2012/06/27

EL DON ENCADENADO: Epílogo







Al este de Dervharn había un río que le servía de límite natural. El agua bajaba de las montañas, y como en su mayor parte discurría a la sombra de los árboles, era extremadamente fría, aunque deliciosa. Apenas había casas construidas al borde del agua, porque un pequeño afluente cruzaba la ciudad y la abastecía sin que sus habitantes tuvieran necesidad de transportarla.

Había un tramo donde ambas orillas del río estaban bastante próximas. A los pies de un gigantesco árbol centenario, de gruesas y retorcidas raíces, se había formado un pequeño estanque que la corriente principal alimentaba. Estaba cubierto de plantas acuáticas, y algún que otro pez se aventuraba a establecerse en sus aguas tranquilas.

La parte alta del árbol estaba circundada por una casa de construcción élfica. La amplia plataforma que la rodeaba se asomaba al río, por una parte, y al estanque por la otra. Su único acceso era una escalera de caracol, pues estaba demasiado aislada para que fuera posible tender pasarelas. En cuanto a su interior, era amplio y cómodo, con pocos muebles pero con todo lo necesario. Había un par de habitaciones, en concreto, que decían bastante de la clase de elfos que habitaban allí: una estaba llena de estantes con libros, pergaminos y útiles para escribir; la otra, con expositores para armas de todo tipo, incluidas algunas rarezas que parecían ser exclusivas de los Silvanos, como las espadas cortas de hojas curvas que se adaptaban al brazo. Los recientes propietarios de aquella colección se habían aplicado a familiarizarse con su manejo de manera bastante entusiasta, en particular uno, de cabellos oscuros y ojos profundos...



Sül abrió los ojos y se encontró un espacio vacío en la cama. Aquello era extraño, considerando el apego que su compañero tenía a las camas, en general, y a aquella en particular. Y el hueco estaba frío: aquel escurridizo pelirrojo se había deslizado entre sus dedos sin despertarlo y se había esfumado. Para un ex-Sombra como él era aquello habría sido humillante, pero el joven había llegado a acostumbrarse a las nuevas habilidades del dotado. Y hablando de dedos... enrollado alrededor de su meñique, el elfo se encontró un largo cabello rojo. No había llegado allí por casualidad; era el equivalente de cierta persona a dejar un mensaje tranquilizador cuando debía ausentarse y no quería molestarlo. Sül sonrió y sostuvo aquella hebra solitaria en alto, la puso en lugar seguro, saltó de la cama, buscó sus pantalones y se asomó a la ventana.

Acababa de amanecer, como los pájaros se encargaban de anunciar. Había que reconocer que aquella casa era un buen lugar para vivir. Estaban lo suficientemente aislados para tener bastante intimidad y el marco del río y los árboles era muy hermoso. Un cambio radical, comparado con la vida que había llevado hasta entonces en Argailias. Inconscientemente se llevó la mano al estómago y la deslizó sobre la piel lisa. Dentro de él ya no quedaba ni rastro del veneno Darshi'nai.

Recordó su primer día en Dervharn. Al igual que habían hecho con Caradhar, los Silvanos se habían mantenido a distancia y le habían dejado su espacio para que no se sintiera abrumado. Todos, menos uno: aquel elfo tan parecido a Vira que daba escalofríos y que había corrido a recibir al dotado, Lioges.

Sül no era ningún empático, ni desde luego un telépata; y sin embargo, desde el primer vistazo había sabido que Lioges no lo miraba con buenos ojos. Bien, todo lo que podía decir se reducía a que el sentimiento era mutuo, porque su compañero le había confesado a qué se había dedicado aquel elfo en las últimas semanas que había pasado en el bosque. Era una sensación muy extraña: el alivio, por un lado, al saber que Caradhar realmente no había sido capaz de acostarse con nadie, y el recelo que le inspiraba aquel reputado sanador que se había atrevido a poner sus manos en... No podía decir que lo tomara por sorpresa, dado que compartía la sangre de un pervertido como Vira, pero más le valía mantener aquellas delicadas manos alejadas de su pareja.

Para colmo de males, había sido el mismo Lioges el que lo había librado del veneno Darshi'nai. ¿Lo había hecho a posta para que se sintiera en deuda con él, o simplemente para congraciarse con Caradhar? No podía decirlo, y de una forma u otra le resultaba humillante. Pero lo cierto es que, a pesar de que lo trataba con amabilidad, el pelirrojo siempre se mostraba distante y procuraba no quedarse a solas con el sanador. Sül estaba bien seguro de ello, porque casi no había un momento del día en el que no se sintiera arropado por los pensamientos del dotado.

