2012/04/14

EL DON ENCADENADO XIX: Dos pájaros de un tiro






Caradhar no le había contado a Sül toda la verdad acerca de su entrevista con Lord Navhares; de hecho, apenas había tenido tiempo de hablarle, a la mañana siguiente, cuando dos de los escoltas del Maede vinieron a buscarle por orden de su Señor; solo. El Sombra no pudo dejar de notar la mirada fría en los ojos de su compañero al abandonar la estancia; se sintió extraordinariamente tentado de seguirlos, pero se contuvo: no le haría ningún bien, ni a él, ni a Caradhar, contrariar los deseos de los nobles en el mismo palacio del Príncipe.

No mucho más tarde, aquellos mismos escoltas regresaron por él; le comunicaron que sus servicios en palacio no eran necesarios por el momento y que debían acompañarlo a Elore'il, a donde, dijeron, debían asegurarse que llegaba sano y salvo. Aquel era un maravilloso eufemismo: lo que realmente querían decir es que iba a quitarse de en medio y, por su bien, quedarse quietecito donde le ordenaran. Sül no se tomó la noticia con calma; protestó y exigió encontrarse con su protegido antes de abandonar el lugar. Los guardias también perdieron la paciencia y decidieron que, si el joven no iba a acompañarlos voluntariamente, lo haría a rastras, si fuera preciso. Pero no era tan fácil doblegar a un Sombra; sobre todo, cuando uno no era más que un simple soldado... El elfo se les escurrió de entre las manos.

Al diablo con la diplomacia, pensó Sül, mientras se dirigía a los aposentos del Maede en busca de Caradhar. No estaba dispuesto a dejarlo solo, a menos que él mismo se lo pidiera; además, quería saber qué había ocurrido entre él y Lord Navhares la noche anterior. Se las arregló para llegar a las habitaciones que buscaba sin que nadie lo detuviera. Y una vez ante ellas, se encontró con que alguien lo estaba esperando.



-Por tu bien, te recomiendo que des la vuelta y hagas lo que te han mandado, Sül -la voz calmada y compuesta de Niliara lo tomó por sorpresa; la elfa mostraba una suave sonrisa en los labios, pero en sus ojos brillaba la ironía-. Hazte un favor a ti mismo y a tu... protegido.



-No creo que sea mucho pedir tener un par de palabras antes de largarme, ¿no crees? -el Sombra frunció el ceño- Además, no hago más que seguir las órdenes de Dama Corail: no perder de vista a quienes se supone que debo escoltar. Así que...



-Te recuerdo que son las órdenes del Maede mismo lo que estás contraviniendo aquí; y créeme: no se encuentra de muy buen humor en este momento.



-Puede que sea el Maede -el elfo tragó saliva; notaba como su irritación crecía por momentos-, pero los dos sabemos que aún es poco más que un crío.



-Un crío que se sentará junto al trono de los Príncipes. Escucha, Sül, por una vez voy a hablar con claridad -la joven cruzó los brazos y dejó de sonreír; se acercó a él y habló con voz muy queda-: yo sé lo que eres, y tú sabes lo que soy; y aunque sólo fuera por los lazos de hermandad que nos unen, no te deseo ningún mal: de hecho, me gustas bastante más que ese... tutelado tuyo del rostro hermoso, pero impenetrable. Es obvio que significa para ti mucho más que un contrato pero, si yo estuviera en tu lugar, me resignaría y daría un paso atrás, si ese afecto estuviera en conflicto con el de alguien con cuyo rango no puedes competir.



Sül abrió mucho los ojos.



-¿Competir por el afecto? No entiendo qué tiene que ver...



-Oh, lo entiendes perfectamente, y es justo lo que estás pensando -Sül palideció; ni tan siquiera reparó en que los dos escoltas que lo andaban buscando habían doblado la esquina y se dirigían hacia ellos-. Sül, vuelve a Elore'il de buen grado y espera allí, porque no hay nada más que puedas hacer por ahora -y añadió, subiendo la voz para que los guardias la oyeran-: Tranquilos, ha sido un malentendido. Es el deseo de Su Excelencia que Sül llegue sin problemas a nuestra Casa, donde debe ocuparse de importantes asuntos. Sin problemas, caballeros -recalcó, con una sonrisa encantadora destinada a encandilar a su audiencia.



Los guardias inclinaron la cabeza y llevaron a cabo su cometido; el Sombra se dejó guiar sin ofrecer resistencia. Estaba demasiado anonadado para reaccionar.





El dotado se hallaba de pie ante la figura sentada de Lord Navhares, que lo miraba con unos ojos que no intentaban ocultar su resentimiento.



-Buenos días, Caradhar; ¿has dormido bien? Si no es así, aprovecha hoy para descansar, porque esta noche es probable que tampoco durmamos mucho: planeo cumplir con mi deber sin dejar pasar un solo día más. He mandado al resto de los dotados a casa, así que te quedarás conmigo durante todo el tiempo que esté aquí. Teniéndote a ti, ¿para qué necesito a los demás? ¿No es cierto?



-¿Quiere que esté a su servicio... yo solo? -el dotado frunció el ceño- ¿Durante cuánto tiempo?



-El que haga falta. Normalmente sólo los dotados de palacio se cuidarían de los aposentos de la princesa, pero estoy seguro de que no habrá ningún problema contigo -el Maede se acercó a Caradhar-. Ah, no te preocupes: también he mandado a tu guardaespaldas de vuelta, así que nada te distraerá de tus obligaciones.



-Debo tener unas palabras con la Maeda; si me permite ausentarme...



-¿Es que no me has oído? Sólo quedas tú, para hacerte cargo de mi seguridad; no puedes alejarte de mi lado.



-Elore'il está sólo a....



