El
dormitorio de Lioges estaba en silencio. Apenas se oía el sonido de
la respiración de Caradhar, que dormía en su cama, como de
costumbre; junto a él se sentaba el sanador, contemplándolo con el
ceño fruncido por la preocupación. Afuera, la luz del sol del
mediodía brillaba y se colaba entre las copas de los árboles, pero
las contraventanas de aquel cuarto estaban echadas y todo estaba en
penumbra, inmóvil, taciturno como el ánimo del Silvano.
Los
cabellos del más joven, desparramados en desorden sobre la almohada,
parecían compartir el color de los de su compañero en aquella
oscuridad. Un mechón se había deslizado sobre su nariz y su boca y
se mecía a cada vaivén de su respiración; Lioges lo apartó con
cuidado pero no pudo forzarse a soltarlo en seguida: en vez de eso
dejó que se enredara entre sus dedos, y la suave caricia sobre la
piel lo hizo estremecerse y, a la vez, acentuó la cualidad sombría
de su ánimo. Porque, de haber estado despierto, el dotado no le
habría permitido hacerlo...
-Tal
vez no sería mala idea que durmieras tú también y dejaras de
comportarte como un acosador -aconsejó quedamente la voz de Vira
desde las escaleras. El sanador no se molestó en responder-. Vaya,
ya lleva dos horas... ¿lo has dormido tú? Me sorprende cómo has
desarrollado tus habilidades, Lio: no es nada fácil tumbar a un
dotado de esa manera.
-Nuestra
guía acudió a hacerlo ella misma -observó el hermano mayor-. Dijo
que era una reacción normal, esperada e, incluso, necesaria... pero
un día entero llorando y estremeciéndose de esa forma no puede ser
bueno para nadie. No, no he desarrollado mis habilidades; de hecho,
fui completamente incapaz de ayudarlo -Lioges apretó los labios y
soltó el mechón sobre la almohada- Suerte que Tirsseil...
-En
mi opinión, ella tiene razón -el recién llegado permaneció de pie
junto a su hermano-. Deberías haberlo dejado que siguiera: tiene
toda una vida de llanto que recuperar...
-¿Qué
clase de persona sin corazón podría verlo sufriendo de esa manera y
no conmoverse? -preguntó el otro con voz dura.
-En
estos momentos, el chico no es precisamente una deidad de mi
devoción. Deberías haber visto lo que ha sido capaz de hacer a
otros. Y él tiene suerte: ni siquiera se le van a quedar los ojos
hinchados como recordatorio. No; te aseguro que unas lágrimas no son
más que el comienzo.
-Unas
lágrimas... ¿puedes tener tanta sangre fría? Me sorprendes, Vira:
ese asesino Darshi'nai debe haberte calado hondo... ¿has decidido
sentar la cabeza y perseguir a uno solo en vez de a la mitad de la
ciudad?
-Tú
también me sorprendes -respondió el alto elfo con voz suavemente
irónica-: mi hermano, el moralista, el que se ha pasado la mitad de
mi vida sermoneándome por mis impulsos antinaturales, ¿ha perdido
la suya por un guapo chico pelirrojo?
-No
es así... Sólo me preocupo por él, porque...
-A
mí no puedes mentirme, Lio: puede que mi talento empático no sea
como el tuyo, pero me basta y me sobra para saber lo que te pasa por
la mente. Felicidades, orgulloso padre y esposo: bienvenido a mi
mundo.
-Si
lo que te propones es torturarme -anunció el sanador con voz
temblorosa- te aconsejo que te vuelvas por donde has venido antes de
que me obligues a hacerte algo que no te va a gustar...
-Oh,
vamos... ¿para qué iba a querer torturarte? Lo estás haciendo muy
bien tú solito. A lo que he venido es a sacarte de aquí. ¿Qué
sentido tiene que te quedes languideciendo junto a su cama? No merece
la pena, y tú lo sabes.
-Creo
que soy muy libre de elegir donde quiero estar, si no te importa.
Lioges
tomó suavemente la mano de Caradhar y la sostuvo en la suya,
acariciándola con el pulgar. Sabía que su hermano lo estaba
juzgando, pero no le importaba: precisamente él, de todos los
habitantes de Dervharn, debía saber lo difícil que era combatir
ciertos sentimientos.
-Lio
-la voz del más joven ya no era irónica, sino serena-, tienes que
aceptar la realidad. Sabes tan bien como yo a qué se debía ese
llanto. Sabes qué es lo que necesita.
-Ha
vuelto a nosotros... nuestro guía quiere que se quede... yo quiero
que se quede...
