2012/06/12

EL DON ENCADENADO XXVII: Renacimiento






El dormitorio de Lioges estaba en silencio. Apenas se oía el sonido de la respiración de Caradhar, que dormía en su cama, como de costumbre; junto a él se sentaba el sanador, contemplándolo con el ceño fruncido por la preocupación. Afuera, la luz del sol del mediodía brillaba y se colaba entre las copas de los árboles, pero las contraventanas de aquel cuarto estaban echadas y todo estaba en penumbra, inmóvil, taciturno como el ánimo del Silvano.

Los cabellos del más joven, desparramados en desorden sobre la almohada, parecían compartir el color de los de su compañero en aquella oscuridad. Un mechón se había deslizado sobre su nariz y su boca y se mecía a cada vaivén de su respiración; Lioges lo apartó con cuidado pero no pudo forzarse a soltarlo en seguida: en vez de eso dejó que se enredara entre sus dedos, y la suave caricia sobre la piel lo hizo estremecerse y, a la vez, acentuó la cualidad sombría de su ánimo. Porque, de haber estado despierto, el dotado no le habría permitido hacerlo...



-Tal vez no sería mala idea que durmieras tú también y dejaras de comportarte como un acosador -aconsejó quedamente la voz de Vira desde las escaleras. El sanador no se molestó en responder-. Vaya, ya lleva dos horas... ¿lo has dormido tú? Me sorprende cómo has desarrollado tus habilidades, Lio: no es nada fácil tumbar a un dotado de esa manera.



-Nuestra guía acudió a hacerlo ella misma -observó el hermano mayor-. Dijo que era una reacción normal, esperada e, incluso, necesaria... pero un día entero llorando y estremeciéndose de esa forma no puede ser bueno para nadie. No, no he desarrollado mis habilidades; de hecho, fui completamente incapaz de ayudarlo -Lioges apretó los labios y soltó el mechón sobre la almohada- Suerte que Tirsseil...



-En mi opinión, ella tiene razón -el recién llegado permaneció de pie junto a su hermano-. Deberías haberlo dejado que siguiera: tiene toda una vida de llanto que recuperar...



-¿Qué clase de persona sin corazón podría verlo sufriendo de esa manera y no conmoverse? -preguntó el otro con voz dura.



-En estos momentos, el chico no es precisamente una deidad de mi devoción. Deberías haber visto lo que ha sido capaz de hacer a otros. Y él tiene suerte: ni siquiera se le van a quedar los ojos hinchados como recordatorio. No; te aseguro que unas lágrimas no son más que el comienzo.



-Unas lágrimas... ¿puedes tener tanta sangre fría? Me sorprendes, Vira: ese asesino Darshi'nai debe haberte calado hondo... ¿has decidido sentar la cabeza y perseguir a uno solo en vez de a la mitad de la ciudad?



-Tú también me sorprendes -respondió el alto elfo con voz suavemente irónica-: mi hermano, el moralista, el que se ha pasado la mitad de mi vida sermoneándome por mis impulsos antinaturales, ¿ha perdido la suya por un guapo chico pelirrojo?



-No es así... Sólo me preocupo por él, porque...



-A mí no puedes mentirme, Lio: puede que mi talento empático no sea como el tuyo, pero me basta y me sobra para saber lo que te pasa por la mente. Felicidades, orgulloso padre y esposo: bienvenido a mi mundo.



-Si lo que te propones es torturarme -anunció el sanador con voz temblorosa- te aconsejo que te vuelvas por donde has venido antes de que me obligues a hacerte algo que no te va a gustar...



-Oh, vamos... ¿para qué iba a querer torturarte? Lo estás haciendo muy bien tú solito. A lo que he venido es a sacarte de aquí. ¿Qué sentido tiene que te quedes languideciendo junto a su cama? No merece la pena, y tú lo sabes.



-Creo que soy muy libre de elegir donde quiero estar, si no te importa.



Lioges tomó suavemente la mano de Caradhar y la sostuvo en la suya, acariciándola con el pulgar. Sabía que su hermano lo estaba juzgando, pero no le importaba: precisamente él, de todos los habitantes de Dervharn, debía saber lo difícil que era combatir ciertos sentimientos.



-Lio -la voz del más joven ya no era irónica, sino serena-, tienes que aceptar la realidad. Sabes tan bien como yo a qué se debía ese llanto. Sabes qué es lo que necesita.



