Al
este de Dervharn había un río que le servía de límite natural. El
agua bajaba de las montañas, y como en su mayor parte discurría a
la sombra de los árboles, era extremadamente fría, aunque
deliciosa. Apenas había casas construidas al borde del agua, porque
un pequeño afluente cruzaba la ciudad y la abastecía sin que sus
habitantes tuvieran necesidad de transportarla.
Había
un tramo donde ambas orillas del río estaban bastante próximas. A
los pies de un gigantesco árbol centenario, de gruesas y retorcidas
raíces, se había formado un pequeño estanque que la corriente
principal alimentaba. Estaba cubierto de plantas acuáticas, y algún
que otro pez se aventuraba a establecerse en sus aguas tranquilas.
La
parte alta del árbol estaba circundada por una casa de construcción
élfica. La amplia plataforma que la rodeaba se asomaba al río, por
una parte, y al estanque por la otra. Su único acceso era una
escalera de caracol, pues estaba demasiado aislada para que fuera
posible tender pasarelas. En cuanto a su interior, era amplio y
cómodo, con pocos muebles pero con todo lo necesario. Había un par
de habitaciones, en concreto, que decían bastante de la clase de
elfos que habitaban allí: una estaba llena de estantes con libros,
pergaminos y útiles para escribir; la otra, con expositores para
armas de todo tipo, incluidas algunas rarezas que parecían ser
exclusivas de los Silvanos, como las espadas cortas de hojas curvas
que se adaptaban al brazo. Los recientes propietarios de aquella
colección se habían aplicado a familiarizarse con su manejo de
manera bastante entusiasta, en particular uno, de cabellos oscuros y
ojos profundos...
Sül
abrió los ojos y se encontró un espacio vacío en la cama. Aquello
era extraño, considerando el apego que su compañero tenía a las
camas, en general, y a aquella en particular. Y el hueco estaba frío:
aquel escurridizo pelirrojo se había deslizado entre sus dedos sin
despertarlo y se había esfumado. Para un ex-Sombra como él era
aquello habría sido humillante, pero el joven había llegado a
acostumbrarse a las nuevas habilidades del dotado. Y hablando de
dedos... enrollado alrededor de su meñique, el elfo se encontró un
largo cabello rojo. No había llegado allí por casualidad; era el
equivalente de cierta persona a dejar un mensaje tranquilizador
cuando debía ausentarse y no quería molestarlo. Sül sonrió y
sostuvo aquella hebra solitaria en alto, la puso en lugar seguro,
saltó de la cama, buscó sus pantalones y se asomó a la ventana.
Acababa
de amanecer, como los pájaros se encargaban de anunciar. Había que
reconocer que aquella casa era un buen lugar para vivir. Estaban lo
suficientemente aislados para tener bastante intimidad y el marco del
río y los árboles era muy hermoso. Un cambio radical, comparado con
la vida que había llevado hasta entonces en Argailias.
Inconscientemente se llevó la mano al estómago y la deslizó sobre
la piel lisa. Dentro de él ya no quedaba ni rastro del veneno
Darshi'nai.
Recordó
su primer día en Dervharn. Al igual que habían hecho con Caradhar,
los Silvanos se habían mantenido a distancia y le habían dejado su
espacio para que no se sintiera abrumado. Todos, menos uno: aquel
elfo tan parecido a Vira que daba escalofríos y que había corrido a
recibir al dotado, Lioges.
Sül
no era ningún empático, ni desde luego un telépata; y sin embargo,
desde el primer vistazo había sabido que Lioges no lo miraba con
buenos ojos. Bien, todo lo que podía decir se reducía a que el
sentimiento era mutuo, porque su compañero le había confesado a qué
se había dedicado aquel elfo en las últimas semanas que había
pasado en el bosque. Era una sensación muy extraña: el alivio, por
un lado, al saber que Caradhar realmente no había sido capaz de
acostarse con nadie, y el recelo que le inspiraba aquel reputado
sanador que se había atrevido a poner sus manos en... No podía
decir que lo tomara por sorpresa, dado que compartía la sangre de un
pervertido como Vira, pero más le valía mantener aquellas delicadas
manos alejadas de su pareja.
Para
colmo de males, había sido el mismo Lioges el que lo había librado
del veneno Darshi'nai. ¿Lo había hecho a posta para que se sintiera
en deuda con él, o simplemente para congraciarse con Caradhar? No
podía decirlo, y de una forma u otra le resultaba humillante. Pero
lo cierto es que, a pesar de que lo trataba con amabilidad, el
pelirrojo siempre se mostraba distante y procuraba no quedarse a
solas con el sanador. Sül estaba bien seguro de ello, porque casi no
había un momento del día en el que no se sintiera arropado por los
pensamientos del dotado.
Tal
y como le había explicado Vira sobre su conexión con Dainhaya, Sül
se había convertido en el fulcro de Caradhar. No había necesitado
años para desarrollar aquel vínculo, aunque en cierta forma sí que
habían tardado mucho tiempo en establecerlo: todo el que había
transcurrido desde que se conocieran, desde que el joven moreno se
enamorara de él y lo convirtiera en la persona más importante. En
el preciso momento en que la mente del dotado había encontrado una
salida al exterior, él había sido el destinatario de su llamada, el
que se encontraba al otro extremo del único hilo que el pelirrojo
había tejido en su vida. Aquellas lágrimas incomprensibles que
había derramado en Argailias... El recuerdo le pesó en el corazón,
pero a la vez lo llenó de un cálido sentimiento de felicidad. A
pesar de todo, a pesar de ellos mismos, también había sido siempre
la persona más importante para él. Tuvo que cerrar los ojos y
sonreír.
