Caradhar
no le había contado a Sül toda la verdad acerca de su entrevista
con Lord Navhares; de hecho, apenas había tenido tiempo de hablarle,
a la mañana siguiente, cuando dos de los escoltas del Maede vinieron
a buscarle por orden de su Señor; solo. El Sombra no pudo dejar de
notar la mirada fría en los ojos de su compañero al abandonar la
estancia; se sintió extraordinariamente tentado de seguirlos, pero
se contuvo: no le haría ningún bien, ni a él, ni a Caradhar,
contrariar los deseos de los nobles en el mismo palacio del Príncipe.
No
mucho más tarde, aquellos mismos escoltas regresaron por él; le
comunicaron que sus servicios en palacio no eran necesarios por el
momento y que debían acompañarlo a Elore'il, a donde, dijeron,
debían asegurarse que llegaba sano y salvo. Aquel era un maravilloso
eufemismo: lo que realmente querían decir es que iba a quitarse de
en medio y, por su bien, quedarse quietecito donde le ordenaran. Sül
no se tomó la noticia con calma; protestó y exigió encontrarse con
su protegido antes de abandonar el lugar. Los guardias también
perdieron la paciencia y decidieron que, si el joven no iba a
acompañarlos voluntariamente, lo haría a rastras, si fuera preciso.
Pero no era tan fácil doblegar a un Sombra; sobre todo, cuando uno
no era más que un simple soldado... El elfo se les escurrió de
entre las manos.
Al
diablo con la diplomacia, pensó
Sül, mientras se dirigía a los aposentos del Maede en busca de
Caradhar. No estaba dispuesto a dejarlo solo, a menos que él mismo
se lo pidiera; además, quería saber qué había ocurrido entre él
y Lord Navhares la noche anterior. Se las arregló para llegar a las
habitaciones que buscaba sin que nadie lo detuviera. Y una vez ante
ellas, se encontró con que alguien lo estaba esperando.
-Por
tu bien, te recomiendo que des la vuelta y hagas lo que te han
mandado, Sül -la voz calmada y compuesta de Niliara lo tomó por
sorpresa; la elfa mostraba una suave sonrisa en los labios, pero en
sus ojos brillaba la ironía-. Hazte un favor a ti mismo y a tu...
protegido.
-No
creo que sea mucho pedir tener un par de palabras antes de largarme,
¿no crees? -el Sombra frunció el ceño- Además, no hago más que
seguir las órdenes de Dama Corail: no perder de vista a quienes se
supone que debo escoltar. Así que...
-Te
recuerdo que son las órdenes del Maede mismo lo que estás
contraviniendo aquí; y créeme: no se encuentra de muy buen humor en
este momento.
-Puede
que sea el Maede -el elfo tragó saliva; notaba como su irritación
crecía por momentos-, pero los dos sabemos que aún es poco más que
un crío.
-Un
crío que se sentará junto al trono de los Príncipes. Escucha, Sül,
por una vez voy a hablar con claridad -la joven cruzó los brazos y
dejó de sonreír; se acercó a él y habló con voz muy queda-: yo
sé lo que eres, y tú sabes lo que soy; y aunque sólo fuera por los
lazos de hermandad que nos unen, no te deseo ningún mal: de hecho,
me gustas bastante más que ese... tutelado tuyo del rostro hermoso,
pero impenetrable. Es obvio que significa para ti mucho más que un
contrato pero, si yo estuviera en tu lugar, me resignaría y daría
un paso atrás, si ese afecto estuviera en conflicto con el de
alguien con cuyo rango no puedes competir.
Sül
abrió mucho los ojos.
-¿Competir
por el afecto? No entiendo qué tiene que ver...
-Oh,
lo entiendes perfectamente, y es justo lo que estás pensando -Sül
palideció; ni tan siquiera reparó en que los dos escoltas que lo
andaban buscando habían doblado la esquina y se dirigían hacia
ellos-. Sül, vuelve a Elore'il de buen grado y espera allí, porque
no hay nada más que puedas hacer por ahora -y añadió, subiendo la
voz para que los guardias la oyeran-: Tranquilos, ha sido un
malentendido. Es el deseo de Su Excelencia que Sül llegue sin
problemas a nuestra Casa, donde debe ocuparse de importantes asuntos.
Sin
problemas, caballeros
-recalcó, con una sonrisa encantadora destinada a encandilar a su
audiencia.
Los
guardias inclinaron la cabeza y llevaron a cabo su cometido; el
Sombra se dejó guiar sin ofrecer resistencia. Estaba demasiado
anonadado para reaccionar.
El
dotado se hallaba de pie ante la figura sentada de Lord Navhares, que
lo miraba con unos ojos que no intentaban ocultar su resentimiento.
-Buenos
días, Caradhar; ¿has dormido bien? Si no es así, aprovecha hoy
para descansar, porque esta noche es probable que tampoco durmamos
mucho: planeo cumplir con mi deber sin dejar pasar un solo día más.
He mandado al resto de los dotados a casa, así que te quedarás
conmigo durante todo el tiempo que esté aquí. Teniéndote a ti,
¿para qué necesito a los demás? ¿No es cierto?
-¿Quiere
que esté a su servicio... yo solo? -el dotado frunció el ceño-
¿Durante cuánto tiempo?
-El
que haga falta. Normalmente sólo los dotados de palacio se cuidarían
de los aposentos de la princesa, pero estoy seguro de que no habrá
ningún problema contigo -el Maede se acercó a Caradhar-. Ah, no te
preocupes: también he mandado a tu guardaespaldas de vuelta, así
que nada te distraerá de tus obligaciones.
-Debo
tener unas palabras con la Maeda; si me permite ausentarme...
-¿Es
que no me has oído? Sólo quedas tú, para hacerte cargo de mi
seguridad; no puedes alejarte de mi lado.
-Elore'il
está sólo a....
