-Es
una historia simplemente maravillosa, señor....
-Si
vuelves a llamarme "señor" una vez más y no me tuteas, me
sentiré muy, muy desgraciado... -bromeó Fidias.
-Oh,
claro, lo siento... Fidias -Elias sonrió, con embarazo-. Es que no
resulta fácil... Y menos ahora, después de haber escuchado
semejante relato. Aún estoy asombrado...
En
su salón favorito de la casa londinense, Fidias, Elias y Tosha
departían cómoda y despreocupadamente. Los dos vampiros antiguos
ocupaban los extremos de un gran sofá con forma de u, tapizado en
cuero gris; en el centro se sentaba el joven griego, descalzo: ora
con las piernas flexionadas sobre el asiento, ora tendido sobre su
estómago, ora reposando la cabeza sobre el regazo del ruso. Había
seguido, boquiabierto, el relato de los días mortales de su
modelador, y ahora se dedicaba a asimilarlo, con una mueca
genuinamente maravillada en su hermoso rostro. Había tal frescura y
espontaneidad en su actitud, en su pose relajada, en la elasticidad
de sus miembros, que el artista no se cansaba de mirarlo. Tosha,
sentado indolentemente en su rincón, se había ocupado más en
observar a los otros dos que en escuchar una historia que ya conocía.
Era evidente que su compañero de siglos parecía complacido con su
joven vástago, y nada podría proporcionarle mayor placer: había
elegido bien. La visión de aquellos dos bellos y sonrientes seres le
hizo olvidar, por una vez, la punzada de celos que sentía cada vez
que Fidias mencionaba a su Maestro. Saboreó el momento, deseando que
se prolongara indefinidamente.
-Y
tú, Tosha, ¿le has hablado ya a Elias de los días que pasaste en
la tierra como mortal?
-Sólo
vagamente, debo confesar. Por otra parte, mis andanzas le parecerán
carentes de interés, tras oír las tuyas. Después de todo, mi hogar
era humilde, comparado con el esplendor de tu vida...
-¿Te
refieres al esplendor de la vida de un esclavo? -Fidias alzó una
ceja y la comisura de los labios- Pues no creo que necesite
recordarte que eso era justo lo que yo era. Ni tan siquiera poseía
las ropas que llevaba puestas.
-Y
aun así, seguro que eran más finas que nada de lo que yo vestí
jamás. Vamos, te criaron en el palacio del Sultán; puede que fueras
un esclavo, pero tenías esclavos que te servían a su vez.
Esplendor, digo, y lo reitero.
-Por
favor, Kyrios, no me tengas en ascuas -intervino Elias, esperanzado,
acercándose a su creador y rodeando sus hombros con un seductor
abrazo-. Me muero de curiosidad por saber...
-De
acuerdo, pero me llevará tiempo y deberéis escuchar sin
interrupciones. Y eso va por los dos -añadió, con una mueca
burlona.
Elias
se inclinó con satisfacción y lo besó en los labios; después se
volvió hacia su modelador, le sonrió y se colocó a su lado, para
ofrecerle el mismo tratamiento. Fidias respondió a la caricia,
enredando sus dedos en los ondulados cabellos oscuros del joven, que
reclinó la cabeza sobre el muslo del vampiro griego y se dispuso a
escuchar a su mentor.
La
naturalidad en sus afectos de que hacía gala Elias era uno de sus
rasgos más atractivos; junto con su porte, y su carácter franco y
amable, hacían casi imposible no sentirse atraído por él. Lo
propio ocurría con Fidias, aunque las razones eran diferentes: su
belleza, también en aquella envoltura que asemejaba el aspecto que
debió tener cuando aún era humano; su mirada hipnótica, que
parecía traspasar a quienes contemplaba, y se recreaba en ellos como
si fueran, en verdad, únicos y especiales. Ambos te arrastraban,
sin
proponérselo, a amarlos, y ambos te hacían sentirte amado. Pero,
mientras los sentimientos que despertaba Elias eran positivos y
elevaban el espíritu, Fidias podía inspirar pasiones que conducían
a un infructuoso anhelo de posesión, a la frustración y al
sufrimiento. Ambos tan parecidos y tan distintos... Y allí estaban,
junto a él; y la diosa Fortuna le había sonreído tanto como para
que ambos lo tuviesen en el corazón. Tan sólo otra persona había
significado lo suficiente en su vida para merecer invadir aquella
imagen, siquiera con la sombra de un recuerdo...
"Para
entretener tus oídos, Elias, te contaré que nací en el otoño de
1633. Fui el fruto de un momento de pasión invernal, ¿no es cierto?
Aunque en el lugar donde me crié cualquier momento del año era
bueno para acurrucarse bajo las mantas...
"Todos
los recuerdos de mi infancia transcurren en el mismo lugar, una
ciudad llamada Arzamás, a unos cuatrocientos kilómetros al este de
Moscú. Por entonces era un pequeño pueblo sin importancia, con el
que ni siquiera yo estaba muy familiarizado, pues no solía visitar
más que la iglesia. Mi familia tenía una gran casa aislada por una
arboleda. ¿Éramos ricos? No; pero mi bisabuelo paterno había
emprendido un próspero negocio como guarnicionero que sus
descendientes se habían ocupado de mantener. En mis tiempos, mi
padre solía enorgullecerse diciendo que sus sillas de montar
llegaban a la misma capital sin estar siquiera subidas a lomos de un
caballo. Sea como fuere, el negocio era lo suficientemente próspero
para que pudiéramos tener más comodidades que la mayoría. Yo
contaba con el dudoso privilegio de recibir las visitas periódicas
del diácono de la parroquia, que se empeñaba en tratar de
inculcarme una cierta educación; sin mucho éxito.
"De
mi padre, Serguéy, creo que no heredé más que el patronímico y el
apellido. Lo recuerdo como un hombre ceñudo, de anchas espaldas y
enorme bigote, que no solía dirigirse a mí más que para
preguntarme por las lecciones del día y desearme las buenas noches.
Supongo que su trabajo presidía la mayor parte de sus pensamientos.
"Según
decían, yo había salido a mi madre, Nadezhda. No puedo confirmarlo,
pues no la recuerdo muy bien: murió cuando yo tenía tres años.
Recuerdo una melena rubia y un rostro hermoso pero decidido... Era
viuda cuando mi padre se casó con ella, y aportó una hija a la
familia, mi medio hermana Lyubov, seis años mayor que yo. ¿He dicho
que mi padre hablaba poco? Bien, ella hablaba aún menos; se
contentaba con mirarlo todo con sus grandes y fríos ojos azules y
caminar a la sombra de mi padre cuando éste llegaba a casa.