Tal y como le había explicado Vira sobre su conexión con Dainhaya, Sül se había convertido en el fulcro de Caradhar. No había necesitado años para desarrollar aquel vínculo, aunque en cierta forma sí que habían tardado mucho tiempo en establecerlo: todo el que había transcurrido desde que se conocieran, desde que el joven moreno se enamorara de él y lo convirtiera en la persona más importante. En el preciso momento en que la mente del dotado había encontrado una salida al exterior, él había sido el destinatario de su llamada, el que se encontraba al otro extremo del único hilo que el pelirrojo había tejido en su vida. Aquellas lágrimas incomprensibles que había derramado en Argailias... El recuerdo le pesó en el corazón, pero a la vez lo llenó de un cálido sentimiento de felicidad. A pesar de todo, a pesar de ellos mismos, también había sido siempre la persona más importante para él. Tuvo que cerrar los ojos y sonreír.

La mente de Caradhar se había convertido en un potente receptor de pensamientos y sensaciones. Esa era, en parte, una de las razones por las que debían vivir aislados. Hasta que no dominara la técnica de escudar y controlar el flujo, lo mejor era que se mantuviera alejado de otras mentes. Solía recibir visitas de aquellos a quienes llamaban los guías, que se ocupaban de adiestrarlo.

Los primeros días habían sido duros. A solas en su nueva casa, sin la presencia de otro telépata como Dainhaya que le ofreciera protección, los pensamientos del tejedor novel se habían proyectado y habían bebido caóticamente de los de la única mente que había por los alrededores: Sül. Por las noches, cuando ambos dormían y todo escapaba a su control, se habían introducido en los recuerdos del antiguo Sombra y hallado aquí y allá una remembranza amarga, un sentimiento de angustia relegado a algún rincón lejano, sepultado entre capas de nuevos recuerdos mucho más optimistas, pero aún latiendo en su subconsciente. En noches como aquellas Caradhar había sollozado en sueños, con el pecho convulsionado por una angustia tal que Sül siempre había abierto los ojos, atenazado por aquel mismo dolor. Lo único que había podido hacer en aquellas ocasiones era despertarlo y apretarlo en sus brazos, y susurrar palabras de consuelo hasta conseguir calmarlo, hasta demostrarle que esas cosas que creía sentir había quedado muy atrás. El pasado era el pasado, le había dicho cada vez, y aquel era su presente, y por los dioses que nunca cambiaría una maldita coma de toda la historia si el desenlace destinado iba a ser como aquel, con él en sus brazos, con el corazón latiendo tan fuerte, con el embriagador aroma de su piel desnuda bajo sus fosas nasales...

Ese recuerdo le trajo otro bastante más positivo: el entusiasmo con el que el pelirrojo se había tomado su recién adquirido sentido del olfato. En momentos así era de agradecer que los dotados no engordaran, porque la manera que tenía aquel de probar cualquier cosa comestible que cayera en sus manos habría sido fatal para su cintura... por no hablar de la bebida. Alguna que otra vez había suspirado, medio en broma, por la imposibilidad de emborrachar a Caradhar y ponerlo a su merced, aunque fuera un solo día; ahora bien, considerando la increíble cantidad de vino y licor que el joven había llegado a beber en aquellos tiempos, a Sül no le había quedado más remedio que dar gracias porque su cuerpo no se viera afectado por el alcohol. Incluso cuando estaba enfrascado entre aquellas montañas de libros Silvanos, aprendiendo su lengua y su historia, rara era la ocasión en la que no dejaba al alcance de la mano una fuente de algún tipo de delicias y una jarra de cualquiera que fuera la bebida que lo obsesionara en ese día en concreto.

A veces, simplemente, se sentaba afuera, cerraba los ojos, echaba la cabeza hacia atrás y aspiraba el aroma del bosque, de la hierba, de las flores... el de la tierra mojada por la lluvia, el aroma del río. Cómo un río podía tener aroma era algo que Sül no se había planteado hasta entonces, pero allí estaba aquel joven elfo, sentado a su orilla, día tras día, sin necesitar nada más.

Pero, por supuesto, y desde un punto de vista egoísta, la mejor consecuencia de haber adquirido aquella facultad la estaba disfrutando el joven moreno en su propia piel. La manera en que Caradhar hundía la nariz en cada hueco de su cuerpo y aspiraba con fruición, y aquellos pequeños suspiros, y su lengua, que se paseaba por doquier sin dejar un solo centímetro sin lamer... ugh, aquello lo volvía loco. Había momentos en los que se sentía más cría de gato que elfo, tal era la extrema dedicación que su pareja ponía en la tarea... aunque, todo hay que decirlo, cuando esas atenciones se centraban en cierta parte de su anatomía, sus quejas, sus reservas y cualquier duda que pudiera albergar se desvanecían junto con sus pensamientos racionales.

