2012/04/28

EL DON ENCADENADO XXI: Cuando la tentación es demasiado fuerte






En el laboratorio de Elore'il, Darial emprendía otra jornada con el prisionero de Misselas. Semanas de intentos infructuosos de encontrar alguna substancia que resultara efectiva con el elfo habían transformado el humor de alquimista, desde la cólera de las primeras sesiones hasta un estado de curiosa aceptación y cómoda cotidianidad.

Resultaba difícil encolerizarse con un prisionero modelo como aquél: educado, correcto y pacífico. Parecía hacerse cargo de los cambios de humor del Gran Alquimista y nunca decía nada que pudiera contrariarlo; era inteligente y cultivado, y nunca perdía la compostura, incluso bajo los efectos de drogas especialmente potentes. Como no poseía el Don, Darial no se explicaba aquella sorprendente resistencia. Pero su única opción, hasta nuevas órdenes, era perseverar: el prestigio de Elore'il y de su laboratorio estaban en juego, y aquello era lo que lo empujaba a seguir. En su fuero interno estaba convencido de que las drogas no conseguirían nada a menos que el misselano se decidiera a hablar por iniciativa propia.

Al principio Darial solía llevar consigo a su asistente o a otro alquimista para que lo ayudara en la tarea de suministrar las dosis o controlar los tiempos. Mas como el elfo se mostraba aún menos comunicativo en presencia de terceros, había optado por ocuparse en solitario. Además, las conversaciones le resultaban relajantes; era una paradoja, pero el supuesto enemigo lo trataba de manera más amigable que cualquiera de los otros miembros de la Casa.



-Está muy callado hoy, señor -observó el prisionero.



-¿Mmm? Oh, tengo muchas cosas en la cabeza -lo cual no era completamente cierto; sólo había una cosa que lo contrariara de verdad.



-Por supuesto, nadie pensaría en dar noticias a un espía sobre semejante asunto, pero, ¿se trata, tal vez, de la guerra?



-Mmm... -murmuró Darial distraídamente.



-La suya es una posición difícil, con una gran carga de responsabilidad. El laboratorio de esta Casa tiene fama de ser uno de los mejores de todos los principados. Que el Gran Alquimista de Elore'il se ocupe de alguien como es halagador, debo confesar. Pero no deja de sorprenderme... bien, no deseo ofenderle, pero no creo que reciba el trato que alguien de su posición y habilidades se merece.



Los ojos del rubio elfo se transformaron en dos ranuras desconfiadas bajo su ceño fruncido. Lanzó al misselano una mirada que nada tenía de amable.



-¿Está tratando de dedicarme un cumplido, o de insultarme? Además, ¿desde cuándo eso es un asunto de su incumbencia?



-Supongamos... y, que quede bien claro, esto es sólo una suposición inocua; supongamos que es usted un agente de otro principado. Y, siguiendo en el terreno de las hipótesis, consideremos que ha observado durante mucho tiempo a prominentes personajes, tanto humanos como elfos; y que, de todos ellos, hay uno al que ha llegado a admirar y cuyas habilidades no dudaría en intentar reclutar para su causa, sin importar el precio a pagar ni las condiciones...

"Lamentablemente, y este es el aspecto más delicado de mi suposición, este personaje en cuestión es leal a su gente y su comportamiento nunca se ha desviado del camino de la rectitud. Ah, pero usted, el agente, no puede cejar en su empeño, y debe poner en práctica todos los medios a su alcance. Dígame -la voz del prisionero se tornó muy suave-: si realmente fuera usted este agente, ¿cómo trataría de poner al objetivo de su parte?



Darial inclinó la cabeza con profunda desconfianza.



-¿Así que confiesa que es un espía? -preguntó, al fin.



-Por favor... sólo me he embarcado en un ejercicio de conjeturas.



-¿Intenta burlarse de mí? -Darial comenzó a perder la paciencia.



-Usted sabe que no; y espero haberle probado, en todo este tiempo, el profundo respeto que siento por usted. Yo no bromeo.



-Y yo tampoco; y ya que hemos llegado a este punto, déjeme informarle que, tal vez, el tiempo de las pociones ha pasado y es conveniente pasar a utilizar otros medios más contundentes; y menos civilizados.



El prisionero suspiró y dedicó a su carcelero una mirada grave.



-Confío en su criterio y sé que no dejará pasar mis palabras sin al menos dedicarles un minuto de consideración. Le ruego una simple respuesta: ¿cree que habría una posibilidad de diálogo para ese agente? ¿Una mínima posibilidad?



-Usted mismo ha dicho que ese... personaje en cuestión es leal a su gente, ¿no es cierto? -preguntó Darial tras un prolongado y violento silencio.