-¡He
dicho que NO! -el Maede apretó las mandíbulas, tratando de
recuperar la calma; Caradhar le lanzó una mirada gélida, pero no
replicó- Simplemente, ruega a la diosa de la Luna para que mi esposa
conciba pronto y podamos volver a casa por un tiempo; a menos que
hayas cambiado de idea y me...
Navhares
alzó la mano derecha y rozó, apenas, un mechón de los vivos
cabellos del otro elfo; movió los dedos despacio, para acariciar con
el dorso su mejilla, pero Caradhar se apartó cuando las pieles
estaban a punto de tocarse. El más joven se mordió el labio
inferior; a su rostro afloró una expresión de desconsuelo.
-Caradhar...
¿por qué no? -preguntó, en voz baja- Pensaba que te gustaba. Mi
madre me dijo, incluso antes de que vinieras, que serías alguien muy
especial; que yo no te recordaba, pero que tú me habías conocido
cuando era un recién nacido; que cuidarías de mí... ¿Recuerdas la
primera noche que pasamos juntos? No dejaste que me hiriera; nunca lo
has hecho. Pero jamás me ha tratado de forma diferente como hacen
los demás, porque soy el Maede, y me temen; incluso Niliara se cuida
de no contrariarme. Tú no: tú... siempre me miras a los ojos.
"Una
vez, mientras me bañaba... tú no te diste cuenta, pero yo te estaba
observando a través del espejo... y me mirabas: me mirabas como
si... como si tus ojos me estuvieran acariciando...
El
dotado lanzó un ligero suspiro.
-Lord
Navhares, es imposible dejar de notar que es hermoso; pero a pesar de
las apariencias, soy muy consciente de cuál es su edad: nunca podría
dejar de verlo como a un niño.
El
muchacho se puso rígido.
-Nunca
me he visto a mí mismo como un niño, y tampoco quienes me rodean lo
hacen ya; y tú jamás me has hablado como si fuera una criatura...
-No
sabría hablarle a una criatura. Le hablo como lo haría con
cualquiera.
-Me
he casado; esta noche... esta noche dejaré de ser un niño de una
vez por todas... -el joven noble sintió como la irritación le
enrojecía las mejillas- Y tú también tendrás que reconocerlo.
-Y
yo os digo, mi Señor, que no por perder la virginidad dejará de ser
lo que es. Eso lo sé... de primera mano.
Aquella
noche, el Maede no huyó de la habitación conyugal. Desde su
posición en la pieza contigua, apenas con una cortina por toda
separación, Caradhar no pudo dejar de oír a la pareja; Lord
Navhares se mantuvo fiel a su palabra y consumó el matrimonio,
aunque ciertamente no lo hizo de una forma gentil... Los gemidos de
la princesa fueron subiendo de volumen y adquiriendo un ligero tinte
de angustia.
El
dotado no pudo resistir la tentación de escudriñar entre las
cortinas; a la luz de las flotantes velas blancas distinguió al
joven elfo, empujando con brusquedad entre las piernas de su esposa;
los cabellos le cubrían en rostro y caían en roja cascada,
atrapando a la muchacha como una telaraña.
Y
de repente, Navhares echó la cabeza hacia atrás, y la larguísima
melena voló, formando una aureola alrededor de su bellas facciones
antes de aposentarse entre sus omóplatos; y Caradhar notó los
oscuros ojos mirando en su dirección, como si supieran que estaba
observando.
Una
inquietante sonrisa curvó la comisura derecha de los labios del
Maede; el dotado dejó caer la cortina y se dio la vuelta, con la
vista perdida en la oscuridad.
Lord
Navhares estudió a su compañero con detenimiento, entre sorbo y
sorbo de su desayuno; buscaba un detalle diferente, una señal de que
se hubiera producido algún cambio en la manera que el dotado tenía
de percibirlo; de manera indirecta, buscaba ver una nueva versión de
sí mismo reflejada en el rostro de Caradhar... Tarea vana, pues
aquel semblante era tan poco revelador como de costumbre.
-Ven,
Caradhar, siéntate conmigo y comparte mi desayuno; no me gusta
sentarme solo a la mesa.
-Ya
he desayunado, mi Señor.
-Pues
ven de todas formas.
El
elfo obedeció; el Maede le tendió su propia copa, y Caradhar
rehusó; como el joven insistiera, mudo, con el brazo extendido,
acabó cediendo también, pensando que no tenía sentido discutir
cada pequeña orden, y aceptó un sorbo. Se preguntó dónde iba a
encontrar la paciencia para aguantar una situación que podía durar
semanas...
Entonces
las puertas se abrieron de par en par, y el Príncipe en persona
entró en la habitación. Tanto el Maede como su dotado se
apresuraron a ponerse de pie y hacer una reverencia, y el pelirrojo
de más edad se colocó en una discreta posición tras su señor,
desde donde pudo observar de cerca a su noble anfitrión; le recordó
a Lord Killien, de quien era pariente, aunque con algunos años más
y una expresión ligeramente más benigna. Lucía sus proverbiales
vestiduras blancas; tan rubio que casi parecía blanco era también
su cabello e, incluso, la dotada que lo seguía, una pálida figura
marmórea de fantasmagóricos iris de color azul hielo.
-Sin
ceremonias, muchacho; toma asiento -habló su alteza, indicándole su
silla a Lord Navhares y haciendo lo propio-. Sólo he venido para
congratularme, pues a partir de este momento puedo llamarte hijo
también; tenía mis dudas después de ayer, pero... Por la diosa,
después de todo sois aún jóvenes... Mas, desgraciadamente, vuestra
juventud no puede dispensaros del imperioso deber que pesa sobre
vuestros hombros; lo entiendes, ¿verdad, Hijo?
-Sí,
Su Alteza... -respondió el joven, con las mejillas ligeramente
coloreadas por tratar asuntos íntimos en frente de una extraña.
Pero, en palacio, los dotados que seguían a la familia a todas
partes eran considerados poco más que mobiliario; tendría que
acostumbrarse a ello.
-Bien...
