CUARTA
PARTE
XXV:
Muerte
Dervharn.
La ciudad del Bosque de la Antigua Raza. Más que una ciudad, un
hombre que los elfos Silvanos del clan que la habitaba otorgaban a la
extensión de enormes y frondosos árboles entre los que habían
establecido sus hogares.
Dervharn
era una ciudad de tejedores.
Y como tal, tenía la estructura y el encanto de un gran telar:
docenas y docenas de construcciones, plataformas y cúpulas de fina y
resistente madera dispuestas alrededor de los árboles, en sus copas,
a sus pies... con kilómetros de pasarelas grandes y elegantes, o
bien ligeras y disimuladas entre las ramas que las conectaban entre
sí, cruzándose como trama y urdimbre. Las construcciones eran de
todo tipo, artísticas y elaboradas, sencillas y funcionales, pero
tan similares en tamaño y disposición que era imposible determinar
el rango y condición de sus ocupantes, si es que acaso prestaban
atención a esas cosas. Imitaban las formas de los árboles en torno
a los cuales habían sido levantadas, y a veces con tal maestría que
parecían un capricho que la diosa del bosque misma había hecho
crecer.
En
el centro del telar
había
un pequeño claro que hacía las veces de lugar de reunión y en el
que una poza artificial, construida con piedras grises cubiertas de
musgo, estaba siempre llena de agua cristalina del río. Por las
noches se reflejaba la luna en ella, y los elfos hacían un alto en
el camino para dedicar una oración a la diosa.
Por
el sur, este y oeste, los lados del telar
se
fundían con la vegetación; pero por el norte, una cadena montañosa
hacía las veces de frontera natural. Muchos elfos solían caminar
furtivamente hasta las faldas de las montañas por senderos que sólo
los miembros del clan conocían.
Dervharn
era hermosa, como hermoso es un bosque, y tan sutilmente integrada en
él que se había hecho una con la naturaleza. ¿Cómo se podía
llamar ciudad a algo así? Los Silvanos no lo hacían: era Dervharn
sin más, y ellos no eran ciudadanos, sino simples criaturas que
habitaban la espesa arboleda. A menudo era difícil distinguirlos
cuando se movían con gracilidad sobre las pasarelas con sus ropas
verdes, o se ocultaban a hacer guardia entre las ramas y en las
plataformas de observación; otras veces destacaban como raras aves
exóticas con atuendos de vivos colores, especialmente los días de
fiesta.
No
se celebraba ningún evento en aquellos días, así que el único
elfo a la vista era Caradhar. Estaba sentando frente a la alta y
estilizada ventana que se abría junto a la puerta de una de aquellas
moradas, construida alrededor de la base de un enorme árbol de hojas
verdes y plateadas. De forma circular, y con dos plantas, era la casa
más extraña que el joven había visto jamás. La pieza en la que se
encontraba hacía las veces de salón, y la habitación contigua
parecía ser una cocina, impoluta por la falta de uso. También había
un cuartito con una gran tina de madera, aunque el dotado no estaba
seguro sobre si se trataba de la bañera o un recipiente para lavar
ropa. En la planta superior había un dormitorio de muebles de
madera bellamente labrados, estantes con libros y pergaminos y un
escritorio. Todo era extraño para él, y hermoso, aunque bastante
sencillo comparado con la ostentosa Argailias. No le importaba mucho:
a pesar de que había una mesa y sillas, el dotado había elegido
sentarse en el suelo, sobre un cojín. Habían dispuesto para él una
fuente enorme con frutas y semillas y una jarra de agua, pero ni
siquiera estaba hambriento.
Habían
tardado tres días en cabalgar hasta allí. Era sorprendente pensar
que a sólo tres días de la mayor ciudad élfica se encontraba un
lugar que los suyos desconocían, y así había sido durante cientos
de años... Nadie se aventuraba en el laberinto que era el bosque de
la Antigua Raza, y si alguien osaba hacerlo era incapaz de encontrar
sus caminos ocultos; debía volver a salir, desconcertado, o no
hacerlo jamás. El clan de Dervharn ponía buen cuidado en ello, y su
mejor aliado era el bosque mismo. Caradhar habría sido incapaz de
desandar la senda que los había conducido hasta allí, y se había
quedado impresionado cuando habían desmontado y las primeras
construcciones habían aparecido ante sus ojos. Pero estaba cansado y
taciturno, y nada satisfecho ante la idea de tener que hablar con
nadie en aquel momento.
Y
curiosamente Ulmeh lo había conducido a aquella casa y lo había
dejado solo. En paz. El dotado no había esperado aquel recibimiento,
pero estaba agradecido.
Era
tan extraño... Recordaba que al salir de Argailias se había sentido
extraordinariamente furioso y defraudado. No podía creer que Sül se
hubiera encargado de que mataran a alguien que le había salvado la
vida...¿tan enfermizo era su afán de poseerlo? Incluso aquella
noche, en su refugio de la Zanja, cuando lo había tomado de una
forma que no era muy distinta a como lo había hecho Darial, había
sido capaz de aceptarlo; pero aquello...
Y
no obstante, al salir de la ciudad se había calmado visiblemente. Y
los días que habían pasado en el camino habían servido para
enfriar sus ánimos por completo. Ya no estaba enfadado, pero seguía
decepcionado, como no lo había estado nunca desde que conociera al
Sombra. Deseaba estar solo, igual que aquellos años en los que se
había recluido en Therendanar. Dudaba que las cosas fueran tan
sencillas como lo habían sido entonces, pero el comienzo era
prometedor.
Un
suave crujido llamó su atención. Las cabecitas de dos niños elfos
asomaron tímidamente por la ventana, un chiquillo alto y delgado y
una niña algo más pequeña. Ambos lo miraron con curiosidad, sobre
todo la pequeña, cuyos labios rosados se abrieron en una mueca de
admiración; pero al cabo de unos instantes, la admiración se trocó
en sorpresa. La niña elfa murmuró unas palabras a su compañero, en
una lengua que el dotado no comprendía, y ambos desaparecieron de la
vista.
No
fueron los únicos. Más niños espiaron por la ventana, ya fuera
apoyándose descaradamente sobre el alféizar o desde una distancia
prudencial. Caradhar comenzaba a sentirse contrariado, aunque también
asombrado, por el número de niños que parecían vivir allí: en
Argailias no solían verse tantos. Y todos lo miraban con curiosidad,
bastantes con admiración, y al final, con un cierto temor. Aquellas
palabras que la primera niña elfa había pronunciado tuvo ocasión
de oírlas más veces. Cuando se cansó de ser el espectáculo del
día, se levantó y cerró las contraventanas. Volvió a su posición
sobre el cojín, aunque esta vez se tendió sobre su espalda y se
quedó dormido.
Lo
despertó el sonido de unos golpes en la puerta. El dotado se
incorporó, aún ligeramente somnoliento, y vio cómo esta se abría
y dejaba pasar la luz de la mañana. Había dormido parte de la tarde
anterior y toda la noche. Tras la luz entró un elfo: Vira...
Pero
no, no era Vira. No era tan alto, y decididamente era de complexión
más ligera. Vestía una sencilla túnica gris, y era difícil
imaginarse al descarado elfo que había conocido en Argailias
llevando algo tan discreto. Pero su rostro, su largo cabello, que
llevaba suelto sobre la espalda, sus ojos... eran tan parecidos que
era demasiado fácil confundirlos. Aunque la expresión de aquel
semblante era muy diferente, calmada y tranquilizadora, y su sonrisa
era suave.
De
la misma manera que el dotado estudió al recién llegado, este lo
estudió a él, aunque a diferencia de los niños, la apariencia de
su rostro no dejó de ser serena y complacida. Llevaba una gran cesta
que dejó en el suelo; recordando sus modales, el Silvano inclinó la
cabeza.
-No
puedes imaginar cuánto me alegra conocerte al fin -dijo en la lengua
de Argailias, con un acento bastante más marcado que el de los otros
elfos-. Por tu rostro veo que te recuerdo a alguien: soy Lioges, y
Vira es mi hermano más joven. Estoy a tu servicio, y te ofrezco mis
disculpas por cualquier inconveniencia que mi hermano haya podido
decir o hacer. Y no dudo que lo habrá hecho... -la sonrisa se volvió
más amplia- He decidido dejarte descansar, pero a estas horas debes
estar hambriento. Si me acompañas, te serviré el desayuno.