Y esa era la otra razón por la que les habían dado tantas facilidades para vivir a sus anchas en una casa aislada. En una sociedad como la de Dervharn, las relaciones que no podían fructificar no estaban bien vistas; era una cuestión de tacto mantener a una pareja como ellos alejada de los curiosos. La mirada que le había lanzado aquel elfo a quien llamaban Padre al saber que él era la causa por la que Caradhar no se emparejaba con una elfa... ¿Quién se creía que era? ¿El criador oficial del bosque? Jódete, cabrón, había pensado Sül, porque es mío y de nadie más. Y justo entonces el tipo se había puesto rojo. Un error táctico, ciertamente, pues allí no había que vigilar sólo la lengua, sino también los pensamientos... Al final, el joven moreno se había encogido de hombros; poco le importaba no poder complacer a todo el mundo. Y el saber que el tal Padre extendía su desprecio a la persona de Vira había hecho al alto Silvano ganar puntos a los ojos de Sül. He allí otra cosa que tenían en común.

Ruido de pasos al pie del árbol... Allí estaba, al fin, su escurridizo compañero. Los pasos subieron velozmente por los escalones hasta la casa, y luego hasta el dormitorio. El elfo de cabellos de color carmesí hizo su entrada, acarreando una gran cesta y masticando con energía una manzana roja; un hilillo de dulce jugo se escurría por su barbilla hasta el borde de su camisa. Era virtualmente imposible poner en sus manos una carga de comida y esperar que no fuera a probarla... Sül tuvo que sonreír otra vez.



-Buenos días -se las arregló para decir entre bocado y bocado, dejando la cesta en el suelo y sentándose en la cama-. No había absolutamente nada de comer en la despensa, así que he ido a por provisiones. Espero que te esmeres cocinando algo bueno, porque estos días de raciones de viaje han sido deprimentes.



El moreno rió entre dientes. Caradhar era una completa nulidad en la cocina, y si hubiera tenido que procurarse su propia comida sin duda habría estado en apuros. Pero lo que decía era muy cierto: acababan de regresar de Argailias, donde habían conocido, al fin, al nuevo Maede de Casa Elore'il. Lord Navhares se había desvinculado de su nombre y había pasado a formar parte de la Casa del Príncipe. Tenía que confesar que no podía dejar de sentir cierta lástima por el muchacho, que había sido otro juguete político y que, tal vez, nunca podría llegar a estar satisfecho con su vida. A la lástima también se unía una pequeña punzada de celos. Y se despreciaba por ella: que Caradhar sintiera cariño por él, ¿no era normal, acaso? Era su hijo, después de todo. Pero también sabía que el tipo de afecto que el muchacho sentía era bastante diferente. Bien, no merecía la pena pensar en ello, porque él había tenido la suerte de ser el elegido. Compartir al pelirrojo muy de cuando en cuando y dejar que Navhares recibiera un amor meramente fraternal no era un precio demasiado alto.



-Podría haberlo hecho yo -contestó Sül, mientras el dotado se metía otra manzana en la boca, se quitaba la camisa y pateaba sus botas, todo a la vez-. Debe resultarte abrumador acercarte a las demás casas sin otro telépata que te... ¿qué narices estás haciendo?



-No. Estabas tan plácidamente dormido que no quise despertarte. No está mal que sea yo el que te malcríe algunas veces. Además, ya me las arreglo bastante bien yo solo. Tirsseil dice que mis escudos son casi perfectos y lo único que debo trabajar más es la manera en que me proyecto en los demás, porque mis entradas son bastante bruscas -el pelirrojo sonrió de oreja a oreja, con malicia-. Eso es verdad: mis entradas siempre han sido bastante bruscas, ¿no es cierto?



-¿Estás preparándote para una ahora mismo? -preguntó el otro elfo, también maliciosamente- ¿A qué viene esa prisa por quedarte en pelotas?



-Oh, eso -Caradhar se terminó su segunda manzana y se libró de sus pantalones de un tirón-. Baño matutino. Te espero abajo. No tardes.



El dotado se deslizó junto a él, completamente desnudo, saltó desde la ventana hasta la plataforma y desapareció de la vista. Sül gimió. ¿Qué placer le veía a aquellos baños matutinos? El agua siempre estaba helada. Con un suspiro se dispuso a seguirlo, pero antes se detuvo a agarrar sus pantalones. La experiencia le había enseñado a estar preparado...

