En
el laboratorio de Elore'il, Darial emprendía otra jornada con el
prisionero de Misselas. Semanas de intentos infructuosos de encontrar
alguna substancia que resultara efectiva con el elfo habían
transformado el humor de alquimista, desde la cólera de las primeras
sesiones hasta un estado de curiosa aceptación y cómoda
cotidianidad.
Resultaba
difícil encolerizarse con un prisionero modelo como aquél: educado,
correcto y pacífico. Parecía hacerse cargo de los cambios de humor
del Gran Alquimista y nunca decía nada que pudiera contrariarlo; era
inteligente y cultivado, y nunca perdía la compostura, incluso bajo
los efectos de drogas especialmente potentes. Como no poseía el Don,
Darial no se explicaba aquella sorprendente resistencia. Pero su
única opción, hasta nuevas órdenes, era perseverar: el prestigio
de Elore'il y de su laboratorio estaban en juego, y aquello era lo
que lo empujaba a seguir. En su fuero interno estaba convencido de
que las drogas no conseguirían nada a menos que el misselano se
decidiera a hablar por iniciativa propia.
Al
principio Darial solía llevar consigo a su asistente o a otro
alquimista para que lo ayudara en la tarea de suministrar las dosis o
controlar los tiempos. Mas como el elfo se mostraba aún menos
comunicativo en presencia de terceros, había optado por ocuparse en
solitario. Además, las conversaciones le resultaban relajantes; era
una paradoja, pero el supuesto enemigo lo trataba de manera más
amigable que cualquiera de los otros miembros de la Casa.
-Está
muy callado hoy, señor -observó el prisionero.
-¿Mmm?
Oh, tengo muchas cosas en la cabeza -lo cual no era completamente
cierto; sólo había una
cosa que lo contrariara de verdad.
-Por
supuesto, nadie pensaría en dar noticias a un espía
sobre semejante asunto, pero, ¿se trata, tal vez, de la guerra?
-Mmm...
-murmuró Darial distraídamente.
-La
suya es una posición difícil, con una gran carga de
responsabilidad. El laboratorio de esta Casa tiene fama de ser uno de
los mejores de todos los principados. Que el Gran Alquimista de
Elore'il se ocupe de alguien como es halagador, debo confesar. Pero
no deja de sorprenderme... bien, no deseo ofenderle, pero no creo que
reciba el trato que alguien de su posición y habilidades se merece.
Los
ojos del rubio elfo se transformaron en dos ranuras desconfiadas bajo
su ceño fruncido. Lanzó al misselano una mirada que nada tenía de
amable.
-¿Está
tratando de dedicarme un cumplido, o de insultarme? Además, ¿desde
cuándo eso es un asunto de su incumbencia?
-Supongamos...
y, que quede bien claro, esto es sólo una suposición inocua;
supongamos que es usted un agente de otro principado. Y, siguiendo en
el terreno de las hipótesis, consideremos que ha observado durante
mucho tiempo a prominentes personajes, tanto humanos como elfos; y
que, de todos ellos, hay uno al que ha llegado a admirar y cuyas
habilidades no dudaría en intentar reclutar para su causa, sin
importar el precio a pagar ni las condiciones...
"Lamentablemente,
y este es el aspecto más delicado de mi suposición, este personaje
en cuestión es leal a su gente y su comportamiento nunca se ha
desviado del camino de la rectitud. Ah, pero usted, el agente, no
puede cejar en su empeño, y debe poner en práctica todos los medios
a su alcance. Dígame -la voz del prisionero se tornó muy suave-: si
realmente fuera usted este agente, ¿cómo trataría de poner al
objetivo de su parte?
Darial
inclinó la cabeza con profunda desconfianza.
-¿Así
que confiesa que es un espía? -preguntó, al fin.
-Por
favor... sólo me he embarcado en un ejercicio de conjeturas.
-¿Intenta
burlarse de mí? -Darial comenzó a perder la paciencia.
-Usted
sabe que no; y espero haberle probado, en todo este tiempo, el
profundo respeto que siento por usted. Yo no bromeo.
-Y
yo tampoco; y ya que hemos llegado a este punto, déjeme informarle
que, tal vez, el tiempo de las pociones ha pasado y es conveniente
pasar a utilizar otros medios más contundentes; y menos civilizados.
El
prisionero suspiró y dedicó a su carcelero una mirada grave.
-Confío
en su criterio y sé que no dejará pasar mis palabras sin al menos
dedicarles un minuto de consideración. Le ruego una simple
respuesta: ¿cree que habría una posibilidad de diálogo para ese
agente? ¿Una mínima posibilidad?
-Usted
mismo ha dicho que ese... personaje
en
cuestión es leal a su gente, ¿no es cierto? -preguntó Darial tras
un prolongado y violento silencio.
