TERCERA
PARTE
XVIII:
La ignorancia no es dicha
Era
una mañana brillante, y el patio de la sala de entrenamiento de Casa
Elore'il estaba abarrotado de guardias que practicaban bajo el cálido
sol, satisfechos de haber dejado atrás las largas sesiones dentro de
la oscuridad de aquellos muros; la guerra se respiraba en el
ambiente, y bien pudiera ser que muy pronto sus habilidades debieran
ser probadas en el campo de combate.
Entre
ellos se encontraba Sül. Aquello era una novedad para él: hasta
entonces siempre había hecho uso de las instalaciones con
discreción, a la caída de la noche, cuando la mayoría de los
soldados se habían marchado; pero por aquellos días solía disponer
de mucho tiempo libre y le resultaba imposible permanecer ocioso. Se
sentía extraño, sosteniendo abiertamente un arma y rodeado de
tantos elfos que, hasta entonces, habían desconocido su existencia.
Había evitado llamar la atención o establecer cualquier tipo de
relación con ninguno de sus compañeros; estos, por su parte,
miraban al elfo con cierta desconfianza: sabían que había algo
diferente en él, y eran incapaces de juzgar cuál era su posición
en la Casa, por lo que se cuidaban bien de guardar las distancias.
En
medio de una serie de flexiones con un solo brazo y un peso adicional
en la espalda, fue distraído por un murmullo creciente que se había
originado a su alrededor y algunas risitas furtivas; disciplinado,
terminó la serie antes de echar un vistazo: se topó con la figura
de Caradhar, que lo observaba con interés.
Encontrárselo
en un lugar público como aquel era tan extraño como lo había sido
para él unirse a los demás. Desde su vuelta a Elore'il, el
pelirrojo se había mantenido a salvo de miradas, a la sombra de Lord
Navhares; y he aquí que ahora había decidido salir afuera, con su
llameante cabellera y su llamativa librea rojas. Su presencia atraía
muchas miradas, y también la de Sül, que no pudo sino admirarse de
la belleza de su compañero bajo la luz del sol; tanto más cuanto
que no había disfrutado de su compañía en varios días, porque
había estado reclamado por el absorbente Maede. Sonrió y se acercó
a él, con sus ojos oscuros rebosando satisfacción.
-¿A
qué se debe el milagro? Pensé que estarías haciendo de niñera,
como de costumbre; lo último que me esperaba era volverme y pillar
un petirrojo en medio de todos estos cuervos...
-Me
he escapado aprovechando que el Maede iba a recibir lecciones de
protocolo para... complacer esposas -Sül rió de buena gana-. Tu
piel se ha bronceado.
Caradhar
también había estado estudiando al Sombra mientras entrenaba. El
jubón sin mangas que llevaba dejaba ver sus brazos, ligeramente
dorados, y su atractiva musculatura brillante por el sudor.
-¿En
serio? -el joven bajó la vista a sus antebrazos- Si no te gusta,
llevaré mangas largas....
-Tal
vez deberías quitarte el jubón y dejar que se broncee toda por
igual.
-¿Y
enseñar la espalda? Ni de coña. Tú eres el único al que le
permito verla.
-Me
siento honrado. También has ganado volumen; veo que tu entrenamiento
está dando frutos.
-A
lo mejor te apetece echar una ojeada y pasar revista al resto de
mis... partes.
-Por
supuesto. Espero que no creas que he venido para charlar del tiempo.
Aunque me alegro de haberlo hecho; verte rodeado de todos estos
soldados me hace entender de dónde has sacado ese aire marcial.
-¿Aire
marcial?
-Hay
una parte de ti, al menos, que ahora mismo está en posición de
firmes.
Una
sonrisa aleteó en los labios del dotado. Sül abrió mucho los ojos,
sorprendido: que Caradhar intentara bromear era algo completamente
nuevo para él. Pero lo cierto era que tenía toda la razón...
Pasándose la lengua por los labios, se apresuró a recoger su equipo
y casi sacó de allí al elfo a empujones.
-Ugh...
ah... ah.... Adhar... más.... más adentro... Métemela hasta el
fondo... Oooh... oh, sí... Justo ahí... Dioses... creo que voy a...
Caradhar
empujaba con brusquedad, con los labios apretados, sosteniendo las
caderas de Sül con tanta fuerza que sus dedos dejaban marcas rojas
sobre la piel; a cada golpe resonaba el latigazo de su pelvis contra
el trasero del Sombra, y el agua de la bañera chapoteaba, vaciándose
inexorablemente por las sacudidas de sus ocupantes. Sül gemía bajo
sus embestidas, agarrándose al borde, con el rostro cubierto por sus
empapados cabellos oscuros; los relieves de su espalda parecían
danzar cuando su cuerpo se arqueaba a cada ida y venida del dotado,
cuyos ojos se perdían en el espectáculo; y aunque aquello
incrementaba su excitación hasta empujarlo al extremo, no podía
dejar de mirar... Con una profunda exhalación, Caradhar alcanzó la
cúspide, y tembló mientras descargaba su deseo, contenido desde
días atrás. Reclinándose sobre su amante, dejó que su pecho
descansara contra su espalda mientras sus manos recorrían lentamente
sus costados.
-Sácala,
encanto... -jadeó el Sombra, con voz animada- Creo que... hay una
cosa que deberías ver...