La
mente de Caradhar se había convertido en un potente receptor de
pensamientos y sensaciones. Esa era, en parte, una de las razones por
las que debían vivir aislados. Hasta que no dominara la técnica de
escudar y controlar el flujo, lo mejor era que se mantuviera alejado
de otras mentes. Solía recibir visitas de aquellos a quienes
llamaban los guías, que se ocupaban de adiestrarlo.
Los
primeros días habían sido duros. A solas en su nueva casa, sin la
presencia de otro telépata como Dainhaya que le ofreciera
protección, los pensamientos del tejedor novel se habían proyectado
y habían bebido caóticamente de los de la única mente que había
por los alrededores: Sül. Por las noches, cuando ambos dormían y
todo escapaba a su control, se habían introducido en los recuerdos
del antiguo Sombra y hallado aquí y allá una remembranza amarga, un
sentimiento de angustia relegado a algún rincón lejano, sepultado
entre capas de nuevos recuerdos mucho más optimistas, pero aún
latiendo en su subconsciente. En noches como aquellas Caradhar había
sollozado en sueños, con el pecho convulsionado por una angustia tal
que Sül siempre había abierto los ojos, atenazado por aquel mismo
dolor. Lo único que había podido hacer en aquellas ocasiones era
despertarlo y apretarlo en sus brazos, y susurrar palabras de
consuelo hasta conseguir calmarlo, hasta demostrarle que esas cosas
que creía sentir había quedado muy atrás. El pasado era el pasado,
le había dicho cada vez, y aquel era su presente, y por los dioses
que nunca cambiaría una maldita coma de toda la historia si el
desenlace destinado iba a ser como aquel, con él en sus brazos, con
el corazón latiendo tan fuerte, con el embriagador aroma de su piel
desnuda bajo sus fosas nasales...
Ese
recuerdo le trajo otro bastante más positivo: el entusiasmo con el
que el pelirrojo se había tomado su recién adquirido sentido del
olfato. En momentos así era de agradecer que los dotados no
engordaran, porque la manera que tenía aquel de probar cualquier
cosa comestible que cayera en sus manos habría sido fatal para su
cintura... por no hablar de la bebida. Alguna que otra vez había
suspirado, medio en broma, por la imposibilidad de emborrachar a
Caradhar y ponerlo a su merced, aunque fuera un solo día; ahora
bien, considerando la increíble cantidad de vino y licor que el
joven había llegado a beber en aquellos tiempos, a Sül no le había
quedado más remedio que dar gracias porque su cuerpo no se viera
afectado por el alcohol. Incluso cuando estaba enfrascado entre
aquellas montañas de libros Silvanos, aprendiendo su lengua y su
historia, rara era la ocasión en la que no dejaba al alcance de la
mano una fuente de algún tipo de delicias y una jarra de cualquiera
que fuera la bebida que lo obsesionara en ese día en concreto.
A
veces, simplemente, se sentaba afuera, cerraba los ojos, echaba la
cabeza hacia atrás y aspiraba el aroma del bosque, de la hierba, de
las flores... el de la tierra mojada por la lluvia, el aroma del río.
Cómo un río podía tener aroma era algo que Sül no se había
planteado hasta entonces, pero allí estaba aquel joven elfo, sentado
a su orilla, día tras día, sin necesitar nada más.
Pero,
por supuesto, y desde un punto de vista egoísta, la mejor
consecuencia de haber adquirido aquella facultad la estaba
disfrutando el joven moreno en su propia piel. La manera en que
Caradhar hundía la nariz en cada hueco de su cuerpo y aspiraba con
fruición, y aquellos pequeños suspiros, y su lengua, que se paseaba
por doquier sin dejar un solo centímetro sin lamer... ugh, aquello
lo volvía loco. Había momentos en los que se sentía más cría de
gato que elfo, tal era la extrema dedicación que su pareja ponía en
la tarea... aunque, todo hay que decirlo, cuando esas atenciones se
centraban en cierta
parte
de su anatomía, sus quejas, sus reservas y cualquier duda que
pudiera albergar se desvanecían junto con sus pensamientos
racionales.
Y
esa era la otra razón por la que les habían dado tantas facilidades
para vivir a sus anchas en una casa aislada. En una sociedad como la
de Dervharn, las relaciones que no podían fructificar
no
estaban bien vistas; era una cuestión de tacto mantener a una pareja
como ellos alejada de los curiosos. La mirada que le había lanzado
aquel elfo a quien llamaban Padre al saber que él era la causa por
la que Caradhar no se emparejaba con una elfa... ¿Quién se creía
que era? ¿El criador oficial del bosque? Jódete,
cabrón, había
pensado Sül, porque
es mío y de nadie más. Y
justo entonces el tipo se había puesto rojo. Un error táctico,
ciertamente, pues allí no había que vigilar sólo la lengua, sino
también los pensamientos... Al final, el joven moreno se había
encogido de hombros; poco le importaba no poder complacer a todo el
mundo. Y el saber que el tal Padre extendía su desprecio a la
persona de Vira había hecho al alto Silvano ganar puntos a los ojos
de Sül. He allí otra cosa que tenían en común.