-De
lo contrario, sus cualidades desmerecerían.
-Pues
ahí tiene su respuesta -el alquimista se levantó, con una dura
mirada-. Volveré mañana. Y tal vez no vuelva solo: el hierro
siempre ha sido un interrogador convincente.
Mientras
se alejaba, el prisionero no apartó los ojos de él. Tenía una
mirada serena, imperturbable, imposible de leer; y en absoluto
insatisfecha.
***
-Buenas
noches, Caradhar. Hacía... mucho tiempo que no velabas conmigo. Te
he echado de menos.
En
los aposentos del Maede, el joven daba la bienvenida al dotado con
una sonrisa tímida y esperanzada. Extrañamente, se hallaba solo: su
dama de compañía no se encontraba allí, como de costumbre, para
recibir al dotado de guardia. El elfo recién llegado entornó sus
ojos rojos.
-No
creo que esto sea una buena idea, mi Se...
-Si
vuelves a llamarme eso en privado, te juro que... -el muchacho se
cubrió el rostro con la mano y suspiró- Por favor, te lo ruego,
sólo quiero que todo vuelva a ser como antes. No haré nada
inapropiado; no diré nada que no deba; todo lo que deseo... es que
cuando estemos solos, al menos, me llames Navhares. Sé que a Madre
siempre la has llamado Corail. No te pido nada más. ¿Por favor...?
Había
tal súplica en sus ojos que Caradhar se acercó a su cama y comenzó
a descalzarse, sin decir nada. El Maede saltó a la suya propia con
gesto más animado, como un niño al que han prometido una historia
antes de dormir. Reclinando la mejilla sobre la mano observó, como
si fuera un espectáculo, a su compañero mientras se preparaba para
dormir. Cuando el dotado se soltó los cabellos sobre la espalda tuvo
que apartar la vista, porque la tentación de acariciarlos se hizo
demasiado fuerte... Se echó sobre la espalda y trató,
desesperadamente, de distraer su mente con otros pensamientos.
-Madre
me ha contado cosas acerca del prisionero de Misselas. ¿No es
increíble que sea inmune a las pociones? Incluso a la... ¿crees que
fue él quien mató a... Lord Killien?
Caradhar
no respondió; ¿qué podía decir? Se tendió a su vez, dando la
espalda ligeramente a su compañero. Habían pasado semanas desde la
última vez que ocupara ese lugar y experimentaba cierta incomodidad.
Además se había acostumbrado a los brazos de Sül que, cada noche,
rodeaban sus costados, al contacto de su pecho contra la espalda, a
la calidez de su aliento; y aquellas mañanas en las que el Sombra
aguantaba en la cama hasta que su pareja tuviera a bien despertarse,
a abrir los ojos y sentir los labios que mordisqueaban su cuello, y
el familiar bulto de su erección matinal, presionando entre sus
nalgas...
Era
mejor no seguir pensando en aquello, antes de que su propia
entrepierna reaccionara... Se volvió hacia su compañero de
dormitorio que, con la vista fija en el techo, seguía refiriéndole
los detalles que la Dama Corail le había confiado. El Maede
ciertamente poseía una bella estampa. En otras circunstancias,
Caradhar habría estado más que dispuesto a unírsele en la cama y
cuidarse bien de que no pudiera seguir hablando; pero a sus ojos,
entrenados para ver más allá de los efectos de la alquimia, el
muchacho seguía siendo aquel niño con el que había compartido
habitación en Therendanar. ¿Seguiría teniendo los mismos reparos
en veinte, en treinta años? ¿Importaba, acaso?
Lo
sacaron de sus cavilaciones la mirada intensa de Navhares y sus dedos
jugueteando muy suavemente con sus cabellos.
-La
princesa dará a luz muy pronto. Yo también voy a ser padre. ¿No es
extraño?
-...
Supongo que sí.
-Tendré
que volver a palacio. ¿Vendrás conmigo, aunque sea sólo por algún
tiempo? Puedes... puedes traer a tu guardaespaldas, si quieres...
Ahora
fue el turno de Caradhar para volver el rostro al techo.
-Mientras
no me obligues a compartir la habitación cuando estés con tu
esposa.
-¡No!
No... no volveré a hacerlo jamás. No podría...
-¿Y
a qué se debe el cambio?
-Por
la misma razón por la que no podría mirar cuando... cuando Sül y
tú estáis juntos: porque duele demasiado.
***
Sül
se había levantado al amanecer, y como sabía que Caradhar estaría
acompañando al Maede había aprovechado para dedicar algún tiempo a
entrenar. Seelvyan le había tomado el pelo por sus hábitos
irregulares, diciendo que pronto le crecería una enorme barriga de
mercader humano si no se cuidaba. Era de agradecer que el elfo no se
hubiera tomado a mal su rechazo; seguía lanzándole miradas
pervertidas, eso sí, pretextando que, dado que no podía hincar el
diente a la comida que servían en la mesa de los nobles, no había
nada de malo en echar un buen vistazo.