Moviéndose
con suavidad, y respirando aún agitadamente, el elfo moreno se dio
la vuelta bajo su compañero. El dotado bajó la vista, aunque ya
sabía lo que se iba a encontrar: Sül no se había corrido; su
miembro, lleno y rígido, apuntaba al ombligo de su propietario,
quien lo contemplaba con una sonrisa maliciosa en los labios.
-Sabes
lo que... significa esto, ¿eh? -el Sombra extendió las manos y
aprisionó las nalgas del pelirrojo con lujuria- Significa que esto
es mío ahora, y que voy a hacer con ello lo que me apetezca...
-Eres...
un tramposo... -protestó Caradhar, picado- Te has contenido a
propósito... Incluso... diciéndome todo eso para excitarme aún
más...
-Y
tú, un pésimo perdedor... Sabes que yo... -las manos amasaron
aquellas formas elásticas y redondeadas, separándolas ligeramente
para exponer su abertura- he cumplido mi parte del trato... Ahora me
toca a mí...
Tras
aquella ocasión en la que Caradhar le había permitido penetrarlo
por primera vez, el Sombra se había hecho ilusiones sobre la
posibilidad de tomarlo en cada ocasión que lo deseara. No es que no
disfrutara teniéndolo dentro de él: a veces, el mero recuerdo de
sus sesiones en la cama le hacía llegar hasta el cielo. Pero cuando
el dotado dejaba que lo abrazara de aquella forma, una forma que no
había compartido con nadie más... cuando gemía debajo de él, Sül
soñaba que, además de su cuerpo, poseía también un pequeño
pedazo de su alma.
En
cambio, cuando había intentado saborear de nuevo la experiencia,
Caradhar se había mostrado reacio. Había intentado convencerlo;
había suplicado; finalmente, habían discutido, y el joven pelirrojo
había accedido a una solución de compromiso: le permitiría cambiar
posiciones cada vez que no se las arreglara para hacerlo correrse
antes que él; algo que sucedía en muy raras ocasiones... pero,
desde el punto de vista del Sombra, era mejor que nada.
-Ven
aquí... -Sül tiró del otro elfo y lo sumergió dentro del agua
caliente- Me voy a tomar mi tiempo contigo... -bajó la cabeza y
comenzó a mordisquear el cuello de piel suave, esquivando los
cabellos rojos que cosquilleaban en su nariz; entre tanto, su mano
derecha se movió furtivamente hasta la ingle de su cautivo, justo
entre las piernas...
-Espera
-ordenó Caradhar, sujetándolo por la muñeca-. Esa zona está fuera
de los límites por ahora; tienes que hacerlo sin tocármela, igual
que yo a ti. Es lo justo, ¿no crees?
-Oye,
no empieces a inventarte nuevas reglas -comentó su compañero, con
fastidio-. Yo no te pedí que no me la...
-Sin
tocármela -sentenció el dotado, con una mirada implacable-, y sin
tomarte tu tiempo, como tampoco me lo tomé yo. Y ya sabes el resto
de las reglas: si no me corro antes que tú, tus privilegios para la
próxima ocasión quedan revocados. ¿No te crees capaz? Puedes
retirarte honrosamente: ya estoy a punto para otro asalto...
Sül
tragó saliva; tener aquel cuerpo desnudo, atractivo y resbaladizo en
sus brazos no ayudaba para nada a su entrepierna, que palpitaba de
manera casi insoportable, deseando aliviarse... No podía creerse la
soberana desfachatez de aquel joven descarado, que no tardaría ni un
minuto en ponerlo a cuatro patas de nuevo, si lo dejaba... Se sintió
tentado de dominarlo y tomarlo por la fuerza hasta saciarse, pero no
se atrevió: sabía que, con él, había que jugar con sus
condiciones. Frunció el ceño, y su mano derecha volvió a su
posición inicial, a lo largo del surco que desembocaba en la entrada
posterior de Caradhar.
-De
acuerdo: jugaremos a tu manera -lo miró con intensidad a los ojos,
desafiante, y deslizó dos dedos en el estrecho pasaje; bajo el agua
caliente, penetraron tan suavemente como la seda, y el elfo más
joven se estremeció.
-...
No necesitas hacer eso... uh... -el pelirrojo estiró los brazos y se
agarró al lateral de la bañera con ambas manos, arqueando la
espalda incitadoramente- Métemela.
-Pero...
-los dedos de Sül se inmovilizaron- No entro ahí muy a menudo... si
voy de golpe...
-No
pasa nada; recuerda con quién estás hablando -el elfo sonrió
ligeramente y se inclinó hasta tener a tiro los labios de su pareja;
despacio, con premeditada lascivia, deslizó la lengua a lo largo de
ellos, demorándose en la comisura, mientras lo miraba a través de
sus párpados medio cerrados y sus largas pestañas carmesí-. ¿Qué
te pasa? -susurró- ¿No tienes la suficiente confianza en ti mismo
para hacer que me corra... sólo con tu polla?
Aquello
fue más de lo que el Sombra pudo soportar. El dotado apenas solía
hablar cuando intimaban, y nunca utilizaba aquel lenguaje: lo estaba
provocando a conciencia... ¡condenado Adhar! Ahora estaba casi a
punto de estallar. Apretando los dientes, extrajo los dedos y agarró
la cintura de aquel desvergonzado; presionando sus muslos le hizo
separar las piernas y lo colocó sobre él con facilidad,
disponiéndose a hacer que su rígido miembro tomara el relevo donde
antes habían jugueteado sus manos. Lo dejó caer sobre su regazo y
el ariete se abrió camino de una vez, presto y sin ceremonias,
haciendo gemir al joven.
