2012/06/05

EL DON ENCADENADO XXVI: Duelo







-Imagina que tu mente es una alta atalaya en medio de un campo desierto; en ella alcanzas a dominar todo lo que te rodea, y sin perder un sólo detalle, con sólo volver la vista alrededor. Esa es la mente del telépata y el empático, y cualquier intruso que se aproxime por el horizonte, cualquier otra mente que se coloque a tu alcance, se hará visible para ti. Lo quieras o no. El vigía en la atalaya no es capaz de cerrar los ojos; a veces, ni siquiera cuando duerme.

"Tú también percibes las mentes que te rodean. No eres capaz de identificar con precisión esos pensamientos o emociones, pero tu cabeza sabe que están ahí de una manera vaga, como una vibración en el aire o un objeto que se interpone entre ti y la fuente de luz que te ilumina, arrojando una sombra. Y lo haces inconscientemente, y todas esas entidades dejan su huella dentro de ti, provocando ese zumbido que puede volverse tan insoportable. Estar en un lugar con mucha gente hará que sea aún peor: es por eso por lo que debes aprender a no ver desde lo alto de tu atalaya, a volver la vista hacia tu propio interior, y no hacia fuera. Llegado el momento, también deberás aprender a ocultar tu propia consciencia de las intrusiones de los demás, porque de la misma manera que dominas el campo a tus pies tú mismo eres visible desde muy lejos, en lo alto de tu torre. Has de concentrarte para oír sólo los pensamientos de tu propia mente, para tejer ese escudo que te aísle del exterior. Escucha dentro de ti; ignora lo que te rodea y céntrate en tu propio silencio.



Caradhar trataba de seguir las indicaciones de Lioges. Desde que había llegado a Dervharn el ligero zumbido en su cabeza no había hecho más que aumentar, especialmente desde su visita a las cavernas. Había comenzado a tener sueños, tan vívidos como su primera experiencia en el mundo onírico, y cada mañana solía despertar lleno de desconcierto, tratando de decidir si lo que había vivido era real o sólo estaba en su imaginación. Y esa sensación tan extraña, como si su mente estuviera a kilómetros y todo lo que lo rodeaba fuera oscuro, ya fuera de noche o a la luz del sol...



-No funciona -el pelirrojo hizo un gesto de negación-. Intento hacer lo que me dices, pero no puedo concentrarme. Dices que me centre en mis propios pensamientos, pero a veces me siento como si estos ya no me pertenecieran...



-Está bien -Lioges posó una mano tranquilizadora en su hombro-. No lo vamos a forzar, y yo puedo seguir tejiendo un escudo para ti. Es difícil aprender a controlarlo tras toda una vida sin hacerlo, pero te aseguro que lo conseguiremos.



-Ni siquiera puedo leer mentes, no he podido hacerlo jamás. ¿Cómo puedes estar seguro de que se trata de eso? Tal vez este lugar sólo intenta hacerme daño...



-Caradhar... -la mano subió hasta su mejilla- Nadie de aquí intentaría jamás hacerte daño. Y si eso fuera remotamente posible, yo te...



-¿Echas de menos a tu esposa, Lio? -preguntó una voz juguetona desde la ventana. El elfo bajó la mano de golpe.



-Mirtuillë...



La joven elfa sonrió de oreja a oreja y se coló de un salto en el salón del sanador. Sin ser invitada, se sentó en el suelo, entre ambos elfos, y lanzó una mirada descarada, primero a uno y luego a otro. Lioges suspiró: Vira nunca pasaba mucho tiempo entre los suyos, pero la muchacha solía seguirlo a todas partes cuando lo hacía y había adquirido bastantes de sus incivilizadas costumbres. Padre no aprobaba esa influencia; por otro lado, según pensaba, era mucho mejor que la ejerciera sobre una chica, y no sobre un jovencito... Lo cierto es que era bastante permisivo con ella, pues se sentía orgulloso del increíble talento que daba muestras de desarrollar... Algún día sería una tejedora magnífica, tan buena como Lioges.



-Hola, Caradhar -saludó ella-. ¿Mi Señor Aguafiestas no te ha matado aún de aburrimiento? Tengo que decir que está mucho más animado desde que estás tú: ya no apesta a libros rancios todo el día, de tanto estar encerrado en la biblioteca. Ha debido venir un elfo de la ciudad para sacarlo de allí... ¡pero la manera en que te monopoliza es completamente injusta! ¿Cuándo vas a tener un rato para mí? Esta noche hay un recital en el claro y se contarán historias antiguas. Algunas te harán aullar de aburrimiento, pero siempre hay algunos recitadores decentes. ¡Dime que vendrás conmigo!



-Muchacha... -comenzó el sanador.



-No importa. Iré contigo, Mirtuillë -respondió el dotado-. Te veré en el claro después de la cena.



-¡Magnífico! -se alegró ella, abrazando al joven. Él la dejó hacer, porque ya se había acostumbrado a su exuberancia. Además, y en contraste con la mayoría de los habitantes del bosque, su proximidad tenía efectos relajantes en el caos en que se había convertido su cabeza-. Ponte guapo, porque yo me pondré muy guapa... ¡seremos la envidia de Dervharn! Bueno: tú, yo... y Lio, porque estoy segura de que no andará muy lejos -la elfa rió entre dientes-. Os dejaré solos, antes de que nuestro respetado sanador me obsequie con su mirada más taladrante... ¡No se te ocurra faltar!



Mirtuillë salió por donde había entrado, ágil como un gato. Lioges la siguió con una mirada ciertamente desaprobadora, y luego se volvió hacia su joven compañero.



-No sabía que estuvieras casado -preguntó este-. ¿Dónde está tu esposa?



-Pertenece a otro clan. En muchas ocasiones vivimos lejos de nuestros cónyuges, pues no nos emparejamos con nuestra gente pero tampoco abandonamos nuestros deberes aquí.



-¿Tienes hijos?



-Sí -Lioges intentó desesperadamente leer la reacción del pelirrojo, pero sólo encontró curiosidad. Aquello le resultó decepcionante... aunque sabía muy bien qué era lo que estaba pensando entonces...- ¿Vas a acceder, pues, a la petición del guía? -Caradhar asintió, ausente- Dime, ¿qué te ha hecho cambiar de parecer? Creí que detestabas la idea.



-Si es el precio que he de pagar para que pongan en orden mi cabeza, lo haré.



-No tienes que pagar nada que...



-No deberé nada a nadie. Al parecer, mis fluidos son la única cosa de valor que poseo -había ironía y amargura en su voz-. Siempre ha sido así para todos, excepto para... -se cortó en seco y frunció el ceño. Lioges contempló una imagen muy clara formándose en su mente, y entrecerró los ojos a su vez. Pero el momento pasó con rapidez-. Toda mi vida he practicado la alquimia, creyendo que la ciencia era la única manera de mirar a las cosas. Y ahora descubro que siempre me ignorado la verdad, que la magia nunca ha dejado de estar ahí, que yo mismo me he estado encargando de ahogarla...



-No tenías forma de saberlo...



-No, pero ahora lo sé, y aunque no acabo de creer que esa sea realmente mi herencia, tengo que hacer todo lo posible por comprobarlo. Nunca me ha importado saber quién soy, Lioges; ni a mí ni, seamos justos, a nadie más. Pero saber qué soy... es importante. Lo necesito.

"Savhran vino a hablarme tras regresar de las montañas. Realmente cree que llevo en mi sangre una semilla que ayudará a purificar la magia. Me parece justo colaborar para limpiar aquello que yo mismo he ayudado a contaminar... pero sólo lo haré una vez. Si tanta fe tiene en la intervención de la mano de los dioses, un solo crío bastará -Lioges lo miró con amargura. El elfo más joven bajó la cabeza-. ¿Ha decidido ya quién será la madre?