Al
terminar, el Sombra se había permitido usar el baño privado de la
habitación del dotado, como era su costumbre. Envolviendo su cintura
con una blanca tela de lino se había acercado a la mesa donde
depositara su equipo; una cajita de madera con varios viales
descansaba junto al resto de sus pertenencias. Había extraído uno,
pensativo, y lo estaba contemplando antes de abrirlo. Entonces había
sonreído, porque a sus oídos llegaba el sonido de pasos que
entraban en la habitación; pasos que podría reconocer en cualquier
parte.
-Buenos
días -saludó Sül, volviéndose hacia la entrada del baño y
vaciando el contenido del vial en su garganta. Caradhar lo miraba
fijamente, reclinado contra la jamba-. Espero que hayas dormido
profundamente; de hecho, espero que no hayas hecho otra cosa...
El
dotado no dijo nada. Caminó junto a su compañero y extendió la
mano hacia la cajita de madera, tomando uno de los viales y
examinándolo con ligero disgusto.
-¿Nueva
provisión de antídotos?
-Ajá.
-Llevas
días sin salir de la Casa; ¿cómo te haces con ellos?
-...
Quisiera poder contarte cómo funcionan las cosas, pero no está
permitido -sonrió, como disculpándose-. No voy a arriesgar tu
cuello haciendo que sepas demasiado...
La
expresión del pelirrojo no cambió, aunque su voz se hizo un punto
más grave.
-No
me gusta saber que hay cosas que desconozco de ti. De todas las
personas, tú eres el único que no puede tener secretos, Sül -las
manos de Caradhar rodearon la cintura del elfo de cabellos oscuros y
soltaron la tela que la cubría, dejándola resbalar hasta el suelo.
El Sombra sintió sus mejillas arder, aún más por el placer que le
causaban aquellas palabras que por la excitación; nunca le había
dicho nada parecido.
-Sabías
que era un Darshi'nai; es lo único... ah... -aquellas manos se
dedicaron entonces a despertar el sexo dormido del joven. Su cuerpo,
aún húmedo por el baño, reaccionó buscando el calor del que lo
abrazaba por la espalda- lo único... que no está en mi mano
darte... Todo lo demás te... Dioses... no tan rápido... me....
-He
dormido solo -continuó el más joven, con voz queda, mientras sus
manos presionaban el miembro ya rígido arriba y abajo y acariciaban
la sensible piel de alrededor-; y la persona que debería haberse
acostado conmigo tiene secretos para mí. Estoy doblemente frustrado,
Sül -el Sombra jadeó cuando su dedo índice se deslizó a lo largo
de la húmeda hendidura, exponiendo la abertura de la que no cesaba
de manar aquel licor cristalino- y necesito oírte gritar. ¿Recuerdas
nuestro primer día en el nuevo refugio? -acercó los labios aún más
al oído del Sombra, que tragó saliva- Eso es lo que quiero.
-No...
aquí no... por favor... espera... Oh, joder... Vayamos al refu...
-No
puedo esperar.
Sül
no recordaba con mucha claridad cómo había llegado a la cama;
simplemente se encontró tumbado de espaldas, y al bajar la vista
tuvo una nítida visión de los labios de Caradhar separando ambas
mitades de la carne ruborizada que coronaba su sexo, y de su lengua
hundiéndose en el resbaladizo orificio. La visión no duró mucho,
pues pronto toda aquella carne endurecida desapareció dentro de su
boca, hasta la base; el Sombra respiró entrecortadamente y sus
caderas comenzaron a empujar inconscientemente dentro de la cálida y
húmeda caverna. Alargó las manos sin mucha convicción, tratando de
apartar al diablo de cabellos rojos que tan rápidamente lo estaba
empujando al extremo, pero ya era demasiado tarde: su placer brotó,
a chorros, dentro de aquellas paredes elásticas.
Mientras
su miembro aún se sacudía, el eco de su orgasmo resonando a lo
largo de toda su longitud, y desde la cabeza a los pies de su cuerpo
rígido, la boca del dotado liberó su presa con un ligero chasquido.
Sül sintió, en cuestión de segundos, los largos dedos de su pareja
aventurándose en el pasaje del lado contrario al que había estado
prestando su atención hasta entonces. El cuerpo del Sombra no tenía
la prodigiosa capacidad de recuperación de un elfo con el Don; una
invasión tan repentina en busca de su lugar de placer, cuando
todavía temblaba por las caricias que acababa de recibir, le habría
resultado tan torturadora como a cualquier varón... sólo que no lo
era en absoluto.