Sül
lo mantuvo en esa posición, decidido a forzarlo a que lo cabalgara,
pero Caradhar se escurrió de su abrazo. Aquella era otra de las
cosas sobre las que el dotado se mostraba inflexible: nunca se había
prestado a ello. En cambio, se dejó caer de espaldas, desde el
lateral de la bañera, sobre un banco de piedra que descansaba junto
a ella; se aferró al extremo y enlazó con sus piernas la cintura
del Sombra. Dándose impulso con sus propios brazos, comenzó a mover
las caderas, y el arma de Sül fue alternativamente introducida y
liberada de aquella vaina estrecha y deliciosamente cálida. El elfo
de cabellos oscuros dejó escapar todo el aire de sus pulmones a
través de sus labios separados; se arrodilló, dentro del agua, y
colocó con un brusco golpe las palmas de las manos a ambos lados del
esbelto cuerpo que se balanceaba frente a él; a modo de respuesta,
su arma fue agasajada con el masaje pulsante de las paredes que la
aprisionaban: aquello lo llevó casi al punto sin retorno y le robó
la respiración. Se mordió accidentalmente el interior de su
mejilla, llenándose la boca de su propia sangre; pero pensó que era
bueno, pues el ligero dolor le ayudó a contenerse. Dos podían jugar
a aquel juego...
-De
acuerdo, tú lo has querido -dijo entre dientes, inclinándose-: te
voy a follar como nunca te lo han hecho en tu vida. Cuando termine
contigo... nnnh... me rogarás para que no te la saque...
Y,
echándose cuan largo era sobre él, lo inmovilizó bajo su cuerpo
musculoso, hundiendo la lengua dentro de su boca y emprendiendo una
danza alocada alrededor de la suya, especiada con el sabor metálico
de la sangre. Sus dedos hábiles se encajaron entre ambos, buscando
los pezones rosados, pellizcándolos con suavidad, acariciándolos
como sabía que a Caradhar le gustaba, con movimientos circulares y
rápidos.
Sül
tomó el control y marcó el ritmo; comenzó a penetrarlo con
sacudidas intensas y espaciadas, haciéndolo probar toda la longitud
de su mástil tan profundamente como le fue posible. Los músculos de
su abdomen atrapaban la erección del dotado, casi como si la
estuviera rodeando con sus manos; no sabía si aquello entraba dentro
de lo estipulado o bien si sería penalizado por ello, pero poco le
importaba: percibía dentro de su boca el eco de los gemidos en
crescendo
de Caradhar, perfectamente sincronizados con sus caderas, y quería
mucho más. Interrumpiendo el beso, se regaló los oídos con aquella
música; no sabía cuánto tiempo sería capaz de aguantar.
Sosteniendo
firmemente las caderas del joven, que aún estaba enredado alrededor
de su cintura, se incorporó. El pelirrojo se sobresaltó; su cuerpo
se arqueó para seguir el movimiento de Sül, con la cabeza
presionando sobre el banco, los brazos flexionados, los nudillos
blancos por la fuerza con que se agarraba al borde de piedra;
continuaron las embestidas, y los gemidos se transformaron en gritos.
Caradhar
estalló, por segunda vez en aquella sesión; su orgasmo fue tan
intenso que casi no notó cómo su pareja lo depositaba
cuidadosamente sobre el banco, con la frente cubierta de sudor y el
corazón golpeando contra el pecho. La nacarada esencia del dotado
perlaba su cuello ruborizado como si de un collar de cuentas se
tratase; la lengua de Sül, casi por iniciativa propia, se deslizó
tímidamente para probarla, mientras su propia semilla aún era
bombeada dentro de su amante.
Cuando
recuperó el resuello, Caradhar buscó la mirada del rostro que
pendía sobre él; sus manos se alzaron y sostuvieron sus mejillas;
su lengua comenzó a coquetear con aquellos labios húmedos...
-Te
ruego que no me la saques.
No
hizo falta más para que el miembro de Sül, aún alojado entre sus
nalgas, se cuadrara de nuevo, listo para inspección.
-Así
qué ahora puedes levantarme y meterte dentro de mí al mismo
tiempo... Inquietante...
El
elfo de más edad hizo volver su mente de las nubes, que era donde se
había perdido después de poseer al dotado dos veces. Se las habían
arreglado para llegar hasta la enorme cama y allí se encontraba,
abrazado a su espalda, con la nariz sepultada entre sus cabellos,
sembrando de besos su cuello y sus hombros. El pelirrojo rodeó uno
de los bíceps bronceados con las manos y sopesó su volumen,
levantando una ceja.
-Como
si antes ya no me resultaras intimidante -prosiguió.
Sül
se detuvo; con gentileza, hizo volverse a su compañero de cama y lo
sostuvo sobre él.
-Sabes
muy bien que yo soy un Darshi'nai muy obediente; nunca hago nada que
tú no desees. No sería capaz... Dioses, eres perfecto....
Caradhar
se extrañó ante aquel aparente cambio de tono. Sül alzó la
diestra y comenzó a trazar los suaves contornos del rostro de su
amante con la yema del dedo; se demoró en las suaves cejas rojizas,
e incluso se atrevió a acariciar con toda delicadeza las sedosas
pestañas del mismo color; alzó la otra mano y deslizó el pulgar
desde el extremo puntiagudo y flexible de su oreja derecha, por su
mejilla, y a lo largo de la bella curva de su labio inferior.