-¡He dicho que NO! -el Maede apretó las mandíbulas, tratando de recuperar la calma; Caradhar le lanzó una mirada gélida, pero no replicó- Simplemente, ruega a la diosa de la Luna para que mi esposa conciba pronto y podamos volver a casa por un tiempo; a menos que hayas cambiado de idea y me...



Navhares alzó la mano derecha y rozó, apenas, un mechón de los vivos cabellos del otro elfo; movió los dedos despacio, para acariciar con el dorso su mejilla, pero Caradhar se apartó cuando las pieles estaban a punto de tocarse. El más joven se mordió el labio inferior; a su rostro afloró una expresión de desconsuelo.



-Caradhar... ¿por qué no? -preguntó, en voz baja- Pensaba que te gustaba. Mi madre me dijo, incluso antes de que vinieras, que serías alguien muy especial; que yo no te recordaba, pero que tú me habías conocido cuando era un recién nacido; que cuidarías de mí... ¿Recuerdas la primera noche que pasamos juntos? No dejaste que me hiriera; nunca lo has hecho. Pero jamás me ha tratado de forma diferente como hacen los demás, porque soy el Maede, y me temen; incluso Niliara se cuida de no contrariarme. Tú no: tú... siempre me miras a los ojos.

"Una vez, mientras me bañaba... tú no te diste cuenta, pero yo te estaba observando a través del espejo... y me mirabas: me mirabas como si... como si tus ojos me estuvieran acariciando...



El dotado lanzó un ligero suspiro.



-Lord Navhares, es imposible dejar de notar que es hermoso; pero a pesar de las apariencias, soy muy consciente de cuál es su edad: nunca podría dejar de verlo como a un niño.



El muchacho se puso rígido.



-Nunca me he visto a mí mismo como un niño, y tampoco quienes me rodean lo hacen ya; y tú jamás me has hablado como si fuera una criatura...



-No sabría hablarle a una criatura. Le hablo como lo haría con cualquiera.



-Me he casado; esta noche... esta noche dejaré de ser un niño de una vez por todas... -el joven noble sintió como la irritación le enrojecía las mejillas- Y tú también tendrás que reconocerlo.



-Y yo os digo, mi Señor, que no por perder la virginidad dejará de ser lo que es. Eso lo sé... de primera mano.







Aquella noche, el Maede no huyó de la habitación conyugal. Desde su posición en la pieza contigua, apenas con una cortina por toda separación, Caradhar no pudo dejar de oír a la pareja; Lord Navhares se mantuvo fiel a su palabra y consumó el matrimonio, aunque ciertamente no lo hizo de una forma gentil... Los gemidos de la princesa fueron subiendo de volumen y adquiriendo un ligero tinte de angustia.

El dotado no pudo resistir la tentación de escudriñar entre las cortinas; a la luz de las flotantes velas blancas distinguió al joven elfo, empujando con brusquedad entre las piernas de su esposa; los cabellos le cubrían en rostro y caían en roja cascada, atrapando a la muchacha como una telaraña.

Y de repente, Navhares echó la cabeza hacia atrás, y la larguísima melena voló, formando una aureola alrededor de su bellas facciones antes de aposentarse entre sus omóplatos; y Caradhar notó los oscuros ojos mirando en su dirección, como si supieran que estaba observando.

Una inquietante sonrisa curvó la comisura derecha de los labios del Maede; el dotado dejó caer la cortina y se dio la vuelta, con la vista perdida en la oscuridad.







Lord Navhares estudió a su compañero con detenimiento, entre sorbo y sorbo de su desayuno; buscaba un detalle diferente, una señal de que se hubiera producido algún cambio en la manera que el dotado tenía de percibirlo; de manera indirecta, buscaba ver una nueva versión de sí mismo reflejada en el rostro de Caradhar... Tarea vana, pues aquel semblante era tan poco revelador como de costumbre.



-Ven, Caradhar, siéntate conmigo y comparte mi desayuno; no me gusta sentarme solo a la mesa.



-Ya he desayunado, mi Señor.



-Pues ven de todas formas.



El elfo obedeció; el Maede le tendió su propia copa, y Caradhar rehusó; como el joven insistiera, mudo, con el brazo extendido, acabó cediendo también, pensando que no tenía sentido discutir cada pequeña orden, y aceptó un sorbo. Se preguntó dónde iba a encontrar la paciencia para aguantar una situación que podía durar semanas...

Entonces las puertas se abrieron de par en par, y el Príncipe en persona entró en la habitación. Tanto el Maede como su dotado se apresuraron a ponerse de pie y hacer una reverencia, y el pelirrojo de más edad se colocó en una discreta posición tras su señor, desde donde pudo observar de cerca a su noble anfitrión; le recordó a Lord Killien, de quien era pariente, aunque con algunos años más y una expresión ligeramente más benigna. Lucía sus proverbiales vestiduras blancas; tan rubio que casi parecía blanco era también su cabello e, incluso, la dotada que lo seguía, una pálida figura marmórea de fantasmagóricos iris de color azul hielo.



-Sin ceremonias, muchacho; toma asiento -habló su alteza, indicándole su silla a Lord Navhares y haciendo lo propio-. Sólo he venido para congratularme, pues a partir de este momento puedo llamarte hijo también; tenía mis dudas después de ayer, pero... Por la diosa, después de todo sois aún jóvenes... Mas, desgraciadamente, vuestra juventud no puede dispensaros del imperioso deber que pesa sobre vuestros hombros; lo entiendes, ¿verdad, Hijo?



-Sí, Su Alteza... -respondió el joven, con las mejillas ligeramente coloreadas por tratar asuntos íntimos en frente de una extraña. Pero, en palacio, los dotados que seguían a la familia a todas partes eran considerados poco más que mobiliario; tendría que acostumbrarse a ello.