Un
enervante hormigueo se extendió desde sus apretadas paredes internas
hasta la base de su mástil, que no tuvo ocasión de perder la
rigidez, y a lo largo de su vientre, su estómago y su pecho;
desembocó en su garganta, aunque los labios apretados ahogaron el
grito. El hormigueo no dejó de ondear, como si fluyera de aquellos
dedos mágicos. Las manos de Sül se retorcieron casi dolorosamente,
arañando las sábanas...
Los
dedos mágicos se retiraron, no así el hechizo. Tirando bruscamente
de sus muñecas, Caradhar hizo que Sül se incorporara y se colocara
a horcajadas sobre él; su ariete penetró de una vez, tallando su
forma dentro de su amante de un solo golpe certero. El Sombra gimió
aún más fuerte. Su mente quería gritar dolor,
pero su cuerpo pedía más... Las manos del dotado se colocaron sobre
sus caderas y lo guiaron arriba y abajo a toda velocidad, para que el
roce de su corona contra la zona secreta fuera continuo y
embriagador. Sólo se separaron un momento, mientras forzaban a su
amante a despegar los labios y que dieran voz a su éxtasis.
El
joven moreno arqueó la espalda y se apoyó sobre los muslos de su
montura para darse impulso en su frenética cabalgada. Con la piel
mojada, los húmedos cabellos adheridos al rostro, los brillantes
músculos convulsionados por el goce, los gritos que brotaban de su
boca abierta de par en par... resultaba un espectáculo demasiado
excitante como para no afectar a su pareja, que notaba cómo su
propio clímax se acercaba. Apretó los dientes y deslizó el dedo
medio, del que fluía más de aquel elixir carmesí, dentro del ya
saturado canal de su compañero...
La
invocación de Sül a los dioses, cuando bañó al pelirrojo por
segunda vez con su esencia, traspasó con creces la barrera de lo
blasfemo.
-Quítate
de encima... No eres precisamente un peso ligero.
-Ah...
es culpa tuya por ser... un bastardo semejante...
-Soy
un bastardo; es un hecho.
-No
esa clase... de bastardo...
Sül
se apretó contra el cuerpo del dotado, sobre el que se había
derrumbado, jadeante, tras su sesión de intimidad llevada al
extremo. Si Caradhar pretendía que se echara a un lado, iba a tener
que empujarlo él mismo... Sus ojos vagaron por la superficie del
colchón a los pies de ambos y atisbaron, aquí y allá, algunas
gotas de oscuro color rojo; y a un costado, el puñal que había
utilizado su compañero para dejar fluir la sangre bendecida con el
Don que le había proporcionado... dioses, como si tuviera palabras
para describir aquella sensación...
-Suerte
que ya sabía lo que me esperaba... después de la otra vez en la
Zanja... ¿Dónde diablos... has aprendido a hacer eso?
Caradhar
pensó en la expresión de placer que Navhares ofrecía cada vez que
probaba su sangre; y aun así, no era nada comparada con lo que
acababa de ver ahora. Su mano se hundió suavemente en los cabellos
negros del Sombra.
-Si
te lo dijera, no me creerías -Sül alzó la vista hacia él; bajo
sus cejas fruncidas brillaba la sombra de una sospecha-. No es lo que
estás pensando: no me he acostado con nadie para probarlo.
El
ceño del Sombra se desfrunció, pero también se retiró la mano que
acariciaba sus cabellos. El muchacho enterró el rostro en el cuello
de su pareja.
-¿Te
cabrearás si te digo... que aunque es increíble... prefiero el sexo
normal? ¡No te equivoques! Me vuelve loco todo lo que me haces, y
por los dioses que quiero que sigas haciéndomelo, pero... me gusta
conservar un pelo de cordura para poder disfrutar la cara que pones
cuando te corres -como el dotado no respondió, Sül se pegó más a
él-. ¿Te molesta de verdad? Que no pueda compartir contigo lo que
es Darshi'nai, quiero decir...
Caradhar
permaneció callado un buen rato antes de decir:
-Tú
lo sabes todo sobre mí.
-Si
sólo fueran mis pelotas las que estuvieran en juego no dudaría
en...
El
dotado lo interrumpió con una mirada, presionando las yemas de los
dedos contra sus labios y deteniéndolos.
-De
todas las personas que he conocido, eres el único que queda que
puede decepcionarme. Aceptaré que hay una parte de ti que está
fuera de mi alcance; pero no podría aceptar que me decepcionaras. Tú
no.
-Yo
jamás te...
-Además
-volvió a interrumpirlo el pelirrojo, esbozando una sonrisa y
jugueteando con los labios de su compañero- he encontrado una buena
manera de hacerte pagar cada vez que no me satisfagan tus
explicaciones: cantarás para mí. Me fascina esa expresión tuya
cuando te mueves, gritando, sobre mi regazo.
