2012/04/29

FIDIAS V: Tosha, el chico ruso- Primera Parte


 
 
 
-Es una historia simplemente maravillosa, señor....



-Si vuelves a llamarme "señor" una vez más y no me tuteas, me sentiré muy, muy desgraciado... -bromeó Fidias.



-Oh, claro, lo siento... Fidias -Elias sonrió, con embarazo-. Es que no resulta fácil... Y menos ahora, después de haber escuchado semejante relato. Aún estoy asombrado...



En su salón favorito de la casa londinense, Fidias, Elias y Tosha departían cómoda y despreocupadamente. Los dos vampiros antiguos ocupaban los extremos de un gran sofá con forma de u, tapizado en cuero gris; en el centro se sentaba el joven griego, descalzo: ora con las piernas flexionadas sobre el asiento, ora tendido sobre su estómago, ora reposando la cabeza sobre el regazo del ruso. Había seguido, boquiabierto, el relato de los días mortales de su modelador, y ahora se dedicaba a asimilarlo, con una mueca genuinamente maravillada en su hermoso rostro. Había tal frescura y espontaneidad en su actitud, en su pose relajada, en la elasticidad de sus miembros, que el artista no se cansaba de mirarlo. Tosha, sentado indolentemente en su rincón, se había ocupado más en observar a los otros dos que en escuchar una historia que ya conocía. Era evidente que su compañero de siglos parecía complacido con su joven vástago, y nada podría proporcionarle mayor placer: había elegido bien. La visión de aquellos dos bellos y sonrientes seres le hizo olvidar, por una vez, la punzada de celos que sentía cada vez que Fidias mencionaba a su Maestro. Saboreó el momento, deseando que se prolongara indefinidamente.



-Y tú, Tosha, ¿le has hablado ya a Elias de los días que pasaste en la tierra como mortal?



-Sólo vagamente, debo confesar. Por otra parte, mis andanzas le parecerán carentes de interés, tras oír las tuyas. Después de todo, mi hogar era humilde, comparado con el esplendor de tu vida...



-¿Te refieres al esplendor de la vida de un esclavo? -Fidias alzó una ceja y la comisura de los labios- Pues no creo que necesite recordarte que eso era justo lo que yo era. Ni tan siquiera poseía las ropas que llevaba puestas.



-Y aun así, seguro que eran más finas que nada de lo que yo vestí jamás. Vamos, te criaron en el palacio del Sultán; puede que fueras un esclavo, pero tenías esclavos que te servían a su vez. Esplendor, digo, y lo reitero.



-Por favor, Kyrios, no me tengas en ascuas -intervino Elias, esperanzado, acercándose a su creador y rodeando sus hombros con un seductor abrazo-. Me muero de curiosidad por saber...



-De acuerdo, pero me llevará tiempo y deberéis escuchar sin interrupciones. Y eso va por los dos -añadió, con una mueca burlona.



Elias se inclinó con satisfacción y lo besó en los labios; después se volvió hacia su modelador, le sonrió y se colocó a su lado, para ofrecerle el mismo tratamiento. Fidias respondió a la caricia, enredando sus dedos en los ondulados cabellos oscuros del joven, que reclinó la cabeza sobre el muslo del vampiro griego y se dispuso a escuchar a su mentor.

La naturalidad en sus afectos de que hacía gala Elias era uno de sus rasgos más atractivos; junto con su porte, y su carácter franco y amable, hacían casi imposible no sentirse atraído por él. Lo propio ocurría con Fidias, aunque las razones eran diferentes: su belleza, también en aquella envoltura que asemejaba el aspecto que debió tener cuando aún era humano; su mirada hipnótica, que parecía traspasar a quienes contemplaba, y se recreaba en ellos como si fueran, en verdad, únicos y especiales. Ambos te arrastraban,

sin proponérselo, a amarlos, y ambos te hacían sentirte amado. Pero, mientras los sentimientos que despertaba Elias eran positivos y elevaban el espíritu, Fidias podía inspirar pasiones que conducían a un infructuoso anhelo de posesión, a la frustración y al sufrimiento. Ambos tan parecidos y tan distintos... Y allí estaban, junto a él; y la diosa Fortuna le había sonreído tanto como para que ambos lo tuviesen en el corazón. Tan sólo otra persona había significado lo suficiente en su vida para merecer invadir aquella imagen, siquiera con la sombra de un recuerdo...







"Para entretener tus oídos, Elias, te contaré que nací en el otoño de 1633. Fui el fruto de un momento de pasión invernal, ¿no es cierto? Aunque en el lugar donde me crié cualquier momento del año era bueno para acurrucarse bajo las mantas...

"Todos los recuerdos de mi infancia transcurren en el mismo lugar, una ciudad llamada Arzamás, a unos cuatrocientos kilómetros al este de Moscú. Por entonces era un pequeño pueblo sin importancia, con el que ni siquiera yo estaba muy familiarizado, pues no solía visitar más que la iglesia. Mi familia tenía una gran casa aislada por una arboleda. ¿Éramos ricos? No; pero mi bisabuelo paterno había emprendido un próspero negocio como guarnicionero que sus descendientes se habían ocupado de mantener. En mis tiempos, mi padre solía enorgullecerse diciendo que sus sillas de montar llegaban a la misma capital sin estar siquiera subidas a lomos de un caballo. Sea como fuere, el negocio era lo suficientemente próspero para que pudiéramos tener más comodidades que la mayoría. Yo contaba con el dudoso privilegio de recibir las visitas periódicas del diácono de la parroquia, que se empeñaba en tratar de inculcarme una cierta educación; sin mucho éxito.

"De mi padre, Serguéy, creo que no heredé más que el patronímico y el apellido. Lo recuerdo como un hombre ceñudo, de anchas espaldas y enorme bigote, que no solía dirigirse a mí más que para preguntarme por las lecciones del día y desearme las buenas noches. Supongo que su trabajo presidía la mayor parte de sus pensamientos.

"Según decían, yo había salido a mi madre, Nadezhda. No puedo confirmarlo, pues no la recuerdo muy bien: murió cuando yo tenía tres años. Recuerdo una melena rubia y un rostro hermoso pero decidido... Era viuda cuando mi padre se casó con ella, y aportó una hija a la familia, mi medio hermana Lyubov, seis años mayor que yo. ¿He dicho que mi padre hablaba poco? Bien, ella hablaba aún menos; se contentaba con mirarlo todo con sus grandes y fríos ojos azules y caminar a la sombra de mi padre cuando éste llegaba a casa.

