2012/04/07

EL DON ENCADENADO XVIII: La ignorancia no es dicha


TERCERA PARTE





XVIII: La ignorancia no es dicha





Era una mañana brillante, y el patio de la sala de entrenamiento de Casa Elore'il estaba abarrotado de guardias que practicaban bajo el cálido sol, satisfechos de haber dejado atrás las largas sesiones dentro de la oscuridad de aquellos muros; la guerra se respiraba en el ambiente, y bien pudiera ser que muy pronto sus habilidades debieran ser probadas en el campo de combate.

Entre ellos se encontraba Sül. Aquello era una novedad para él: hasta entonces siempre había hecho uso de las instalaciones con discreción, a la caída de la noche, cuando la mayoría de los soldados se habían marchado; pero por aquellos días solía disponer de mucho tiempo libre y le resultaba imposible permanecer ocioso. Se sentía extraño, sosteniendo abiertamente un arma y rodeado de tantos elfos que, hasta entonces, habían desconocido su existencia. Había evitado llamar la atención o establecer cualquier tipo de relación con ninguno de sus compañeros; estos, por su parte, miraban al elfo con cierta desconfianza: sabían que había algo diferente en él, y eran incapaces de juzgar cuál era su posición en la Casa, por lo que se cuidaban bien de guardar las distancias.

En medio de una serie de flexiones con un solo brazo y un peso adicional en la espalda, fue distraído por un murmullo creciente que se había originado a su alrededor y algunas risitas furtivas; disciplinado, terminó la serie antes de echar un vistazo: se topó con la figura de Caradhar, que lo observaba con interés.

Encontrárselo en un lugar público como aquel era tan extraño como lo había sido para él unirse a los demás. Desde su vuelta a Elore'il, el pelirrojo se había mantenido a salvo de miradas, a la sombra de Lord Navhares; y he aquí que ahora había decidido salir afuera, con su llameante cabellera y su llamativa librea rojas. Su presencia atraía muchas miradas, y también la de Sül, que no pudo sino admirarse de la belleza de su compañero bajo la luz del sol; tanto más cuanto que no había disfrutado de su compañía en varios días, porque había estado reclamado por el absorbente Maede. Sonrió y se acercó a él, con sus ojos oscuros rebosando satisfacción.



-¿A qué se debe el milagro? Pensé que estarías haciendo de niñera, como de costumbre; lo último que me esperaba era volverme y pillar un petirrojo en medio de todos estos cuervos...



-Me he escapado aprovechando que el Maede iba a recibir lecciones de protocolo para... complacer esposas -Sül rió de buena gana-. Tu piel se ha bronceado.



Caradhar también había estado estudiando al Sombra mientras entrenaba. El jubón sin mangas que llevaba dejaba ver sus brazos, ligeramente dorados, y su atractiva musculatura brillante por el sudor.



-¿En serio? -el joven bajó la vista a sus antebrazos- Si no te gusta, llevaré mangas largas....



-Tal vez deberías quitarte el jubón y dejar que se broncee toda por igual.



-¿Y enseñar la espalda? Ni de coña. Tú eres el único al que le permito verla.



-Me siento honrado. También has ganado volumen; veo que tu entrenamiento está dando frutos.



-A lo mejor te apetece echar una ojeada y pasar revista al resto de mis... partes.



-Por supuesto. Espero que no creas que he venido para charlar del tiempo. Aunque me alegro de haberlo hecho; verte rodeado de todos estos soldados me hace entender de dónde has sacado ese aire marcial.



-¿Aire marcial?



-Hay una parte de ti, al menos, que ahora mismo está en posición de firmes.



Una sonrisa aleteó en los labios del dotado. Sül abrió mucho los ojos, sorprendido: que Caradhar intentara bromear era algo completamente nuevo para él. Pero lo cierto era que tenía toda la razón... Pasándose la lengua por los labios, se apresuró a recoger su equipo y casi sacó de allí al elfo a empujones.








-Ugh... ah... ah.... Adhar... más.... más adentro... Métemela hasta el fondo... Oooh... oh, sí... Justo ahí... Dioses... creo que voy a...



Caradhar empujaba con brusquedad, con los labios apretados, sosteniendo las caderas de Sül con tanta fuerza que sus dedos dejaban marcas rojas sobre la piel; a cada golpe resonaba el latigazo de su pelvis contra el trasero del Sombra, y el agua de la bañera chapoteaba, vaciándose inexorablemente por las sacudidas de sus ocupantes. Sül gemía bajo sus embestidas, agarrándose al borde, con el rostro cubierto por sus empapados cabellos oscuros; los relieves de su espalda parecían danzar cuando su cuerpo se arqueaba a cada ida y venida del dotado, cuyos ojos se perdían en el espectáculo; y aunque aquello incrementaba su excitación hasta empujarlo al extremo, no podía dejar de mirar... Con una profunda exhalación, Caradhar alcanzó la cúspide, y tembló mientras descargaba su deseo, contenido desde días atrás. Reclinándose sobre su amante, dejó que su pecho descansara contra su espalda mientras sus manos recorrían lentamente sus costados.



-Sácala, encanto... -jadeó el Sombra, con voz animada- Creo que... hay una cosa que deberías ver...