-Bien... Pronto, si los dioses lo permiten, espero que se anuncie un feliz acontecimiento; y sin duda será un niño muy hermoso: tienes la bella presencia de tu madre, Navhares -la mirada del Príncipe se posó en el elfo que se alzaba a sus espaldas-; y no eres el único excepcional, por lo que veo... Acércate, joven: déjame verte de cerca.



El Príncipe hizo una ligera seña a Caradhar, que no tuvo más remedio que obedecer y someterse al escrutinio de Su Alteza.



-Vaya... qué ojos y qué cabello tan notables... Has traído fuego al palacio de las lunas blancas, Hijo -el Príncipe rió por lo bajo, y sus dedos se movieron automáticamente a juguetear con un mechón de color rubí; Navhares los siguió con la mirada, conteniéndose para no hacer ningún comentario-. Deberías ofrecerle este dotado a tu esposa: no me cabe duda de que le complacería mucho.



El rostro de Caradhar no dejó traslucir ninguna emoción; pero el Maede no pudo reprimir la alarma que el suyo reflejaba.



-Es... mi dotado más próximo, Su Alteza; mi esposa disfrutará de su compañía tanto como yo, dado que pasaremos juntos mucho tiempo...



-¿Temes que ella se consuele mirando su cabellera roja para recordar la tuya, cuando tú no estés a su lado? -dijo el Príncipe, con sonrisa burlona.



-Su Alteza... es sólo que... -el Maede se mordisqueó el labio inferior- Este dotado fue un regalo de la casa Llia'res a Elore'il; las normas de cortesía establecen que, bajo ningún concepto, debemos desprendernos de algo que previamente nos ha sido regalado, ¿no es cierto?



-Tienes mucha razón; lo que no sabía -el noble dedicó una penetrante mirada a su yerno- era que esa máxima se aplicaba también a las personas. Ah, me temo que tengo asuntos de estado de los que ocuparme; espero que te unirás a nosotros durante la cena, Hijo.



El Príncipe soltó los cabellos de Caradhar y le acarició la mejilla de la misma manera que lo habría hecho con un animal doméstico. Cuando salió por la puerta, Navhares se permitió fruncir el ceño; su plan de conservar al dotado en palacio, fuera de la seguridad de los muros de Elore'il, comenzaba a parecerle no tan buena idea... Entonces se dio cuenta de que el joven no había rechazado la mano del Príncipe, como había hecho con la suya el día anterior; pensó que lo primero que haría si lo enviaba de vuelta a casa era continuar lo que había interrumpido con ese guardaespaldas... Sintió cómo le ardían las mejillas por la indignación.



-¿No has cambiado de parecer? ¿Sigo pareciéndote un niño, después de...?



-No veo por qué habría de cambiar, mi Señor.



-Bueno; eso lo veremos... -su mirada se endureció aún más- Nos quedan muchos días y muchas noches por delante.





Las palabras del Maede fueron proféticas; jornada tras jornada se repitieron los mismos encuentros, las mismas miradas, las mismas preguntas... Las mismas noches interminables, deseando no tener que escuchar aquellos gemidos, mientras la insatisfacción se volvía cada vez más insoportable. Ni en sueños hubiera imaginado Caradhar que lo que el joven Navhares estaba haciendo era seguir el consejo de su dama de compañía: para minar la resistencia del dotado, nada como hacer que se ahogara en su propio deseo frustrado... Y las palabras, los ademanes, los roces cada vez más audaces del muchacho... Caradhar llegó al punto en el que tenía que contenerse para no tomarlo por la fuerza y darle algo, al menos, para hacer que se callase; y al mismo tiempo, acallar su propio y punzante latido...

Y una mañana la corte comenzó a comentar, en susurros regocijados, que la princesa estaba encinta.







La comitiva del Maede volvió a Elore'il entre gritos de bienvenida y exclamaciones de júbilo; el joven pasaría algún tiempo en su propia Casa mientras la princesa descansaba y se preparaba para llevar su embarazo a buen término. Apenas hacía entrada su carruaje en el patio y se apeaban el señor y sus siervos más allegados cuando Caradhar divisó a Sül, una figura oscura que no se perdía detalle desde la discreta esquina tras la que se había colocado. Aprovechando que Lord Navhares era el centro de todas las atenciones, el dotado se perdió entre la multitud y, poco a poco, se abrió camino hasta su compañero. Cuando Sül lo tuvo al alcance de la mano, tiró de él hasta colocarse a salvo de miradas; lo sostuvo contra el muro sin atreverse a moverse, mientras su corazón latía con tanta fuerza que notaba el zumbido de la sangre en sus oídos. Caradhar rompió el silencio, haciéndolo gemir cuando sus manos asieron con fuerza sus mejillas y lo empujaron a intercambiar posiciones, lanzándolo contra la pared con un golpe sordo mientras su lengua se abría camino como un ariete, imparable e irresistible, y tomaba de nuevo posesión de sus dominios, explorando cada superficie de piel caliente y húmeda hasta el fondo mismo de su garganta.



-Ah... Adhar... -llamó el Sombra cuando recuperó el uso de la palabra, aunque las piernas le temblaban- ¿Qué es lo que has...? Oh, dioses... te mandé mensajes a menudo... No sabía lo que... no he tenido noticias de ti en todo este tiempo... Pensé que...



-Yo también te mandé mensajes; supongo que el Maede se ocupó de que no los recibiéramos. Pero Sül, créeme, ahora no deseo hablar -y para dejar bien claro cuáles eran sus auténticos deseos, hundió el rostro en el hueco de su clavícula y frotó su caderas con lasciva intensidad; su miembro, duro como una roca, presionando contra la carne musculosa del vientre del Sombra.



-Pero... ah... Niliara dijo que tú y Navhares... Adhar... tengo que saberlo... No he podido dormir pensando que vosotros...



