ¿Está gozando, o está avergonzado?
Sül
alargó la mano para apartar un mechón de cabellos que ocultaban el
rostro de su pareja; esa misma mano bajó por su pecho, mientras sus
ojos oscuros lo hacían por el resto de su cuerpo pálido. Era una
belleza cuando se contorsionaba así, sus caderas subiendo y bajando
sin pausa... Entre sus brazos extendidos, que aún descansaban sobre
su vientre formando una uve, el Sombra observó el rígido miembro
del pelirrojo; su mano se dirigió hacia allí y comenzó a
acariciarlo levemente, dejando que se deslizara entre el arco de sus
dedos índice y corazón.
Sül
también comenzó a gemir suavemente, y al escuchar el sonido de su
propia excitación, un pensamiento lo asaltó: Caradhar acababa de
acostarse con otro... ¿por qué le resultaba tan fácil perdonarlo?
¿Acaso Vira tenía razón? ¿Acaso había estado usando ese
extraño... hechizo todo aquel tiempo?
¡No!
Lo que sentía por él era real, lo había sido siempre. Había
matado por él; moriría por él; si poseyera algo, lo daría sin
duda por él. Pero hasta entonces, o eso había creído, lo único
que había poseído era a Caradhar en sus brazos. Y ahora...
¿conservaba siquiera eso? El cuerpo que le había pertenecido sólo
a él se había entregado voluntariamente a alguien más. Ya había
sufrido ese dolor, tiempo atrás, pero tras todo lo que habían
pasado, había llegado a pensar que nunca volvería a ocurrir; había
abrigado la esperanza...
Imaginó
las manos de aquel guardia sobre su piel blanca, y los labios del
dotado recorriendo su cuerpo, tal vez otorgándole el mismo
tratamiento que le había ofrecido a él ahora mismo. Imaginó a
Adhar gimiendo con él...
Con
la mandíbula tensa, Sül intensificó la cadencia de sus pasadas
sobre la erección del pelirrojo, cuyos movimientos se volvieron más
frenéticos al verse forzado al límite. No tardó en explotar en su
mano, jadeante, inclinándose sobre su pareja de manera que los
largos cabellos volvieron a cubrir su rostro. El Sombra soltó su
presa y deslizó los dedos a lo largo de la ingle del joven,
dejándola húmeda con su propio elixir cremoso.
-No
puedo creerme que no me hayas dejado ver esto hasta ahora -dijo, con
furia apenas contenida-. ¿Por qué no quieres cabalgarme más a
menudo? Le alegrarías la vista a cualquiera. Pero supongo que
nuestro trato se mantiene... ¿Lo ves? No me he corrido aún, así
que tengo derecho a otro asalto...
El
joven moreno se giró rápidamente, empujando a su compañero de
espaldas en la cama. No tardó en alzarse sobre él de rodillas,
tenderlo sobre su vientre, tirar de sus caderas y sujetarle los
brazos sobre los costados. Caradhar se vio forzado a hundir el rostro
en el colchón mientras Sül se abría camino de nuevo dentro de él,
sin ninguna gentileza, asegurándose de que notaba cada centímetro
del ariete que lo penetraba y cada uno de los violentos golpes contra
sus nalgas. Volvió la cara para respirar, sepultada entre sus
mechones de color rubí, pero comprobó que no podía mover nada más,
tan fuerte era la presa con que el Sombra lo sujetaba: no habría
podido escapar aunque la vida le fuera en ello. Y aquella posición...
Sül jamás lo había tomado por detrás.
No
fue placentero, al principio: había vuelto a entrar en él demasiado
pronto. Le tomó algún tiempo ajustarse a sus bruscas embestidas
hasta que pudo volver a disfrutar el roce de aquella dura e hinchada
carne entrando y saliendo de él, a pesar de la presión de los poco
amables dedos sobre sus muñecas y de las fuertes piernas que lo
atrapaban. Se oyó gimiendo de nuevo de manera distinta a las otras
veces, con una nota de dolor disimulada entre sus jadeos
entrecortados.