-De lo contrario, sus cualidades desmerecerían.



-Pues ahí tiene su respuesta -el alquimista se levantó, con una dura mirada-. Volveré mañana. Y tal vez no vuelva solo: el hierro siempre ha sido un interrogador convincente.



Mientras se alejaba, el prisionero no apartó los ojos de él. Tenía una mirada serena, imperturbable, imposible de leer; y en absoluto insatisfecha.





***





-Buenas noches, Caradhar. Hacía... mucho tiempo que no velabas conmigo. Te he echado de menos.



En los aposentos del Maede, el joven daba la bienvenida al dotado con una sonrisa tímida y esperanzada. Extrañamente, se hallaba solo: su dama de compañía no se encontraba allí, como de costumbre, para recibir al dotado de guardia. El elfo recién llegado entornó sus ojos rojos.



-No creo que esto sea una buena idea, mi Se...



-Si vuelves a llamarme eso en privado, te juro que... -el muchacho se cubrió el rostro con la mano y suspiró- Por favor, te lo ruego, sólo quiero que todo vuelva a ser como antes. No haré nada inapropiado; no diré nada que no deba; todo lo que deseo... es que cuando estemos solos, al menos, me llames Navhares. Sé que a Madre siempre la has llamado Corail. No te pido nada más. ¿Por favor...?



Había tal súplica en sus ojos que Caradhar se acercó a su cama y comenzó a descalzarse, sin decir nada. El Maede saltó a la suya propia con gesto más animado, como un niño al que han prometido una historia antes de dormir. Reclinando la mejilla sobre la mano observó, como si fuera un espectáculo, a su compañero mientras se preparaba para dormir. Cuando el dotado se soltó los cabellos sobre la espalda tuvo que apartar la vista, porque la tentación de acariciarlos se hizo demasiado fuerte... Se echó sobre la espalda y trató, desesperadamente, de distraer su mente con otros pensamientos.



-Madre me ha contado cosas acerca del prisionero de Misselas. ¿No es increíble que sea inmune a las pociones? Incluso a la... ¿crees que fue él quien mató a... Lord Killien?



Caradhar no respondió; ¿qué podía decir? Se tendió a su vez, dando la espalda ligeramente a su compañero. Habían pasado semanas desde la última vez que ocupara ese lugar y experimentaba cierta incomodidad. Además se había acostumbrado a los brazos de Sül que, cada noche, rodeaban sus costados, al contacto de su pecho contra la espalda, a la calidez de su aliento; y aquellas mañanas en las que el Sombra aguantaba en la cama hasta que su pareja tuviera a bien despertarse, a abrir los ojos y sentir los labios que mordisqueaban su cuello, y el familiar bulto de su erección matinal, presionando entre sus nalgas...

Era mejor no seguir pensando en aquello, antes de que su propia entrepierna reaccionara... Se volvió hacia su compañero de dormitorio que, con la vista fija en el techo, seguía refiriéndole los detalles que la Dama Corail le había confiado. El Maede ciertamente poseía una bella estampa. En otras circunstancias, Caradhar habría estado más que dispuesto a unírsele en la cama y cuidarse bien de que no pudiera seguir hablando; pero a sus ojos, entrenados para ver más allá de los efectos de la alquimia, el muchacho seguía siendo aquel niño con el que había compartido habitación en Therendanar. ¿Seguiría teniendo los mismos reparos en veinte, en treinta años? ¿Importaba, acaso?

Lo sacaron de sus cavilaciones la mirada intensa de Navhares y sus dedos jugueteando muy suavemente con sus cabellos.



-La princesa dará a luz muy pronto. Yo también voy a ser padre. ¿No es extraño?



-... Supongo que sí.



-Tendré que volver a palacio. ¿Vendrás conmigo, aunque sea sólo por algún tiempo? Puedes... puedes traer a tu guardaespaldas, si quieres...



Ahora fue el turno de Caradhar para volver el rostro al techo.



-Mientras no me obligues a compartir la habitación cuando estés con tu esposa.



-¡No! No... no volveré a hacerlo jamás. No podría...



-¿Y a qué se debe el cambio?



-Por la misma razón por la que no podría mirar cuando... cuando Sül y tú estáis juntos: porque duele demasiado.





***





Sül se había levantado al amanecer, y como sabía que Caradhar estaría acompañando al Maede había aprovechado para dedicar algún tiempo a entrenar. Seelvyan le había tomado el pelo por sus hábitos irregulares, diciendo que pronto le crecería una enorme barriga de mercader humano si no se cuidaba. Era de agradecer que el elfo no se hubiera tomado a mal su rechazo; seguía lanzándole miradas pervertidas, eso sí, pretextando que, dado que no podía hincar el diente a la comida que servían en la mesa de los nobles, no había nada de malo en echar un buen vistazo.