Por
todos los dioses,
pensó, está
en mis brazos, y sé que me desea. Hoy, en la sala de entrenamiento,
todos aquellos ojos estaban fijos en él; podría tener a cualquiera,
pero ahora sólo me permite a mí que lo toque. Quisiera gritar que
me perteneces... Quisiera...
-Adhar...
-el Sombra lo miró con adoración, sus labios temblando ligeramente
al hablar- Adhar... Te q...
Alguien
golpeó en la puerta de la habitación; el dotado volvió la cabeza
con fastidio y se incorporó. En cuanto a Sül, de buena gana le
habría retorcido el cuello a quienquiera que hubiera elegido aquel
momento para interrumpir. Al comprobar que su compañero se dirigía
a abrir, sin molestarse en echarse encima prenda alguna, abrió mucho
los ojos.
-¡Adhar!
¡Ponte algo, joder! ¡No vayas a...!
Tarde:
el elfo abrió la puerta; Sül juró por lo bajo y se cubrió con las
sábanas.
Al
otro lado aguardaba pacientemente Niliara, la dama de compañía de
Lord Navhares, de quien el Sombra había manifestado sus sospechas de
que pertenecía a la misma hermandad
que él. La elfa no movió ni una ceja cuando se topó con el joven
desnudo; lo miró a los ojos y habló, con la más cortés de las
voces y una sonrisa de miel:
-Disculpe
mi intromisión, señor. Sólo quería decirle que mañana habrá de
unirse a la comitiva de Lord Navhares al Palacio de las Cuarenta y
Nueve Lunas, donde, como sabe, se celebrara su enlace. El Maede
también ha manifestado su deseo de que lo acompañe esta noche en
sus aposentos.
-¿Esta
noche? Se supone que esta noche estaba libre. Llevo casi toda la
semana...
-Le
veré allí, señor.
La
elfa inclinó la cabeza y se alejó. Caradhar cerró la puerta y se
reclinó contra ella, con expresión de cansancio.
-Otra
vez... Me pregunto por qué ese crío se ha encaprichado conmigo.
-Como
todos -era una cuestión delicada, y ambos preferían evitar
mencionar el hecho de su parentesco-. Como esa Darshi'nai de
tapadillo. Ahora estoy seguro de que se cuela a espiarte.
-¿Por
qué?
-Porque
-Sül flexionó las piernas y apoyó los codos en ellas, mirándolo
fijamente- si la has recibido así y no ha echado el ojo, es porque
ya se ha familiarizado con todo lo que hay que ver.
-Tal
vez es disciplinada; tal vez no le interese.
-Eso,
Adhar, es imposible.
La
comisura derecha de los labios del dotado se alzó; se aproximó a la
cama y se sentó en el borde, posando la palma de la mano sobre la
pantorrilla de su compañero.
-Tienes
que buscar otro refugio en la Zanja; uno que sea más cómodo esta
vez, donde no nos molesten. Bueno, nos quedan algunas horas; ¿quieres
ir a comer algo?
Sül
agarró al elfo por la muñeca; con un tirón brusco, lo tumbó sobre
las sábanas y se colocó a horcajadas sobre él.
-Que
le den por culo a la comida...
Al
caer la noche, Caradhar se dirigió a cumplir con sus deberes de
velar el sueño del Maede. Lord Navhares no había cambiado desde
aquel día, en Therendanar, en el que la alquimia humana había
obrado el prodigio sobre él; pero había algo más adulto en su
manera de desenvolverse, algo que solía dejar boquiabiertos a
quienes habían conocido al niño que realmente era. El dotado no
sabía a ciencia cierta cómo conseguía Corail un resultado
semejante, ni las artes que había desplegado para convencer al
Príncipe de las ventajas de una unión entre la princesa y su
pretendido hijo. Él se cuidaba bien de desentenderse de la educación
del joven; cumplía con su supuesta función de acompañarlo, tanto
de día como de noche, como el resto de elfos con el Don, y le
mostraba toda la deferencia de que su carácter hosco era capaz, pero
nada más. Aquellos ojos de color corinto, como los de Neharall, le
resultaban inquietantes.
Y
no obstante, por alguna razón que desconocía, el muchacho parecía
sentir un fuerte apego hacia él; solicitaba su presencia tan a
menudo como le era posible; desdeñando a los demás dotados, lo
elegía siempre como su acompañante; si Caradhar no se hubiera
mostrado inflexible ante su madre, no habría podido pasar ni una
noche a solas con Sül. En el limitado mundo del Maede sólo parecían
existir la Dama Corail, Niliara, su dama de compañía... y el arisco
joven de cabello rojo llameante. Sólo ellos asistían, en la
intimidad, a los escasos momentos en los que Lord Navhares daba
muestras de su auténtica edad y se comportaba como niño curioso,
ingenuo, o caprichoso.
Al
dotado le permitieron entrar en la habitación en silencio; en la
hermosa cama ornamentada ya se encontraba el Maede, y junto a él,
sentada en el borde, su dama de compañía. Ambos volvieron la vista
hacia la puerta; el muchacho sonrió abiertamente, y en seguida
compuso una mueca de reproche; la joven inclinó la cabeza ante su
señor y se retiró. Caradhar imitó el gesto y se sentó en su
propio lecho, colocado demasiado cerca para su gusto...