"Eso me dejaba a mí sin apenas nadie con quien hablar, pero no me importaba demasiado. Siempre que podía me escapaba fuera y corría hasta la linde del bosque, junto con los perros. Allí había una pequeña caseta que antaño se usara como secadero de pieles y que entonces sólo servía como almacén de trastos inútiles y polvorientos. Mi carrera delictiva comenzó muy pronto, cuando me hice con la llave y tomé posesión de mi nuevo dominio particular: espanté las arañas, lo adecenté hasta el poco exigente nivel de un crío e incluso apilé algo de leña para la chimenea. Era mi santuario, mi lugar secreto.

"Cuando no me encontraba allí, mis pasos me llevaban a vagabundear entre los árboles. Tenía cuidado de no adentrarme en el bosque; aunque no solía haber noticias de ataques de animales, mi padre me había advertido de lo que me haría si me pillaba alejándome demasiado; y las palabras de mi padre no eran algo que se pudiera tomar a la ligera...

"Cierto día, me topé casi de frente con un hombre al que no había visto antes; di un respingo, porque los perros ni siquiera se habían molestado en ladrar, y de hecho aquel hombre se había agachado para acariciarlos. Los muy desgraciados le estaban haciendo fiestas.., ¡menuda protección! Pero en seguida sentí curiosidad por alguien que parecía conocer a mis animales, así que lo estudié con atención. No era un hombre, como pensé en un primer momento, sino un chico mayor que yo. Pero como era mucho más alto y sus hombros mucho más anchos de lo común para su edad, habría conseguido engañar a cualquiera. El chico me saludó con una ligera inclinación de cabeza y continuó su camino sin una palabra. Extraño...

"A partir de entonces volví a verlo de tanto en tanto; siempre de lejos, siempre sin decir una palabra. Simplemente, parecía usar aquellos parajes para entrar y salir del bosque. Me preguntaba quién era, si vivía en el pueblo, por qué iba siempre solo... Imaginaba historias en mi cabeza y me las contaba a mí mismo; dado que mi único público eran los perros, también solían sufrir su ración de batallitas...

"Una vez que cumplí los trece años, mi padre decidió que había llegado el momento de que tomara contacto con el que sería mi oficio. Recuerdo el primer día que me llevó con él al matadero, porque estaba interesado en conseguir una partida de piel a buen precio. Lo que vi allí...

"Ahora podéis reír lo que queráis, pero tenéis que entender que yo era un niño muy cándido; nunca salía a cazar liebres ni pájaros, como cualquier otro chico de mi edad; no había acompañado a mi padre de cacería; por Caín, ni siquiera rondaba la cocina para ver a las mujeres preparar la carne... La cuestión es que no tardé en salir disparado del maloliente edificio y pararme en un rincón a vomitar hasta las tripas.

"Me sentía enfermo y, sobre todo, avergonzado. Y para colmo de males, un par de pies aparecieron en frente de mí. Al mirar hacia arriba, allí estaba él: el chico del bosque. Aún más alto, si cabe, y mirándome, no con burla, como yo habría esperado, sino con seriedad.



-¿Estás bien, chico? -me preguntó; y aquellas fueron las primeras palabras que oí de sus labios. No contesté enseguida, ocupado como estaba en limpiarme la boca con la manga de mi zipun. Pero como el muchacho se acuclilló junto a mí, no me quedó más remedio que hacerlo.



-El matadero... No soporto el olor y los... -callé, rojo como la grana. Ahora pensaría que no era mejor que una niña.



-Tranquilo; no creo que a nadie pueda gustarle eso. Yo no entraría ahí por nada.



-Pero... -me sentía abrumado, y a la vez, tremendamente agradecido: ¿cómo podía un chico tan enorme, y evidentemente fuerte y valiente, decir eso? La lengua se soltó sola y le conté mi mayor temor- He abochornado a mi padre; se supone que tengo que familiarizarme con el oficio, y ni siquiera soy capaz de...



-Eres el hijo de Sidelnikov, ¿verdad? ¿El chico de Nadya Anatolievna? -asentí, un tanto asombrado de que se refiriera a mi madre en términos tan familiares- Quédate aquí afuera y respira algo de aire fresco; si vuelves ahí dentro, quédate en la entrada y espera a tu padre. No todos están hechos para aguantar ciertas cosas. No tienes que avergonzarte por ello.



"Me sonrió y se marchó, sin decirme siquiera su nombre.

"No es que fuera a tardar mucho en enterarme, después de todo. No pasaron muchos días sin que volviera a encontrármelo, y no en la arboleda, sino ¡en mi casa! Allí estaba, charlando como si tal cosa con mi padre y con Lyuba, como llamábamos a mi hermana. Mi padre lo felicitaba por su buena planta, y él hacía lo mismo con Lyuba... y entonces mi padre reparó en mi presencia.



-Ven aquí -me dijo- , éste es tu primo Andrey Anatolievich, el hijo del hermano de tu madre. Salúdalo como es debido.



-Hay muchos Anatoli en la familia -comentó él, con una sonrisa, porque compartía el mismo patronímico que mi madre-. Tú eres...



-... Anton -apuntó mi padre, antes de que yo pudiera abrir la boca-. Tiene tres años menos que tú, pero dudo que llegue a ser tan alto y a tener tus espaldas. Yo soy un hombre fuerte, pero evidentemente él ha salido a las mujeres de tu familia -y cuándo creía que ya no podía humillarme más, añadió-: Pronto lo mandaré a la ciudad, para que estudie e intenten sacar algún provecho de él. Tengo parientes en Nizhny Novgoród; el cambio le sentará bien, aquí no hace más que holgazanear.



"Semejante noticia cayó como una bomba sobre mí: ¿iban a enviarme tan lejos, con desconocidos? Traté de que mi desencanto no fuera obvio, pero creo que fracasé miserablemente, por la mirada que me echó mi recién presentado primo Andrey. En cuanto pude marcharme sin resultar descortés, salí corriendo para mi santuario.

"Me sobresalté al oír unos golpes en la puerta, y quienquiera que los hubiese causado se había quedado fuera, esperando. Evidentemente no se trataba de mi padre, así que fui a echar un vistazo. No me esperaba encontrármelo allí, aguardando a que yo lo invitara a pasar; cosa que hice, cuando reaccioné.