Al terminar, el Sombra se había permitido usar el baño privado de la habitación del dotado, como era su costumbre. Envolviendo su cintura con una blanca tela de lino se había acercado a la mesa donde depositara su equipo; una cajita de madera con varios viales descansaba junto al resto de sus pertenencias. Había extraído uno, pensativo, y lo estaba contemplando antes de abrirlo. Entonces había sonreído, porque a sus oídos llegaba el sonido de pasos que entraban en la habitación; pasos que podría reconocer en cualquier parte.



-Buenos días -saludó Sül, volviéndose hacia la entrada del baño y vaciando el contenido del vial en su garganta. Caradhar lo miraba fijamente, reclinado contra la jamba-. Espero que hayas dormido profundamente; de hecho, espero que no hayas hecho otra cosa...



El dotado no dijo nada. Caminó junto a su compañero y extendió la mano hacia la cajita de madera, tomando uno de los viales y examinándolo con ligero disgusto.



-¿Nueva provisión de antídotos?



-Ajá.



-Llevas días sin salir de la Casa; ¿cómo te haces con ellos?



-... Quisiera poder contarte cómo funcionan las cosas, pero no está permitido -sonrió, como disculpándose-. No voy a arriesgar tu cuello haciendo que sepas demasiado...



La expresión del pelirrojo no cambió, aunque su voz se hizo un punto más grave.



-No me gusta saber que hay cosas que desconozco de ti. De todas las personas, tú eres el único que no puede tener secretos, Sül -las manos de Caradhar rodearon la cintura del elfo de cabellos oscuros y soltaron la tela que la cubría, dejándola resbalar hasta el suelo. El Sombra sintió sus mejillas arder, aún más por el placer que le causaban aquellas palabras que por la excitación; nunca le había dicho nada parecido.



-Sabías que era un Darshi'nai; es lo único... ah... -aquellas manos se dedicaron entonces a despertar el sexo dormido del joven. Su cuerpo, aún húmedo por el baño, reaccionó buscando el calor del que lo abrazaba por la espalda- lo único... que no está en mi mano darte... Todo lo demás te... Dioses... no tan rápido... me....



-He dormido solo -continuó el más joven, con voz queda, mientras sus manos presionaban el miembro ya rígido arriba y abajo y acariciaban la sensible piel de alrededor-; y la persona que debería haberse acostado conmigo tiene secretos para mí. Estoy doblemente frustrado, Sül -el Sombra jadeó cuando su dedo índice se deslizó a lo largo de la húmeda hendidura, exponiendo la abertura de la que no cesaba de manar aquel licor cristalino- y necesito oírte gritar. ¿Recuerdas nuestro primer día en el nuevo refugio? -acercó los labios aún más al oído del Sombra, que tragó saliva- Eso es lo que quiero.



-No... aquí no... por favor... espera... Oh, joder... Vayamos al refu...



-No puedo esperar.



Sül no recordaba con mucha claridad cómo había llegado a la cama; simplemente se encontró tumbado de espaldas, y al bajar la vista tuvo una nítida visión de los labios de Caradhar separando ambas mitades de la carne ruborizada que coronaba su sexo, y de su lengua hundiéndose en el resbaladizo orificio. La visión no duró mucho, pues pronto toda aquella carne endurecida desapareció dentro de su boca, hasta la base; el Sombra respiró entrecortadamente y sus caderas comenzaron a empujar inconscientemente dentro de la cálida y húmeda caverna. Alargó las manos sin mucha convicción, tratando de apartar al diablo de cabellos rojos que tan rápidamente lo estaba empujando al extremo, pero ya era demasiado tarde: su placer brotó, a chorros, dentro de aquellas paredes elásticas.

Mientras su miembro aún se sacudía, el eco de su orgasmo resonando a lo largo de toda su longitud, y desde la cabeza a los pies de su cuerpo rígido, la boca del dotado liberó su presa con un ligero chasquido. Sül sintió, en cuestión de segundos, los largos dedos de su pareja aventurándose en el pasaje del lado contrario al que había estado prestando su atención hasta entonces. El cuerpo del Sombra no tenía la prodigiosa capacidad de recuperación de un elfo con el Don; una invasión tan repentina en busca de su lugar de placer, cuando todavía temblaba por las caricias que acababa de recibir, le habría resultado tan torturadora como a cualquier varón... sólo que no lo era en absoluto.