Al llegar abajo, la oscura superficie del agua se veía en calma, despejada, bajo la alfombra de plantas acuáticas. Ese dotado tramposo debía estar pensando en jugársela de nuevo. El problema era que aquel estanque, a pesar de no ser demasiado grande, era bastante profundo; lo suficiente como para que Caradhar pudiera esconderse dentro y aguardar para darle el susto de su vida. Y cómo aguantaba la respiración, el maldito... Jurando por lo bajo, se quitó los pantalones y se deslizó por las raíces del enorme árbol hasta el agua extremadamente fría. Apretó las mandíbulas y optó por la inmersión de golpe, y sacó la cabeza de nuevo intentando que los dientes no le castañetearan. Se lo haría pagar, vaya que sí... si lograba encontrarlo.

Con el agua hasta el pecho comenzó a caminar despacio, intentando adivinar en qué punto del estanque se había apostado el elfo. Entradas bruscas, ¿eh? Él le iba a enseñar lo que era una entrada brusca... Comenzó a visualizar lo que le gustaría hacerle con todo lujo de detalles, para el caso de que ese joven demonio estuviera espiando en su mente. Eso, claro está, si era capaz de hacer que se le levantara, sumergido como estaba en aquella piscina de hielo. Escudriñó la serena superficie, atento al menor movimiento de la más pequeña hoja; nada. Aventuró unos cuantos pasos más...

El ataque llegó desde el frente, inesperado como siempre, aunque esta vez fue muy diferente. Algo suave y cálido se apoderó de su entrepierna y acarició su sexo dormido. Su primera reacción fue dar un salto hacia atrás, pero unas manos firmes mantuvieron sus piernas clavadas en el sitio mientras las caricias se intensificaban. Sül miró hacia abajo, mas todo lo que vio fueron plantas acuáticas; las apartó de un manotazo y creyó ver algo ondulando bajo la superficie oscura: una flotante melena... El elfo agarró aquellos cabellos aterciopelados y tiró de ellos suavemente para mantener la cabeza a la que pertenecían pegada a su cuerpo. Sonrió, con un toque de picardía: le deseaba buena suerte si pensaba que poner aquello en pie le iba a ser tan fácil, en aquellas condiciones. Probablemente tendría que salir para respirar antes de obtener resultados...

Pero había subestimado la habilidad de aquellos labios que se deslizaban a lo largo de su miembro, laxo hasta entonces, y la deliciosa sensación resbaladiza bajo el agua. Atrapado entre las paredes sedosas de aquella cálida caverna su sexo comenzó a despertar, espoleado también por la lengua que lo rozaba y se arremolinaba en torno suyo. La silenciosa superficie del estanque, apenas perturbada por algún que otro chapoteo suave, comenzó a proyectar el eco de sus quedos gemidos. Y cuando las manos que lo sujetaban subieron hasta sus nalgas y se apoderaron de ellas, amasándolas enérgicamente, su cuerpo entró en calor con rapidez y una ola ardiente subió desde su bajo vientre hasta sus mejillas. Sus dedos se hundieron aún más entre aquellos cabellos esquivos; sus caderas comenzaron a empujar en busca de aquella tórrida humedad...

La cabeza de Caradhar emergió frente a él, sus cabellos como una brillante y encarnada pieza de satén, adheridos a su cuello y sus hombros; minúsculas gotas de agua salpicaban sus rojas pestañas y se deslizaban sobre su rostro. Aspiraba profundamente, intentando devolver a sus pulmones el aire del que los había privado durante tanto tiempo, pero Sül no se mostró muy compasivo: muy pronto sus labios se apoderaron de aquella boca jadeante y de nuevo le robaron la respiración. Sus brazos enlazaron fuertemente aquel hermoso cuerpo pálido y lo apretaron contra sí, y la perfecta sensación resbaladiza sobre su piel lo hizo desearlo aún más. Bajó por sus costados hasta sus ingles, introdujo las manos entre sus muslos y los separó. Caradhar rodeó con sus piernas las musculosas caderas del joven moreno, cuyas manos se colocaron entonces sobre sus glúteos, exponiendo su abertura. El gemido del dotado en su boca lo excitó; deseando ver la expresión de su rostro, interrumpió el beso e inclinó ligeramente la cabeza hacia atrás.

El pelirrojo volvía a tomar aire con ansiedad, bañándolo con su aliento, mirándolo intensamente con aquellos ojos que ardían a través de las largas y húmedas pestañas. Apenas se oía otra cosa que no fueran sus jadeos. Se alzó ligeramente, ayudándose con sus piernas; se apoderó del ariete de Sül y lo guió muy despacio dentro de su entrada trasera, a través de la cual se deslizó como la seda; se dejó caer hasta que estuvo completamente dentro de él... Y aquella mirada... aquella mirada donde se mezclaban la lujuria, el deseo y ese sentimiento al que el dotado no hacía mucho que había aprendido a dar un nombre... Cuando Caradhar comenzó a impulsarse, a subir y bajar, los labios de ambos tan cerca que se rozaban, la ola ardiente que circulaba por el cuerpo de su amante se convirtió en llamaradas.