-Ha vuelto a nosotros... nuestro guía quiere que se quede... yo quiero que se quede...



-¿Qué vas a hacer? ¿Mantenerlo dormido para siempre? Porque adivina qué es lo que pasará más tarde, cuando se despierte.



-Había esperado... había esperado que olvidaría a ese amante que tenía. ¿Cómo podría un Darshi'nai ser buena compañía para uno de los nuestros? Viven empapados en pociones; no son mejores que asesinos... Pensé que no tardaría en ser cosa del pasado.



-Ese amante es el hijo adoptivo de uno de los nuestros, como tú bien dices. Deja de hablar de él como si fuera un extraño, ni siquiera lo conoces -Vira bajó la vista, ligeramente avergonzado-. Vale: admito que soy un imbécil; pero tú lo eres tanto como yo. Y la principal diferencia entre nosotros es que yo lo acepto, y estoy temblando porque va a resultar doloroso, pero haré lo que deba. Ya no puedo demorarme más en volver, Lio. Y hay algo que tengo que llevarme conmigo,



Caradhar se revolvió; al cambiar de posición, se soltó de la mano que sostenía la suya. El pequeño gesto casual hizo, sin embargo, que el sanador se mirara la mano vacía y torciera el rostro en una mueca de desconsuelo.





***





Sül se retiró a aquel dormitorio que había estado usando desde que Dainhaya y él se quedaran en Argailias, sin más compañía que el uno del otro. Era sencillo, pero la atmósfera que se respiraba era diferente a cualquier otra que se pudiera encontrar en la ciudad: los tonos verdes, la madera fragante, la luz cálida de las escasas velas, los jarrones con ramas y hojas recogidas de las plantas que crecían en el patio interior, los aceites aromáticos que ella solía quemar para hacerlo sentir mejor... En ningún lugar se había sentido tan seguro y en calma. Si tan sólo...

Dainhaya se había estado comportando de manera curiosa desde hacía unos días. Y también él, para qué negarlo; desde aquel episodio de llanto incomprensible una extraña congoja se había apoderado de él y, sin saber por qué, solía vagar por la casa como un fantasma con un peso en el corazón. En cuanto a la elfa, parecía nerviosa y olvidadiza. Era de lo más raro... Miró a la repisa de madera donde siempre había aceite quemándose para recibirlo cada noche; estaba vacía. Dainhaya no sólo había olvidado encenderlo aquella noche sino que, además, se había llevado también el quemador y el tarro. Oh, bueno... tampoco era tan importante, había pensado el joven. Pero los pequeños rituales que habían pasado a formar parte de su vida eran lo único que traía un poco de sosiego a su castigada mente, y no podía evitar echarlos de menos. Se aferraba a ellos como a la dulce voz de su compañera, a la pequeña esperanza diaria de saber algo nuevo, a sus recuerdos... Un sutil aroma de madera flotaba en el aire; tendría que bastar.

El joven se quitó las botas y se tumbó en la cama sin molestarse en desvestirse. Cerró los ojos. Había contado los días y las horas desde que Vira se marchó. ¿Cuántos días eran necesarios para llegar? ¿Por qué tardaba tanto? Dainhaya, que mantenía el contacto con la mente del Silvano, le había dicho que Caradhar seguía allí, pero que Vira aún no había podido hablar con él. Al menos no le había ocurrido nada malo... Pero la ausencia de noticias en aquellos pocos días lo preocupaba. Dioses... cuánto habría deseado poder ir él mismo en persona...

Un inesperado hormigueo le erizó los pelos de la nuca y le bajó por la espina dorsal hasta las piernas: una especie de calambre que lo hacía sentirse incómodo, incapaz de encontrar una postura que le diera descanso... Se tendió sobre un costado, pero no sirvió de nada, y se hizo mucho peor cuando notó cómo le ardían las mejillas. Su corazón comenzó a latir muy rápido...

Abrió los ojos y se sentó, agarrándose al borde del colchón con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Respiró profundamente, y el golpeteo amortiguado de la sangre en sus oídos se volvió cada vez más fuerte, y más ensordecedor...

Un ruido de pasos precipitados llegó desde el pasillo. La puerta se abrió de golpe.

Caradhar.

Caradhar, que hizo que todo se quedara en silencio durante el segundo que su corazón dejó de latir.