Ruido
de pasos al pie del árbol... Allí estaba, al fin, su escurridizo
compañero. Los pasos subieron velozmente por los escalones hasta la
casa, y luego hasta el dormitorio. El elfo de cabellos de color
carmesí hizo su entrada, acarreando una gran cesta y masticando con
energía una manzana roja; un hilillo de dulce jugo se escurría por
su barbilla hasta el borde de su camisa. Era virtualmente imposible
poner en sus manos una carga de comida y esperar que no fuera a
probarla... Sül tuvo que sonreír otra vez.
-Buenos
días -se las arregló para decir entre bocado y bocado, dejando la
cesta en el suelo y sentándose en la cama-. No había absolutamente
nada de comer en la despensa, así que he ido a por provisiones.
Espero que te esmeres cocinando algo bueno, porque estos días de
raciones de viaje han sido deprimentes.
El
moreno rió entre dientes. Caradhar era una completa nulidad en la
cocina, y si hubiera tenido que procurarse su propia comida sin duda
habría estado en apuros. Pero lo que decía era muy cierto: acababan
de regresar de Argailias, donde habían conocido, al fin, al nuevo
Maede de Casa Elore'il. Lord Navhares se había desvinculado de su
nombre y había pasado a formar parte de la Casa del Príncipe. Tenía
que confesar que no podía dejar de sentir cierta lástima por el
muchacho, que había sido otro juguete político y que, tal vez,
nunca podría llegar a estar satisfecho con su vida. A la lástima
también se unía una pequeña punzada de celos. Y se despreciaba por
ella: que Caradhar sintiera cariño por él, ¿no era normal, acaso?
Era su hijo, después de todo. Pero también sabía que el tipo de
afecto que el muchacho sentía era bastante diferente. Bien, no
merecía la pena pensar en ello, porque él había tenido la suerte
de ser el elegido. Compartir al pelirrojo muy de cuando en cuando y
dejar que Navhares recibiera un amor meramente fraternal no era un
precio demasiado alto.
-Podría
haberlo hecho yo -contestó Sül, mientras el dotado se metía otra
manzana en la boca, se quitaba la camisa y pateaba sus botas, todo a
la vez-. Debe resultarte abrumador acercarte a las demás casas sin
otro telépata que te... ¿qué narices estás haciendo?
-No.
Estabas tan plácidamente dormido que no quise despertarte. No está
mal que sea yo el que te malcríe algunas veces. Además, ya me las
arreglo bastante bien yo solo. Tirsseil dice que mis escudos son casi
perfectos y lo único que debo trabajar más es la manera en que me
proyecto en los demás, porque mis entradas son bastante bruscas -el
pelirrojo sonrió de oreja a oreja, con malicia-. Eso es verdad: mis
entradas siempre han sido bastante bruscas, ¿no es cierto?
-¿Estás
preparándote para una ahora mismo? -preguntó el otro elfo, también
maliciosamente- ¿A qué viene esa prisa por quedarte en pelotas?
-Oh,
eso -Caradhar se terminó su segunda manzana y se libró de sus
pantalones de un tirón-. Baño matutino. Te espero abajo. No tardes.
El
dotado se deslizó junto a él, completamente desnudo, saltó desde
la ventana hasta la plataforma y desapareció de la vista. Sül
gimió. ¿Qué placer le veía a aquellos baños matutinos? El agua
siempre estaba helada. Con un suspiro se dispuso a seguirlo, pero
antes se detuvo a agarrar sus pantalones. La experiencia le había
enseñado a estar preparado...
Al
llegar abajo, la oscura superficie del agua se veía en calma,
despejada, bajo la alfombra de plantas acuáticas. Ese dotado
tramposo debía estar pensando en jugársela de nuevo. El problema
era que aquel estanque, a pesar de no ser demasiado grande, era
bastante profundo; lo suficiente como para que Caradhar pudiera
esconderse dentro y aguardar para darle el susto de su vida. Y cómo
aguantaba la respiración, el maldito... Jurando por lo bajo, se
quitó los pantalones y se deslizó por las raíces del enorme árbol
hasta el agua extremadamente fría. Apretó las mandíbulas y optó
por la inmersión de golpe, y sacó la cabeza de nuevo intentando que
los dientes no le castañetearan. Se lo haría pagar, vaya que sí...
si lograba encontrarlo.
Con
el agua hasta el pecho comenzó a caminar despacio, intentando
adivinar en qué punto del estanque se había apostado el elfo.
Entradas bruscas, ¿eh? Él le iba a enseñar lo que era una entrada
brusca... Comenzó a visualizar lo que le gustaría hacerle con todo
lujo de detalles, para el caso de que ese joven demonio estuviera
espiando en su mente. Eso, claro está, si era capaz de hacer que se
le levantara, sumergido como estaba en aquella piscina de hielo.