-... Será su propia hija.



-No es que me importe, en realidad.



-Y supongo que te ofrecerá casarte con ella...



Caradhar sacudió la cabeza.



-No. No pienso emparejarme ni atarme más allá, a nadie ni a nada -el dotado se levantó-. Voy a darme un baño, y luego pensaré una excusa para esta noche. No estoy de humor para recitales.



Mientras el joven se alejaba, Lioges se debatió en un mar de dudas. Sabía que debería sentirse satisfecho: confiaba plenamente en su guía, y finalmente verían cumplirse el deseo que habían anhelado todos aquellos años. Por algo así, sólo podían dar gracias a la intervención divina. Y, sin embargo...

No por primera vez, se encontró lamentándose de que Caradhar no hubiera nacido elfa.





***





-Los ejércitos de Argailias y Therendanar han retomado Varemethe y se dirigen hacia el Norte, a Aiksenn. Hay mucho movimiento en las calles: tu gente, y también los humanos, envían levas para cubrir las bajas en esta ciudad y reforzar sus defensas, pues el grueso de las tropas ha partido junto con el príncipe. En mi opinión, los norteños se moverán hacia el oeste y lo intentarán por las montañas. Apuesto a que ya habían tanteado el terreno para el caso de que las cosas se pusieran complicadas en este frente.



Sül levantó la espada bastarda con la izquierda y se puso en guardia, imitando el gesto de Vira, que se alzaba frente a él. Aún no podía creerse que estuviera pasando el tiempo en entrenar con el Silvano, pero tampoco tenía nada mejor que hacer para mantener la mente ocupada. La presencia de Dainhaya, sus dulces palabras, sus historias sobre lugares que no conocía, habían conseguido sosegar su ánimo lo suficiente como para que volviera a comer y tratara de recuperar su energía. En cuanto al alto Silvano... bien, había que reconocerle el mérito de que era sorprendentemente bueno con las armas. Sül aún sospechaba que seguía utilizando algunos de sus trucos mágicos durante las sesiones, por más que el elfo asegurara que aquellas eran puras habilidades físicas: huelga decir que el Sombra no confiaba demasiado en él.



-Por mí, pueden irse a tomar por el culo -fue la respuesta del elfo más joven-. Ummankor es un agujero inmundo y la maldita alquimia no me ha traído más que desgracias, así que estaría más que satisfecho de que se consumiera en llamas -Vira sonrió muy ligeramente; naturalmente, podía estar de acuerdo con la opinión de su compañero sobre la alquimia, pero no sobre Ummankor-. Y me sorprende que a ti te interese cómo va esta guerra: pensé que en el bosque os dedicaríais a cosas más espirituales, como adorar a los dioses y celebrar rituales de fertilidad...



El Sombra atacó. Vira solía utilizar la izquierda para pelear, por lo que Sül debía ajustar sus movimientos para intentar penetrar las defensas de un zurdo, usando él mismo una mano a la que no estaba acostumbrado. Naturalmente, los Darshi'nai entrenaban contra oponentes de ambos tipos, pero en la práctica los luchadores zurdos no eran muy comunes. Además, aún no había recuperado la forma, y la espada bastarda le resultaba muy incómoda de manejar a una sola mano. Después de varios golpes que el Silvano bloqueó fácilmente, el joven moreno colocó la derecha en la empuñadura de su arma y la blandió a dos manos.



-Varía la posición de las manos, están demasiado pegadas a los extremos. Llevo mucho tiempo rondando esta ciudad, Sül. Al final acabas por interesarte en las mismas cosas que quienes te rodean. ¿Adorar a los dioses? Los respeto y espero que, a cambio, ellos me dejen en paz. ¿Rituales de fertilidad, yo? Debes estar de broma... Suelta la mano derecha... No, no la sostienes como es debido: un golpecito y saldrá volando, seguida de cerca por tu virilidad...



-Vete al infierno... Eres una cabeza más alto que yo, y además, zurdo... y comes como un cerdo: por supuesto que tendrás más fuerza, técnica y energía que yo para esto.... ¿Y por qué decidiste exiliarte de tu gente, convertirte en un... proscrito, como dijiste, y venir a pudrirte a Argailias? ¿Te patearon hasta aquí porque no veían la hora de librarse de ti? Eso puedo creérmelo...



-Oh, ¿crees que juego con ventaja? No hay problema -el Silvano pasó a usar la derecha y lanzó un poderoso ataque contra el muslo izquierdo de su contrincante. Sül hubo de pararlo con ambas manos y, aun así, la fuerza de la embestida hizo que su arma le temblara-. Suelta la mano derecha, te digo... Digamos que ambas partes, mis mayores y yo, estuvimos más que satisfechos de perdernos de vista. Decían que podía vanagloriarme del talento que corría por mis venas, pero como no estaba dispuesto a realizar la, llamémosla siembra, y podía ser, venerable diosa, una mala influencia para los elfos jóvenes e impresionables, decidimos de común acuerdo que mi colaboración le sería muy útil a Dainhaya. No he tocado a una elfa en toda mi vida; la sola idea me produce escalofríos... Soy un blasfemo que no les resulta de mucha utilidad a los míos -añadió con cinismo-. Por suerte para ellos, la sangre de mi hermano es aún más pura que la mía, y él se toma sus deberes muy en serio: tiene ya cuatro hijos, y al menos dos poseen el talento. A este paso, cubrirá mi parte y la de él para complacer a la comunidad...



-Entonces... ¿cómo puedes estar de acuerdo en enviar a otros a hacer algo que a ti te repugna? -el Sombra atacó con su mano menos hábil, pero estaba perdiendo la energía y la concentración; Vira paró casi sin mirar.



-¿Crees que se me ocurrió a mi? Para empezar, mis circunstancias y las del chico son muy diferentes: yo soy prescindible, mientras que él tiene una herencia única. Por otro lado, tienes que admitir que su actitud hacia el otro género no es, en absoluto, como la mía...



Sül se sintió como si lo hubiera abofeteado; por supuesto, tenía razón, pero aun así resultaba muy doloroso oírlo. Apretó las mandíbulas y comenzó a descargar golpes a diestro y siniestro desde ambas direcciones. La espada de Vira se balanceó con precisión, sin desperdiciar un solo movimiento para cubrirlo de todos aquellos ataques que sólo conseguían agotar al debilitado Sombra. Ambos elfos cruzaron las armas ante ellos y forcejearon; el elfo moreno empujó con todas sus fuerzas, pero no fue capaz de hacer retroceder a su contrincante ni un centímetro. En cuanto al Silvano, utilizó su hoja para empujar la de Sül hacia abajo, en un movimiento circular, y se apartó de súbito; el más joven perdió el equilibrio y se precipitó hacia el frente, por efecto del impulso y del peso del arma, dando un traspiés que casi lo hizo acabar en el suelo. Volvió a encarar rápidamente a su adversario y se protegió con la espada, pero ya la de Vira, cuyo agarre era mucho más firme, golpeaba con fuerza, la enganchaba y la mandaba volando contra una de las paredes, como había anunciado. Él mismo lanzó la suya a un lado, con desprecio.



-Supongo que charlar y entrenar a la vez no es una buena idea -dijo-. A la sola mención de tu amante, tu concentración se ha ido al infierno. Últimamente has estado más calmado; creí que habías comenzado a aceptarlo.



-¿A aceptar el qué? ¿Que se haya ido? Eso no lo aceptaré jamás. No me importa lo que pienses de mí, o de Caradhar: estoy enamorado de él. Olvidará lo que pasó... volverá... tiene que hacerlo...



El Silvano dejó escapar un prolongado suspiro. Aquella era una situación a la que no estaba acostumbrado: por primera vez en su vida, alguien a quien deseaba se le resistía...