-Esta
mañana desapareciste y has pasado todo el día en... -el Maede se
interrumpió-. No me gusta que hagas eso.
-Usted
estaba ocupado de todas formas, mi Señor, y no me necesitaba.
-¿Cómo
lo sabes? -el muchacho sonrió con malicia- Me han enseñado lo que
se supone que debo hacer con mi esposa para tener un heredero. Te
habría pedido consejo.
-No
estoy casado, mi Señor.
-Eso
ya lo sé -Navhares resopló-. Pero es algo embarazoso si tengo que
hablarlo con otras personas -estiró el brazo y, como solía, tomó
un mechón de los cabellos del dotado y jugueteó con él. Era un
gesto que Caradhar no comprendía: la propia melena del Maede era aún
más larga que la suya. Entonces habló, con voz calmada-. Ven a mi
cama.
-Es
ya demasiado mayor para compartir la cama, mi Señor...
-¿Y
hoy no se trataba de eso? ¿De que tengo que compartir la cama con mi
esposa?
Caradhar
alzó una ceja, pero no respondió; el muchacho pareció considerarlo
durante un momento y después saltó a la cama de su acompañante,
que ni se molestó en protestar; sabía que no merecía la pena.
Navhares se acurrucó a su espalda y continuó enredando con las
rojas hebras.
-La
princesa es bonita, pero se pone roja enseguida; sé que tengo que
casarme con ella, y que soy afortunado, pero... Además, creo que
Niliara es más bonita aún. O tú.
El
dotado frunció el ceño; el Maede se pegó aún más a él.
-Dime...
¿cómo es?
-...
-Acostarse.
Sé que lo haces con ese guardaespaldas; sé que lo habéis estado
haciendo hoy -el elfo de más edad se puso algo rígido, pero aquello
no hizo callar a su interrogador-. ¿Cómo es, hacerlo con un varón?
Caradhar
no respondió enseguida, incómodo. Luego suspiró.
-Es
igual que hacerlo con una elfa, pero puedes estar seguro de que nadie
se quedará embarazado.
-¿En
serio? Entonces está bien, ¿no? Quiero decir, sólo debo hacer
herederos con mi esposa, ¿verdad?
-Supongo
que usted puede hacer lo que quiera, mi Señor. Por favor, debería
dormir; a partir de mañana, los días serán agotadores.
Navhares
se quedó pensativo; parecía que deseaba preguntar algo más.
-Caradhar...
¿puedo probarla esta noche?
-Ya
la probó ayer; y la noche anterior, también -el más joven frunció
los labios, casi haciendo un mohín-. Por favor, duerma.
-De
acuerdo, de acuerdo... Buenas noches.
Y
por fin, el día más esperado había llegado: Lord Navhares de
Elore'il partiría al Palacio de las Cuarenta y Nueve Lunas, y su
Casa y la Casa del Príncipe quedarían vinculadas mediante los votos
nupciales. Una fastuosa comitiva recorrería el corto camino hasta el
centro del Distrito de los Nobles; allí se celebraría la ceremonia,
y el Maede permanecería dentro de sus muros durante el tiempo
acordado por ambas Casas. Según la tradición, aquella debía
convertirse en su residencia definitiva, pues en todo matrimonio era
la familia de más rango la que recibía al nuevo cónyuge; como Lord
Navhares era Maede de su Casa, el vínculo que tenía con ella no se
podía romper hasta que pudiera proporcionar un sucesor; y como su
primogénito estaba destinado a ocupar el trono de Argailias, la
sucesión de su propio dominio tendría, pues, que esperar.
Lord
Navhares aparecía bello e imponente con su uniforme de gala; sus
larguísimos cabellos, recogidos en un complicado peinado; al cuello,
el pesado collar con las armas de su familia. Le seguían su guardia
personal y todos los dotados de su séquito; Caradhar atraía muchas
miradas, con su llamativa librea aún más impactante gracias a los
finos tejidos y a la adición de una larga capa.
Sül
no había escapado de aquel fasto; su amante había requerido que
fuera parte de la escolta, y ahora el Sombra se hallaba embutido en
la versión militar de la librea Elore'il, en la que dominaba el
color negro; nunca antes había llevado un atuendo tan costoso... ni
tan rígido. El joven elfo tenía que contener a cada momento el
impulso de deslizar un dedo dentro del cuello de su casaca y separar
la tiesa tela de su piel.
Al
menos había conseguido ser dispensado del embarazo de formar parte
visible de la comitiva. Prefirió contemplarla desde una posición
apartada y observar las reacciones de los demás elfos. Y entonces lo
vio; sin perderse detalle, en la primera fila, rodeado de varios de
sus asistentes: Darial.
El
Sombra no había vuelto a ver al Gran Alquimista desde hacía mucho
tiempo. Su rutina diaria había consistido prácticamente en
dirigirse hasta la sala de entrenamiento desde el ala de los
aposentos del Maede, y viceversa; los deberes de Caradhar lo habían
mantenido incluso más recluido que eso, y Sül no había querido
apartarse de él. Por lo que respecta a Darial, su cargo lo solía
mantener confinado en el laboratorio; sus caminos no se habían
cruzado, y el joven lo agradecía: había llegado a aborrecer al
alquimista.