Escudriñó la serena superficie, atento al menor movimiento de la
más pequeña hoja; nada. Aventuró unos cuantos pasos más...
El
ataque
llegó desde el frente, inesperado como siempre, aunque esta vez fue
muy diferente. Algo suave y cálido se apoderó de su entrepierna y
acarició su sexo dormido. Su primera reacción fue dar un salto
hacia atrás, pero unas manos firmes mantuvieron sus piernas clavadas
en el sitio mientras las caricias se intensificaban. Sül miró hacia
abajo, mas todo lo que vio fueron plantas acuáticas; las apartó de
un manotazo y creyó ver algo ondulando bajo la superficie oscura:
una flotante melena... El elfo agarró aquellos cabellos
aterciopelados y tiró de ellos suavemente para mantener la cabeza a
la que pertenecían pegada a su cuerpo. Sonrió, con un toque de
picardía: le deseaba buena suerte si pensaba que poner aquello en
pie
le iba a ser tan fácil, en aquellas condiciones. Probablemente
tendría que salir para respirar antes de obtener resultados...
Pero
había subestimado la habilidad de aquellos labios que se deslizaban
a lo largo de su miembro, laxo hasta entonces, y la deliciosa
sensación resbaladiza bajo el agua. Atrapado entre las paredes
sedosas de aquella cálida caverna su sexo comenzó a despertar,
espoleado también por la lengua que lo rozaba y se arremolinaba en
torno suyo. La silenciosa superficie del estanque, apenas perturbada
por algún que otro chapoteo suave, comenzó a proyectar el eco de
sus quedos gemidos. Y cuando las manos que lo sujetaban subieron
hasta sus nalgas y se apoderaron de ellas, amasándolas
enérgicamente, su cuerpo entró en calor con rapidez y una ola
ardiente subió desde su bajo vientre hasta sus mejillas. Sus dedos
se hundieron aún más entre aquellos cabellos esquivos; sus caderas
comenzaron a empujar en busca de aquella tórrida humedad...
La
cabeza de Caradhar emergió frente a él, sus cabellos como una
brillante y encarnada pieza de satén, adheridos a su cuello y sus
hombros; minúsculas gotas de agua salpicaban sus rojas pestañas y
se deslizaban sobre su rostro. Aspiraba profundamente, intentando
devolver a sus pulmones el aire del que los había privado durante
tanto tiempo, pero Sül no se mostró muy compasivo: muy pronto sus
labios se apoderaron de aquella boca jadeante y de nuevo le robaron
la respiración. Sus brazos enlazaron fuertemente aquel hermoso
cuerpo pálido y lo apretaron contra sí, y la perfecta sensación
resbaladiza sobre su piel lo hizo desearlo aún más. Bajó por sus
costados hasta sus ingles, introdujo las manos entre sus muslos y los
separó. Caradhar rodeó con sus piernas las musculosas caderas del
joven moreno, cuyas manos se colocaron entonces sobre sus glúteos,
exponiendo su abertura. El gemido del dotado en su boca lo excitó;
deseando ver la expresión de su rostro, interrumpió el beso e
inclinó ligeramente la cabeza hacia atrás.
El
pelirrojo volvía a tomar aire con ansiedad, bañándolo con su
aliento, mirándolo intensamente con aquellos ojos que ardían a
través de las largas y húmedas pestañas. Apenas se oía otra cosa
que no fueran sus jadeos. Se alzó ligeramente, ayudándose con sus
piernas; se apoderó del ariete de Sül y lo guió muy despacio
dentro de su entrada trasera, a través de la cual se deslizó como
la seda; se dejó caer hasta que estuvo completamente dentro de
él... Y aquella mirada... aquella mirada donde se mezclaban la
lujuria, el deseo y ese sentimiento al que el dotado no hacía mucho
que había aprendido a dar un nombre... Cuando Caradhar comenzó a
impulsarse, a subir y bajar, los labios de ambos tan cerca que se
rozaban, la ola ardiente que circulaba por el cuerpo de su amante se
convirtió en llamaradas.
Lo
abrazó con toda la fuerza de que fue capaz, como si aquella piel
escurridiza fuera a escapársele entre los dedos. Marcó el ritmo a
su cabalgada, que fue adquiriendo velocidad a medida que su
excitación crecía. Sintió el deslizar del miembro hinchado a lo
largo de sus abdominales y lo rodeó con una mano para proporcionarle
aún más placer, acariciando con el pulgar la resbaladiza abertura.
Sin apartar los ojos de él, el dotado fue elevando poco a poco el
volumen de sus gemidos hasta que la carne aprisionada en la palma de
Sül comenzó a palpitar y bombear; sus labios se separaron aún más,
sus párpados cayeron ligeramente y sus cejas rojizas se fruncieron
durante largos segundos en un gesto de goce.
Caradhar
era una visión extremadamente enardecedora cuando Sül lo hacía
culminar de aquella forma... El elfo de cabellos oscuros bebió
ansiosamente de aquellos rasgos convulsionados y luego lo besó con
fruición, deseando poder prolongar lo que sentía pero sabiendo que
ya no podría aguantar mucho tiempo. Leyendo su anhelo, las manos del
dotado bajaron hasta su trasero; su dedo índice penetró con
facilidad en aquel túnel estrecho. Sül ahogó un grito. Un segundo
dedo se unió al primero, y el joven tembló. Entonces Caradhar
interrumpió el beso y dijo con suavidad, cerca del oído de su
pareja: "Hola, Vira". Sül volvió la cabeza bruscamente...