Lo abrazó con toda la fuerza de que fue capaz, como si aquella piel escurridiza fuera a escapársele entre los dedos. Marcó el ritmo a su cabalgada, que fue adquiriendo velocidad a medida que su excitación crecía. Sintió el deslizar del miembro hinchado a lo largo de sus abdominales y lo rodeó con una mano para proporcionarle aún más placer, acariciando con el pulgar la resbaladiza abertura. Sin apartar los ojos de él, el dotado fue elevando poco a poco el volumen de sus gemidos hasta que la carne aprisionada en la palma de Sül comenzó a palpitar y bombear; sus labios se separaron aún más, sus párpados cayeron ligeramente y sus cejas rojizas se fruncieron durante largos segundos en un gesto de goce.

Caradhar era una visión extremadamente enardecedora cuando Sül lo hacía culminar de aquella forma... El elfo de cabellos oscuros bebió ansiosamente de aquellos rasgos convulsionados y luego lo besó con fruición, deseando poder prolongar lo que sentía pero sabiendo que ya no podría aguantar mucho tiempo. Leyendo su anhelo, las manos del dotado bajaron hasta su trasero; su dedo índice penetró con facilidad en aquel túnel estrecho. Sül ahogó un grito. Un segundo dedo se unió al primero, y el joven tembló. Entonces Caradhar interrumpió el beso y dijo con suavidad, cerca del oído de su pareja: "Hola, Vira". Sül volvió la cabeza bruscamente...

Pero los dedos del pelirrojo alcanzaron justo entonces su lugar de placer, y los músculos de sus paredes internas atraparon con fuerza el miembro a punto de estallar al que cobijaban. Un orgasmo violento e imparable sacudió el cuerpo del elfo justo cuando sus ojos se encontraban con los del alto Silvano, que lo miraban muy abiertos. Jadeando, con el corazón a punto de salírsele del pecho, deseó que la tierra se lo tragara. Ya está, pensó, ya no puedo caer más bajo. Ya sé que me ha espiado cien veces en la cama, pero correrme mientras lo miro a los ojos...

Volvió la cabeza lentamente hacia aquel diablo de cabellos como el fuego que recorría sus tatuajes con los dedos... dentro del cual aún estaba, por todos los dioses... y tuvo que contener un repentino deseo de estrangularlo. Caradhar había cambiado, de eso no había duda, pero había ciertos aspectos de él que permanecían inalterados. Como su increíble desvergüenza. El dotado le sonrió apologéticamente, lo abrazó y reclinó la frente contra la suya; y Sül supo al instante que aquello había sido una pequeña demostración de dominio destinada a los ojos del recién llegado. El pensamiento lo dejó boquiabierto: Caradhar estaba celoso. No sabía si debía reír o continuar enfadado...



-Ejem... -Vira carraspeó, y eso que era casi imposible dejarlo sin palabras. El dotado percibió claramente que en aquel instante no era precisamente el objeto de la devoción de ninguno de los dos- En fin... veo que venimos en un buen momento, bueno para vosotros, al menos... -¿venimos?, pensaron los otros- pero a lo mejor queréis desacoplaros para hablar. A menos que prefiráis que volvamos más tarde, cuando hayáis terminado de darle de comer a los peces.



El alto Silvano recuperó su aplomo rápidamente y su tono se volvió ligeramente burlón. Pero entonces se echó a un lado, mostrando la figura de Lioges, que lo seguía a cierta distancia. El sanador tenía el rostro vuelto hacia otro lado, y su turbación era tan evidente que no había que ser un empático para apreciarla. Sül miró a su pareja, cuya expresión se volvió más seria mientras se separaba de él con un ligero beso en los labios. El moreno se impulsó fuera del agua y echó mano de su ropa. La voz de Caradhar sonó tensa cuando pidió: "¿podrías lanzarme unos pantalones, Sül?". Bueno, pensó el joven, estos eran los casos en los que no venía mal ser previsor.

El elfo se plantó allí, sirviendo de pantalla a la modestia del pelirrojo mientras este se cubría. Después se apartó y observó cómo ambos, él y el sanador, se saludaban un tanto incómodamente y subían los escalones hasta la plataforma principal. No deseaba subir a inmiscuirse, pero tuvo buen cuidado de colocarse en un lugar donde podía observarlos desde abajo, sentado en las raíces del árbol. Vira se le unió.