Moviéndose con suavidad, y respirando aún agitadamente, el elfo moreno se dio la vuelta bajo su compañero. El dotado bajó la vista, aunque ya sabía lo que se iba a encontrar: Sül no se había corrido; su miembro, lleno y rígido, apuntaba al ombligo de su propietario, quien lo contemplaba con una sonrisa maliciosa en los labios.



-Sabes lo que... significa esto, ¿eh? -el Sombra extendió las manos y aprisionó las nalgas del pelirrojo con lujuria- Significa que esto es mío ahora, y que voy a hacer con ello lo que me apetezca...



-Eres... un tramposo... -protestó Caradhar, picado- Te has contenido a propósito... Incluso... diciéndome todo eso para excitarme aún más...



-Y tú, un pésimo perdedor... Sabes que yo... -las manos amasaron aquellas formas elásticas y redondeadas, separándolas ligeramente para exponer su abertura- he cumplido mi parte del trato... Ahora me toca a mí...



Tras aquella ocasión en la que Caradhar le había permitido penetrarlo por primera vez, el Sombra se había hecho ilusiones sobre la posibilidad de tomarlo en cada ocasión que lo deseara. No es que no disfrutara teniéndolo dentro de él: a veces, el mero recuerdo de sus sesiones en la cama le hacía llegar hasta el cielo. Pero cuando el dotado dejaba que lo abrazara de aquella forma, una forma que no había compartido con nadie más... cuando gemía debajo de él, Sül soñaba que, además de su cuerpo, poseía también un pequeño pedazo de su alma.

En cambio, cuando había intentado saborear de nuevo la experiencia, Caradhar se había mostrado reacio. Había intentado convencerlo; había suplicado; finalmente, habían discutido, y el joven pelirrojo había accedido a una solución de compromiso: le permitiría cambiar posiciones cada vez que no se las arreglara para hacerlo correrse antes que él; algo que sucedía en muy raras ocasiones... pero, desde el punto de vista del Sombra, era mejor que nada.



-Ven aquí... -Sül tiró del otro elfo y lo sumergió dentro del agua caliente- Me voy a tomar mi tiempo contigo... -bajó la cabeza y comenzó a mordisquear el cuello de piel suave, esquivando los cabellos rojos que cosquilleaban en su nariz; entre tanto, su mano derecha se movió furtivamente hasta la ingle de su cautivo, justo entre las piernas...



-Espera -ordenó Caradhar, sujetándolo por la muñeca-. Esa zona está fuera de los límites por ahora; tienes que hacerlo sin tocármela, igual que yo a ti. Es lo justo, ¿no crees?



-Oye, no empieces a inventarte nuevas reglas -comentó su compañero, con fastidio-. Yo no te pedí que no me la...



-Sin tocármela -sentenció el dotado, con una mirada implacable-, y sin tomarte tu tiempo, como tampoco me lo tomé yo. Y ya sabes el resto de las reglas: si no me corro antes que tú, tus privilegios para la próxima ocasión quedan revocados. ¿No te crees capaz? Puedes retirarte honrosamente: ya estoy a punto para otro asalto...



Sül tragó saliva; tener aquel cuerpo desnudo, atractivo y resbaladizo en sus brazos no ayudaba para nada a su entrepierna, que palpitaba de manera casi insoportable, deseando aliviarse... No podía creerse la soberana desfachatez de aquel joven descarado, que no tardaría ni un minuto en ponerlo a cuatro patas de nuevo, si lo dejaba... Se sintió tentado de dominarlo y tomarlo por la fuerza hasta saciarse, pero no se atrevió: sabía que, con él, había que jugar con sus condiciones. Frunció el ceño, y su mano derecha volvió a su posición inicial, a lo largo del surco que desembocaba en la entrada posterior de Caradhar.



-De acuerdo: jugaremos a tu manera -lo miró con intensidad a los ojos, desafiante, y deslizó dos dedos en el estrecho pasaje; bajo el agua caliente, penetraron tan suavemente como la seda, y el elfo más joven se estremeció.



-... No necesitas hacer eso... uh... -el pelirrojo estiró los brazos y se agarró al lateral de la bañera con ambas manos, arqueando la espalda incitadoramente- Métemela.



-Pero... -los dedos de Sül se inmovilizaron- No entro ahí muy a menudo... si voy de golpe...



-No pasa nada; recuerda con quién estás hablando -el elfo sonrió ligeramente y se inclinó hasta tener a tiro los labios de su pareja; despacio, con premeditada lascivia, deslizó la lengua a lo largo de ellos, demorándose en la comisura, mientras lo miraba a través de sus párpados medio cerrados y sus largas pestañas carmesí-. ¿Qué te pasa? -susurró- ¿No tienes la suficiente confianza en ti mismo para hacer que me corra... sólo con tu polla?



Aquello fue más de lo que el Sombra pudo soportar. El dotado apenas solía hablar cuando intimaban, y nunca utilizaba aquel lenguaje: lo estaba provocando a conciencia... ¡condenado Adhar! Ahora estaba casi a punto de estallar. Apretando los dientes, extrajo los dedos y agarró la cintura de aquel desvergonzado; presionando sus muslos le hizo separar las piernas y lo colocó sobre él con facilidad, disponiéndose a hacer que su rígido miembro tomara el relevo donde antes habían jugueteado sus manos. Lo dejó caer sobre su regazo y el ariete se abrió camino de una vez, presto y sin ceremonias, haciendo gemir al joven.