Pero
los dedos del pelirrojo alcanzaron justo entonces su lugar de placer,
y los músculos de sus paredes internas atraparon con fuerza el
miembro a punto de estallar al que cobijaban. Un orgasmo violento e
imparable sacudió el cuerpo del elfo justo cuando sus ojos se
encontraban con los del alto Silvano, que lo miraban muy abiertos.
Jadeando, con el corazón a punto de salírsele del pecho, deseó que
la tierra se lo tragara. Ya
está,
pensó, ya
no puedo caer más bajo. Ya sé que me ha espiado cien veces en la
cama, pero correrme mientras lo miro a los ojos...
Volvió
la cabeza lentamente hacia aquel diablo de cabellos como el fuego que
recorría sus tatuajes con los dedos... dentro del cual aún estaba,
por todos los dioses... y tuvo que contener un repentino deseo de
estrangularlo. Caradhar había cambiado, de eso no había duda, pero
había ciertos aspectos de él que permanecían inalterados. Como su
increíble desvergüenza. El dotado le sonrió apologéticamente, lo
abrazó y reclinó la frente contra la suya; y Sül supo al instante
que aquello había sido una pequeña demostración de dominio
destinada a los ojos del recién llegado. El pensamiento lo dejó
boquiabierto: Caradhar estaba celoso. No sabía si debía reír o
continuar enfadado...
-Ejem...
-Vira carraspeó, y eso que era casi imposible dejarlo sin palabras.
El dotado percibió claramente que en aquel instante no era
precisamente el objeto de la devoción de ninguno de los dos- En
fin... veo que venimos en un buen momento, bueno para vosotros, al
menos... -¿venimos?,
pensaron
los otros- pero a lo mejor queréis desacoplaros para hablar. A menos
que prefiráis que volvamos más tarde, cuando hayáis terminado de
darle de comer a los peces.
El
alto Silvano recuperó su aplomo rápidamente y su tono se volvió
ligeramente burlón. Pero entonces se echó a un lado, mostrando la
figura de Lioges, que lo seguía a cierta distancia. El sanador tenía
el rostro vuelto hacia otro lado, y su turbación era tan evidente
que no había que ser un empático para apreciarla. Sül miró a su
pareja, cuya expresión se volvió más seria mientras se separaba de
él con un ligero beso en los labios. El moreno se impulsó fuera del
agua y echó mano de su ropa. La voz de Caradhar sonó tensa cuando
pidió: "¿podrías lanzarme unos pantalones, Sül?".
Bueno, pensó el joven, estos eran los casos en los que no venía mal
ser previsor.
El
elfo se plantó allí, sirviendo de pantalla a la modestia del
pelirrojo mientras este se cubría. Después se apartó y observó
cómo ambos, él y el sanador, se saludaban un tanto incómodamente y
subían los escalones hasta la plataforma principal. No deseaba subir
a inmiscuirse, pero tuvo buen cuidado de colocarse en un lugar donde
podía observarlos desde abajo, sentado en las raíces del árbol.
Vira se le unió.
El
elfo moreno lamentó haber bajado sin camisa, porque nunca le había
gustado lucir sus escarificaciones, salvo ante su pareja. Además, la
manera que tenían aquellos ojos de color corinto de observarlo no
contribuía a hacer que se sintiera cómodo. Qué infiernos... ya no
podía ser peor.
-¿Qué
tal el viaje? -preguntó el Silvano. Jamás se perdía un viaje a
Argailias, pero en aquella ocasión no había podido acompañarlos.
-No
ha estado mal. Nos ha resultado mucho más tranquilo que Dervharn
estos días. ¿Y tú?
-Tampoco
ha estado mal. He dejado a Dainhaya con el clan de su presunto
prometido. Ya sabes, conociéndose. Es gracioso, pero creo que su
hermano la atrae mucho más. No la culpo, a mí también me atraería
más. Para empezar, no tiene un palo metido por donde el sol no
brilla nunca. Muy equivocado he de estar si te digo que me huelo un
cambio de pareja. Tendré que exiliarme en Argailias una temporada
para huir de las iras de Padre.
Aquel
era otro de los motivos por los que Padre perdía la paciencia a la
sola mención de Vira y Sül. A la vuelta de la ciudad élfica,
Dainhaya había rechazado emparejarse con el elegido de su mentor,
alegando que no iba a unir su vida a alguien a quien apenas conocía.
La vergüenza y decepción del elfo no habían conocido límites, y
como aquellos dos habían pasado las últimas semanas a solas con
ella en Argailias, le había resultado demasiado fácil culparlos por
haber ejercido una influencia negativa en la muchacha. ¿Qué se
podía esperar, había pensado, de unos jóvenes con semejantes
impulsos antinaturales?
En
cuanto a los verdaderos motivos por los que Caradhar se había
refugiado en la Ciudad Argéntea durante unos días, habían
resultado ser bastante menos cómicos. Sólo con recordarlo, la mente
de Sül se veía plagada de sentimientos contradictorios, en su
mayoría oscuros. Trataba de ahogarlos, porque sabía que
entristecían a su compañero aún más, pero no le resultaba nada
fácil.