Caradhar se quedó inmóvil unos segundos. Lanzó un suspiro de frustración, se separó de Sül y se dejó caer pesadamente sobre su antebrazo.



-Tú, ¿has pensado que yo iba a poner las manos sobre un crío?



-¡No! Es decir... pensé que no ibas a tener elección... Oh, joder... -el joven se cubrió el rostro con las manos; llegado a ese punto en el que la tensión y el alivio luchaban por tomar el control de su cuerpo, sus piernas dejaron de tener la suficiente fuerza para sostenerlo y se deslizó, poco a poco, contra la pared de piedra- Sé que me comporto como una nena, pero no... no te puedes hacer una idea del infierno que he pasado estas últimas semanas... Incluso llegué a colocarme el equipo para intentar colarme en palacio, porque...



-Y tú, ¿tienes idea de lo que he pasado yo? -Caradhar se acuclilló frente al Sombra, ambos rostros apenas separados unos centímetros- ¿Día tras día de tener que rechazar los avances del Maede y, cada noche, tener que oírlo en la cama, haciendo lloriquear a su mujer, hasta que me sentía tan frustrado que ya no podía mas? -colocó las manos flanqueando la cabeza de su compañero, su voz tan ronca que casi se quebraba- Te digo que lo único que quiero ahora es oírte gritar; oírte gritar tan fuerte que te olvides hasta de tu propio nombre. Y si tengo que hacerlo aquí, en este patio, delante de todo el mundo, no me importa lo más mínimo.



-... He conseguido otro refugio en la Zanja -Sül tragó saliva, su voz igual de ronca y ansiosa-. Las paredes son bastante gruesas...



-Pues espero que no esté demasiado lejos.





Las paredes del refugio eran gruesas, aunque no lo suficiente; los gritos de Sül llegaban, amortiguados, al exterior. Pero aquello era la Zanja, después de todo: nadie iba a inmutarse por un poco de ruido.





***





-Llegas demasiado tarde, Vira.



La voz acusadora era masculina; la lengua, desconocida en Argailias, ya había sonado no hacía mucho tiempo en los túmulos al sur de la ciudad.



-¿Demasiado tarde, para qué? ¿Me he perdido algo importante, para variar?



-Dainhaya estaba preocupada por tu tardanza y ha entrado en trance; ha estado sujetando el hilo todo este tiempo; sabes que es agotador.



-Déjalo, Ulmeh -Dainhaya apareció a sus espaldas y se acercó-; hace mucho tiempo que no necesitaba hacerlo, y ha sido una buena práctica; estoy bien, de verdad. Lo que ocurre es que llevas poco tiempo en la ciudad y no estás familiarizado con las extravagancias de Vira; no merece la pena discutir.



-¿Por qué tenías que entrar en trance? -preguntó Vira- ¿No te fías de mí?



-Después de todas esas semanas en el palacio no podía esperar para tener noticias, y tardabas demasiado. ¿Y bien?



-Tu vida es demasiado monótona, mi querida Dainhaya: deberías tratar de divertirte, como hago yo... Oh, vale, de acuerdo, sal de mi cabeza... Bien: el chico ha hablado con su madre, como ya debes saber; se ha puesto lívida. No puedo decir que la compadeciera, pero supongo que a nadie le divierte oír que su nieto siente debilidad por su propio padre -Dainhaya no se inmutó, pero el rostro de Ulmeh se torció en una mueca de disgusto-. Por el momento ha mandado al chico a la ciudad de los humanos para quitarlo de en medio; no sabe qué hacer. El chico opina que debe decirle la verdad a Navhares.



-¿Por qué no lo deja estar, simplemente? -preguntó Ulmeh- No tiene por qué ceder a sus deseos impuros; es sólo un niño, a pesar de todo. Quién sabe lo que hará si se entera de todo... Podría hablar más de la cuenta y meter en un lío al chico...



-La princesa está embarazada, ¿recuerdas? Navhares planea hacer gala de su recién adquirida "madurez" y exigirle a su "madre" el disfrute de todos los privilegios del laboratorio. Y digo todos.



-Ah, si: esa condenada poción... Pero el muchacho es inmune a sus efectos: no podrá forzarlo a nada... inapropiado.



-Piensa un poco, Ulmeh, y sé que te cuesta: ¿no crees que el Maede se quedará más que perplejo cuando vea que su plan no tiene éxito y el chico no dobla las rodillas ante él? No es ningún idiota, sabe que su supuesto padre fue asesinado. Adivina quién pasará a ser el primer sospechoso. Ah, la discusión con Corail tuvo sus momentos: el chico le preguntó si debía ceder simplemente, pretender que no era inmune a la voz de mando y dejar que Navhares le hiciera lo que con tanto celo ha hecho a su esposa durante todas estas semanas -Vira sonrió, para disgusto de Ulmeh-. No pongas esa cara, muchacho: si hubieras visto lo mismo que Dainhaya y yo, durante todos estos años...



-Lo que insinúas es repugnante... un padre y su propio hijo...



-Una unión que no puede fructificar no puede ir en contra de los dictados de la naturaleza, mi joven amigo.



-Deja en paz a Ulmeh, Vira -pidió Dainhaya-; acaba de llegar y es imposible que pueda comprender las costumbres de las ciudades; y, por el Telar, que espero que no tenga tiempo de hacerlo. ¿Crees, pues, que Corail hablará con el Maede?



-Así lo creo; tal vez deberías intentar escudriñar en su mente, si quieres estar segura. Conviene que nos preparemos para lo que pueda pasar con Navhares.



-Creo que él es lo suficientemente maduro para saber que no debe hablar; me asusta lo que le han hecho esas pociones, pero no puedo dejar de maravillarme. ¿Vas a seguir al chico a Therendanar?