La
sonrisa que mostró Sül, en cambio, fue amplia y lasciva. Frotó su
cuerpo desnudo contra el de su amante, atrapado bajo él, y preguntó,
con voz sugerente:
-Y
tú... ¿cuándo dejarás que te suba a mi grupa? Porque se me pone
dura con sólo imaginarte cabalgándome...
Caradhar
dejó de sonreír y giró la cabeza a un lado. Sül se mordió la
lengua; liberando al dotado, dejó que girara sobre su costado y lo
abrazó por la espalda, susurrando a su oído:
-Perdóname:
no volveré a insistir. Como si necesitaras hacer algo especial para
ponérmela dura...
Besó
delicadamente la porción de cuello bajo sus labios y deslizó la
palma de la mano hasta el suave vientre de Caradhar, siguiendo los
contornos de su musculatura; la mano se detuvo justo debajo de su
cintura, pero presionó con más fuerza, haciendo el abrazo más
intenso. El latido de Sül se aceleró.
-¿Puedo...?
El
elfo pelirrojo experimentó otro tipo de presión más íntima contra
su entrada trasera.
-Sí...
Darial
había escapado de sus obligaciones por aquel día, porque ya no
podía aguantar más el impulso de ir a su encuentro. Deseaba verlo
de cerca; deseaba tocar otra vez aquella piel perfecta; deseaba...
Estaba tan ahogado en deseo que ya no se podía concentrar. Le daría
otra oportunidad para explicarse; si aceptaba volver con él lo
perdonaría, incluso, por lo que había hecho.
El
camino hasta la habitación de Caradhar parecía estar libre por una
vez. Estaba desafiando las órdenes del Maede, pero poco le
importaba: ¿cómo podía tomarse en serio a aquel crío? Además, la
Dama Corail ni tan siquiera le había mencionado el asunto y aún era
ella la que tomaba las decisiones, ¿no era cierto? No estaba
violando ninguna orden merecedora de consideración; todo estaba
bien, sin duda.
La
misma puerta que había espiado en otras ocasiones se presentó ante
sus ojos. Él debía estar dentro; pronto, sus manos estarían
sobre...
Se
paró a tomar aire; no quería que lo viera tan agitado. Estaba
dispuesto, después de todo, a mantener una conversación civilizada.
Simplemente lo había estado enfocando mal: el dotado ya era un
adulto, someterse sin mas explicaciones debía resultarle difícil.
Hablarían; le demostraría que él, Darial, era la mejor opción que
podía tener; que para él no era un capricho; que lo atesoraría
siempre; que lo...
Pero,
si todo lo demás fallaba... Darial miró hacia abajo, hacia la mano
que rebuscaba dentro de los pliegues de su túnica; en ella
descansaba un vial lleno de líquido dorado.
Y
entonces los oyó. Habría sido imposible no hacerlo para cualquiera
que caminara por aquel pasillo. Aquellos gritos provenían del
interior de la habitación: el inconfundible sonido de una pareja
enzarzada en la cama, de la manera más brutal y ardiente. El
alquimista se quedó inmóvil; los nudillos que apretaban en vial se
volvieron blancos por la tensión...
¿Cómo
era posible? Las veces que había estado debajo de él, el dotado
apenas había despegado los labios; jamás había sido capaz de
arrancarle una pizca de pasión. Y he aquí que, en aquel preciso
momento, y seguramente con aquel maldito guardaespaldas de la peor
clase... ¿Cómo se atrevía a dejarse tocar por él? ¿Cómo se
atrevía a hacerle esto?
El
vial estalló bajo la presión de su mano. El rubio elfo sólo fue
vagamente consciente de la humedad que se extendió sobre su piel. Al
bajar la vista contempló, como si fuera algo ajeno a él, la palma
de su mano, de la que goteaba un líquido amarillo mezclado con
sangre, y los fragmentos de vidrio incrustados en su carne.
-Darial.
El
alquimista se volvió; sus ojos se cruzaron con los del Maede en
persona: aquellas dos esferas de color corinto lo miraban
profundamente, con ira...
Lord
Navhares también había elegido aquel momento para escaparse de sus
escoltas y acercarse a la habitación; también estaba oyendo los
gritos y había comprendido lo que significaban; y, como si ellos
solos no hubieran bastado para ponerle un nudo en el estómago, el
encontrar aquella alta y delgada figura parada ante la puerta había
sido la gota que colmara el vaso. Aproximándose al elfo más maduro,
lo empujó contra la pared y lo sostuvo clavado a ella por los
hombros. El alquimista no pudo hacer nada para resistirse.
-Gran
Alquimista, le dije que no volviera a acercarse a mi dotado -el Maede
tuvo que controlarse para que sus palabras resultaran inteligibles-.