El joven pelirrojo caminó hacia la cama, hasta quedarse de pie frente a él, entre sus piernas abiertas. Colocó las manos sobre sus hombros y las deslizó hasta su nuca, adentrándose en sus cabellos negros. Sül no se atrevió a abrir la boca, aterrado de que aquella visión, aquel sueño, o lo que fuera, se desvaneciera ante sus ojos.

El dotado lo contemplaba embelesado, con los labios entreabiertos, y una mirada carmesí... No, algo era diferente: el calor de aquellos ojos, la manera en que llameaban, como si los iluminara el fuego de una chimenea... no era la mirada a la que estaba acostumbrado... ¿Qué era aquello? ¿Otro de los trucos de Vira? Pero entonces el joven se inclinó sobre él y hundió el rostro en su cuello; por un momento percibió la alta silueta del Silvano fuera de la habitación, con el rostro inexpresivo, como cincelado en piedra, antes de que alargara la mano y cerrara la puerta, aislándolos del mundo.

Caradhar lo besó bajo la oreja, justo como siempre solía hacerlo; que los dioses lo ayudaran, pero si aquello era un truco, era el mejor que había visto jamás, porque el tacto de sus labios era como lo recordaba, como el que soñaba en las noches solitarias cuando su mente y su cuerpo lo echaban tanto de menos... Y su lengua... y aquel susurrante sonido, como si aspirara profundamente...

Estaba aspirando. Estaba absorbiendo su aroma. No podía equivocarse: el susurro junto a su oído no podía ser más nítido... Aquella nariz de se abrió paso entre sus cabellos y aspiró con toda la fuerza de sus pulmones... y un momento de silencio, y un nuevo susurro al soltar el aire y volver a por más, ansiosa. Bajó por su cuello y a lo largo de su clavícula y se paró en el hueco entre ambas. Las manos del dotado se movieron para abrir los cierres de su camisa; cayó sobre sus rodillas y continuó explorando sobre su pecho, y en su rostro había tal expresión de éxtasis que el Sombra volvió a dudar si aquel elfo no sería un producto de la magia o de su imaginación... Al llegar al espacio sobre su corazón, Caradhar acercó el oído y lo dejó ahí, escuchando la música acelerada, temblando con el eco que reverberaba sobre su piel.

Sül no pudo resistirlo más: rodeó sus costados y trató de alzarlo, abrazándolo con tanta fuerza que el más joven suspiró.



-Adhar... Adhar... yo... -había tanta angustia en su voz que no fue capaz de emitir más que un murmullo- no te arrodilles... soy yo quien debería estar de rodillas... actué como una bestia, pero te prometo que...



No pudo continuar, porque el pelirrojo alzó el rostro y lo acalló con un beso. No se tomó su tiempo, como tantas otras veces, antes de entrar en su boca; parecía que lo consumiera el ansia por probar de nuevo el sabor de su lengua. El sabor... Sül volvió a decirse que aquello no era posible... pero la manera que tenía de deslizarla sobre la suya, sin dejar un solo centímetro de húmeda piel por gustar; aquellos gemidos tan delicados que resonaban en su garganta, que lo estaban volviendo loco... ¿qué más podía ser? Las manos pálidas se posaron sobre sus mejillas, atrapándolas, moviendo su rostro a su antojo a uno y otro lado para tener acceso a todos sus rincones. Las lenguas se volvieron tan hambrientas que la suave caricia se trocó en lucha, en un violento combate por ver quién conquistaba la boca de quién, quién penetraba más profundamente en el otro. Los fuertes brazos del Sombra se enroscaron aún más alrededor de su cuerpo; sus piernas atraparon sus caderas... Ambos se separaron un momento, jadeando, mezclando sus alientos cálidos ante sus rostros apenas separados, sus miradas taladrándose mutuamente, abismadas la una en la otra... Esa roja mirada que ardía, se preguntaba Sül, cuyo brillo era enteramente de fuego y no de hielo... ¿a quién pertenecía? A ti. Te pertenece a ti.

Las palabras sonaron tan claras en su mente... casi como si él las hubiera pronunciado junto a su oído. Dioses, no quería ser brusco, pero aquella sencilla frase espoleó tanto el deseo largamente reprimido que se sentía capaz de aplastarlo dentro de sus brazos. Caradhar se las arregló para librarse de su camisa; al retorcerse contra él, sus ingles entraron en contacto; sus miembros rígidos, presionando contra sus ropas, se rozaron a través de la tela. El dotado bañó los labios de Sül con el aliento de un gemido tan enloquecedoramente sensual que el elfo moreno se convirtió en poco menos que un depredador...