-Por supuesto; cualquier cosa para escapar del tedio... -Vira guiñó un ojo.



-Presiento que algo va a ocurrir; espero que así sea, porque no me queda mucho tiempo...



-¿Qué sucede? -se alarmó Ulmeh; en el corto periodo que llevaba en Argailias había llegado a admirar a la bella y dulce Dainhaya de una forma especial.



-Nada importante; Padre ha decidido que Dainhaya no puede retrasar más el momento de traer hijos al mundo -Vira soltó una risita ante la patente expresión de desencanto del elfo-. Su apuesto prometido debe estar impaciente, tras una espera tan larga...



-Vira...



-En fin -Vira sabía que no era bueno contrariar a la elfa-; espero que sea como dices y no tengas que perderte el final de la historia. Yo voy a echar un sueñecito antes de ponerme en camino...



-Por cierto: desde que asististe a la charla entre el chico y su madre han pasado tres horas. ¿Dónde has estado?



-Oh... eso... Me temo que su reencuentro con el Darshi'nai fue de lo más sugerente; nunca lo había oído gritar de esa forma, y a pesar de sus aullidos -Ulmeh abrió mucho los ojos ante el giro que había tomado la conversación- yo juraría que hubo un segundo en que volvió la cabeza hacia donde yo me encontraba. He subestimado las capacidades de los Darshi'nai en general, y ese en particular: ya es la segunda vez que me percibe. Aunque tal vez sea mi propio descuido, porque no es imperdonable que tu concentración se rompa cuando asistes a ciertos espectáculos. En cualquier caso, la imagen seguía tan vívida en mi cabeza que tuve que volver a la Zanja a procurarme algo de sana diversión con un par de jovencitos antes de venir a presentar mi informe. No hay ningún problema, ¿verdad?



-Vira -la voz de Dainhaya sonó calmada y desprovista de emoción-, a estas alturas, ya no eres muy diferente de cualquier puta.



Ulmeh se sobresaltó; que palabras tan rudas salieran de labios tan delicados era algo que jamás habría esperado. En cuanto a Vira, no se sintió ofendido en absoluto; el elfo sonrió y casi ronroneó, como una pantera satisfecha.





***





-Por Therendas... No esperaba que la Maeda Corail enviara otra vez a nuestro joven viejo conocido... Bienvenido de nuevo, Caradhar.



El dotado y Sül se hallaban en el despacho de Verella Dep'Attedern mientras el Caballero Lenkares, la mano derecha del embajador de Therendanar en Argailias, hacía los honores. Ante la conveniencia de sacar a su hijo de la circulación por unos días, la Dama Corail había aprovechado la oportunidad y lo había enviado a ocuparse de cierta misión diplomática. Lenkares había alzado una ceja al no encontrarse con los agentes habituales, pero no había hecho ningún comentario; Dep'Attedern no se había inmutado, como de costumbre, y los había recibido con una ligera sonrisa.



-Espero que el camino hasta aquí no se hiciera demasiado tortuoso; como puedes imaginar, la seguridad es nuestra máxima preocupación en estos días ominosos, y el número de patrullas se ha triplicado -Caradhar asintió; Lenkares se encontró pensando que aquel elfo debía ser, sin duda, el diplomático menos hablador de toda la tierra conocida.



-Mis sinceras felicitaciones -interrumpió Verella- por la futura paternidad del Maede. Es esperanzador que no todo sean malas noticias; y nos alegra saber que Lord Navhares se encuentra en perfectas condiciones, como salta a la vista...



La sonrisa de la dama se hizo más abierta; Sül sabía que a los miembros del servicio de inteligencia les gustaba presumir, en algunas ocasiones, de que no se quedaban cruzados de brazos en sus despachos; ahí lo tenías: un alarde y un "de nada" en la misma frase. Oh, bueno: dudaba que aquella mujer pudiera enseñarle gran cosa, como no fueran tácticas para complacer a otras mujeres...



-En varios días volveré a Argailias con vosotros; para entonces supongo que nuestros alquimistas habrán terminado de tratar con nuestro... invitado forzoso.



Caradhar no dijo nada; no parecía estar prestando atención. Sül tuvo que darle un golpecito es la espalda para que reaccionara.



-Eso... sólo estoy al corriente de que hay que escoltar a un prisionero a Elore'il -comentó, al fin.



-Un elfo de Misselas; como sabéis, solíamos tener tratos con ellos antes de que la coalición del norte se declarara hostil. La última delegación de la ciudad se marchó hace mucho, pero de alguna manera, uno de ellos se quedó atrás; al menos, eso es lo que creemos, porque no se nos ocurre de qué otra forma pudo introducirse en Therendanar. Nuestros alquimistas se han empleado a fondo intentando obtener información, pero...



-... No suelta prenda -completó la espía-. Enojoso... pero el laboratorio de vuestra Casa tiene merecida fama de guardar algunas fórmulas eficaces para despertar la locuacidad. No puedo decir que no hiera el amor propio de mi departamento, no obstante; hubo un tiempo en que los interrogatorios no se realizaban en una habitación rodeada de botellitas...



-No somos bárbaros, Verella. Además, es posible que el prisionero sea más receptivo con miembros de su misma raza. Confío en que los colegas de nuestros alquimistas en Argailias tengan más suerte que nosotros. Pero nuestros invitados deben estar cansados; los dejaremos retirarse por ahora.



Una vez fuera del despacho, Caradhar se dirigió a buen paso a la zona de los laboratorios.



-¿Qué pasa, Adhar? Ahí dentro sólo te faltó bostezar -comentó Sül, con ironía-. ¿Es por lo que te dijo ese aprendiz antes de entrar? Y ¿qué te dijo, por cierto?