He estado informándome, porque sentía curiosidad sobre qué tipo de
relación podía tener con él. Me han contado que, en Casa Llia'res,
usted... cuando él sólo era un niño... -Navhares apretó con más
fuerza; el alquimista ahogó un gemido- Es tan repugnante que se me
revuelve el estómago sólo de pensarlo... Si vuelvo a verlo cerca de
él... si alguna vez me entero de que vuelve, siquiera, a mentar su
nombre...
'Soy
el Maede de esta Casa, y el yerno del Príncipe. ¿Cree que puede
atreverse a desobedecer mis órdenes? Inténtelo otra vez: haré que
me entreguen su cabeza.
El
muchacho soltó la presa. Darial no pudo reaccionar inmediatamente;
se quedó allí, mirando, incrédulo, al joven elfo, quien terminó
por escupir un "¡Fuera!" que, por supuesto, fue obedecido
al instante.
Luego
permaneció de pie en el pasillo, sin decidirse a marcharse también.
No quería oír lo que sucedía al otro lado de la puerta, y a la vez
le resultaba imposible ordenar a sus pies que echaran a andar. ¿Era
aquello masoquismo? Podría ser; el Maede ni tan siquiera conocía
aquella palabra. Sólo sabía que aquel era el sonido de Caradhar
compartiendo con otro lo que él deseaba y no podía tener. Notó
cómo algo se agitaba bajo su cintura.
Navhares
apretó los puños; se odió a sí mismo; sintió deseos de llorar.
Sus
pies reaccionaron finalmente y lo sacaron de allí a toda prisa.
***
-¿Puedo
atreverme a preguntar qué es ese revuelo que se nota en el ambiente?
-preguntó el prisionero misselano a Darial, tras varios días en los
que el alquimista no había hecho acto de presencia- Incluso aquí
encerrado me doy cuenta de que todos comentan algo. No puedo evitar
sentir curiosidad.
Darial
permaneció callado, como si no hubiera entendido la pregunta. Luego
levantó la cabeza y dijo distraídamente:
-La
princesa acaba de dar a luz un hijo. Como la sucesión del trono ha
quedado asegurada, el príncipe ha partido hacia el norte. Los
ejércitos norteños se han estacionado a lo largo de la frontera y
han tomado las ciudades de Aiksenn y Varemethe; Therendanar y
Argailias tratarán de retomarlas antes de que sean capaces de
avanzar más al sur.
El
prisionero no movió ni un músculo. Era la primera información que
recibía sobre el exterior desde que lo hicieran prisionero en el
principado vecino, y Darial se la había ofrecido como si nada.
Dedicó al alquimista una mirada cuidadosa.
-¿Qué
opinión le merece todo esto, señor? ¿Qué cree que sucederá?
El
rubio elfo parecía completamente perdido en sus propias
meditaciones.
-¿Y
usted? -preguntó, al fin; su rostro tenía una expresión que el
misselano no le había conocido hasta entonces- Dígamelo usted:
¿cuál es la baza de su gente para ganar? ¿Qué es lo que les ha
dado la confianza para embarcarse en esta guerra?
Ambos
se sostuvieron la mirada durante un tiempo que habría resultado
incómodo para cualquiera. El prisionero, que llevaba meses
conteniendo el aliento, respiró. El camino estaba preparado: había
llegado el momento de obtener resultados.
-Durante
demasiado tiempo, Therendanar y Argailias han tenido la supremacía
en el campo de la alquimia, gracias, sobre todo, a su cercanía a
Ummankor. Han creado una gran tradición, pero se han estancado; se
limitan a producir las mismas fórmulas una y otra vez para asegurar
su continuidad en el poder, pero no se atreven a arriesgarse y a
innovar. No desean compartir el dominio del valle, aun sabiendo los
beneficios que las nuevas ideas podrían aportar al avance de la
ciencia. Usted debe saberlo; debe saber la frustración que se siente
cuando todo lo que esperan es que realice el mismo trabajo, día tras
día, sin reconocimiento. Sin nada de lo que sentirse orgulloso. Ese
tipo de mentalidad no merece poseer el único acceso que existe a la
mayor fuente de materia prima alquímica que existe en nuestros días.
"¿Quiere
saber cuál es la baza de mi gente para ganar? Se lo diré, Darial:
yo. Yo soy una muestra de lo que los laboratorios del norte pueden
hacer. Y con acceso a los secretos de Ummankor y alquimistas capaces,
que hagan algo más que ser el bastón en el que los nobles se apoyan
para conservar sus polvorientas tradiciones y sus inmerecidos
privilegios... ¿se imagina lo que podríamos conseguir?
El
misselano calló. Sabía perfectamente lo que ocurría dentro de la
cabeza del alquimista. Simplemente, debía darle un poco de tiempo
para pensar.
-¿Recuerda
-preguntó Darial, con voz fría y decidida- aquel agente del que me
habló? ¿Aquel que estaba interesado en reclutar a cierto...
personaje? -el prisionero asintió suavemente- Si no le importa,
ahora me apetecería unirme al juego; ya sabe, el juego de las
suposiciones.