Enganchando la cintura del pelirrojo lo lanzó contra la cama y lo contempló, voraz, antes de que sus manos corrieran hacia sus pantalones y los desataran; allí se entrelazaron con las de Caradhar, tan ansioso por verse fuera de aquella tela como Sül por desnudarlo.

Aquel cuerpo familiar, desvelado debajo del suyo, habría bastado para empujar al Sombra al punto de no retorno del deseo. Pero la manera en que separó las piernas para ofrecerse más... la manera en que lo miraba, como si ya no se perteneciera a sí mismo -porque no podían ser imaginaciones suyas: el sentimiento gritaba tan claramente en su cabeza que era abrumador-, lo hizo lanzar un gruñido gutural, arrancarse prácticamente las cintas de sus pantalones para descubrir su miembro resbaladizo y penetrarlo casi de golpe, apoyando los antebrazos a ambos lados de su pareja, tan cerca de su rostro que seguía sintiendo su calor, pero lo suficientemente lejos como para poder gozar de su expresión. El dotado contuvo un gemido de dolor que lo hizo cerrar los ojos durante un segundo; Sül se congeló dentro de él.



-¿Te he hecho daño? -susurró dentro de su boca.



-Desde que me marché no he vuelto a... Por favor, no pares...



Sül abrió mucho los ojos; así pues, todo aquel tiempo... Enredó los dedos en sus cabellos rojos, acariciándolo con ternura; se obligó a moverse con gentileza, entrando y saliendo de él lentamente, asegurándose de que cada roce lo hiciera temblar.

Caradhar estuvo a punto de protestar. No deseaba que su compañero se contuviera con él: quería que lo arrollara con su deseo, quería hacerle sentir tanto placer que se volviera insensible a cualquier cosa que no fueran sus dedos hundiéndose en su piel, las caricias de su lengua, el balanceo de sus caderas, su calor... Su mente se abrió inconscientemente, empapándose en su amante, absorbiendo sus pensamientos de la misma forma que su nariz le traía aquellos aromas embriagadores... y el Sombra entró en ella, tan profundamente como lo había hecho entre sus nalgas. Al encontrarse así, doblemente lleno de él, sabiendo que Sül lo estaba sintiendo desde el interior, Caradhar se quedó sin aliento.

Supo lo que el joven sentía por él; al nivel más íntimo y fundamental; dentro de su cabeza, grabado a fuego en cada idea; enterrado en su corazón entre capas de carne y sangre, tan hondo que era imposible sacarlo sin arrancárselo... No sabía aún qué nombre darle al sentimiento, era tan desconocido como su fragancia... pero era inequívocamente Sül: el Sül que había vivido, que había matado, que había sangrado, que había sufrido... que moriría por él. El Sül que siempre lo perdonaba, aunque le retorciera las entrañas de aquella manera tan fría...

El Sül que lo amaba.

Una lágrima resbaló por la comisura de su ojo encarnado. Su rostro se contrajo en una mueca de dolor, de remordimiento, de saber que difícilmente podría llegar a perdonarse a sí mismo. El Sombra observó aquella estela brillante y se detuvo, sobresaltado.



-Dioses... ¡Adhar! ¿Te estoy haciendo daño? -enjugó la húmeda marca con el pulgar, pero una nueva lágrima se desbordó por el otro lado- ¡Adhar! ¿Por qué...?



-Perdóname, Sül... Perdóname... perdóname... lo siento... lo siento tanto, de verdad... Oh, Sül, lo siento tanto...



El Sombra no supo qué hacer, hasta que comprendió que era su turno de besarlo y acallarlo, de demostrarle con su cuerpo que no había necesidad de palabras. No sabía qué le había sucedido durante su ausencia, tan sólo que ahora lo tenía bajo él, y maldita sea si iba a volver a verlo marcharse. Se dejó caer sobre su vientre, deslizó los brazos bajo su cabeza y lo abrazó. Caradhar también apretó los suyos alrededor de sus costados, y cuando las sacudidas se reanudaron, enlazó sus caderas con sus piernas tensas, cruzó los tobillos sobre su trasero y presionó con los talones en su entrada... La calidez sobre su estómago y el sonoro gemido en su boca probaron al joven moreno que aún era capaz de complacer al pelirrojo... Inmóvil dentro de él, en aquel abrazo imposiblemente apretado, él también se dejó ir.