No, no era cierto que fuera la primera vez. Recordó su adolescencia en Dervharn; desde el principio había sido consciente de que sus instintos no seguían las leyes de la naturaleza, que tan arraigadas estaban entre su gente. Para él, la atracción hacia su mismo sexo era tan natural que nunca había tratado de reprimirla.

Recordó el primer elfo por el que había concebido sentimientos. Era tan joven como él, con una sonrisa tan contagiosa que bastaba su presencia para animar el momento más amargo. Siempre solía decirle lo mucho que envidiaba sus ojos y sus cabellos, la doble marca del talento. Aunque no carecía de habilidades mágicas, él no poseía ninguna de las dos, y no dejaba pasar la ocasión de bromear y pedirle que le cediera al menos una de ellas; entonces tomaba un mechón de la larga melena color corinto y lo dejaba caer sobre su hombro, como si formara parte de su propia cabellera...

Recordó el día que aprovechó la proximidad de sus rostros mientras lo hacía y lo besó. Fue un beso inocente, apenas un roce de los labios... su primer beso... El joven no reaccionó enseguida; tan sólo soltó los cabellos que sujetaba, que se esparcieron libres sobre su hombro, mezclándose con su propia melena oscura.

Recordó, cómo olvidarla, su mirada de disgusto; la manera en la que había apartado su rostro; el puente que sus cabellos habían tendido, entre él y el hombro del joven elfo, estirándose poco a poco y deshaciéndose hasta que ni una sola de aquellas hebras del color del vino permaneció en contacto con él...

Nunca más lo hicieron. Nunca más lo tocó, y sus conversaciones se redujeron a fríos saludos... Por primera vez había amado, y por primera vez lo habían rechazado. No pudo superarlo jamás.

Cuando surgió la oportunidad de abandonar los bosques no tardó en aprovecharla. Había comenzado a desarrollar sus talentos para el combate, y era lo bastante habilidoso como para arreglárselas entre los elfos de fuera y apoyar a Dainhaya. Aprendió todo lo que pudo de los Darshi'nai: aunque sus técnicas palidecían en comparación con las de alguien con el talento, no dejaron de resultarle útiles. Por último, pero no menos importante para él, pudo seguir los impulsos de su naturaleza y enzarzarse en una aventura tras otra, con tantos elfos que ya había perdido la cuenta, entregándose sin reservas al placer de la seducción, la conquista, la recogida del premio, sin apenas tener que usar su talento de atracción... Era consciente de que nunca elegía a candidatos capaces de suscitar en él algo más que lujuria, que no solía volver a verlos, que nunca intentaba llegar a conocerlos.

En cierta forma, sabía que tenía razón: el amor no era más que una fuente de problemas y frustraciones y sufrimientos... ¿Necesitaba más pruebas? Tenía una bien clara delante de él, y la mirada torturada de aquellos ojos oscuros habría bastado para ponerlo en guardia ante cualquier impulso de dejarse vencer por los sentimientos.

Lástima que había llegado demasiado tarde...

Lástima que ya no había forma de parar lo que sentía por aquel Sombra apasionado que, a diferencia de él, nunca había rechazado de pleno la idea del amor, y cuando lo había encontrado lo había abrazado con todo su ser. En la devota sociedad de Dervharn, donde lo único que importaba era la magia y la sangre; en la decadente sociedad argailiana, donde todo se basaba en la búsqueda de poder y placer mediante la alquimia... ¿cuántos elfos como Sül podían encontrarse? Hermoso, y ardiente, y apasionado... vivo como pocos que el hubiera conocido. Y aquel joven había elegido alimentar su fuego con un témpano de hielo.

Y, lo que era peor, él, Vira, lo había seguido en su caída; su corazón, que habría debido dejar cerrado, habría vuelto a abrirse y había dejado pasar a alguien que parecía estar irremediablemente fuera de su alcance. Aquello lo confundía; lo torturaba; lo enfurecía.



-¿Y si no puede cambiar, Sül? ¿Y si continúa haciéndote lo mismo, una y otra vez? -el Sombra lo miró, sus ojos divididos entre la angustia y la ira- ¿Y si, al final, decide no volver?



-Esperaré -afirmó el joven, obstinado-. Todo lo que haga falta.



-¿Y si a pesar de todo no lo hace?



-Entonces... -la mirada oscura se enfrió- entonces nada merecería la pena, y no podéis vigilarme siempre...



-¿Preferirías estar muerto que conmigo?



-Preferiría estar muerto que sin él.





***





-¿Estás decidido, Caradhar? Por última vez, no tienes por qué hacerlo...



-Por favor, Lioges. Sólo quiero terminar con esto.



-Está bien -aceptó el sanador, con tono frustrado-. Tengo trabajo en la biblioteca. Espero... espero que todo...



¿Qué podía esperar? Nada que pudiera expresar con palabras. Lioges abandonó la habitación a paso rápido y cerró la puerta.

Caradhar permaneció sentado sobre la cama, mirando a su alrededor, ya que no podía hacer nada más. Así pues, aquel era el lugar que había elegido su pareja: una casa en lo más alto de un enorme árbol, a la que sólo se podía acceder por una larga escalera de caracol o una pasarela a una altura de vértigo. La decoración era mucho más ornamentada y estilizada de lo común: trabajos de artesanía en madera y plata, un biombo con telas exquisitamente bordadas, una gran cama con una fina cortina a su alrededor... Las hijas de los jefes seguían siendo las hijas de los jefes, sin importar el nombre que estos recibieran. En cuanto a él, sólo llevaba unos pantalones y una túnica ligera.

Cuando comenzaba a preguntarse si la joven en cuestión se había echado atrás, la puerta lateral se abrió y se cerró muy rápidamente, y una figura femenina se apoyó contra ella. También llevaba una túnica masculina, por la que asomaban sus piernas de una forma bastante impúdica para los estándares de los Silvanos. Sonreía nerviosamente, y tenía las mejillas encendidas.



-¿... Mirtuillë? -acertó a preguntar Caradhar- ¿Qué estás...?



La muchacha se acercó y se arrodilló en la cama junto al intrigado pelirrojo, quien se volvió hacia ella con el ceño fruncido.



-Voy a ser tu pareja, Caradhar -respondió ella, ligeramente turbada-. ¿Defraudado?



-Pensé que... se había decidido que mi pareja sería la hija del guía; la conocí en las cavernas, era...



-¿... mi hermana mayor? Ella ya está prometida, tonto. Peor para ella... Además, dicen que mi talento es más poderoso que el suyo. He hecho todo lo posible para que nos conociéramos mejor... ¡pero eres tan esquivo...! Ahora... -la joven se mordió el labio inferior y se acercó aún más a él- Bueno... te advierto que es mi primera vez, así que no esperes gran cosa...



-No comprendo... eres hija del guía y te prestas a tener un hijo con alguien como yo, sabiendo que ni siquiera me convertiré en tu esposo... ¿por qué lo haces? ¿Por qué tu padre lo permite?



-Será un gran honor llevar a tu sangre, ¿qué puede haber más importante que eso? -ella lo miró como si la pregunta le resultara absurda- Además... -la elfa se colocó a horcajadas sobre su regazo, dejando la timidez a un lado- seguro que mi hijo será extremadamente guapo, si se parece a ti... -se inclinó hacia él y susurró a su oído- y muchos me han dicho que soy hermosa... confío que lo suficiente para no decepcionarte...



Mirtuillë se despojó de su túnica, la única capa de tela que ocultaba su desnudez. Aún era joven, pero ciertamente era bella.... En el pasado, Caradhar no habría podido dejar de desearla; esto es, hasta que su madre le había hecho aquella jugada con la sirvienta muda.