Sül
no aflojó el ritmo enloquecido. Continuó taladrándolo hasta que el
miembro palpitante de Caradhar se disparó de nuevo, salpicando la
cama con su semilla. No había comenzado aún a recuperar el resuello
cuando su pareja lo alzó, sin sacarla siquiera, y lo sentó de
espaldas sobre su regazo, sujetándolo con fuerza mientras seguía
dando rienda suelta a su lascivia insatisfecha.
A
partir de la tercera vez ya no fue placentero en absoluto.
A
la mañana siguiente, el Sombra se despertó con un horrible dolor de
cabeza y un sordo malestar en la entrepierna. Intentó hacer memoria
de lo que había ocurrido y recordó...
Había
perdido la cuenta del tiempo que se había pasado dentro de Caradhar.
Ni tan siquiera recordaba si había llegado a eyacular; tan sólo
tenía conciencia de la rabia, de la tensión, del placer morboso que
había experimentado oyendo gimotear a su compañero... Dioses... la
cabeza lo estaba matando...
Miró
a su lado y notó un revelador vacío en el colchón. El dotado
despertándose antes que él era un acontecimiento inusitado. Y sin
embargo, el joven no había ido muy lejos: estaba de pie, junto a la
mesa, con una mirada gélida en sus ojos rojos. Sin volverlos
siquiera hacia él, Caradhar dijo:
-Espero
que lo que me hiciste anoche te saciara, porque no va a volver a
repetirse.
-Qué
mas te da -Sül flexionó las piernas y dejó caer la cabeza sobre
las rodillas-. No es que vayan a quedarte marcas, después de todo.
-A
ti tampoco te quedan marcas. Yo me ocupo de eso ahora.
-¿Sabes
una cosa, Caradhar? Esto te sorprenderá, pero no todas las marcas
son sobre la piel.
El
Sombra se levantó y comenzó a vestirse. El dotado se volvió hacia
él finalmente y lo contempló durante unos instantes.
-Sül,
mantente fuera de esto. No quiero herirte, pero he tomado una
decisión y he de llevarla a cabo porque no puedo hacer otra cosa. Te
compensaré -como el joven no respondió, el pelirrojo lo tomó por
el hombro y lo hizo volverse-. Sül, estoy hablando en serio...
Quiero tu palabra de que no le harás daño.
-Te
doy mi jodida
palabra
de que no tocaré su jodido
cuello.
¿Satisfecho? -respondió él, con tanto cinismo y amargura en la voz
que su compañero lo soltó y frunció los labios. Acercó el rostro
para besarlo, pero Sül se apartó, ante la confusión del dotado. Al
final, Caradhar decidió marcharse.
El
pelirrojo puso buen cuidado en que no lo siguieran aquel día, pero
era un trabajo vano intentar burlar a un Sombra. Sül se rindió a la
curiosidad malsana y lo siguió hasta la posada de la Zanja, donde
vio a aquel elfo recibirlo, arrastrarlo a una esquina oscura y
besarlo apasionadamente, sin poder esperar siquiera a llegar a su
habitación. Una vez en el piso de arriba, el dotado se aseguró de
que no había nadie más en aquel dormitorio.
No
había contado con el exterior de la ventana, y desde allí el joven
moreno tuvo que sufrir la visión de aquellas manos arrancando la
ropa de su compañero, de aquellos labios paseándose por doquier.
Pero cuando Caradhar volvió al elfo de espaldas simplemente no pudo
resistirlo: tuvo que apartar la cara y cerrar los ojos, aunque a sus
agudos oídos aún llegaban los gemidos de placer de aquel extraño.
Cuando
volvió a abrirlos el sufrimiento había dado paso a la ira; no era
una ira tan ardiente y visceral como la que había sentido contra
Darial, sino mucho más contenida. Un sentimiento sobre el que podía
meditar mientras se aguantaba en equilibrio junto aquella ventana y
oía aquellos jadeos que no quería oír, y veía en su mente
imágenes de lo que pasaba en aquel cuarto aunque no deseaba verlas.
Le resultó imposible despegarse de allí, incluso cuando el dotado
abandonó la posada.
La
batalla más dura la libró entonces, conteniendo el impulso de
entrar y acabar con él. Pero no podía hacerlo: le había dado su
palabra a Caradhar.