Recogiendo
la cesta, el elfo se encaminó a la cocina. Caradhar lo siguió,
confuso, aunque ciertamente tenía el estómago vacío. El Silvano
llamado Lioges le señaló una silla y se ocupó en preparar los
alimentos que había traído en la cesta: leche, pan, miel, frutas y
un pastel de aspecto inmejorable. Él mismo se había preocupado de
que así fuera, ya que sabía que sería la apariencia, y no el
sabor, lo que incitaría al dotado a comerlo... Se sentó frente a él
y compartió la comida de buena gana, sin que el silencio pareciera
incomodarlo; de hecho, parecía satisfecho con observar a su
pelirrojo compañero y no esquivaba la mirada intensa de sus ojos
rojos.
-Supongo
que ahora tendrás preguntas -dijo, una vez que ambos se quedaron
satisfechos-. Aunque yo tengo una: ¿siempre duermes en el suelo? Mi
cama no es digna de un príncipe, pero es bastante más cómoda.
-¿Tu
cama?
-Esta
es mi casa... a ratos. La mayor parte del tiempo me alojo en los
dormitorios de la biblioteca. Pensamos que querrías algo de
privacidad, y como voy a ser tu guía en estos días, me pareció
adecuado ofrecértela hasta que decidas si deseas un sitio mejor para
vivir. Lo lamento si el lugar es demasiado simple: vengo poco, y no
necesito mucho. No tengo muchos libros en tu lengua, pero están a tu
disposición, y yo puedo ayudarte con el resto.
-Yo
tampoco necesito más, gracias... -Caradhar siguió mirándolo- Así
que eres hermano de Vira... Sois muy parecidos, pero al mismo
tiempo...
-...
No nos parecemos en nada: lo sé. Hemos tomado caminos bastante
diferentes. Salvo en una cosa: yo también he seguido con atención
sus progresos durante estos años, aunque no haya podido hacerlo en
Argailias puesto que mis deberes me retenían aquí. Doy gracias a
los dioses porque te han encontrado; y el agradecimiento es mucho
mayor por tenerte entre nosotros... Aunque más lejano, también eres
pariente mío, y los lazos de sangre son muy importantes en nuestra
cultura; no pretendo que eso pese en la opinión que te formes de mí,
de Dervharn: prefiero que hablen nuestras acciones, y que lleguemos a
inspirarte confianza.
-¿Eres
un... cómo lo llamáis... tejedor?
-Sí.
-¿También
eres telépata?
-Apenas:
soy un empático, igual que Vira, aunque él descuidó el desarrollo
de esos talentos y se centró en los de combate. Pero mi
especialidad, que me retiene aquí, es otra: soy un sanador. Como lo
era... tu abuela -sonrió-. Como lo eres tú.
-¿Y
cuál es la diferencia de utilizar la magia para la curación?
-Que
yo no tengo que derramar mi sangre; pero tengo que estar consciente
para usarla, así que tu Don tiene sus propias ventajas.
Antes
de que Lioges pudiera reaccionar, el dotado echó mano de un cuchillo
y se hirió la mano izquierda. El corte se cerró automáticamente, y
Caradhar pareció contrariado: nunca era tan rápido... Volvió a
repetir la operación, pero concentrándose intensamente esta vez
para que la herida no se curara, y le tendió el brazo a su
compañero, con curiosidad. El Silvano lo miró con seriedad, pero
extendió su propia mano y, sin tocar la del joven, la colocó sobre
la herida. Caradhar sintió un suave cosquilleo y contempló cómo el
corte se cerraba al instante... El sanador tomó la mano esta vez,
agarró un paño limpio y lo pasó por la piel totalmente restaurada.
El dotado lo miró, sus labios entreabiertos delatando su sorpresa
ante una habilidad que nunca había visto antes: ni siquiera había
tenido que tocarlo para...
-Preferiría
que no hicieras eso... No me gusta que te hieras sin necesidad.
-Lo
he hecho cientos de veces, no es importante. Sólo quería ver...
-Sí
lo es. Ya has sufrido suficiente dolor en tu vida. Te prometo que te
enseñaré en profundidad cómo funciona mi talento a la primera
oportunidad que tenga, pero no así -su tono se volvió más alegre
cuando anunció:- ¿Qué tal un paseo? No tienes que conocer a nadie
aún, si no lo deseas. Tan sólo te mostraré el lugar, y creo que te
gustará. Pero antes, puedes tomar un baño y cambiarte de ropas; yo
esperaré arriba.
Así
pues, la tina era para su propio aseo... Caradhar se dio su primer
baño decente en varios días, vistió aquellas ropas finas de color
verde claro y se reunió con su guía.
Fue
entonces cuando comenzó a familiarizarse con Dervharn, con sus
extrañas casas de madera, con sus interminables pasarelas. La luz se
filtraba a través de las copas de los árboles y el efecto de la
claridad y las sombras era muy hermoso, casi irreal. Los elfos se
mostraban discretos y respetuosos, aunque eran inevitables las
miradas curiosas al extranjero de sangre mezclada y de cabellos como
el fuego... Y de nuevo los niños, docenas de ellos. El dotado se
sintió de nuevo estudiado por numerosos y pequeños ojos.
-Lioges,
¿qué significa... -el joven trató de hacer memoria- ... "carhovall
nasharah, iexu desharah"?
-¿Dónde
has oído eso? -el Silvano lo miró con el ceño ligeramente
fruncido.
-Los
niños lo repetían. Supongo que es algo sobre mí.
-Es
una tontería sin importancia, cosas de críos. Ven, te enseñaré la
biblioteca. Aquí podrás consultar todo lo que quieras sobre nuestra
historia y sobre el Telar, y los bibliotecarios también hablan la
lengua de Argailias.
El
edificio de la biblioteca era en verdad impresionante: el único, de
hecho, que destacaba sobre todos los demás, porque era una
gigantesca espiral que rodeaba a un árbol inmenso, varias veces
centenario. Las plantas bajas eran sencillos alojamientos, como había
afirmado Lioges, pero a medida que subían más y más, se sucedían
los niveles con cientos de tomos y rollos que se apilaban
ordenadamente en los estantes de madera labrada. Y todos ellos
contenían un saber que hacía demasiado tiempo que se había perdido
en su ciudad.
Una
elfa se acercó a Lioges y susurró algo; el Silvano se disculpó,
pues debía atender una pierna rota. Caradhar lo siguió, deseoso de
ver más de aquella magia en acción, y tuvo ocasión de contemplar
cómo se alineaban los huesos y se curaban las heridas de un niño de
pocos años... Era sorprendente.
Mientras
el sanador consolaba al pequeño, el dotado se percató de que uno de
los bibliotecarios lo miraba con una mezcla de curiosidad y respeto.
Inclinó la cabeza a modo de saludo y el elfo lo imitó, tras varios
segundos en los que no supo reaccionar ante la repentina atención
que había suscitado en aquel extraño de la ciudad.
-¿Habla
mi idioma? -el elfo asintió- ¿Podría traducir algo para mí?
El
joven repitió lo que había oído. El bibliotecario parecía
demasiado confuso para hablar, pero al final se las arregló para
decir, tragando saliva:
-"Fuego
por fuera, hielo por dentro".
Como
Lioges estaba volviendo en aquel momento, pudo oír la última frase
y recibir la mirada vacía del pelirrojo. Compuso una sonrisa
despreocupada, pero mientras se alejaban él mismo lanzó al
bibliotecario una mirada que nada tenía de amable.
Aquella
noche había luna llena. Lioges guió al dotado a la poza del claro y
le mostró el blanco y redondo reflejo en la superficie del agua;
daba la impresión de que un espejo había capturado una copia exacta
del cuerpo celeste y la había encerrado en su fría e inalcanzable
profundidad. El sanador musitó una oración a la diosa; Caradhar
nunca había sido devoto, así que se contentó con mirar la
inspiradora imagen. Aquella luz en medio de la oscuridad le evocó un
día especial, un día que parecía tan lejano... Él, en lo alto de
una torre, ante la cúpula encendida del Palacio de las Cuarenta y
Nueve Lunas... oscuridad... agua, aunque aquel día había sido la
lluvia... Inconscientemente alargó la mano y sumergió la punta de
los dedos, como si tratara realmente de tocar el círculo brillante.
La sedosa superficie tembló...