Pero
allí estaba; el alto y rubio elfo no había cambiado, excepto en su
pésimo gusto en ropas, ostentoso hasta el extremo. Miraba al Maede
fijamente, con una expresión que Sül conocía bien porque la había
visto en demasiadas ocasiones. Mira
al hijo de puta, pensó,
devorándolo
con los ojos. Sé muy bien lo que estás pensando, cabrón. Mala
suerte que a este no puedes tocarlo, ¿eh? De buena gana te cortaría
las pelotas, para que no... ¡Oh, mierda!
Una
mueca sombría se adueñó del rostro de Sül cuando se dio cuenta de
que Darial había reparado en Caradhar; no hizo falta ser muy
observador, pues los ojos amarillos del alquimista se dilataron al
posarse en la figura que seguía a Lord Navhares. Desde la partida
del dotado, años atrás, no había vuelto a verlo... Y había sido
una partida sin despedirse, por supuesto. El Sombra observó cómo el
rubio elfo palidecía y apretaba los puños, siguiendo el movimiento
de Caradhar con concentración enfermiza. Te
voy a mantener vigilado, maldito bastardo, quién sabe qué mierda
intentarías; ni sueñes que volverás a poner tus asquerosas patas
sobre él. Antes te mataré.
Sül
no pudo dedicar mucho tiempo a aquellos pensamientos pues poco
después se encontró, por primera vez en su vida, en el palacio de
los príncipes de Argailias. Era un lugar que, ni en sueños, había
esperado conocer por dentro: los Darshi'nai se cuidaban muy bien de
no interferir en los asuntos del trono; sabían, mejor que la
mayoría, cuán importante era mantener un gobierno sólido para la
estabilidad de la ciudad. Si el resto de Casas se dedicaban a
perfeccionar el arte de apuñalarse por la espalda con la mayor
discreción posible, allí estaban ellos para ofrecer su sabio
asesoramiento... Por lo que respectaba al Palacio de las Cuarenta y
Nueve Lunas, se consideraba fuera de los límites.
Desde
su posición con la guardia de Elore'il, el joven admiró la
magnífica sala donde se celebraba la ceremonia. El cristal, en todas
las variedades que los artesanos vidrieros eran capaces de fabricar,
se hallaba por doquier, lanzando destellos multicolores por efecto
del sol, las antorchas y los centenares de velas blancas. En ningún
otro lugar conocido podía hallarse tanto; hasta los suelos de mármol
pulido, que reflejaban la luz como si de gigantescos espejos se
tratasen, tenían una cualidad cristalina que impulsaba a los
visitantes a pisar de manera liviana, como si fueran a agrietarse
bajo su peso.
Su
Alteza, el Príncipe, condujo a su única hija hasta el final de la
sala, ambos vestidos de un blanco inmaculado. Allí los esperaba Lord
Navhares, quien se inclinó profundamente cuando subieron los
escalones que conducían hacia el Altar de la Luna, ante el cual
esperaba la Primera Doncella de la Luna, personaje que
tradicionalmente oficiaba las uniones del más alto rango.
Sül
estudió las figuras de todos y decidió que el Maede era, sin
dudarlo, la más impresionante. Todavía no acababa de creerse la
transformación que se había obrado en aquel delicado niño elfo que
no hace mucho conociera; no se extrañó en absoluto al notar cómo
enrojecían las mejillas de la princesa al contemplar al que casi era
su esposo. ¿Quién podría resistirse ante semejante presencia? Se
estremeció al percatarse de la manera en que el muchacho capturaba
su mirada; no podía dejar de ver a Neharall en él... una versión
especialmente bendecida con la belleza de su padre.
El
Sombra buscó rápidamente a Caradhar entre el séquito de su Casa;
cuando lo encontró, el resto de personajes, la ceremonia y el
palacio perdieron su importancia para él. Sólo se percató de que
todo se había consumado porque los vítores de los asistentes lo
sacaron de su ensimismamiento.
Por
la noche, Sül esperó hasta que pudo pasar desapercibido y se
deslizó subrepticiamente en la pequeña habitación asignada a
Caradhar, en el ala de invitados. El dotado no dijo nada cuando su
compañero saltó a la cama junto a él; simplemente lo atrajo hacia
sí, lo sujetó por la nuca y le hizo inclinar la cabeza para acceder
a sus labios y forzar la entrada de la húmeda cavidad que lo
aguardaba, ansiosa. El joven pelirrojo sabía besar, ciertamente;
cuando, con delicados toques, su lengua golpeaba a la puerta de su
boca y despertaba el deseo de Sül, a este le resultaba imposible no
franquearle la entrada y dejarla deslizarse con suavidad por todos
sus rincones, hasta que parecía cansarse de vagabundear y se
centraba en guiar a su igual en una sinuosa danza; en el momento en
que aquella punta sedosa se demoraba en los bordes y la cara interior
de su lengua, el Sombra era incapaz de evitar que la sangre le
acudiera en tropel a sus regiones inferiores.
Pero
había ocasiones en las que sus besos eran violentos, exigentes,
dominadores; puro músculo que sólo quería marcar su territorio y
arrancar gemidos antes de ocuparse de asuntos... más importantes; o
preparar el camino para que fuera... otra parte de su anatomía la
que tomara su lugar. Tras la sesión del día anterior, Sül sabía
que el dotado buscaría reafirmar su posición y retomar el control;
no le importaba: estaba más que dispuesto a plegarse con docilidad a
todas sus exigencias.