Sül lo mantuvo en esa posición, decidido a forzarlo a que lo cabalgara, pero Caradhar se escurrió de su abrazo. Aquella era otra de las cosas sobre las que el dotado se mostraba inflexible: nunca se había prestado a ello. En cambio, se dejó caer de espaldas, desde el lateral de la bañera, sobre un banco de piedra que descansaba junto a ella; se aferró al extremo y enlazó con sus piernas la cintura del Sombra. Dándose impulso con sus propios brazos, comenzó a mover las caderas, y el arma de Sül fue alternativamente introducida y liberada de aquella vaina estrecha y deliciosamente cálida. El elfo de cabellos oscuros dejó escapar todo el aire de sus pulmones a través de sus labios separados; se arrodilló, dentro del agua, y colocó con un brusco golpe las palmas de las manos a ambos lados del esbelto cuerpo que se balanceaba frente a él; a modo de respuesta, su arma fue agasajada con el masaje pulsante de las paredes que la aprisionaban: aquello lo llevó casi al punto sin retorno y le robó la respiración. Se mordió accidentalmente el interior de su mejilla, llenándose la boca de su propia sangre; pero pensó que era bueno, pues el ligero dolor le ayudó a contenerse. Dos podían jugar a aquel juego...



-De acuerdo, tú lo has querido -dijo entre dientes, inclinándose-: te voy a follar como nunca te lo han hecho en tu vida. Cuando termine contigo... nnnh... me rogarás para que no te la saque...



Y, echándose cuan largo era sobre él, lo inmovilizó bajo su cuerpo musculoso, hundiendo la lengua dentro de su boca y emprendiendo una danza alocada alrededor de la suya, especiada con el sabor metálico de la sangre. Sus dedos hábiles se encajaron entre ambos, buscando los pezones rosados, pellizcándolos con suavidad, acariciándolos como sabía que a Caradhar le gustaba, con movimientos circulares y rápidos.

Sül tomó el control y marcó el ritmo; comenzó a penetrarlo con sacudidas intensas y espaciadas, haciéndolo probar toda la longitud de su mástil tan profundamente como le fue posible. Los músculos de su abdomen atrapaban la erección del dotado, casi como si la estuviera rodeando con sus manos; no sabía si aquello entraba dentro de lo estipulado o bien si sería penalizado por ello, pero poco le importaba: percibía dentro de su boca el eco de los gemidos en crescendo de Caradhar, perfectamente sincronizados con sus caderas, y quería mucho más. Interrumpiendo el beso, se regaló los oídos con aquella música; no sabía cuánto tiempo sería capaz de aguantar.

Sosteniendo firmemente las caderas del joven, que aún estaba enredado alrededor de su cintura, se incorporó. El pelirrojo se sobresaltó; su cuerpo se arqueó para seguir el movimiento de Sül, con la cabeza presionando sobre el banco, los brazos flexionados, los nudillos blancos por la fuerza con que se agarraba al borde de piedra; continuaron las embestidas, y los gemidos se transformaron en gritos.

Caradhar estalló, por segunda vez en aquella sesión; su orgasmo fue tan intenso que casi no notó cómo su pareja lo depositaba cuidadosamente sobre el banco, con la frente cubierta de sudor y el corazón golpeando contra el pecho. La nacarada esencia del dotado perlaba su cuello ruborizado como si de un collar de cuentas se tratase; la lengua de Sül, casi por iniciativa propia, se deslizó tímidamente para probarla, mientras su propia semilla aún era bombeada dentro de su amante.

Cuando recuperó el resuello, Caradhar buscó la mirada del rostro que pendía sobre él; sus manos se alzaron y sostuvieron sus mejillas; su lengua comenzó a coquetear con aquellos labios húmedos...



-Te ruego que no me la saques.



No hizo falta más para que el miembro de Sül, aún alojado entre sus nalgas, se cuadrara de nuevo, listo para inspección.







-Así qué ahora puedes levantarme y meterte dentro de mí al mismo tiempo... Inquietante...



El elfo de más edad hizo volver su mente de las nubes, que era donde se había perdido después de poseer al dotado dos veces. Se las habían arreglado para llegar hasta la enorme cama y allí se encontraba, abrazado a su espalda, con la nariz sepultada entre sus cabellos, sembrando de besos su cuello y sus hombros. El pelirrojo rodeó uno de los bíceps bronceados con las manos y sopesó su volumen, levantando una ceja.



-Como si antes ya no me resultaras intimidante -prosiguió.



Sül se detuvo; con gentileza, hizo volverse a su compañero de cama y lo sostuvo sobre él.



-Sabes muy bien que yo soy un Darshi'nai muy obediente; nunca hago nada que tú no desees. No sería capaz... Dioses, eres perfecto....