Lady Neskahal era la última elfa con la que había estado: muy atractiva, pero nunca se hubiera acostado con ella por elección propia, y ni una sola vez la había tomado de manera... ortodoxa. Y ahora se esperaba que lo hiciera con una chica joven a la que no veía sino como una cría bulliciosa...



-¿Qué te pasa? ¿No te gusto?



Ella introdujo las manos en su túnica y acarició con timidez el vientre firme y bien definido del dotado, cuyo cuerpo se tensó. Lo besó suavemente bajo la oreja, mientras una mano bajaba, osada, y se colaba bajo la cintura de sus pantalones, y se deslizaba sobre su miembro. Cierto, la muchacha carecía de experiencia... pero la que tenía le bastaba para saber que aquello no presentaba la consistencia que debiera... Lo miró, confusa, alzando una ceja. Caradhar apretó los labios.



-Lo siento, creí que podría hacerlo, pero... no... no puedo -los ojos de color corinto se tiñeron de decepción y resquemor- Tal vez mañana, cuando haya tenido tiempo de asimilarlo, pero ahora...



La muchacha se levantó, agarró su túnica y corrió fuera de la habitación. No entendía aquel rechazo; creía que se debía a su falta de atractivo, pero... a menudo había notado cómo la miraban otros elfos. Entonces, ¿por qué...?

En cuanto al dotado, tragó saliva, se tendió en el colchón y cerró los ojos. El zumbido de su cabeza había aumentado considerablemente, porque Lioges no estaba allí para hacerle de escudo. Era extraño: casi había podido ver con sus ojos el deseo de la chica, y su irritación, de tan fuerte como lo habían golpeado. Y aquella otra sensación, aquel nudo en su estómago... aquella necesidad insatisfecha, no de sexo, sino de algo que no lograba identificar... Dioses, habría dado cualquier cosa por poder dormirse en sus brazos...





Fiel a su palabra, lo intentó de nuevo al día siguiente. Mirtuillë parecía dispuesta a perdonar su frialdad inicial y cambió de táctica: decidió no mostrarse tan agresiva, sino dulce y tierna. Después de todo, a muchos elfos les gustaba tomar la iniciativa... Se tendió a su lado y se contentó con soplar sobre sus cabellos y apartarlos para besar delicadamente la piel de su cuello; como el dotado no se decidió aun así, tomó una de sus manos y la colocó ella misma sobre su pecho, mientras su pierna se enroscaba sugerentemente entre las de él. Buscó sus labios y los rozó con los suyos, indecisa; lo intentó de nuevo, más profundamente, sin que él se apartara pero sin que tampoco pusiera de su parte. Finalmente la elfa volvió a palpar el estado de su entrepierna. Nada.



-Oh, de acuerdo... -dijo, de nuevo frustrada- Creo que estoy perdiendo el tiempo; porque es obvio que a ti sólo se te levanta con los de tu sexo, ¿no es cierto? No puedo creérmelo... -se levantó y se deslizó dentro de sus ropas, con una mueca de disgusto- ¿por qué tienen que atraerme siempre los que nunca van a ponerme una mano encima?



Mirtuillë salió hecha una furia de la habitación, dejando a Caradhar de nuevo tendido en la cama, con aquel extraño sentimiento que lo sumía en la confusión. No supo cuánto tiempo transcurrió hasta que alguien llamó a la puerta y entró discretamente: Lioges. El sanador se sentó junto a él, en silencio, hasta que dijo:



-Nadie te lo reprochará si has cambiado de idea, Caradhar... yo te comprendo perfectamente...



-No es eso... es... -el joven se cubrió el rostro con la mano- Creo que desde que... desde que aquella muchacha... no he vuelto a ser capaz... Debe ser eso, porque no encuentro otra explicación. Quiero hacerlo, pero...



-Tranquilo -el sanador pareció meditar algo intensamente-. Caradhar, hay... otra manera de obtener el mismo resultado. Y probablemente no te resultaría tan difícil -el pelirrojo miró a su compañero, sin comprender-. Después de todo, es únicamente tu semilla lo que se precisa para hacer que ella conciba. Yo sé cómo hacerlo, sólo preciso recogerla justo después de que haya abandonado tu cuerpo.



El dotado se incorporó, con la sorpresa pintada en su rostro. Trataba de digerir lo que Lioges había querido decir, pero se le antojaba demasiado extravagante para ser verdad. Casi... como si él fuera un animal de cría... Aunque no merecía la pena engañarse: no dejaba de ser eso mismo, ¿verdad?



-Sólo necesitas relajarte, pensar en algo que te complazca y dejarte llevar. Cuando estés listo, la tomaré. No tienes por qué preocuparte: esperaré tras el biombo a que me llames. Y soy un médico, no te sientas avergonzado... ¿Deseas intentarlo?



Caradhar lo miró fijamente. Se sentía mucho más relajado, porque el sanador había vuelto a tejer el hechizo protector a su alrededor, aunque sospechaba que había hecho algo más... Pero no le importaba: aquello que le había pedido, tan extraño como sonaba, debía ser mejor que acostarse con la joven elfa. Al menos no debería tocar a nadie... casi. Aspiró hondo y asintió. Lioges se ocultó de la vista, y el dotado se quitó la túnica e introdujo la mano en sus pantalones...

Cuando terminó, el sanador se acercó a él y recogió la semilla derramada de la forma más discreta en que fue capaz. Caradhar lo miraba, jadeante, aunque él procuró evitar sus ojos rojos. No era la primera vez que lo veía prácticamente desnudo (el joven seguía tan carente de pudor como siempre) pero nunca lo había tocado así, de manera tan íntima. Tuvo que hacer un esfuerzo titánico para mantener la compostura, para impedir que su mano se deslizara hacia donde no debía y tomara contacto con aquella parte de él que sólo debía estar reservada al roce de un amante...

Una vez fuera de la habitación se dejó caer contra la pared y se obligó a relajarse, a apaciguar el ritmo de su respiración. La sangre se le había agolpado entre las piernas...

Ya no le cupo duda acerca del tipo de atracción que sentía hacia él. Que la diosa del bosque tuviera misericordia, pero lo único que deseaba en aquel momento era volver a entrar ahí, aprisionarlo contra el colchón y besarlo hasta dejarlo sin aliento, y entrar en él hasta que ya no fuera capaz de pensar en nada más.

Por supuesto, no lo hizo. Se recompuso lo mejor que pudo y acudió a cumplir con su deber, a realizar aquello para lo que había venido desde un principio.







Estaba sentado sobre otro cuerpo, desnudo y sudoroso, piel contra piel. Los fuertes muslos rodeaban los suyos; el pecho musculoso servía de apoyo a su espalda; contra su trasero presionaba ansiosamente el miembro enhiesto, acomodado entre sus nalgas, húmedo de excitación, pero sin pasar de la puerta de su entrada posterior.

Estaban ocupado en otra cosa en ese momento: los brazos rodeaban su cintura, las manos se habían adueñado de su sexo, acariciando cada rincón, extendiendo su propio néctar a lo largo de la rígida carne mientras se deslizaban rápidamente arriba y abajo... No era consciente de dónde había colocado las suyas; seguramente cubrían las de su amante, manteniéndolas en su lugar mientras casi rozaba la cumbre, su espalda arqueada, su cabeza apoyada en su hombro, sus cabellos negros cosquilleando contra su mejilla...

Cada cuatro días, Lioges acudía a él y el ritual se repetía. Él hacía tanto como estaba en su mano -magnífico eufemismo- para excitarse, mientras el sanador aguardaba, preparado para llevarse lo que necesitaba, lo que lo hacía valioso para la gente del bosque. De alguna manera todo aquello lo asqueaba, y aun así, aunque se sentía casi como un animal, una extraña satisfacción anidaba en su pecho porque no debía compartir la cama con nadie. Sin duda, no se las habría arreglado para herir a Sül tanto como las otras veces... Sin duda...

