Durante
aquellos días sucedieron muchas cosas en el Distrito de los Nobles
de la Ciudad Argéntea. El detonante resultó ser, aunque la mayoría
nunca lo supo, un documento que llegó a manos del Príncipe que
probaba el acuerdo de dos ciertos Maedai del Primer Círculo para
forzar la elección de un heredero... Como resultado, Lord Demeviall
perdió el favor de palacio; Casa Arestinias cayó en desgracia, y al
rango que había dejado vacante fue promovida Casa Llia'res, y con
ella su Maede, Lord Larsires, hermano mayor de Dama Corail.
En
cuanto a Caradhar, cuando hubo decidido que ya no podía demorar más
su vuelta a Casa Elore'il, abandonó el pequeño refugio en la Zanja
y volvió a la familiar residencia. Lo hizo de noche, discretamente,
tratando de pasar desapercibido, pero se encontró con unos grandes y
lujosos aposentos preparados para él, cercanos a los del joven
Maede; el baño adyacente estaba preparado y humeante; y cuando vio
las finas ropas que se suponía que debía llevar, con los colores
rojos, negros y plateados, no pudo evitar alzar las cejas: nunca
había llevado prendas tan refinadas.
Se
ajustó uno de aquellos trajes y se contempló en el espejo; tuvo
dificultades para reconocerse en el elfo que le devolvió la mirada,
elegante y altivo como un noble.
Golpearon
a las puertas. Una de los paneles de madera se abrió, y una conocida
figura vestida con ropas oscuras cruzó el umbral y se quedó
mirando, admirado, la habitación y luego a Caradhar.
-La
primera vez que te veo llamando a una puerta -observó el dotado; y
no le faltaba razón.
-Seguro
que me he equivocado de cuarto... El elfo que yo busco suele llevar
trapos con viejas manchas de sangre y pasa las noches en agujeros sin
ventanas, sobre catres que hacen que el suelo parezca tentador...
¿Quién diablos eres tú?
Caradhar
se sintió aliviado al oír el saludo; últimamente apenas había
visto al espía, ocupado en restablecer su situación entre los
Darshi'nai y lamentar la pérdida de su maestro. Resultaba
tranquilizador volver a escuchar al Sül de antaño.
El
Sombra cerró la puerta, caminó con paso ágil hacia la gran cama,
donde se sentó, y volvió a fijar la vista en el dotado.
-No
sé si voy a acostumbrarme a verte así -continuó, con una sonrisa
desvergonzada-. Hace que la mera idea de echar un vistazo dentro de
esas ropas tan pijas para ver lo que hay debajo parezca
irreverente...
Caradhar
le devolvió la mirada a través del espejo. Se soltó la larga
melena sobre los hombros; se despojó de las botas de piel, el
cinturón y la rígida casaca, y los dejo caer al suelo a su
alrededor; se sacó la camisa a través de los brazos estirados y
desató los cierres de sus calzas, dejándolas deslizarse a lo largo
de sus piernas. Volvió la cabeza hacia Sül y lo miró, ahora
directamente, con aquellos ojos que nunca dejaban traslucir sus
pensamientos.
Los
ojos de Sül sí que dejaban traslucir los suyos, al recorrer el
atractivo cuerpo desnudo del pelirrojo. Caradhar se sentó sobre el
colchón, frente a su compañero, y se reclinó sobre una de las
cuatro columnas que sostenían el dosel, con las piernas ligeramente
separadas. Sül se despojó de sus guantes y su capa y batalló con
sus botas, sin quitar la vista del espectáculo desplegado ante él.
-¿Quieres
que hoy cambiemos? -preguntó el más joven, con voz suave.
-¿...Qué?
-el elfo de cabellos oscuros pensó que sus oídos lo traicionaban, o
bien que no había entendido la pregunta.
-Quiero
que seas tú el que entre en mí.
Sül
se detuvo, a medio camino de desvestirse. Notó cómo se le secaban
los labios de repente.
-...
Oye... si esto es una especie de recompensa por algo, no tienes por
qué hacerlo... Soy más que feliz con que me dejes...
-No
es ninguna recompensa; simplemente quiero saber lo que sentiré
contigo -se acercó al joven, apoyándose sobre las manos y las
rodillas, aproximando tanto el rostro que podía oír su
respiración-. ¿No quieres?
Sül
tragó saliva; su corazón se aceleró.
-...
Yo no sé... Tengo miedo de hacerte daño, como...
Iba
a añadir "Darial", pero se detuvo. Acarició tímidamente
los labios de Caradhar, rozándolos apenas con los dedos; el dotado
los separó y dejó que el índice y el corazón se introdujeran
lentamente en su boca, mientras su lengua se arremolinaba en torno a
ellos. Sus manos se ocuparon en soltar las ropas oscuras que vestía
el Sombra y desatar los cierres de sus pantalones; deslizó la
diestra sobre el vientre y rodeó con ella el miembro, ya
completamente erecto. Su boca y su lengua dejaron ir los dedos
húmedos de Sül y bajaron a su sexo excitado; y cuando juzgó que
este había recibido las suficientes atenciones, el dotado se tendió
sobre su espalda en el centro del gran lecho y sus ojos serenos
invitaron a su pareja a unírsele.