Pronto, si los dioses lo permiten, espero que se anuncie un feliz
acontecimiento; y sin duda será un niño muy hermoso: tienes la
bella presencia de tu madre, Navhares -la mirada del Príncipe se
posó en el elfo que se alzaba a sus espaldas-; y no eres el único
excepcional, por lo que veo... Acércate, joven: déjame verte de
cerca.
El
Príncipe hizo una ligera seña a Caradhar, que no tuvo más remedio
que obedecer y someterse al escrutinio de Su Alteza.
-Vaya...
qué ojos y qué cabello tan notables... Has traído fuego al palacio
de las lunas blancas, Hijo -el Príncipe rió por lo bajo, y sus
dedos se movieron automáticamente a juguetear con un mechón de
color rubí; Navhares los siguió con la mirada, conteniéndose para
no hacer ningún comentario-. Deberías ofrecerle este dotado a tu
esposa: no me cabe duda de que le complacería mucho.
El
rostro de Caradhar no dejó traslucir ninguna emoción; pero el Maede
no pudo reprimir la alarma que el suyo reflejaba.
-Es...
mi dotado más próximo, Su Alteza; mi esposa disfrutará de su
compañía tanto como yo, dado que pasaremos juntos mucho tiempo...
-¿Temes
que ella se consuele mirando su cabellera roja para recordar la tuya,
cuando tú no estés a su lado? -dijo el Príncipe, con sonrisa
burlona.
-Su
Alteza... es sólo que... -el Maede se mordisqueó el labio inferior-
Este dotado fue un regalo de la casa Llia'res a Elore'il; las normas
de cortesía establecen que, bajo ningún concepto, debemos
desprendernos de algo que previamente nos ha sido regalado, ¿no es
cierto?
-Tienes
mucha razón; lo que no sabía -el noble dedicó una penetrante
mirada a su yerno- era que esa máxima se aplicaba también a las
personas. Ah, me temo que tengo asuntos de estado de los que
ocuparme; espero que te unirás a nosotros durante la cena, Hijo.
El
Príncipe soltó los cabellos de Caradhar y le acarició la mejilla
de la misma manera que lo habría hecho con un animal doméstico.
Cuando salió por la puerta, Navhares se permitió fruncir el ceño;
su plan de conservar al dotado en palacio, fuera de la seguridad de
los muros de Elore'il, comenzaba a parecerle no tan buena idea...
Entonces se dio cuenta de que el joven no había rechazado la mano
del Príncipe, como había hecho con la suya el día anterior; pensó
que lo primero que haría si lo enviaba de vuelta a casa era
continuar lo que había interrumpido con ese guardaespaldas... Sintió
cómo le ardían las mejillas por la indignación.
-¿No
has cambiado de parecer? ¿Sigo pareciéndote un niño, después
de...?
-No
veo por qué habría de cambiar, mi Señor.
-Bueno;
eso lo veremos... -su mirada se endureció aún más- Nos quedan
muchos días y muchas noches por delante.
Las
palabras del Maede fueron proféticas; jornada tras jornada se
repitieron los mismos encuentros, las mismas miradas, las mismas
preguntas... Las mismas noches interminables, deseando no tener que
escuchar aquellos gemidos, mientras la insatisfacción se volvía
cada vez más insoportable. Ni en sueños hubiera imaginado Caradhar
que lo que el joven Navhares estaba haciendo era seguir el consejo de
su dama de compañía: para minar la resistencia del dotado, nada
como hacer que se ahogara en su propio deseo frustrado... Y las
palabras, los ademanes, los roces cada vez más audaces del
muchacho... Caradhar llegó al punto en el que tenía que contenerse
para no tomarlo por la fuerza y darle algo, al menos, para hacer que
se callase; y al mismo tiempo, acallar su propio y punzante latido...
Y
una mañana la corte comenzó a comentar, en susurros regocijados,
que la princesa estaba encinta.
La
comitiva del Maede volvió a Elore'il entre gritos de bienvenida y
exclamaciones de júbilo; el joven pasaría algún tiempo en su
propia Casa mientras la princesa descansaba y se preparaba para
llevar su embarazo a buen término. Apenas hacía entrada su carruaje
en el patio y se apeaban el señor y sus siervos más allegados
cuando Caradhar divisó a Sül, una figura oscura que no se perdía
detalle desde la discreta esquina tras la que se había colocado.
Aprovechando que Lord Navhares era el centro de todas las atenciones,
el dotado se perdió entre la multitud y, poco a poco, se abrió
camino hasta su compañero. Cuando Sül lo tuvo al alcance de la
mano, tiró de él hasta colocarse a salvo de miradas; lo sostuvo
contra el muro sin atreverse a moverse, mientras su corazón latía
con tanta fuerza que notaba el zumbido de la sangre en sus oídos.
Caradhar rompió el silencio, haciéndolo gemir cuando sus manos
asieron con fuerza sus mejillas y lo empujaron a intercambiar
posiciones, lanzándolo contra la pared con un golpe sordo mientras
su lengua se abría camino como un ariete, imparable e irresistible,
y tomaba de nuevo posesión de sus dominios, explorando cada
superficie de piel caliente y húmeda hasta el fondo mismo de su
garganta.
-Ah...
Adhar... -llamó el Sombra cuando recuperó el uso de la palabra,
aunque las piernas le temblaban- ¿Qué es lo que has...? Oh,
dioses... te mandé mensajes a menudo... No sabía lo que... no he
tenido noticias de ti en todo este tiempo... Pensé que...
-Yo
también te mandé mensajes; supongo que el Maede se ocupó de que no
los recibiéramos. Pero Sül, créeme, ahora no deseo hablar -y para
dejar bien claro cuáles eran sus auténticos deseos, hundió el
rostro en el hueco de su clavícula y frotó su caderas con lasciva
intensidad; su miembro, duro como una roca, presionando contra la
carne musculosa del vientre del Sombra.
-Pero...
ah... Niliara dijo que tú y Navhares... Adhar... tengo que
saberlo... No he podido dormir pensando que vosotros...