-¿Qué
vas a hacer? ¿Mantenerlo dormido para siempre? Porque adivina qué
es lo que pasará más tarde, cuando se despierte.
-Había
esperado... había esperado que olvidaría a ese amante
que tenía. ¿Cómo podría un Darshi'nai ser buena compañía para
uno de los nuestros? Viven empapados en pociones; no son mejores que
asesinos... Pensé que no tardaría en ser cosa del pasado.
-Ese
amante
es
el hijo adoptivo de uno
de los nuestros, como
tú bien dices. Deja de hablar de él como si fuera un extraño, ni
siquiera lo conoces -Vira bajó la vista, ligeramente avergonzado-.
Vale: admito que soy un imbécil; pero tú lo eres tanto como yo. Y
la principal diferencia entre nosotros es que yo lo acepto, y estoy
temblando porque va a resultar doloroso, pero haré lo que deba. Ya
no puedo demorarme más en volver, Lio. Y hay algo que tengo que
llevarme conmigo,
Caradhar
se revolvió; al cambiar de posición, se soltó de la mano que
sostenía la suya. El pequeño gesto casual hizo, sin embargo, que el
sanador se mirara la mano vacía y torciera el rostro en una mueca de
desconsuelo.
***
Sül
se retiró a aquel dormitorio que había estado usando desde que
Dainhaya y él se quedaran en Argailias, sin más compañía que el
uno del otro. Era sencillo, pero la atmósfera que se respiraba era
diferente a cualquier otra que se pudiera encontrar en la ciudad: los
tonos verdes, la madera fragante, la luz cálida de las escasas
velas, los jarrones con ramas y hojas recogidas de las plantas que
crecían en el patio interior, los aceites aromáticos que ella solía
quemar para hacerlo sentir mejor... En ningún lugar se había
sentido tan seguro y en calma. Si tan sólo...
Dainhaya
se había estado comportando de manera curiosa desde hacía unos
días. Y también él, para qué negarlo; desde aquel episodio de
llanto incomprensible una extraña congoja se había apoderado de él
y, sin saber por qué, solía vagar por la casa como un fantasma con
un peso en el corazón. En cuanto a la elfa, parecía nerviosa y
olvidadiza. Era de lo más raro... Miró a la repisa de madera donde
siempre había aceite quemándose para recibirlo cada noche; estaba
vacía. Dainhaya no sólo había olvidado encenderlo aquella noche
sino que, además, se había llevado también el quemador y el tarro.
Oh, bueno... tampoco era tan importante, había pensado el joven.
Pero los pequeños rituales que habían pasado a formar parte de su
vida eran lo único que traía un poco de sosiego a su castigada
mente, y no podía evitar echarlos de menos. Se aferraba a ellos como
a la dulce voz de su compañera, a la pequeña esperanza diaria de
saber algo nuevo, a sus recuerdos... Un sutil aroma de madera flotaba
en el aire; tendría que bastar.
El
joven se quitó las botas y se tumbó en la cama sin molestarse en
desvestirse. Cerró los ojos. Había contado los días y las horas
desde que Vira se marchó. ¿Cuántos días eran necesarios para
llegar? ¿Por qué tardaba tanto? Dainhaya, que mantenía el contacto
con la mente del Silvano, le había dicho que Caradhar seguía allí,
pero que Vira aún no había podido hablar con él. Al menos no le
había ocurrido nada malo... Pero la ausencia de noticias en aquellos
pocos días lo preocupaba. Dioses... cuánto habría deseado poder ir
él mismo en persona...
Un
inesperado hormigueo le erizó los pelos de la nuca y le bajó por la
espina dorsal hasta las piernas: una especie de calambre que lo hacía
sentirse incómodo, incapaz de encontrar una postura que le diera
descanso... Se tendió sobre un costado, pero no sirvió de nada, y
se hizo mucho peor cuando notó cómo le ardían las mejillas. Su
corazón comenzó a latir muy rápido...
Abrió
los ojos y se sentó, agarrándose al borde del colchón con tanta
fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Respiró
profundamente, y el golpeteo amortiguado de la sangre en sus oídos
se volvió cada vez más fuerte, y más ensordecedor...
Un
ruido de pasos precipitados llegó desde el pasillo. La puerta se
abrió de golpe.
Caradhar.
Caradhar,
que hizo que todo se quedara en silencio durante el segundo que su
corazón dejó de latir.
El
joven pelirrojo caminó hacia la cama, hasta quedarse de pie frente a
él, entre sus piernas abiertas. Colocó las manos sobre sus hombros
y las deslizó hasta su nuca, adentrándose en sus cabellos negros.