Lioges
miró de reojo a su compañero, que, con los labios separados,
parecía abstraído en contemplar el reflejo argentino. Se preguntó
qué estaría pensando entonces; sabía que era algo agradable,
porque en la mente del joven se había aposentado un sentimiento
placentero que antes no estaba ahí... un sentimiento que encendía
sus bellas facciones de una manera tal que no necesitaba ser empático
para percibirlo. Pero tal como vino, se fue: la mirada roja se volvió
de nuevo tan fría como aquel agua, y el dotado juntó los labios de
golpe mientras se secaba los dedos mojados en la ropa. Afirmó que
estaba cansado y Lioges lo acompañó de vuelta a su casa.
"...
Pero nadie supo explicar por qué la alquimia fue como un veneno
capaz de matar a la magia. Tal vez, dijeron algunos sabios, porque la
magia es un regalo de los dioses; y los dioses miran con excesivo
celo los regalos que graciosamente entregan..."
Caradhar
dejó de leer y reclinó la cabeza sobre el marco de la ventana ante
la que estaba sentado. Había subido hasta uno de los pisos
superiores de la biblioteca, y la vista era increíble: una mar verde
de copas de árboles se extendía ante sus ojos. El verano había
llegado y la luz allí arriba era tan brillante que de las ventanas
colgaban finas cortinas para atenuarla.
Con
la ayuda de Lioges, uno de los bibliotecarios y un tratado sobre la
lengua de Argailias y la de los Silvanos, el dotado había comenzado
a leer algunos libros. Era casi como una de esas leyendas que había
oído de niño en el laboratorio de Casa Llia'res: el origen de los
tejedores, el de los alquimistas, la Gran Blasfemia... Nunca habría
creído lo que decían aquellos libros, de no ser porque lo había
visto con sus propios ojos. Los tejedores no usaban sus talentos sin
necesidad, pero Lioges se había ocupado de que el joven pelirrojo
asistiera a los entrenamientos de los más jóvenes y observara,
maravillado, las habilidades de telépatas, ilusionistas, sanadores,
telequinéticos... La magia de combate no estaba tan extendida como
todas las demás, y era practicada más en secreto, así que Caradhar
no tuvo muchas ocasiones de verla en acción. Curiosamente no
encontró a nadie que la practicara como Vira. Lioges comentó que su
hermano era único en varios aspectos y después suspiró, sin que el
dotado se decidiera a preguntar a qué se refería.
Conoció
a Padre, el elfo que había estado a cargo de todo lo relacionado con
la búsqueda de Neharall en Argailias. Era un pariente cercano de su
abuela que se había ganado su apelativo por la posición de figura
protectora que ocupaba en el clan, y estaba henchido de satisfacción
por la vuelta del dotado, como él decía, a sus raíces. El hecho de
que Dainhaya no hubiera regresado también parecía haber velado
ligeramente su alegría: consideraba responsabilidad suya aplacar la
irritación del prometido de la joven, que llevaba varios años
aguardándola... De Vira, no obstante, no parecía decir ni una
palabra.
Solía
acudir a menudo a conferenciar con Lioges, y aunque lo hacían en su
propia lengua, el pelirrojo sabía que el tema principal de
conversación era él mismo. Padre parecía estar impaciente, y
Lioges respondía con más impaciencia aún, cosa rara en él, porque
el dotado nunca había conocido a un elfo más comedido que él.
El
sanador se había convertido en su mentor, aparte de su guía, de una
manera sutil y modesta. Apenas revelaba detalles sobre sí mismo,
aunque obviamente era un pilar de la comunidad. El joven sentía
cierta curiosidad, pero nunca parecía reunir la energía suficiente
para hacer preguntas.
Un
soplo de aire movió la cortina, que rozó ligeramente la mejilla de
Caradhar; aquello lo sacó de su ensimismamiento y lo hizo reanudar
la lectura. Desgraciadamente la fina tela continuó haciendo de las
suyas e interponiéndose entre él y las páginas. Era extraño...
fuera no se movía ni una hoja. El dotado decidió ignorar la ligera
molestia y concentrarse en lo que tenía entre manos, pero le fue
imposible cuando aquel tejido envolvió completamente su rostro...
Dejó caer el libro, y una risita llamó su atención mientras se
apartaba la cortina de la cara.
Una
elfa lo miraba, divertida, desde detrás del anaquel de libros que lo
ocultaba de la vista. Era menuda y hermosa, como Dainhaya, aunque no
sólo sus ojos, sino también su cabello, tenían aquella marca de
color corinto que parecía ser característica de su clan. También
parecía más joven, especialmente con aquellas ropas masculinas que
vestía, y decididamente, más risueña. Caradhar la miró con un
ligero fastidio.
-¿Eres
tú quien está haciendo esto?
-Sí,
para ver si sonreías... ¡pero he fallado miserablemente! -dijo
ella, con un mohín de frustración bien simulada- ¿Para qué te
vale una cara tan bonita si tiene la misma movilidad que la corteza
de un roble...?
-Para
nada, supongo... Ve a mirar cortezas de roble, pues. Al menos a ellas
no las molestarás -replicó él, tomando de nuevo el libro.
-¡Oh,
vamos...! -ella puso los brazos en jarras-. Si un elfo de por aquí
recibiera un cumplido de una chica, como mínimo estaría bendiciendo
su suerte de rodillas...
-¿Y
por qué no gastas tus cumplidos en ellos?
-Porque
ellos no son un dotado de fuera del bosque, por supuesto -dijo con
franqueza-. Me moría de ganas por verte de cerca... Te llamas
Caradhar, ¿sí? -él no respondió, pero eso no pareció amilanarla-
Yo soy Mirtuillë. ¿Qué estás leyendo?
La
joven se acercó y descaradamente levantó la cubierta del libro que
el dotado sostenía en sus manos, quien levantó las cejas con
expresión impaciente.
-¿"Del
Origen de la Alquimia?" Venerable diosa, ¿no encontraste un
libro más tedioso que ese? ¡Lo dudo mucho! -como el siguió sin
responder, ella resopló- Oh, vamos: ahora hacéis perfecto juego, tu
libro y tú. ¿Por qué no dejas eso y me cuentas cosas de Argailias?
Nunca he tenido la oportunidad de ir, aunque me habría encantado...
¿por favor?
El
libro se alzó de las manos del pelirrojo, se cerró y se posó
ruidosamente a su lado. Él siguió el movimiento y después lanzó
una fría mirada a la joven elfa. Pero ella continuó sonriendo, sin
azorarse, y se acercó aún más a él.
-¿Has
comenzado a tejer? Padre dice que...
-Mirtuillë...
Ambos
jóvenes se volvieron hacia Lioges, que contemplaba a la elfa con
reprobación. Ella resopló de nuevo.
-Lio,
molestas. Estaba conociendo a Caradhar mejor. Tarde o temprano haré
que se rinda y hable, aunque sólo sea por aburrimiento...
-Mirtuillë,
eres tú la que se está comportado impropiamente, hablando de cosas
que no...
-¿Eso
es lo que se espera ahora de mí? -interrumpió Caradhar- ¿Que sea
capaz de utilizar magia? Ya le dije a tus compañeros que yo no tengo
ningún talento...
-Sí
que lo tienes -afirmó ella con vehemencia-. Eres como una versión
descontrolada de Vira. Si quisieras...
-Mirtuillë,
ya basta -zanjó Lioges, esta vez muy serio-. Deja de comportarte
como una niña; además, acabo de ver a tu maestro abajo y me ha
dicho que lleva dos horas buscándote. Tu madre me encomendó que, si
te sorprendía saltándote las clases...
-Está
bien, está bien... Bah, ¿por qué no serás como tu hermano?
-refunfuñó ella- Él sí que sabe tratar a una chica, lo que no
deja de tener gracia, considerando que...
La
joven calló de golpe, ante la mirada del sanador. Se encogió de
hombros y se volvió hacia el dotado.
-Bueno,
continuaremos en otra ocasión... cuando mi Señor Aguafiestas no
esté por aquí y yo me canse de mirar cortezas de roble. Hasta la
próxima, Caradhar... Adiós, mi Señor Aguafiestas...
La
muchacha se esfumó escaleras abajo. Lioges sonrió al joven
apologéticamente.
-Los
jóvenes de Dervharn son mucho más... exuberantes que a lo que estás
acostumbrado, supongo... Escucha, Caradhar: no debes pensar que
esperan nada de ti: tú...
-Todo
el mundo ha esperado siempre algo de mí, Lioges -lo cortó el
dotado, con voz fría-. Sé que tus intenciones son buenas, pero
puedes ahorrare las palabras conciliadoras. Aunque te repito que yo
no soy como los tuyos: no soy un tejedor.
Lioges
lo miró fijamente. Parecía estar sopesando algo.