Sül
no terminó siquiera de sacarse las calzas: estaba demasiado
encendido para pensar. Se colocó entre las piernas de Caradhar,
rodeó su sexo con dedos febriles y deslizó los dos que aún estaban
húmedos de su boca por la entrada más allá de su perineo. El joven
dotado, tenso al principio, relajó los músculos y dejó que
entraran en él, abriendo el camino hasta que hallaron su lugar del
placer. Su cuerpo se arqueó ligeramente, y sus labios se abrieron
mientras gemía con delicadeza.
Aquello
enardeció a Sül aún más, si cabe; sujetando los muslos del joven,
enfiló su duro miembro contra la abertura, ahora suave por las
caricias que le había brindado, y empujó.
La
embriagadora presión, el calor... La sensación fue tan potente que
superó las expectativas del Sombra. Se deslizó en su interior, poco
a poco, hasta hundirse en él por completo. Se detuvo unos instantes
para gozarlo, conteniéndose para no llegar demasiado pronto al punto
sin retorno... Cerró los ojos, intentando relajarse, y comenzó a
moverse con suavidad.
Cuando
los abrió de nuevo se encontró mirando directamente al hermoso
cuerpo de Caradhar: la espalda arqueada, el tenso cuello estirado, la
cabeza presionando con fuerza el colchón, rodeada por una aureola de
cabellos rojos; su boca abierta exhalaba una respiración cada vez
más agitada, acompasada con cada empuje que las caderas de Sül le
propinaba. Había tal sensualidad en cada línea de su cuerpo, cada
movimiento y pequeño gesto, en la belleza de sus facciones
convulsionadas, en la intensidad con que lo miraba a través de las
rojizas y largas pestañas de sus ojos medio cerrados... que Sül
tuvo que volver a cerrar los suyos y hacer que sus pensamientos
divagaran para retrasar el clímax que ya amenazaba con dominarlo.
Voló su mano a complacer a su pareja con caricias; se inclinó y lo
besó hasta dejarlo sin aire; empujó, enérgica y profundamente,
hasta que de su mente se adueño, de forma casi dolorosa, un único
anhelo: Córrete...
córrete...
Caradhar
lanzó un sonoro gemido. Sül notó en su mano el miembro pulsante y
la cálida humedad del orgasmo de su amante; dando gracias a los
dioses se adentró una última vez, tanto como le fue posible, y dio
rienda suelta a su propio éxtasis.
El
cuerpo de Sül, perlado de sudor, se derrumbó sobre el de su pareja;
su boca jadeante buscó de nuevo los labios rosados y los cubrió de
pequeños besos, y los mordisqueó ligeramente, acariciándolos con
su lengua. Abrió los ojos, al fin, y halló aquellos iris encarnados
fijos en ellos; se sintió embargado por el placer: no tanto por el
propio, como por haber sido capaz de proporcionárselo a él...
-Quién
iba a decírmelo... -susurró Caradhar, deslizando los dedos entre la
oscura cabellera de Sül- No sabía si sería capaz: nunca antes
había...
-Shhhhh...
Cierra el pico, antes de que empieces a mencionar nombres y tenga que
ir a retorcerle su jodido cuello a cierto alquimista...
-En
el pasado decías que te excitabas viéndolo hacérmelo.
-En
el pasado yo era un gilipollas y aún no estaba completamente loco
por ti.
El
pelirrojo se incorporó a medias, contemplando a Sül desde lo alto.
Gateó hacia su cintura y tiró de sus calzas hasta desnudarlo por
completo.
-Vamos
al baño.
-No
me digas que ya te has empalmado otra vez...
-¿Qué
te crees? -preguntó Caradhar, implacable- Ahora es mi turno.
-Ha
llegado la hora de negociar con Therendanar su parte del trato y
reclamar la nuestra. Saldrás temprano por la mañana, Adhar.
Dioses... Descansare sólo un rato, y luego me marcharé.
Sül
se tendió junto a su compañero de cama, exhausto tras varios
asaltos más de placer compartido. Hundió la cara en la almohada y
se quedó inmóvil durante unos instantes; nunca había disfrutado de
un lecho tan confortable.
-Hmmm...
Esto tiene que ser, al menos, tan cómodo como la mejor posada de la
ciudad... Podría acostumbrarme a un colchón tan blando, si es que
me vas a dar este trato a menudo... Creo que no me siento los
bajos...
Caradhar
besó ligeramente la espalda escarificada del Sombra y reclinó la
mejilla sobre ella.