Sül no se atrevió a abrir la boca, aterrado de que aquella visión,
aquel sueño, o lo que fuera, se desvaneciera ante sus ojos.
El
dotado lo contemplaba embelesado, con los labios entreabiertos, y una
mirada carmesí... No, algo era diferente: el calor de aquellos ojos,
la manera en que llameaban, como si los iluminara el fuego de una
chimenea... no era la mirada a la que estaba acostumbrado... ¿Qué
era aquello? ¿Otro de los trucos de Vira? Pero entonces el joven se
inclinó sobre él y hundió el rostro en su cuello; por un momento
percibió la alta silueta del Silvano fuera de la habitación, con el
rostro inexpresivo, como cincelado en piedra, antes de que alargara
la mano y cerrara la puerta, aislándolos del mundo.
Caradhar
lo besó bajo la oreja, justo como siempre solía hacerlo; que los
dioses lo ayudaran, pero si aquello era un truco, era el mejor que
había visto jamás, porque el tacto de sus labios era como lo
recordaba, como el que soñaba en las noches solitarias cuando su
mente y su cuerpo lo echaban tanto de menos... Y su lengua... y aquel
susurrante sonido, como si aspirara profundamente...
Estaba
aspirando. Estaba absorbiendo su aroma. No podía equivocarse: el
susurro junto a su oído no podía ser más nítido... Aquella nariz
de se abrió paso entre sus cabellos y aspiró con toda la fuerza de
sus pulmones... y un momento de silencio, y un nuevo susurro al
soltar el aire y volver a por más, ansiosa. Bajó por su cuello y a
lo largo de su clavícula y se paró en el hueco entre ambas. Las
manos del dotado se movieron para abrir los cierres de su camisa;
cayó sobre sus rodillas y continuó explorando sobre su pecho, y en
su rostro había tal expresión de éxtasis que el Sombra volvió a
dudar si aquel elfo no sería un producto de la magia o de su
imaginación... Al llegar al espacio sobre su corazón, Caradhar
acercó el oído y lo dejó ahí, escuchando la música acelerada,
temblando con el eco que reverberaba sobre su piel.
Sül
no pudo resistirlo más: rodeó sus costados y trató de alzarlo,
abrazándolo con tanta fuerza que el más joven suspiró.
-Adhar...
Adhar... yo... -había tanta angustia en su voz que no fue capaz de
emitir más que un murmullo- no te arrodilles... soy yo quien debería
estar de rodillas... actué como una bestia, pero te prometo que...
No
pudo continuar, porque el pelirrojo alzó el rostro y lo acalló con
un beso. No se tomó su tiempo, como tantas otras veces, antes de
entrar en su boca; parecía que lo consumiera el ansia por probar de
nuevo el sabor de su lengua. El sabor... Sül volvió a decirse que
aquello no era posible... pero la manera que tenía de deslizarla
sobre la suya, sin dejar un solo centímetro de húmeda piel por
gustar; aquellos gemidos tan delicados que resonaban en su garganta,
que lo estaban volviendo loco... ¿qué más podía ser? Las manos
pálidas se posaron sobre sus mejillas, atrapándolas, moviendo su
rostro a su antojo a uno y otro lado para tener acceso a todos sus
rincones. Las lenguas se volvieron tan hambrientas que la suave
caricia se trocó en lucha, en un violento combate por ver quién
conquistaba la boca de quién, quién penetraba más profundamente en
el otro. Los fuertes brazos del Sombra se enroscaron aún más
alrededor de su cuerpo; sus piernas atraparon sus caderas... Ambos se
separaron un momento, jadeando, mezclando sus alientos cálidos ante
sus rostros apenas separados, sus miradas taladrándose mutuamente,
abismadas la una en la otra... Esa roja mirada que ardía, se
preguntaba Sül, cuyo brillo era enteramente de fuego y no de
hielo... ¿a quién pertenecía? A
ti. Te pertenece a ti.
Las
palabras sonaron tan claras en su mente... casi como si él las
hubiera pronunciado junto a su oído. Dioses, no quería ser brusco,
pero aquella sencilla frase espoleó tanto el deseo largamente
reprimido que se sentía capaz de aplastarlo dentro de sus brazos.
Caradhar se las arregló para librarse de su camisa; al retorcerse
contra él, sus ingles entraron en contacto; sus miembros rígidos,
presionando contra sus ropas, se rozaron a través de la tela. El
dotado bañó los labios de Sül con el aliento de un gemido tan
enloquecedoramente sensual que el elfo moreno se convirtió en poco
menos que un depredador...