“Supongamos
que este personaje decide considerar la oferta del agente. Si le
pidiera una garantía de su palabra y una prueba de que su seguridad
y sus privilegios van a estar a salvo, ¿qué cree que le
respondería?
-Estoy
seguro de que es un elfo de palabra. Y por lo que respecta a la
seguridad de este personaje -afirmó, con voz calmada- creo que él
es más que capaz de proporcionársela a sí mismo... considerando
todas las fórmulas alquímicas que domina y que podría usar sin
ninguna cortapisa.
-Sí,
pero... si este agente ha demostrado tener unas... habilidades
especiales que lo hacen inmune a esas fórmulas y decide volverse
contra aquel, no hay manera de tener una completa seguridad, ¿verdad?
Darial
taladró al elfo con la mirada. Sabía muy bien cuál sería su
respuesta a la anterior pregunta, pero desconocía qué reacción
mostraría ante esta. El elfo lo miró con serenidad.
-Ese
agente sería un estúpido si pensara siquiera en poner en peligro a
aquel cuya colaboración lleva buscando durante meses, ¿no cree?
-Tal
vez lo único que buscara fuera un medio de salir de la prisión en
la que está metido.
Por
toda respuesta, el elfo se liberó de sus cadenas ante los ojos
atónitos de Darial. Se apresuró a alzar las manos, en gesto de
buena voluntad.
-Si
hubiera deseado dañarlo, lo habría hecho ya. Y puede tener la
seguridad de que habría podido marcharme cuando quisiera. Pero,
Darial, eso no me habría servido para nada: no sin sus habilidades.
No sin usted.
El
alquimista tragó saliva. Miró a su alrededor, temeroso de que
alguien hubiera aparecido y los estuviera escuchando...
-Necesitaré...
-dijo al fin, pasándose la lengua por los resecos labios- necesitaré
que me cuente hasta el más mínimo detalle cuál es su plan para
salir de aquí... ¡quiero saberlo todo! Además, tengo una
condición: hay... algo que deseo llevarme.
***
Era
una noche de lo más inusual. Caradhar y Sül se encontraban
pacíficamente reunidos con la Dama Corail y Lord Navhares. La
noticia del nacimiento del heredero al trono había sido recibida con
una gran alegría, ciertamente, pero había quedado empañada por la
marcha del Príncipe. El Maede había realizado la visita
protocolaria a su esposa y a su hijo, y ahora debía partir de nuevo
a palacio y permanecer allí durante un largo periodo de tiempo.
Caradhar se marcharía con él, por el momento, llevándose consigo a
Sül.
El
encuentro era ligeramente tenso. Sül no podía evitar sentirse
incómodo en presencia de los Maedai. Además, estaba esa sensación
extraña, ese desasosiego que venía experimentando toda la noche.
Lanzó una mirada rápida a la puerta. Nada. Y, sin embargo...
La
puerta se abrió de par en par. Un par de figuras armadas que nadie
habría esperado encontrarse allí la cruzaron: Darial... y el
prisionero de Misselas.
Los
ocupantes de la habitación se quedaron inmóviles, excepto Sül, que
echó mano a su cinturón; pero sus manos dejaron de obedecerlo
cuando el alquimista dio la orden de “¡Quietos y en silencio!”.
Todos
los que estaban allí tenían presente lo que sucedía cuando varios
usuarios de la voz de mando coincidían: no podían darse órdenes
mutuamente, pero tampoco podían atacarse. Darial había osado
ingerir la poción y liberar al prisionero. Un prisionero que había
probado tener una inmunidad parcial a sus efectos...
-¿Cómo
te has atrevido...? -preguntó la Maeda, lanzando una mirada iracunda
al alquimista.
-Ahorraos
la palabrería, Dama Corail. No voy a quedarme en una Casa que llama
Maede
a
un crío caprichoso. Pero no tengo tiempo de charlas, sólo he venido
por una cosa: Caradhar, ven aquí.
-¡No!
-gritó Lord Navhares- Caradhar... no te muevas...
-Caradhar,
ven aquí o yo mismo le atravesaré la garganta a tu querido
guardaespaldas. Bien saben los dioses cómo disfrutaría haciéndolo.
Aquí... ¡ahora!
-No...
no lo hagas... -insistió el Maede, lívido.
El
misselano lanzó una mirada nerviosa a la puerta y murmuró algo a su
compañero. Darial pareció ignorarlo y volvió a llamar al dotado.
-Ahora
mismo, o...