-El
guía de nuestro clan desea conocerte, si te parece bien, y hay algo
que quiere mostrarte. Aunque es un viaje incómodo que dura varios
días, creo que no te arrepentirás. ¿Aceptarás que te lleve ante
él?
Caradhar
asintió, sin especial entusiasmo. Lioges se mostró satisfecho,
aunque estaba preocupado: el muchacho parecía estar apagándose poco
a poco... Y el sanador sospechaba que indirectamente se debía justo
a aquello que él negaba que poseyera: la magia pura, sin tejer, que
corría por sus venas.
Varios
días más tarde el dotado emprendió el viaje, guiado por Lioges.
Cabalgaron hasta las montañas al norte de Dervharn, pero una vez al
pie de las mismas hubieron de abandonar los caballos y continuar
andando. La ruta, según le explicó el sanador, discurría por
cavernas bajo las mismas montañas. Había sido acondicionada e
iluminada a lo largo de los años, pero la ausencia de aire fresco y
luz natural podía resultar asfixiante.
No
lo era para el pelirrojo, después de haber vivido durante años en
Therendanar; extrañamente, su cuerpo, si no su ánimo, se sentía
mejor que nunca en aquellos pasadizos excavados en la roca. Se
preguntaba qué empujaba al líder de una comunidad como aquella, que
vivía entre los árboles, a sepultarse literalmente bajo toneladas
de piedra... Probablemente podría preguntárselo directamente a él,
pensaba. Lioges se comportaba de manera diferente, interesándose a
cada momento por cómo se encontraba; en dos o tres ocasiones lo
había pillado observándolo fijamente, cuando creía que no se daba
cuenta.
Se
encontraron algunos guardias en el camino, aunque en ninguna ocasión
les dieron el alto. Parecían saber que se trataba del sanador
incluso antes de ponerle la vista encima; tal vez fuera así... En
todos los casos las miradas fueron para el dotado. Caradhar se sentía
mareado cada vez que uno de aquellos Silvanos lo estudiaba: su cabeza
zumbaba, como si aquellos ojos extraños estuvieran taladrándolo
hasta el interior mismo de su cráneo. La mayoría de la veces podía
leer en sus rostros, o eso creía, la curiosidad, la admiración, el
desconcierto. Pero el dotado nunca había sido bueno interpretando
emociones. Era una sensación nueva para él y le estaba resultando
mentalmente agotadora.
Finalmente,
el pasillo desembocó en una amplia caverna llena de luces que casi
cegó al joven elfo. Había más Silvanos por allí; más, de hecho,
de los que esperaba encontrar. Los saludaron con deferencia, y uno de
ellos los condujo a un apartado en el que pudieron asearse. Lo cierto
es que el dotado, en aquel punto, no se encontraba nada bien: su
cuerpo estaba pletórico pero la cabeza parecía a punto de
estallarle, pues el zumbido se había transformado en una colmena de
abejas furiosas. Se dejó caer contra una pared de roca, respirando
entrecortadamente, tratando de encontrar un ritmo que le permitiera
relajarse.
Lioges
reaccionó con presteza: tomó al joven por las sienes y, obligándolo
a que lo mirara a los ojos, comenzó a susurrar palabras
tranquilizadoras... Caradhar ya no estaba seguro, siquiera, de si
aquellas palabras procedían de sus labios o resonaban directamente
en su mente, pero el hecho es que tuvieron el efecto de un sedante,
de manos que cubrieron sus oídos, de un algodón que envolvió
cuidadosamente sus pensamientos y los aisló de aquel rugido
ensordecedor.
-Lioges...
¿qué me has hecho? ¿Qué... qué me pasa? -el elfo temblaba. El
sanador reclinó su frente contra la de él y apartó algunos
cabellos rojos.
-Shhh...
ahora está bien... Es este lugar, Caradhar... aquí, la magia fluye
más poderosa que en ningún otro. Tu cuerpo lo sabe, y tu cabeza
intenta canalizar la energía que posees, pero no sabe cómo hacerlo.
-No
me gusta... es como si algo intentara salir...
-Tranquilo...
mis habilidades telepáticas son muy pobres, pero puedo ayudarte a
escudar tu mente para que nada intente salir, ni entrar. Mantente
cerca de mí. Te conduciré hasta nuestro guía.
Con
cierta reluctancia, Lioges se separo de su joven compañero. Las
cavernas también lo afectaban a él, como si su propia magia cruda
se acumulara tan rápido que su cuerpo no diera abasto para tejerla.
Pero Caradhar era como un recipiente capaz de contener todo aquel el
exceso, y la energía del sanador se derramaba en construir una vaina
que protegiera al dotado de su propio desbordamiento, trayendo paz a
ambos. No resultaba fácil despegarse de él.
Guió
al muchacho a través de los túneles. Caradhar observó que aquí y
allá fluían regueros de aguas subterráneas, de un curioso color
rosado. Pero, a medida que avanzaban, en color se intensificada cada
vez más, hasta que...
El
dotado contuvo la respiración. La más impresionante caverna se
extendía ante sus ojos, centelleando bajo la luz de multitud de
antorchas; en el centro había una laguna, alimentada sin duda por un
acuífero: y era del color del vino, el más intenso color corinto
que podía imaginarse. Era como asomarse a una gigantesca versión de
los ojos de su compañero. Diseminadas por su fondo, en los bordes y
en las paredes, había rocas translúcidas de la misma tonalidad, que
eran las que dotaban de aquel increíble centelleo a la caverna; en
el centro, sobresaliendo del agua, había una más de aquellas rocas,
aunque gigantesca, y junto a ella, un elfo arrodillado. Sólo se
distinguían sus cabellos castaños y sus ropas verde oscuro, pero al
notar que estaban allí se levantó y se volvió hacia ellos,
haciéndoles señas para que se acercaran.
-No
temas -dijo Lioges-. No es muy profundo, y es una bendición entrar
en el agua.
Y
diciendo esto se despojó de sus botas y caminó hasta el otro elfo,
con el agua cubriéndolo hasta las rodillas. Caradhar lo imitó.
Aquel
desconocido palmeó ligeramente el hombro de Lioges y luego se volvió
hacia el joven, y sus ojos de idéntico color a todo lo que lo
rodeaba lo miraron como si pudieran traspasarlo hasta su centro
mismo. Extendió los brazos y gentilmente posó las manos en los
hombros del pelirrojo, y lo atrajo hacia sí.
-No
quiero abrumarte, joven Caradhar, pero he esperado conocerte durante
largos años, desde antes de saber siquiera que existías; y hoy me
siento feliz de que se cumpla el deseo de mi corazón. Mi nombre es
Savhran, y Dervharn me hace la merced de llamarme su guía, aunque no
soy más que uno entre muchos. Sé que nada en tu vida te ha
preparado para reconocer tu posición en el Telar, y puede que aún
no estés listo, pero tengo algo que enseñarte -el elfo colocó su
mano, con gran veneración, sobre la enorme roca translúcida que
descansaba en el agua-. Contempla, Caradhar, la fuente de toda la
magia, tal y como nos fue ofrecida por los dioses en tiempos que
nadie recuerda.
El
dotado observó la roca, y algo captó su atención, obligándolo a
acercarse más. Se inclinó hasta que sus ojos casi acariciaban el
frío mineral... y lanzó un grito ahogado.
Dentro
de la roca, en posición horizontal, descansaba el cuerpo desnudo de
una muchacha. No podía decir si se trataba de una elfa o una humana,
pues poseía rasgos de ambas especies, pero era hermosa, y su rostro
sereno mostraba una expresión de paz. Parecía dormida, congelada en
un enorme trozo de hielo de color corinto...
-¿Esta...
está muerta? -preguntó Caradhar, cautivado por la visión.
-Nadie
sabe gran cosa, hijo mío. Excepto que ha estado en este lugar tal
vez desde antes de que nosotros llegáramos, y que los dioses la
depositaron aquí por razones que sólo ellos conocen. Ella es la que
tiñe el agua, la que marca a algunos de nosotros con el color de su
magia, la que nos confiere sus talentos. Estuvo muda durante mucho
tiempo, ahogada por el veneno de la alquimia, pero una vez que fue
capaz de lavar su corrupción volvió a cantar en nuestra sangre. Y
no es la única: sabemos que hay otras rocas como esta custodiadas en
lugares lejanos. Pero este es nuestro santuario, Caradhar, lo que
nosotros protegemos y lo que nos protege a nosotros. Y también a ti.