Enganchando
la cintura del pelirrojo lo lanzó contra la cama y lo contempló,
voraz, antes de que sus manos corrieran hacia sus pantalones y los
desataran; allí se entrelazaron con las de Caradhar, tan ansioso por
verse fuera de aquella tela como Sül por desnudarlo.
Aquel
cuerpo familiar, desvelado debajo del suyo, habría bastado para
empujar al Sombra al punto de no retorno del deseo. Pero la manera en
que separó las piernas para ofrecerse más... la manera en que lo
miraba, como si ya no se perteneciera a sí mismo -porque no podían
ser imaginaciones suyas: el sentimiento gritaba tan claramente en su
cabeza que era abrumador-, lo hizo lanzar un gruñido gutural,
arrancarse prácticamente las cintas de sus pantalones para descubrir
su miembro resbaladizo y penetrarlo casi de golpe, apoyando los
antebrazos a ambos lados de su pareja, tan cerca de su rostro que
seguía sintiendo su calor, pero lo suficientemente lejos como para
poder gozar de su expresión. El dotado contuvo un gemido de dolor
que lo hizo cerrar los ojos durante un segundo; Sül se congeló
dentro de él.
-¿Te
he hecho daño? -susurró dentro de su boca.
-Desde
que me marché no he vuelto a... Por favor, no pares...
Sül
abrió mucho los ojos; así pues, todo aquel tiempo... Enredó los
dedos en sus cabellos rojos, acariciándolo con ternura; se obligó a
moverse con gentileza, entrando y saliendo de él lentamente,
asegurándose de que cada roce lo hiciera temblar.
Caradhar
estuvo a punto de protestar. No deseaba que su compañero se
contuviera con él: quería que lo arrollara con su deseo, quería
hacerle sentir tanto placer que se volviera insensible a cualquier
cosa que no fueran sus dedos hundiéndose en su piel, las caricias de
su lengua, el balanceo de sus caderas, su calor... Su mente se abrió
inconscientemente, empapándose en su amante, absorbiendo sus
pensamientos de la misma forma que su nariz le traía aquellos aromas
embriagadores... y el Sombra entró en ella, tan profundamente como
lo había hecho entre sus nalgas. Al encontrarse así, doblemente
lleno de él, sabiendo que Sül lo estaba sintiendo desde el
interior, Caradhar se quedó sin aliento.
Supo
lo que el joven sentía por él; al nivel más íntimo y fundamental;
dentro de su cabeza, grabado a fuego en cada idea; enterrado en su
corazón entre capas de carne y sangre, tan hondo que era imposible
sacarlo sin arrancárselo... No sabía aún qué nombre darle al
sentimiento, era tan desconocido como su fragancia... pero era
inequívocamente Sül: el Sül que había vivido, que había matado,
que había sangrado, que había sufrido... que moriría por él. El
Sül que siempre lo perdonaba, aunque le retorciera las entrañas de
aquella manera tan fría...
El
Sül que lo amaba.
Una
lágrima resbaló por la comisura de su ojo encarnado. Su rostro se
contrajo en una mueca de dolor, de remordimiento, de saber que
difícilmente podría llegar a perdonarse a sí mismo. El Sombra
observó aquella estela brillante y se detuvo, sobresaltado.
-Dioses...
¡Adhar! ¿Te estoy haciendo daño? -enjugó la húmeda marca con el
pulgar, pero una nueva lágrima se desbordó por el otro lado-
¡Adhar! ¿Por qué...?
-Perdóname,
Sül... Perdóname... perdóname... lo siento... lo siento tanto, de
verdad... Oh, Sül, lo siento tanto...
El
Sombra no supo qué hacer, hasta que comprendió que era su turno de
besarlo y acallarlo, de demostrarle con su cuerpo que no había
necesidad de palabras. No sabía qué le había sucedido durante su
ausencia, tan sólo que ahora lo tenía bajo él, y maldita sea si
iba a volver a verlo marcharse. Se dejó caer sobre su vientre,
deslizó los brazos bajo su cabeza y lo abrazó. Caradhar también
apretó los suyos alrededor de sus costados, y cuando las sacudidas
se reanudaron, enlazó sus caderas con sus piernas tensas, cruzó los
tobillos sobre su trasero y presionó con los talones en su
entrada... La calidez sobre su estómago y el sonoro gemido en su
boca probaron al joven moreno que aún era capaz de complacer al
pelirrojo... Inmóvil dentro de él, en aquel abrazo imposiblemente
apretado, él también se dejó ir.