-Mi maestro está enfermo; se ha enterado de que estoy aquí, y quiere verme. En todos estos años nunca se enfermó antes; las pociones se han ocupado de ello.



-Ah... Lo siento; espero que no sea nada grave...



-Veremos.



Les franquearon el paso hasta la habitación que Maese Jaexias consideraba, vagamente, su dormitorio. No había gran diferencia entre ella y cualquier laboratorio de palacio, porque cada superficie disponible estaba atestada de libros, instrumentos alquímicos y polvo, en grandes cantidades. Pero es cierto que había una cama; y sobre ella, la pequeña figura del alquimista.

Maese Jaexias, que siempre había sido enjuto, ya no era más que un saco de huesos que la piel mantenía unidos; no parecía posible que el viejo humano pudiera tener un aspecto menos saludable del que mostraba habitualmente, pero la verdad es que la vida parecía haberlo abandonado casi por completo. Sólo sus ojos acuosos brillaban con una chispa de inteligencia.

Sül frunció el ceño; miró de reojo a su compañero, cuyo rostro no delataba ninguna emoción; el dotado se sentó a la cabecera de la cama y se inclinó sobre el enfermo.



-Viejo Zorro.



-Que me aspen si no es Caradhar; sí, señor... Es una coincidencia notable que aparezca justo la única persona con la que quería hablar; por Therendas que es una coincidencia notable...



-¿Qué te ocurre, Viejo Zorro? -preguntó el pelirrojo, con voz suave, antes de que su maestro se lanzase a divagar durante interminables minutos.



-¿Qué me ocurre? ¿Qué crees tú, muchacho? Que me muero; ha llegado mi hora, las pociones ya no pueden estirarme más... Oh, no me quejo, vaya si lo han hecho... pero estos viejos huesos se niegan a sostenerme más...



-Buscaré en los laboratorios de Elore'il; es posible que cuenten con algo que no hayas probado...



-Claro que no, muchacho... Escucha: ya he vivido más que suficiente; he pasado muchos años... -el viejo tosió; había perdido la costumbre de hablar durante tanto tiempo, y la garganta se le secaba; Caradhar le sirvió una copa de agua y le ayudó a sostenerla- He pasado muchos años posponiendo lo inevitable... Siempre había nuevas posibilidades, nuevas cosas por descubrir... Pero incluso los humanos llegamos a cansarnos al final, muchacho... Estoy cansado...



Los tres quedaron en silencio durante un momento; sólo se oía el estertóreo sonido del aire entrando y saliendo de los pulmones del anciano, ocupado en la extremadamente fatigosa tarea de respirar. Sül sentía un nudo en el estómago y la imperiosa necesidad de colocar una mano sobre el hombro de su compañero; pero no se atrevió a mover un músculo.



-Pero... no te he llamado, para eso, no, señor... Tengo algo muy importante que decirte -continuó el alquimista- y quisiera estar seguro de que no nos escucha nadie más...



Caradhar se volvió hacia Sül, quien asintió e inspeccionó la habitación minuciosamente antes de salir y vigilar la entrada. Sólo entonces prosiguió Maese Jaexias.



-Conseguí sintetizar la fórmula... ya sabes cual... aquella de la que tu Casa actual está tan orgullosa... Todo este tiempo dejando pistas delante de mis narices... Eres un chico muy descarado, sí, señor... -Caradhar levantó una ceja- Bueno... lo hice, pero... era más un ejercicio de... autocomplacencia que otra cosa, lo reconozco. No tenía intención de perjudicarte, así que no se la mostré a nadie...

"Sé que todos piensan que no hay orden ni concierto en la manera en que clasifico mis cachivaches, pero no es cierto: no me llaman Viejo Zorro por nada. Pues bien: pondría la mano en el fuego a que alguien anduvo trasteando con mis papeles. Aunque hará falta un experto para sacarles todo el jugo, Therendas sabe que han echado el guante a la fórmula. Lo siento mucho, muchacho; ha sido un descuido imperdonable y no sé como arreglarlo...



-No te preocupes por eso ahora -Caradhar meditó unos instantes-. Lo lógico sería pensar que otro de los alquimistas intentaría presentar la fórmula como si fuera suya ante el Gran Alquimista y el Príncipe, o usarla en su propio beneficio...



-En ese caso se está tomando su tiempo, sí, señor; eso, o es demasiado inexperto para reproducirla...



El viejo pescó algo junto a su pecho enjuto; tomó la mano del elfo y deslizó unos papeles en ella. Al hacerlo, mantuvo sus dedos huesudos presionando sobre los del joven durante unos segundos.



-Aquí la tienes: haz con esto lo que te parezca... Ojalá tuviera algo más de tiempo para arreglar mi desaguisado. Siempre has sido el mejor de mis discípulos, Caradhar, nada me hubiera complacido más que poder conservarte a mi lado. Y ahora... largo; márchate, chico descarado, y que los dioses te sonrían.



-Si no vas a permitirme hacer nada para ayudarte, déjame que me quede contigo, Viejo Zorro.



-Ni pensarlo; ya es bastante malo que vayas a recordarme medio muerto... No, chico, no quiero que te lleves la imagen de un cadáver. Quítate de mi vista; y acuérdate de Viejo Zorro, de vez en cuando.







Cuando Sül recibió las noticias no supo cómo reaccionar. Saber que había un desconocido al corriente de la fórmula mejor guardada de Elore'il era un asunto muy grave, que ni siquiera podían compartir con nadie más; pero en aquel momento le preocupaban aún más los sentimientos del dotado por la suerte de su maestro. Sabía que era importante para él; deseaba, por así decirlo, prestarle su hombro para que se desahogara... Y aun así, el rostro de Caradhar continuaba tan impasible como siempre.