-Pues
acostúmbrate. Duerme conmigo. Mañana cabalgaremos juntos a
Therendanar; vendrás como escolta.
-Adhar,
no puedo cumplir con mi deber decentemente si me echo a roncar junto
a ti y me dedico a seguirte de manera abierta -giró la cabeza y lo
miró de reojo-. Sigo siendo tu Darshi'nai.
-No
necesito un Sombra; ni siquiera soy un noble. Estoy cansado de que me
observes desde los rincones oscuros: desde ahora, quiero tenerte
donde pueda verte.
-Dama
Corail tendrá algo que objetar al respecto...
-No
me importa lo más mínimo -Caradhar alargó la mano y sacó un
pergamino de debajo del colchón; estaba cubierto de caracteres en
élfico, escritos con la caligrafía del dotado. Se lo tendió a su
compañero-. Toma; guárdalo en lugar seguro.
-¿Qué
diablos...?
-Es
la fórmula del antídoto de tu contrato; cualquier alquimista de
tres al cuarto podría reproducirla siguiendo estas indicaciones.
Sül
frunció el ceño y miró al joven con incredulidad.
-...
Se supone que no deberías dar esto a tu Darshi'nai. Adhar, yo...
-No
me perteneces. No quiero que tengamos que pertenecerle a nadie de esa
forma. Si algún día deseas abandonar todo esto, sé libre de
hacerlo.
-Tal
vez ya no sea capaz de vivir sin un amo. Tal vez -acarició
suavemente los cabellos rojos esparcidos sobre su hombro- no desee
hacerlo...
-Pero
yo no deseo un esclavo; si permaneces aquí, que sea por tu voluntad.
-Y
aun así, me ordenas que duerma contigo.
-No
es una orden -Caradhar se giró, echándose sobre la espalda con
indiferencia-. Si no quieres hacerlo, no creo que me cueste mucho
trabajo encontrar a alguien a quien le apetezca.
-Estás
de coña... -Sül frunció los ojos y se incorporó.
-Pruébame.
El
Sombra saltó sobre su compañero como un resorte y le inmovilizó
con sus brazos y sus piernas, atravesándolo con la mirada; Caradhar
intentó moverse, sin éxito.
-Puede
que tú seas un jodido dotado todopoderoso, pero aún me basto para
taladrarte sobre la cama, si me apetece.
-Pensaba
que no podías moverte -observó el pelirrojo, con voz suave-. Es
bueno ver que conservas tu energía.
Estiró
el cuello, buscando los labios que pendían sobre él; Sül, incapaz
de resistirse a su llamada, se inclinó y lo besó, con los ojos
cerrados y una expresión ligeramente torturada. Aflojó la presa y
Caradhar se colocó junto a él, frente contra frente, abrazándolo.
-Y
ahora, si no te apetece taladrarme sobre la cama, duerme conmigo,
Sül.
El
Sombra se acomodó junto a él. Por primera vez en su vida pasó la
noche junto a un amante en una cama de verdad. Veló, más que
durmió, porque no podía conciliar el sueño; observaba a Caradhar,
relajado en sus brazos, y el movimiento apacible de su pecho,
subiendo y bajando con respiración regular.
A
la mañana siguiente, como estaba previsto, emprendieron el camino a
Therendanar. El día claro y despejado anunciaba la cercanía de la
primavera.
Llevaban
una guardia muy numerosa y fuertemente armada; Sül conocía algunos
de aquellos rostros y sabía que eran de los mejores de la Casa.
Lo
que custodiaban estaba en el centro de la comitiva: un carruaje
lujoso, aunque sin emblemas, y especialmente reforzado. Por lo que
respectaba a Caradhar, Dama Corail le había encomendado que no se
apartara ni un minuto de los ocupantes del vehículo; el joven había
dado su palabra, pero había preferido cabalgar junto al carruaje
antes que viajar en su interior, discretamente pertrechado con una
capa con capuchón. Sül cabalgaba junto a él, cubierto también con
una capa que ocultaba sus negros ropajes y sintiéndose fuera de
lugar por mostrarse en público de esa manera. Creía comprender por
qué el dotado no deseaba sentarse codo con codo junto a los demás
escoltados, y la razón le causaba cierto regocijo: y es que sus
compañeros de trayecto eran la mano derecha del Gran Alquimista -un
elfo de gran atractivo-, una elfa que parecía ser dama de compañía
-también muy hermosa; Sül se sentía aliviado de acompañar a su
nuevo señor y que no estuviera solo con semejante comitiva-... y el
jovencísimo Maede de Casa Elore'il. Que el pequeño se encontraba
camino a la ciudad de los humanos sólo lo sabían un puñado de
personas; de estas, aún menos conocían el motivo.
El
viaje transcurrió sin complicaciones. Ya a las puertas de
Therendanar, Caradhar alzó la vista y su rostro adquirió una
expresión de calma. Sül lo notó y observó, en voz baja:
-Lo
echabas de menos, ¿eh? Apuesto a que no puedes esperar para volver a
dormir, aunque sea una noche, en tu querido nido de ratas.