"Eso
me dejaba a mí sin apenas nadie con quien hablar, pero no me
importaba demasiado. Siempre que podía me escapaba fuera y corría
hasta la linde del bosque, junto con los perros. Allí había una
pequeña caseta que antaño se usara como secadero de pieles y que
entonces sólo servía como almacén de trastos inútiles y
polvorientos. Mi carrera delictiva comenzó muy pronto, cuando me
hice con la llave y tomé posesión de mi nuevo dominio particular:
espanté las arañas, lo adecenté hasta el poco exigente nivel de un
crío e incluso apilé algo de leña para la chimenea. Era mi
santuario, mi lugar secreto.
"Cuando
no me encontraba allí, mis pasos me llevaban a vagabundear entre los
árboles. Tenía cuidado de no adentrarme en el bosque; aunque no
solía haber noticias de ataques de animales, mi padre me había
advertido de lo que me haría si me pillaba alejándome demasiado; y
las palabras de mi padre no eran algo que se pudiera tomar a la
ligera...
"Cierto
día, me topé casi de frente con un hombre al que no había visto
antes; di un respingo, porque los perros ni siquiera se habían
molestado en ladrar, y de hecho aquel hombre se había agachado para
acariciarlos. Los muy desgraciados le estaban haciendo fiestas..,
¡menuda protección! Pero en seguida sentí curiosidad por alguien
que parecía conocer a mis animales, así que lo estudié con
atención. No era un hombre, como pensé en un primer momento, sino
un chico mayor que yo. Pero como era mucho más alto y sus hombros
mucho más anchos de lo común para su edad, habría conseguido
engañar a cualquiera. El chico me saludó con una ligera inclinación
de cabeza y continuó su camino sin una palabra. Extraño...
"A
partir de entonces volví a verlo de tanto en tanto; siempre de
lejos, siempre sin decir una palabra. Simplemente, parecía usar
aquellos parajes para entrar y salir del bosque. Me preguntaba quién
era, si vivía en el pueblo, por qué iba siempre solo... Imaginaba
historias en mi cabeza y me las contaba a mí mismo; dado que mi
único público eran los perros, también solían sufrir su ración
de batallitas...
"Una
vez que cumplí los trece años, mi padre decidió que había llegado
el momento de que tomara contacto con el que sería mi oficio.
Recuerdo el primer día que me llevó con él al matadero, porque
estaba interesado en conseguir una partida de piel a buen precio. Lo
que vi allí...
"Ahora
podéis reír lo que queráis, pero tenéis que entender que yo era
un niño muy cándido; nunca salía a cazar liebres ni pájaros, como
cualquier otro chico de mi edad; no había acompañado a mi padre de
cacería; por Caín, ni siquiera rondaba la cocina para ver a las
mujeres preparar la carne... La cuestión es que no tardé en salir
disparado del maloliente edificio y pararme en un rincón a vomitar
hasta las tripas.
"Me
sentía enfermo y, sobre todo, avergonzado. Y para colmo de males, un
par de pies aparecieron en frente de mí. Al mirar hacia arriba, allí
estaba él: el chico del bosque. Aún más alto, si cabe, y
mirándome, no con burla, como yo habría esperado, sino con
seriedad.
-¿Estás
bien, chico? -me preguntó; y aquellas fueron las primeras palabras
que oí de sus labios. No contesté enseguida, ocupado como estaba en
limpiarme la boca con la manga de mi zipun.
Pero como el muchacho se acuclilló junto a mí, no me quedó más
remedio que hacerlo.
-El
matadero... No soporto el olor y los... -callé, rojo como la grana.
Ahora pensaría que no era mejor que una niña.
-Tranquilo;
no creo que a nadie pueda gustarle eso. Yo no entraría ahí por
nada.
-Pero...
-me sentía abrumado, y a la vez, tremendamente agradecido: ¿cómo
podía un chico tan enorme, y evidentemente fuerte y valiente, decir
eso? La lengua se soltó sola y le conté mi mayor temor- He
abochornado a mi padre; se supone que tengo que familiarizarme con el
oficio, y ni siquiera soy capaz de...
-Eres
el hijo de Sidelnikov, ¿verdad? ¿El chico de Nadya Anatolievna?
-asentí, un tanto asombrado de que se refiriera a mi madre en
términos tan familiares- Quédate aquí afuera y respira algo de
aire fresco; si vuelves ahí dentro, quédate en la entrada y espera
a tu padre. No todos están hechos para aguantar ciertas cosas. No
tienes que avergonzarte por ello.
"Me
sonrió y se marchó, sin decirme siquiera su nombre.
"No
es que fuera a tardar mucho en enterarme, después de todo. No
pasaron muchos días sin que volviera a encontrármelo, y no en la
arboleda, sino ¡en mi casa! Allí estaba, charlando como si tal cosa
con mi padre y con Lyuba, como llamábamos a mi hermana. Mi padre lo
felicitaba por su buena planta, y él hacía lo mismo con Lyuba... y
entonces mi padre reparó en mi presencia.
-Ven
aquí -me dijo- , éste es tu primo Andrey Anatolievich, el hijo del
hermano de tu madre. Salúdalo como es debido.
-Hay
muchos Anatoli en la familia -comentó él, con una sonrisa, porque
compartía el mismo patronímico que mi madre-. Tú eres...
-...
Anton -apuntó mi padre, antes de que yo pudiera abrir la boca-.
Tiene tres años menos que tú, pero dudo que llegue a ser tan alto y
a tener tus espaldas. Yo soy un hombre fuerte, pero evidentemente él
ha salido a las mujeres de tu familia -y cuándo creía que ya no
podía humillarme más, añadió-: Pronto lo mandaré a la ciudad,
para que estudie e intenten sacar algún provecho de él. Tengo
parientes en Nizhny Novgoród; el cambio le sentará bien, aquí no
hace más que holgazanear.
"Semejante
noticia cayó como una bomba sobre mí: ¿iban a enviarme tan lejos,
con desconocidos? Traté de que mi desencanto no fuera obvio, pero
creo que fracasé miserablemente, por la mirada que me echó mi
recién presentado primo Andrey. En cuanto pude marcharme sin
resultar descortés, salí corriendo para mi santuario.
"Me
sobresalté al oír unos golpes en la puerta, y quienquiera que los
hubiese causado se había quedado fuera, esperando. Evidentemente no
se trataba de mi padre, así que fui a echar un vistazo. No me
esperaba encontrármelo allí, aguardando a que yo lo invitara a
pasar; cosa que hice, cuando reaccioné.