"Inspeccionó el lugar con recelo, pero dio su visto bueno a la chimenea y se sentó frente a ella. Como siempre, los perros se abalanzaron sobre él, encantados.



-Parece que les gustas -comenté, con timidez.



-Les gusto a todos los animales. Es un don -me guiñó un ojo y me observó- Pensé que serías el hijo de Nadya porque tienes sus ojos. Debería haberme presentado antes, pero lo cierto es que los míos no vieron con buenos ojos que mi tía se casara con tu padre. Como habrás podido ver, no hay mucho contacto entre ambas familias.



-¿Por qué? -me asombré- Mi padre tiene buena posición, y por lo que recuerdo quería mucho a Madre. También a Lyuba; de hecho -traté de aparentar indiferencia, sin conseguirlo- creo que es su favorita. Parece evidente, dado que quiere librarse de mí, mandándome a Nizhny.



-¿No quieres marcharte? Suena divertido; este sitio es pequeño y nunca pasa nada. En una ciudad grande se aprenden muchas cosas; yo me cambiaría por ti.



-¡Pues hazlo! -repliqué de malos modos. No era propio de mí, pero supongo que necesitaba dar rienda suelta a la frustración que sentía por culpa de mi padre-. Seguramente tú también le gustarías más a Padre, porque eres alto y fuerte y no corres a vomitar cuando ves sangre ni sales a las mujeres de tu familia...



"Me callé de golpe y me mordí la lengua; sólo me faltaba lloriquear para hacer de mí mismo un completo estúpido. Pero Andrey no hizo ningún comentario ofensivo; creo que me estaba dando tiempo para desahogarme. Al cabo de un rato comentó:



-Si yo fuera tú, aprovecharía el tiempo allí para hacerme un hombre de provecho, más alto y más fuerte, como tu dices, para demostrar a Padre de lo que soy capaz. Para que no pudiera tener siquiera argumentos para meterse conmigo. Eso te gustaría, ¿verdad? -no repliqué; estaba ocupado considerando sus consejos- Y en cuanto a lo de salir a las mujeres de la familia... no veo nada de malo en ello. Recuerdo a tu madre: era una mujer muy hermosa. Te pareces a ella.



"No respondí a eso, tampoco. ¿Que podía decir? No sabía si estaba dedicándome un cumplido o burlándose de mí... Baje la vista, con las mejillas ardiendo, y me concentré con tozudez en las punteras de mis botas. Me daba la impresión de notar sus ojos risueños sobre mi coronilla.



-Deberíamos aprovechar el tiempo antes de que te marches. Hay muchos lugares por aquí que seguro que no conoces y que me gustaría enseñarte. ¡Vamos!



El optimismo de su voz era contagioso; además, no podía negar lo halagador que me resultaba que un chico tan mayor se molestase siquiera en hablarme... Me puse en pie tras él y lo seguí fuera de la habitación.



-Por cierto -añadió-, puedes llamarme Andrey, o Andryusha, como prefieras. Yo te llamaré Tosha -abrí mucho los ojos- ¿Qué te pasa? ¿Te disgusta que te llame así?



-Mi padre siempre me llama Anton. Sólo mi madre... me llamaba Tosha...



-Lo sé. Pero es mejor, ¿no te parece?







"Así comenzó mi amistad con mi primo Andrey. No duró mucho hasta que tuve que partir a Nizhny, y lamenté amargamente tener que hacerlo. Mi único consuelo es que haría justo lo que él me había aconsejado: volver convertido en alguien a quien a mi padre no le resultara tan fácil censurar.

"¿Qué puedo decir del tiempo que pasé en Nizhny? Me sentí cohibido en aquella ciudad, y nunca estuve completamente a gusto, aunque el hermano de mi padre me trató bien; aprendí cosas útiles y muchas completamente inútiles; me ejercité; hice algunos amigos; me escapé a beber por primera vez y a escuchar a los demás haciendo comentarios obscenos sobre las muchachas; tenía cerca de dieciséis años, y recibí las primeras miradas interesadas del sexo opuesto...

"Fue entonces cuando descubrí que no era como los demás chicos en ese aspecto. Sucedió un día cualquiera, mientras me desvestía para asearme. Una de las criadas, una muchacha joven que llevaba poco tiempo en la casa, entró a por la ropa sucia, o qué sé yo qué otro asunto. Como estaba acostumbrado a que las chicas entraran y salieran a su antojo, ni siquiera le presté atención, y continué con lo mío. El silencio que se hizo, de repente, en la habitación, fue tan escandaloso que tuve que volverme... y me encontré los ojos de la muchacha fijos en mí, de una manera extraña, febril. Se acercó a mí, tomó mi mano derecha, y antes de que pudiera reaccionar se levantó las faldas y la colocó sobre su entrepierna. Estaba excitada, o al menos, eso creí, por las conversaciones de mis amigos: mis dedos se deslizaron fácilmente sobre aquella humedad... Tomándome de la otra mano, se la aproximó al escote, para que la posara sobre la piel desnuda de sus pechos...

"Reaccioné, entonces. Aparté las manos, sacudí la cabeza y le volví la espalda. La muchacha, sin duda turbada, abandonó la habitación como alma que lleva el diablo. Yo aproveché para mirarme en el espejo y me estudié a mí mismo con detenimiento, algo que no había hecho hasta entonces. Había crecido, ciertamente, y tenía más hechuras de hombre; mi rostro era bien parecido, con esa armonía que hoy llamamos simetría y que antes el común de los mortales sólo percibía como algo vago, indefinido, pero atrayente; me había dejado crecer el pelo color bronce; los ojos... Los ojos los dejé para el final. Eran del mismo color miel que los de mi madre; todos decían que me parecía a ella, sobre todo por mis ojos. Recordé que Andrey también me lo había dicho, y pensé en él, en el aspecto que tendría ahora, en lo que estaría haciendo. Ya debía ser un hombre completo; ¿se le ofrecerían muchas muchachas como acababa de pasarme a mí? ¿Estaría acostándose con ellas y haciéndoles las cosas que comentaban mis amigos?

¿Por qué yo no podía hacerlo? Tal vez la chica no era lo suficientemente hermosa; pero sí que lo era, con esos rizos oscuros que se escapaban de su tocado, y esos grandes ojos azules... Y, sin embargo, yo no me había excitado en absoluto.