Pensaba en él, en sus manos, en su lengua, para llevarse al límite. Recordaba lo que había compartido con el Sombra, su habilidad especial para darle tanto placer como nadie había hecho jamás, como cierto día en el que habían decidido que serían sus dedos los que harían todo el trabajo de complacerse mutuamente...

Su mente había traído aquellos dedos de vuelta sobre su cuerpo; no eran sino una sombra de lo que recordaba, pero tendrían que servir. Y, si era sincero, la ilusión se hacía más y más vívida a medida que se acercaba a culminar. Había tenido que echarse sobre el colchón, y sus músculos tensos anunciaban el cercano desenlace. Oía su propia respiración agitada a través de sus labios entreabiertos, sentía los rápidos movimientos de su pecho, el calor en su rostro... El orgasmo lo sacudió, y durante unos segundos no pudo sino temblar, como aquella vez, sentado en el regazo de Sül, con su erección tan firmemente encajada entre los glúteos que parecía suplicar que lo dejara entrar en él. Abrió los ojos...

Pero no era Sül quien estaba echado junto al dotado. Era Lioges, con el rostro ruborizado; sus labios bañándolo con su aliento ardiente, tan próximos a los suyos que casi se tocaban; su mano, que los dioses sabían cuándo se había colado dentro de sus pantalones, rodeando su miembro aún palpitante; sus ojos perdidos en los de color carmesí del joven, tan profundamente que se podía leer en ellos lo que sentía... Permanecieron así durante muchos latidos, sin atreverse a moverse, hasta que el sanador se decidió a inclinar la cabeza y salvar la escasísima distancia que separaba los labios de ambos...

Caradhar cerró los suyos de golpe.



-Creí que debía recogerse justo después de que abandonara mi cuerpo -dijo con voz tensa y entrecerrando los ojos.



Lioges se quedó paralizado durante un instante. Después se incorporó lentamente e hizo lo que el dotado acababa de recordarle. No pensaba con claridad: estaba desorientado porque el rechazo lo había golpeado como un puñetazo en el estómago, y casi lo había dejado sin aire.

Al terminar, salió de la habitación en silencio, con los labios apretados y un terrible peso en el corazón.





***





Vira salió del baño, se cubrió con un paño seco y se sentó en el banco; se acarició el labio inferior, como cada vez que se sumía en pensamientos profundos. Había pasado bastantes días vagando por la ciudad, dejando a Dainhaya y Sül en su mutua compañía. Se había colado en todas partes, haciendo acopio de noticias de la guerra, de secretos de estado, de simples cotilleos. Se había intentado entretener, en fin, en algún que otro burdel de la Zanja, porque no le apetecía molestarse en seducir a ningún jovencito, aunque los resultados habían dejado mucho que desear. No podía pensar en nadie más que justo en aquel que había dejado atrás... para no tener que pensar en él.

De buena gana habría embestido la pared con la cabeza por delante; que él, a quien su compañera elfa había llamado cariñosamente la puta, se encontrara así, como cuando era un muchachito virgen e inocente y se había colado por aquel desgraciado... Bueno, solía pensar que el Sombra rozaba el patetismo, pero en su defensa había que decir que había necesitado años para alcanzar ese estado. A él le había bastado con mucho menos...

A lo mejor, se decía, era una simple insatisfacción sexual. ¿Quién podía saberlo? Quizás un día de sexo con el Darshi'nai fuera más que suficiente para aplacar su ardor; solía ocurrirle, la pérdida de interés en la conquista una vez que había conseguido llevárselo a la cama. ¿Era casualidad que había sentido algo más justo por quienes no se habían acostado con él?

De todas formas todo eso no iba a conducirlo a nada, porque Sül no iba a permitírselo. ¿Qué iba a hacer? ¿Drogarlo y hacer lo que quisiera con él? ¿Violarlo? Se golpeó la cabeza fuertemente contra la pared y se abofeteó con rabia; luego se cubrió la mejilla y apretó los dientes porque aquello había dolido... Grandísimo imbécil...

Y alguien llamó a la puerta y asomó la cabeza. Justo él.



-Se supone que tienes que esperar a que te de permiso para entrar -masculló Vira, agarrando un peine y comenzando a pasarlo por sus largos cabellos-. Imagina que me pillas desnudo: tendrías sueños húmedos durante semanas. ¿Qué quieres?



-Siempre llevas unas ropas que no son mucho mejores que andar por ahí en pelotas... ¿cómo iba yo a saber que eras tímido? -el joven entró en el baño y cerró la puerta tras de sí. El Silvano alzó una ceja- Escucha: me preguntaba si... bueno...



-Abrevia, antes de que coja un resfriado.



-Me preguntaba... a mí no me está permitido ir al bosque... a donde está Caradhar... -Sül tragó saliva- sin invitación. Pero tú podrías... tú podrías acercarte y ver cómo están las cosas. Tal vez podrías traer alguna noticia, y yo me quedaría cuidando de Dainhaya... y ella de mí.



Vira se detuvo en seco. De alguna manera aquella petición, por otro lado bastante razonable y que sin duda se le podría haber ocurrido a cualquiera, lo exasperó.



-¿En serio, Sül? Y si me lo encuentro retozando con alguna elfa bajo los árboles, ¿también quieres que te lo cuente? -el Sombra palideció- Si está tan a gusto que no se le pasa por la cabeza volver, ¿te interesará saberlo?



-Yo... yo sólo quiero saber si está bien... nada más que eso...



-¿Por qué? ¿Te parece que él haga muchos esfuerzos por saber cómo estás ? Qué amor más desinteresado...



Sül apretó los puños y se dio la vuelta para abandonar el lugar. El Silvano se abalanzó sobre él y lo flanqueó con sus largos brazos, impidiéndole que abriera la puerta.



-Aguarda. De acuerdo: haré lo que me pides. Te aseguro que soy tu única oportunidad, porque Dainhaya nunca te abandonaría para hacerlo. Pero tendrás que darme algo a cambio.



-¿... Qué es lo que quieres...?



-A ti, Sül -Vira se inclinó sobre él-. Una noche contigo, y te doy mi palabra de que nunca más volveré a molestarte. No es mucho, si te paras a pensarlo; después de todo, no es nada que él no haya hecho bastantes veces...



El rostro del joven moreno se torció en una mueca de furia. Deseó con toda su alma golpear a su compañero hasta dejarlo inconsciente... Pero, en vez de eso, pegó un violento tirón a la puerta y se alejó de allí a zancadas. En cuanto a Vira, sus labios se curvaron en una sonrisa cínica mientras se dejaba caer contra la pared.



Dos noches más tarde, Sül se coló en su cuarto sin llamar. El alto elfo iba a hacer un comentario mordaz, pero cambió de idea cuando vio la expresión del recién llegado; se limitó a mirarlo, con ojos suspicaces.

El Sombra no parecía decidirse a hablar. Se pasaba la lengua por los labios; abría y cerraba los puños; se sacudía, inquieto... De repente, Vira abrió mucho los ojos, porque todo él proclamaba a gritos que...



-¿Una noche, dijiste? -preguntó el más joven, al fin, con voz ahogada- ¿Y después volverás al bosque, y traerás noticias? Me... me parece bien... tienes razón, joder... ¿qué... qué diablos es una noche? Nada... no significa nada...



Sül le dio la espalda al Silvano y se sacó la camisa por los brazos, dejándola caer al suelo. No podía ser tan difícil... Vira tenía razón: Caradhar lo había hecho muchas veces, sin sentir nada en absoluto... ¿por qué no podía hacerlo él también? Además, tenía la certeza de que al pelirrojo no le importaría, si es que llegaba a enterarse... Posiblemente no le importaría siquiera aunque llegara a acostarse con la mitad de la Zanja...