"Inspeccionó
el lugar con recelo, pero dio su visto bueno a la chimenea y se sentó
frente a ella. Como siempre, los perros se abalanzaron sobre él,
encantados.
-Parece
que les gustas -comenté, con timidez.
-Les
gusto a todos los animales. Es un don -me guiñó un ojo y me
observó- Pensé que serías el hijo de Nadya porque tienes sus ojos.
Debería haberme presentado antes, pero lo cierto es que los míos no
vieron con buenos ojos que mi tía se casara con tu padre. Como
habrás podido ver, no hay mucho contacto entre ambas familias.
-¿Por
qué? -me asombré- Mi padre tiene buena posición, y por lo que
recuerdo quería mucho a Madre. También a Lyuba; de hecho -traté de
aparentar indiferencia, sin conseguirlo- creo que es su favorita.
Parece evidente, dado que quiere librarse de mí, mandándome a
Nizhny.
-¿No
quieres marcharte? Suena divertido; este sitio es pequeño y nunca
pasa nada. En una ciudad grande se aprenden muchas cosas; yo me
cambiaría por ti.
-¡Pues
hazlo! -repliqué de malos modos. No era propio de mí, pero supongo
que necesitaba dar rienda suelta a la frustración que sentía por
culpa de mi padre-. Seguramente tú también le gustarías más a
Padre, porque eres alto y fuerte y no corres a vomitar cuando ves
sangre ni sales a las mujeres de tu familia...
"Me
callé de golpe y me mordí la lengua; sólo me faltaba lloriquear
para hacer de mí mismo un completo estúpido. Pero Andrey no hizo
ningún comentario ofensivo; creo que me estaba dando tiempo para
desahogarme. Al cabo de un rato comentó:
-Si
yo fuera tú, aprovecharía el tiempo allí para hacerme un hombre de
provecho, más alto y más fuerte, como tu dices, para demostrar a
Padre de lo que soy capaz. Para que no pudiera tener siquiera
argumentos para meterse conmigo. Eso te gustaría, ¿verdad? -no
repliqué; estaba ocupado considerando sus consejos- Y en cuanto a lo
de salir a las mujeres de la familia... no veo nada de malo en ello.
Recuerdo a tu madre: era una mujer muy hermosa. Te pareces a ella.
"No
respondí a eso, tampoco. ¿Que podía decir? No sabía si estaba
dedicándome un cumplido o burlándose de mí... Baje la vista, con
las mejillas ardiendo, y me concentré con tozudez en las punteras de
mis botas. Me daba la impresión de notar sus ojos risueños sobre mi
coronilla.
-Deberíamos
aprovechar el tiempo antes de que te marches. Hay muchos lugares por
aquí que seguro que no conoces y que me gustaría enseñarte.
¡Vamos!
El
optimismo de su voz era contagioso; además, no podía negar lo
halagador que me resultaba que un chico tan mayor se molestase
siquiera en hablarme... Me puse en pie tras él y lo seguí fuera de
la habitación.
-Por
cierto -añadió-, puedes llamarme Andrey, o Andryusha, como
prefieras. Yo te llamaré Tosha -abrí mucho los ojos- ¿Qué te
pasa? ¿Te disgusta que te llame así?
-Mi
padre siempre me llama Anton. Sólo mi madre... me llamaba Tosha...
-Lo
sé. Pero es mejor, ¿no te parece?
"Así
comenzó mi amistad con mi primo Andrey. No duró mucho hasta que
tuve que partir a Nizhny, y lamenté amargamente tener que hacerlo.
Mi único consuelo es que haría justo lo que él me había
aconsejado: volver convertido en alguien a quien a mi padre no le
resultara tan fácil censurar.
"¿Qué
puedo decir del tiempo que pasé en Nizhny? Me sentí cohibido en
aquella ciudad, y nunca estuve completamente a gusto, aunque el
hermano de mi padre me trató bien; aprendí cosas útiles y muchas
completamente inútiles; me ejercité; hice algunos amigos; me escapé
a beber por primera vez y a escuchar a los demás haciendo
comentarios obscenos sobre las muchachas; tenía cerca de dieciséis
años, y recibí las primeras miradas interesadas del sexo opuesto...
"Fue
entonces cuando descubrí que no era como los demás chicos en ese
aspecto. Sucedió un día cualquiera, mientras me desvestía para
asearme. Una de las criadas, una muchacha joven que llevaba poco
tiempo en la casa, entró a por la ropa sucia, o qué sé yo qué
otro asunto. Como estaba acostumbrado a que las chicas entraran y
salieran a su antojo, ni siquiera le presté atención, y continué
con lo mío. El silencio que se hizo, de repente, en la habitación,
fue tan escandaloso que tuve que volverme... y me encontré los ojos
de la muchacha fijos en mí, de una manera extraña, febril. Se
acercó a mí, tomó mi mano derecha, y antes de que pudiera
reaccionar se levantó las faldas y la colocó sobre su entrepierna.
Estaba excitada, o al menos, eso creí, por las conversaciones de mis
amigos: mis dedos se deslizaron fácilmente sobre aquella humedad...
Tomándome de la otra mano, se la aproximó al escote, para que la
posara sobre la piel desnuda de sus pechos...
"Reaccioné,
entonces. Aparté las manos, sacudí la cabeza y le volví la
espalda. La muchacha, sin duda turbada, abandonó la habitación como
alma que lleva el diablo. Yo aproveché para mirarme en el espejo y
me estudié a mí mismo con detenimiento, algo que no había hecho
hasta entonces. Había crecido, ciertamente, y tenía más hechuras
de hombre; mi rostro era bien parecido, con esa armonía que hoy
llamamos simetría y que antes el común de los mortales sólo
percibía como algo vago, indefinido, pero atrayente; me había
dejado crecer el pelo color bronce; los ojos... Los ojos los dejé
para el final. Eran del mismo color miel que los de mi madre; todos
decían que me parecía a ella, sobre todo por mis ojos. Recordé que
Andrey también me lo había dicho, y pensé en él, en el aspecto
que tendría ahora, en lo que estaría haciendo. Ya debía ser un
hombre completo; ¿se le ofrecerían muchas muchachas como acababa de
pasarme a mí? ¿Estaría acostándose con ellas y haciéndoles las
cosas que comentaban mis amigos?
“¿Por
qué yo no podía hacerlo? Tal vez la chica no era lo suficientemente
hermosa; pero sí que lo era, con esos rizos oscuros que se escapaban
de su tocado, y esos grandes ojos azules... Y, sin embargo, yo no me
había excitado en absoluto.