¿Cómo había podido sobrevivir todos aquellos días sin él?

Los dedos de Caradhar habían pasado de clavarse en su carne a trazar sensualmente las curvas de sus cicatrices... Sül lo miró. Sus ojos aún estaban húmedos de lágrimas, y que los dioses lo perdonaran pero eran hermosos, brillando a la luz de la vela... Los besó tan delicadamente como pudo, apenas rozando con los labios las pestañas perladas con diminutas gotas transparentes. Aquel sabor salado... era la primera vez que lo dejaba extenderse sobre su lengua, y era tan... perfecto... Salió de él y deslizó una mano sobre el miembro resbaladizo del dotado, que no tardó en volver a endurecerse.



-Es mi turno -susurró el Sombra, despojándose de la camisa que aún cubría sus brazos y de sus pantalones; colocándose a horcajadas sobre su pareja comenzó a guiar su húmeda arma a través de su entrada.



-Sül... aguarda un poco... demasiado rápido... -dijo Caradhar, colocando las manos sobre su firme vientre- Así no te va a...



-No me importa... ah... -el joven suspiró, pero la dura carne desapareció dentro de él hasta la base- Te... hmmm... te necesito...



Apoyándose en sus muslos, Sül comenzó a impulsarse sobre la ingle de su amante. Caradhar siguió el movimiento de aquel hermoso cuerpo sobre él, el de sus músculos ondulando bajo su piel, el de su asta, que volvía a alzarse... Los gemidos del Sombra se volvieron más profundos y sostenidos. Abrió los ojos, que había mantenido apretados, y los bajó hasta su compañero; eran como la poza del claro de Dervharn, profundos y oscuros, capaces de capturar la luz de un dios...

Caradhar no pudo resistirse, incluso aquella distancia era demasiada... Se alzó sobre los codos, se sentó, lo acomodó sobre su regazo y lo abrazó con fuerza; tiró de su nuca y volvió a hundir la lengua entre sus labios entreabiertos. Aquel sabor...

¿Cómo había podido sobrevivir toda su vida sin él?







"¿Estoy soñando?", dudaba Sül por centésima vez, y por centésima vez acariciaba los cabellos de color rubí extendidos sobre su pecho, mientras Caradhar se acurrucaba contra él como si temiera que fuera a desaparecer, enterrando la nariz en su pelo negro, en cada hueco de su cuerpo; familiarizándose con su aroma de la misma manera que lo había hecho con los relieves de su anatomía. El Sombra alzó su barbilla y se asomó de nuevo a sus ojos: sí, aquel era él, no cabía duda, por más que nunca había visto una sonrisa tan profunda y dulce surcando su rostro... Volvió a besarlo.



-Sül... no creo que pueda saborear algo que sepa mejor que tú -murmuró el dotado, su lengua lamiendo suavemente su barbilla y la piel de su cuello una vez que hubo abandonado su boca-. Cuando pienso en lo que me he perdido todos estos años...



-Esa debería decirlo yo... Además, ya cambiarás de idea cuando hayas probado los placeres del mundo, Adhar -sonrió el Sombra.



-Todos los placeres que necesito están en esta cama...



Los latidos del corazón de Sül se dispararon... Sí, debía estar soñando: era imposible que él hubiera vuelto, y que milagrosamente hubiera adquirido aquel sentido que nunca había disfrutado, y que lo estuviera abrazando así cuando ya habían terminado de hacer el amor. Y el sentimiento que envolvía su mente, como un manto cálido... ¿era de verdad el reflejo de lo que habitaba la de él? ¿Qué habían hecho esos elfos con Caradhar? Había tantas cosas que necesitaba comprender... Volvió a alzar aquel hermoso rostro, y otra vez aquellos labios volvieron a arquearse.



-¿De verdad... de verdad puedes leer mis pensamientos, como esos Silvanos?



-Lo siento, no lo hago conscientemente -Caradhar bajó la vista, confuso-. No he aprendido a controlarlo... Y tengo miedo de hacer algo que no deba, de proyectar en ti un sentimiento que no te pertenezca, pero... no podía esperar para verte...



-Yo no tengo nada que esconder de ti. Sólo aquella maldita cosa, y espero que puedas llegar a olvidarlo, porque nunca más volveré a hacer algo como...