¿Cómo
había podido sobrevivir todos aquellos días sin él?
Los
dedos de Caradhar habían pasado de clavarse en su carne a trazar
sensualmente las curvas de sus cicatrices... Sül lo miró. Sus ojos
aún estaban húmedos de lágrimas, y que los dioses lo perdonaran
pero eran hermosos, brillando a la luz de la vela... Los besó tan
delicadamente como pudo, apenas rozando con los labios las pestañas
perladas con diminutas gotas transparentes. Aquel sabor salado... era
la primera vez que lo dejaba extenderse sobre su lengua, y era tan...
perfecto... Salió de él y deslizó una mano sobre el miembro
resbaladizo del dotado, que no tardó en volver a endurecerse.
-Es
mi turno -susurró el Sombra, despojándose de la camisa que aún
cubría sus brazos y de sus pantalones; colocándose a horcajadas
sobre su pareja comenzó a guiar su húmeda arma a través de su
entrada.
-Sül...
aguarda un poco... demasiado rápido... -dijo Caradhar, colocando las
manos sobre su firme vientre- Así no te va a...
-No
me importa... ah... -el joven suspiró, pero la dura carne
desapareció dentro de él hasta la base- Te... hmmm... te
necesito...
Apoyándose
en sus muslos, Sül comenzó a impulsarse sobre la ingle de su
amante. Caradhar siguió el movimiento de aquel hermoso cuerpo sobre
él, el de sus músculos ondulando bajo su piel, el de su asta, que
volvía a alzarse... Los gemidos del Sombra se volvieron más
profundos y sostenidos. Abrió los ojos, que había mantenido
apretados, y los bajó hasta su compañero; eran como la poza del
claro de Dervharn, profundos y oscuros, capaces de capturar la luz de
un dios...
Caradhar
no pudo resistirse, incluso aquella distancia era demasiada... Se
alzó sobre los codos, se sentó, lo acomodó sobre su regazo y lo
abrazó con fuerza; tiró de su nuca y volvió a hundir la lengua
entre sus labios entreabiertos. Aquel sabor...
¿Cómo
había podido sobrevivir toda su vida sin él?
"¿Estoy
soñando?", dudaba Sül por centésima vez, y por centésima vez
acariciaba los cabellos de color rubí extendidos sobre su pecho,
mientras Caradhar se acurrucaba contra él como si temiera que fuera
a desaparecer, enterrando la nariz en su pelo negro, en cada hueco de
su cuerpo; familiarizándose con su aroma de la misma manera que lo
había hecho con los relieves de su anatomía. El Sombra alzó su
barbilla y se asomó de nuevo a sus ojos: sí, aquel era él, no
cabía duda, por más que nunca había visto una sonrisa tan profunda
y dulce surcando su rostro... Volvió a besarlo.
-Sül...
no creo que pueda saborear algo que sepa mejor que tú -murmuró el
dotado, su lengua lamiendo suavemente su barbilla y la piel de su
cuello una vez que hubo abandonado su boca-. Cuando pienso en lo que
me he perdido todos estos años...
-Esa
debería decirlo yo... Además, ya cambiarás de idea cuando hayas
probado los placeres del mundo, Adhar -sonrió el Sombra.
-Todos
los placeres que necesito están en esta cama...
Los
latidos del corazón de Sül se dispararon... Sí, debía estar
soñando: era imposible que él hubiera vuelto, y que milagrosamente
hubiera adquirido aquel sentido que nunca había disfrutado, y que lo
estuviera abrazando así cuando ya habían terminado de hacer el
amor. Y el sentimiento que envolvía su mente, como un manto
cálido... ¿era de verdad el reflejo de lo que habitaba la de él?
¿Qué habían hecho esos elfos con Caradhar? Había tantas cosas que
necesitaba comprender... Volvió a alzar aquel hermoso rostro, y otra
vez aquellos labios volvieron a arquearse.
-¿De
verdad... de verdad puedes leer mis pensamientos, como esos Silvanos?
-Lo
siento, no lo hago conscientemente -Caradhar bajó la vista,
confuso-. No he aprendido a controlarlo... Y tengo miedo de hacer
algo que no deba, de proyectar en ti un sentimiento que no te
pertenezca, pero... no podía esperar para verte...
-Yo
no tengo nada que esconder de ti. Sólo aquella maldita cosa, y
espero que puedas llegar a olvidarlo, porque nunca más volveré a
hacer algo como...
-¡Sül!