"No
sé si aquel episodio tuvo algo que ver, si la chica había comentado
algo que no debía, pero mi padre mandó a por mí poco después.
Agradecí a mi tío sus atenciones y me despedí; no sabía si sería
capaz de habituarme de nuevo a la monótona vida en Arzamás, o a la
silenciosa censura de Padre. Lo cierto es que había crecido y no
había desaprovechado el tiempo. No pude evitar una sonrisa: veríamos
si Andrey parecía tan enorme ahora, a mi lado.
"Al
llegar a casa me dio la impresión de que sólo habían pasado un par
de días desde mi marcha, tan fuerte fue el impacto del ambiente
familiar: todo parecía estar igual. Todo, excepto Lyuba, que ya
tenía veintidós años y era toda una mujer. Me sorprendió que no
estuviera casada, ni tan siquiera prometida... En cuanto a mi padre,
lo vi tal vez un poco más viejo, pero su mirada severa no había
cambiado. No lo habían impresionado los parabienes de los criados,
que alabaron lo que había crecido y mi buen aspecto, ni mi nuevo
vocabulario, más distinguido, ni los regalos que había traído de
la ciudad. Me preguntó qué había estudiado en aquel tiempo y
asintió gravemente cuando respondí. Me sentí decepcionado. Algunas
cosas, me dije, no cambian nunca; aquella casa se había estancado en
el tiempo, y Padre parecía formar parte de ella, como los muebles de
madera del salón o el hogar de la chimenea.
"Lyuba
me dijo que aquella noche se celebraría una cena especial para
celebrar mi vuelta, y acudiría mucha gente. Así pues, aquel
alboroto que había en la casa no se debía únicamente a mí... O
sí, según se mirara; la cuestión es que me pareció un buen
momento para huir del barullo y retomar mis paseos por la arboleda.
Los perros me recibieron con la alegría que se reserva para
reencontrarse con alguien que se da por perdido; me los llevé
conmigo y caminamos hasta mi santuario.
"Una
vez llegué allí recordé que no tenía la llave: se la había
dejado a Andrey. Lancé uno de mis recién aprendidos juramentos y
dejé caer la mano sobre el tirador, sin esperanza de que se abriera;
pero se abrió, para mi sorpresa, y aún más impactante fue
comprobar lo que había dentro. Cualquier parecido entre aquello y un
antiguo secadero había desaparecido: en vez de ello, alguien había
hecho desaparecer los trastos inútiles, ventilado el lugar,
despejado una ventana, y dispuesto algún mobiliario sencillo frente
a la chimenea. Me gustó especialmente el gran asiento y la manta de
piel de conejo que lo cubría; sonreí, porque supe enseguida que
aquello había sido obra de Andrey, aunque desconocía sus motivos.
Andrey... Me encontré deseando volver a verlo...
"Era
casi la hora de la cena cuando volví a casa, y mis deseos se
cumplieron: allí, sentado tranquilamente junto al fuego, estaba mi
primo. Me acerqué seguro de mí mismo, esperando un cumplido por mi
nueva imagen, y poder mirarlo directamente a los ojos en vez de tener
que alzar la cabeza; pero cuando se levantó...
"Supongo
que es un buen momento para introducir una pequeña descripción de
Andrey. Como he dicho, era un joven alto, fornido, bien plantado. Sus
largos cabellos eran de color castaño. No tenía el más atractivo
de los rostros pero sin duda poseía uno con mucha personalidad, con
un bello par de ojos color avellana bajo las cejas tupidas y una
nariz ligeramente redondeada en la punta. Su boca grande de labios
llenos estaba encajada entre los ángulos de su mandíbula cuadrada y
decidida; y cuando sonreía, compartía con el mundo una dentadura
blanca y perfecta. Sus caninos eran, quizás, demasiado pronunciados
para resultar tranquilizadores, pero especiaban sus sonrisas con una
atractiva desvergüenza. Desgraciadamente para mis expectativas,
había seguido creciendo: me seguía sacando una cabeza, y la anchura
de mis hombros seguía sin poder compararse con la suya. Se había
convertido en el tipo de hombre que ha de llamar la atención a donde
quiera que vaya por su tamaño y su apostura. Me quedé callado,
dividido entre la admiración y la envidia.
-Vaya,
Tosha -habló él primero- Has cambiado mucho; estás...
-Ahórrate
las burlas, yo esperaba que te sorprendería y me encuentro con que
rozas los dinteles de las puertas...
-¿Burlas?
-Andrey sonrió- ¿Por qué? Sí, crezco como la mala hierba. Pero tú
también has crecido. Cuando te fuiste eras un niño; ya no lo eres,
primo. Te aseguro que ya no lo eres...
"Fue
entonces cuando noté algo diferente en sus ojos... ¿admiración?
Pero, ¿por qué habría de admirarme? Comenzaba a resultar obvio que
nunca podría compararme a él. Estaba encantado de verlo, pero la
desilusión había borrado parte de esa alegría. Aunque no por mucho
tiempo, tengo que decir. Andrey pareció hacerse cargo de mi
conflicto interno y comenzó a ponerme al día de todo lo que había
pasado en mi ausencia, de una manera tan chispeante que consiguió
arrancarme carcajadas.
“Tuvimos
que sentarnos para cenar, y la conversación hubo de posponerse, de
tantas preguntas que tuve que responder a los asistentes acerca de mi
vida en la ciudad, de lo que había estudiado, de lo que pasaba en
Nizhny Novgoróv, de cualquier noticia que tuviera de la capital...
Estaba un poco apabullado, y cuando pude levantarme de la mesa lo
hice con mucho gusto. Andrey se acercó a mí con una mirada
comprensiva, y juntos pasamos revista a los comensales que quedaban
en la mesa: el Padre y el diácono, con su mujer; el hijo de uno de
los proveedores, que por lo visto llevaba mucho tiempo cortejando a
Lyuba, sin resultado; la viuda del antiguo magistrado, con sus hijas,
que me habían estado lanzando miraditas mientras su madre misma
ponía ojos tiernos a mi padre... Me di cuenta de que mi hermana
estaba sentada en la esquina de la mesa, junto a mi padre, y sonreí;
se lo señalé a mi primo, y comenté por lo bajo:
-Ese
tipo que bebe los vientos por Lyuba ya puede esperar siete años:
fíjate dónde está sentada.
"Existe
una superstición acerca de las chicas solteras en mi país, según
la cual nunca deben sentarse en una esquina de la mesa. Andrey me
miró de forma curiosa; poniendo la mano en mi hombro, me hizo
inclinarme para echar un discreto vistazo debajo de la mesa. Y
entonces lo vi... La mano de mi padre descansaba entre los muslos de
Lyubov, de una manera íntima que no tenía nada de paternal... Alcé
la cabeza a toda prisa y noté cómo me ruborizaba. Andrey no apartó
su mano.