***
¿Por
qué me está ocurriendo esto?,
se preguntó Sül por tercera vez en menos de un minuto, mientras
buscaba inútilmente palabras con las que suavizar la verdad. Sabía
perfectamente por qué, pero lo que no podía explicarse eran las
razones de los dioses para empujarlo a aquella situación. ¿Habían
decidido que ya era el momento de arrebatarle lo único bueno que le
había ocurrido en su vida? No podía imaginarse semejante crueldad.
Pero sí sabía que no saldría bien parado después de decir lo que
debía. Si tan sólo él lo comprendiese... Si tan sólo...
Su
mente voló a días atrás, a aquella fatídica entrevista que
sostuvo en las dependencias de los sirvientes del Palacio de las
Cuarenta y Nueve Lunas.
-¿Sül?
-preguntó Niliara, sorprendida- Uno de los últimos elfos a los que
esperaría encontrarme aquí. ¿A qué se debe el honor? Creí que
Caradhar no acudiría hasta la semana que viene. Mi Señor no hace
más que contar los días...
-No
vengo por cuenta de él, sino para verte a ti. ¿Podemos hablar en un
sitio privado?
-Claro
-dijo ella, alzando las cejas-. El jardín frente a las cocinas es lo
suficientemente público como para que no nos escuchen, si eso es lo
que quieres...
Ambos
elfos salieron a terreno abierto. Al joven le resultó muy difícil
arrancar. Temía que no sirviera de nada, o que aquellos Silvanos
estuvieran al acecho; pero ya no podía más: sólo habían pasado
tres días desde que siguió al dotado a la posada y ya estaba
volviéndose loco.
-¿Qué
te ha pasado? -preguntó ella para ponérselo más fácil- ¿Otro
asesino de pacotilla ha venido a presentarte sus respetos?
-No...
Se trata... ¿qué sabes de la caída de la Casa Arestinias?
-Lo
suficiente. Yo he estado a cargo del Maede desde el principio y
sabía... cuáles eran los planes de Dama Corail para él, y cómo se
proponía conseguirlo.
-Y
si... ¿y si alguien de la Casa hubiera reconocido a uno de los
agentes que tomaron parte en el asunto?
-Espero
que esa sea una pregunta retórica -dijo ella con ironía, lanzándole
una mirada cargada de significado-. Un crío Darshi'nai sabría
perfectamente lo que hay que hacer.
-Mis
manos están atadas.
-¿Chantaje?
-él asintió al cabo de un instante- ¿Y desde cuándo es eso un
problema? Neutraliza al objetivo y todo lo que pueda resultar
incriminatorio. Sül, ¿qué sucede de verdad?
-No
puedo hacer nada... He dado mi palabra de que no le tocaría un
pelo...
-¿Has
dado tu palabra? ¿A Caradhar? -ella sonrió astutamente- Ya veo: el
dotado que nunca juega según las reglas. Y me lo cuentas para que
sea yo la que ponga las cosas en orden -el silencio del Sombra fue
bastante revelador-. Tal vez deba contar todo esto a mi Señor...
-¡No!
Escucha, Niliara... Ocúpate tú y yo te deberé una. Por favor...
Ella
se detuvo; conservaba una ligera sonrisa en su rostro por demás poco
expresivo.
-De
acuerdo: dame los detalles... y me deberás una.
Niliara
fue rápida y eficaz a la hora de ejecutar sus planes. No pasó mucho
tiempo hasta que un Caradhar intrigado por la desaparición repentina
de Reskveem confiara su inquietud a Sül. El Sombra estaba dividido
entre el alivio que esto le proporcionaba y la culpabilidad que
sentía, tanto más cuanto que en ningún momento se le había
ocurrido al dotado sospechar que su compañero tuviera algo que ver:
le había dado su palabra.
El
auténtico problema llegó cuando Niliara abordó al joven en
privado.
-Creo
que tienes una deuda que saldar, Sül.
-¿Tan
rápido? Esperaba que me darías un respiro... ¿de qué se trata?
-Poca
cosa, no te preocupes -dijo ella, sonriendo enigmáticamente-. Tan
sólo necesito información. Hay algo que siempre me ha intrigado y
estoy segura de que tú estás al tanto de todo: quiero que me
expliques cuál es la relación entre tu amiguito el dotado y los
Maedai de Elore'il.