-Te
arrastraré a mi nido de ratas a la fuerza y te tomaré sobre la mesa
de trabajo, entre las redomas, los alambiques y los morteros
-respondió, con voz igualmente suave.
-Supongo
que soñar te está permitido... pequeñín.
El
pelirrojo se inclinó hacia el Sombra y lo besó. Sül, sin embargo,
separó sus labios rápidamente: había notado unos pequeños ojos
que los observaban desde dentro del carruaje.
Se
acomodaron en los alojamientos del embajador, en el castillo del
Príncipe. Caradhar encomendó a su acompañante que no se separara
de su pequeño protegido, pues debía tratar unos asuntos con su
antiguo maestro.
El
joven era un elfo de palabra; sin faltar a la verdad relató, para
los oídos de Maese Jaexias y Verella Dep'Attedern, del Gabinete de
Inteligencia, las causas tras las acciones de Casa Arestinias. Tan
sólo omitió algunos detalles, como la existencia y la utilidad de
las substancias que recolectaban los alquimistas; le traía sin
cuidado que los humanos pudieran reproducir la fórmula más preciada
de Casa Elore'il, pero no sería él quien les proporcionara los
pormenores.
Era
muy tarde cuando volvió al alojamiento dispuesto para ellos. Estuvo
tentado, como había sugerido Sül, de pernoctar en su viejo cuarto,
pero comprendió que no habría resultado apropiado. Entró en la
habitación que le había sido asignada y se quitó la capa.
-No
eres una dama...
Caradhar
se volvió rápidamente. Bajo el dintel de la puerta de comunicación
con la estancia contigua había un pequeño elfo, vestido con ricas
ropas de alcoba. Tenía un hermoso rostro de rasgos delicados, con
finas cejas, nariz redondeada que conservaba las formas de la
infancia, labios llenos y rosados y un par de ojos oscuros e
inusitadamente inteligentes... todo ello enmarcado con cabellos rojos
idénticos a los de Dama Corail. Parecía estudiar al dotado con gran
interés.
-Pensé
que debías ser una dama, porque os vi besándoos a ti y al de negro
junto al carruaje, pero no lo pareces. De hecho, debes ser mi dotado;
mi Respetada Madre me dijo que te reconocería por el color de tu
pelo y tus ojos.
El
niño elfo se acercó al joven a inspeccionarlo aún más de cerca.
Hablaba y se conducía con una madurez que no estaba acorde con sus
años. Caradhar se sintió violento, pues el momento que deseaba
evitar había llegado: tenía que confrontar al Maede de Casa
Elore'il.
-No
te inclinas; bueno, mi Respetada Madre también me avisó de que era
probable que lo olvidaras, y debía pasarlo por alto. ¿Por que
besabas al de negro? Pensaba que esas cosas eran adecuadas entre
damas y caballeros, y nunca en público.
-...
-No
eres muy hablador, tampoco. Bueno, tengo sueño, así que ven a
acostarte. Deberías haber venido antes. Te han preparado la cama
junto a la mía; no tardes.
-Eh...
su Excelencia... Os guardaré desde esta habitación contigua, si os
place...
-No;
eres mi dotado, y debes compartir mi aposento, es lo apropiado. Mi
Respetada Madre me dijo también que, en privado, puedes dirigirte a
mí de manera menos formal -afirmó, como si otorgara una alta
merced, antes de cruzar la puerta.
Caradhar
quedó confuso durante unos instantes. Lo sacó de su perplejidad un
apagado ruido a sus espaldas: Sül, conteniendo la risa.
-Has
tenido el honor de conocer a nuestro Maede -se burló, en voz baja-.
Veo que te ha dejado mudo, y eso que formáis un dúo encantador. Te
envidio bastante: yo también quisiera tener un hermanito tan
adorable.
Caradhar
juzgó que no era el momento ni el lugar para sacarle de su error, y
se limitó a suspirar.
-No
esperaba tener que pasar la noche con él. Mis planes eran muy
diferentes.
-¡Je!
¿Tu plan de la mesa de trabajo? Mala suerte, otra vez será...
-O
podría hacerlo de todas formas; al fin y al cabo, ya nos ha visto
besándonos, y no pienso esconderme...
-¿Y
que la Dama Corail me cuelgue por las pelotas? Nooo, gracias -empujó
al dotado hasta la habitación del Maede-. Buenas noches, nodriza.
Caradhar
entró allí con visible incomodidad. El pequeño ya estaba en su
cama, junto a su dama de compañía; ambos levantaron la vista hacia
él. La elfa sonrió, inclinó la cabeza ante su joven señor y
abandonó el lugar. En cuanto al dotado, se descalzó y se tendió en
su cama. El chiquillo lo miró con curiosidad.