Caradhar
se quedó inmóvil unos segundos. Lanzó un suspiro de frustración,
se separó de Sül y se dejó caer pesadamente sobre su antebrazo.
-Tú,
¿has pensado que yo iba a poner las manos sobre un crío?
-¡No!
Es decir... pensé que no ibas a tener elección... Oh, joder... -el
joven se cubrió el rostro con las manos; llegado a ese punto en el
que la tensión y el alivio luchaban por tomar el control de su
cuerpo, sus piernas dejaron de tener la suficiente fuerza para
sostenerlo y se deslizó, poco a poco, contra la pared de piedra- Sé
que me comporto como una nena, pero no... no te puedes hacer una idea
del infierno que he pasado estas últimas semanas... Incluso llegué
a colocarme el equipo para intentar colarme en palacio, porque...
-Y
tú, ¿tienes idea de lo que he pasado yo? -Caradhar se acuclilló
frente al Sombra, ambos rostros apenas separados unos centímetros-
¿Día tras día de tener que rechazar los avances del Maede y, cada
noche, tener que oírlo en la cama, haciendo lloriquear a su mujer,
hasta que me sentía tan frustrado que ya no podía mas? -colocó las
manos flanqueando la cabeza de su compañero, su voz tan ronca que
casi se quebraba- Te digo que lo único que quiero ahora es oírte
gritar; oírte gritar tan fuerte que te olvides hasta de tu propio
nombre. Y si tengo que hacerlo aquí, en este patio, delante de todo
el mundo, no me importa lo más mínimo.
-...
He conseguido otro refugio en la Zanja -Sül tragó saliva, su voz
igual de ronca y ansiosa-. Las paredes son bastante gruesas...
-Pues
espero que no esté demasiado lejos.
Las
paredes del refugio eran gruesas, aunque no lo suficiente; los gritos
de Sül llegaban, amortiguados, al exterior. Pero aquello era la
Zanja, después de todo: nadie iba a inmutarse por un poco de ruido.
***
-Llegas
demasiado tarde, Vira.
La
voz acusadora era masculina; la lengua, desconocida en Argailias, ya
había sonado no hacía mucho tiempo en los túmulos al sur de la
ciudad.
-¿Demasiado
tarde, para qué? ¿Me he perdido algo importante, para variar?
-Dainhaya
estaba preocupada por tu tardanza y ha entrado en trance; ha estado
sujetando el hilo todo este tiempo; sabes que es agotador.
-Déjalo,
Ulmeh -Dainhaya apareció a sus espaldas y se acercó-; hace mucho
tiempo que no necesitaba hacerlo, y ha sido una buena práctica;
estoy bien, de verdad. Lo que ocurre es que llevas poco tiempo en la
ciudad y no estás familiarizado con las extravagancias de Vira; no
merece la pena discutir.
-¿Por
qué tenías que entrar en trance? -preguntó Vira- ¿No te fías de
mí?
-Después
de todas esas semanas en el palacio no podía esperar para tener
noticias, y tardabas demasiado. ¿Y bien?
-Tu
vida es demasiado monótona, mi querida Dainhaya: deberías tratar de
divertirte, como hago yo... Oh, vale, de acuerdo, sal de mi cabeza...
Bien: el chico ha hablado con su madre, como ya debes saber; se ha
puesto lívida. No puedo decir que la compadeciera, pero supongo que
a nadie le divierte oír que su nieto siente debilidad por su propio
padre -Dainhaya no se inmutó, pero el rostro de Ulmeh se torció en
una mueca de disgusto-. Por el momento ha mandado al chico a la
ciudad de los humanos para quitarlo de en medio; no sabe qué hacer.
El chico opina que debe decirle la verdad a Navhares.
-¿Por
qué no lo deja estar, simplemente? -preguntó Ulmeh- No tiene por
qué ceder a sus deseos impuros; es sólo un niño, a pesar de todo.
Quién sabe lo que hará si se entera de todo... Podría hablar más
de la cuenta y meter en un lío al chico...
-La
princesa está embarazada, ¿recuerdas? Navhares planea hacer gala de
su recién adquirida "madurez" y exigirle a su "madre"
el disfrute de todos los privilegios del laboratorio. Y digo todos.
-Ah,
si: esa condenada poción... Pero el muchacho es inmune a sus
efectos: no podrá forzarlo a nada... inapropiado.
-Piensa
un poco, Ulmeh, y sé que te cuesta: ¿no crees que el Maede se
quedará más que perplejo cuando vea que su plan no tiene éxito y
el chico no dobla las rodillas ante él? No es ningún idiota, sabe
que su supuesto padre fue asesinado. Adivina quién pasará a ser el
primer sospechoso. Ah, la discusión con Corail tuvo sus momentos: el
chico le preguntó si debía ceder simplemente, pretender que no era
inmune a la voz de mando y dejar que Navhares le hiciera lo que con
tanto celo ha hecho a su esposa durante todas estas semanas -Vira
sonrió, para disgusto de Ulmeh-. No pongas esa cara, muchacho: si
hubieras visto lo mismo que Dainhaya y yo, durante todos estos
años...
-Lo
que insinúas es repugnante... un padre y su propio hijo...
-Una
unión que no puede fructificar no puede ir en contra de los dictados
de la naturaleza, mi joven amigo.
-Deja
en paz a Ulmeh, Vira -pidió Dainhaya-; acaba de llegar y es
imposible que pueda comprender las costumbres de las ciudades; y, por
el Telar, que espero que no tenga tiempo de hacerlo. ¿Crees, pues,
que Corail hablará con el Maede?
-Así
lo creo; tal vez deberías intentar escudriñar en su mente, si
quieres estar segura. Conviene que nos preparemos para lo que pueda
pasar con Navhares.
-Creo
que él es lo suficientemente maduro para saber que no debe hablar;
me asusta lo que le han hecho esas pociones, pero no puedo dejar de
maravillarme. ¿Vas a seguir al chico a Therendanar?