"No sé si aquel episodio tuvo algo que ver, si la chica había comentado algo que no debía, pero mi padre mandó a por mí poco después. Agradecí a mi tío sus atenciones y me despedí; no sabía si sería capaz de habituarme de nuevo a la monótona vida en Arzamás, o a la silenciosa censura de Padre. Lo cierto es que había crecido y no había desaprovechado el tiempo. No pude evitar una sonrisa: veríamos si Andrey parecía tan enorme ahora, a mi lado.

"Al llegar a casa me dio la impresión de que sólo habían pasado un par de días desde mi marcha, tan fuerte fue el impacto del ambiente familiar: todo parecía estar igual. Todo, excepto Lyuba, que ya tenía veintidós años y era toda una mujer. Me sorprendió que no estuviera casada, ni tan siquiera prometida... En cuanto a mi padre, lo vi tal vez un poco más viejo, pero su mirada severa no había cambiado. No lo habían impresionado los parabienes de los criados, que alabaron lo que había crecido y mi buen aspecto, ni mi nuevo vocabulario, más distinguido, ni los regalos que había traído de la ciudad. Me preguntó qué había estudiado en aquel tiempo y asintió gravemente cuando respondí. Me sentí decepcionado. Algunas cosas, me dije, no cambian nunca; aquella casa se había estancado en el tiempo, y Padre parecía formar parte de ella, como los muebles de madera del salón o el hogar de la chimenea.

"Lyuba me dijo que aquella noche se celebraría una cena especial para celebrar mi vuelta, y acudiría mucha gente. Así pues, aquel alboroto que había en la casa no se debía únicamente a mí... O sí, según se mirara; la cuestión es que me pareció un buen momento para huir del barullo y retomar mis paseos por la arboleda. Los perros me recibieron con la alegría que se reserva para reencontrarse con alguien que se da por perdido; me los llevé conmigo y caminamos hasta mi santuario.

"Una vez llegué allí recordé que no tenía la llave: se la había dejado a Andrey. Lancé uno de mis recién aprendidos juramentos y dejé caer la mano sobre el tirador, sin esperanza de que se abriera; pero se abrió, para mi sorpresa, y aún más impactante fue comprobar lo que había dentro. Cualquier parecido entre aquello y un antiguo secadero había desaparecido: en vez de ello, alguien había hecho desaparecer los trastos inútiles, ventilado el lugar, despejado una ventana, y dispuesto algún mobiliario sencillo frente a la chimenea. Me gustó especialmente el gran asiento y la manta de piel de conejo que lo cubría; sonreí, porque supe enseguida que aquello había sido obra de Andrey, aunque desconocía sus motivos. Andrey... Me encontré deseando volver a verlo...

"Era casi la hora de la cena cuando volví a casa, y mis deseos se cumplieron: allí, sentado tranquilamente junto al fuego, estaba mi primo. Me acerqué seguro de mí mismo, esperando un cumplido por mi nueva imagen, y poder mirarlo directamente a los ojos en vez de tener que alzar la cabeza; pero cuando se levantó...

"Supongo que es un buen momento para introducir una pequeña descripción de Andrey. Como he dicho, era un joven alto, fornido, bien plantado. Sus largos cabellos eran de color castaño. No tenía el más atractivo de los rostros pero sin duda poseía uno con mucha personalidad, con un bello par de ojos color avellana bajo las cejas tupidas y una nariz ligeramente redondeada en la punta. Su boca grande de labios llenos estaba encajada entre los ángulos de su mandíbula cuadrada y decidida; y cuando sonreía, compartía con el mundo una dentadura blanca y perfecta. Sus caninos eran, quizás, demasiado pronunciados para resultar tranquilizadores, pero especiaban sus sonrisas con una atractiva desvergüenza. Desgraciadamente para mis expectativas, había seguido creciendo: me seguía sacando una cabeza, y la anchura de mis hombros seguía sin poder compararse con la suya. Se había convertido en el tipo de hombre que ha de llamar la atención a donde quiera que vaya por su tamaño y su apostura. Me quedé callado, dividido entre la admiración y la envidia.



-Vaya, Tosha -habló él primero- Has cambiado mucho; estás...



-Ahórrate las burlas, yo esperaba que te sorprendería y me encuentro con que rozas los dinteles de las puertas...



-¿Burlas? -Andrey sonrió- ¿Por qué? Sí, crezco como la mala hierba. Pero tú también has crecido. Cuando te fuiste eras un niño; ya no lo eres, primo. Te aseguro que ya no lo eres...



"Fue entonces cuando noté algo diferente en sus ojos... ¿admiración? Pero, ¿por qué habría de admirarme? Comenzaba a resultar obvio que nunca podría compararme a él. Estaba encantado de verlo, pero la desilusión había borrado parte de esa alegría. Aunque no por mucho tiempo, tengo que decir. Andrey pareció hacerse cargo de mi conflicto interno y comenzó a ponerme al día de todo lo que había pasado en mi ausencia, de una manera tan chispeante que consiguió arrancarme carcajadas.

Tuvimos que sentarnos para cenar, y la conversación hubo de posponerse, de tantas preguntas que tuve que responder a los asistentes acerca de mi vida en la ciudad, de lo que había estudiado, de lo que pasaba en Nizhny Novgoróv, de cualquier noticia que tuviera de la capital... Estaba un poco apabullado, y cuando pude levantarme de la mesa lo hice con mucho gusto. Andrey se acercó a mí con una mirada comprensiva, y juntos pasamos revista a los comensales que quedaban en la mesa: el Padre y el diácono, con su mujer; el hijo de uno de los proveedores, que por lo visto llevaba mucho tiempo cortejando a Lyuba, sin resultado; la viuda del antiguo magistrado, con sus hijas, que me habían estado lanzando miraditas mientras su madre misma ponía ojos tiernos a mi padre... Me di cuenta de que mi hermana estaba sentada en la esquina de la mesa, junto a mi padre, y sonreí; se lo señalé a mi primo, y comenté por lo bajo:



-Ese tipo que bebe los vientos por Lyuba ya puede esperar siete años: fíjate dónde está sentada.



"Existe una superstición acerca de las chicas solteras en mi país, según la cual nunca deben sentarse en una esquina de la mesa. Andrey me miró de forma curiosa; poniendo la mano en mi hombro, me hizo inclinarme para echar un discreto vistazo debajo de la mesa. Y entonces lo vi... La mano de mi padre descansaba entre los muslos de Lyubov, de una manera íntima que no tenía nada de paternal... Alcé la cabeza a toda prisa y noté cómo me ruborizaba. Andrey no apartó su mano.