-¿No
te desvistes para dormir?
-...
Tal vez en otra ocasión, cuando consiga ropas de alcoba adecuadas.
-¿Quieres
decir que no tienes?
-No
las he traído conmigo.
-¿Pensabas
dormir vestido?
-...
Algo así -Caradhar podía imaginarse perfectamente a Sül,
muriéndose de risa al escucharlo.
El
joven Maede permaneció en silencio unos instantes; luego volvió a
la carga.
-No
te has presentado. ¿Cómo te llamas?
-Caradhar,
su Excelencia.
-Caradhar...
Yo me llamo Navhares. Aunque ahora no tienes por qué llamarme "su
Excelencia", estamos solos: puedes referirte a mí como "Señor"
-concedió, con tono magnánimo-. Muéstrame tu Don.
El
Maede rebuscó bajo el lecho y sacó un estilete; ya se disponía a
perforar con él su dedo índice cuando la mano del dotado, rápida
como el rayo, sujetó la pequeña muñeca que sostenía el arma.
-Se
supone que no debéis jugar con armas, su Exce... que no debe jugar
con armas, mi
Señor
-se corrigió Caradhar.
-¿Y
cómo me mostrarás tu Don, si no tengo una herida que puedas
curarme?
-Para
eso sólo es necesario un corte, no dos -el elfo tomó el arma de los
pequeños dedos y la aplicó a lo largo de la palma de su mano; la
herida se cerró al instante. El joven Navhares deslizó el dedo
sobre el trazo de sangre que quedó y vio que la piel de debajo
estaba intacta; se quedó mirando su dedo manchado y luego se lo
llevó a los labios. Caradhar lo miró, con el ceño fruncido.
-¿Por
qué hace eso?
-Es
agradable. Hace cosquillas en la lengua. Si el corte hubiera sido en
mi propia mano, la habría lamido. Me gusta comprobar que la sangre
funciona con mis propios ojos; me hace sentir seguro -había tal
seriedad en sus palabras que el elfo mayor no pudo sino admirarse-.
Pero en una cosa eres diferente de los demás, Caradhar: eres rápido.
Los otros no me detuvieron a tiempo. Bueno, durmamos. Buenas noches.
-Buenas
noches, mi Señor.
El
dotado permaneció despierto, los ojos fijos en el techo de la
alcoba. Cuando miró a su lado, observó que el chico se había
dormido, con la manita sobresaliendo del colchón y los pequeños
dedos enredados en sus largos cabellos rojos. Pensó que, como
compañero para pasar la noche, no era precisamente este el que tenía
en mente... Suspiró y trató de dormir.
Los
despertó la dama de compañía, quien asistió al Maede en la tarea
de vestirse y dijo a Caradhar:
-Deben
acompañar a su Excelencia al laboratorio. El asistente de nuestro
Gran Alquimista ya se encuentra allí, supervisando el lugar; su...
escolta ya está al corriente, señor, y os espera. Arréglese, por
favor; nos marcharemos enseguida.
Caradhar
se preguntó qué tenía que hacer un crío en el laboratorio del
castillo del Príncipe; se refrescó y siguió a los dos, junto con
los guardias, al ala de los laboratorios. Para su sorpresa, las
puertas del Gran Laboratorio se abrieron y el Gran Alquimista los
recibió en persona; en los años que había pasado allí no había
tenido muchas ocasiones de verlo. El humano, junto con el alquimista
elfo que había viajado con ellos, su Excelencia, el Maede, y su dama
de compañía se retiraron a una sala privada que cerraron
cuidadosamente. Desde fuera pudieron oír el sonido de los cerrojos.
-¿Qué
significa esto? -preguntó Caradhar a Sül, que se había reunido con
él.
-Debemos
esperar aquí a que nuestros respectivos alquimistas traten de un
asunto que se traen entre manos; parece que los humanos prometieron a
Casa Elore'il una determinada fórmula si lograban restablecer su
situación en Ummankor.
-¿Y
qué tiene eso que ver con el Maede?
-Obviamente
la fórmula tiene relación con él; pero sé lo mismo que tú. Esa
dama de sonrisa zorruna me dijo que debemos montar guardia, esperar y
ver. Estoy casi convencido de que es Darshi'nai.
-¿La
dama de compañía? ¿Cómo lo sabes?
-Me
lo dicen las tripas; la manera en que mira a su alrededor, cómo
camina y está atenta al menor sonido... No pasas tantos años
dedicándote a esto sin que desarrolles un sexto sentido. En fin...
Mejor que nos pongamos cómodos, porque la cosa puede ir para largo.
Se
alargó incluso más de lo que esperaban: después de tres días de
comidas frías servidas en bandejas y descansos poco reparadores en
sillas frente a las puertas, estas se abrieron, finalmente. El Gran
Alquimista humano, Maese Torbinnus, las cruzó y las cerró de nuevo
tras de sí. Estaba más pálido y ojeroso que de costumbre, lo cual
no era decir poco.