Un enervante hormigueo se extendió desde sus apretadas paredes internas hasta la base de su mástil, que no tuvo ocasión de perder la rigidez, y a lo largo de su vientre, su estómago y su pecho; desembocó en su garganta, aunque los labios apretados ahogaron el grito. El hormigueo no dejó de ondear, como si fluyera de aquellos dedos mágicos. Las manos de Sül se retorcieron casi dolorosamente, arañando las sábanas...

Los dedos mágicos se retiraron, no así el hechizo. Tirando bruscamente de sus muñecas, Caradhar hizo que Sül se incorporara y se colocara a horcajadas sobre él; su ariete penetró de una vez, tallando su forma dentro de su amante de un solo golpe certero. El Sombra gimió aún más fuerte. Su mente quería gritar dolor, pero su cuerpo pedía más... Las manos del dotado se colocaron sobre sus caderas y lo guiaron arriba y abajo a toda velocidad, para que el roce de su corona contra la zona secreta fuera continuo y embriagador. Sólo se separaron un momento, mientras forzaban a su amante a despegar los labios y que dieran voz a su éxtasis.

El joven moreno arqueó la espalda y se apoyó sobre los muslos de su montura para darse impulso en su frenética cabalgada. Con la piel mojada, los húmedos cabellos adheridos al rostro, los brillantes músculos convulsionados por el goce, los gritos que brotaban de su boca abierta de par en par... resultaba un espectáculo demasiado excitante como para no afectar a su pareja, que notaba cómo su propio clímax se acercaba. Apretó los dientes y deslizó el dedo medio, del que fluía más de aquel elixir carmesí, dentro del ya saturado canal de su compañero...

La invocación de Sül a los dioses, cuando bañó al pelirrojo por segunda vez con su esencia, traspasó con creces la barrera de lo blasfemo.





-Quítate de encima... No eres precisamente un peso ligero.



-Ah... es culpa tuya por ser... un bastardo semejante...



-Soy un bastardo; es un hecho.



-No esa clase... de bastardo...



Sül se apretó contra el cuerpo del dotado, sobre el que se había derrumbado, jadeante, tras su sesión de intimidad llevada al extremo. Si Caradhar pretendía que se echara a un lado, iba a tener que empujarlo él mismo... Sus ojos vagaron por la superficie del colchón a los pies de ambos y atisbaron, aquí y allá, algunas gotas de oscuro color rojo; y a un costado, el puñal que había utilizado su compañero para dejar fluir la sangre bendecida con el Don que le había proporcionado... dioses, como si tuviera palabras para describir aquella sensación...



-Suerte que ya sabía lo que me esperaba... después de la otra vez en la Zanja... ¿Dónde diablos... has aprendido a hacer eso?



Caradhar pensó en la expresión de placer que Navhares ofrecía cada vez que probaba su sangre; y aun así, no era nada comparada con lo que acababa de ver ahora. Su mano se hundió suavemente en los cabellos negros del Sombra.



-Si te lo dijera, no me creerías -Sül alzó la vista hacia él; bajo sus cejas fruncidas brillaba la sombra de una sospecha-. No es lo que estás pensando: no me he acostado con nadie para probarlo.



El ceño del Sombra se desfrunció, pero también se retiró la mano que acariciaba sus cabellos. El muchacho enterró el rostro en el cuello de su pareja.



-¿Te cabrearás si te digo... que aunque es increíble... prefiero el sexo normal? ¡No te equivoques! Me vuelve loco todo lo que me haces, y por los dioses que quiero que sigas haciéndomelo, pero... me gusta conservar un pelo de cordura para poder disfrutar la cara que pones cuando te corres -como el dotado no respondió, Sül se pegó más a él-. ¿Te molesta de verdad? Que no pueda compartir contigo lo que es Darshi'nai, quiero decir...



Caradhar permaneció callado un buen rato antes de decir:



-Tú lo sabes todo sobre mí.



-Si sólo fueran mis pelotas las que estuvieran en juego no dudaría en...



El dotado lo interrumpió con una mirada, presionando las yemas de los dedos contra sus labios y deteniéndolos.



-De todas las personas que he conocido, eres el único que queda que puede decepcionarme. Aceptaré que hay una parte de ti que está fuera de mi alcance; pero no podría aceptar que me decepcionaras. Tú no.



-Yo jamás te...



-Además -volvió a interrumpirlo el pelirrojo, esbozando una sonrisa y jugueteando con los labios de su compañero- he encontrado una buena manera de hacerte pagar cada vez que no me satisfagan tus explicaciones: cantarás para mí. Me fascina esa expresión tuya cuando te mueves, gritando, sobre mi regazo.