-Creo que el tipo va a tener que esperar más de siete años -susurró-. ¿No lo sabías? Tu padre lleva años enamorado de mi prima, y ella le corresponde. Pero no se pueden casar. Debe ser muy frustrante, tener tan cerca a la persona que quieres y no poder mostrarlo abiertamente.



"Creo que comencé a entender entonces los sentimientos de Padre: su mirada hosca, su continuo malhumor, su carácter, que sólo se suavizaba en presencia de mi medio hermana... No me resultaba fácil aceptarlo, pero tampoco podía censurarlo. Después de todo, yo tenía mis propio secreto vergonzoso que guardar... Pero no seguí cavilando: Andrey me sacó de allí aprovechando la confusión y salimos a dar un paseo.



-Has arreglado la caseta -pregunté cuando estuvimos a solas- y te has tomado mucho trabajo. ¿Por qué?



-Imaginé que seguirías queriendo un lugar para estar a solas y que la ciudad te habría vuelto más refinado. Además, es en agradecimiento por dejarme usarla; a veces, cuando vuelvo del bosque, entro para asearme. Espero que no te importe, y que te guste el resultado.



-Me gusta mucho, te lo agradezco -me quedé callado un minuto, tratando de decidirme a preguntarle algo-. De hecho, siento curiosidad por saber qué es lo que vas a hacer al bosque, tan a menudo. Dicen que hay lobos y otras bestias...



-Es mucho más tranquilo de lo que lo pintan -respondió, de forma reservada-. Aunque tal vez sea una buena idea que tú te mantengas alejado, como hasta ahora; yo conozco bien las sendas, pero tú podrías perderte.



-De acuerdo... pero eso no responde a mi pregunta...



-Soy... una especie de guardabosques. Mantengo seguros los caminos; me cuido de que las alimañas no lleguen a las casas.



-Sfântul Gheorghe! Eso parece peligroso... Seguro que te defiendes bien con las armas...



-Es una tradición familiar.



-¿Alguna vez has abatido un lobo? Padre tiene clientes que demandan trabajos con piel de lobo, pero son difíciles de encontrar por aquí; a lo mejor es porque tú y los tuyos sois muy buenos en vuestro trabajo.



-Los lobos se mantienen alejados de los humanos. Saben lo que les conviene; y no nunca alzaría el arma por placer contra un animal que no supone un verdadero peligro para la vida de nadie. Y espero que tú tampoco.



"Su tono de voz era distinto, grave, ligeramente acusador. Recordé el episodio del matadero y supe que mi primo no bromeaba.



-Ni siquiera he matado un conejo en mi vida... Tienes mi palabra...



-Lo sé. Mira, tu santuario -su tono se volvió mucho más benévolo- Está empezando a hacer bastante frío; ¿entramos?



-Claro...



"Andrey encendió una luz, y la chimenea. Me preguntaba si Padre me echaría en falta tan tarde, pero no me importaba: ardía en deseos de recuperar el tiempo perdido con mi primo. Cuando la habitación se caldeó pude quitarme el shuba y acomodarme bajo la manta de piel de conejo. Él sacó, de algún rincón secreto, una botella de vodka aromatizado con hierbas, y se sentó frente a mí, de espaldas al fuego. Su enorme silueta se recortaba contra la luz, oscura, cubriendo media chimenea. Era un poco intimidante y, a la vez, tranquilizadora. Y había algo más... No sabía lo que era, pero lo cierto es que no podía apartar los ojos de él.



-¿Has estado ya con chicas? -preguntó de repente; casi me hizo dejar caer la botella y escupir el alcohol; no es que fuera un novato bebiendo, pero tampoco era todo un experto. Comencé a toser, y Andrey me quitó el vodka de la mano y me palmeó la espalda- Vaya... O bien te has convertido en todo un canalla, o bien no te has estrenado. Dime, Tosha, ¿cuál de mis suposiciones es correcta?



"Notaba mi rostro ardiendo por el calor, el alcohol, y ahora, por la vergüenza. Titubeé al responder: no quería parecer un crío, pero tampoco podía mentir.



-No... He tenido oportunidad, pero... -no sabía como continuar.



-¿Por qué no la aprovechaste? ¿No era guapa?



-Sí lo era. Pero no...



-¿No te atreviste?



-Vas a pensar que soy... No quise hacerlo.



-¿Por qué? -insistió él, y noté cómo mi irritación crecía por momentos.



-Porque... ¡porque no sentí nada! Porque soy un bicho raro. Debe parecerte divertido; seguro que tú tienes a todas las chicas haciendo cola en tu puerta, pero yo simplemente no estoy interesado en...



-No tengo a chicas haciendo cola en mi puerta -me interrumpió, con más seriedad de la que me esperaría-. Y aunque las tuviera, tampoco estoy interesado en ellas. Si tú eres un bicho raro, ya ves que no eres el único.



-Uh... -la noticia me tomó por sorpresa; no podría creer algo así de un hombre como él. Alargué la mano, volví a tomar la botella y di un buen trago; él hizo lo mismo y la dejó sobre la mesa- Vaya, eso sí que es extraño, porque yo, al fin y al cabo, soy poca cosa, pero tú...



-¿Poca cosa? Tal vez tú no hayas notado cómo te miraban las chicas en la mesa, pero yo sí.



-No sé por qué habrían de hacerlo... No tengo tu altura, ni tus músculos...



-No te hace falta: tienes esto.



"Posó la palma de la mano en mi mejilla y se sentó junto a mi, apartando ligeramente la manta; os aseguro que yo estaba ardiendo y, aun así, pude sentir su calor sobre mi piel. Su mano era grande y dura, la mano de alguien que vivía al aire libre; no se parecía en nada a las manos de la muchacha, mas su contacto no me dejaba indiferente. Notaba su aliento cálido tan cerca de mi rostro... El suyo, de espaldas al fuego, estaba en penumbra, pero dos pequeñas llamas brillaban en sus ojos color avellana.