Las
manos de Caradhar bajaron, presionando firmemente su espalda, y
buscaron un rápido acceso a la cálida piel que rodeaba su entrada
posterior; no lo halló: el elfo moreno aún vestía las numerosas
capas de su ropa de gala. Con un gruñido, lo empujó sobre el
colchón y comenzó a soltar cierres y desatar cintas, inclinándose
para lamer el hueco de su clavícula y seguir subiendo por el lateral
de su cuello hasta mordisquear el borde de su mandíbula inferior;
Sül jadeaba cada vez más fuerte; estiró los brazos para hundir los
dedos en la carne febril de su compañero y comprobó que lo había
estado aguardando completamente desnudo; su mástil saltó, como un
resorte, ansioso por liberarse de la molesta tela y sentir otro tipo
de roce. Mientras Caradhar seguía batallando con la parte superior
de su uniforme, él echó mano de sus calzas negras; finalmente, el
dotado descubrió su pecho con un brusco tirón, y su lengua bajó,
dejando un rastro húmedo, hasta sus pezones; tomó uno de ellos con
los labios y lo chupó, sus dedos ocupados en juguetear con el
compañero, y después cambió, hasta que ambos se irguieron, rígidos
y excitados, brillantes con la saliva del pelirrojo.
La
necesidad de Sül comenzó a golpear con tanta fuerza que se volvió
casi dolorosa; sus caderas se alzaron para saborear el roce de su
amante contra su miembro inflamado, extendiendo el denso líquido que
desbordaba del surco rosado. El elfo cerró los ojos un instante, su
boca abierta en un mudo gesto de ansiedad... Un segundo más tarde,
su cuerpo se puso rígido y se incorporó, volviendo la vista hacia
la entrada. Su pareja, cuya lengua había llegado a la altura de la
cintura y se ocupaba en humedecer una de las cicatrices del Sombra,
levantó la cabeza, extrañado.
Al
momento, alguien abrió la puerta; ambos elfos se quedaron inmóviles
observando la figura de Lord Navhares, en sus ropas de dormir, quien
tenía los ojos clavados en la cama o, más concretamente, en sus
ocupantes. Con una mueca de contrariedad, el joven se acercó a ellos
y se dirigió a Sül.
-Márchate;
déjanos solos -ordenó, con voz severa.
Caradhar
frunció el ceño; el Sombra, no obstante, sabía bien cuál era su
lugar: con rostro inexpresivo, echó mano de sus ropas y abandonó la
habitación. El Maede saltó sobre la cama y se abrazó al dotado,
quien le lanzó una mirada suspicaz; tirando de las sábanas se
cubrió hasta la cintura, ocultando las pruebas de su frustración
sexual. El muchacho de los ojos color corinto se apretó aún con más
fuerza.
-¿Qué
hace aquí, mi Señor? -preguntó el dotado, tenso- Debería estar
con su esposa; se supone que es lo correcto, en la noche de bodas.
-Yo...
lo he intentado, pero... ¡No puedo hacerlo! No siento nada por ella.
Me he escapado de los aposentos de la princesa; me he excusado,
diciendo que no me encontraba bien... Además, te echaba de menos: me
he acostumbrado a tenerte a mi lado de noche... Deja que me quede
aquí, por favor...
-No
es adecuado que lo encuentren en este lugar; supongo que dañaría su
reputación, si...
-¡No
me importa! No estoy preparado para... es decir... Ella se echó
junto a mí, sin decir nada, y se quedó esperando; llevaba un
camisón blanco que casi dejaba ver...
-Por
lo que sé, ser noble conlleva el tener que compartir intimidad con
personas que no ha elegido; tiene suerte de que ella sólo le es
indiferente: si le disgustara abiertamente, sería mucho peor -la voz
fría y las palabras de Caradhar causaron gran turbación al Maede-.
Pero, después de todo, aún es muy joven; entiendo que no esté
preparado para ello. Tal vez mi Señor debiera hablarlo con la Dama
Corail.
-Mi
Respetada Madre se sentirá muy decepcionada conmigo; todos esperan
que yo... que demos un heredero al trono, por si el Príncipe ha de
partir al campo de batalla... -el dotado no respondió- No quiero
hablar de eso ahora -Lord Navhares sumergió los dedos y la nariz en
el cabello color rubí-. Sólo quiero estar así...
-Si
me deja libre un momento, me gustaría ponerme algo encima.
-No,
quédate así; hueles muy bien, como siempre.
Caradhar
estaba comenzando a sentirse muy exasperado.
-Mi
Señor, debería tener presente que ha interrumpido algo de manera
muy incómoda; además, esta noche estaba al cuidado de otro de los
dotados...
-Los
otros no me importan nada; no comprendo por qué mi Respetada Madre
no me permite que te elija cada noche -el joven elfo se incorporó
sobre Caradhar y lo miró a los ojos-. ¿Acaso no soy más atractivo
que ese guardaespaldas?
-Esa
no es la cuestión; usted es el Maede y él es mi...
-No
quiero que vuelvas a pasar la noche con él; quédate conmigo.
-Está
cansado y nervioso. Por esta noche, dormiremos, y mañana verá las
cosas de otra forma -la mirada del dotado se endureció; hizo ademán
de apagar la vela que iluminaba débilmente el dormitorio.
-No
apagues la luz; nunca te había visto...