-Por
supuesto; cualquier cosa para escapar del tedio... -Vira guiñó un
ojo.
-Presiento
que algo va a ocurrir; espero que así sea, porque no me queda mucho
tiempo...
-¿Qué
sucede? -se alarmó Ulmeh; en el corto periodo que llevaba en
Argailias había llegado a admirar a la bella y dulce Dainhaya de una
forma especial.
-Nada
importante; Padre ha decidido que Dainhaya no puede retrasar más el
momento de traer hijos al mundo -Vira soltó una risita ante la
patente expresión de desencanto del elfo-. Su apuesto prometido debe
estar impaciente, tras una espera tan larga...
-Vira...
-En
fin -Vira sabía que no era bueno contrariar a la elfa-; espero que
sea como dices y no tengas que perderte el final de la historia. Yo
voy a echar un sueñecito antes de ponerme en camino...
-Por
cierto: desde que asististe a la charla entre el chico y su madre han
pasado tres horas. ¿Dónde has estado?
-Oh...
eso... Me temo que su reencuentro con el Darshi'nai fue de lo más
sugerente; nunca lo había oído gritar de esa forma, y a pesar de
sus aullidos -Ulmeh abrió mucho los ojos ante el giro que había
tomado la conversación- yo juraría que hubo un segundo en que
volvió la cabeza hacia donde yo me encontraba. He subestimado las
capacidades de los Darshi'nai en general, y ese en particular: ya es
la segunda vez que me percibe. Aunque tal vez sea mi propio descuido,
porque no es imperdonable que tu concentración se rompa cuando
asistes a ciertos espectáculos. En cualquier caso, la imagen seguía
tan vívida en mi cabeza que tuve que volver a la Zanja a procurarme
algo de sana diversión con un par de jovencitos antes de venir a
presentar mi informe. No hay ningún problema, ¿verdad?
-Vira
-la voz de Dainhaya sonó calmada y desprovista de emoción-, a estas
alturas, ya no eres muy diferente de cualquier puta.
Ulmeh
se sobresaltó; que palabras tan rudas salieran de labios tan
delicados era algo que jamás habría esperado. En cuanto a Vira, no
se sintió ofendido en absoluto; el elfo sonrió y casi ronroneó,
como una pantera satisfecha.
***
-Por
Therendas... No esperaba que la Maeda Corail enviara otra vez a
nuestro joven viejo conocido... Bienvenido de nuevo, Caradhar.
El
dotado y Sül se hallaban en el despacho de Verella Dep'Attedern
mientras el Caballero Lenkares, la mano derecha del embajador de
Therendanar en Argailias, hacía los honores. Ante la conveniencia de
sacar a su hijo de la circulación por unos días, la Dama Corail
había aprovechado la oportunidad y lo había enviado a ocuparse de
cierta misión diplomática. Lenkares había alzado una ceja al no
encontrarse con los agentes habituales, pero no había hecho ningún
comentario; Dep'Attedern no se había inmutado, como de costumbre, y
los había recibido con una ligera sonrisa.
-Espero
que el camino hasta aquí no se hiciera demasiado tortuoso; como
puedes imaginar, la seguridad es nuestra máxima preocupación en
estos días ominosos, y el número de patrullas se ha triplicado
-Caradhar asintió; Lenkares se encontró pensando que aquel elfo
debía ser, sin duda, el diplomático menos hablador de toda la
tierra conocida.
-Mis
sinceras felicitaciones -interrumpió Verella- por la futura
paternidad del Maede. Es esperanzador que no todo sean malas
noticias; y nos alegra saber que Lord Navhares se encuentra en
perfectas condiciones, como salta a la vista...
La
sonrisa de la dama se hizo más abierta; Sül sabía que a los
miembros del servicio de inteligencia les gustaba presumir, en
algunas ocasiones, de que no se quedaban cruzados de brazos en sus
despachos; ahí lo tenías: un alarde y un "de nada" en la
misma frase. Oh, bueno: dudaba que aquella mujer pudiera enseñarle
gran cosa, como no fueran tácticas para complacer a otras mujeres...
-En
varios días volveré a Argailias con vosotros; para entonces supongo
que nuestros alquimistas habrán terminado de tratar con nuestro...
invitado forzoso.
Caradhar
no dijo nada; no parecía estar prestando atención. Sül tuvo que
darle un golpecito es la espalda para que reaccionara.
-Eso...
sólo estoy al corriente de que hay que escoltar a un prisionero a
Elore'il -comentó, al fin.
-Un
elfo de Misselas; como sabéis, solíamos tener tratos con ellos
antes de que la coalición del norte se declarara hostil. La última
delegación de la ciudad se marchó hace mucho, pero de alguna
manera, uno de ellos se quedó atrás; al menos, eso es lo que
creemos, porque no se nos ocurre de qué otra forma pudo introducirse
en Therendanar. Nuestros alquimistas se han empleado a fondo
intentando obtener información, pero...
-...
No suelta prenda -completó la espía-. Enojoso... pero el
laboratorio de vuestra Casa tiene merecida fama de guardar algunas
fórmulas eficaces para despertar la locuacidad. No puedo decir que
no hiera el amor propio de mi departamento, no obstante; hubo un
tiempo en que los interrogatorios no se realizaban en una habitación
rodeada de botellitas...
-No
somos bárbaros, Verella. Además, es posible que el prisionero sea
más receptivo con miembros de su misma raza. Confío en que los
colegas de nuestros alquimistas en Argailias tengan más suerte que
nosotros. Pero nuestros invitados deben estar cansados; los dejaremos
retirarse por ahora.
Una
vez fuera del despacho, Caradhar se dirigió a buen paso a la zona de
los laboratorios.
-¿Qué
pasa, Adhar? Ahí dentro sólo te faltó bostezar -comentó Sül, con
ironía-. ¿Es por lo que te dijo ese aprendiz antes de entrar? Y
¿qué te dijo, por cierto?