No... no te atrevas a disculparte. Mientras cabalgaba hacia aquí no
dejaba de torturarme, pensando que podrías haber decidido pasar
página y que no desearías volver a verme... Te he herido de manera
tan... Ni siquiera merezco que me perdones...
De
nuevo Sül sintió su dolor, imparable como aquel raudal de lágrimas.
Estaba tan agradecido por la calidez de sus sentimientos que apenas
podía contener el deseo de ponerse en pie y elevar una plegaria a
los dioses; pero no así, no de aquella forma... Sujetó sus mejillas
con fuerza y lo obligó a fijar la vista en sus ojos, a leer en
ellos. ¿Podría obligarlo también a mirar dentro de él? Adhar,
pensó,
Adhar,
mírame... ¿perdonarte? ¿Crees que podría vivir sin ti? También
podrías pedirme que me arrancara el corazón. Pero tú eres la clase
de persona que sería capaz de volver a colocarlo en su sitio y
devolverle su latido. Ese eres tú. Cuando has conocido a alguien
así, es imposible volver hacia atrás...
-Adhar...
hace mucho que acepté lo que siento. Fue error mío tratar de
imponerte mis deseos, de decirte que te quería y tratar de
establecer condiciones. El amor debe ser incondicional...
-¡No!
Lo que hay entre nosotros no puede ser incondicional. Lo que tú me
has dado siempre es lo que debes pedir de mi... ¡así es como debe
ser! ¿Incondicional? Esa es la fría idea que yo había concebido en
mi mente. Y mira lo que te he hecho...
-Pero
yo estuve a punto de acostarme con Vira...
Caradhar
cerró la boca de golpe. La imagen comenzó a mostrarse, muy nítida,
en su mente. Frunció ligeramente el ceño y apretó los labios.
-Pero...
pero no lo hiciste... y fue culpa mía, después de todo, y... y si
lo hubieras hecho -su voz se convirtió en un murmullo amargo- yo no
habría tenido el más mínimo derecho a reprochártelo... Ni
entonces, ni las próximas cien veces, supongo...
-Idiota...
-Sül tiró del dotado y lo hizo tumbarse sobre él- ¿Qué haremos
ahora, Adhar? ¿Cuáles... cuáles son tus planes?
-Nos
iremos, Sül. Nos iremos al bosque; es decir... si tú lo deseas...
donde puedas librarte de las malditas pociones Darshi'nai, donde
ellos nunca podrán volver a ponerte las manos encima... Te
sorprendería lo cerca que está. Y tengo muchas cosas que contarte y
que enseñarte... Y si no quieres vivir cerca de los Silvanos, nos
buscaremos un lugar apartado para nosotros. Sin barrotes, Sül; sin
cadenas...
-Eso
suena demasiado bueno para ser verdad...
-Pero
lo es.
-Estoy
pensando...
-¿Hmmm?
-Cien
veces, ¿eh? ¿Tantas? Bueno... tendré que buscar una manera de
cobrármelas, entonces -Caradhar se puso rígido-. Y como
prácticamente estaremos tú y yo solos, los árboles y quizás
alguna ardilla, sólo se me ocurre una -sus manos se aposentaron
sobre su trasero-. Ya puedes ir agradeciéndoles a los dioses que te
dieran el Don; de lo contrario... no habría manera, ni divina, ni
mortal, de que te las arreglaras para sentarte en mucho, mucho
tiempo...
Caradhar
sonrió, cada vez más abiertamente, y la sonrisa se convirtió en
carcajadas. Sül se quedó sin aliento. El sonido de su risa...
¿Era
posible quererlo aún más?
-Sólo
me queda una cosa por hacer antes de irnos -dijo el dotado, tras
calmarse-. He de hablar con Navhares. Sé que esto le va hacer daño,
y me gustaría poder sacarlo de aquí, pero supongo que ya no es
posible. Él... estoy seguro de que se convertirá en alguien mucho
mejor que todos los que lo rodean. Confieso que estoy algo nervioso:
me han advertido que, seguramente, ya no seré inmune a los efectos
de la voz de mando...
-¿Y
aun así vas a...? -Sül tragó saliva- Sé que no es culpa tuya,
pero... ¿y si decide usarla contigo?
-No
lo ha hecho ni una sola vez, en todo este tiempo. Confío en que no
lo hará ahora.
-Ahora
es diferente... Si yo... bueno, si yo estuviera en su lugar... haría
lo que fuera para no perderte...
-Entonces
tendré que confiar aún con más fuerza. Te prometo que todo irá
bien.