El
dotado no podía dejar de mirar a aquel ser, atrapado como un insecto
en el ámbar dentro de un sarcófago trasparente . Muerta, pero a la
vez viva... ¿Un regalo de los dioses? ¿Una diosa, ella misma? ¿Uno
de los espíritus que los sirven? Los eruditos de los Silvanos no
habían sido capaces de descubrirlo en cientos de años...¿cómo iba
a hacerlo él? Pero allí estaba, y en su presencia sentía la sangre
fluir en sus venas de otra manera, como si quisiera escapar de ellas,
como si a la vaina que Lioges tejiera a su alrededor hubiera que
añadir capas y más capas para ser capaz de contener lo que había
dentro de él.
El
guía miró a su espalda y sonrió. Caradhar se volvió: una joven
elfa había surgido desde uno de los túneles que desembocaban en
aquel lugar, y los miraba desde el borde del agua.
-Es
mi hija; viene a velar conmigo mientras su madre se encuentra fuera
-afirmó Savhran-. Hija mía, ven...
Y
entonces apareció. Seguramente desde el mismo túnel que la elfa,
porque estaba a su espalda: una abominación. Caradhar se alarmó y
gritó a la joven que se apartara; sus ojos buscaron los de Sül...
pero el Sombra no estaba allí. No podía estarlo... Echó mano de su
puñal y ya se disponía a saltar cuando Lioges lo tomó por el
brazo; estaba muy calmado, y parte de esa serenidad se derramó
dentro de él. ¿Por qué...?
La
abominación se acercó a la muchacha, gruñendo por lo bajo. Ella la
miró sin mostrar ninguna reacción, una sonrisa arqueando sus
labios. La criatura pasó casi rozándola y caminó hasta el agua,
hundió las fauces en ella y bebió, muy mansamente...
El
dotado se había quedado petrificado en el sitio. Lioges tomó el
puñal de su mano y volvió a guardarlo en su vaina, sin hacer ningún
comentario.
-Pero...
-balbuceó el pelirrojo- ¿por qué no nos ataca?
-¿Por
qué habría de hacerlo, Caradhar? Sabes lo que son, lo que las creó.
Eran seres con el talento que la alquimia torturó y corrompió hace
mucho tiempo. Este lugar las atrae, las calma, las reconcilia con lo
que fueron. ¿Sabes dónde estamos? En las entrañas de Ummankor.
Las
entrañas de Ummankor... La fuente de la magia se hallaba en aquel
lugar maldito que los alquimistas codiciaban, y por el que elfos y
humanos peleaban. Las abominaciones no se congregaban allí para
esconderse, sino para intentar aliviar el dolor que sentían. Y la
alquimia había estado nutriéndose, durante cientos de años, de la
energía que había intentado destruir...
-¿Y
por qué... por qué atacan a los elfos de la superficie? ¿Por qué
me atacaron a mí?
-No
atacan por placer: defienden su hogar de los invasores. En cuanto a
aquello, ¿estás seguro de que te atacaron? ¿Te causaron algún
daño, Caradhar?
-No...
Lo cierto es que... intentó tirar de mí. Creí que pretendía
arrastrarme a su cubil...
-Olió
nuestra sangre; sólo pretendía llevarte con los tuyos -intervino
Savhran, sonriendo-. No hay nada que temer.
La
criatura volvió sus ojos lechosos al grupo de elfos que se alzaba en
el centro de la laguna y caminó hacia ellos. Al llegar junto al
guía, este lo acarició gentilmente. La abominación olisqueó
entonces a Lioges, y luego miró a Caradhar. El dotado la observó
aproximarse, rígido: ya había visto a una de cerca y no guardaba un
buen recuerdo. Su gente las había temido desde siempre; y ahora...
El
sanador puso una mano protectora sobre el hombro del joven, pero no
se movió. La abominación olfateó al pelirrojo: aquel parecía ser
un olor nuevo para ella. Pero una vez que hubo terminado, satisfecha,
hundió el morro contra su pierna y se tendió a sus pies. El joven
no se atrevía a mover un músculo. Aquel ser se levantó,
finalmente, y se alejó por donde había venido.
-Sientes
la energía, ¿verdad? -preguntó Lioges- No puedo parar de tejer
para contener la que se desborda de ti. En ningún lugar es tan
fuerte como aquí. Déjame mostrarte algo más; pero tienes que
confiar en mi.
El
sanador tomó una de las antorchas, tiró de la manga del dotado,
para liberar su antebrazo, y acercó el fuego a su mano.
-Trae
tu mano, no tengas miedo.
Caradhar
lo miró, con el ceño fruncido, pero hizo lo que le pedía. Notó el
calor del fuego bañando su piel, cada vez más intenso. El elfo
aproximó aún más la antorcha; en aquel punto, ya debería estar
sintiendo alguna molestia... Cuando se dio cuenta, las llamas lamían
sus dedos, y el joven contempló, hipnotizado, el velo naranja que
rodeaba su piel sin quemarla. Ahora, su mano estaba en el corazón
del fuego. No sentía dolor, pero sí un intenso hormigueo, como el
que lo recorría cada vez que sus heridas se cerraban, solo que cien,
mil veces más fuerte... Como si su piel recompusiera el daño a la
vez que lo recibía, como si lo hiciera antes, incluso, de
recibirlo...
(Lioges,
sonó
la voz del guía en su mente, ¿por
qué no puede comenzar a tejer?)
(¿Has
mirado dentro de él, Savhran? Debe ser un telépata, o un empático,
o ambos; si tuviera otro tipo de talento, no me cabe duda de que ya
lo habría dejado fluir, pero justo esos...)
(No
posee empatía... No puede conectar con los sentimientos de las
personas de manera natural; sin esa conexión, es imposible que pueda
canalizar su energía. Estar aquí le resulta doloroso.)
(Así
es. Pugna por salir, pero no encuentra una puerta. Debo emplearme a
fondo para aislarlo de las otras mentes.)
(¿No
puedes hacer nada? Dices que no tiene sentido del olfato, ¿verdad?
El olor es importante: nos acerca inconscientemente a los demás, a
un nivel íntimo y básico que sólo los animales son capaces de
utilizar en todo lo que vale, pero del que también nosotros
dependemos. Tal vez, si pudieras restaurar esa parte...)
(Eso
escapa mis habilidades. Físicamente está sano; es un dotado,
después de todo. Para sanar algo que está en su cabeza sólo
podemos confiarnos al talento de tu esposa.)
(Y
ella está lejos y aún tardará en regresar...)
(Cuidaré
de él hasta que lo haga, Savhran. Sólo espero que no decida
alejarse de nosotros mientras tanto.)
(Debes
hacer lo que puedas para impedírselo, Lioges. Utiliza tu talento si
es necesario, o nunca será libre.)
-Este
es el don de los dioses, Caradhar, aquello por lo que luchamos -dijo
el guía, con voz suave-; aquello a lo que hemos consagrado nuestra
existencia, para restaurar el Telar tal y como fue. Bebemos de ello,
y su semilla está en nosotros, y sería injusto y cruel que no nos
ocupásemos de esparcirla. Por eso vivimos de esta manera, hijo mío.
"También
está en ti, mucho más fuerte y puro de lo que crees. Sé que es
mucho lo que te pido, pero si puedes considerar siquiera la
posibilidad de compartir tu sangre con nosotros... -el elfo volvió a
posar la mano sobre el la roca donde la figura descansaba- los dioses
nos bendecirán a todos.
Caradhar
no dijo una palabra en el camino de vuelta a Dervharn. Estaba
demasiado confuso después de todo lo que había visto, y la
sensación en su cuerpo había sido tan enervante que le había
dejado algunas secuelas. Lioges lo miraba, preocupado, aunque sabía
que no había nada que pudiera decir por entonces, porque el joven
necesitaba meditar.
Una
vez que estuvieron de regreso, Caradhar cayó dormido sin apenas
probar bocado. Lioges decidió quedarse en su casa en vez de regresar
a su alojamiento de la biblioteca; estaba cansado, pero no podía
dormir. Subió quedamente los escalones que conducían a su
dormitorio para tomar un libro y echó un vistazo a la forma que
descansaba sobre su cama. Sólo se oía su respiración, ligeramente
agitada: el joven debía estar soñando.
Le
resultaba relajante mirarlo; era cierto lo que decían los niños,
que era como fuego por fuera y hielo por dentro, y su mente parecía
robar todo el calor. Pero, de alguna forma, aquella experiencia de
compartir su energía con él le había resultado plena,
satisfactoria, como si alguna especie de equilibrio se hubiera
restablecido y hubiera puesto las cosas en su sitio, donde debían
estar. ¿Qué tipo de sentimiento era aquel? ¿Fraternal? ¿Paternal?