-Mi
maestro está enfermo; se ha enterado de que estoy aquí, y quiere
verme. En todos estos años nunca se enfermó antes; las pociones se
han ocupado de ello.
-Ah...
Lo siento; espero que no sea nada grave...
-Veremos.
Les
franquearon el paso hasta la habitación que Maese Jaexias
consideraba, vagamente, su dormitorio. No había gran diferencia
entre ella y cualquier laboratorio de palacio, porque cada superficie
disponible estaba atestada de libros, instrumentos alquímicos y
polvo, en grandes cantidades. Pero es cierto que había una cama; y
sobre ella, la pequeña figura del alquimista.
Maese
Jaexias, que siempre había sido enjuto, ya no era más que un saco
de huesos que la piel mantenía unidos; no parecía posible que el
viejo humano pudiera tener un aspecto menos saludable del que
mostraba habitualmente, pero la verdad es que la vida parecía
haberlo abandonado casi por completo. Sólo sus ojos acuosos
brillaban con una chispa de inteligencia.
Sül
frunció el ceño; miró de reojo a su compañero, cuyo rostro no
delataba ninguna emoción; el dotado se sentó a la cabecera de la
cama y se inclinó sobre el enfermo.
-Viejo
Zorro.
-Que
me aspen si no es Caradhar; sí, señor... Es una coincidencia
notable que aparezca justo la única persona con la que quería
hablar; por Therendas que es una coincidencia notable...
-¿Qué
te ocurre, Viejo Zorro? -preguntó el pelirrojo, con voz suave, antes
de que su maestro se lanzase a divagar durante interminables minutos.
-¿Qué
me ocurre? ¿Qué crees tú, muchacho? Que me muero; ha llegado mi
hora, las pociones ya no pueden estirarme más... Oh, no me quejo,
vaya si lo han hecho... pero estos viejos huesos se niegan a
sostenerme más...
-Buscaré
en los laboratorios de Elore'il; es posible que cuenten con algo que
no hayas probado...
-Claro
que no, muchacho... Escucha: ya he vivido más que suficiente; he
pasado muchos años... -el viejo tosió; había perdido la costumbre
de hablar durante tanto tiempo, y la garganta se le secaba; Caradhar
le sirvió una copa de agua y le ayudó a sostenerla- He pasado
muchos años posponiendo lo inevitable... Siempre había nuevas
posibilidades, nuevas cosas por descubrir... Pero incluso los humanos
llegamos a cansarnos al final, muchacho... Estoy cansado...
Los
tres quedaron en silencio durante un momento; sólo se oía el
estertóreo sonido del aire entrando y saliendo de los pulmones del
anciano, ocupado en la extremadamente fatigosa tarea de respirar. Sül
sentía un nudo en el estómago y la imperiosa necesidad de colocar
una mano sobre el hombro de su compañero; pero no se atrevió a
mover un músculo.
-Pero...
no te he llamado, para eso, no, señor... Tengo algo muy importante
que decirte -continuó el alquimista- y quisiera estar seguro de que
no nos escucha nadie más...
Caradhar
se volvió hacia Sül, quien asintió e inspeccionó la habitación
minuciosamente antes de salir y vigilar la entrada. Sólo entonces
prosiguió Maese Jaexias.
-Conseguí
sintetizar la fórmula... ya sabes cual... aquella de la que tu Casa
actual está tan orgullosa... Todo este tiempo dejando pistas delante
de mis narices... Eres un chico muy descarado, sí, señor...
-Caradhar levantó una ceja- Bueno... lo hice, pero... era más un
ejercicio de... autocomplacencia que otra cosa, lo reconozco. No
tenía intención de perjudicarte, así que no se la mostré a
nadie...
"Sé
que todos piensan que no hay orden ni concierto en la manera en que
clasifico mis cachivaches, pero no es cierto: no me llaman Viejo
Zorro por nada. Pues bien: pondría la mano en el fuego a que alguien
anduvo trasteando con mis papeles. Aunque hará falta un experto para
sacarles todo el jugo, Therendas sabe que han echado el guante a la
fórmula. Lo siento mucho, muchacho; ha sido un descuido imperdonable
y no sé como arreglarlo...
-No
te preocupes por eso ahora -Caradhar meditó unos instantes-. Lo
lógico sería pensar que otro de los alquimistas intentaría
presentar la fórmula como si fuera suya ante el Gran Alquimista y el
Príncipe, o usarla en su propio beneficio...
-En
ese caso se está tomando su tiempo, sí, señor; eso, o es demasiado
inexperto para reproducirla...
El
viejo pescó algo junto a su pecho enjuto; tomó la mano del elfo y
deslizó unos papeles en ella. Al hacerlo, mantuvo sus dedos huesudos
presionando sobre los del joven durante unos segundos.
-Aquí
la tienes: haz con esto lo que te parezca... Ojalá tuviera algo más
de tiempo para arreglar mi desaguisado. Siempre has sido el mejor de
mis discípulos, Caradhar, nada me hubiera complacido más que poder
conservarte a mi lado. Y ahora... largo; márchate, chico descarado,
y que los dioses te sonrían.
-Si
no vas a permitirme hacer nada para ayudarte, déjame que me quede
contigo, Viejo Zorro.
-Ni
pensarlo; ya es bastante malo que vayas a recordarme medio muerto...
No, chico, no quiero que te lleves la imagen de un cadáver. Quítate
de mi vista; y acuérdate de Viejo Zorro, de vez en cuando.
Cuando
Sül recibió las noticias no supo cómo reaccionar. Saber que había
un desconocido al corriente de la fórmula mejor guardada de Elore'il
era un asunto muy grave, que ni siquiera podían compartir con nadie
más; pero en aquel momento le preocupaban aún más los sentimientos
del dotado por la suerte de su maestro. Sabía que era importante
para él; deseaba, por así decirlo, prestarle su hombro para que se
desahogara... Y aun así, el rostro de Caradhar continuaba tan
impasible como siempre.