Caminaron en silencio por los corredores poco iluminados hasta llegar ante una puerta decrépita; el pelirrojo la abrió, y entraron en la que fue su habitación durante más de ocho años. Los escasos muebles habían sido sustituidos por estanterías y mesas cubiertas de instrumentos; el elfo dejó la lámpara en el suelo y se paseó morosamente por sus antiguos dominios mientras Sül cerraba la puerta y se dejaba caer contra ella. Seguía pensando que aquello era un nido de ratas, pero durante mucho tiempo había sido un lugar seguro para el joven con el Don; entendía que sintiera cierta nostalgia.



-Lo... conoces desde hace muchos años, ¿no? A ese alquimista, quiero decir -dijo el Sombra, al fin.



-Desde que era poco más que un crío.



-¿Cómo...? ¿Cómo acaba un dotado de Llia'res en un laboratorio de Therendanar?



-Darial venía en ocasiones, y a veces los aprendices acompañaban a los alquimistas oficiales -al oír el nombre, Sül se puso tenso-. No le gustaba dejarme atrás, si podía evitarlo, así que yo también visitaba los laboratorios. En la primera ocasión que tuve me aparté del grupo y vagabundeé hasta el de Viejo Zorro; creo que, al principio, me toleraba porque era muy infrecuente para un humano tener contacto con un dotado. Después... simplemente, mis visitas se volvieron algo cotidiano. La primera vez Darial me hizo pagar caro que tuviera la temeridad de marcharme por mi cuenta; pero fue la única cosa con la que me mostré testarudo y, al final, hizo la vista gorda; puede que tuviera miedo de que hablara más de la cuenta sobre lo que me hacía cuando estábamos solos, y quería congraciarse. No pongas esa cara -advirtió el pelirrojo al notar que Sül apretaba las mandíbulas y los puños-. Si no hubiera sido por eso, puede que nunca conociera esta ciudad; y me gusta Therendanar. Nunca me ha traído malos recuerdos.



-Sí... parece que te entiendes bien con los humanos. Yo apenas he tenido contacto con ellos; no me inspiran mucha confianza.



-Son más directos y no se andan con tantas ceremonias; eso me complace.



-¿Alguna vez... ya sabes... te has ido a la cama con un humano?



Sül miró al suelo, ligeramente turbado; pero sentía verdadera curiosidad, y las ocasiones en las que Caradhar se sentía comunicativo eran tan escasas que no podía dejarlas pasar. El dotado sonrió levemente y se volvió hacia él.



-De hecho, fue la primera vez que me acosté con alguien por iniciativa propia; fue mi primera vez para muchas cosas.



-Oh... y.... ¿cómo pasó?



-Un día en que Viejo Zorro estaba demasiado ocupado para tenerme alrededor -el elfo se acercó a una de las mesas de trabajo, echó a un lado algunos trastos y se sentó-; me cubrí con una capucha y me las arreglé para dar una vuelta por la ciudad. Para mí era algo realmente novedoso: la primera vez que caminaba al aire libre sin nadie que me vigilara. Me alejé bastante del castillo y terminé perdido en algunas callejuelas; supongo que aquello me preocupó, porque seguramente me castigarían con mucha severidad si tenían que salir a buscarme.

"Y entonces los vi; eran una pareja de humanos, bastante jóvenes, según mi poca experiencia. Estaban abrazados, tan juntos que no se sabía dónde terminaba uno y empezaba la otra, junto a la puerta trasera de una casa que daba al callejón; ni siquiera podían esperar a estar dentro para comenzar a devorarse... Ambos tenía el cabello oscuro y brillante, y los rizos de la muchacha cubrían los hombros de su compañero; la tenía acorralada contra la pared, aunque ella lo aceptaba de buen grado, porque sus brazos lo aprisionaban a su vez con bastante fuerza.

"Me descubrieron observándolos; el chico se volvió hacia mí, con la clara intención de echarme a patadas; la capucha se me escurrió...

"Supongo que no estaban acostumbrados a ver elfos, porque no supieron como reaccionar; creo que ni siquiera sabían si era un elfo o una elfa, y la mirada que el chico me lanzó era de todo, menos indiferente. En cuanto a mí, nunca había vista a una pareja de ambos sexos en actitud de intimidad; aunque distaba mucho de ser ignorante: hacía bastante que Darial se había encargado de eso.

"El humano me preguntó si me había perdido; la chica me miró con una mezcla de interés y desconfianza, como haría con una competidora; cuando me oyó hablar y comprendió que no era una elfa, su actitud cambió...

"No tardé mucho en encontrarme dentro de la casa, y fuera de mis ropas. Creo que al humano le impactó ver que la equipación que tenía bajo la cintura era similar a la suya; por lo demás, cuando hundió la nariz en mi nuca y posó su lengua a lo largo de la piel de mis hombros, sé que le gustó; y cuando yo llevé la mía a los pezones de la muchacha y los lamí, mirándolo de reojo, se llevó la mano a la entrepierna, coronada por ese vello que tienen los humanos, y se la frotó con verdadera ansia.

"Ella me permitió que la tomara, y aunque él se mostró reacio al principio, al final se prestó a que yo hiciera con él algunas de las cosas que Darial hacía conmigo... con la diferencia de que yo deseaba que sintiera placer. Y yo también lo sentí: supe lo que era alcanzar la cúspide en los brazos de otra persona.