Sül
se puso rígido. Su voz, no obstante, no sonó demasiado forzada
cuando replicó:
-¿Cuál
quieres que sea? Él pertenecía a Llia'res y ahora es uno de los
elfos con el Don que sirven al Maede. Y eso es todo.
-No,
amigo mío, no escaparás tan fácilmente: sé que hay más. La
manera en que él los trata, cómo lo tratan ellos a él... ¿Un
guardaespaldas Darshi'nai para un dotado? Sirvo a mi Señor, pero no
me satisface que me oculten información...
-No
sé de qué narices hablas -insistió él, obstinado-. ¿Por qué no
me pides otra cosa? No hay absolutamente nada que...
-Escucha,
Sül: sé por qué deseabas librarte de ese guardia de Arestinias con
tanta urgencia. Por qué aguantas esas cosas, por bueno que sea tu
amante en la cama, es asunto tuyo; pero si no satisfaces mi
curiosidad le contaré a tu pelirrojo la verdad. Y lo quiero ahora
mismo, antes de que tengas tiempo de inventar cualquier patraña.
El
joven palideció. Aquella Darshi'nai no se tragaría una mentira, y
tampoco podía cubrir una traición con otra aún mayor. ¿Desvelar
el secreto de Caradhar a alguien que podría utilizarlo contra él?
-No
te estoy pidiendo mucho, Sül. Sólo unas palabras, y seré una
tumba.
-No
hay nada que decir.
-En
ese caso... si tú rompes tu parte del trato, yo romperé la mía.
-...
No... no me importa. El favor se lo has hecho a Elore'il, después de
todo, no a mí... En cuanto a Caradhar... -el Sombra frunció el
ceño- no necesitarás contarle nada porque lo haré yo mismo.
-¿En
serio? -preguntó ella con escepticismo.
El
joven no respondió. Se dio la vuelta y fue en busca de su compañero.
El
dotado se despojaba de la librea de la Casa en aquel momento y se
vestía con discretas ropas de calle. Pareció animarse cuando vio
aparecer al Sombra. Se acercó a él y lo besó; por primera vez en
días el elfo no rechazó sus labios, y Caradhar sonrió ligeramente.
-Sül,
quería verte, pero has estado tan esquivo estos días que no he
tenido la oportunidad. Voy a tener una charla con esos elfos del
bosque y quisiera que me acompañaras.
-¿Una
charla? ¿Para qué? -el elfo se alarmó.
-No
he cambiado de idea acerca de lo que desean de mí, si es lo que
tienes en mente. Pero siento curiosidad por toda esa historia de la
magia... Sólo quiero saber un poco más. El asunto de los últimos
días... tal vez sea cierto que este no es nuestro lugar y deberíamos
pensar en...
-¡Dices
que no has cambiado de idea, pero estás considerando la posibilidad
de ir con ellos!
-Ambos,
tú y yo. Y nunca aceptaría entregarles lo que me piden. Me repugna,
y tú lo sabes.
-Eso
dices ahora, pero una vez que te hayan convencido...
-Eso
no va a ocurrir jamás. Y Sül, ¿crees que tenemos muchas opciones
si nos quedamos aquí? Te he hecho daño; no quisiera volver a
hacértelo.
-Si
tú hubieras...
-Vayamos
a escuchar. Sólo escuchar lo que tengan que decir. No hay nada de
malo en ello. Vamos.
El
Sombra tuvo un mal presentimiento.
El
ambiente en el refugio de los Silvanos fue mucho menos tenso que la
primera vez. Dainhaya se permitió incluso abrazar a ambos elfos,
quienes lo aceptaron con turbación. La pequeña y encantadora elfa
seguía siendo difícil de resistir...
Al
principio charlaron sobre cosas más triviales, pero Sül estaba
sobre ascuas. ¿Estarían aquellos Silvanos familiarizados con lo que
había hecho? ¿Se lo revelarían a Caradhar en cualquier momento?
Pero no lograba notar nada extraño en sus miradas; incluso la de
Vira, normalmente burlona, parecía relajada. Y entonces...