-Creo
que el tipo va a tener que esperar más de siete años -susurró-.
¿No lo sabías? Tu padre lleva años enamorado de mi prima, y ella
le corresponde. Pero no se pueden casar. Debe ser muy frustrante,
tener tan cerca a la persona que quieres y no poder mostrarlo
abiertamente.
"Creo
que comencé a entender entonces los sentimientos de Padre: su mirada
hosca, su continuo malhumor, su carácter, que sólo se suavizaba en
presencia de mi medio hermana... No me resultaba fácil aceptarlo,
pero tampoco podía censurarlo. Después de todo, yo tenía mis
propio secreto vergonzoso que guardar... Pero no seguí cavilando:
Andrey me sacó de allí aprovechando la confusión y salimos a dar
un paseo.
-Has
arreglado la caseta -pregunté cuando estuvimos a solas- y te has
tomado mucho trabajo. ¿Por qué?
-Imaginé
que seguirías queriendo un lugar para estar a solas y que la ciudad
te habría vuelto más refinado. Además, es en agradecimiento por
dejarme usarla; a veces, cuando vuelvo del bosque, entro para
asearme. Espero que no te importe, y que te guste el resultado.
-Me
gusta mucho, te lo agradezco -me quedé callado un minuto, tratando
de decidirme a preguntarle algo-. De hecho, siento curiosidad por
saber qué es lo que vas a hacer al bosque, tan a menudo. Dicen que
hay lobos y otras bestias...
-Es
mucho más tranquilo de lo que lo pintan -respondió, de forma
reservada-. Aunque tal vez sea una buena idea que tú te mantengas
alejado, como hasta ahora; yo conozco bien las sendas, pero tú
podrías perderte.
-De
acuerdo... pero eso no responde a mi pregunta...
-Soy...
una especie de guardabosques. Mantengo seguros los caminos; me cuido
de que las alimañas no lleguen a las casas.
-Sfântul
Gheorghe! Eso
parece peligroso... Seguro que te defiendes bien con las armas...
-Es
una tradición familiar.
-¿Alguna
vez has abatido un lobo? Padre tiene clientes que demandan trabajos
con piel de lobo, pero son difíciles de encontrar por aquí; a lo
mejor es porque tú y los tuyos sois muy buenos en vuestro trabajo.
-Los
lobos se mantienen alejados de los humanos. Saben lo que les
conviene; y no nunca alzaría el arma por placer contra un animal que
no supone un verdadero peligro para la vida de nadie. Y espero que tú
tampoco.
"Su
tono de voz era distinto, grave, ligeramente acusador. Recordé el
episodio del matadero y supe que mi primo no bromeaba.
-Ni
siquiera he matado un conejo en mi vida... Tienes mi palabra...
-Lo
sé. Mira, tu santuario -su tono se volvió mucho más benévolo-
Está empezando a hacer bastante frío; ¿entramos?
-Claro...
"Andrey
encendió una luz, y la chimenea. Me preguntaba si Padre me echaría
en falta tan tarde, pero no me importaba: ardía en deseos de
recuperar el tiempo perdido con mi primo. Cuando la habitación se
caldeó pude quitarme el shuba
y acomodarme bajo la manta de piel de conejo. Él sacó, de algún
rincón secreto, una botella de vodka aromatizado con hierbas, y se
sentó frente a mí, de espaldas al fuego. Su enorme silueta se
recortaba contra la luz, oscura, cubriendo media chimenea. Era un
poco intimidante y, a la vez, tranquilizadora. Y había algo más...
No sabía lo que era, pero lo cierto es que no podía apartar los
ojos de él.
-¿Has
estado ya con chicas? -preguntó de repente; casi me hizo dejar caer
la botella y escupir el alcohol; no es que fuera un novato bebiendo,
pero tampoco era todo un experto. Comencé a toser, y Andrey me quitó
el vodka de la mano y me palmeó la espalda- Vaya... O bien te has
convertido en todo un canalla, o bien no te has estrenado. Dime,
Tosha, ¿cuál de mis suposiciones es correcta?
"Notaba
mi rostro ardiendo por el calor, el alcohol, y ahora, por la
vergüenza. Titubeé al responder: no quería parecer un crío, pero
tampoco podía mentir.
-No...
He tenido oportunidad, pero... -no sabía como continuar.
-¿Por
qué no la aprovechaste? ¿No era guapa?
-Sí
lo era. Pero no...
-¿No
te atreviste?
-Vas
a pensar que soy... No quise hacerlo.
-¿Por
qué? -insistió él, y noté cómo mi irritación crecía por
momentos.
-Porque...
¡porque no sentí nada! Porque soy un bicho raro. Debe parecerte
divertido; seguro que tú tienes a todas las chicas haciendo cola en
tu puerta, pero yo simplemente no estoy interesado en...
-No
tengo a chicas haciendo cola en mi puerta -me interrumpió, con más
seriedad de la que me esperaría-. Y aunque las tuviera, tampoco
estoy interesado en ellas. Si tú eres un bicho raro, ya ves que no
eres el único.
-Uh...
-la noticia me tomó por sorpresa; no podría creer algo así de un
hombre como él. Alargué la mano, volví a tomar la botella y di un
buen trago; él hizo lo mismo y la dejó sobre la mesa- Vaya, eso sí
que es extraño, porque yo, al fin y al cabo, soy poca cosa, pero
tú...
-¿Poca
cosa? Tal vez tú no hayas notado cómo te miraban las chicas en la
mesa, pero yo sí.
-No
sé por qué habrían de hacerlo... No tengo tu altura, ni tus
músculos...
-No
te hace falta: tienes esto.
"Posó
la palma de la mano en mi mejilla y se sentó junto a mi, apartando
ligeramente la manta; os aseguro que yo estaba ardiendo y, aun así,
pude sentir su calor sobre mi piel. Su mano era grande y dura, la
mano de alguien que vivía al aire libre; no se parecía en nada a
las manos de la muchacha, mas su contacto no me dejaba indiferente.
Notaba su aliento cálido tan cerca de mi rostro... El suyo, de
espaldas al fuego, estaba en penumbra, pero dos pequeñas llamas
brillaban en sus ojos color avellana.
-¿Te
disgusta que te toque así? -preguntó con voz suave. Yo no pude
pronunciar palabra, sólo sacudí la cabeza negativamente. La mano se
deslizó entonces a un lado, y se hundió en mi cabellera hasta la
nuca- ¿Y así? -nueva negativa; creo que hubiera tenido que estar
sordo para no oír los latidos de mi corazón, subiendo de volumen
sobre el sonido de fondo de la madera crepitando.