El elfo moreno lamentó haber bajado sin camisa, porque nunca le había gustado lucir sus escarificaciones, salvo ante su pareja. Además, la manera que tenían aquellos ojos de color corinto de observarlo no contribuía a hacer que se sintiera cómodo. Qué infiernos... ya no podía ser peor.



-¿Qué tal el viaje? -preguntó el Silvano. Jamás se perdía un viaje a Argailias, pero en aquella ocasión no había podido acompañarlos.



-No ha estado mal. Nos ha resultado mucho más tranquilo que Dervharn estos días. ¿Y tú?



-Tampoco ha estado mal. He dejado a Dainhaya con el clan de su presunto prometido. Ya sabes, conociéndose. Es gracioso, pero creo que su hermano la atrae mucho más. No la culpo, a mí también me atraería más. Para empezar, no tiene un palo metido por donde el sol no brilla nunca. Muy equivocado he de estar si te digo que me huelo un cambio de pareja. Tendré que exiliarme en Argailias una temporada para huir de las iras de Padre.



Aquel era otro de los motivos por los que Padre perdía la paciencia a la sola mención de Vira y Sül. A la vuelta de la ciudad élfica, Dainhaya había rechazado emparejarse con el elegido de su mentor, alegando que no iba a unir su vida a alguien a quien apenas conocía. La vergüenza y decepción del elfo no habían conocido límites, y como aquellos dos habían pasado las últimas semanas a solas con ella en Argailias, le había resultado demasiado fácil culparlos por haber ejercido una influencia negativa en la muchacha. ¿Qué se podía esperar, había pensado, de unos jóvenes con semejantes impulsos antinaturales?

En cuanto a los verdaderos motivos por los que Caradhar se había refugiado en la Ciudad Argéntea durante unos días, habían resultado ser bastante menos cómicos. Sólo con recordarlo, la mente de Sül se veía plagada de sentimientos contradictorios, en su mayoría oscuros. Trataba de ahogarlos, porque sabía que entristecían a su compañero aún más, pero no le resultaba nada fácil.

Todo había empezado el día de su partida de aquella ciudad, en el que el dotado le había contado su conversación con Navhares, incluido el sueño que había mencionado de pasada. Y del sueño, había tenido que pasar a aquello que había estado haciendo a instancias de Lioges durante semanas... Al joven le había resultado chocante; chocante, y extravagante y, sí, doloroso. No tanto, ni mucho menos, como si hubiera estado acostándose con docenas de jóvenes Silvanas, como Sül había llegado a imaginar en sus peores pesadillas, pero ciertamente nada agradable. Y aquel sueño de Navhares había preocupado a Caradhar.

Al regresar al bosque, la noticia no lo había tomado completamente por sorpresa: Mirtuillë se había quedado embarazada. Aquello había llenado de satisfacción a los Silvanos, pero para el dotado, que hasta entonces había respirado aliviado por no tener que decepcionar de nuevo a su compañero, había sido como un golpe. Había creído sinceramente que Sül se marcharía después de oírlo, que esa sería la gota que colmaría el vaso.

El antiguo Sombra no se había sentido feliz. ¿Cómo habría podido hacerlo? Pero una vez más había perdonado a Caradhar. Fue una noche muy larga la que pasó, con el dotado sollozando en sus brazos de una manera que partía el corazón. Para hacerlo aún peor, ese sanador entrometido había venido a meter sus narices pretextando que lo mejor para él eran unas horas de sueño profundo. Había genuina preocupación en su voz, eso no iba a negárselo, pero si habían llegado a esa situación era en parte por su culpa. El pelirrojo se había aferrado a él, deseando que los dejaran solos, y Sül había echado al Silvano de allí empleando un lenguaje que pasaría a los anales de la historia de Dervharn como el más soez, irreverente y blasfemo que se había oído por aquella parte del mundo. Aquello había reafirmado a Lioges en su creencia de que un Darshi'nai no podía ser sino escoria; por su parte, Vira aún sonreía para sus adentros cada vez que recordaba la escena.

Y el tiempo había pasado, y el momento del parto se había presentado. Mirtuillë, la hija de los guías, había dado a luz a un elfo varón. Un elfo con el Don.

¿Cuántas posibilidades había de que un dotado tuviera un hijo que también hubiera sido bendecido con el Don? La noticia había corrido como la pólvora, no sólo en la comunidad de Dervharn sino también entre los otros clanes. Era el primer dotado que había nacido jamás entre la Antigua Raza desde los tiempos de la Gran Blasfemia, y lo más probable era que también se convirtiera en un tejedor, pues poseía las dos marcas de la magia. Savhran, el guía, no cabía en sí de satisfacción; pero Tirsseil había albergado ciertas reservas, porque sabía lo que sucedería a continuación.