Caminaron
en silencio por los corredores poco iluminados hasta llegar ante una
puerta decrépita; el pelirrojo la abrió, y entraron en la que fue
su habitación durante más de ocho años. Los escasos muebles habían
sido sustituidos por estanterías y mesas cubiertas de instrumentos;
el elfo dejó la lámpara en el suelo y se paseó morosamente por sus
antiguos dominios mientras Sül cerraba la puerta y se dejaba caer
contra ella. Seguía pensando que aquello era un nido de ratas, pero
durante mucho tiempo había sido un lugar seguro para el joven con el
Don; entendía que sintiera cierta nostalgia.
-Lo...
conoces desde hace muchos años, ¿no? A ese alquimista, quiero decir
-dijo el Sombra, al fin.
-Desde
que era poco más que un crío.
-¿Cómo...?
¿Cómo acaba un dotado de Llia'res en un laboratorio de Therendanar?
-Darial
venía en ocasiones, y a veces los aprendices acompañaban a los
alquimistas oficiales -al oír el nombre, Sül se puso tenso-. No le
gustaba dejarme atrás, si podía evitarlo, así que yo también
visitaba los laboratorios. En la primera ocasión que tuve me aparté
del grupo y vagabundeé hasta el de Viejo Zorro; creo que, al
principio, me toleraba porque era muy infrecuente para un humano
tener contacto con un dotado. Después... simplemente, mis visitas se
volvieron algo cotidiano. La primera vez Darial me hizo pagar caro
que tuviera la temeridad de marcharme por mi cuenta; pero fue la
única cosa con la que me mostré testarudo y, al final, hizo la
vista gorda; puede que tuviera miedo de que hablara más de la cuenta
sobre lo que me hacía cuando estábamos solos, y quería
congraciarse. No pongas esa cara -advirtió el pelirrojo al notar que
Sül apretaba las mandíbulas y los puños-. Si no hubiera sido por
eso, puede que nunca conociera esta ciudad; y me gusta Therendanar.
Nunca me ha traído malos recuerdos.
-Sí...
parece que te entiendes bien con los humanos. Yo apenas he tenido
contacto con ellos; no me inspiran mucha confianza.
-Son
más directos y no se andan con tantas ceremonias; eso me complace.
-¿Alguna
vez... ya sabes... te has ido a la cama con un humano?
Sül
miró al suelo, ligeramente turbado; pero sentía verdadera
curiosidad, y las ocasiones en las que Caradhar se sentía
comunicativo eran tan escasas que no podía dejarlas pasar. El dotado
sonrió levemente y se volvió hacia él.
-De
hecho, fue la primera vez que me acosté con alguien por iniciativa
propia; fue mi primera vez para muchas cosas.
-Oh...
y.... ¿cómo pasó?
-Un
día en que Viejo Zorro estaba demasiado ocupado para tenerme
alrededor -el elfo se acercó a una de las mesas de trabajo, echó a
un lado algunos trastos y se sentó-; me cubrí con una capucha y me
las arreglé para dar una vuelta por la ciudad. Para mí era algo
realmente novedoso: la primera vez que caminaba al aire libre sin
nadie que me vigilara. Me alejé bastante del castillo y terminé
perdido en algunas callejuelas; supongo que aquello me preocupó,
porque seguramente me castigarían con mucha severidad si tenían que
salir a buscarme.
"Y
entonces los vi; eran una pareja de humanos, bastante jóvenes, según
mi poca experiencia. Estaban abrazados, tan juntos que no se sabía
dónde terminaba uno y empezaba la otra, junto a la puerta trasera de
una casa que daba al callejón; ni siquiera podían esperar a estar
dentro para comenzar a devorarse... Ambos tenía el cabello oscuro y
brillante, y los rizos de la muchacha cubrían los hombros de su
compañero; la tenía acorralada contra la pared, aunque ella lo
aceptaba de buen grado, porque sus brazos lo aprisionaban a su vez
con bastante fuerza.
"Me
descubrieron observándolos; el chico se volvió hacia mí, con la
clara intención de echarme a patadas; la capucha se me escurrió...
"Supongo
que no estaban acostumbrados a ver elfos, porque no supieron como
reaccionar; creo que ni siquiera sabían si era un elfo o una elfa, y
la mirada que el chico me lanzó era de todo, menos indiferente. En
cuanto a mí, nunca había vista a una pareja de ambos sexos en
actitud de intimidad; aunque distaba mucho de ser ignorante: hacía
bastante que Darial se había encargado de eso.
"El
humano me preguntó si me había perdido; la chica me miró con una
mezcla de interés y desconfianza, como haría con una competidora;
cuando me oyó hablar y comprendió que no era una elfa, su actitud
cambió...
"No
tardé mucho en encontrarme dentro de la casa, y fuera de mis ropas.
Creo que al humano le impactó ver que la equipación que tenía bajo
la cintura era similar a la suya; por lo demás, cuando hundió la
nariz en mi nuca y posó su lengua a lo largo de la piel de mis
hombros, sé que le gustó; y cuando yo llevé la mía a los pezones
de la muchacha y los lamí, mirándolo de reojo, se llevó la mano a
la entrepierna, coronada por ese vello que tienen los humanos, y se
la frotó con verdadera ansia.
"Ella
me permitió que la tomara, y aunque él se mostró reacio al
principio, al final se prestó a que yo hiciera con él algunas de
las cosas que Darial hacía conmigo... con la diferencia de que yo
deseaba que sintiera placer. Y yo también lo sentí: supe lo que era
alcanzar la cúspide en los brazos de otra persona.