La sonrisa que mostró Sül, en cambio, fue amplia y lasciva. Frotó su cuerpo desnudo contra el de su amante, atrapado bajo él, y preguntó, con voz sugerente:



-Y tú... ¿cuándo dejarás que te suba a mi grupa? Porque se me pone dura con sólo imaginarte cabalgándome...



Caradhar dejó de sonreír y giró la cabeza a un lado. Sül se mordió la lengua; liberando al dotado, dejó que girara sobre su costado y lo abrazó por la espalda, susurrando a su oído:



-Perdóname: no volveré a insistir. Como si necesitaras hacer algo especial para ponérmela dura...



Besó delicadamente la porción de cuello bajo sus labios y deslizó la palma de la mano hasta el suave vientre de Caradhar, siguiendo los contornos de su musculatura; la mano se detuvo justo debajo de su cintura, pero presionó con más fuerza, haciendo el abrazo más intenso. El latido de Sül se aceleró.



-¿Puedo...?



El elfo pelirrojo experimentó otro tipo de presión más íntima contra su entrada trasera.



-Sí...







Darial había escapado de sus obligaciones por aquel día, porque ya no podía aguantar más el impulso de ir a su encuentro. Deseaba verlo de cerca; deseaba tocar otra vez aquella piel perfecta; deseaba... Estaba tan ahogado en deseo que ya no se podía concentrar. Le daría otra oportunidad para explicarse; si aceptaba volver con él lo perdonaría, incluso, por lo que había hecho.

El camino hasta la habitación de Caradhar parecía estar libre por una vez. Estaba desafiando las órdenes del Maede, pero poco le importaba: ¿cómo podía tomarse en serio a aquel crío? Además, la Dama Corail ni tan siquiera le había mencionado el asunto y aún era ella la que tomaba las decisiones, ¿no era cierto? No estaba violando ninguna orden merecedora de consideración; todo estaba bien, sin duda.

La misma puerta que había espiado en otras ocasiones se presentó ante sus ojos. Él debía estar dentro; pronto, sus manos estarían sobre...

Se paró a tomar aire; no quería que lo viera tan agitado. Estaba dispuesto, después de todo, a mantener una conversación civilizada. Simplemente lo había estado enfocando mal: el dotado ya era un adulto, someterse sin mas explicaciones debía resultarle difícil. Hablarían; le demostraría que él, Darial, era la mejor opción que podía tener; que para él no era un capricho; que lo atesoraría siempre; que lo...

Pero, si todo lo demás fallaba... Darial miró hacia abajo, hacia la mano que rebuscaba dentro de los pliegues de su túnica; en ella descansaba un vial lleno de líquido dorado.

Y entonces los oyó. Habría sido imposible no hacerlo para cualquiera que caminara por aquel pasillo. Aquellos gritos provenían del interior de la habitación: el inconfundible sonido de una pareja enzarzada en la cama, de la manera más brutal y ardiente. El alquimista se quedó inmóvil; los nudillos que apretaban en vial se volvieron blancos por la tensión...

¿Cómo era posible? Las veces que había estado debajo de él, el dotado apenas había despegado los labios; jamás había sido capaz de arrancarle una pizca de pasión. Y he aquí que, en aquel preciso momento, y seguramente con aquel maldito guardaespaldas de la peor clase... ¿Cómo se atrevía a dejarse tocar por él? ¿Cómo se atrevía a hacerle esto?

El vial estalló bajo la presión de su mano. El rubio elfo sólo fue vagamente consciente de la humedad que se extendió sobre su piel. Al bajar la vista contempló, como si fuera algo ajeno a él, la palma de su mano, de la que goteaba un líquido amarillo mezclado con sangre, y los fragmentos de vidrio incrustados en su carne.



-Darial.



El alquimista se volvió; sus ojos se cruzaron con los del Maede en persona: aquellas dos esferas de color corinto lo miraban profundamente, con ira...

Lord Navhares también había elegido aquel momento para escaparse de sus escoltas y acercarse a la habitación; también estaba oyendo los gritos y había comprendido lo que significaban; y, como si ellos solos no hubieran bastado para ponerle un nudo en el estómago, el encontrar aquella alta y delgada figura parada ante la puerta había sido la gota que colmara el vaso. Aproximándose al elfo más maduro, lo empujó contra la pared y lo sostuvo clavado a ella por los hombros. El alquimista no pudo hacer nada para resistirse.