Pero él nunca había necesitado confortar a Vira, a pesar de las
circunstancias y la forma de ser de su hermano. Y en cuanto a sus
hijos, es cierto que nunca pasaba con ellos el tiempo suficiente como
para tener que ejercer de protector... ¿Afectivo? Pensó en la madre
de sus hijos, la talentosa elfa con la que Padre lo había
emparejado hacía tiempo. No se veían mucho, porque ella vivía con
su propio clan. Era bella, ciertamente; la admiraba y la respetaba.
Le había dado placer, incluso. Pero nunca había ido más allá, y
ella era demasiado fuerte para depender de él.
Ya
no sabía qué pensar, porque la última posibilidad iba contra la
naturaleza, y él no era como su hermano. Él siempre había cumplido
con su deber, se había emparejado cuando le había llegado la hora,
había dado hijos a su compañera. El mismo Caradhar tenía un hijo,
¿no era cierto? Y no obstante, ¿no era un hecho que su amante había
sido un varón? ¿Que compartía los mismos impulsos contra natura
que Vira? ¿Pudiera ser que él, Lioges, sintiera atracción por otro
elfo?
No,
era imposible... No importa lo hermoso que fuera, con aquel cabello y
aquellos ojos tan llamativos. Sin duda debía ser puro instinto de
protegerlo. O tal vez aquel joven usaba su poder de atracción tan
indiscriminadamente que había caído, sin quererlo, bajo su hechizo.
Pero aquello pasaría: el dotado aprendería a tejer aquella energía,
y todo volvería a la normalidad. Sin duda.
Caradhar
se revolvió en el lecho. Por primera vez en su vida estaba soñando,
y no era su imaginación. No era un sueño propiamente dicho, pues no
había imágenes sino una sucesión de sensaciones, pero tan
vívidas...
El
protagonista del sueño era él, y de hecho se encontraba en una
cama. Debía tener los ojos cerrados o bien estar en la oscuridad más
absoluta, porque no podía ver nada. Estaba desnudo y echado de
espaldas, y habían alguien muy ocupado entre sus piernas, de la
manera más deliciosa posible; alguien que sabía muy bien lo que le
gustaba, dónde acariciar, dónde lamer, dónde presionar para que el
placer fuera prolongado e intenso. Él no debía hacer nada, sólo
dejarse llevar, arquear su cuerpo para que sus caderas estuvieran a
la completa disposición de aquellos labios y aquellas manos. Sus
pies, que habían estado jugueteando hasta entonces, trazando los
contornos de las piernas de su compañero con los dedos, bajaron y se
retorcieron sobre el colchón; sus brazos, estirados a ambos lados de
su cabeza, sujetaban con fuerza el cabecero de la cama, porque ya
estaba cerca, oh, sí, estaba tan cerca de explotar en aquella boca
que no había músculo de su cuerpo que no estuviera en tensión...
"Sül...", se oyó gemir, y los labios se detuvieron antes
de que él pudiera alcanzar el orgasmo.
Bajó
las manos y palpó los contornos de aquel rostro, y comprobó que era
realmente el Sombra quien había estado haciéndolo gozar hasta
entonces. Aquello lo hizo respirar aliviado; pero entonces, ¿por qué
se había detenido? "Sül... no pares, por favor," rogó,
"haz lo que quieras, pero no pares..." Su compañero se
estiró hasta alcanzar su oído, poniendo buen cuidado en no tocarlo,
y la voz de Sül susurró: "Claro, continuaré... pero antes
tienes que decirme que me quieres..."
Despertó
de golpe con un grito ahogado, y se incorporó. Estaba sudoroso y
completamente excitado, y el corazón le latía muy deprisa. Una luz
brilló en las escaleras: era Lioges, que subía a todo correr,
preocupado.
-¿Caradhar?
¿Sucede algo? -el elfo dejó la vela junto a la cama- ¿Una
pesadilla?
-Yo
nunca sueño -respondió el joven, apoyando los codos en las rodillas
y hundiendo la cabeza entre ellas-. Pero hoy, por primera vez...
Lioges, ¿qué sucede conmigo? Hay algo que no funciona dentro de mí,
y en aquella caverna... ¿es por la magia? ¿Porque no sé cómo
usarla? Porque ya no puedo más... Por favor, enséñame a sacarla, o
lo que sea... No quiero que los críos vuelvan a decir cosas de mí
cuando me vean afuera... Haré lo que queráis...
El
sanador lo tomó por las sienes. Casi apartó las manos de golpe, tan
fuertes eran las emociones que fluían del joven: añoranza,
desengaño, rabia... y un deseo tan intenso que Lioges tuvo que
respirar profundamente para calmarse.
-La
persona que puede ayudarte se encuentra de viaje, atendiendo al guía
de otro clan, pero cuando vuelva...
-Por
favor, Lioges... dile a tu guía que acepto, que le daré un hijo a
quien él me presente... -el sanador se puso rígido- pero
necesito...
-Caradhar...
no tienes que tomar ninguna decisión precipitada, porque eres uno de
los nuestros y te ayudaremos aunque no accedas a la petición de
Savhran.
-Te
equivocas, Lioges -la mirada del dotado se hizo un poco más fría-
Si algo he aprendido en este mundo es que nadie consigue nada por
nada. Nadie.
El
Silvano lo soltó lentamente, tomó la vela y se levantó.
-Intenta
dormir. Hablaremos por la mañana, cuando estés más descansado.
La
oscuridad cayó de nuevo sobre aquella habitación. Pero Caradhar no
podía volver a dormirse: echaba de menos unos brazos que lo
rodearan. Deslizó la mano dentro de su pantalón y buscó alivio a
aquella erección que presionaba dolorosamente.
Cuando
termino se sintió vacío. El clímax no era lo único que
necesitaba; estar solo no era lo que necesitaba...
Tenía
claro, al menos, que aquellos elfos sí podían darle algo que tal
vez mereciera la pena conseguir, algo que tal vez pusiera en orden su
cabeza. Su instinto le decía que, por ello, debía hacer todo lo
posible.
***
Sül
yacía en la cama de su refugio de la Zanja. Era allí donde había
pasado los primeros días desde que Caradhar se fuera, aún sin poder
creerse que aquello fuera real; donde se había refugiado, porque las
sábanas todavía conservaban un ligero aroma de su compañero...
Ah... ¿por qué olía tan bien? Él, que ni siquiera podía
hacerlo... Había pasado horas boca abajo, con la nariz hundida en la
almohada, haciéndose ilusiones de que en cualquier momento él
volvería, que aquello había sido un enfado pasajero -pero, ¿cuándo
había tenido el dotado enfados pasajeros, ni de clase alguna?-, que
entraría por la puerta y se acostaría junto a él, y lo abrazaría
por detrás, como había hecho aquella última noche en la que él,
como un maldito gilipollas...
Y
a la mañana siguiente, después de haberlo... después de habérselo
follado
como un animal (porque
no había otra expresión más adecuada), de una forma que no era
mejor que la de aquel maldito alquimista, Caradhar aún había
querido besarlo, y él había apartado los labios... ¿Se podía ser
más imbécil? Todas aquellas cosas... ¿cómo no iba a enfadarse?
Pero si había sido capaz de perdonarlo y sellar la paz con un
beso... también lo perdonaría por aquello, ¿verdad? Él no podía
sentir nada por aquel guardia, ¿no era cierto? Sólo se lo tiraba
porque...
¡Dioses!
No podía, no podía aceptar que estuviera en la cama con otro... Lo
había intentado, pero no podía... Lo había visto muchas veces; lo
perdonaría muchas veces, porque ya lo había hecho antes... pero que
los dioses tuvieran compasión de quienquiera que le pusiera las
manos encima... aunque se tratara de su propio hijo...
Y
precisamente un razonamiento así era lo que lo había llevado a
aquello... ¿tenía derecho a deshacerse de alguien que había
salvado la vida de la persona a la que amaba? De no ser por él, bien
pudiera ser que no hubiera podido volver a ver al dotado; y ahora...
Pero
en lo más profundo de sí mismo no podía dejar de culpar a
Caradhar. Nunca, ni una sola vez había considerado él siquiera la
posibilidad de acostarse con alguien más. Sabía bien que el dotado
era muy diferente, pero... ¿lo quería? ¿lo quería, aunque fuera
la mitad que él? ¿aunque fuera una cuarta parte? Y a él, a Sül,
¿le importaba eso de verdad? Mientras el elfo de cabellos pelirrojos
hubiera estado con él, ¿suponía alguna diferencia si era por amor,
por apego, por costumbre? ¿Le quedaba algo de amor propio?