Caradhar
lo ignoró y alargó la mano de todas formas; el elfo más joven, en
su afán por impedírselo, trató de sujetarlo por la muñeca; al
estirar el brazo, le propinó un profundo arañazo en el labio. El
dotado se inmovilizó debajo de él.
En
cuanto al Maede, se quedó mirando fijamente el trazo rojo sobre el
labio inferior del otro elfo.
-Ayer
no me permitiste probarla...
Muy
despacio, se inclinó y deslizó la lengua con suavidad a lo largo de
la herida; cerró los ojos y se abandonó a la hormigueante sensación
que le causaba la sangre bendecida con el Don... Se había convertido
en una adicción para él, desde que la probara por primera vez.
Caradhar sólo se lo consentía en contadas ocasiones; le hacía
sentirse incómodo.
Navhares
abrió los ojos y volvió a fijarlos en los labios que descansaban
bajo él; con decisión, dejó caer su peso sobre los brazos del
joven, bajó la cabeza e introdujo su lengua entre ellos, buscando
ávidamente saborear algo que llevaba tiempo deseando...
Caradhar
se revolvió; a pesar de estar en una posición de desventaja, la
fuerza del muchacho no era rival para la suya: empujándolo a un
lado, saltó de la cama y le lanzó una mirada irritada. Echó mano
de sus ropas y comenzó a vestirse, ante la confusión y el enojo del
Maede.
-Si
lo haces con él, ¿por qué no puedes hacerlo conmigo? -espetó-
Niliara dice que cualquiera se moriría por recibir mis atenciones; y
además soy tu Maede, y el yerno del Príncipe...
-Sí,
Lord Navhares: es el Maede, y hasta ahora he obedecido sin reservas;
y aun así, he de decirle que lo que me pide no va a ocurrir jamás.
-Pero,
¿por qué? -su voz sonó plañidera, por un momento- Yo... te quiero
mucho, Caradhar... Sé que tengo que cumplir con mi deber como Maede
de Elore'il, pero pensé que si... lo hacía antes con alguien a
quien quisiera, me resultaría más fácil... a la princesa...
-Pídaselo
a su dama de compañía; ella es una elfa, después de todo; estar
conmigo no puede enseñarle nada que vaya a serle de utilidad en su
vida de casado.
-No
es a ella a la que quiero abrazar, cada noche, cuando duermo junto a
ti...
-Le
repito que lo que me pide no va a ocurrir jamás.
-Entonces...
¡te lo ordeno! ¡Ven aquí! Soy tu señor, y me debes obediencia...
-el niño que había en él hizo su aparición a través de sus
exigentes palabras, pronunciadas con voz temblorosa.
-Dice
que me quiere y me ordena que le obedezca; curioso amor, y divertido
sentimiento. Tiene mucho que aprender, Señor
-evitó el posesivo a posta, y aquello enfureció aún más a Lord
Navhares.
-Caradhar,
no pasará mucho tiempo hasta que mi madre tenga que aceptar el
dejarme usar... ya lo sabes: lo que otorga la voz de mando. En el
momento en que traigamos un heredero al mundo a mí se me considerará
un adulto de pleno derecho, y podré reclamar lo que me pertenece en
justicia. ¿Prefieres hacerlo ahora, por las buenas, o más tarde,
por las malas? Porque no sé qué harás entonces para resistirte a
mis órdenes...
El
dotado volvió a preguntarse, por enésima vez, cómo se las había
arreglado su madre para convertir a un niño en aquello. No
respondió; se limitó a abandonar la habitación, dejando allí al
iracundo Maede.
Una
vez que se hubo alejado lo suficiente se dejó caer contra una pared,
cerrando los ojos. Una parte de su mente rememoraba con placer la
hermosa figura de Lord Navhares inclinándose sobre él, con sus
largos cabellos que caían como una cortina de seda, enredándose con
los suyos; otra, se estremecía con disgusto con sólo recordar quién
era...
Por
lo que respecta a Sül, no se sentía muy satisfecho en aquello
momentos. Había buscado un rincón privado, con la idea de encontrar
alivio para el asunto inconcluso que tenía entre las piernas; su
propia cama estaba en una habitación compartida con miembros de la
guardia de Elore'il, así que se había colado en un pequeño
dormitorio vacío.
El
elfo se reclinó sobre la cama con las piernas separadas, y desató
sus calzas. Su miembro rígido aún conservaba la cálida humedad
causada por el contacto de las manos y la boca de Caradhar. Deslizó
un dedo a lo largo de la hendidura de su glande y se estremeció;
imaginó que aquella era la lengua de su amante, y que a ella se
unían sus sensuales labios; una nueva gota de pegajoso néctar asomó
por la abertura. Continuó, gimiendo suavemente, hasta que su cuerpo
se relajó.
En
aquel instante experimentó una sensación extraña que le erizó los
pelos de la nuca. Su rostro no mostró expresión alguna, y continuó
sentado, recuperando el resuello, durante unos instantes. Y entonces
saltó como un gato, escudriñando el único lugar de la habitación
donde alguien podía esconderse: debajo de la cama. No había nadie,
como esperaba; ya lo había comprobado al entrar. Una vez Sombra, se
era Sombra durante el resto de la vida.
Miró
alrededor, y en el corredor adyacente; palpó las paredes, incluso,
buscando agujeros o escondrijos ocultos. Nada.
Ya
sin embargo, habría estado dispuesto a apostarse el cuello a que
allí había alguien más.
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