Todo
había empezado el día de su partida de aquella ciudad, en el que el
dotado le había contado su conversación con Navhares, incluido el
sueño que había mencionado de pasada. Y del sueño, había tenido
que pasar a aquello que había estado haciendo a instancias de Lioges
durante semanas... Al joven le había resultado chocante; chocante, y
extravagante y, sí, doloroso. No tanto, ni mucho menos, como si
hubiera estado acostándose con docenas de jóvenes Silvanas, como
Sül había llegado a imaginar en sus peores pesadillas, pero
ciertamente nada agradable. Y aquel sueño de Navhares había
preocupado a Caradhar.
Al
regresar al bosque, la noticia no lo había tomado completamente por
sorpresa: Mirtuillë se había quedado embarazada. Aquello había
llenado de satisfacción a los Silvanos, pero para el dotado, que
hasta entonces había respirado aliviado por no tener que decepcionar
de nuevo a su compañero, había sido como un golpe. Había creído
sinceramente que Sül se marcharía después de oírlo, que esa sería
la gota que colmaría el vaso.
El
antiguo Sombra no se había sentido feliz. ¿Cómo habría podido
hacerlo? Pero una vez más había perdonado a Caradhar. Fue una noche
muy larga la que pasó, con el dotado sollozando en sus brazos de una
manera que partía el corazón. Para hacerlo aún peor, ese sanador
entrometido había venido a meter sus narices pretextando que lo
mejor para él eran unas horas de sueño profundo. Había genuina
preocupación en su voz, eso no iba a negárselo, pero si habían
llegado a esa situación era en parte por su culpa. El pelirrojo se
había aferrado a él, deseando que los dejaran solos, y Sül había
echado al Silvano de allí empleando un lenguaje que pasaría a los
anales de la historia de Dervharn como el más soez, irreverente y
blasfemo que se había oído por aquella parte del mundo. Aquello
había reafirmado a Lioges en su creencia de que un Darshi'nai no
podía ser sino escoria; por su parte, Vira aún sonreía para sus
adentros cada vez que recordaba la escena.
Y
el tiempo había pasado, y el momento del parto se había presentado.
Mirtuillë, la hija de los guías, había dado a luz a un elfo varón.
Un elfo con el Don.
¿Cuántas
posibilidades había de que un dotado tuviera un hijo que también
hubiera sido bendecido con el Don? La noticia había corrido como la
pólvora, no sólo en la comunidad de Dervharn sino también entre
los otros clanes. Era el primer dotado que había nacido jamás entre
la Antigua Raza desde los tiempos de la Gran Blasfemia, y lo más
probable era que también se convirtiera en un tejedor, pues poseía
las dos marcas de la magia. Savhran, el guía, no cabía en sí de
satisfacción; pero Tirsseil había albergado ciertas reservas,
porque sabía lo que sucedería a continuación.
Las
peticiones de los otros clanes para que Caradhar compartiera su
sangre con ellos habían llegado ininterrumpidamente, como lluvia en
otoño. El dotado se había encerrado en la casa, horrorizado, y se
había negado a salir, acosado no sólo por las voces que resonaban
en sus oídos sino también por las que hacían eco en su cabeza.
Padre había llegado a sugerir que si el joven seguía rehusando
tomar una pareja apropiada,
siempre quedaba la opción de los poco
invasivos métodos
de Lioges... Sül lo habría matado con gusto allí mismo. Al menos
la guía había salido en su defensa, enviándolos a Argailias. Qué
paradoja, tener que usar esa ciudad como vía de escape.
Tras
su vuelta la calma parecía haberse restablecido. Tirsseil se había
empleado a fondo para dejar las cosas claras a los demás clanes, e
incluso había tenido palabras con Padre. Podrían acusarlos de
pretender monopolizar aquella sangre bendecida, pero no le importaba:
los hijos
perdidos
de Dervharn ya habían entregado la suficiente como para responder
por un par de vidas.
-¿Qué
hay de Navhares? ¿Ha vuelto a tener sueños últimamente?-preguntó
Vira.
-De
vez en cuando. Ha accedido a encontrarse con el guía... lo que no es
nada fácil para ninguno de los dos. Pero claro, se muere por saber
cómo es la gente con la que Adhar vive ahora. Y está muy
decepcionado porque nunca podrá desarrollar el talento por culpa de
su dependencia de las pociones. Tiene gracia, pero creo que no es
tanto por el poder que representa como por el hecho de que el talento
le haría sentirse más próximo a él...
-Un
vidente malogrado -Vira silbó- ¿Sabes lo raros que son los
videntes? Hacía años y años que no nacía ninguno -ambos se
quedaron en silencio unos instantes-. Corail siempre ha sido una
auténtica zorra.
-En
eso estamos de acuerdo.
-Pero
tenemos que admitir que hay algo, al menos, en lo que se esmeró,
porque la sangre de tu pelirrojo es de primera calidad.
-Si
eso es lo que hizo bien, se lo podría haber ahorrado. No nos ha
traído más que puñeteros problemas.
-Eso
no hay manera de saberlo. Es posible que nunca lo hubieras conocido
si las cosas hubieran sido diferentes. A los dioses les encanta jugar
con nosotros, y lo único que nos queda es jodernos y bailar. No sé
cómo bailarás, pero lo otro se te da bastante bien.
-Eh...
en cuanto a eso que acabas de ver en el agua... -comentó Sül,
incómodo.
-Tranquilo.
Sé muy bien por qué lo ha hecho. ¿No es encantador? Nuestro
Caradhar no pierde la ocasión de demostrarme que le perteneces. Me
siento halagado de que alguien como él piense que puedo llegar a ser
una amenaza -rió entre dientes-. Ha cambiado mucho. Incluso se ha
vuelto modesto; no pensé que llegaría el día en que lo vería
esconderse detrás de ti para vestirse.
-No
se ha vuelto modesto -el elfo moreno sonrió ligeramente y miró al
suelo-. Cuando llegamos ayer de Argailias los guías se presentaron
para darnos la bienvenida. Adhar acababa de darse un baño y se
presentó allí en medio, en bolas, secándose el pelo como si nada.
Tirsseil se las arregló para conservar esa cara tan compuesta que
siempre enseña, pero la manera en que Savhran levantó las cejas...
Creí que se le saldrían por lo alto de la frente.
-¿Oh?
-Vira alzó las suyas.
-Es
por tu hermano. No quiere provocarlo más de lo necesario. Sabe...
bueno, todos sabemos lo que Lioges siente por él.
-Ya
veo -el Silvano echó un ligero vistazo a lo alto del árbol-. Lo
único que puedo decir es que sí que ha cambiado.
Se
hizo de nuevo el silencio. El elfo de más edad pareció escuchar
algo; se dio la vuelta y sonrió.
-Un
nido de cardenal cerca de vuestra casa. Qué apropiado.
-¿Qué?
-Sül se inclinó para mirar. Le costó trabajo, pero al final
descubrió aquello que le indicaba Vira. Efectivamente, había un
nido con una puesta muy bien escondido entre los arbustos. No había
ni rastro de los padres- Ah, eso... Un nido de cardenal... pues qué
bien...
-No
tienes ni la más remota idea de lo que hablo.
-...
He vivido toda mi maldita vida en una ciudad... ¿cómo quieres que
sepa distinguir un nido de otro? Por lo que a mi respecta, podría
ser un jodido nido de gallinas... -al ver la expresión burlona y
condescendiente del Silvano, Sül se sintió algo turbado- ¿Qué? ¿Y
por qué tendría yo que saber cómo es un nido de gallinas?
-Shhhh...
Vas a tener suerte. Mira, aquí viene el orgulloso papá.
Sül
gruñó, pero se inclinó con cuidado a mirar. Y ciertamente, un
pequeño pájaro se había posado en el nido. Tenía el plumaje rojo
más sorprendente que habría podido imaginarse. Era casi como... El
joven lo contempló, encantado.
Vira
aprovechó entonces para estudiar sin disimulo al elfo que tan
descuidadamente se había echado sobre él.
-Te
estás dejando crecer el pelo -observó.
-Bueno...
-Sül se percató de la posición el la que se había colocado y se
apartó en seguida- los Darshi'nai nunca se lo dejan muy largo. Como
he dejado de ser uno, Adhar dijo que le gustaría que me lo dejara
crecer -se echó a un lado la larga melena húmeda-. Francamente, no
sé cómo te las arreglas para entrenar cómodamente con semejantes
crines...
La
gruesa trenza de Vira le llegaba a la cintura.
-Tendrás
que aprender a trenzarte el pelo -el Silvano extendió las manos y,
como si fuera la cosa más natural del mundo, comenzó a recoger los
negros cabellos en una trenza como la suya. Sül iba a protestar,
pero su atención fue rápidamente distraída por la siguiente
pregunta de su compañero- ¿Qué tal te sientes, habiendo roto con
los Darshi'nai?
-¿Qué
puedo decir? Mi neidokesh se encargó de dejarme bien claro que yo no
era digno de llevar ese nombre. Nunca he tenido madera de Sombra.
Dejar todo eso atrás es de lo mejor que podría pasarme.
-Eso
no es completamente cierto -dijo Vira, con voz suave- Tu nombre, Sül,
proviene de la antigua lengua. Me inclino ante los Darshi'nai porque
no han olvidado completamente las viejas tradiciones.
-¿En
serio? ¿Y qué significa?
-Sombra
-al
ver el desaliento pintado en el rostro del joven, el Silvano sonrió-.
No te preocupes. No deja de ser una hermosa palabra, muy adecuada
para un hermoso...
-¿Qué
estás haciendo, Vira?
La
voz de Caradhar desde la plataforma interrumpió la escena. Ambos
elfos alzaron la vista y observaron a Lioges marcharse
silenciosamente, y al dotado bajar los escalones de dos en dos y
alzarse junto a ellos con una mirada curiosa. Como al descuido,
arrebató la trenza de manos del alto elfo y la terminó él mismo,
depositando un beso en la nuca de Sül.
-¿Por
qué no comes algo, te vistes y vamos a dar un paseo? -susurró- De
todas formas, parece que la zona está demasiado concurrida...
-Claro.