Sül
tragó saliva: Caradhar nunca había hablado tanto de sí mismo;
había escuchado en silencio, porque por nada del mundo hubiera
querido interrumpir sus recuerdos. Pero al oír aquellas palabras se
le hizo imposible seguir manteniendo las manos apartadas de su piel
blanca; y al mencionar los labios, sintió el deseo imperioso de
posar los suyos en cualquier parte del cuerpo del dotado... Se acercó
lentamente y se paró frente al elfo sentado sobre la mesa; llevó la
mano derecha al cuello de su camisa y tiró, descubriendo, poco a
poco,un sendero de suave piel que cubrió de besos ligeros; los
cordones de la camisa se soltaron hasta abrir el camino hacia uno de
sus pezones pequeños y rosados, que capturó entre los labios y
acarició con la lengua hasta que se tornó rígido; con la mano
libre estiró aún más los cordones, sacando a la luz a su
compañero, y su lengua se desplazó hacia él, sin dejar de saborear
la piel ni un momento, para aplicarle el mismo tratamiento.
Como
de la boca de Caradhar no saliese ninguna protesta, sino sólo su
respiración intensa, la de Sül se hizo más osada y bajó, cruzando
los bien definidos músculos de su abdomen, hasta la cintura de sus
pantalones. Se tomó su tiempo sobre el ombligo, trazando su círculo
y danzando en su interior; mientras, las manos del Sombra separaron
gentilmente las piernas del pelirrojo y subieron de nuevo,
recorriendo el interior de los muslos, para desatar los cierres y
liberar la carne rosada y blanca, ya despierta.
Caradhar
jadeó cuando Sül mordisqueó con delicadeza la piel que recubría
sus testículos y sus alrededores de pálido color crema hasta llegar
a la base de su miembro, cuya circunferencia trazó, con la punta de
la lengua, antes de dedicarle sus atenciones a la sensible cara
interna; cada vez que su mejilla rozaba el extremo, el dotado era
sacudido por una descarga de deseo; y cuando su lengua llegó, por
fin, al sonrosado surco y saboreó el néctar que lo coronaba, la
mano del pelirrojo se movió, casi por iniciativa propia, a enredarse
entre los oscuros cabellos para mantener aquella boca habilidosa
pegada a su cuerpo.
Sül
alzó la vista, dividido entre el placer de probar la excitada carne
que tenía entre los labios y la curiosidad por echar un vistazo a la
expresión que su pareja mostraba en aquel momento. Pero los cabellos
rojos ocultaban su rostro como una cortina; ondeaban ligeramente,
mecidos por la respiración jadeante. El Sombra concentró entonces
su atención en complacer a su amante; en envolver aquel hermoso
aguijón que tantas veces había tenido dentro con su cálida saliva;
en lamer el licor transparente que no cesaba de fluir del extremo y
extenderlo a lo largo de la hendidura. Notó, satisfecho, cómo sus
caderas empujaban rítmicamente dentro de él, y movió la mano para
acariciar la tirante bolsa y la suave piel del perineo; y cuando
sintió la rigidez, y el calor, y los dedos de Caradhar que se
convirtieron en una garra exigente sobre su nuca, engulló por
completo el miembro a punto de estallar, decidido a no dejar ni una
gota. El dotado nunca culminaba en su boca: partía, siempre, en
busca de otra gruta en la que liberar su semilla; era la primera vez
que bebía su esencia y la encontró dulce y deliciosa, como todo lo
que provenía de aquel cuerpo que tenía entre los brazos... Esperó
a que la trémula carne se relajara, y se lamió los labios.
Al
incorporarse pudo al fin apartar los largos mechones y observar su
rostro; tenía una expresión diferente, con las mejillas
ruborizadas, el ceño suavemente arqueado y los ojos cerrados;
parecía aún más joven, y sin duda mucho más vulnerable. Sül
sufrió una repentina sensación de vértigo: un impulso de acunarlo
y, a la vez, un ansia ciega por poseerlo... Entonces los iris carmesí
fueron revelados, y el Sombra trató de leer en ellos en qué nueva
manera podía complacer a su amante; Caradhar no dijo nada, ocupado
en recuperar el resuello, pero lo miró fijamente; muy despacio,
separó aún más las piernas.
El
elfo de cabellos oscuros se volvió aún más consciente de la
necesidad acumulada que tenía entre las suyas. Hundió los pulgares
en la cintura de los pantalones de su pareja y tiró hacia abajo;
este respondió alzando ligeramente las caderas para que pudiera
desembarazarse de la molesta tela, junto con las botas. Los dedos del
Sombra viajaron en dos direcciones: hacia los cierres de sus calzas,
y a la húmeda longitud el la que acababa de deleitarse; y
continuaron bajando hasta el pasaje que se disponía a cruzar,
hundiéndose en él con suavidad, encontrando rápidamente la tecla
apropiada que pulsar y arrancando una nota, muda, de los labios de
Caradhar, que se abrieron de par en par al sentir renacer el deseo. Y
la nota fue sostenida, acompañada de nuevos jadeos, mientras el
joven se tendía en la mesa, sobre su espalda, y Sül entraba en él,
con intenciones de gentileza que su cuerpo descartó a medida que se
perdía cada vez más en placer. Con cada empujón, la mesa crujía;
algunos frascos rodaron y cayeron al suelo con estrépito, sólo para
ser ignorados por los dos elfos, que no oían más allá de sus
gemidos.
Sül
miró hacia abajo, a los brazos estirados del dotado: uno apenas
alcanzaba a acariciar su espalda con las puntas de los dedos; el otro
tenía la mano enredada en sus negros cabellos sueltos. Se inclinó
sobre él y lo abrazó con fuerza, y atrapó sus labios con tanta
ansiedad que apenas le permitió respirar; Caradhar respondió con
idéntica pasión, y no tardó mucho en bañar el vientre musculoso
con su semilla.
El
Sombra permaneció enterrado en él hasta que su propio placer dejó
de sacudirlo; pero no liberó su abrazo: en cambio, presionó el
rostro contra el cuello blanco y susurró:
-Te
quiero... Dioses, Adhar, te quiero... Te quiero tanto...
Caradhar
no contestó. Sül no había aspirado a que lo hiciera pero, en lo
más profundo, había albergado una chispa de esperanza por obtener
una pequeña confirmación de aquellos labios. Continuó
estrechamente abrazado a su amado, con un repentino peso en el
corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario