2012/03/31

EL DON ENCADENADO XVII: Los pecados de los padres







Durante aquellos días sucedieron muchas cosas en el Distrito de los Nobles de la Ciudad Argéntea. El detonante resultó ser, aunque la mayoría nunca lo supo, un documento que llegó a manos del Príncipe que probaba el acuerdo de dos ciertos Maedai del Primer Círculo para forzar la elección de un heredero... Como resultado, Lord Demeviall perdió el favor de palacio; Casa Arestinias cayó en desgracia, y al rango que había dejado vacante fue promovida Casa Llia'res, y con ella su Maede, Lord Larsires, hermano mayor de Dama Corail.



En cuanto a Caradhar, cuando hubo decidido que ya no podía demorar más su vuelta a Casa Elore'il, abandonó el pequeño refugio en la Zanja y volvió a la familiar residencia. Lo hizo de noche, discretamente, tratando de pasar desapercibido, pero se encontró con unos grandes y lujosos aposentos preparados para él, cercanos a los del joven Maede; el baño adyacente estaba preparado y humeante; y cuando vio las finas ropas que se suponía que debía llevar, con los colores rojos, negros y plateados, no pudo evitar alzar las cejas: nunca había llevado prendas tan refinadas.

Se ajustó uno de aquellos trajes y se contempló en el espejo; tuvo dificultades para reconocerse en el elfo que le devolvió la mirada, elegante y altivo como un noble.

Golpearon a las puertas. Una de los paneles de madera se abrió, y una conocida figura vestida con ropas oscuras cruzó el umbral y se quedó mirando, admirado, la habitación y luego a Caradhar.



-La primera vez que te veo llamando a una puerta -observó el dotado; y no le faltaba razón.



-Seguro que me he equivocado de cuarto... El elfo que yo busco suele llevar trapos con viejas manchas de sangre y pasa las noches en agujeros sin ventanas, sobre catres que hacen que el suelo parezca tentador... ¿Quién diablos eres tú?



Caradhar se sintió aliviado al oír el saludo; últimamente apenas había visto al espía, ocupado en restablecer su situación entre los Darshi'nai y lamentar la pérdida de su maestro. Resultaba tranquilizador volver a escuchar al Sül de antaño.

El Sombra cerró la puerta, caminó con paso ágil hacia la gran cama, donde se sentó, y volvió a fijar la vista en el dotado.



-No sé si voy a acostumbrarme a verte así -continuó, con una sonrisa desvergonzada-. Hace que la mera idea de echar un vistazo dentro de esas ropas tan pijas para ver lo que hay debajo parezca irreverente...



Caradhar le devolvió la mirada a través del espejo. Se soltó la larga melena sobre los hombros; se despojó de las botas de piel, el cinturón y la rígida casaca, y los dejo caer al suelo a su alrededor; se sacó la camisa a través de los brazos estirados y desató los cierres de sus calzas, dejándolas deslizarse a lo largo de sus piernas. Volvió la cabeza hacia Sül y lo miró, ahora directamente, con aquellos ojos que nunca dejaban traslucir sus pensamientos.

Los ojos de Sül sí que dejaban traslucir los suyos, al recorrer el atractivo cuerpo desnudo del pelirrojo. Caradhar se sentó sobre el colchón, frente a su compañero, y se reclinó sobre una de las cuatro columnas que sostenían el dosel, con las piernas ligeramente separadas. Sül se despojó de sus guantes y su capa y batalló con sus botas, sin quitar la vista del espectáculo desplegado ante él.



-¿Quieres que hoy cambiemos? -preguntó el más joven, con voz suave.



-¿...Qué? -el elfo de cabellos oscuros pensó que sus oídos lo traicionaban, o bien que no había entendido la pregunta.



-Quiero que seas tú el que entre en mí.



Sül se detuvo, a medio camino de desvestirse. Notó cómo se le secaban los labios de repente.



-... Oye... si esto es una especie de recompensa por algo, no tienes por qué hacerlo... Soy más que feliz con que me dejes...



-No es ninguna recompensa; simplemente quiero saber lo que sentiré contigo -se acercó al joven, apoyándose sobre las manos y las rodillas, aproximando tanto el rostro que podía oír su respiración-. ¿No quieres?



Sül tragó saliva; su corazón se aceleró.



-... Yo no sé... Tengo miedo de hacerte daño, como...



Iba a añadir "Darial", pero se detuvo. Acarició tímidamente los labios de Caradhar, rozándolos apenas con los dedos; el dotado los separó y dejó que el índice y el corazón se introdujeran lentamente en su boca, mientras su lengua se arremolinaba en torno a ellos. Sus manos se ocuparon en soltar las ropas oscuras que vestía el Sombra y desatar los cierres de sus pantalones; deslizó la diestra sobre el vientre y rodeó con ella el miembro, ya completamente erecto. Su boca y su lengua dejaron ir los dedos húmedos de Sül y bajaron a su sexo excitado; y cuando juzgó que este había recibido las suficientes atenciones, el dotado se tendió sobre su espalda en el centro del gran lecho y sus ojos serenos invitaron a su pareja a unírsele.

Sül no terminó siquiera de sacarse las calzas: estaba demasiado encendido para pensar. Se colocó entre las piernas de Caradhar, rodeó su sexo con dedos febriles y deslizó los dos que aún estaban húmedos de su boca por la entrada más allá de su perineo. El joven dotado, tenso al principio, relajó los músculos y dejó que entraran en él, abriendo el camino hasta que hallaron su lugar del placer. Su cuerpo se arqueó ligeramente, y sus labios se abrieron mientras gemía con delicadeza.

Aquello enardeció a Sül aún más, si cabe; sujetando los muslos del joven, enfiló su duro miembro contra la abertura, ahora suave por las caricias que le había brindado, y empujó.

La embriagadora presión, el calor... La sensación fue tan potente que superó las expectativas del Sombra. Se deslizó en su interior, poco a poco, hasta hundirse en él por completo. Se detuvo unos instantes para gozarlo, conteniéndose para no llegar demasiado pronto al punto sin retorno... Cerró los ojos, intentando relajarse, y comenzó a moverse con suavidad.

Cuando los abrió de nuevo se encontró mirando directamente al hermoso cuerpo de Caradhar: la espalda arqueada, el tenso cuello estirado, la cabeza presionando con fuerza el colchón, rodeada por una aureola de cabellos rojos; su boca abierta exhalaba una respiración cada vez más agitada, acompasada con cada empuje que las caderas de Sül le propinaba. Había tal sensualidad en cada línea de su cuerpo, cada movimiento y pequeño gesto, en la belleza de sus facciones convulsionadas, en la intensidad con que lo miraba a través de las rojizas y largas pestañas de sus ojos medio cerrados... que Sül tuvo que volver a cerrar los suyos y hacer que sus pensamientos divagaran para retrasar el clímax que ya amenazaba con dominarlo. Voló su mano a complacer a su pareja con caricias; se inclinó y lo besó hasta dejarlo sin aire; empujó, enérgica y profundamente, hasta que de su mente se adueño, de forma casi dolorosa, un único anhelo: Córrete... córrete...

Caradhar lanzó un sonoro gemido. Sül notó en su mano el miembro pulsante y la cálida humedad del orgasmo de su amante; dando gracias a los dioses se adentró una última vez, tanto como le fue posible, y dio rienda suelta a su propio éxtasis.

El cuerpo de Sül, perlado de sudor, se derrumbó sobre el de su pareja; su boca jadeante buscó de nuevo los labios rosados y los cubrió de pequeños besos, y los mordisqueó ligeramente, acariciándolos con su lengua. Abrió los ojos, al fin, y halló aquellos iris encarnados fijos en ellos; se sintió embargado por el placer: no tanto por el propio, como por haber sido capaz de proporcionárselo a él...



-Quién iba a decírmelo... -susurró Caradhar, deslizando los dedos entre la oscura cabellera de Sül- No sabía si sería capaz: nunca antes había...



-Shhhhh... Cierra el pico, antes de que empieces a mencionar nombres y tenga que ir a retorcerle su jodido cuello a cierto alquimista...



-En el pasado decías que te excitabas viéndolo hacérmelo.



-En el pasado yo era un gilipollas y aún no estaba completamente loco por ti.



El pelirrojo se incorporó a medias, contemplando a Sül desde lo alto. Gateó hacia su cintura y tiró de sus calzas hasta desnudarlo por completo.



-Vamos al baño.



-No me digas que ya te has empalmado otra vez...



-¿Qué te crees? -preguntó Caradhar, implacable- Ahora es mi turno.







-Ha llegado la hora de negociar con Therendanar su parte del trato y reclamar la nuestra. Saldrás temprano por la mañana, Adhar. Dioses... Descansare sólo un rato, y luego me marcharé.



Sül se tendió junto a su compañero de cama, exhausto tras varios asaltos más de placer compartido. Hundió la cara en la almohada y se quedó inmóvil durante unos instantes; nunca había disfrutado de un lecho tan confortable.



-Hmmm... Esto tiene que ser, al menos, tan cómodo como la mejor posada de la ciudad... Podría acostumbrarme a un colchón tan blando, si es que me vas a dar este trato a menudo... Creo que no me siento los bajos...



Caradhar besó ligeramente la espalda escarificada del Sombra y reclinó la mejilla sobre ella.



-Pues acostúmbrate. Duerme conmigo. Mañana cabalgaremos juntos a Therendanar; vendrás como escolta.



-Adhar, no puedo cumplir con mi deber decentemente si me echo a roncar junto a ti y me dedico a seguirte de manera abierta -giró la cabeza y lo miró de reojo-. Sigo siendo tu Darshi'nai.



-No necesito un Sombra; ni siquiera soy un noble. Estoy cansado de que me observes desde los rincones oscuros: desde ahora, quiero tenerte donde pueda verte.



-Dama Corail tendrá algo que objetar al respecto...



-No me importa lo más mínimo -Caradhar alargó la mano y sacó un pergamino de debajo del colchón; estaba cubierto de caracteres en élfico, escritos con la caligrafía del dotado. Se lo tendió a su compañero-. Toma; guárdalo en lugar seguro.



-¿Qué diablos...?



-Es la fórmula del antídoto de tu contrato; cualquier alquimista de tres al cuarto podría reproducirla siguiendo estas indicaciones.



Sül frunció el ceño y miró al joven con incredulidad.



-... Se supone que no deberías dar esto a tu Darshi'nai. Adhar, yo...



-No me perteneces. No quiero que tengamos que pertenecerle a nadie de esa forma. Si algún día deseas abandonar todo esto, sé libre de hacerlo.



-Tal vez ya no sea capaz de vivir sin un amo. Tal vez -acarició suavemente los cabellos rojos esparcidos sobre su hombro- no desee hacerlo...



-Pero yo no deseo un esclavo; si permaneces aquí, que sea por tu voluntad.



-Y aun así, me ordenas que duerma contigo.



-No es una orden -Caradhar se giró, echándose sobre la espalda con indiferencia-. Si no quieres hacerlo, no creo que me cueste mucho trabajo encontrar a alguien a quien le apetezca.



-Estás de coña... -Sül frunció los ojos y se incorporó.



-Pruébame.



El Sombra saltó sobre su compañero como un resorte y le inmovilizó con sus brazos y sus piernas, atravesándolo con la mirada; Caradhar intentó moverse, sin éxito.



-Puede que tú seas un jodido dotado todopoderoso, pero aún me basto para taladrarte sobre la cama, si me apetece.



-Pensaba que no podías moverte -observó el pelirrojo, con voz suave-. Es bueno ver que conservas tu energía.



Estiró el cuello, buscando los labios que pendían sobre él; Sül, incapaz de resistirse a su llamada, se inclinó y lo besó, con los ojos cerrados y una expresión ligeramente torturada. Aflojó la presa y Caradhar se colocó junto a él, frente contra frente, abrazándolo.



-Y ahora, si no te apetece taladrarme sobre la cama, duerme conmigo, Sül.



El Sombra se acomodó junto a él. Por primera vez en su vida pasó la noche junto a un amante en una cama de verdad. Veló, más que durmió, porque no podía conciliar el sueño; observaba a Caradhar, relajado en sus brazos, y el movimiento apacible de su pecho, subiendo y bajando con respiración regular.







A la mañana siguiente, como estaba previsto, emprendieron el camino a Therendanar. El día claro y despejado anunciaba la cercanía de la primavera.

Llevaban una guardia muy numerosa y fuertemente armada; Sül conocía algunos de aquellos rostros y sabía que eran de los mejores de la Casa.

Lo que custodiaban estaba en el centro de la comitiva: un carruaje lujoso, aunque sin emblemas, y especialmente reforzado. Por lo que respectaba a Caradhar, Dama Corail le había encomendado que no se apartara ni un minuto de los ocupantes del vehículo; el joven había dado su palabra, pero había preferido cabalgar junto al carruaje antes que viajar en su interior, discretamente pertrechado con una capa con capuchón. Sül cabalgaba junto a él, cubierto también con una capa que ocultaba sus negros ropajes y sintiéndose fuera de lugar por mostrarse en público de esa manera. Creía comprender por qué el dotado no deseaba sentarse codo con codo junto a los demás escoltados, y la razón le causaba cierto regocijo: y es que sus compañeros de trayecto eran la mano derecha del Gran Alquimista -un elfo de gran atractivo-, una elfa que parecía ser dama de compañía -también muy hermosa; Sül se sentía aliviado de acompañar a su nuevo señor y que no estuviera solo con semejante comitiva-... y el jovencísimo Maede de Casa Elore'il. Que el pequeño se encontraba camino a la ciudad de los humanos sólo lo sabían un puñado de personas; de estas, aún menos conocían el motivo.

El viaje transcurrió sin complicaciones. Ya a las puertas de Therendanar, Caradhar alzó la vista y su rostro adquirió una expresión de calma. Sül lo notó y observó, en voz baja:



-Lo echabas de menos, ¿eh? Apuesto a que no puedes esperar para volver a dormir, aunque sea una noche, en tu querido nido de ratas.



-Te arrastraré a mi nido de ratas a la fuerza y te tomaré sobre la mesa de trabajo, entre las redomas, los alambiques y los morteros -respondió, con voz igualmente suave.



-Supongo que soñar te está permitido... pequeñín.



El pelirrojo se inclinó hacia el Sombra y lo besó. Sül, sin embargo, separó sus labios rápidamente: había notado unos pequeños ojos que los observaban desde dentro del carruaje.



Se acomodaron en los alojamientos del embajador, en el castillo del Príncipe. Caradhar encomendó a su acompañante que no se separara de su pequeño protegido, pues debía tratar unos asuntos con su antiguo maestro.

El joven era un elfo de palabra; sin faltar a la verdad relató, para los oídos de Maese Jaexias y Verella Dep'Attedern, del Gabinete de Inteligencia, las causas tras las acciones de Casa Arestinias. Tan sólo omitió algunos detalles, como la existencia y la utilidad de las substancias que recolectaban los alquimistas; le traía sin cuidado que los humanos pudieran reproducir la fórmula más preciada de Casa Elore'il, pero no sería él quien les proporcionara los pormenores.

Era muy tarde cuando volvió al alojamiento dispuesto para ellos. Estuvo tentado, como había sugerido Sül, de pernoctar en su viejo cuarto, pero comprendió que no habría resultado apropiado. Entró en la habitación que le había sido asignada y se quitó la capa.



-No eres una dama...



Caradhar se volvió rápidamente. Bajo el dintel de la puerta de comunicación con la estancia contigua había un pequeño elfo, vestido con ricas ropas de alcoba. Tenía un hermoso rostro de rasgos delicados, con finas cejas, nariz redondeada que conservaba las formas de la infancia, labios llenos y rosados y un par de ojos oscuros e inusitadamente inteligentes... todo ello enmarcado con cabellos rojos idénticos a los de Dama Corail. Parecía estudiar al dotado con gran interés.



-Pensé que debías ser una dama, porque os vi besándoos a ti y al de negro junto al carruaje, pero no lo pareces. De hecho, debes ser mi dotado; mi Respetada Madre me dijo que te reconocería por el color de tu pelo y tus ojos.



El niño elfo se acercó al joven a inspeccionarlo aún más de cerca. Hablaba y se conducía con una madurez que no estaba acorde con sus años. Caradhar se sintió violento, pues el momento que deseaba evitar había llegado: tenía que confrontar al Maede de Casa Elore'il.



-No te inclinas; bueno, mi Respetada Madre también me avisó de que era probable que lo olvidaras, y debía pasarlo por alto. ¿Por que besabas al de negro? Pensaba que esas cosas eran adecuadas entre damas y caballeros, y nunca en público.



-...



-No eres muy hablador, tampoco. Bueno, tengo sueño, así que ven a acostarte. Deberías haber venido antes. Te han preparado la cama junto a la mía; no tardes.



-Eh... su Excelencia... Os guardaré desde esta habitación contigua, si os place...



-No; eres mi dotado, y debes compartir mi aposento, es lo apropiado. Mi Respetada Madre me dijo también que, en privado, puedes dirigirte a mí de manera menos formal -afirmó, como si otorgara una alta merced, antes de cruzar la puerta.



Caradhar quedó confuso durante unos instantes. Lo sacó de su perplejidad un apagado ruido a sus espaldas: Sül, conteniendo la risa.



-Has tenido el honor de conocer a nuestro Maede -se burló, en voz baja-. Veo que te ha dejado mudo, y eso que formáis un dúo encantador. Te envidio bastante: yo también quisiera tener un hermanito tan adorable.



Caradhar juzgó que no era el momento ni el lugar para sacarle de su error, y se limitó a suspirar.



-No esperaba tener que pasar la noche con él. Mis planes eran muy diferentes.



-¡Je! ¿Tu plan de la mesa de trabajo? Mala suerte, otra vez será...



-O podría hacerlo de todas formas; al fin y al cabo, ya nos ha visto besándonos, y no pienso esconderme...



-¿Y que la Dama Corail me cuelgue por las pelotas? Nooo, gracias -empujó al dotado hasta la habitación del Maede-. Buenas noches, nodriza.



Caradhar entró allí con visible incomodidad. El pequeño ya estaba en su cama, junto a su dama de compañía; ambos levantaron la vista hacia él. La elfa sonrió, inclinó la cabeza ante su joven señor y abandonó el lugar. En cuanto al dotado, se descalzó y se tendió en su cama. El chiquillo lo miró con curiosidad.



-¿No te desvistes para dormir?



-... Tal vez en otra ocasión, cuando consiga ropas de alcoba adecuadas.



-¿Quieres decir que no tienes?



-No las he traído conmigo.



-¿Pensabas dormir vestido?



-... Algo así -Caradhar podía imaginarse perfectamente a Sül, muriéndose de risa al escucharlo.



El joven Maede permaneció en silencio unos instantes; luego volvió a la carga.



-No te has presentado. ¿Cómo te llamas?



-Caradhar, su Excelencia.



-Caradhar... Yo me llamo Navhares. Aunque ahora no tienes por qué llamarme "su Excelencia", estamos solos: puedes referirte a mí como "Señor" -concedió, con tono magnánimo-. Muéstrame tu Don.



El Maede rebuscó bajo el lecho y sacó un estilete; ya se disponía a perforar con él su dedo índice cuando la mano del dotado, rápida como el rayo, sujetó la pequeña muñeca que sostenía el arma.



-Se supone que no debéis jugar con armas, su Exce... que no debe jugar con armas, mi Señor -se corrigió Caradhar.



-¿Y cómo me mostrarás tu Don, si no tengo una herida que puedas curarme?



-Para eso sólo es necesario un corte, no dos -el elfo tomó el arma de los pequeños dedos y la aplicó a lo largo de la palma de su mano; la herida se cerró al instante. El joven Navhares deslizó el dedo sobre el trazo de sangre que quedó y vio que la piel de debajo estaba intacta; se quedó mirando su dedo manchado y luego se lo llevó a los labios. Caradhar lo miró, con el ceño fruncido.



-¿Por qué hace eso?



-Es agradable. Hace cosquillas en la lengua. Si el corte hubiera sido en mi propia mano, la habría lamido. Me gusta comprobar que la sangre funciona con mis propios ojos; me hace sentir seguro -había tal seriedad en sus palabras que el elfo mayor no pudo sino admirarse-. Pero en una cosa eres diferente de los demás, Caradhar: eres rápido. Los otros no me detuvieron a tiempo. Bueno, durmamos. Buenas noches.



-Buenas noches, mi Señor.



El dotado permaneció despierto, los ojos fijos en el techo de la alcoba. Cuando miró a su lado, observó que el chico se había dormido, con la manita sobresaliendo del colchón y los pequeños dedos enredados en sus largos cabellos rojos. Pensó que, como compañero para pasar la noche, no era precisamente este el que tenía en mente... Suspiró y trató de dormir.

Los despertó la dama de compañía, quien asistió al Maede en la tarea de vestirse y dijo a Caradhar:



-Deben acompañar a su Excelencia al laboratorio. El asistente de nuestro Gran Alquimista ya se encuentra allí, supervisando el lugar; su... escolta ya está al corriente, señor, y os espera. Arréglese, por favor; nos marcharemos enseguida.



Caradhar se preguntó qué tenía que hacer un crío en el laboratorio del castillo del Príncipe; se refrescó y siguió a los dos, junto con los guardias, al ala de los laboratorios. Para su sorpresa, las puertas del Gran Laboratorio se abrieron y el Gran Alquimista los recibió en persona; en los años que había pasado allí no había tenido muchas ocasiones de verlo. El humano, junto con el alquimista elfo que había viajado con ellos, su Excelencia, el Maede, y su dama de compañía se retiraron a una sala privada que cerraron cuidadosamente. Desde fuera pudieron oír el sonido de los cerrojos.



-¿Qué significa esto? -preguntó Caradhar a Sül, que se había reunido con él.



-Debemos esperar aquí a que nuestros respectivos alquimistas traten de un asunto que se traen entre manos; parece que los humanos prometieron a Casa Elore'il una determinada fórmula si lograban restablecer su situación en Ummankor.



-¿Y qué tiene eso que ver con el Maede?



-Obviamente la fórmula tiene relación con él; pero sé lo mismo que tú. Esa dama de sonrisa zorruna me dijo que debemos montar guardia, esperar y ver. Estoy casi convencido de que es Darshi'nai.



-¿La dama de compañía? ¿Cómo lo sabes?



-Me lo dicen las tripas; la manera en que mira a su alrededor, cómo camina y está atenta al menor sonido... No pasas tantos años dedicándote a esto sin que desarrolles un sexto sentido. En fin... Mejor que nos pongamos cómodos, porque la cosa puede ir para largo.



Se alargó incluso más de lo que esperaban: después de tres días de comidas frías servidas en bandejas y descansos poco reparadores en sillas frente a las puertas, estas se abrieron, finalmente. El Gran Alquimista humano, Maese Torbinnus, las cruzó y las cerró de nuevo tras de sí. Estaba más pálido y ojeroso que de costumbre, lo cual no era decir poco.



-Su Excelencia necesita reponerse -comunicó a los elfos presentes en la sala-. Será conducido en breve a sus aposentos; ya no tienen que esperar aquí.



Con esta cortés invitación para que se marcharan, Maese Torbinnus se retiró él mismo a descansar. Caradhar y Sül se miraron; aguardaron durante algún tiempo, y después caminaron de vuelta hasta el alojamiento del embajador. Estaban agotados pero por nada del mundo habrían dejado que los venciera el sueño, pues deseaban comprobar cuál era el propósito de todo aquello.

Finalmente se oyeron pasos y voces quedas en la habitación del Maede. Caradhar golpeó en la puerta con suavidad; al no recibir contestación, se decidió a entrar, seguido por Sül.

Lo que vieron los dejó perplejos: porque el asistente del Gran Alquimista de Elore'il y la dama de compañía estaban allí; pero sobre la cama donde el pequeño Maede había pasado la noche se encontraba un elfo joven, casi de la misma edad que Caradhar. Tenía su rostro una palidez cadavérica, y la frente cubierta de sudor; los largos cabellos rojos que le llegaban más abajo de la cintura, húmedos de transpiración, estaban siendo cuidadosamente recogidos por la elfa. Parecía, sin lugar a dudas, una versión juvenil del niño que había cruzado las puertas del laboratorio tres días antes. Sül tembló: el parecido con Caradhar era bastante notable...

El joven abrió entonces sus ojos oscuros, de color corinto. Habló, y su voz era débil, pero definitivamente adulta:



-Caradhar... qué lastima que no sea una herida... Me sentiría mucho mejor si sólo fuera eso, porque tú la sanarías... Quisiera dormir; tienes que venir a velar mi sueño, no lo olvides...



El joven elfo volvió a cerrar los ojos, dormido, o bien inconsciente. Caradhar, el ceño fruncido, y Sül, casi tan pálido como el muchacho postrado en la cama, no acababan de aceptar lo que veían sus ojos. El dotado era alquimista: tenía una idea bastante aproximada del fenómeno que podía haber ocurrido; incluso Sül, que no estaba tan familiarizado con las artes del laboratorio, intuía la verdad. Una explicación se formaba en su mente, pero se negaba a aceptarla porque era demasiado atroz para ser cierta. Mientras Caradhar se acercaba e interrogaba al alquimista, el Sombra, sintiéndose enfermo, huyó de la alcoba.



No fue hasta mucho más tarde que Caradhar localizó a una solitaria figura de negro, sentada en lo alto de un muro, que parecía contemplar las estrellas. No le resultó fácil, pero trepó junto a él y se sentó a su lado, en silencio. Las noches eran frías aún, y él no llevaba la casaca ni la capa, así que se estremeció.



-Intento entender... -comenzó Sül, tras un largo rato- Intento entender qué justificación puede tener una madre para hacerle eso a su hijo, pero no puedo. Acepto que la mía me dejara tirado en la cuneta; siempre me ha gustado pensar que tendría sus razones. Estoy dispuesto a aceptar muchas cosas... Pero, esto... -al ver que Caradhar permanecía callado, se enfureció- Y tú, ¿no dices nada? ¿No te parece monstruoso, a tu propio hermano...?



Caradhar oyó, en su cabeza, la voz de Corail, poco antes de su partida de Argailias: "Neharall ha muerto; sólo tú y yo conocemos el secreto. No debe saberlo nadie." Sintió un extraño estremecimiento recorriendo su cuerpo. "Solos tú y yo. Nadie." Apretó los labios. "Nadie..."



-No es mi hermano -se oyó decir el dotado. Curiosamente, se sintió un poco mejor.



-¿...Qué?



El pelirrojo dejó salir el aire de sus pulmones. Habló, en voz muy queda, evitando girar la cabeza hacia su compañero; no quería mirarlo a los ojos.



-Corail no fue capaz de concebir con Lord Killien; nunca pudo, tras tenerme a mí. ¿Recuerdas la sirvienta muda que solía acompañarla, hace años?



-Sí -Sül tragó saliva-. Desapareció, después de que tú...



-Corail representó una farsa. Se apropió del bebé de la muchacha, que estaba encinta, y lo hizo pasar por hijo suyo. Tu... tu maestro la ayudó; era el único que lo sabía.



Un silencio atronador se alzó entre ambos jóvenes; al final, Sül preguntó, con voz ronca, temiendo oír la respuesta:



-Si no es su hijo... ¿cómo... cómo es que tiene ese aire a ti?



-... Porque soy su padre.



Sül sintió una oleada de vértigo; se tambaleó, y hubiera caído de su precario asiento si su compañero no lo hubiera agarrado por el brazo. Aun así, el Sombra se sacudió con ira de la mano que lo sujetaba; se volvió hacia Caradhar y siseó, con tono venenoso:



-¡Todo esto es genial, sencillamente, genial! ¿Algún secretillo más del que debería enterarme, Caradhar? ¿Tal vez fue tu madre la que me abandonó al nacer?¿Resulta que todo este tiempo me he estado follando a mi propio hermano, o algo así? -el dotado no respondió a la burla- ¿Cómo demonios has podido prestarte a esta mierda...?



-No lo sabía; ni que la chica estaba embarazada, ni lo que Corail planeaba hacer con el crío -habló mirando al frente, con una voz carente de emoción-. Pensé que podía huir de todo esto cuando vine a Therendanar. ¿Lo recuerdas? Fuiste tú quien me dijo que no había escapatoria.



Sül apretó las mandíbulas. Le habría resultado difícil asumir que Caradhar había participado voluntariamente en las maquinaciones de la Maeda; pero le resultaba aún más monstruoso que las aceptara con esa pasividad, como si no le importara nada... Tomó al dotado por el cuello y lo obligó a volverse hacia él.



-Caradhar... en estos años... ¿nunca has querido gritar? ¿Destrozar algo, o golpear a alguien? ¿Nunca has sentido la necesidad de llorar?



El joven lo miró finalmente, aunque sin la reacción que el Sombra esperaba. No parecía entender el porqué de sus preguntas.



-¿Llorar? Puede que en alguna ocasión las primeras veces, cuando era niño y Darial me hacía daño. Después me acostumbré.



El espía cerró los ojos.



-Siempre me he preguntado, ¿sabes?, por qué no me hablabas nunca de las cosas que sentías. Hasta el cabrón de mi neidokesh lo hacía alguna vez cuando se emborrachaba. Claro que tú ni siquiera puedes coger una curda... Ahora empiezo a sospechar que, demonios, es que no tienes nada de lo que hablar en absoluto.

"He cruzado la línea. Moriría por ti, sin dudarlo. Pero tengo que saber que no estás hecho de piedra por dentro. Perdóname por ser un nenaza, pero necesito que me necesites. Necesito saber que te importaría algo si no volvieras a verme. Tienes que decírmelo, Caradhar; si no soy más que un animal amaestrado, un polvo convenientemente a mano cuando te vienen las ganas, u otra rareza con la que compartes cierta afinidad porque los dos hemos tenido una mierda de vida... si no te importa ocultarme cosas como un hijo... entonces haré uso de la libertad que me ofreciste: me marcharé, y me obligaré a no volver a verte. Me he vuelto avaricioso, lo sé: tengo más de lo que tuve nunca, pero aún quiero más.



Ante el silencio de su compañero, Sül se incorporó. Sentía un horrible nudo en el estómago.



-Está claro que Neharall tenía razón -continuó-. No tengo los redaños para ser Darshi'nai. Parece ser que no me he endurecido lo suficiente para alcanzar el nivel de tu familia...



Caradhar sujetó al elfo por el tobillo.



-Me sentía avergonzado -dijo, con reluctancia-. Me avergonzaba la idea de mirar al Maede y tener presente que yo era su padre; me avergonzaba que lo averiguaras y me despreciaras. ¿Dejarías que te poseyera alguien a quien han utilizado de todas las formas posibles... incluyendo esa? Porque hay veces que me pregunto, después de las cosas que me has visto hacer, cómo puedes soportar que te toque.



Las cejas de Sül se fruncieron en una mueca de amargura. Hincó una rodilla en tierra y presionó su frente contra la del dotado.



-Eres el único -prosiguió el más joven- con el que he deseado dormir abrazado toda la noche, cada noche; eres el único a quien le he permitido que me tome por mi propia voluntad. No quiero que te marches. No sé qué palabras debo usar, pero no quiero que te marches.



El Sombra libró una dura batalla interna; no eran aquellas las palabras que realmente deseaba oír, aunque algo le decía que jamás había revelado tanto Caradhar de sí mismo. Tal vez pedía demasiado a alguien que nunca podría darle lo que quería: todo, sin reservas. Dejó escapar un suspiro, y se rindió.



-Qué diablos... supongo que tendrá que bastar con eso...



Abrazando al pelirrojo, lo besó. Fue correspondido de manera apasionada, hambrienta, rozando la furia. Llegado a un punto, el dotado introdujo la mano bajo la cintura del Sombra y la presionó contra su miembro.



-¿Estás loco? -protestó Sül, arreglándoselas para liberar sus labios lo suficiente como para proferir algunas palabras- ¿Aquí? ¿Quieres que nos... ah... abramos la cabeza? ¡De acuerdo! Pero... ugh.. busquemos otro sitio...