-¿Te disgusta que te toque así? -preguntó con voz suave. Yo no pude pronunciar palabra, sólo sacudí la cabeza negativamente. La mano se deslizó entonces a un lado, y se hundió en mi cabellera hasta la nuca- ¿Y así? -nueva negativa; creo que hubiera tenido que estar sordo para no oír los latidos de mi corazón, subiendo de volumen sobre el sonido de fondo de la madera crepitando.



"No siguió preguntando, porque sus labios se posaron justo bajo el lóbulo de mi oreja y comenzaron a acariciar la piel de mi cuello. Al principio fueron caricias, cierto; dulces y gentiles como yo, en mi ingenua juventud, me habría imaginado que sería el contacto de un amante. No protesté; no intenté apartarlo; tan sólo... me dejé llevar. Era como si mi cuerpo se hubiera liberado de la tensión de todo aquel tiempo, de aquella espera, aquel deseo insatisfecho, aquel anhelo difuso de algo que no sabía definir pero

que había sabido reconocer justo en el momento en que le había sido otorgado: las manos de Andrey, y sus labios, y su aliento. No podía haber sido aquella muchacha, ni ninguna otra. Tenía que ser él, y sólo él.

"Creo que comencé a gemir muy suavemente. Puede que aquella fuera la señal que él esperaba para abandonar aquella gentileza que, como averigüé más tarde, no era su naturaleza. Sus caricias se convirtieron en besos apasionados, y su lengua se unió a los labios sobre mi piel, moldeándola, humedeciéndola. Su respiración se volvió más intensa; eso creí, al menos, porque mis propios jadeos apenas sí me dejaban oír nada más... Por primera vez en mi vida experimenté lo que se sentía cuando otra persona despertaba mi sexo dormido, aquel calor, aquella presión dentro de mis pantalones. Me revolví, temeroso de que Andrey pudiera notarlo y pensar que era un pervertido de la peor especie. Podéis sonreír, pero, ¿qué sabía yo?

"Cuando su boca llegó al sur de mi barbilla, sus manos decidieron que había llegado el momento de ocuparse de otros asuntos y comenzaron a desabrochar mi zipun. He de decir, desde la perspectiva que tengo ahora, que no era precisamente un experto en lidiar con prendas de vestir; habría debido sentirme halagado de que no se hubiera estado ejercitando con muchas otras parejas antes de venir a mí... Mal que bien, se las arregló para desnudar mi pecho, aún liso y desprovisto de vello, y mis pezones captaron inmediatamente su atención. Los miró y los acarició antes de cerrar sus labios sobre uno de ellos y lamerlo con fruición, casi dolorosamente; supongo que mi excitación suplió la diferencia y me permitió seguir disfrutando aquella rudeza. Había algo enervante en la manera que su lengua tenía de explorarlo, de gustarlo todo, cada rincón donde sus manos habían estado antes. Deseé, oh, por Caín, deseé tan desesperadamente que su boca fuera capaz de calmar el ansia casi insoportable que se agolpaba bajo mi cintura... Pero, claro está, no me habría atrevido a pedírselo por nada del mundo...

"¿Es posible que Andrey fuera capaz de saber lo que pasaba por mi mente en ese momento? Por supuesto: no había que ser un telépata para notar lo que cruzaba por la mente calenturienta de un chico de casi dieciséis años, virgen, que ni siquiera se daba cuenta de que estaba empujando las caderas contra el grande y musculoso cuerpo que lo aprisionaba. La cuestión es que él echó mano de mis pantalones y los desató. Traté de volverme, abochornado de que viera el estado en que me encontraba, pero igual hubiera podido intentar liberarme de un muro de ladrillos; él simplemente me sujetó con más fuerza y tiró de mis pantalones hasta las rodillas, descubriendo mi sexo hinchado y humedecido de líquido preseminal bajo mi incipiente vello broncíneo.

"Y, por supuesto, su lengua tuvo que gustarlo... Era demasiado embarazoso, pero cuando sus labios se posaron sobre mi erección, creo que no hubiera tenido forma humana de reunir la fuerza necesaria para intentar apartarlo... ni física, ni de voluntad. Aquella lengua, larga y húmeda, desde la base de mi miembro hasta el untuoso extremo, deslizándose entre ambas mitades y penetrando en la abertura... Creo que solté un gemido que sonó casi angustioso; creo que arqueé la espalda y proyecté mi ingle contra su boca, buscando su calidez... Porque eso fue lo que tuve, sus labios apretados contra mi corona, bajando lentamente, mientras su lengua me envolvía y sus largos colmillos rozaban mi carne al pasar, sin dañarme, cosquilleando de una manera que resultaba aún más excitante. Pero entonces hice lo impensable...

"Eyaculé. Me corrí. Tuve un orgasmo que me rizó los dedos de los pies y me dejó jadeando como un animalillo indefenso... y lo había hecho a los cinco segundos de estar dentro de su boca. Cuando me calmé, él levantó el rostro y me miró fijamente; un hilo de líquido blanquecino bajaba por su barbilla, y mis ojos se posaron en él, hipnotizados. Y cuando su lengua lo lamió, con una expresión de pura lujuria animal, mis mejillas enrojecieron de tal forma que creí que me iban a echar a arder.

"Alcé los brazos y me cubrí el rostro, de puro embarazo por lo que me había atrevido a hacer. ¿Cómo podría volver a mirarlo a la cara? Sólo deseaba que la tierra se me tragara. Pero no iba a ver complacido mi deseo, porque Andrey me tomó por las muñecas y aprisionó mis brazos a ambos lados, y se inclinó sobre mí, mirándome tan intensamente que casi rompo a gimotear.

"Me besó. Pegó su boca a la mía, forzó a mis labios a separarse y me invadió con aquella lengua exigente y acaparadora. Exploró cada rincón; bebió de mí como ya había bebido entre mis piernas: mi saliva, mis suspiros, mi respiración. Llegó a un punto en el que creí que iba a devorarme, y francamente, no me importó: no le habría negado nada de lo que me hubiera pedido, tan perdido como estaba en su abrazo embriagador... Comenzó a jadear dentro de mi boca, cada vez más fuerte...

"Y entonces se despegó de mí, con reluctancia, y salió disparado a la fría noche. Yo me quedé allí, inmóvil, sin saber qué había ocurrido, preguntándome si había hecho algo mal. No sé cuánto tiempo esperé, hasta que me percaté de que había dejado la puerta abierta y el frío se colaba en la habitación, y yo estaba prácticamente desnudo, echado sobre un asiento de madera. Me envolví en la manta de piel de conejo, temblando, sin atreverme a levantarme y cerrar la puerta. Sólo esperando.