No podía ser tan difícil... Aquellas cicatrices que llevaba en la espalda habían sido seguramente peores y había sobrevivido; la partida de Caradhar había sido sin duda peor y aún no había muerto... Sólo una noche, y podría tener noticias de él... Comenzó a desatar sus pantalones...

Los brazos de Vira rodearon sus costados; sus manos se posaron sobre sus muñecas, deteniéndolas; notó su aliento contra su cuello.



-No sé qué clase de animal te piensas que soy, Sül -susurró, con la voz más miserable que el Sombra jamás le había escuchado.



Vira lo soltó y se marchó sin echarle siquiera una mirada.





***





De nuevo en aquella habitación en lo alto de un árbol... Caradhar comenzaba a preguntarse si lo que hacían tenía algún sentido. No había vuelto a toparse con Mirtuillë. Seguramente la chica estaría bastante molesta por el giro que había tomado la situación... Y en cuanto a Lioges, las cosas estaban bastante tensas entre los dos. No se evitaban ni nada por el estilo, porque el Silvano debía seguir tejiendo el escudo para él, pero su mirada ya no era tan serena y abierta como antes de...



-Buenos días, Caradhar -el sanador cruzó la puerta, con aquella sonrisa discreta, y caminó hacia él- Es algo más temprano que de costumbre, pero supongo -hizo una pausa- que cuanto antes empecemos, antes terminaremos.



Lioges se colocó junto al biombo. Ya se retiraba el dotado la túnica y deslizaba la mano dentro de sus pantalones, cuando un pensamiento lo asaltó. Alzó la vista y miró la silueta de su compañero.



-Tú no eres Lioges -dijo.



El sanador lo contempló con asombro y entrecerró los ojos. En aquel momento, la puerta volvió a abrirse... y Lioges volvió a entrar. Ambos sanadores se miraron fijamente, hasta que el primero soltó una risita.



-Vira... -dijo el segundo en llegar.



El falso Lioges asumió su auténtica forma, tal y como Caradhar la recordaba; pero, para asombro del dotado, el cambio fue automático, tan rápido que no pudo seguirlo: nada de aquellas líneas negras que ralentizaban el proceso en las otras ocasiones en que había asistido a él... Vira se cruzó de brazos y sonrió burlonamente.



-Qué lástima... pensaba ver el espectáculo en primera fila y, con un poco de suerte, poner la mano en...



-¡Vira!



Había auténtica irritación en la voz de su hermano, y este calló, bastante perplejo. El pelirrojo no pudo evitar compararlos a ambos, ahora que los veía juntos. Físicamente compartían aquel rostro tan parecido; en cuanto a su carácter... cuando conoció al sanador se había admirado ante lo distintos que le habían parecido. Ahora... era extraño, pero algo le decía que tenían más cosas en común de las que nadie creía.



-Caradhar... -continuó Lioges- Nuestra guía Tirsseil, la esposa de Savhran, ha regresado de su viaje y desea verte. Deberías... vestirte e ir a su encuentro.



El dotado se marchó, dejando a ambos hermanos en la habitación. Vira se volvió hacia Lioges.



-Parece que su estancia aquí ha afinado la percepción del chico: era imposible que supiera que era yo...



-¿Por qué has vuelto ahora, dejando sola a Dainhaya? En cuanto Padre lo averigüe...



-No está sola, ya lo sabes. Y he vuelto porque necesitaba noticias. Y vaya si las hay... Mirtuillë está hecha una furia: dice que ha sido idea tuya que la trates como al ganado para no tener que compartir a tu adorado dotado con...



-No tengo ganas de hablar de eso, Vira. Tengo otras cosas en la cabeza, ahora que nuestra guía ya vuelto.



Sin más, el sanador siguió el camino del elfo más joven. Su hermano permaneció allí, acariciándose el labio inferior. Ciertamente no podría haber llegado en un momento mejor.







Tirsseil, la otra guía de la comunidad de Dervharn, era una elfa bella, a la que sin duda se parecía su hija menor y que, como ella, lucía las dos marcas de la magia. La principal diferencia entre ambas era la impenetrabilidad de su rostro. Le resultaba necesaria semejante compostura, porque debía mantener la guardia alta en todo momento para que el flujo de todos aquellos pensamientos se mantuviera siempre controlado. Era una de las más poderosas telépatas de la Antigua Raza, y también una sanadora; pero, a diferencia de Lioges, ella era capaz de curar los males invisibles que aquejaban a la mente... Había pocos con un talento así, y su presencia era a menudo requerida desde otros clanes, mas al regresar con los suyos y saber de la venida de aquel joven de sangre mezclada, cuya búsqueda había costado tantos desvelos a sus parientes, ni siquiera había querido descansar: había solicitado reunirse con él cuanto antes.

Caradhar la conoció en una de las casas más apartadas de la comunidad, sin pasarelas que la unieran a ninguna otra, a distancia de los otros árboles. Y cuando hubo sido conducido hasta allí, ella le señaló un cojín en el suelo, se sentó junto a el y pidió que los dejaran solos, en la casa y en sus proximidades. No le ofreció un refrigerio, ni le hizo preguntas, ni comentarios. Nada que pudiera distraerlos.

Debía asegurarse bien de que no había nadie a su alrededor, porque quería levantar el muro que aislaba su mente de las demás y penetrar sin reservas en la de aquel joven, que hasta entonces sólo había podido percibir tímidamente. Sólo cuando supo con certeza que nada podía interferir entre ellos... entró en él.

No era muy apropiado utilizar esas palabras: habría resultado más correcto decir que lo envolvió dentro de su mente, que se derramó alrededor de la suya como lo había hecho la de Lioges en las cavernas; pero el contraste era tan grande como el que había entre sentirse firmemente cubierto por una apretada armadura y caminar, a sus anchas, por las habitaciones de un castillo que no dejara ningún acceso desde el exterior. No podía percibir ningún vínculo entre ellos, y su mente era libre, por primera vez desde que había llegado a Dervharn: ningún zumbido, ningún sonido lo turbaba, ningún contacto, por amable que fuera, con los pensamientos de otra persona, de Lioges. Sólo él en su propia cabeza, y el silencio. Había olvidado aquella sensación.

Y sin embargo, nada estaba más lejos de la verdad. Ella estaba allí, junto a él, pero muda, contemplando aquel mundo casi monocromático, aquel paisaje desértico que estaba tras la puerta de los sentimientos del joven. Como a Dainhaya, la visión le resultó dolorosa, pero se cuidó bien de que sus emociones no confundieran a aquel muchacho que llevaba la sangre de los suyos, y en ella, el talento de la Antigua Raza y el Don de los elfos del exterior. Tantas bendiciones, tantas promesas... y los dioses habían decidido castigarlo de aquella forma.

La elfa no necesitó buscar en sus recuerdos; sabía lo que iba a encontrar, y espiar en su intimidad no iba a reportarles ningún bien. Tuvo que adentrarse, en cambio, en las mil y una vueltas de su cerebro, en aquellas conexiones sutiles que lo unían con el exterior, en la forma que tenía de percibir las cosas, en la que tenía de no llegar a sentirlas... Era como un instrumento musical con infinidad de teclas, y debía probarlas todas para saber cuáles eran las que no estaban correctamente afinadas...

Presionó una, al azar; para ello decidió presentarse, al fin, a su invitado.



-Me alegro mucho de conocerte, Caradhar, más de lo que imaginas -afirmó Tirsseil, y el dotado no supo si utilizaba los labios para hablar o lo hacía directamente a su cabeza-. Mi esposo me ha dicho que posees un gran talento. Eso puedo verlo, pero hay algo que no lo deja salir. ¿Sabes por qué?