-¡Sül! No... no te atrevas a disculparte. Mientras cabalgaba hacia aquí no dejaba de torturarme, pensando que podrías haber decidido pasar página y que no desearías volver a verme... Te he herido de manera tan... Ni siquiera merezco que me perdones...



De nuevo Sül sintió su dolor, imparable como aquel raudal de lágrimas. Estaba tan agradecido por la calidez de sus sentimientos que apenas podía contener el deseo de ponerse en pie y elevar una plegaria a los dioses; pero no así, no de aquella forma... Sujetó sus mejillas con fuerza y lo obligó a fijar la vista en sus ojos, a leer en ellos. ¿Podría obligarlo también a mirar dentro de él? Adhar, pensó, Adhar, mírame... ¿perdonarte? ¿Crees que podría vivir sin ti? También podrías pedirme que me arrancara el corazón. Pero tú eres la clase de persona que sería capaz de volver a colocarlo en su sitio y devolverle su latido. Ese eres tú. Cuando has conocido a alguien así, es imposible volver hacia atrás...



-Adhar... hace mucho que acepté lo que siento. Fue error mío tratar de imponerte mis deseos, de decirte que te quería y tratar de establecer condiciones. El amor debe ser incondicional...



-¡No! Lo que hay entre nosotros no puede ser incondicional. Lo que tú me has dado siempre es lo que debes pedir de mi... ¡así es como debe ser! ¿Incondicional? Esa es la fría idea que yo había concebido en mi mente. Y mira lo que te he hecho...



-Pero yo estuve a punto de acostarme con Vira...



Caradhar cerró la boca de golpe. La imagen comenzó a mostrarse, muy nítida, en su mente. Frunció ligeramente el ceño y apretó los labios.



-Pero... pero no lo hiciste... y fue culpa mía, después de todo, y... y si lo hubieras hecho -su voz se convirtió en un murmullo amargo- yo no habría tenido el más mínimo derecho a reprochártelo... Ni entonces, ni las próximas cien veces, supongo...



-Idiota... -Sül tiró del dotado y lo hizo tumbarse sobre él- ¿Qué haremos ahora, Adhar? ¿Cuáles... cuáles son tus planes?



-Nos iremos, Sül. Nos iremos al bosque; es decir... si tú lo deseas... donde puedas librarte de las malditas pociones Darshi'nai, donde ellos nunca podrán volver a ponerte las manos encima... Te sorprendería lo cerca que está. Y tengo muchas cosas que contarte y que enseñarte... Y si no quieres vivir cerca de los Silvanos, nos buscaremos un lugar apartado para nosotros. Sin barrotes, Sül; sin cadenas...



-Eso suena demasiado bueno para ser verdad...



-Pero lo es.



-Estoy pensando...



-¿Hmmm?



-Cien veces, ¿eh? ¿Tantas? Bueno... tendré que buscar una manera de cobrármelas, entonces -Caradhar se puso rígido-. Y como prácticamente estaremos tú y yo solos, los árboles y quizás alguna ardilla, sólo se me ocurre una -sus manos se aposentaron sobre su trasero-. Ya puedes ir agradeciéndoles a los dioses que te dieran el Don; de lo contrario... no habría manera, ni divina, ni mortal, de que te las arreglaras para sentarte en mucho, mucho tiempo...



Caradhar sonrió, cada vez más abiertamente, y la sonrisa se convirtió en carcajadas. Sül se quedó sin aliento. El sonido de su risa...

¿Era posible quererlo aún más?



-Sólo me queda una cosa por hacer antes de irnos -dijo el dotado, tras calmarse-. He de hablar con Navhares. Sé que esto le va hacer daño, y me gustaría poder sacarlo de aquí, pero supongo que ya no es posible. Él... estoy seguro de que se convertirá en alguien mucho mejor que todos los que lo rodean. Confieso que estoy algo nervioso: me han advertido que, seguramente, ya no seré inmune a los efectos de la voz de mando...



-¿Y aun así vas a...? -Sül tragó saliva- Sé que no es culpa tuya, pero... ¿y si decide usarla contigo?



-No lo ha hecho ni una sola vez, en todo este tiempo. Confío en que no lo hará ahora.



-Ahora es diferente... Si yo... bueno, si yo estuviera en su lugar... haría lo que fuera para no perderte...



-Entonces tendré que confiar aún con más fuerza. Te prometo que todo irá bien.