Sül tragó saliva: Caradhar nunca había hablado tanto de sí mismo; había escuchado en silencio, porque por nada del mundo hubiera querido interrumpir sus recuerdos. Pero al oír aquellas palabras se le hizo imposible seguir manteniendo las manos apartadas de su piel blanca; y al mencionar los labios, sintió el deseo imperioso de posar los suyos en cualquier parte del cuerpo del dotado... Se acercó lentamente y se paró frente al elfo sentado sobre la mesa; llevó la mano derecha al cuello de su camisa y tiró, descubriendo, poco a poco,un sendero de suave piel que cubrió de besos ligeros; los cordones de la camisa se soltaron hasta abrir el camino hacia uno de sus pezones pequeños y rosados, que capturó entre los labios y acarició con la lengua hasta que se tornó rígido; con la mano libre estiró aún más los cordones, sacando a la luz a su compañero, y su lengua se desplazó hacia él, sin dejar de saborear la piel ni un momento, para aplicarle el mismo tratamiento.

Como de la boca de Caradhar no saliese ninguna protesta, sino sólo su respiración intensa, la de Sül se hizo más osada y bajó, cruzando los bien definidos músculos de su abdomen, hasta la cintura de sus pantalones. Se tomó su tiempo sobre el ombligo, trazando su círculo y danzando en su interior; mientras, las manos del Sombra separaron gentilmente las piernas del pelirrojo y subieron de nuevo, recorriendo el interior de los muslos, para desatar los cierres y liberar la carne rosada y blanca, ya despierta.

Caradhar jadeó cuando Sül mordisqueó con delicadeza la piel que recubría sus testículos y sus alrededores de pálido color crema hasta llegar a la base de su miembro, cuya circunferencia trazó, con la punta de la lengua, antes de dedicarle sus atenciones a la sensible cara interna; cada vez que su mejilla rozaba el extremo, el dotado era sacudido por una descarga de deseo; y cuando su lengua llegó, por fin, al sonrosado surco y saboreó el néctar que lo coronaba, la mano del pelirrojo se movió, casi por iniciativa propia, a enredarse entre los oscuros cabellos para mantener aquella boca habilidosa pegada a su cuerpo.

Sül alzó la vista, dividido entre el placer de probar la excitada carne que tenía entre los labios y la curiosidad por echar un vistazo a la expresión que su pareja mostraba en aquel momento. Pero los cabellos rojos ocultaban su rostro como una cortina; ondeaban ligeramente, mecidos por la respiración jadeante. El Sombra concentró entonces su atención en complacer a su amante; en envolver aquel hermoso aguijón que tantas veces había tenido dentro con su cálida saliva; en lamer el licor transparente que no cesaba de fluir del extremo y extenderlo a lo largo de la hendidura. Notó, satisfecho, cómo sus caderas empujaban rítmicamente dentro de él, y movió la mano para acariciar la tirante bolsa y la suave piel del perineo; y cuando sintió la rigidez, y el calor, y los dedos de Caradhar que se convirtieron en una garra exigente sobre su nuca, engulló por completo el miembro a punto de estallar, decidido a no dejar ni una gota. El dotado nunca culminaba en su boca: partía, siempre, en busca de otra gruta en la que liberar su semilla; era la primera vez que bebía su esencia y la encontró dulce y deliciosa, como todo lo que provenía de aquel cuerpo que tenía entre los brazos... Esperó a que la trémula carne se relajara, y se lamió los labios.

Al incorporarse pudo al fin apartar los largos mechones y observar su rostro; tenía una expresión diferente, con las mejillas ruborizadas, el ceño suavemente arqueado y los ojos cerrados; parecía aún más joven, y sin duda mucho más vulnerable. Sül sufrió una repentina sensación de vértigo: un impulso de acunarlo y, a la vez, un ansia ciega por poseerlo... Entonces los iris carmesí fueron revelados, y el Sombra trató de leer en ellos en qué nueva manera podía complacer a su amante; Caradhar no dijo nada, ocupado en recuperar el resuello, pero lo miró fijamente; muy despacio, separó aún más las piernas.

El elfo de cabellos oscuros se volvió aún más consciente de la necesidad acumulada que tenía entre las suyas. Hundió los pulgares en la cintura de los pantalones de su pareja y tiró hacia abajo; este respondió alzando ligeramente las caderas para que pudiera desembarazarse de la molesta tela, junto con las botas. Los dedos del Sombra viajaron en dos direcciones: hacia los cierres de sus calzas, y a la húmeda longitud el la que acababa de deleitarse; y continuaron bajando hasta el pasaje que se disponía a cruzar, hundiéndose en él con suavidad, encontrando rápidamente la tecla apropiada que pulsar y arrancando una nota, muda, de los labios de Caradhar, que se abrieron de par en par al sentir renacer el deseo. Y la nota fue sostenida, acompañada de nuevos jadeos, mientras el joven se tendía en la mesa, sobre su espalda, y Sül entraba en él, con intenciones de gentileza que su cuerpo descartó a medida que se perdía cada vez más en placer. Con cada empujón, la mesa crujía; algunos frascos rodaron y cayeron al suelo con estrépito, sólo para ser ignorados por los dos elfos, que no oían más allá de sus gemidos.

Sül miró hacia abajo, a los brazos estirados del dotado: uno apenas alcanzaba a acariciar su espalda con las puntas de los dedos; el otro tenía la mano enredada en sus negros cabellos sueltos. Se inclinó sobre él y lo abrazó con fuerza, y atrapó sus labios con tanta ansiedad que apenas le permitió respirar; Caradhar respondió con idéntica pasión, y no tardó mucho en bañar el vientre musculoso con su semilla.

El Sombra permaneció enterrado en él hasta que su propio placer dejó de sacudirlo; pero no liberó su abrazo: en cambio, presionó el rostro contra el cuello blanco y susurró:



-Te quiero... Dioses, Adhar, te quiero... Te quiero tanto...



Caradhar no contestó. Sül no había aspirado a que lo hiciera pero, en lo más profundo, había albergado una chispa de esperanza por obtener una pequeña confirmación de aquellos labios. Continuó estrechamente abrazado a su amado, con un repentino peso en el corazón.



 


       
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