-Gran Alquimista, le dije que no volviera a acercarse a mi dotado -el Maede tuvo que controlarse para que sus palabras resultaran inteligibles-. He estado informándome, porque sentía curiosidad sobre qué tipo de relación podía tener con él. Me han contado que, en Casa Llia'res, usted... cuando él sólo era un niño... -Navhares apretó con más fuerza; el alquimista ahogó un gemido- Es tan repugnante que se me revuelve el estómago sólo de pensarlo... Si vuelvo a verlo cerca de él... si alguna vez me entero de que vuelve, siquiera, a mentar su nombre...

'Soy el Maede de esta Casa, y el yerno del Príncipe. ¿Cree que puede atreverse a desobedecer mis órdenes? Inténtelo otra vez: haré que me entreguen su cabeza.



El muchacho soltó la presa. Darial no pudo reaccionar inmediatamente; se quedó allí, mirando, incrédulo, al joven elfo, quien terminó por escupir un "¡Fuera!" que, por supuesto, fue obedecido al instante.

Luego permaneció de pie en el pasillo, sin decidirse a marcharse también. No quería oír lo que sucedía al otro lado de la puerta, y a la vez le resultaba imposible ordenar a sus pies que echaran a andar. ¿Era aquello masoquismo? Podría ser; el Maede ni tan siquiera conocía aquella palabra. Sólo sabía que aquel era el sonido de Caradhar compartiendo con otro lo que él deseaba y no podía tener. Notó cómo algo se agitaba bajo su cintura.

Navhares apretó los puños; se odió a sí mismo; sintió deseos de llorar.

Sus pies reaccionaron finalmente y lo sacaron de allí a toda prisa.





***





-¿Puedo atreverme a preguntar qué es ese revuelo que se nota en el ambiente? -preguntó el prisionero misselano a Darial, tras varios días en los que el alquimista no había hecho acto de presencia- Incluso aquí encerrado me doy cuenta de que todos comentan algo. No puedo evitar sentir curiosidad.



Darial permaneció callado, como si no hubiera entendido la pregunta. Luego levantó la cabeza y dijo distraídamente:



-La princesa acaba de dar a luz un hijo. Como la sucesión del trono ha quedado asegurada, el príncipe ha partido hacia el norte. Los ejércitos norteños se han estacionado a lo largo de la frontera y han tomado las ciudades de Aiksenn y Varemethe; Therendanar y Argailias tratarán de retomarlas antes de que sean capaces de avanzar más al sur.



El prisionero no movió ni un músculo. Era la primera información que recibía sobre el exterior desde que lo hicieran prisionero en el principado vecino, y Darial se la había ofrecido como si nada. Dedicó al alquimista una mirada cuidadosa.



-¿Qué opinión le merece todo esto, señor? ¿Qué cree que sucederá?



El rubio elfo parecía completamente perdido en sus propias meditaciones.



-¿Y usted? -preguntó, al fin; su rostro tenía una expresión que el misselano no le había conocido hasta entonces- Dígamelo usted: ¿cuál es la baza de su gente para ganar? ¿Qué es lo que les ha dado la confianza para embarcarse en esta guerra?



Ambos se sostuvieron la mirada durante un tiempo que habría resultado incómodo para cualquiera. El prisionero, que llevaba meses conteniendo el aliento, respiró. El camino estaba preparado: había llegado el momento de obtener resultados.



-Durante demasiado tiempo, Therendanar y Argailias han tenido la supremacía en el campo de la alquimia, gracias, sobre todo, a su cercanía a Ummankor. Han creado una gran tradición, pero se han estancado; se limitan a producir las mismas fórmulas una y otra vez para asegurar su continuidad en el poder, pero no se atreven a arriesgarse y a innovar. No desean compartir el dominio del valle, aun sabiendo los beneficios que las nuevas ideas podrían aportar al avance de la ciencia. Usted debe saberlo; debe saber la frustración que se siente cuando todo lo que esperan es que realice el mismo trabajo, día tras día, sin reconocimiento. Sin nada de lo que sentirse orgulloso. Ese tipo de mentalidad no merece poseer el único acceso que existe a la mayor fuente de materia prima alquímica que existe en nuestros días.

"¿Quiere saber cuál es la baza de mi gente para ganar? Se lo diré, Darial: yo. Yo soy una muestra de lo que los laboratorios del norte pueden hacer. Y con acceso a los secretos de Ummankor y alquimistas capaces, que hagan algo más que ser el bastón en el que los nobles se apoyan para conservar sus polvorientas tradiciones y sus inmerecidos privilegios... ¿se imagina lo que podríamos conseguir?



El misselano calló. Sabía perfectamente lo que ocurría dentro de la cabeza del alquimista. Simplemente, debía darle un poco de tiempo para pensar.