"No
siguió preguntando, porque sus labios se posaron justo bajo el
lóbulo de mi oreja y comenzaron a acariciar la piel de mi cuello. Al
principio fueron caricias, cierto; dulces y gentiles como yo, en mi
ingenua juventud, me habría imaginado que sería el contacto de un
amante. No protesté; no intenté apartarlo; tan sólo... me dejé
llevar. Era como si mi cuerpo se hubiera liberado de la tensión de
todo aquel tiempo, de aquella espera, aquel deseo insatisfecho, aquel
anhelo difuso de algo que no sabía definir pero
que
había sabido reconocer justo en el momento en que le había sido
otorgado: las manos de Andrey, y sus labios, y su aliento. No podía
haber sido aquella muchacha, ni ninguna otra. Tenía que ser él, y
sólo él.
"Creo
que comencé a gemir muy suavemente. Puede que aquella fuera la señal
que él esperaba para abandonar aquella gentileza que, como averigüé
más tarde, no era su naturaleza. Sus caricias se convirtieron en
besos apasionados, y su lengua se unió a los labios sobre mi piel,
moldeándola, humedeciéndola. Su respiración se volvió más
intensa; eso creí, al menos, porque mis propios jadeos apenas sí me
dejaban oír nada más... Por primera vez en mi vida experimenté lo
que se sentía cuando otra persona despertaba mi sexo dormido, aquel
calor, aquella presión dentro de mis pantalones. Me revolví,
temeroso de que Andrey pudiera notarlo y pensar que era un pervertido
de la peor especie. Podéis sonreír, pero, ¿qué sabía yo?
"Cuando
su boca llegó al sur de mi barbilla, sus manos decidieron que había
llegado el momento de ocuparse de otros asuntos y comenzaron a
desabrochar mi zipun.
He de decir, desde la perspectiva que tengo ahora, que no era
precisamente un experto en lidiar con prendas de vestir; habría
debido sentirme halagado de que no se hubiera estado ejercitando con
muchas otras parejas antes de venir a mí... Mal que bien, se las
arregló para desnudar mi pecho, aún liso y desprovisto de vello, y
mis pezones captaron inmediatamente su atención. Los miró y los
acarició antes de cerrar sus labios sobre uno de ellos y lamerlo con
fruición, casi dolorosamente; supongo que mi excitación suplió la
diferencia y me permitió seguir disfrutando aquella rudeza. Había
algo enervante en la manera que su lengua tenía de explorarlo, de
gustarlo todo, cada rincón donde sus manos habían estado antes.
Deseé, oh, por Caín, deseé tan desesperadamente que su boca fuera
capaz de calmar el ansia casi insoportable que se agolpaba bajo mi
cintura... Pero, claro está, no me habría atrevido a pedírselo por
nada del mundo...
"¿Es
posible que Andrey fuera capaz de saber lo que pasaba por mi mente en
ese momento? Por supuesto: no había que ser un telépata para notar
lo que cruzaba por la mente calenturienta de un chico de casi
dieciséis años, virgen, que ni siquiera se daba cuenta de que
estaba empujando las caderas contra el grande y musculoso cuerpo que
lo aprisionaba. La cuestión es que él echó mano de mis pantalones
y los desató. Traté de volverme, abochornado de que viera el estado
en que me encontraba, pero igual hubiera podido intentar liberarme de
un muro de ladrillos; él simplemente me sujetó con más fuerza y
tiró de mis pantalones hasta las rodillas, descubriendo mi sexo
hinchado y humedecido de líquido preseminal bajo mi incipiente vello
broncíneo.
"Y,
por supuesto, su lengua tuvo que gustarlo... Era demasiado
embarazoso, pero cuando sus labios se posaron sobre mi erección,
creo que no hubiera tenido forma humana de reunir la fuerza necesaria
para intentar apartarlo... ni física, ni de voluntad. Aquella
lengua, larga y húmeda, desde la base de mi miembro hasta el untuoso
extremo, deslizándose entre ambas mitades y penetrando en la
abertura... Creo que solté un gemido que sonó casi angustioso; creo
que arqueé la espalda y proyecté mi ingle contra su boca, buscando
su calidez... Porque eso fue lo que tuve, sus labios apretados contra
mi corona, bajando lentamente, mientras su lengua me envolvía y sus
largos colmillos rozaban mi carne al pasar, sin dañarme,
cosquilleando de una manera que resultaba aún más excitante. Pero
entonces hice lo impensable...
"Eyaculé.
Me corrí. Tuve un orgasmo que me rizó los dedos de los pies y me
dejó jadeando como un animalillo indefenso... y lo había hecho a
los cinco segundos de estar dentro de su boca. Cuando me calmé, él
levantó el rostro y me miró fijamente; un hilo de líquido
blanquecino bajaba por su barbilla, y mis ojos se posaron en él,
hipnotizados. Y cuando su lengua lo lamió, con una expresión de
pura lujuria animal, mis mejillas enrojecieron de tal forma que creí
que me iban a echar a arder.
"Alcé
los brazos y me cubrí el rostro, de puro embarazo por lo que me
había atrevido a hacer. ¿Cómo podría volver a mirarlo a la cara?
Sólo deseaba que la tierra se me tragara. Pero no iba a ver
complacido mi deseo, porque Andrey me tomó por las muñecas y
aprisionó mis brazos a ambos lados, y se inclinó sobre mí,
mirándome tan intensamente que casi rompo a gimotear.
"Me
besó. Pegó su boca a la mía, forzó a mis labios a separarse y me
invadió con aquella lengua exigente y acaparadora. Exploró cada
rincón; bebió de mí como ya había bebido entre mis piernas: mi
saliva, mis suspiros, mi respiración. Llegó a un punto en el que
creí que iba a devorarme, y francamente, no me importó: no le
habría negado nada de lo que me hubiera pedido, tan perdido como
estaba en su abrazo embriagador... Comenzó a jadear dentro de mi
boca, cada vez más fuerte...
"Y
entonces se despegó de mí, con reluctancia, y salió disparado a la
fría noche. Yo me quedé allí, inmóvil, sin saber qué había
ocurrido, preguntándome si había hecho algo mal. No sé cuánto
tiempo esperé, hasta que me percaté de que había dejado la puerta
abierta y el frío se colaba en la habitación, y yo estaba
prácticamente desnudo, echado sobre un asiento de madera. Me envolví
en la manta de piel de conejo, temblando, sin atreverme a levantarme
y cerrar la puerta. Sólo esperando.