-Su
Excelencia necesita reponerse -comunicó a los elfos presentes en la
sala-. Será conducido en breve a sus aposentos; ya no tienen que
esperar aquí.
Con
esta cortés invitación para que se marcharan, Maese Torbinnus se
retiró él mismo a descansar. Caradhar y Sül se miraron; aguardaron
durante algún tiempo, y después caminaron de vuelta hasta el
alojamiento del embajador. Estaban agotados pero por nada del mundo
habrían dejado que los venciera el sueño, pues deseaban comprobar
cuál era el propósito de todo aquello.
Finalmente
se oyeron pasos y voces quedas en la habitación del Maede. Caradhar
golpeó en la puerta con suavidad; al no recibir contestación, se
decidió a entrar, seguido por Sül.
Lo
que vieron los dejó perplejos: porque el asistente del Gran
Alquimista de Elore'il y la dama de compañía estaban allí; pero
sobre la cama donde el pequeño Maede había pasado la noche se
encontraba un elfo joven, casi de la misma edad que Caradhar. Tenía
su rostro una palidez cadavérica, y la frente cubierta de sudor; los
largos cabellos rojos que le llegaban más abajo de la cintura,
húmedos de transpiración, estaban siendo cuidadosamente recogidos
por la elfa. Parecía, sin lugar a dudas, una versión juvenil del
niño que había cruzado las puertas del laboratorio tres días
antes. Sül tembló: el parecido con Caradhar era bastante notable...
El
joven abrió entonces sus ojos oscuros, de color corinto. Habló, y
su voz era débil, pero definitivamente adulta:
-Caradhar...
qué lastima que no sea una herida... Me sentiría mucho mejor si
sólo fuera eso, porque tú la sanarías... Quisiera dormir; tienes
que venir a velar mi sueño, no lo olvides...
El
joven elfo volvió a cerrar los ojos, dormido, o bien inconsciente.
Caradhar, el ceño fruncido, y Sül, casi tan pálido como el
muchacho postrado en la cama, no acababan de aceptar lo que veían
sus ojos. El dotado era alquimista: tenía una idea bastante
aproximada del fenómeno que podía haber ocurrido; incluso Sül, que
no estaba tan familiarizado con las artes del laboratorio, intuía la
verdad. Una explicación se formaba en su mente, pero se negaba a
aceptarla porque era demasiado atroz para ser cierta. Mientras
Caradhar se acercaba e interrogaba al alquimista, el Sombra,
sintiéndose enfermo, huyó de la alcoba.
No
fue hasta mucho más tarde que Caradhar localizó a una solitaria
figura de negro, sentada en lo alto de un muro, que parecía
contemplar las estrellas. No le resultó fácil, pero trepó junto a
él y se sentó a su lado, en silencio. Las noches eran frías aún,
y él no llevaba la casaca ni la capa, así que se estremeció.
-Intento
entender... -comenzó Sül, tras un largo rato- Intento entender qué
justificación puede tener una madre para hacerle eso a su hijo, pero
no puedo. Acepto que la mía me dejara tirado en la cuneta; siempre
me ha gustado pensar que tendría sus razones. Estoy dispuesto a
aceptar muchas cosas... Pero, esto... -al ver que Caradhar permanecía
callado, se enfureció- Y tú, ¿no dices nada? ¿No te parece
monstruoso, a tu propio hermano...?
Caradhar
oyó, en su cabeza, la voz de Corail, poco antes de su partida de
Argailias: "Neharall ha muerto; sólo tú y yo conocemos el
secreto. No debe saberlo nadie." Sintió un extraño
estremecimiento recorriendo su cuerpo. "Solos tú y yo. Nadie."
Apretó los labios. "Nadie..."
-No
es mi hermano -se oyó decir el dotado. Curiosamente, se sintió un
poco mejor.
-¿...Qué?
El
pelirrojo dejó salir el aire de sus pulmones. Habló, en voz muy
queda, evitando girar la cabeza hacia su compañero; no quería
mirarlo a los ojos.
-Corail
no fue capaz de concebir con Lord Killien; nunca pudo, tras tenerme a
mí. ¿Recuerdas la sirvienta muda que solía acompañarla, hace
años?
-Sí
-Sül tragó saliva-. Desapareció, después de que tú...
-Corail
representó una farsa. Se apropió del bebé de la muchacha, que
estaba encinta, y lo hizo pasar por hijo suyo. Tu... tu maestro la
ayudó; era el único que lo sabía.
Un
silencio atronador se alzó entre ambos jóvenes; al final, Sül
preguntó, con voz ronca, temiendo oír la respuesta:
-Si
no es su hijo... ¿cómo... cómo es que tiene ese aire a ti?
-...
Porque soy su padre.