"Regresó al fin, aún más tarde. Se aseguró de que no entrara en aire gélido y se acuclilló frente a mí. Estaba más calmado; alargó la mano hasta mi mejilla y volvió a acariciármela, sonriendo. Curiosamente, su contacto era cálido sobre mi piel.



-Vaya, te has quedado frío -me dijo, mirándome con sus ojos sinceros y, de nuevo, tranquilizadores-. Soy un imbécil, no debí dejar la puerta abierta...



"Se afanó en avivar el fuego y regresó a mi lado, sus ojos solicitando con timidez permiso para compartir la manta conmigo. Aún estaba azorado por lo que había ocurrido, pero lo dejé acurrucarse junto a mí; su cuerpo era más cálido que el fuego y que la piel. Hundió el rostro en mi melena rubia y allí permaneció, en calma, hasta que preguntó:



-¿Te ha gustado?



"Enrojecí de nuevo hasta la punta de los cabellos, pero me las arreglé para asentir y preguntar, a mi vez:



-Pero... ¿y tú?



-No te preocupes por mí. Ya me he ocupado... ahí fuera.



-Uh... ¿por qué? ¿Es que no quieres... que yo te haga lo mismo?



"Sentí su sonrisa contra mi cuello, aunque parecía que estuviera manteniendo sus labios a distancia a propósito.



-Tal vez más adelante. Ahora... es mejor así. Todavía soy incapaz de controlarme y no quisiera hacerte daño.



-¿Por qué... por qué habrías de hacerme daño?



"Tragué saliva. Se dio cuenta de mi turbación, porque me tomó por las mejillas y reclinó su frente contra la mía, para tranquilizarme. Funcionó: podía ser áspero, y dominante, y sin duda yo nunca habría podido escapar de sus brazos si él no me lo hubiera permitido... Pero también era dulce, y suave, como la piel que nos envolvía en aquel momento.



-Porque eres hermoso, y gentil, y me vuelves loco, y tú ni siquiera te has dado cuenta de ello. Puedes reírte, si quieres, pero te deseo desde aquel día, en el matadero. Me he armado de paciencia para darte tiempo a que entraras en sazón; he sufrido, pensando que podrías rechazarme, o que otra persona podría arrebatarte de mi alcance antes de que yo... Y ahora que, por fin, te tengo bajo mis manos, no voy a arriesgarme apresurándolo.







"¿Qué puedo decir? Que continuamos encontrándonos a escondidas en mi... en nuestro santuario. Que no tardé mucho en perder esa irritante timidez inicial, y pronto fueron mis dedos los que se atrevieron a colarse bajo su camisa, y mis labios y mi lengua los que buscaron los suyos. Que me miré en el espejo y comencé a ver aquello de lo que Andrey me hablaba, aquello que lo atraía a él, y a otros, y que le hacía sentirse celoso y lo torturaba hasta el punto de querer encerrarme lejos de los ojos del mundo. Eran sus palabras, no las mías... Podría parecer enfermizo, pero tú, Elias, no pudiste conocerlo; no pudiste asomarte a aquella mirada de color avellana y ver su sinceridad, su devoción y su pasión.

"Sólo había una cosa que me preocupaba: siempre era yo el que se hallaba en el extremo que recibía el placer. Disfrutaba desnudándome, pasando su lengua por cada porción de piel que quedaba al descubierto, enterrando su cabeza entre mis muslos y haciendo que mi miembro penetrara aquellos labios tan bruscos, y a la vez tan hábiles; le gustaba sentir cómo mi placer se derramaba, a borbotones, en su boca; le gustaba, decía, mi sabor, el sabor de mi semen cremoso, de mi saliva, de mi sudor... A duras penas tenía yo la ocasión de hundir las manos en sus indómitas guedejas castañas, o pasearías por su pecho musculoso, donde se adivinaban, aquí y allá, algunas cicatrices.

"El día que cumplí los dieciséis años la familia acudió a la iglesia y mi Padre me obsequió con un almuerzo especial. No es que fuera desagradecido, pero ardía en deseos de poder escaparme y estar a solas con Andrey; me había prometido un regalo de cumpleaños y yo sabía muy bien lo que iba a pedirle...

"Anochecía cuando nos encontramos en el santuario; casi no habíamos terminado de cerrar la puerta y mis ropas ya estaban siendo arrancadas de mi cuerpo, y los labios de mi compañero comenzaban su ritual de saludar todo aquello que se le ofrecía. Ya me encontraba desnudo sobre la manta de piel, cuando planté la palma de la mano sobre su rostro y lo separé.



-Me prometiste un regalo y yo te dije que te lo pediría hoy, ¿verdad? -él asintió, ligeramente frustrado por la interrupción- Pues esto es lo que quiero: harás todo lo que te pida, sin discusiones. Obedecerás mis órdenes -al verlo pasarse la lengua por los labios, nervioso, creo que fui yo el que mostró una expresión de desencanto-. Me lo prometiste... Me lo...



-De acuerdo, de acuerdo -concedió él, con un suspiro-. Tenía otras cosas en mente para ti, pero trataré de complacerte lo mejor que pueda. Y dime, ¿qué he de hacer?



-Quítate toda la ropa. Quiero verte desnudo.



"Reclinando la cabeza sobre el asiento, esperé a que Andrey me complaciera. Puede que parezca extraño, pero aparte de algunas visiones fugaces nunca había tenido la ocasión de contemplar aquel cuerpo que se adivinaba magnífico bajo las ropas. Él se levantó, despacio, y se desprendió de zipun y la camisa. Su silueta brillaba, dorada, contra el fuego de la chimenea, y era una delicia de contemplar conforme iba quedando expuesta: aquel pecho ancho y atlético, los brazos de grandes bíceps y largas manos, los abdominales extraordinariamente marcados... Mis ojos recorrieron, incansables, cada curva de

cada músculo y se detuvieron en sus cicatrices; algunas de ellas eran muy llamativas, como si hubiera tenido que enfrentarse a alguna fiera y el animal hubiera dejado un recuerdo permanente de sus dientes o sus garras. Se me erizó el vello de la nuca imaginándome cómo las había obtenido, pero no puede profundizar en la idea, porque mis ojos fueron capturados al instante por la hilera de vello oscuro que nacía bajo su ombligo y se perdía dentro de su pantalón... Como él se había detenido le lancé una mirada interrogadora, instándole a continuar.