-Sé
que no tengo derecho a pedir ningún favor, pero es importante para
mí -dijo Caradhar-. Se trata de un miembro de otra de las Casas
Nobles de Argailias que conocí hace tiempo y con el que
recientemente volví a contactar, hasta que desapareció. Me
preguntaba si vosotros habíais tenido algo que ver.
-Te
aseguro que no, Caradhar -la voz y los ojos de Dainhaya era sinceros
y calmados-. Sólo decidimos intervenir una vez, cuando vuestras
vidas estaban en juego, y nada más.
-Pero
sabes de qué hablo, ¿verdad?
La
elfa asintió.
-Si
averiguáis lo que le ha pasado a ese elfo, ¿me lo diréis? No
quiero que le ocurra nada malo, pero tampoco puedo permitirle que
cuente lo que...
-Necesito
hablar contigo, Adhar. Ahora -dijo Sül, muy pálido. El dotado lo
miró con sorpresa.
-¿Ahora?
Pero...
-Se
trata de ese elfo de Arestinias. Yo...
***
¿Por
qué me está ocurriendo esto?,
se preguntaba, pues, Sül. Lo intimidaba la presencia de aquellos
extraños, pero sabía bien que no dejarían de escuchar aunque se
escondieran en el túnel más profundo de Ummankor. Lo intimidaba,
más que nada, la mirada de Caradhar, que había estado libre de
sospechas... hasta ahora. Pero ya era tarde para echarse atrás.
Encomendándose a los dioses, el joven continuó.
-No
merece la pena que sigas preocupándote por él, porque ya no es
ningún problema. Yo... se lo conté a Niliara -el dotado lo miró,
incrédulo- y ella se ocupó.
-...
Me diste tu palabra...
-Te
di mi palabra de que no lo tocaría...
Caradhar
se levantó con tanta furia que el cojín donde se sentaba salió
disparado y golpeó al Sombra en una pierna. En sus pálidas mejillas
comenzaban a formarse dos manchas rojas por efecto de la sangre que
se agolpaba en su rostro.
-¡No
me vengas con estupideces! ¿Crees que soy un crío al que puedes
aplacar con excusas baratas? ¡Te dije que no metieras en esto! ¡Te
lo pedí!
-¿Y
tú crees que es algo que puedas pedirme tan tranquilo, y que yo haré
de buen grado? -Sül también se levantó de un salto- Todo lo que he
hecho, lo he hecho por ti... ¡siempre!
-¡Yo
no te pido que hagas cosas por mí! Tan sólo esta vez, y sólo se
trataba de que te mantuvieras al margen... ¡Quería hacer lo
correcto!
-¿...
Tirarte a otro es lo correcto? ¿Tienes idea de lo que duele eso...?
No... ¡no puedes tener idea! Porque tú eres incapaz de sentir
ningún dolor... ¡crees que yo tampoco!
-Intento
hacer lo que sea necesario... ¡Siempre he sido así, y tú lo
sabías...!
(¿Eres
tú el que está haciendo esto, Vira?, sonó
la voz de Dainhaya en la cabeza del elfo.)
(En
absoluto. Pensé que era cosa tuya.)
(No
es propio de Caradhar enfurecerse de esta manera. Realmente parece
como si alguien... Ambos
Silvanos miraron a Ulmeh, que seguía la pelea de los otros dos con
rostro concentrado. No
puedo creerlo, es él quien lo ha espoleado. Y ha cerrado su mente a
la mía...)
(Eso
es jugar sucio. No voy a permitirlo, Dainhaya. El
alto elfo se levantó y se dirigió hacia su compañero.)
(Me
temo que ya es tarde. La piedra ha echado a rodar y ya no puedes
pararla.)
-En
todos estos años, ¿no me he ganado ningún derecho? -continuó Sül-
¿Es mucho pedir no tener que compartirte con nadie?
-¿Derecho?
¿Compartirme? -la voz de Caradhar se volvió visiblemente más fría-
Así que ahora mi propietario eres tú... ¿eso es lo que quieres
decir?
-¡No!
Pero... ¿tan malo sería? Yo siempre te he pertenecido... ¿por qué
no puedes pertenecerme tú a mí? Yo... siento lo de ese elfo, pero
creo que he hecho lo que debía...