Besó
a su compañero en el cuello, se incorporó y comenzó a vestirse. El
Sombra aguantó todo lo que pudo, pero al final se lanzó sobre él,
abrazándolo por la espalda.
-Lo
siento, Adhar... -dijo, apretando con fuerza- Sé que me comporto
como un crío, pero... tienes que perdonarme. No puedo evitarlo...
Tengo miedo de que salgas por esa puerta y no vuelva a verte en mucho
tiempo, y yo...
Se
calló, porque Caradhar se volvió y susurró algo a su oído. Sólo
eran dos palabras; dos comunes, sencillas palabras... Una diminuta
frase que Sül había pronunciado varias veces pero nunca había
escuchado antes.
Algo
que había esperado toda su vida.
El
dotado tampoco pudo abandonar la habitación durante aquel día.
***
Lord
Navhares se revolvió en su sueño. Hacía semanas que no pasaba una
sola noche plácida; por las mañanas solía levantarse cansado y
pensativo.
Aquella
no era una excepción; de hecho, resultó mucho peor que en ninguna
otra ocasión, porque los sueños no dejaban de acosarlo. Sueños
extraños, pero demasiado vívidos para que pudiera ignorarlos
fácilmente. Inquieto, se giró sobre su costado izquierdo. Abrió
los ojos de golpe; la luna iluminaba aquel lado de la cama con un
hermoso brillo plateado. Y él
estaba
allí.
Caradhar.
El
dotado estaba echado junto a él, sobre su costado derecho, con la
cabeza relajadamente apoyada sobre la almohada. A pesar de que daba
la espalda a la luz, notó que lo miraba. Y que le sonreía. Por
primera vez pudo ver una sonrisa tan abierta en aquel rostro que
siempre había sido tan inexpresivo; y era para él. El Maede se
quedó momentáneamente sin palabras.
-Tuve
un sueño -dijo, al fin, como si encontrarse a Caradhar allí, en su
cama, fuera la cosa más natural del mundo-. Al empezar la noche soñé
con un bosque, y pensé que era extraño, porque nunca he estado en
uno. Algo me decía que debía estar preparado, que algo podría
ocurrir; así que abandoné mi dormitorio y vine a este. De alguna
manera era lo adecuado.
El
dotado se quedó perplejo: ¿alguno de los Silvanos le habría
enviado aquel sueño? Vira lo había ayudado a colarse en Palacio, y
había sido ciertamente más fácil de lo esperado, a través de
aquella ventana... Pero ya pensaría en aquello más tarde.
-Hola
-dijo, simplemente.
-Hola
-respondió Navahres, usando el mismo tono y arqueando los labios de
igual manera. Parecían, en la penumbra, original y reflejo en un
espejo-. Verte es lo que más deseaba, pero... ¿tienes idea de lo
que me dolió que te marcharas?
-No
tengo palabras para decirte cómo lo siento -Caradhar extendió la
mano y acarició la mejilla del muchacho, quien cerró los ojos por
un momento y se abandonó a la caricia- He sido el mayor miserable;
no sé cómo podré llegar a compensarte.
-¿Me
has echado de menos?
-Sí.
Tú eres una de las dos personas que más me importan, Navhares.
-Pero
no soy el primero...
La
mano del dotado se inmovilizó sobre su rostro; una sombra de
angustia oscureció sus ojos. Navhares se la tomó y la besó en la
palma, y volvió a colocarla sobre su mejilla, cubriéndola con la
suya.
-Ya
no soy el Maede de Casa Elore'il -continuó-. Bueno, casi... Mi
esposa está embarazada otra vez. Cuando el bebé nazca será el
nuevo Maede, y yo pasaré a pertenecer a la Casa del Príncipe.
-Y
eso no te hace enteramente feliz.
-Siento
que pierdo algunas cosas. De alguna forma, Elore'il... era un lugar
al que siempre podíamos volver. Aunque ya no importa, ¿verdad? No
has venido para quedarte, lo sé. Has venido para despedirte.
Los
ojos de Caradhar brillaron ligeramente, sus labios formaron una
apretada línea. Se acercó a su compañero, frente contra frente.
-Si
pudiera llevarte conmigo, lo haría. Pero tú sabes, y yo sé, que tu
sitio es este, que tu posición aquí es demasiado importante...
-¿Quieres
decirme a dónde vas a marcharte?
-Sí.
Me marcho al bosque, con los parientes de tu... abuelo. He traído un
libro para ti, aunque no debes enseñárselo a nadie. Cuenta la
historia de unos elfos cuya sangre también corre por nuestras venas.
Te sorprenderá, pero no es más que la verdad.