Sül
sintió una oleada de vértigo; se tambaleó, y hubiera caído de su
precario asiento si su compañero no lo hubiera agarrado por el
brazo. Aun así, el Sombra se sacudió con ira de la mano que lo
sujetaba; se volvió hacia Caradhar y siseó, con tono venenoso:
-¡Todo
esto es genial, sencillamente, genial! ¿Algún secretillo más del
que debería enterarme, Caradhar? ¿Tal vez fue tu madre la que me
abandonó al nacer?¿Resulta que todo este tiempo me he estado
follando a
mi
propio
hermano,
o algo así? -el dotado no respondió a la burla- ¿Cómo demonios
has podido prestarte a esta mierda...?
-No
lo sabía; ni que la chica estaba embarazada, ni lo que Corail
planeaba hacer con el crío -habló mirando al frente, con una voz
carente de emoción-. Pensé que podía huir de todo esto cuando vine
a Therendanar. ¿Lo recuerdas? Fuiste tú quien me dijo que no había
escapatoria.
Sül
apretó las mandíbulas. Le habría resultado difícil asumir que
Caradhar había participado voluntariamente en las maquinaciones de
la Maeda; pero le resultaba aún más monstruoso que las aceptara con
esa pasividad, como si no le importara nada... Tomó al dotado por el
cuello y lo obligó a volverse hacia él.
-Caradhar...
en estos años... ¿nunca has querido gritar? ¿Destrozar algo, o
golpear a alguien? ¿Nunca has sentido la necesidad de llorar?
El
joven lo miró finalmente, aunque sin la reacción que el Sombra
esperaba. No parecía entender el porqué de sus preguntas.
-¿Llorar?
Puede que en alguna ocasión las primeras veces, cuando era niño y
Darial me hacía daño. Después me acostumbré.
El
espía cerró los ojos.
-Siempre
me he preguntado, ¿sabes?, por qué no me hablabas nunca de las
cosas que sentías. Hasta el cabrón de mi neidokesh lo hacía alguna
vez cuando se emborrachaba. Claro que tú ni siquiera puedes coger
una curda... Ahora empiezo a sospechar que, demonios, es que no
tienes nada de lo que hablar en absoluto.
"He
cruzado la línea. Moriría por ti, sin dudarlo. Pero tengo que saber
que no estás hecho de piedra por dentro. Perdóname por ser un
nenaza, pero necesito que me necesites.
Necesito saber que te importaría algo si no volvieras a verme.
Tienes que decírmelo, Caradhar; si no soy más que un animal
amaestrado, un polvo convenientemente a mano cuando te vienen las
ganas, u otra rareza con la que compartes cierta afinidad porque los
dos hemos tenido una mierda de vida... si no te importa ocultarme
cosas como un hijo... entonces haré uso de la libertad que me
ofreciste: me marcharé, y me obligaré a no volver a verte. Me he
vuelto avaricioso, lo sé: tengo más de lo que tuve nunca, pero aún
quiero más.
Ante
el silencio de su compañero, Sül se incorporó. Sentía un horrible
nudo en el estómago.
-Está
claro que Neharall tenía razón -continuó-. No tengo los redaños
para ser Darshi'nai. Parece ser que no me he endurecido lo suficiente
para alcanzar el nivel de tu familia...
Caradhar
sujetó al elfo por el tobillo.
-Me
sentía avergonzado -dijo, con reluctancia-. Me avergonzaba la idea
de mirar al Maede y tener presente que yo era su padre; me
avergonzaba que lo averiguaras y me despreciaras. ¿Dejarías que te
poseyera alguien a quien han utilizado de todas las formas
posibles... incluyendo esa? Porque hay veces que me pregunto, después
de las cosas que me has visto hacer, cómo puedes soportar que te
toque.
Las
cejas de Sül se fruncieron en una mueca de amargura. Hincó una
rodilla en tierra y presionó su frente contra la del dotado.
-Eres
el único -prosiguió el más joven- con el que he deseado dormir
abrazado toda la noche, cada noche; eres el único a quien le he
permitido que me tome por mi propia voluntad. No quiero que te
marches. No sé qué palabras debo usar, pero no quiero que te
marches.
El
Sombra libró una dura batalla interna; no eran aquellas las palabras
que realmente deseaba oír, aunque algo le decía que jamás había
revelado tanto Caradhar de sí mismo. Tal vez pedía demasiado a
alguien que nunca podría darle lo que quería: todo, sin reservas.
Dejó escapar un suspiro, y se rindió.
-Qué
diablos... supongo que tendrá que bastar con eso...
Abrazando
al pelirrojo, lo besó. Fue correspondido de manera apasionada,
hambrienta, rozando la furia. Llegado a un punto, el dotado introdujo
la mano bajo la cintura del Sombra y la presionó contra su miembro.
-¿Estás
loco? -protestó Sül, arreglándoselas para liberar sus labios lo
suficiente como para proferir algunas palabras- ¿Aquí? ¿Quieres
que nos... ah... abramos la cabeza? ¡De acuerdo! Pero... ugh..
busquemos otro sitio...