A duras penas consiguió guiar a su pareja a un rincón apartado y oscuro. Allí Caradhar lo desnudó lo justo para penetrarlo de manera ansiosa, sin hacer concesiones a la gentileza; Sül, resistiendo los embates contra la pared, se mordió la mano para no gemir en voz alta. Su amante se detuvo un instante, le hizo volver la cabeza y su boca hizo el papel de mordaza; cuando reanudó sus acometidas lo hizo de manera más suave, aunque no menos intensa. Sus manos resbalaron, de las caderas que sujetaban, al bajo vientre de Sül, y se demoraron allí hábil y placenteramente...

Los labios de Caradhar bebieron el sonido amortiguado del grito de Sül, al culminar; no tardaron mucho en brindarle el suyo propio.

Mientras su compañero aún estaba dentro de él, el Sombra comprendió una cosa: que en el limitado mundo del joven le habían sido negados casi todos los placeres; jamás había saboreado la comida o la bebida, ni se había embriagado con el vino; nunca habría de aspirar el olor de un día de lluvia, el perfume de una dama o el cálido aroma que emanaba del cuerpo de un amante. El sexo era la única fuente de goce que había conocido, el único deleite al que aferrarse en una existencia de indiferencia o dolor; el único modo que tenía de expresar sus sentimientos, su deseo, su frustración y, a veces, su rabia.

Sintió cómo el dotado lo abrazaba por la espalda con todo su cuerpo, como si quisiera fundirse con él. Tal vez aquella era su forma, la única que conocía, de decirle que lo amaba.



Más tarde, volviendo a sus aposentos, Sül tuvo una inspiración, y preguntó a Caradhar algo que deseaba saber desde hacía días:



-Cuando tu... cuando Neharall cayó, te acercaste y le susurraste algo al oído, y él sonrió; ahora me gustaría saber qué era...



-Le dije -respondió el joven- que su sangre no sería Darshi'nai, pero ya era Maede.



-Sí... -el Sombra sonrió- Acaba de venirme a la cabeza, y veo que no iba desencaminado. De alguna manera, hace que me sienta mejor.



Se detuvo, tiró de Caradhar y lo besó, diciendo únicamente:



-Gracias.











En cuanto el Maede recuperó las fuerzas hicieron el camino de vuelta a Argailias. En Casa Elore'il, el transformando Lord Navhares sumió a su séquito en un franco estado de asombro: tal era el poder de la ciencia de los alquimistas humanos, quienes, atrapados en cuerpos cuya esperanza de vida era escasa e incierta, no tenían otro anhelo sino doblegar el flujo del tiempo.

Dama Corail recibió a su supuesto hijo con igual admiración y con toda la devoción de una entregada madre. A su cargo quedaba, ahora, la tarea de hacer que el apuesto exterior del joven casara con la escasa experiencia de un niño elfo de unos nueve años, excepcionalmente inteligente y maduro... pero un niño, en fin.

En cuanto a Caradhar, aquella misma noche abordó a su madre cuando se disponía a abandonar los aposentos de su heredero. Sin miramientos, la tomó por la muñeca y la condujo aparte.

Recordó la última ocasión en la que ambos habían estado solos, el día que habían acordado disponer de Neharall. Sin previo aviso, abofeteó a la elfa con tanta fuerza que la arrojó al suelo. Ella se cubrió la mejilla lastimada pero no se atrevió a replicar, muda de asombro: era la primera vez que su hijo le ponía una mano encima. Encontrándose, además, bajo los efectos de la poción que otorgaba la voz de mando, recibió la confirmación última de lo que Caradhar era capaz.

El joven se arrodilló junto a ella y la tomo por el mentón, con fuerza; su expresión era glacial, pero la dama creyó ver una ligerísima chispa de cólera, un pequeño fuego ardiendo en lo profundo de sus ojos rojos. Presionando su boca sobre la de ella, la besó con la misma violencia que Corail le había dispensado en aquel encuentro, sin encontrar resistencia.



-Corail -dijo él, con voz fría y comedida, hablando tan cerca de su rostro que sus labios se rozaban-: si alguna vez vuelves a disponer de mí o de quienes me conciernen sin mi conocimiento, lo lamentarás.



La acarició una vez más con un último beso, desconcertantemente suave; se levantó y abandonó el lugar en silencio.

La Maeda aún permaneció en el suelo unos instantes. Estremecida, se llevó la mano a los labios.






Cuando los días comenzaron a ser largos y soleados se anunció el compromiso de la única hija del Principe de Argailias con Lord Navhares, Maede de Casa Elore'il.






FIN DE LA SEGUNDA PARTE





           
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