En
estos tortuosos pensamientos se debatía el joven, hora tras hora,
una y otra vez, hasta que rozaba la locura. Al cabo de aquellos
primeros días se buscó otro refugio más discreto, aunque no dejaba
de vigilar por si su compañero volvía. Y al cabo de veinte días,
cuando se le hizo necesario volver para recoger su dosis de
antídotos, decidió que iría a hablar con el Maede, quien no habría
dejado de remover cielo y tierra en la búsqueda del dotado, y le
contaría que Caradhar se había ido. Y se pondría a su merced, si
el chico decidía hacerle pagar de cualquier forma, porque ya no
podía soportar más aquella situación. Tal vez el pelirrojo sólo
estaba escondido, decidido a darle una lección, y saldría al fin si
su vida peligraba, y le levantaría el castigo. Tal vez...
Su
encuentro con Lord Navhares no transcurrió como había deseado. El
Maede lo recibió al instante, en palacio, y escuchó lo que tenía
que decir: que se había reencontrado con aquel guardia de
Arestinias; que lo había matado, contrariando los deseos del dotado;
que este había decidido marcharse, pues, por su culpa. El joven
frunció en ceño y apretó los puños, antes de dar la espalda al
Sombra y aparentemente concentrar su atención en lo que se veía por
una ventana.
-La
Dama Corail dijo una vez -dijo Sül, con amargura en su voz- que mi
integridad dependía de que Caradhar permaneciera en la Casa... ¿Qué
pensáis hacer, Su Alteza, dado que he fallado tan miserablemente?
¿Pensáis que merezco alguna represalia?
Lord
Navhares no respondió inmediatamente. Sül lo observó y vio que sus
nudillos se habían vuelto blancos por la tensión... Aguardó,
expectante.
-Caradhar...
abriga sentimientos hacia ti -respondió finalmente-. Nunca me lo
perdonaría si te causara algún daño.
-¿No
está claro que ha dejado de tenerlos? -la voz de Sül se volvió
casi desesperada- ¿Que parece que ya no soy capaz de retenerlo aquí?
-Pues
entonces tendré que tener mas fe que tú, Sül; quiero creer que no
ha podido irse de esa manera, que volverá cuando se le pase el
enfado. Quiero creer -el Maede bajó la cabeza y habló apretando los
dientes- que si tú eres más importante para él que yo, no será
para abandonarte tan fácilmente...
Sül
palideció. Siempre había tenido dudas, había supuesto que aquel
chico sólo sentía un apego egoísta hacia Caradhar, un afán de
poseerlo, como si fuera una mascota. Pero Navhares, a pesar de su
juventud, lo amaba de verdad; tanto como para dejarlo ir; tanto como
para esperarlo... Aquello hizo que se sintiera aún peor. Masculló
una disculpa y huyó de aquel lugar.
Volvió
al pequeño refugio improvisado que había ocupado en la Zanja.
Sostuvo la cajita con los viales de antídoto; ya era tiempo de tomar
una nueva dosis, porque el estómago comenzaba a arderle... Alzó uno
de los pequeños tubos y lo sostuvo en alto. ¿Cuántos años llevaba
bebiendo aquella mierda? Su boca se torció en una sonrisa miserable
al recordar aquella ocasión en lo alto de la torre, cuando Caradhar
había sugerido que se escaparan juntos y vivieran en los bosques, y
su sangre había sido lo suficientemente poderosa como para combatir
aquel veneno... Si hubiera aceptado.. si lo hubiera sabido,
entonces...
El
vial que sostenía parecía flotar ante él, volviéndose borroso por
momentos... Cayó al suelo, donde se hizo añicos. La cabeza le daba
vueltas. ¿Cuántos días hacía que no probaba bocado? Lo cierto es
que se había olvidado de comer... Sufrió un mareo repentino, y todo
el contenido de la caja siguió el mismo camino del primer vial... El
Sombra se apoyó contra la pared y miró de reojo al suelo, al
amasijo de húmedos cristales rotos... Aquello no tenía buena
pinta...
Qué
más daba... eran sólo asquerosas pociones... Seguro que él vendría
al rescate... Vamos,
Adhar... ven y haz de nuevo tu magia... Necesito beber de ti una vez
más... Necesito... te necesito...
Cuando
Sül abrió los ojos, comprendió que se había desmayado. No sabía
dónde se encontraba: echado en un banco de madera, con un cojín
bajo la cabeza, en lo que parecía ser una sala de baño. Sólo
llevaba puestas sus calzas. Sobre una mesa, en una esquina, estaban
el resto de sus pertenencias y su cajita de madera, de la que faltaba
un vial.
Un
momento: él había dejado caer aquella caja. ¿Cómo infiernos..?
¿Lo había soñado? Se llevó la mano al estómago pero no sintió
nada, el ardor había desaparecido. Trató de ponerse de pie, pero
aún se encontraba débil. ¿Había alguna diferencia en quedarse
allí sentado? Se reclinó contra la pared y estiró el cuello hacia
atrás.
-Ya
era hora, maldito desgraciado -dijo una voz desde la puerta.
Vira.
El Silvano lo miraba suspicazmente, con los ojos entrecerrados.
Llevaba un humeante cuenco de sopa en la mano y, curiosamente, una
camisa y unos pantalones de lo más normal. Aquello sí que era
extraño...
-¿Pensabas
dejarte morir de hambre y, como no era lo suficientemente rápido,
optaste por suprimir los antídotos? Muy listo, Sül: algún dios
debe tenerte en alta estima, porque no me explico de qué otra forma
has podido sobrevivirte a ti mismo todos estos años -el alto elfo
caminó junto al Sombra y colocó el cuenco sobre el banco.
-Entonces
no lo soñé... ¿De dónde has sacado esa caja de viales?
-Del
mismo sitio del que salen todas las demás.
Al
maltrecho cerebro de Sül le costó trabajo procesar aquella
información.
-¿...Te
has colado en Darshi'nai...?
-Calla
y bebe esto, idiota -bien que mal, el Silvano se las arregló para
hacer que el joven moreno tragara unos sorbos de sopa-. Dainhaya me
dijo que te dejara a tu aire, que necesitabas un tiempo para
adaptarte... Al parecer, tu idea de la adaptación consiste en
correr a lanzarte del precipicio más próximo... Espera. retiro lo
que he dicho: como si necesitaras que te diera ideas... ¿Qué
esperabas conseguir, yendo a hablarle a Navhares de esa forma? ¿Que
lanzara a los Darshi'nai contra ti? ¿Que mandara que te cortaran la
cabeza? -Vira sonrió cínicamente- ¿Crees que íbamos a dejar que
te hiciera daño? Menuda pérdida de tiempo...
-¿Me
has estado siguiendo todo estos días? Cuánto honor... ¿Por qué
cojones no me dejas en paz? Deberías volver a tus bosques, donde, al
parecer, hay muchas elfas que esperan que les hagan gran cantidad de
bebés...
-¿Sabes
una cosa, Sül? -el Silvano se inclinó sobre él, aún con esa
sonrisa tan siniestra- Si yo no hubiera tenido demasiados escrúpulos,
y bien que me arrepiento, probablemente no te habrías despertado con
los pantalones puestos; probablemente lo habrías hecho boca abajo,
después de haber tenido un íntimo conocimiento de esa parte de mi
anatomía que tanto llamó tu atención aquella vez...
-Prefiero
que me rajes la garganta...
Vira
pareció perder la paciencia.
-¡Deja
de hablar de muerte de una jodida vez y haz un esfuerzo para
reponerte! ¡Resultas patético! ¿Es que no comprendes que tú no
eres así?
-Qué
narices sabrás tú cómo soy...
-Ahora
mismo, una ruina. Como una elfa idiota que se consume porque el tipo
que le robó la virginidad ha salido por la ventana... ¿No tienes
amor propio? ¡Pues reacciona! ¡Y date un maldito baño, porque
apestas!
Vira
empujó a Sül al suelo de piedra y vertió un enorme cubo de agua
sobre él. El Sombra se quedó allí unos instantes, boqueando
incrédulo, hasta que el ansia de golpear a aquel maldito bastardo lo
hizo apretar los dientes y los puños. Aquello era justamente lo que
el Silvano estaba esperando, y estaba dispuesto a encajar unos
cuantos golpes si era necesario... Pero Sül no llegó a levantarse:
la pesadumbre volvió a apoderarse de él. Dando la espalda al otro
elfo se acurrucó en el suelo, abrazándose las rodillas.