"Se desabrochó los pantalones, muy despacio, y los deslizó sobre sus caderas; estaban tan bien formadas como el resto, pero tengo que confesar que no reparé en ello hasta más tarde, pues mi atención estaba centrada sólo en una cosa. Y aquello que deseaba ver me fue revelado poco a poco, comenzando por su espeso vello oscuro y rizado, hasta su bajo vientre, donde se alzaba un miembro largo, grueso y bellamente cincelado. Eso creía yo, al menos; no tenía con qué compararlo, salvo con el mío propio, y como ocurría con el resto de mi cuerpo... no había comparación posible. Aquel ariete estaba en posición de firmes y su cabeza brillaba por la excitación. Yo pensé en todas las ocasiones en que aquella carne se había frotado contra mí, mas nunca directamente, sino a través de la tela de sus ropas, y me pregunté por qué nunca había querido un contacto más directo. Alargué la mano hacia él; estaba intimidado por su tamaño, pero no podía dejar de mirarlo, fascinado... Tengo la impresión de que Andrey deseaba echarse hacia atrás, que no lo tocara, y a la vez se moría de deseo, porque cuando mis dedos se posaron en el pliegue que se halla al sur de la hendidura, pude sentir cómo temblaba, expectante. Parecía llamar a mis labios, que, hipnotizados, se acercaron al grueso cetro pulsante y rodearon su extremo, dando paso a mi lengua para que probara unas gotas de su néctar transparente...

"No pude seguir más allá. Con un gemido gutural, Andrey me tomó de las muñecas, me levantó como si fuera un muñeco y me echó boca abajo sobre la mesa, obligándome a separar las piernas. Temblé, sobresaltado por aquella reacción violenta, pero no pensé en resistirme: tenía una vaga idea de lo que venía a continuación y creo que, subconscientemente, llevaba esperando aquel momento mucho tiempo, y que lo deseaba.

"Pero aun así, el contacto de su lengua entre mis nalgas me resultó extraño; y cuando se abrió camino en mi entrada, aún virgen, ayudada por sus dedos ansiosos, creo que me revolví. Aunque ya era demasiado tarde. No había nada que pudiese detener a Andrey en aquel momento; de eso estaba seguro.

"No voy a mentir: me resultó doloroso. Aquel ariete enorme, tomando el relevo de su lengua en mi estrecho pasaje, y no precisamente de la manera más gentil, forzando a la carne a rendirse a su paso inexorable, adentrándose en mi calor, inundándome con el suyo... Me agarré a la mesa con tanta fuerza que no hubiera sido posible arrancar mis dedos de ella. Él no dejó pasar mucho tiempo antes de comenzar a embestir, y todo mi cuerpo se sacudió con cada empujón, y la mesa crujió debajo de mí, acallando ligeramente mis propios gemidos.

"Me resultó doloroso, pero no lo habría cambiado por nada. No podía librarme de un difuso sentimiento de temor, mas era él, Andrey, el que estaba finalmente dentro de mí; podía oír sus jadeos casi animales, y sentir su piel ardiente contra mi espalda. Era yo quien había provocado aquel estallido de deseo incontrolable en quien, hasta entonces, se había mostrado comedido y había conservado el control. Aquello me llenó de una extraña sensación de orgullo y de poder: yo, que por más que hubiera querido, no habría sido capaz de moverme ni un centímetro bajo el cuerpo que me aprisionaba...

"Mi interior se hizo consciente de la sensación que provocaba el roce de aquel grueso tronco al pasar, cada vez, junto a mi lugar de placer... Mis caderas se acomodaron a su ritmo, poco a poco, y supongo que él conservó la cabeza lo suficientemente fría como para notar el ligero cambio en el timbre de mis gemidos, porque rodeó con la ancha mano mi propio miembro rígido y comenzó a frotarlo...

"Oh, aquello fue demasiado para mí... Salpiqué su mano con mi esencia, y le regalé con la satisfacción de notar cómo temblaba y me sacudía por su causa. Aquello lo espoleó aún más: la palma de su mano resbaladiza se posó cuan ancha era sobre mi vientre y se deslizó lentamente sobre mi cadera, mientras su propio clímax lo apresaba. Se inmovilizó dentro de mí, jadeó aún más fuerte, y me inundó con su semilla... y unas uñas como garras me arañaron el muslo mientras lo hacía.

"Conservo un recuerdo nebuloso de su cuerpo pesado derrumbándose sobre mí, respirando fuerte, como si llevar oxígeno a sus pulmones fuera una cuestión de vida o muerte; tratando de recuperar el control, de arrebatárselo a sus instintos. Me encontré de vuelta sobre la manta de piel, y cuando abrí los ojos sentí la húmeda sensación de su lengua lamiendo los arañazos de mi muslo, y la de sus manos acariciándome, en muda disculpa. Me tendió con cuidado sobre mi espalda y me rodeó con sus brazos, depositando pequeños besos alrededor de mis boca, evitándola... tal vez para que no tuviera que probar el sabor de mi propia sangre. Comenzó a susurrar, cerca de mis labios...



-¿Entiendes por qué he tratado de mantener mi sangre fría hasta ahora? Todavía no he aprendido a contenerme cuando estoy contigo... Si me empujas de esa manera, yo...



-Está bien -susurré yo, a mi vez-. Es lo que deseaba: que llegáramos los dos...



-Te he hecho daño...



-También me has dado placer.



"Andrey se quedó quieto sobre mí; ya no le importó darme a probar el gusto de su lengua, porque la hundió en mi boca como si estuviera perdido en el desierto y aquella fuera la única fuente de agua en mil kilómetros a la redonda... Sus manos sujetaron con fuerza las mías sobre mi cabeza, su cuerpo me rodeó completamente, sin dejarme escapatoria... Cuando se sació, volvió a susurrar, esta vez con sus ojos clavados en los míos:



-No tienes ni idea de lo que has provocado, Tosha. Pero tienes que saber que ahora me perteneces. Eres mío... Si alguien más se atreviera a poner un dedo sobre ti... Si llegara a oler siquiera un jirón del perfume de otra persona sobre tu piel... Te juro que no sé de lo que sería capaz...



"Me recorrió un escalofrío. ¿Miedo? ¿Placer? Sin duda, ambos.



 

     

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