El
aludido sonrió y subió rápidamente a la casa. En cuanto a los
elfos que se habían quedado detrás... Caradhar casi no se atrevía
a enfrentar a Vira. Sabía perfectamente qué era lo que estaba
pensando y se sentía a medias molesto, y a medias avergonzado.
Finalmente le lanzó una mirada por el rabillo del ojo y encontró la
suya fija en él, atravesándolo de lado a lado, y una sonrisa
enigmática curvando sus labios.
-¿A
qué juegas, Vira? -preguntó el pelirrojo, impaciente- Sabes
perfectamente que él no te ve de esa forma. Puede que no me lo
merezca, pero soy yo quien...
-Oh,
lo sé, lo sé. Y tú sabes que si él se acostara conmigo y lo
hiciéramos una y otra vez, de las maneras más depravadas y
aberrantes, tú no tendrías ni la sombra
de un derecho a quejarte, ¿verdad?
-...
Eso no va a suceder -las pálidas mejillas del joven se tiñeron de
encarnado.
-Eso
podría
haber sucedido, si yo hubiera querido. Pero, ¿qué puedo decir? Será
que los años me han vuelto blando.
-No.
Eso es que te importaba demasiado como para echarlo todo por la borda
de esa manera. Si fuera sólo sexo lo que quieres de él, yo no
tendría que preocuparme.
La
sonrisa de Vira se hizo más amplia, y también más amarga.
-No
intentes ocultar nada de un telépata, porque no merece la pena. Lo
bueno para ti de todo esto es que la máxima también vale para Sül,
y él preferiría saltar sobre su propia espada antes que causarte
ningún daño.
-También
yo haría lo que fuera por él, Vira. Lo
que fuera -la
roja mirada del dotado estaba llena de... era difícil de precisar:
decisión; remordimiento; angustia; pasión; amor...
-Lo
sé. Últimamente he llegado a admirarte y respetarte, y como no soy
ciego, he decidido también hacerme a un lado. Pero yo no soy mi
hermano, que prefiere evitar aquello que no puede tener. Me calentaré
al sol cada vez que tenga la oportunidad. Demasiados años observando
a los Darshi'nai habrán dejado en mí cierta impronta masoquista...
-¿A
qué le llamas tú "calentarte al sol"? -preguntó Caradhar
con desconfianza.
-A
que, si alguna vez notáis cómo el tedio y la monotonía amenazan
vuestras veladas en la cama, yo estaré más que encantado de unirme
a vosotros y especiarlas... no... espera... sabes que estoy
bromeando...
"No
intentes ocultar nada de un telépata". Era una filosofía
bastante buena. "No hagas enfadar a un telépata" tampoco
estaba nada mal; el problema era que Vira tendía a olvidarlo de
cuando en cuando, tanto lo uno como lo otro. Intentó levantar sus
escudos, pero no pudo hacer gran cosa frente a la entrada
brusca
de Caradhar, que lo forzó a levantarse y saltar al agua en medio de
un ruidoso chapoteo. Sül asomó la cabeza, alarmado por el ruido, y
se encontró ante el espectáculo del Silvano, de pie en el estanque,
empapado y cubierto de plantas acuáticas, observado por un Caradhar
que lucía una malévola sonrisa. Lo más curioso de todo era que el
joven le ofreció la mano a su víctima para ayudarlo a salir y él
aceptó, aunque no sin lanzarle una buena mirada, como si en vez de
una mano aquel descarado elfo de cabellos carmesí le estuviera
tendiendo una colmena de abejas. Una cosa había que reconocer de
Vira, y era que sabía perder con elegancia. O, por lo menos, estaba
aprendiendo muy deprisa...
Cuando
Sül se reunió con ellos el joven marcado por la magia había
conseguido librarse de la mayoría de las plantas. Se acercó a
Caradhar, luciendo su magnífica dentadura en una sonrisa de oreja a
oreja, y hundió la mano en sus rojos cabellos. El dotado arqueó el
cuello, satisfecho.
-¿Y
cuáles son tus planes a corto plazo, Vira? -preguntó el joven
moreno- Aparte de sacarte los peces de las botas.
-Ja,
ja. Decididamente, lo primero será ponerme al día respecto a mis
habilidades de defensa telepática. Nunca pierdo la esperanza de reír
el último.
-Buena
idea -comentó Caradhar-. Yo continuaré desarrollando las mías de
ataque. Y cuando compruebes que has estado perdiendo el tiempo, ¿qué
más te propondrás?
Los
ojos de Vira destilaban reproche, pero también otras emociones.
Parecieron seguir el curso del río, que se perdía rápidamente
entre los árboles.
-Estoy
inquieto. Probablemente no me quedaré en Dervharn mucho tiempo;
nunca lo hago.
"Sopla
viento del sur, y a mí siempre me ha gustado ir contra corriente.
Tal vez sea un desafío para que encamine hacia allá mis pasos.
Después de todo, ¿quién sabe dónde estaré mañana?
"¿Y
tú, Caradhar? ¿Dónde estarás tú mañana?
-Tampoco
lo sé -el dotado alzó la mano y la posó sobre la de Sül, que
descansaba en su hombro-. Pero sé con quién estaré. Y es más de
lo que he podido decir en toda mi vida.
¿FIN?
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