Caradhar se extrañó ante aquel aparente cambio de tono. Sül alzó la diestra y comenzó a trazar los suaves contornos del rostro de su amante con la yema del dedo; se demoró en las suaves cejas rojizas, e incluso se atrevió a acariciar con toda delicadeza las sedosas pestañas del mismo color; alzó la otra mano y deslizó el pulgar desde el extremo puntiagudo y flexible de su oreja derecha, por su mejilla, y a lo largo de la bella curva de su labio inferior.

Por todos los dioses, pensó, está en mis brazos, y sé que me desea. Hoy, en la sala de entrenamiento, todos aquellos ojos estaban fijos en él; podría tener a cualquiera, pero ahora sólo me permite a mí que lo toque. Quisiera gritar que me perteneces... Quisiera...



-Adhar... -el Sombra lo miró con adoración, sus labios temblando ligeramente al hablar- Adhar... Te q...



Alguien golpeó en la puerta de la habitación; el dotado volvió la cabeza con fastidio y se incorporó. En cuanto a Sül, de buena gana le habría retorcido el cuello a quienquiera que hubiera elegido aquel momento para interrumpir. Al comprobar que su compañero se dirigía a abrir, sin molestarse en echarse encima prenda alguna, abrió mucho los ojos.



-¡Adhar! ¡Ponte algo, joder! ¡No vayas a...!



Tarde: el elfo abrió la puerta; Sül juró por lo bajo y se cubrió con las sábanas.

Al otro lado aguardaba pacientemente Niliara, la dama de compañía de Lord Navhares, de quien el Sombra había manifestado sus sospechas de que pertenecía a la misma hermandad que él. La elfa no movió ni una ceja cuando se topó con el joven desnudo; lo miró a los ojos y habló, con la más cortés de las voces y una sonrisa de miel:



-Disculpe mi intromisión, señor. Sólo quería decirle que mañana habrá de unirse a la comitiva de Lord Navhares al Palacio de las Cuarenta y Nueve Lunas, donde, como sabe, se celebrara su enlace. El Maede también ha manifestado su deseo de que lo acompañe esta noche en sus aposentos.



-¿Esta noche? Se supone que esta noche estaba libre. Llevo casi toda la semana...



-Le veré allí, señor.



La elfa inclinó la cabeza y se alejó. Caradhar cerró la puerta y se reclinó contra ella, con expresión de cansancio.



-Otra vez... Me pregunto por qué ese crío se ha encaprichado conmigo.



-Como todos -era una cuestión delicada, y ambos preferían evitar mencionar el hecho de su parentesco-. Como esa Darshi'nai de tapadillo. Ahora estoy seguro de que se cuela a espiarte.



-¿Por qué?



-Porque -Sül flexionó las piernas y apoyó los codos en ellas, mirándolo fijamente- si la has recibido así y no ha echado el ojo, es porque ya se ha familiarizado con todo lo que hay que ver.



-Tal vez es disciplinada; tal vez no le interese.



-Eso, Adhar, es imposible.



La comisura derecha de los labios del dotado se alzó; se aproximó a la cama y se sentó en el borde, posando la palma de la mano sobre la pantorrilla de su compañero.



-Tienes que buscar otro refugio en la Zanja; uno que sea más cómodo esta vez, donde no nos molesten. Bueno, nos quedan algunas horas; ¿quieres ir a comer algo?



Sül agarró al elfo por la muñeca; con un tirón brusco, lo tumbó sobre las sábanas y se colocó a horcajadas sobre él.



-Que le den por culo a la comida...







Al caer la noche, Caradhar se dirigió a cumplir con sus deberes de velar el sueño del Maede. Lord Navhares no había cambiado desde aquel día, en Therendanar, en el que la alquimia humana había obrado el prodigio sobre él; pero había algo más adulto en su manera de desenvolverse, algo que solía dejar boquiabiertos a quienes habían conocido al niño que realmente era. El dotado no sabía a ciencia cierta cómo conseguía Corail un resultado semejante, ni las artes que había desplegado para convencer al Príncipe de las ventajas de una unión entre la princesa y su pretendido hijo. Él se cuidaba bien de desentenderse de la educación del joven; cumplía con su supuesta función de acompañarlo, tanto de día como de noche, como el resto de elfos con el Don, y le mostraba toda la deferencia de que su carácter hosco era capaz, pero nada más. Aquellos ojos de color corinto, como los de Neharall, le resultaban inquietantes.

Y no obstante, por alguna razón que desconocía, el muchacho parecía sentir un fuerte apego hacia él; solicitaba su presencia tan a menudo como le era posible; desdeñando a los demás dotados, lo elegía siempre como su acompañante; si Caradhar no se hubiera mostrado inflexible ante su madre, no habría podido pasar ni una noche a solas con Sül. En el limitado mundo del Maede sólo parecían existir la Dama Corail, Niliara, su dama de compañía... y el arisco joven de cabello rojo llameante. Sólo ellos asistían, en la intimidad, a los escasos momentos en los que Lord Navhares daba muestras de su auténtica edad y se comportaba como niño curioso, ingenuo, o caprichoso.

Al dotado le permitieron entrar en la habitación en silencio; en la hermosa cama ornamentada ya se encontraba el Maede, y junto a él, sentada en el borde, su dama de compañía. Ambos volvieron la vista hacia la puerta; el muchacho sonrió abiertamente, y en seguida compuso una mueca de reproche; la joven inclinó la cabeza ante su señor y se retiró. Caradhar imitó el gesto y se sentó en su propio lecho, colocado demasiado cerca para su gusto...



-Esta mañana desapareciste y has pasado todo el día en... -el Maede se interrumpió-. No me gusta que hagas eso.



-Usted estaba ocupado de todas formas, mi Señor, y no me necesitaba.



-¿Cómo lo sabes? -el muchacho sonrió con malicia- Me han enseñado lo que se supone que debo hacer con mi esposa para tener un heredero. Te habría pedido consejo.



-No estoy casado, mi Señor.



-Eso ya lo sé -Navhares resopló-. Pero es algo embarazoso si tengo que hablarlo con otras personas -estiró el brazo y, como solía, tomó un mechón de los cabellos del dotado y jugueteó con él. Era un gesto que Caradhar no comprendía: la propia melena del Maede era aún más larga que la suya. Entonces habló, con voz calmada-. Ven a mi cama.



-Es ya demasiado mayor para compartir la cama, mi Señor...



-¿Y hoy no se trataba de eso? ¿De que tengo que compartir la cama con mi esposa?



Caradhar alzó una ceja, pero no respondió; el muchacho pareció considerarlo durante un momento y después saltó a la cama de su acompañante, que ni se molestó en protestar; sabía que no merecía la pena. Navhares se acurrucó a su espalda y continuó enredando con las rojas hebras.



-La princesa es bonita, pero se pone roja enseguida; sé que tengo que casarme con ella, y que soy afortunado, pero... Además, creo que Niliara es más bonita aún. O tú.



El dotado frunció el ceño; el Maede se pegó aún más a él.



-Dime... ¿cómo es?



-...



-Acostarse. Sé que lo haces con ese guardaespaldas; sé que lo habéis estado haciendo hoy -el elfo de más edad se puso algo rígido, pero aquello no hizo callar a su interrogador-. ¿Cómo es, hacerlo con un varón?



Caradhar no respondió enseguida, incómodo. Luego suspiró.



-Es igual que hacerlo con una elfa, pero puedes estar seguro de que nadie se quedará embarazado.



-¿En serio? Entonces está bien, ¿no? Quiero decir, sólo debo hacer herederos con mi esposa, ¿verdad?



-Supongo que usted puede hacer lo que quiera, mi Señor. Por favor, debería dormir; a partir de mañana, los días serán agotadores.



Navhares se quedó pensativo; parecía que deseaba preguntar algo más.



-Caradhar... ¿puedo probarla esta noche?



-Ya la probó ayer; y la noche anterior, también -el más joven frunció los labios, casi haciendo un mohín-. Por favor, duerma.



-De acuerdo, de acuerdo... Buenas noches.







Y por fin, el día más esperado había llegado: Lord Navhares de Elore'il partiría al Palacio de las Cuarenta y Nueve Lunas, y su Casa y la Casa del Príncipe quedarían vinculadas mediante los votos nupciales. Una fastuosa comitiva recorrería el corto camino hasta el centro del Distrito de los Nobles; allí se celebraría la ceremonia, y el Maede permanecería dentro de sus muros durante el tiempo acordado por ambas Casas. Según la tradición, aquella debía convertirse en su residencia definitiva, pues en todo matrimonio era la familia de más rango la que recibía al nuevo cónyuge; como Lord Navhares era Maede de su Casa, el vínculo que tenía con ella no se podía romper hasta que pudiera proporcionar un sucesor; y como su primogénito estaba destinado a ocupar el trono de Argailias, la sucesión de su propio dominio tendría, pues, que esperar.

Lord Navhares aparecía bello e imponente con su uniforme de gala; sus larguísimos cabellos, recogidos en un complicado peinado; al cuello, el pesado collar con las armas de su familia. Le seguían su guardia personal y todos los dotados de su séquito; Caradhar atraía muchas miradas, con su llamativa librea aún más impactante gracias a los finos tejidos y a la adición de una larga capa.

Sül no había escapado de aquel fasto; su amante había requerido que fuera parte de la escolta, y ahora el Sombra se hallaba embutido en la versión militar de la librea Elore'il, en la que dominaba el color negro; nunca antes había llevado un atuendo tan costoso... ni tan rígido. El joven elfo tenía que contener a cada momento el impulso de deslizar un dedo dentro del cuello de su casaca y separar la tiesa tela de su piel.

Al menos había conseguido ser dispensado del embarazo de formar parte visible de la comitiva. Prefirió contemplarla desde una posición apartada y observar las reacciones de los demás elfos. Y entonces lo vio; sin perderse detalle, en la primera fila, rodeado de varios de sus asistentes: Darial.

El Sombra no había vuelto a ver al Gran Alquimista desde hacía mucho tiempo. Su rutina diaria había consistido prácticamente en dirigirse hasta la sala de entrenamiento desde el ala de los aposentos del Maede, y viceversa; los deberes de Caradhar lo habían mantenido incluso más recluido que eso, y Sül no había querido apartarse de él. Por lo que respecta a Darial, su cargo lo solía mantener confinado en el laboratorio; sus caminos no se habían cruzado, y el joven lo agradecía: había llegado a aborrecer al alquimista.

Pero allí estaba; el alto y rubio elfo no había cambiado, excepto en su pésimo gusto en ropas, ostentoso hasta el extremo. Miraba al Maede fijamente, con una expresión que Sül conocía bien porque la había visto en demasiadas ocasiones. Mira al hijo de puta, pensó, devorándolo con los ojos. Sé muy bien lo que estás pensando, cabrón. Mala suerte que a este no puedes tocarlo, ¿eh? De buena gana te cortaría las pelotas, para que no... ¡Oh, mierda!

Una mueca sombría se adueñó del rostro de Sül cuando se dio cuenta de que Darial había reparado en Caradhar; no hizo falta ser muy observador, pues los ojos amarillos del alquimista se dilataron al posarse en la figura que seguía a Lord Navhares. Desde la partida del dotado, años atrás, no había vuelto a verlo... Y había sido una partida sin despedirse, por supuesto. El Sombra observó cómo el rubio elfo palidecía y apretaba los puños, siguiendo el movimiento de Caradhar con concentración enfermiza. Te voy a mantener vigilado, maldito bastardo, quién sabe qué mierda intentarías; ni sueñes que volverás a poner tus asquerosas patas sobre él. Antes te mataré.



Sül no pudo dedicar mucho tiempo a aquellos pensamientos pues poco después se encontró, por primera vez en su vida, en el palacio de los príncipes de Argailias. Era un lugar que, ni en sueños, había esperado conocer por dentro: los Darshi'nai se cuidaban muy bien de no interferir en los asuntos del trono; sabían, mejor que la mayoría, cuán importante era mantener un gobierno sólido para la estabilidad de la ciudad. Si el resto de Casas se dedicaban a perfeccionar el arte de apuñalarse por la espalda con la mayor discreción posible, allí estaban ellos para ofrecer su sabio asesoramiento... Por lo que respectaba al Palacio de las Cuarenta y Nueve Lunas, se consideraba fuera de los límites.

Desde su posición con la guardia de Elore'il, el joven admiró la magnífica sala donde se celebraba la ceremonia. El cristal, en todas las variedades que los artesanos vidrieros eran capaces de fabricar, se hallaba por doquier, lanzando destellos multicolores por efecto del sol, las antorchas y los centenares de velas blancas. En ningún otro lugar conocido podía hallarse tanto; hasta los suelos de mármol pulido, que reflejaban la luz como si de gigantescos espejos se tratasen, tenían una cualidad cristalina que impulsaba a los visitantes a pisar de manera liviana, como si fueran a agrietarse bajo su peso.

Su Alteza, el Príncipe, condujo a su única hija hasta el final de la sala, ambos vestidos de un blanco inmaculado. Allí los esperaba Lord Navhares, quien se inclinó profundamente cuando subieron los escalones que conducían hacia el Altar de la Luna, ante el cual esperaba la Primera Doncella de la Luna, personaje que tradicionalmente oficiaba las uniones del más alto rango.

Sül estudió las figuras de todos y decidió que el Maede era, sin dudarlo, la más impresionante. Todavía no acababa de creerse la transformación que se había obrado en aquel delicado niño elfo que no hace mucho conociera; no se extrañó en absoluto al notar cómo enrojecían las mejillas de la princesa al contemplar al que casi era su esposo. ¿Quién podría resistirse ante semejante presencia? Se estremeció al percatarse de la manera en que el muchacho capturaba su mirada; no podía dejar de ver a Neharall en él... una versión especialmente bendecida con la belleza de su padre.

El Sombra buscó rápidamente a Caradhar entre el séquito de su Casa; cuando lo encontró, el resto de personajes, la ceremonia y el palacio perdieron su importancia para él. Sólo se percató de que todo se había consumado porque los vítores de los asistentes lo sacaron de su ensimismamiento.





Por la noche, Sül esperó hasta que pudo pasar desapercibido y se deslizó subrepticiamente en la pequeña habitación asignada a Caradhar, en el ala de invitados. El dotado no dijo nada cuando su compañero saltó a la cama junto a él; simplemente lo atrajo hacia sí, lo sujetó por la nuca y le hizo inclinar la cabeza para acceder a sus labios y forzar la entrada de la húmeda cavidad que lo aguardaba, ansiosa. El joven pelirrojo sabía besar, ciertamente; cuando, con delicados toques, su lengua golpeaba a la puerta de su boca y despertaba el deseo de Sül, a este le resultaba imposible no franquearle la entrada y dejarla deslizarse con suavidad por todos sus rincones, hasta que parecía cansarse de vagabundear y se centraba en guiar a su igual en una sinuosa danza; en el momento en que aquella punta sedosa se demoraba en los bordes y la cara interior de su lengua, el Sombra era incapaz de evitar que la sangre le acudiera en tropel a sus regiones inferiores.

Pero había ocasiones en las que sus besos eran violentos, exigentes, dominadores; puro músculo que sólo quería marcar su territorio y arrancar gemidos antes de ocuparse de asuntos... más importantes; o preparar el camino para que fuera... otra parte de su anatomía la que tomara su lugar. Tras la sesión del día anterior, Sül sabía que el dotado buscaría reafirmar su posición y retomar el control; no le importaba: estaba más que dispuesto a plegarse con docilidad a todas sus exigencias.