"La
guerra no ha terminado, Navhares. Continuará, los dioses saben hasta
cuando, por un pedazo de tierra al que se aferran desesperadamente,
aunque ni siquiera tienen idea de su verdadero valor. Algún día tu
hijo será el Príncipe, pero hasta entonces dependerá de ti que le
enseñes lo que es realmente importante; algún día la gente de
Argailias deberá saber que las cosas tienen que cambiar, y para eso
tendrás un papel crucial en esta historia. Ya lo verás. Mientras
tanto, prométeme que mantendrás a tus hijos alejados de la
alquimia. Es muy importante: prométemelo.
-Por
favor... no quiero estar separado de ti. Por favor...
-Te
doy mi palabra de que volveremos a vernos; más veces de las que
piensas. Y nunca me apartaré de ti, aquí dentro -presionó
suavemente la frente del muchacho con la suya-. Pero los dos tenemos
un deber que cumplir: tú, con tu gente, y yo... con alguien que
lleva esperándolo, en silencio, durante demasiado tiempo...
-Caradhar...
Necesito que me digas una cosa: si no... si no lo hubieras conocido
antes... ¿te habrías quedado conmigo?
-Sabes
que sí. Es sólo que no puedo permanecer en esta ciudad, terminaría
volviendo a hacerle daño...
-Pero
seré yo el que sufra...
-Es
cierto; me desprecio por ello, aunque tú tienes tu posición, tus
hijos, una importante tarea que cumplir. Él sólo me tiene a mí.
-No
es justo.
-No,
no lo es. Pero es lo que me dice mi corazón.
-Caradhar...
yo siempre te...
El
dotado besó la frente del muchacho; había tanta delicadeza en sus
labios, tanta ternura en ese simple gesto, nuevo para él, que
Navhares cerró los ojos, y una lágrima se deslizó por la comisura
izquierda. Tal y como había visto hacer a Sül, los labios del
dotado se posaron sobre aquel punto y la enjugaron. El Maede apretó
los dientes y lo abrazó, hundiendo el rostro en su cuello; lo abrazó
con tanta fuerza como pudo, tan apretado que apenas dejó espacio
para un soplo de aire... Caradhar colocó una mano protectora en su
nuca, y otra a su espalda, y lo sostuvo contra sí, aspirando el
aroma de sus cabellos.
Cuando
se disponía a abandonar la habitación, y ya tenía una mano en la
ventana, el Maede le dijo:
-Tuve
otro sueño, Caradhar: soñé que tenía un hermano... -la mano del
dotado se congeló sobre el marco de metal-. Tal vez me expliques lo
que significa la próxima vez que nos veamos. Pronto. Más pronto de
lo que creo...
Navhares
sonrió ligeramente.
***
Cuatro
caballos se detuvieron a las afueras de Argailias, cerca del
crepúsculo. La ciudad aún era una gran mole oscura, pero volvía a
brillar bajo la luz naciente. La torre más alta del Palacio de las
Cuarenta y nueve Lunas, en cambio, comenzó a perder su
característico destello nocturno. Era una visión hermosa; sin duda,
una bella estampa que llevarse de recuerdo...
-¿No
los echarás de menos, Adhar? A tu... hijo; a tu madre... a tus...
-preguntó Sül, colocando su caballo a la par del de su compañero.
-Volveré
a verlos. No estamos muy lejos; será un paseo, una vez que logre
aprenderme el camino. Siempre habrá cosas que hacer aquí, ahora y
en el futuro. Y Corail... bueno... Corail es como una luz que siempre
me ha atrapado... Supongo que volveré a verla, y puede que intente
atraparme de nuevo. Pero tú, Sül, siempre me atraerás de vuelta
hacia ti. Y así es como debe ser.
El
antiguo Sombra soltó las riendas y se inclinó sobre Caradhar, lo
tomó por las mejillas y lo besó. Y como todos los besos que había
dado en aquellas últimas horas, fue el mejor de su vida...
-Seguid
así, comportándoos como adolescentes recién casados y diciendo
cursilerías, y me haréis vomitar -la voz de Vira rompió la magia
del momento-. Si no os movéis ahora mismo, agarraré a Dainhaya por
la oreja, me largaré como un rayo y os dejaré ahí tirados, y a ver
cómo infiernos os las arregláis para llegar a Dervharn. Qué
rayos... que os den. ¡Alcanzadme si podéis!.
El
Silvano espoleó su caballo y se perdió camino adelante. Los otros
tres elfos se miraron, sonrieron y lo imitaron, levantando una gran
nube de polvo a sus espaldas.
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