Caradhar
miró a su compañero como si no lo reconociera, como si lo viera por
primera vez.
-¿Eres
como todos los demás, Sül? ¿Sabes lo que es mejor para mí, y
tomarás tú las decisiones cuando creas que me equivoco?
-¡Eso
es injusto! Adhar... ¿es que no lo ves? ¡Yo no soy como los demás!
Yo... ¡te quiero! Te quiero y no soporto que...
-Creo
que a estas alturas ya sé lo que significa "te quiero",
Sül -lo interrumpió el dotado-. Me resistí a creerlo la primera
vez que te oí decirlo, pero ahora estoy seguro. Significa que tengo
una cadena alrededor del cuello, y que tú tienes derecho a tirar de
ella, ¿no es eso? -el Sombra se apartó, dolido, como si lo hubiera
golpeado- Sí eres como los demás: nunca me dejarás tener la última
palabra. Nunca dejarás de recordarme que tus derechos sobre mi son
mayores que los míos propios. Nunca desaprovecharás la oportunidad
de ponerte por encima... -el pelirrojo volvió la vista hacia los
otros- Dainhaya, no te prometo nada, pero creo que aceptaré tu
invitación. Solo.
-¡Adhar...!
-se alarmó Sül- ¡Adhar, por favor...!
-Sül
-el dotado apretó los labios, y luego aspiró hondo-, dijiste que,
de todas las cosas que podía hacerte, te había hecho la que más te
dolía. De todas las cosas que podías hacerme, tú has hecho la
única que podía decepcionarme.
-¡Pero
yo te he perdonado! -afirmó Sül, con amargura- ¿Por qué tú no
puedes perdonarme?
-Tú
no me has perdonado: has cambiado las cosas de manera que pudieras
eliminar la causa del problema. Eso es lo que voy a hacer yo: en
estos momentos no puedo estar cerca de ti, así que me marcharé.
Cuando quieras, Dainhaya.
-Pero...
¿no vas a despedirte de nadie? ¿Tu equipaje...? -preguntó ella.
-Mi...
familia no me permitiría despedirme de ella. En cuanto a mi
equipaje, nunca he tenido nada; estoy disponible ahora mismo, antes
de que cambie de opinión...
La
elfa se atrevió a espiar por la rendija de la puerta que daba a la
mente de su joven pariente. Como se temía, el árido paisaje estaba
vacío: no quedaba ni rastro de la escasa vegetación, de la poca
vida que una vez había albergado. Había obtenido lo que habían
venido a buscar, pero el precio era tan alto que se le partía el
corazón...
-Ve
con él, Ulmeh -dijo ella-, y dile a Padre que tendré que demorarme
un poco más. Sin discusiones.
-¿Cuándo...
cuándo volverás? -preguntó Sül al dotado, con un hilo de voz. Sin
duda era un enfado pasajero, y el Sombra no tenía más remedio que
resignarse y darle tiempo a que se le pasara... Sin duda... Trataba
de contener su desesperación; trataba de contener el impulso de
correr hacia él e impedir por la fuerza que se marchara...
-No
lo sé. Probablemente, nunca.
-¡Adhar!
Adhar... Te lo ruego, no me apartes a un lado. Déjame ir contigo,
por favor... Por mi vida, que haré todo lo posible para que me
perdones, pero, por favor... no me... no me abandones...
El
dotado no lo miró. Lanzó, en cambio, una mirada fugaz a la elfa,
como si quisiera decirle algo que nunca llegó a pronunciar. Después
cruzó la puerta, seguido de Ulmeh.
Sül
sintió un violento dolor en el pecho, un dolor tan fuerte que apenas
le permitía respirar. En todos aquellos años había imaginado
situaciones angustiosas; y por los dioses que algunas de ellas no
había necesitado imaginarlas, que las había sufrido en su propia
carne. Pero lo que nunca se había atrevido a concebir era la visión
de Caradhar dándole la espalda. Y ahora sabía por qué.
-Adhar...
por favor... me equivoqué... me equivoqué...
"Creía
que nada de lo que me hicieras podría dolerme más que aquello, pero
nunca pude suponer...
"Adhar...
"...
"¡ADHAR!
FIN
DE LA TERCERA PARTE
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