-No... ni tan siquiera podría afirmar que sé cuál es ese talento del que todos me hablan... Pero lo cierto es que desde que estoy aquí he experimentado... cosas que nunca había sentido antes...



-Háblame de ellas. No te sientas avergonzado, Caradhar. Nada de lo que digas me empujará a juzgarte desfavorablemente; tan sólo me ayudará a ayudarte. Sé que lo deseas, que lo necesitas. Sé lo duro que debe ser, porque puedo ver dentro de ti. ¿Confías en mí para que te ayude?



-No -el dotado no pudo percibirlo, pero aquella respuesta había hecho que una tecla provocara una discordancia-. No la conozco, no sé si puede cumplir lo que dice. Hasta ahora, todos los que han pronunciado esas palabras me han dado motivos para no hacerlo. ¿Por qué habría de ser distinto ahora?



-Eres sincero. No te haré, pues, promesas que no sabrás si podré mantener. Simplemente, continuaremos hablando hasta que lo desees, ¿estás de acuerdo?



-Supongo que sí, aunque no veo cómo...



-Háblame de tu madre, Caradhar -la pregunta lo tomó por sorpresa- ¿Qué es lo que sientes por ella?



-No lo sé. Durante mucho tiempo he pensado que debería odiarla, pero nunca he sido capaz de hacerlo. Tan sólo en un par de ocasiones... -otra tecla sonó desafinada- Pero aquello pasó pronto. No tenemos mucho contacto, y es mejor así. Lo que ella desea de mí, no puedo dárselo, y ella lo sabe.



-¿Sientes lo mismo por tu hijo?



-No... no sé lo que debería sentir. ¿Cómo podría verlo como hijo mío? No me resulta desagradable su compañía. Lo echo de menos -una tecla más-. Ya no es exigente como lo era antes; con él estoy... en paz...



-¿Y por tu padre?



-No era nada para mi -el ánimo del joven se endureció- Debía morir; de lo contrario, habría sido él quien hubiera...



-Y, sin embargo, antes de que cerrara los ojos le susurraste algo que lo ayudó a partir en paz. ¿Por qué lo hiciste, si no significaba nada para ti?



-Porque pensé que a él le habría gustado... No... no lo sé.



Caradhar perdió el deseo de seguir hablando de ese tema. Tampoco supo que ese él había vuelto a romper la armonía, y que ni siquiera se refería a a Neharall. Había muchas cosas que él ignoraba, pero ella podía ver más allá.

La charla continuó hora tras hora. Muchas veces, sin siquiera mover los labios. Un interrogatorio como aquel habría agotado al dotado en pocos minutos, pero ella lo hizo hablar durante todo el día... tal vez porque su mente lo dejaba descansar por primera vez en mucho tiempo, y estaba aliviado. Tal vez porque cada frase, cada fragmento de conversación, lo liberaba de un pequeño peso que lo había oprimido desde siempre, porque nunca lo había compartido con nadie. ¿Por qué hacerlo, pues, con aquella desconocida?

Al caer la noche, ella lo dejó dormir. Descansó plácidamente, sin recordar ningún sueño que lo inquietase. La elfa, en cambio, sí fue testigo de las imágenes que poblaron su cabeza mientras lo velaba. Y la hicieron saber dónde tenía que buscar.





-¿Qué opinas de mi hija, Caradhar? -preguntó ella a la mañana siguiente, cuando reanudaron la conversación.



-Mirtuillë... es hermosa, tiene talento... talentos. Pero es demasiado joven para ser parte de esto.



-No es mucho más joven que tú... ¿pero es por eso por lo que no has podido emparejarte con ella?



-No creo que sea bueno que tenga nada que ver con alguien como yo...



-¿Y nada más?



-No siento... ese tipo de atracción.



-Pero en el pasado eso no ha impedido que te vieras envuelto con otras personas. ¿Por qué ahora no, Caradhar?



-... Porque él se habría sentido...



El dotado calló. No sabía qué decir. Y sonó una discordancia.



-¿Cuándo sonreíste por última vez? -fue el aparentemente brusco cambio de tema de la guía. Él alzó las cejas.



-Recuerdo... recuerdo el día que abandoné Argailias. Recuerdo que él no apartó el rostro como las otras veces cuando lo besé. Recuerdo que me gustó...



-¿Y cuándo fue la última vez que lloraste?



-... Ese mismo día, al salir de allí... No, no es cierto -el joven frunció el ceño y apretó los labios-. No era yo. Yo no recuerdo la última vez que derramé una lágrima. Era él...



-Has tenido sueños estos días, ¿verdad? Por primera vez en tu vida.



Caradhar la miró en silencio. Sabía que ella podía leer en él aquellos sueños. No vio la necesidad de responder.



-Hay uno que se repite. ¿Lo recuerdas?



-Sí.



-¿Querrás contármelo? No las imágenes, sino lo que te hacen sentir.



El joven pelirrojo meditó durante unos instantes. Era tan extraño que ni siquiera él lo entendía.



-Me abraza. Tiene el rostro hundido en mi cuello, en mis cabellos. Está aspirando; lo sé, porque oigo el sonido del aire que entra suavemente a través de sus fosas nasales. Es un sonido que me relaja, porque cada vez que lo hace me abraza aún más fuerte. Le gusta mi olor; me lo ha dicho tantas veces... que quisiera poder decir lo mismo. Pero no puedo... yo no percibo nada. El roce de la punta de su nariz contra mi piel me hace estremecerme, pero cuando yo hago lo mismo, no consigo... noto su calor; el latido de la sangre bombeada bajo la piel; el cosquilleo suave de su pelo... y lo abrazo, deseando más, lo abrazo tan fuerte que le duele... pero siempre permanece fuera de mi alcance... soy incapaz de sentir lo mismo que él...



La elfa había esperado una discordancia tan fuerte que eclipsara a todo lo demás... pero no alcanzó a oír nada. Silencio. Tirsseil siguió las vibraciones en el aire y buscó la fuente, la tecla que no tenía cuerda que golpear y había permanecido amordazada durante toda su vida; la nota cuyo mutismo se elevaba, atronador, en medio de los otros sonidos.

Y cuando la encontró, su magia de sanación se vertió como un elixir reparador sobre aquel rincón oculto de su cerebro; su talento tejió una cuerda, una cuerda fina y sutil, joven y aún tierna, frágil, pero que sería suficiente para conectar aquella parte de él de la que dependían los sentimientos con el exterior, y para hacer que a magia fluyera, libre. Del muchacho dependería que se hiciera más fuerte, pero Tirsseil no tenía dudas. La había echado tanto de menos todos aquellos años...

Reprochó a los dioses que lo hubieran condenado a aquel vacío durante toda su vida; los alabó por haberle dado el talento de repararlo...

La elfa sonrió por primera vez, y el muro alrededor de su mente volvió a alzarse. Caradhar se encontró de nuevo en silencio.

Al principio no notó ninguna diferencia; había calidez en el ambiente, y fuera se oía el canto de los pájaros; hilos de luz entraban a través de las rendijas de las ventanas... todo estaba en calma.

No... había... algo más... Algo que era incapaz de identificar... una sensación dulce, como cuando dejaba que la miel se deslizara por su lengua... pero... No había miel, sólo el aire a través de sus fosas nasales, y la sensación era mil veces más fuerte, más delicada, y mucho más compleja...

De repente, otra sensación cálida lo golpeó, pero esta vez fue directamente a su cabeza. No era enteramente agradable, porque el calor fue en aumento hasta hacerse demasiado intenso, pero tuvo la certeza de que no pretendía hacerle daño. De hecho, era justamente lo contrario... La puerta se abrió de golpe y por ella asomó la figura de Lioges. Estaba angustiado, tras más de veinticuatro horas de espera. Sus ojos se posaron en Caradhar con un suspiro de alivio, y el dotado lo miró a su vez.