Las manos de Caradhar bajaron, presionando firmemente su espalda, y buscaron un rápido acceso a la cálida piel que rodeaba su entrada posterior; no lo halló: el elfo moreno aún vestía las numerosas capas de su ropa de gala. Con un gruñido, lo empujó sobre el colchón y comenzó a soltar cierres y desatar cintas, inclinándose para lamer el hueco de su clavícula y seguir subiendo por el lateral de su cuello hasta mordisquear el borde de su mandíbula inferior; Sül jadeaba cada vez más fuerte; estiró los brazos para hundir los dedos en la carne febril de su compañero y comprobó que lo había estado aguardando completamente desnudo; su mástil saltó, como un resorte, ansioso por liberarse de la molesta tela y sentir otro tipo de roce. Mientras Caradhar seguía batallando con la parte superior de su uniforme, él echó mano de sus calzas negras; finalmente, el dotado descubrió su pecho con un brusco tirón, y su lengua bajó, dejando un rastro húmedo, hasta sus pezones; tomó uno de ellos con los labios y lo chupó, sus dedos ocupados en juguetear con el compañero, y después cambió, hasta que ambos se irguieron, rígidos y excitados, brillantes con la saliva del pelirrojo.

La necesidad de Sül comenzó a golpear con tanta fuerza que se volvió casi dolorosa; sus caderas se alzaron para saborear el roce de su amante contra su miembro inflamado, extendiendo el denso líquido que desbordaba del surco rosado. El elfo cerró los ojos un instante, su boca abierta en un mudo gesto de ansiedad... Un segundo más tarde, su cuerpo se puso rígido y se incorporó, volviendo la vista hacia la entrada. Su pareja, cuya lengua había llegado a la altura de la cintura y se ocupaba en humedecer una de las cicatrices del Sombra, levantó la cabeza, extrañado.

Al momento, alguien abrió la puerta; ambos elfos se quedaron inmóviles observando la figura de Lord Navhares, en sus ropas de dormir, quien tenía los ojos clavados en la cama o, más concretamente, en sus ocupantes. Con una mueca de contrariedad, el joven se acercó a ellos y se dirigió a Sül.



-Márchate; déjanos solos -ordenó, con voz severa.



Caradhar frunció el ceño; el Sombra, no obstante, sabía bien cuál era su lugar: con rostro inexpresivo, echó mano de sus ropas y abandonó la habitación. El Maede saltó sobre la cama y se abrazó al dotado, quien le lanzó una mirada suspicaz; tirando de las sábanas se cubrió hasta la cintura, ocultando las pruebas de su frustración sexual. El muchacho de los ojos color corinto se apretó aún con más fuerza.



-¿Qué hace aquí, mi Señor? -preguntó el dotado, tenso- Debería estar con su esposa; se supone que es lo correcto, en la noche de bodas.



-Yo... lo he intentado, pero... ¡No puedo hacerlo! No siento nada por ella. Me he escapado de los aposentos de la princesa; me he excusado, diciendo que no me encontraba bien... Además, te echaba de menos: me he acostumbrado a tenerte a mi lado de noche... Deja que me quede aquí, por favor...



-No es adecuado que lo encuentren en este lugar; supongo que dañaría su reputación, si...



-¡No me importa! No estoy preparado para... es decir... Ella se echó junto a mí, sin decir nada, y se quedó esperando; llevaba un camisón blanco que casi dejaba ver...



-Por lo que sé, ser noble conlleva el tener que compartir intimidad con personas que no ha elegido; tiene suerte de que ella sólo le es indiferente: si le disgustara abiertamente, sería mucho peor -la voz fría y las palabras de Caradhar causaron gran turbación al Maede-. Pero, después de todo, aún es muy joven; entiendo que no esté preparado para ello. Tal vez mi Señor debiera hablarlo con la Dama Corail.



-Mi Respetada Madre se sentirá muy decepcionada conmigo; todos esperan que yo... que demos un heredero al trono, por si el Príncipe ha de partir al campo de batalla... -el dotado no respondió- No quiero hablar de eso ahora -Lord Navhares sumergió los dedos y la nariz en el cabello color rubí-. Sólo quiero estar así...



-Si me deja libre un momento, me gustaría ponerme algo encima.



-No, quédate así; hueles muy bien, como siempre.



Caradhar estaba comenzando a sentirse muy exasperado.



-Mi Señor, debería tener presente que ha interrumpido algo de manera muy incómoda; además, esta noche estaba al cuidado de otro de los dotados...



-Los otros no me importan nada; no comprendo por qué mi Respetada Madre no me permite que te elija cada noche -el joven elfo se incorporó sobre Caradhar y lo miró a los ojos-. ¿Acaso no soy más atractivo que ese guardaespaldas?



-Esa no es la cuestión; usted es el Maede y él es mi...



-No quiero que vuelvas a pasar la noche con él; quédate conmigo.



-Está cansado y nervioso. Por esta noche, dormiremos, y mañana verá las cosas de otra forma -la mirada del dotado se endureció; hizo ademán de apagar la vela que iluminaba débilmente el dormitorio.



-No apagues la luz; nunca te había visto...