Vira
ahogó un juramento. Había estado tan cerca... Aquello lo sacaba de
quicio, pero no podía permanecer enfadado mucho rato; debía pensar
en otra manera de sacudirlo. Contempló al joven moreno, hecho un
pequeño bulto en el suelo. La única parte realmente visible de él
era su espalda, con aquellas escarificaciones que tan bien había
llegado a conocer. Odiaba admitirlo, pero Caradhar tenía razón en
eso: eran hermosas sobre aquella piel. Sus ojos podían perderse en
aquel mar de líneas curvas que danzaban alrededor de los contornos
de sus músculos, y al final, la tentación de hacer que las manos
siguieran a la vista siempre era demasiado fuerte... Acercándose, se
puso en cuclillas junto a él y posó la mano sobre su omóplato.
-Perdóname.
Sólo quiero ayudarte, porque me resulta muy duro verte así.
Desconozco lo que va a pasar, pero sea lo que sea, no puedes
afrontarlo en este estado. Tienes que volver a ser tú mismo.
-Por
qué te importa una mierda... lo que me ocurra...
-Porque
llevo mucho tiempo observándote, Sül. Soy una especie del proscrito
en mi tierra, ¿lo sabías? Llevo tanto tiempo en esta ciudad,
moviéndome como un Darshi'nai, que he acabado por ser un completo
extraño para los míos -el Silvano se acercó aún más, apartando
los negros cabellos húmedos que ocultaban el rostro de su compañero
y alzando su barbilla para que lo mirara a los ojos-. Tú eres como
yo, alguien que ya no pertenece a ningún sitio. Tú eres lo más
parecido a mí que encontraré jamás, el único que podría entender
lo que siento y lo que quiero... Y creo que yo puedo intentar lo
mismo contigo...
Vira
se sacó la camisa, que ya estaba bastante húmeda, y estiró los
brazos a ambos lados del Sombra. El joven se sintió de nuevo
intimidado por aquel rostro tan similar al de Neharall y por aquel
ancho pecho musculoso; es decir, ya sabía cómo era, porque aquel
traje ajustado que llevaba no dejaba mucho a la imaginación, pero
nunca había contemplado la piel que había debajo. A diferencia de
la suya, estaba libre de cicatrices, como si nunca lo hubieran herido
en combate. Era... bello...
El
Silvano acercó su rostro, mirándolo a través de sus sedosas
pestañas de color corinto. Pero en vez de ir a por sus labios, como
en las otras ocasiones, besó suavemente su mejilla derecha, y luego
la izquierda. Su boca se desplazó poco a poco al sur, al borde de su
mandíbula, y comenzó a hundirse en el hueco de su cuello.
-No...
-dijo Sül, reculando y apretando los labios- Yo...
Vira
se sintió contrariado, aunque sus ojos no dejaron entrever su
desencanto. Inclinó la cabeza y decidió cambiar de táctica.
-Tal
vez lo prefieras así...
Cubrió
los ojos de su compañero y dejó que su cuerpo comenzara a
transformarse. Cuando apartó la mano de la cara de Sül, este se
encontró ante un familiar par de color carmesí, y una melena del
mismo color... Contempló, estupefacto, las facciones de Caradhar, y
el parecido era tan asombroso que no pudo encontrarle ninguna falta.
El tamaño de su cuerpo, el color de su piel... los mismos labios que
no solían sonreír... Sabía que no era real; sabía lo que aquel
elfo acababa de hacer, pero hacía tantos días que no había vuelto
a ver aquel cuadro rojo y blanco que no pudo evitar recrearse la
vista en él, tanto como pudo...
El
falso Caradhar colocó ambas manos sobre los hombros del Sombra y las
deslizó espalda abajo. Aquellos relieves bajo las yemas de los
dedos... cuánto tiempo había deseado tocarlos... Era lo que se
había esperado, y más... O quizás sólo era todo ese deseo
insatisfecho acumulado, pero lo cierto es que ahora las manos estaban
llamando a su lengua...
La
punta de la lengua de Vira asomó entre sus labios y se deslizó
suavemente sobre los de Sül, justo como lo hacía Caradhar, su
llamada a la puerta antes de entrar... Incluso su sabor era similar,
y el Sombra llegó a preguntarse si aquello no sería uno de los
hechizos de aquella gente, si quien lo había tomado entre sus brazos
no sería su propio amante, traído a aquella habitación los dioses
sabían como... Y entonces aquella lengua dejó los modales y penetró
a través de sus labios entreabiertos en busca de la suya, y cuando
la encontró buscó la forma de probarla de todas las maneras y desde
todos los ángulos posibles. Las manos atrajeron a aquel cuerpo
húmedo hacia sí, y bajaron hasta el final de su espina dorsal,
entrando en sus calzas...
Sül
miró dentro de aquellos ojos rojos. Eran cálidos, casi ardientes;
gritaban su pasión aun sin estar abiertos de par en par; eran...
No
eran los de Caradhar.
El
Sombra se zafó del abrazo de un violento empujón que lo hizo
resbalar sobre el suelo mojado y caer sobre su espalda. Vira se
inclinó, colocando las manos a ambos lados de su rostro; pero había
tal desesperación en él que no pudo seguir. Maldijo a Sül por
comportarse como una primeriza enamorada; maldijo a Caradhar por ser
un bastardo sin corazón; se maldijo a sí mismo, en fin, por aquel
intento patético...
La
puerta del baño se abrió, dejando pasar a Dainhaya.
-Vira,
detente. Eso no es lo que necesita ahora, y hasta tú lo sabes.
El
alto Silvano recuperó su auténtica forma, con una mueca de
contrariedad. Se levantó de un salto y salió a grandes zancadas,
aunque no fue muy lejos: se quedó escuchando fuera de la puerta.
En
cuando a la elfa, se arrodilló junto a Sül, lo ayudó a
incorporarse y lo abrazó. No era en absoluto un abrazo como el de su
compañero, era afectuoso y protector: el cariñoso abrazo de una
hermana; un tipo de abrazo en el que nunca antes se había cobijado.
Sus brazos eran menudos, pero tan cálidos que el joven sólo pudo
abandonarse a ellos, mientras el nudo que había estado creciendo en
su pecho se hizo tan grande que amenazó con hacerlo estallar en
sollozos.
-¿Por
qué... por qué os ocupáis de mí? No comparto vuestra sangre, como
él. No soy... no soy nadie... nada...
-Eso
no es cierto. Neharall te crió, a su estragada manera, como si
fueras su hijo. Te entregó a los Darshi'nai como parte de su sangre.
Eres uno de los nuestros, Sül; nunca te daré la espalda, porque
eres mi familia. Has cometido errores... ¿quién no? Pero el tuyo
es uno de los corazones más cálidos a los que me he asomado, a
pesar de la vida que te ha tocado vivir. Nadie podría evitar
quererte.
-Nadie,
excepto... -apretó los dientes para evitar llorar- ¿Por qué,
Dainhaya? ¿Por qué ha estado tanto tiempo conmigo, si no me quería?
Podría haber tenido a cualquiera... ¿por qué hacerme esto?
-¿Crees
que no te quiere, Sül? -el abrazo de la joven se intensificó- Puede
que no lo haga de la misma forma que tú, pero lo hace de la única
que sabe. Siempre has sido la persona más importante para él.
-Eso
no puede ser verdad... Yo... yo no puedo vivir así, pero a él no
parece importarle estar lejos, sin saber si estoy vivo o muerto...
-Sül...
Por ti, Caradhar volvió a convertirse en prisionero de Casa
Elore'il, a pesar de que lo que más ha aborrecido en su vida son las
cadenas... Fue la amenaza de Darial hacia ti, antes de huir de la
Casa, lo que lo decidió a seguirlo... Por ti es capaz de recibir una
lanza a través del corazón, y de sangrar hasta quedarse sin
fuerzas, y de actuar contra su naturaleza... Incluso ahora, una parte
de él sabe que hay algo que debe encontrar para no volver a hacerte
sufrir...
La
elfa se separó del Sombra y lo miró a los ojos.
-Mientras
se marchaba, quiso decirme algo. La ira no dejó que sus labios
llegaran a pronunciarlo, pero yo lo oí claramente en mi cabeza. Me
dijo: "cuida de él". Sül, estoy segura de que te echa de
menos ahora mismo.
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