-Lioges, ¿puedes ocuparte de él? -pidió la guía, levantándose- Debo retirarme a descansar. Es preferible que os quedéis aquí; es demasiado pronto para que salga fuera a todas esas mentes. Nos veremos en breve, Caradhar.



Ella volvió a sonreír y lo tocó por primera vez, colocando la palma de la mano sobre su corazón. Después caminó hacia la puerta, y al pasar junto al sanador murmuró:



-Escuda tu mente, Lioges. Sé que es duro, pero de lo contrario le harás daño. Lo siento mucho...



No aclaró qué era lo que sentía. Los dejó solos, y el dotado también se levantó, y se acercó al elfo de ojos color corinto. Lo miró con extrañeza, como si lo viera por primera vez, y sin previo aviso hundió la nariz en los largos mechones que caían junto a su cuello, y aspiró. No una, sino varias veces; con delectación, como se aspira un perfume fragante y delicado... Caradhar cerró los ojos, pero Lioges abrió mucho los suyos.

La nariz del más joven se paseó a lo largo de la piel de su cuello, bajo el oído, sobre el hueco de su clavícula. Se hizo osada y se adentró hasta su nuca, donde la sensación se volvió más intensa, y se quedó ahí, respirando intensamente, mientras de sus labios escapaban ligeros sonidos de placer.

Aquello fue más de lo que el sanador pudo soportar. Rodeó con sus brazos la cintura de su compañero y lo atrajo hacia sí, deslizando las palmas de las manos sobre su espalda. Caradhar lo miró, con el ceño fruncido; lo vio inclinarse, poco a poco, buscando sus boca; experimentó de nuevo aquella recién descubierta sensación, aquel dulzor que emanaba de su aliento; vio el anhelo de aquel beso en su mente antes de que los labios se tocaran... Alzó la mano y los cubrió gentilmente, impidiéndole que continuase, y la decepción que brotó de él lo traspasó de lado a lado... El abrazo aún se hizo más intenso, incapaz el Silvano de resignarse, pero la atención de Caradhar ya no estaba allí.

Estaba meditando por qué su cuerpo rechazaba a aquel elfo. Era muy atractivo, sin duda; era inteligente, y talentoso, y había dedicado su vida a lo mismo que él. Tenían cosas en común. Sus mentes conectaban: él había sido como bálsamo en el doloroso caos en que se había convertido la suya. Él... aquello que emanaba se su cuerpo era agradable, y cálido, y lo hacía desear más, bajar y aspirar dentro de sus ropas, en todos sus rincones. Y aquello que emanaba de su mente...

Y de repente supo por qué, por qué aquel abrazo no estaba bien, por qué no era lo que necesitaba. Un hilo muy fino pareció vibrar en su interior y le trajo recuerdos, sensaciones, sentimientos... Unos ojos oscuros, un cabello como ala de cuervo, la espalda más hermosa y más grata bajo sus dedos que jamás había tocado... La mente de Lioges gritaba, pero a través de aquel hilo algo susurraba en sus oídos, y era mucho más fuerte.

Y entonces...

Recordó la primera vez que le había hecho daño. No había sido capaz de entenderlo, que él acabara de llegar con el placer de aquella elfa aún humedeciendo su piel y él le mostrara, por primera vez, aquella mirada torturada en sus profundos ojos oscuros. Pero la mirada volvió a acosarlo la siguiente ocasión en que lo hizo, y la otra, por más que él quisiera ocultarlo; reflejaba el dolor con mucha más intensidad que cuando había estado a punto de morir por el veneno Darshi'nai...

Recordó el día en que él le había dicho que lo amaba, la manera en que había ocultado su rostro para no mostrarle su decepción por el silencio que había seguido a sus palabras. No había sido sólo entonces: todas y cada una de las veces que él le había demostrado su devoción, de una forma u otra, había esperado una respuesta, siquiera un murmullo, una señal de que sentía lo mismo, que no era únicamente uno más de sus amantes.

Recordó, en fin, la decepción cuando le confesó, con la mayor frialdad, que se había acostado con aquel elfo... ¿Cómo ignorar aquel dolor? ¿Cómo había sido capaz de hacerlo? Pero así fue, y aquello lo empujó a hacer cosas de las que después no dejaría de arrepentirse, aumentando aún más su aflicción... Caradhar tuvo que cerrar los ojos porque el nudo que se estaba formando en su estómago era cada vez más difícil de soportar...

Su mente se negaba a rememorar aquel día en el que había decidido marcharse de Argailias. Era un mecanismo de defensa; temía, y con razón, lo que podría hacerle sentir... pero aun así, Caradhar se obligó a hacerlo.

El sufrimiento más desgarrador cuando él creyó que había perdido lo único que tenía... lo único que le daba una razón para vivir... El temor a no volver a verlo jamás, a lo que le deparaba el futuro... a un futuro sin él... La soledad, cuando Caradhar aún no había salido siquiera por la puerta... Y más aún, vibrando a través de ese fino hilo que los unía: su deseo de morir...

Notó la humedad en la cara. ¿Qué era aquello? Lágrimas... Pero era cierto que no había vuelto a verterlas desde niño... Había olvidado el ardor en los ojos, a pesar del agua que se desbordaba; la sal cosquilleando en la piel; el pequeño tirón, cuando llegaban al borde del rostro y se precipitaban al vacío, y una nueva lágrima tomaba el relevo y temblaba, antes de seguir a la anterior... Y el dolor...

Aquel dolor dentro de él, ¿era normal? Aquella sensación de que le faltaba el aire, de que un enorme peso le oprimía el pecho y le estrechaba tanto los pulmones que debía aspirar cinco, diez, veinte veces más para no ahogarse... El angustioso lamento de sus sollozos...



-¡Caradhar! ¡Caradhar! ¿Qué te ocurre? Por favor, cálmate... por favor... ¿qué tienes? Venerable diosa, ¿qué puedo hacer para ayudarte? ¡Caradhar!



La voz de Lioges, rezumando preocupación... Pero apenas podía oírla, era como un eco que llegaba de muy lejos...





***





Sül estaba sentado junto a Dainhaya. La joven leía un libro, él miraba por la ventana. En calma. Tan calmado como podía estarlo, intentando sobreponerse a la ansiedad de recibir noticias.

Una lágrima asomó a sus ojos, sin causa aparente. La enjugó con los dedos, pero en seguida otra tomó su lugar, y otra, y otra más. Tuvo que utilizar las palmas de las manos para contener aquella inexplicable lluvia de lágrimas, pero nada parecía ser suficiente... La elfa alzó la vista y la dirigió hacia él, alarmada.



-¿Sül? ¿Te sientes mal?



-No... no lo sé... Han empezado a desbordarse y no puedo... no puedo pararlas...



 


       
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2 comentarios:

  1. Tengo una duda en la parte de la recolección de semen. Calhadar se estaba masturbándo o era Lioges el que lo estaba masturbándo. Porque cuando abrió los ojos, el sanador tenía su pene en la mano.

    Te agradecería que me aclararas las duda. Es que es parte no le comprendí bien.

    Gracias 😊

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    1. ¡Hola de nuevo! Pues siempre era Caradhar mismo el que se ocupaba del asunto, incluso esa vez... Pero Lioges ya no pudo contenerse y, sin que el primero se diera cuenta, enfrascado como estaba en su ensoñación, la mano intrusa acabó atraída como una mosca a la miel.
      Te pido disculpas por el texto; es la primera historia que escribí y tiene muchos fallos y repeticiones. De hecho, pensaba corregirla un día de estos. ¡Gracias a ti por leer y comentar!

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