-¿Recuerda -preguntó Darial, con voz fría y decidida- aquel agente del que me habló? ¿Aquel que estaba interesado en reclutar a cierto... personaje? -el prisionero asintió suavemente- Si no le importa, ahora me apetecería unirme al juego; ya sabe, el juego de las suposiciones.

Supongamos que este personaje decide considerar la oferta del agente. Si le pidiera una garantía de su palabra y una prueba de que su seguridad y sus privilegios van a estar a salvo, ¿qué cree que le respondería?



-Estoy seguro de que es un elfo de palabra. Y por lo que respecta a la seguridad de este personaje -afirmó, con voz calmada- creo que él es más que capaz de proporcionársela a sí mismo... considerando todas las fórmulas alquímicas que domina y que podría usar sin ninguna cortapisa.



-Sí, pero... si este agente ha demostrado tener unas... habilidades especiales que lo hacen inmune a esas fórmulas y decide volverse contra aquel, no hay manera de tener una completa seguridad, ¿verdad?



Darial taladró al elfo con la mirada. Sabía muy bien cuál sería su respuesta a la anterior pregunta, pero desconocía qué reacción mostraría ante esta. El elfo lo miró con serenidad.



-Ese agente sería un estúpido si pensara siquiera en poner en peligro a aquel cuya colaboración lleva buscando durante meses, ¿no cree?



-Tal vez lo único que buscara fuera un medio de salir de la prisión en la que está metido.



Por toda respuesta, el elfo se liberó de sus cadenas ante los ojos atónitos de Darial. Se apresuró a alzar las manos, en gesto de buena voluntad.



-Si hubiera deseado dañarlo, lo habría hecho ya. Y puede tener la seguridad de que habría podido marcharme cuando quisiera. Pero, Darial, eso no me habría servido para nada: no sin sus habilidades. No sin usted.



El alquimista tragó saliva. Miró a su alrededor, temeroso de que alguien hubiera aparecido y los estuviera escuchando...



-Necesitaré... -dijo al fin, pasándose la lengua por los resecos labios- necesitaré que me cuente hasta el más mínimo detalle cuál es su plan para salir de aquí... ¡quiero saberlo todo! Además, tengo una condición: hay... algo que deseo llevarme.





***





Era una noche de lo más inusual. Caradhar y Sül se encontraban pacíficamente reunidos con la Dama Corail y Lord Navhares. La noticia del nacimiento del heredero al trono había sido recibida con una gran alegría, ciertamente, pero había quedado empañada por la marcha del Príncipe. El Maede había realizado la visita protocolaria a su esposa y a su hijo, y ahora debía partir de nuevo a palacio y permanecer allí durante un largo periodo de tiempo. Caradhar se marcharía con él, por el momento, llevándose consigo a Sül.

El encuentro era ligeramente tenso. Sül no podía evitar sentirse incómodo en presencia de los Maedai. Además, estaba esa sensación extraña, ese desasosiego que venía experimentando toda la noche. Lanzó una mirada rápida a la puerta. Nada. Y, sin embargo...

La puerta se abrió de par en par. Un par de figuras armadas que nadie habría esperado encontrarse allí la cruzaron: Darial... y el prisionero de Misselas.

Los ocupantes de la habitación se quedaron inmóviles, excepto Sül, que echó mano a su cinturón; pero sus manos dejaron de obedecerlo cuando el alquimista dio la orden de “¡Quietos y en silencio!”.

Todos los que estaban allí tenían presente lo que sucedía cuando varios usuarios de la voz de mando coincidían: no podían darse órdenes mutuamente, pero tampoco podían atacarse. Darial había osado ingerir la poción y liberar al prisionero. Un prisionero que había probado tener una inmunidad parcial a sus efectos...



-¿Cómo te has atrevido...? -preguntó la Maeda, lanzando una mirada iracunda al alquimista.



-Ahorraos la palabrería, Dama Corail. No voy a quedarme en una Casa que llama Maede a un crío caprichoso. Pero no tengo tiempo de charlas, sólo he venido por una cosa: Caradhar, ven aquí.



-¡No! -gritó Lord Navhares- Caradhar... no te muevas...



-Caradhar, ven aquí o yo mismo le atravesaré la garganta a tu querido guardaespaldas. Bien saben los dioses cómo disfrutaría haciéndolo. Aquí... ¡ahora!



-No... no lo hagas... -insistió el Maede, lívido.



El misselano lanzó una mirada nerviosa a la puerta y murmuró algo a su compañero. Darial pareció ignorarlo y volvió a llamar al dotado.



-Ahora mismo, o...