Las peticiones de los otros clanes para que Caradhar compartiera su sangre con ellos habían llegado ininterrumpidamente, como lluvia en otoño. El dotado se había encerrado en la casa, horrorizado, y se había negado a salir, acosado no sólo por las voces que resonaban en sus oídos sino también por las que hacían eco en su cabeza. Padre había llegado a sugerir que si el joven seguía rehusando tomar una pareja apropiada, siempre quedaba la opción de los poco invasivos métodos de Lioges... Sül lo habría matado con gusto allí mismo. Al menos la guía había salido en su defensa, enviándolos a Argailias. Qué paradoja, tener que usar esa ciudad como vía de escape.

Tras su vuelta la calma parecía haberse restablecido. Tirsseil se había empleado a fondo para dejar las cosas claras a los demás clanes, e incluso había tenido palabras con Padre. Podrían acusarlos de pretender monopolizar aquella sangre bendecida, pero no le importaba: los hijos perdidos de Dervharn ya habían entregado la suficiente como para responder por un par de vidas.



-¿Qué hay de Navhares? ¿Ha vuelto a tener sueños últimamente?-preguntó Vira.



-De vez en cuando. Ha accedido a encontrarse con el guía... lo que no es nada fácil para ninguno de los dos. Pero claro, se muere por saber cómo es la gente con la que Adhar vive ahora. Y está muy decepcionado porque nunca podrá desarrollar el talento por culpa de su dependencia de las pociones. Tiene gracia, pero creo que no es tanto por el poder que representa como por el hecho de que el talento le haría sentirse más próximo a él...



-Un vidente malogrado -Vira silbó- ¿Sabes lo raros que son los videntes? Hacía años y años que no nacía ninguno -ambos se quedaron en silencio unos instantes-. Corail siempre ha sido una auténtica zorra.



-En eso estamos de acuerdo.



-Pero tenemos que admitir que hay algo, al menos, en lo que se esmeró, porque la sangre de tu pelirrojo es de primera calidad.



-Si eso es lo que hizo bien, se lo podría haber ahorrado. No nos ha traído más que puñeteros problemas.



-Eso no hay manera de saberlo. Es posible que nunca lo hubieras conocido si las cosas hubieran sido diferentes. A los dioses les encanta jugar con nosotros, y lo único que nos queda es jodernos y bailar. No sé cómo bailarás, pero lo otro se te da bastante bien.



-Eh... en cuanto a eso que acabas de ver en el agua... -comentó Sül, incómodo.



-Tranquilo. Sé muy bien por qué lo ha hecho. ¿No es encantador? Nuestro Caradhar no pierde la ocasión de demostrarme que le perteneces. Me siento halagado de que alguien como él piense que puedo llegar a ser una amenaza -rió entre dientes-. Ha cambiado mucho. Incluso se ha vuelto modesto; no pensé que llegaría el día en que lo vería esconderse detrás de ti para vestirse.



-No se ha vuelto modesto -el elfo moreno sonrió ligeramente y miró al suelo-. Cuando llegamos ayer de Argailias los guías se presentaron para darnos la bienvenida. Adhar acababa de darse un baño y se presentó allí en medio, en bolas, secándose el pelo como si nada. Tirsseil se las arregló para conservar esa cara tan compuesta que siempre enseña, pero la manera en que Savhran levantó las cejas... Creí que se le saldrían por lo alto de la frente.



-¿Oh? -Vira alzó las suyas.



-Es por tu hermano. No quiere provocarlo más de lo necesario. Sabe... bueno, todos sabemos lo que Lioges siente por él.



-Ya veo -el Silvano echó un ligero vistazo a lo alto del árbol-. Lo único que puedo decir es que sí que ha cambiado.



Se hizo de nuevo el silencio. El elfo de más edad pareció escuchar algo; se dio la vuelta y sonrió.



-Un nido de cardenal cerca de vuestra casa. Qué apropiado.



-¿Qué? -Sül se inclinó para mirar. Le costó trabajo, pero al final descubrió aquello que le indicaba Vira. Efectivamente, había un nido con una puesta muy bien escondido entre los arbustos. No había ni rastro de los padres- Ah, eso... Un nido de cardenal... pues qué bien...



-No tienes ni la más remota idea de lo que hablo.