"Regresó
al fin, aún más tarde. Se aseguró de que no entrara en aire gélido
y se acuclilló frente a mí. Estaba más calmado; alargó la mano
hasta mi mejilla y volvió a acariciármela, sonriendo. Curiosamente,
su contacto era cálido sobre mi piel.
-Vaya,
te has quedado frío -me dijo, mirándome con sus ojos sinceros y, de
nuevo, tranquilizadores-. Soy un imbécil, no debí dejar la puerta
abierta...
"Se
afanó en avivar el fuego y regresó a mi lado, sus ojos solicitando
con timidez permiso para compartir la manta conmigo. Aún estaba
azorado por lo que había ocurrido, pero lo dejé acurrucarse junto a
mí; su cuerpo era más cálido que el fuego y que la piel. Hundió
el rostro en mi melena rubia y allí permaneció, en calma, hasta que
preguntó:
-¿Te
ha gustado?
"Enrojecí
de nuevo hasta la punta de los cabellos, pero me las arreglé para
asentir y preguntar, a mi vez:
-Pero...
¿y tú?
-No
te preocupes por mí. Ya me he ocupado... ahí fuera.
-Uh...
¿por qué? ¿Es que no quieres... que yo te haga lo mismo?
"Sentí
su sonrisa contra mi cuello, aunque parecía que estuviera
manteniendo sus labios a distancia a propósito.
-Tal
vez más adelante. Ahora... es mejor así. Todavía soy incapaz de
controlarme y no quisiera hacerte daño.
-¿Por
qué... por qué habrías de hacerme daño?
"Tragué
saliva. Se dio cuenta de mi turbación, porque me tomó por las
mejillas y reclinó su frente contra la mía, para tranquilizarme.
Funcionó: podía ser áspero, y dominante, y sin duda yo nunca
habría podido escapar de sus brazos si él no me lo hubiera
permitido... Pero también era dulce, y suave, como la piel que nos
envolvía en aquel momento.
-Porque
eres hermoso, y gentil, y me vuelves loco, y tú ni siquiera te has
dado cuenta de ello. Puedes reírte, si quieres, pero te deseo desde
aquel día, en el matadero. Me he armado de paciencia para darte
tiempo a que entraras en sazón; he sufrido, pensando que podrías
rechazarme, o que otra persona podría arrebatarte de mi alcance
antes de que yo... Y ahora que, por fin, te tengo bajo mis manos, no
voy a arriesgarme apresurándolo.
"¿Qué
puedo decir? Que continuamos encontrándonos a escondidas en mi... en
nuestro
santuario.
Que no tardé mucho en perder esa irritante timidez inicial, y pronto
fueron mis dedos los que se atrevieron a colarse bajo su camisa, y
mis labios y mi lengua los que buscaron los suyos. Que me miré en el
espejo y comencé a ver aquello de lo que Andrey me hablaba, aquello
que lo atraía a él, y a otros, y que le hacía sentirse celoso y lo
torturaba hasta el punto de querer encerrarme lejos de los ojos del
mundo. Eran sus palabras, no las mías... Podría parecer enfermizo,
pero tú, Elias, no pudiste conocerlo; no pudiste asomarte a aquella
mirada de color avellana y ver su sinceridad, su devoción y su
pasión.
"Sólo
había una cosa que me preocupaba: siempre era yo el que se hallaba
en el extremo que recibía el placer. Disfrutaba desnudándome,
pasando su lengua por cada porción de piel que quedaba al
descubierto, enterrando su cabeza entre mis muslos y haciendo que mi
miembro penetrara aquellos labios tan bruscos, y a la vez tan
hábiles; le gustaba sentir cómo mi placer se derramaba, a
borbotones, en su boca; le gustaba, decía, mi sabor, el sabor de mi
semen cremoso, de mi saliva, de mi sudor... A duras penas tenía yo
la ocasión de hundir las manos en sus indómitas guedejas castañas,
o pasearías por su pecho musculoso, donde se adivinaban, aquí y
allá, algunas cicatrices.
"El
día que cumplí los dieciséis años la familia acudió a la iglesia
y mi Padre me obsequió con un almuerzo especial. No es que fuera
desagradecido, pero ardía en deseos de poder escaparme y estar a
solas con Andrey; me había prometido un regalo de cumpleaños y yo
sabía muy bien lo que iba a pedirle...
"Anochecía
cuando nos encontramos en el santuario; casi no habíamos terminado
de cerrar la puerta y mis ropas ya estaban siendo arrancadas de mi
cuerpo, y los labios de mi compañero comenzaban su ritual de saludar
todo aquello que se le ofrecía. Ya me encontraba desnudo sobre la
manta de piel, cuando planté la palma de la mano sobre su rostro y
lo separé.
-Me
prometiste un regalo y yo te dije que te lo pediría hoy, ¿verdad?
-él asintió, ligeramente frustrado por la interrupción- Pues esto
es lo que quiero: harás todo lo que te pida, sin discusiones.
Obedecerás mis órdenes -al verlo pasarse la lengua por los labios,
nervioso, creo que fui yo el que mostró una expresión de
desencanto-. Me lo prometiste... Me lo...
-De
acuerdo, de acuerdo -concedió él, con un suspiro-. Tenía otras
cosas en mente para ti, pero trataré de complacerte lo mejor que
pueda. Y dime, ¿qué he de hacer?
-Quítate
toda la ropa. Quiero verte desnudo.
"Reclinando
la cabeza sobre el asiento, esperé a que Andrey me complaciera.
Puede que parezca extraño, pero aparte de algunas visiones fugaces
nunca había tenido la ocasión de contemplar aquel cuerpo que se
adivinaba magnífico bajo las ropas. Él se levantó, despacio, y se
desprendió de zipun
y la camisa. Su silueta brillaba, dorada, contra el fuego de la
chimenea, y era una delicia de contemplar conforme iba quedando
expuesta: aquel pecho ancho y atlético, los brazos de grandes bíceps
y largas manos, los abdominales extraordinariamente marcados... Mis
ojos recorrieron, incansables, cada curva de
cada
músculo y se detuvieron en sus cicatrices; algunas de ellas eran muy
llamativas, como si hubiera tenido que enfrentarse a alguna fiera y
el animal hubiera dejado un recuerdo permanente de sus dientes o sus
garras. Se me erizó el vello de la nuca imaginándome cómo las
había obtenido, pero no puede profundizar en la idea, porque mis
ojos fueron capturados al instante por la hilera de vello oscuro que
nacía bajo su ombligo y se perdía dentro de su pantalón... Como él
se había detenido le lancé una mirada interrogadora, instándole a
continuar.