Besó a su compañero en el cuello, se incorporó y comenzó a vestirse. El Sombra aguantó todo lo que pudo, pero al final se lanzó sobre él, abrazándolo por la espalda.



-Lo siento, Adhar... -dijo, apretando con fuerza- Sé que me comporto como un crío, pero... tienes que perdonarme. No puedo evitarlo... Tengo miedo de que salgas por esa puerta y no vuelva a verte en mucho tiempo, y yo...



Se calló, porque Caradhar se volvió y susurró algo a su oído. Sólo eran dos palabras; dos comunes, sencillas palabras... Una diminuta frase que Sül había pronunciado varias veces pero nunca había escuchado antes.

Algo que había esperado toda su vida.





El dotado tampoco pudo abandonar la habitación durante aquel día.





***





Lord Navhares se revolvió en su sueño. Hacía semanas que no pasaba una sola noche plácida; por las mañanas solía levantarse cansado y pensativo.

Aquella no era una excepción; de hecho, resultó mucho peor que en ninguna otra ocasión, porque los sueños no dejaban de acosarlo. Sueños extraños, pero demasiado vívidos para que pudiera ignorarlos fácilmente. Inquieto, se giró sobre su costado izquierdo. Abrió los ojos de golpe; la luna iluminaba aquel lado de la cama con un hermoso brillo plateado. Y él estaba allí.

Caradhar.

El dotado estaba echado junto a él, sobre su costado derecho, con la cabeza relajadamente apoyada sobre la almohada. A pesar de que daba la espalda a la luz, notó que lo miraba. Y que le sonreía. Por primera vez pudo ver una sonrisa tan abierta en aquel rostro que siempre había sido tan inexpresivo; y era para él. El Maede se quedó momentáneamente sin palabras.



-Tuve un sueño -dijo, al fin, como si encontrarse a Caradhar allí, en su cama, fuera la cosa más natural del mundo-. Al empezar la noche soñé con un bosque, y pensé que era extraño, porque nunca he estado en uno. Algo me decía que debía estar preparado, que algo podría ocurrir; así que abandoné mi dormitorio y vine a este. De alguna manera era lo adecuado.



El dotado se quedó perplejo: ¿alguno de los Silvanos le habría enviado aquel sueño? Vira lo había ayudado a colarse en Palacio, y había sido ciertamente más fácil de lo esperado, a través de aquella ventana... Pero ya pensaría en aquello más tarde.



-Hola -dijo, simplemente.



-Hola -respondió Navahres, usando el mismo tono y arqueando los labios de igual manera. Parecían, en la penumbra, original y reflejo en un espejo-. Verte es lo que más deseaba, pero... ¿tienes idea de lo que me dolió que te marcharas?



-No tengo palabras para decirte cómo lo siento -Caradhar extendió la mano y acarició la mejilla del muchacho, quien cerró los ojos por un momento y se abandonó a la caricia- He sido el mayor miserable; no sé cómo podré llegar a compensarte.



-¿Me has echado de menos?



-Sí. Tú eres una de las dos personas que más me importan, Navhares.



-Pero no soy el primero...



La mano del dotado se inmovilizó sobre su rostro; una sombra de angustia oscureció sus ojos. Navhares se la tomó y la besó en la palma, y volvió a colocarla sobre su mejilla, cubriéndola con la suya.



-Ya no soy el Maede de Casa Elore'il -continuó-. Bueno, casi... Mi esposa está embarazada otra vez. Cuando el bebé nazca será el nuevo Maede, y yo pasaré a pertenecer a la Casa del Príncipe.



-Y eso no te hace enteramente feliz.



-Siento que pierdo algunas cosas. De alguna forma, Elore'il... era un lugar al que siempre podíamos volver. Aunque ya no importa, ¿verdad? No has venido para quedarte, lo sé. Has venido para despedirte.



Los ojos de Caradhar brillaron ligeramente, sus labios formaron una apretada línea. Se acercó a su compañero, frente contra frente.



-Si pudiera llevarte conmigo, lo haría. Pero tú sabes, y yo sé, que tu sitio es este, que tu posición aquí es demasiado importante...



-¿Quieres decirme a dónde vas a marcharte?



-Sí. Me marcho al bosque, con los parientes de tu... abuelo. He traído un libro para ti, aunque no debes enseñárselo a nadie. Cuenta la historia de unos elfos cuya sangre también corre por nuestras venas. Te sorprenderá, pero no es más que la verdad.