Caradhar lo ignoró y alargó la mano de todas formas; el elfo más joven, en su afán por impedírselo, trató de sujetarlo por la muñeca; al estirar el brazo, le propinó un profundo arañazo en el labio. El dotado se inmovilizó debajo de él.

En cuanto al Maede, se quedó mirando fijamente el trazo rojo sobre el labio inferior del otro elfo.



-Ayer no me permitiste probarla...



Muy despacio, se inclinó y deslizó la lengua con suavidad a lo largo de la herida; cerró los ojos y se abandonó a la hormigueante sensación que le causaba la sangre bendecida con el Don... Se había convertido en una adicción para él, desde que la probara por primera vez. Caradhar sólo se lo consentía en contadas ocasiones; le hacía sentirse incómodo.

Navhares abrió los ojos y volvió a fijarlos en los labios que descansaban bajo él; con decisión, dejó caer su peso sobre los brazos del joven, bajó la cabeza e introdujo su lengua entre ellos, buscando ávidamente saborear algo que llevaba tiempo deseando...

Caradhar se revolvió; a pesar de estar en una posición de desventaja, la fuerza del muchacho no era rival para la suya: empujándolo a un lado, saltó de la cama y le lanzó una mirada irritada. Echó mano de sus ropas y comenzó a vestirse, ante la confusión y el enojo del Maede.



-Si lo haces con él, ¿por qué no puedes hacerlo conmigo? -espetó- Niliara dice que cualquiera se moriría por recibir mis atenciones; y además soy tu Maede, y el yerno del Príncipe...



-Sí, Lord Navhares: es el Maede, y hasta ahora he obedecido sin reservas; y aun así, he de decirle que lo que me pide no va a ocurrir jamás.



-Pero, ¿por qué? -su voz sonó plañidera, por un momento- Yo... te quiero mucho, Caradhar... Sé que tengo que cumplir con mi deber como Maede de Elore'il, pero pensé que si... lo hacía antes con alguien a quien quisiera, me resultaría más fácil... a la princesa...



-Pídaselo a su dama de compañía; ella es una elfa, después de todo; estar conmigo no puede enseñarle nada que vaya a serle de utilidad en su vida de casado.



-No es a ella a la que quiero abrazar, cada noche, cuando duermo junto a ti...



-Le repito que lo que me pide no va a ocurrir jamás.



-Entonces... ¡te lo ordeno! ¡Ven aquí! Soy tu señor, y me debes obediencia... -el niño que había en él hizo su aparición a través de sus exigentes palabras, pronunciadas con voz temblorosa.



-Dice que me quiere y me ordena que le obedezca; curioso amor, y divertido sentimiento. Tiene mucho que aprender, Señor -evitó el posesivo a posta, y aquello enfureció aún más a Lord Navhares.



-Caradhar, no pasará mucho tiempo hasta que mi madre tenga que aceptar el dejarme usar... ya lo sabes: lo que otorga la voz de mando. En el momento en que traigamos un heredero al mundo a mí se me considerará un adulto de pleno derecho, y podré reclamar lo que me pertenece en justicia. ¿Prefieres hacerlo ahora, por las buenas, o más tarde, por las malas? Porque no sé qué harás entonces para resistirte a mis órdenes...



El dotado volvió a preguntarse, por enésima vez, cómo se las había arreglado su madre para convertir a un niño en aquello. No respondió; se limitó a abandonar la habitación, dejando allí al iracundo Maede.

Una vez que se hubo alejado lo suficiente se dejó caer contra una pared, cerrando los ojos. Una parte de su mente rememoraba con placer la hermosa figura de Lord Navhares inclinándose sobre él, con sus largos cabellos que caían como una cortina de seda, enredándose con los suyos; otra, se estremecía con disgusto con sólo recordar quién era...







Por lo que respecta a Sül, no se sentía muy satisfecho en aquello momentos. Había buscado un rincón privado, con la idea de encontrar alivio para el asunto inconcluso que tenía entre las piernas; su propia cama estaba en una habitación compartida con miembros de la guardia de Elore'il, así que se había colado en un pequeño dormitorio vacío.

El elfo se reclinó sobre la cama con las piernas separadas, y desató sus calzas. Su miembro rígido aún conservaba la cálida humedad causada por el contacto de las manos y la boca de Caradhar. Deslizó un dedo a lo largo de la hendidura de su glande y se estremeció; imaginó que aquella era la lengua de su amante, y que a ella se unían sus sensuales labios; una nueva gota de pegajoso néctar asomó por la abertura. Continuó, gimiendo suavemente, hasta que su cuerpo se relajó.

En aquel instante experimentó una sensación extraña que le erizó los pelos de la nuca. Su rostro no mostró expresión alguna, y continuó sentado, recuperando el resuello, durante unos instantes. Y entonces saltó como un gato, escudriñando el único lugar de la habitación donde alguien podía esconderse: debajo de la cama. No había nadie, como esperaba; ya lo había comprobado al entrar. Una vez Sombra, se era Sombra durante el resto de la vida.

Miró alrededor, y en el corredor adyacente; palpó las paredes, incluso, buscando agujeros o escondrijos ocultos. Nada.

Ya sin embargo, habría estado dispuesto a apostarse el cuello a que allí había alguien más.



 



           
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