"Se
desabrochó los pantalones, muy despacio, y los deslizó sobre sus
caderas; estaban tan bien formadas como el resto, pero tengo que
confesar que no reparé en ello hasta más tarde, pues mi atención
estaba centrada sólo en una cosa. Y aquello que deseaba ver me fue
revelado poco a poco, comenzando por su espeso vello oscuro y rizado,
hasta su bajo vientre, donde se alzaba un miembro largo, grueso y
bellamente cincelado. Eso creía yo, al menos; no tenía con qué
compararlo, salvo con el mío propio, y como ocurría con el resto de
mi cuerpo... no había comparación posible. Aquel ariete estaba en
posición de firmes y su cabeza brillaba por la excitación. Yo pensé
en todas las ocasiones en que aquella carne se había frotado contra
mí, mas nunca directamente, sino a través de la tela de sus ropas,
y me pregunté por qué nunca había querido un contacto más
directo. Alargué la mano hacia él; estaba intimidado por su tamaño,
pero no podía dejar de mirarlo, fascinado... Tengo la impresión de
que Andrey deseaba echarse hacia atrás, que no lo tocara, y a la vez
se moría de deseo, porque cuando mis dedos se posaron en el pliegue
que se halla al sur de la hendidura, pude sentir cómo temblaba,
expectante. Parecía llamar a mis labios, que, hipnotizados, se
acercaron al grueso cetro pulsante y rodearon su extremo, dando paso
a mi lengua para que probara unas gotas de su néctar transparente...
"No
pude seguir más allá. Con un gemido gutural, Andrey me tomó de las
muñecas, me levantó como si fuera un muñeco y me echó boca abajo
sobre la mesa, obligándome a separar las piernas. Temblé,
sobresaltado por aquella reacción violenta, pero no pensé en
resistirme: tenía una vaga idea de lo que venía a continuación y
creo que, subconscientemente, llevaba esperando aquel momento mucho
tiempo, y que lo deseaba.
"Pero
aun así, el contacto de su lengua entre mis nalgas me resultó
extraño; y cuando se abrió camino en mi entrada, aún virgen,
ayudada por sus dedos ansiosos, creo que me revolví. Aunque ya era
demasiado tarde. No había nada que pudiese detener a Andrey en aquel
momento; de eso estaba seguro.
"No
voy a mentir: me resultó doloroso. Aquel ariete enorme, tomando el
relevo de su lengua en mi estrecho pasaje, y no precisamente de la
manera más gentil, forzando a la carne a rendirse a su paso
inexorable, adentrándose en mi calor, inundándome con el suyo... Me
agarré a la mesa con tanta fuerza que no hubiera sido posible
arrancar mis dedos de ella. Él no dejó pasar mucho tiempo antes de
comenzar a embestir, y todo mi cuerpo se sacudió con cada empujón,
y la mesa crujió debajo de mí, acallando ligeramente mis propios
gemidos.
"Me
resultó doloroso, pero no lo habría cambiado por nada. No podía
librarme de un difuso sentimiento de temor, mas era él, Andrey, el
que estaba finalmente dentro de mí; podía oír sus jadeos casi
animales, y sentir su piel ardiente contra mi espalda. Era yo quien
había provocado aquel estallido de deseo incontrolable en quien,
hasta entonces, se había mostrado comedido y había conservado el
control. Aquello me llenó de una extraña sensación de orgullo y de
poder: yo, que por más que hubiera querido, no habría sido capaz de
moverme ni un centímetro bajo el cuerpo que me aprisionaba...
"Mi
interior se hizo consciente de la sensación que provocaba el roce de
aquel grueso tronco al pasar, cada vez, junto a mi lugar de placer...
Mis caderas se acomodaron a su ritmo, poco a poco, y supongo que él
conservó la cabeza lo suficientemente fría como para notar el
ligero cambio en el timbre de mis gemidos, porque rodeó con la ancha
mano mi propio miembro rígido y comenzó a frotarlo...
"Oh,
aquello fue demasiado para mí... Salpiqué su mano con mi esencia, y
le regalé con la satisfacción de notar cómo temblaba y me sacudía
por su causa. Aquello lo espoleó aún más: la palma de su mano
resbaladiza se posó cuan ancha era sobre mi vientre y se deslizó
lentamente sobre mi cadera, mientras su propio clímax lo apresaba.
Se inmovilizó dentro de mí, jadeó aún más fuerte, y me inundó
con su semilla... y unas uñas como garras me arañaron el muslo
mientras lo hacía.
"Conservo
un recuerdo nebuloso de su cuerpo pesado derrumbándose sobre mí,
respirando fuerte, como si llevar oxígeno a sus pulmones fuera una
cuestión de vida o muerte; tratando de recuperar el control, de
arrebatárselo a sus instintos. Me encontré de vuelta sobre la manta
de piel, y cuando abrí los ojos sentí la húmeda sensación de su
lengua lamiendo los arañazos de mi muslo, y la de sus manos
acariciándome, en muda disculpa. Me tendió con cuidado sobre mi
espalda y me rodeó con sus brazos, depositando pequeños besos
alrededor de mis boca, evitándola... tal vez para que no tuviera que
probar el sabor de mi propia sangre. Comenzó a susurrar, cerca de
mis labios...
-¿Entiendes
por qué he tratado de mantener mi sangre fría hasta ahora? Todavía
no he aprendido a contenerme cuando estoy contigo... Si me empujas de
esa manera, yo...
-Está
bien -susurré yo, a mi vez-. Es lo que deseaba: que llegáramos los
dos...
-Te
he hecho daño...
-También
me has dado placer.
"Andrey
se quedó quieto sobre mí; ya no le importó darme a probar el gusto
de su lengua, porque la hundió en mi boca como si estuviera perdido
en el desierto y aquella fuera la única fuente de agua en mil
kilómetros a la redonda... Sus manos sujetaron con fuerza las mías
sobre mi cabeza, su cuerpo me rodeó completamente, sin dejarme
escapatoria... Cuando se sació, volvió a susurrar, esta vez con sus
ojos clavados en los míos:
-No
tienes ni idea de lo que has provocado, Tosha. Pero tienes que saber
que ahora me perteneces. Eres mío... Si alguien más se atreviera a
poner un dedo sobre ti... Si llegara a oler siquiera un jirón del
perfume de otra persona sobre tu piel... Te juro que no sé de lo que
sería capaz...
"Me
recorrió un escalofrío. ¿Miedo? ¿Placer? Sin duda, ambos.
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