"La guerra no ha terminado, Navhares. Continuará, los dioses saben hasta cuando, por un pedazo de tierra al que se aferran desesperadamente, aunque ni siquiera tienen idea de su verdadero valor. Algún día tu hijo será el Príncipe, pero hasta entonces dependerá de ti que le enseñes lo que es realmente importante; algún día la gente de Argailias deberá saber que las cosas tienen que cambiar, y para eso tendrás un papel crucial en esta historia. Ya lo verás. Mientras tanto, prométeme que mantendrás a tus hijos alejados de la alquimia. Es muy importante: prométemelo.



-Por favor... no quiero estar separado de ti. Por favor...



-Te doy mi palabra de que volveremos a vernos; más veces de las que piensas. Y nunca me apartaré de ti, aquí dentro -presionó suavemente la frente del muchacho con la suya-. Pero los dos tenemos un deber que cumplir: tú, con tu gente, y yo... con alguien que lleva esperándolo, en silencio, durante demasiado tiempo...



-Caradhar... Necesito que me digas una cosa: si no... si no lo hubieras conocido antes... ¿te habrías quedado conmigo?



-Sabes que sí. Es sólo que no puedo permanecer en esta ciudad, terminaría volviendo a hacerle daño...



-Pero seré yo el que sufra...



-Es cierto; me desprecio por ello, aunque tú tienes tu posición, tus hijos, una importante tarea que cumplir. Él sólo me tiene a mí.



-No es justo.



-No, no lo es. Pero es lo que me dice mi corazón.



-Caradhar... yo siempre te...



El dotado besó la frente del muchacho; había tanta delicadeza en sus labios, tanta ternura en ese simple gesto, nuevo para él, que Navhares cerró los ojos, y una lágrima se deslizó por la comisura izquierda. Tal y como había visto hacer a Sül, los labios del dotado se posaron sobre aquel punto y la enjugaron. El Maede apretó los dientes y lo abrazó, hundiendo el rostro en su cuello; lo abrazó con tanta fuerza como pudo, tan apretado que apenas dejó espacio para un soplo de aire... Caradhar colocó una mano protectora en su nuca, y otra a su espalda, y lo sostuvo contra sí, aspirando el aroma de sus cabellos.



Cuando se disponía a abandonar la habitación, y ya tenía una mano en la ventana, el Maede le dijo:



-Tuve otro sueño, Caradhar: soñé que tenía un hermano... -la mano del dotado se congeló sobre el marco de metal-. Tal vez me expliques lo que significa la próxima vez que nos veamos. Pronto. Más pronto de lo que creo...



Navhares sonrió ligeramente.





***





Cuatro caballos se detuvieron a las afueras de Argailias, cerca del crepúsculo. La ciudad aún era una gran mole oscura, pero volvía a brillar bajo la luz naciente. La torre más alta del Palacio de las Cuarenta y nueve Lunas, en cambio, comenzó a perder su característico destello nocturno. Era una visión hermosa; sin duda, una bella estampa que llevarse de recuerdo...



-¿No los echarás de menos, Adhar? A tu... hijo; a tu madre... a tus... -preguntó Sül, colocando su caballo a la par del de su compañero.



-Volveré a verlos. No estamos muy lejos; será un paseo, una vez que logre aprenderme el camino. Siempre habrá cosas que hacer aquí, ahora y en el futuro. Y Corail... bueno... Corail es como una luz que siempre me ha atrapado... Supongo que volveré a verla, y puede que intente atraparme de nuevo. Pero tú, Sül, siempre me atraerás de vuelta hacia ti. Y así es como debe ser.



El antiguo Sombra soltó las riendas y se inclinó sobre Caradhar, lo tomó por las mejillas y lo besó. Y como todos los besos que había dado en aquellas últimas horas, fue el mejor de su vida...



-Seguid así, comportándoos como adolescentes recién casados y diciendo cursilerías, y me haréis vomitar -la voz de Vira rompió la magia del momento-. Si no os movéis ahora mismo, agarraré a Dainhaya por la oreja, me largaré como un rayo y os dejaré ahí tirados, y a ver cómo infiernos os las arregláis para llegar a Dervharn. Qué rayos... que os den. ¡Alcanzadme si podéis!.



El Silvano espoleó su caballo y se perdió camino adelante. Los otros tres elfos se miraron, sonrieron y lo imitaron, levantando una gran nube de polvo a sus espaldas.



 


       
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