A
duras penas consiguió guiar a su pareja a un rincón apartado y
oscuro. Allí Caradhar lo desnudó lo justo para penetrarlo de manera
ansiosa, sin hacer concesiones a la gentileza; Sül, resistiendo los
embates contra la pared, se mordió la mano para no gemir en voz
alta. Su amante se detuvo un instante, le hizo volver la cabeza y su
boca hizo el papel de mordaza; cuando reanudó sus acometidas lo hizo
de manera más suave, aunque no menos intensa. Sus manos resbalaron,
de las caderas que sujetaban, al bajo vientre de Sül, y se demoraron
allí hábil y placenteramente...
Los
labios de Caradhar bebieron el sonido amortiguado del grito de Sül,
al culminar; no tardaron mucho en brindarle el suyo propio.
Mientras
su compañero aún estaba dentro de él, el Sombra comprendió una
cosa: que en el limitado mundo del joven le habían sido negados casi
todos los placeres; jamás había saboreado la comida o la bebida, ni
se había embriagado con el vino; nunca habría de aspirar el olor de
un día de lluvia, el perfume de una dama o el cálido aroma que
emanaba del cuerpo de un amante. El sexo era la única fuente de goce
que había conocido, el único deleite al que aferrarse en una
existencia de indiferencia o dolor; el único modo que tenía de
expresar sus sentimientos, su deseo, su frustración y, a veces, su
rabia.
Sintió
cómo el dotado lo abrazaba por la espalda con todo su cuerpo, como
si quisiera fundirse con él. Tal vez aquella era su forma, la única
que conocía, de decirle que lo amaba.
Más
tarde, volviendo a sus aposentos, Sül tuvo una inspiración, y
preguntó a Caradhar algo que deseaba saber desde hacía días:
-Cuando
tu... cuando Neharall cayó, te acercaste y le susurraste algo al
oído, y él sonrió; ahora me gustaría saber qué era...
-Le
dije -respondió el joven- que su sangre no sería Darshi'nai, pero
ya era Maede.
-Sí...
-el Sombra sonrió- Acaba de venirme a la cabeza, y veo que no iba
desencaminado. De alguna manera, hace que me sienta mejor.
Se
detuvo, tiró de Caradhar y lo besó, diciendo únicamente:
-Gracias.
En
cuanto el Maede recuperó las fuerzas hicieron el camino de vuelta a
Argailias. En Casa Elore'il, el transformando Lord Navhares sumió a
su séquito en un franco estado de asombro: tal era el poder de la
ciencia de los alquimistas humanos, quienes, atrapados en cuerpos
cuya esperanza de vida era escasa e incierta, no tenían otro anhelo
sino doblegar el flujo del tiempo.
Dama
Corail recibió a su supuesto hijo con igual admiración y con toda
la devoción de una entregada madre. A su cargo quedaba, ahora, la
tarea de hacer que el apuesto exterior del joven casara con la escasa
experiencia de un niño elfo de unos nueve años, excepcionalmente
inteligente y maduro... pero un niño, en fin.
En
cuanto a Caradhar, aquella misma noche abordó a su madre cuando se
disponía a abandonar los aposentos de su heredero. Sin miramientos,
la tomó por la muñeca y la condujo aparte.
Recordó
la última ocasión en la que ambos habían estado solos, el día que
habían acordado disponer de Neharall. Sin previo aviso, abofeteó a
la elfa con tanta fuerza que la arrojó al suelo. Ella se cubrió la
mejilla lastimada pero no se atrevió a replicar, muda de asombro:
era la primera vez que su hijo le ponía una mano encima.
Encontrándose, además, bajo los efectos de la poción que otorgaba
la voz de mando, recibió la confirmación última de lo que Caradhar
era capaz.
El
joven se arrodilló junto a ella y la tomo por el mentón, con
fuerza; su expresión era glacial, pero la dama creyó ver una
ligerísima chispa de cólera, un pequeño fuego ardiendo en lo
profundo de sus ojos rojos. Presionando su boca sobre la de ella, la
besó con la misma violencia que Corail le había dispensado en aquel
encuentro, sin encontrar resistencia.
-Corail
-dijo él, con voz fría y comedida, hablando tan cerca de su rostro
que sus labios se rozaban-: si alguna vez vuelves a disponer de mí o
de quienes me conciernen sin mi conocimiento, lo lamentarás.
La
acarició una vez más con un último beso, desconcertantemente
suave; se levantó y abandonó el lugar en silencio.
La
Maeda aún permaneció en el suelo unos instantes. Estremecida, se
llevó la mano a los labios.
Cuando
los días comenzaron a ser largos y soleados se anunció el
compromiso de la única hija del Principe de Argailias con Lord
Navhares, Maede de Casa Elore'il.
FIN
DE LA SEGUNDA PARTE
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