Caradhar lanzó una mirada a Sül, una mirada que quería ser tranquilizadora; luego volvió la cabeza hacia su madre y asintió, casi imperceptiblemente, mientras caminaba hacia el Gran Alquimista. La Maeda sujetó a su heredero, que se disponía a protestar; en cuanto al angustiado Sül, sus ojos impotentes observaron a su compañero mientras cruzaba la habitación hasta la salida, sin poder hacer nada por evitarlo...

Al llegar a la altura de Darial, este lo sujetó por la muñeca y le colocó el puñal al cuello.



-Ahora... incluso con todo lo que aprecio esta cabeza, me temo que no dudaré en separarla de su cuerpo si no tenemos vía libre para abandonar la Casa...



Los tres elfos abandonaron la habitación. A Sül le tomó tiempo reaccionar, pero cuando pudo hacerlo desenvainó sus armas y se precipitó hacia la puerta con las mandíbulas apretadas.



-¡Alto! -ordenó la Maeda- Ya has oído lo que ha dicho; y tiene la voz de mando. ¿Qué crees que puedes hacer?



-Madre... ¿vamos a quedarnos sin hacer nada? -preguntó un iracundo Navhares. Corail lo ignoró.



-Sül, ya lo conoces. Pondré a todos los Darshi'nai que pueda reunir tras ellos; esto es demasiado grave. Pero, por ahora, debemos esperar. Confía en él.



Sül hundió la cabeza entre los hombros, con desesperación. No podía moverse, no podía salir tras Caradhar, no podía pensar con claridad... Tenía ganas de gritar.





***





-Dainhaya, tengo que salir tras ellos. Ya. No me importa si tú crees que aún no es el momento. Tendría que haber prestado más atención a ese misselano. Que los dioses me confundan... ¡y que se confundan ellos!



Ulmeh respingó ante la blasfemia. Dainhaya sólo suspiró.



-Me temo que no podemos elegir. Pero dime, Vira, ¿cómo vas a combatir a un alquimista con esa poción, y a su poderoso aliado?



-Algo se nos ocurrirá. Tendremos al chico de nuestra parte, ¿verdad?



-... Es cierto -ella volvió a suspirar-. Cree que tiene una oportunidad contra él, pero tengo miedo. ¿Y si lo matan?



-Es inteligente. Y ese alquimista, un perro lujurioso. Se han arriesgado a sacarlo de la Casa en vez de huir en medio de la noche; es evidente que no lo matará a menos que no tenga otra opción. No voy a esperar más: me voy.



Sin más ceremonias, Vira partió. En cuanto a Dainhaya, cerró los ojos y sacudió la cabeza. Rogó a los dioses para que protegieran a los suyos, pero también les dedicó una muda plegaria de agradecimiento. Aquella podía ser la mejor oportunidad que pudiera presentárseles para tomar contacto.





***





Sül intentaba conservar la calma, aunque estaba frenético. Había decidido no esperar a los demás Darshi'nai y comenzar la búsqueda por su cuenta, por más que aquella era una tarea que parecía exceder sus posibilidades. Pero, simplemente, no podía aguardar sin hacer nada. ¡Maldita fuera Corail! ¿Cómo podía conservar la sangre fría mientras se llevaban a su propio hijo? ¿Cómo podía arriesgar su cuello de aquella manera? Si ella hubiera intervenido... si hubieran podido ganar algo de tiempo...

Una cosa era cierta: si aquel tipo era un espía del norte, no había duda de que el curso de acción más lógico sería intentar llegar a una de las ciudades ocupadas. Varemethe parecía su opción más prometedora, dada su cercanía. Pero, ¿cómo pretendían burlar las patrullas que se encontrarían en el camino? ¿Tendrían aliados, o actuarían en solitario? ¿Tenían un plan, o aquello había sido improvisado?

Casi había llegado a la muralla, y el amanecer no estaba lejos. Y de repente, un ligero sonido llamó su atención, como si alguien lo estuviera siguiendo. Desenvainó y se volvió como un rayo; no vio a nadie.

Continuó su camino, más cauteloso. Y de nuevo ese sonido inconfundible...



-¿Quién coño está ahí? -preguntó, con rabia- No tengo tiempo ni ganas para jueguecitos... ¡Sal, si tienes cojones!



Silencio. El Sombra esperó, mirando a su alrededor, pero todo estaba en calma.

Antes de pasar la muralla se encontró un billetito muy bien doblado en el suelo. Compuso una mueca de disgusto y volvió a escudriñar los alrededores; luego se agachó y recogió la nota. La letra era extraña, pero se podía leer lo siguiente:



"Camino de Therendanar; usa los senderos del margen derecho; evita las patrullas hasta nueva orden."



Y a continuación la mano desconocida había escrito apresuradamente:



"Y puedes creerme, tengo cojones."



 


            
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