Caradhar
lanzó una mirada a Sül, una mirada que quería ser tranquilizadora;
luego volvió la cabeza hacia su madre y asintió, casi
imperceptiblemente, mientras caminaba hacia el Gran Alquimista. La
Maeda sujetó a su heredero, que se disponía a protestar; en cuanto
al angustiado Sül, sus ojos impotentes observaron a su compañero
mientras cruzaba la habitación hasta la salida, sin poder hacer nada
por evitarlo...
Al
llegar a la altura de Darial, este lo sujetó por la muñeca y le
colocó el puñal al cuello.
-Ahora...
incluso con todo lo que aprecio esta cabeza, me temo que no dudaré
en separarla de su cuerpo si no tenemos vía libre para abandonar la
Casa...
Los
tres elfos abandonaron la habitación. A Sül le tomó tiempo
reaccionar, pero cuando pudo hacerlo desenvainó sus armas y se
precipitó hacia la puerta con las mandíbulas apretadas.
-¡Alto!
-ordenó la Maeda- Ya has oído lo que ha dicho; y tiene la voz de
mando. ¿Qué crees que puedes hacer?
-Madre...
¿vamos a quedarnos sin hacer nada? -preguntó un iracundo Navhares.
Corail lo ignoró.
-Sül,
ya lo conoces. Pondré a todos los Darshi'nai que pueda reunir tras
ellos; esto es demasiado grave. Pero, por ahora, debemos esperar.
Confía en él.
Sül
hundió la cabeza entre los hombros, con desesperación. No podía
moverse, no podía salir tras Caradhar, no podía pensar con
claridad... Tenía ganas de gritar.
***
-Dainhaya,
tengo que salir tras ellos. Ya.
No me importa si tú crees que aún no es el momento. Tendría que
haber prestado más atención a ese misselano. Que los dioses me
confundan... ¡y que se confundan ellos!
Ulmeh
respingó ante la blasfemia. Dainhaya sólo suspiró.
-Me
temo que no podemos elegir. Pero dime, Vira, ¿cómo vas a combatir a
un alquimista con esa poción, y a su poderoso aliado?
-Algo
se nos ocurrirá. Tendremos al chico de nuestra parte, ¿verdad?
-...
Es cierto -ella volvió a suspirar-. Cree que tiene una oportunidad
contra él, pero tengo miedo. ¿Y si lo matan?
-Es
inteligente. Y ese alquimista, un perro lujurioso. Se han arriesgado
a sacarlo de la Casa en vez de huir en medio de la noche; es evidente
que no lo matará a menos que no tenga otra opción. No voy a esperar
más: me voy.
Sin
más ceremonias, Vira partió. En cuanto a Dainhaya, cerró los ojos
y sacudió la cabeza. Rogó a los dioses para que protegieran a los
suyos, pero también les dedicó una muda plegaria de agradecimiento.
Aquella podía ser la mejor oportunidad que pudiera presentárseles
para tomar contacto.
***
Sül
intentaba conservar la calma, aunque estaba frenético. Había
decidido no esperar a los demás Darshi'nai y comenzar la búsqueda
por su cuenta, por más que aquella era una tarea que parecía
exceder sus posibilidades. Pero, simplemente, no podía aguardar sin
hacer nada. ¡Maldita fuera Corail! ¿Cómo podía conservar la
sangre fría mientras se llevaban a su propio hijo? ¿Cómo podía
arriesgar su cuello de aquella manera? Si ella hubiera intervenido...
si hubieran podido ganar algo de tiempo...
Una
cosa era cierta: si aquel tipo era un espía del norte, no había
duda de que el curso de acción más lógico sería intentar llegar a
una de las ciudades ocupadas. Varemethe parecía su opción más
prometedora, dada su cercanía. Pero, ¿cómo pretendían burlar las
patrullas que se encontrarían en el camino? ¿Tendrían aliados, o
actuarían en solitario? ¿Tenían un plan, o aquello había sido
improvisado?
Casi
había llegado a la muralla, y el amanecer no estaba lejos. Y de
repente, un ligero sonido llamó su atención, como si alguien lo
estuviera siguiendo. Desenvainó y se volvió como un rayo; no vio a
nadie.
Continuó
su camino, más cauteloso. Y de nuevo ese sonido inconfundible...
-¿Quién
coño está ahí? -preguntó, con rabia- No tengo tiempo ni ganas
para jueguecitos... ¡Sal, si tienes cojones!
Silencio.
El Sombra esperó, mirando a su alrededor, pero todo estaba en calma.
Antes
de pasar la muralla se encontró un billetito muy bien doblado en el
suelo. Compuso una mueca de disgusto y volvió a escudriñar los
alrededores; luego se agachó y recogió la nota. La letra era
extraña, pero se podía leer lo siguiente:
"Camino
de Therendanar; usa los senderos del margen derecho; evita las
patrullas hasta nueva orden."
Y
a continuación la mano desconocida había escrito apresuradamente:
"Y
puedes creerme, tengo cojones."
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