-... He vivido toda mi maldita vida en una ciudad... ¿cómo quieres que sepa distinguir un nido de otro? Por lo que a mi respecta, podría ser un jodido nido de gallinas... -al ver la expresión burlona y condescendiente del Silvano, Sül se sintió algo turbado- ¿Qué? ¿Y por qué tendría yo que saber cómo es un nido de gallinas?



-Shhhh... Vas a tener suerte. Mira, aquí viene el orgulloso papá.



Sül gruñó, pero se inclinó con cuidado a mirar. Y ciertamente, un pequeño pájaro se había posado en el nido. Tenía el plumaje rojo más sorprendente que habría podido imaginarse. Era casi como... El joven lo contempló, encantado.

Vira aprovechó entonces para estudiar sin disimulo al elfo que tan descuidadamente se había echado sobre él.



-Te estás dejando crecer el pelo -observó.



-Bueno... -Sül se percató de la posición el la que se había colocado y se apartó en seguida- los Darshi'nai nunca se lo dejan muy largo. Como he dejado de ser uno, Adhar dijo que le gustaría que me lo dejara crecer -se echó a un lado la larga melena húmeda-. Francamente, no sé cómo te las arreglas para entrenar cómodamente con semejantes crines...



La gruesa trenza de Vira le llegaba a la cintura.



-Tendrás que aprender a trenzarte el pelo -el Silvano extendió las manos y, como si fuera la cosa más natural del mundo, comenzó a recoger los negros cabellos en una trenza como la suya. Sül iba a protestar, pero su atención fue rápidamente distraída por la siguiente pregunta de su compañero- ¿Qué tal te sientes, habiendo roto con los Darshi'nai?



-¿Qué puedo decir? Mi neidokesh se encargó de dejarme bien claro que yo no era digno de llevar ese nombre. Nunca he tenido madera de Sombra. Dejar todo eso atrás es de lo mejor que podría pasarme.



-Eso no es completamente cierto -dijo Vira, con voz suave- Tu nombre, Sül, proviene de la antigua lengua. Me inclino ante los Darshi'nai porque no han olvidado completamente las viejas tradiciones.



-¿En serio? ¿Y qué significa?



-Sombra -al ver el desaliento pintado en el rostro del joven, el Silvano sonrió-. No te preocupes. No deja de ser una hermosa palabra, muy adecuada para un hermoso...



-¿Qué estás haciendo, Vira?



La voz de Caradhar desde la plataforma interrumpió la escena. Ambos elfos alzaron la vista y observaron a Lioges marcharse silenciosamente, y al dotado bajar los escalones de dos en dos y alzarse junto a ellos con una mirada curiosa. Como al descuido, arrebató la trenza de manos del alto elfo y la terminó él mismo, depositando un beso en la nuca de Sül.



-¿Por qué no comes algo, te vistes y vamos a dar un paseo? -susurró- De todas formas, parece que la zona está demasiado concurrida...



-Claro.



El aludido sonrió y subió rápidamente a la casa. En cuanto a los elfos que se habían quedado detrás... Caradhar casi no se atrevía a enfrentar a Vira. Sabía perfectamente qué era lo que estaba pensando y se sentía a medias molesto, y a medias avergonzado. Finalmente le lanzó una mirada por el rabillo del ojo y encontró la suya fija en él, atravesándolo de lado a lado, y una sonrisa enigmática curvando sus labios.



-¿A qué juegas, Vira? -preguntó el pelirrojo, impaciente- Sabes perfectamente que él no te ve de esa forma. Puede que no me lo merezca, pero soy yo quien...



-Oh, lo sé, lo sé. Y tú sabes que si él se acostara conmigo y lo hiciéramos una y otra vez, de las maneras más depravadas y aberrantes, tú no tendrías ni la sombra de un derecho a quejarte, ¿verdad?



-... Eso no va a suceder -las pálidas mejillas del joven se tiñeron de encarnado.



-Eso podría haber sucedido, si yo hubiera querido. Pero, ¿qué puedo decir? Será que los años me han vuelto blando.



-No. Eso es que te importaba demasiado como para echarlo todo por la borda de esa manera. Si fuera sólo sexo lo que quieres de él, yo no tendría que preocuparme.



La sonrisa de Vira se hizo más amplia, y también más amarga.



-No intentes ocultar nada de un telépata, porque no merece la pena. Lo bueno para ti de todo esto es que la máxima también vale para Sül, y él preferiría saltar sobre su propia espada antes que causarte ningún daño.



-También yo haría lo que fuera por él, Vira. Lo que fuera -la roja mirada del dotado estaba llena de... era difícil de precisar: decisión; remordimiento; angustia; pasión; amor...



-Lo sé. Últimamente he llegado a admirarte y respetarte, y como no soy ciego, he decidido también hacerme a un lado. Pero yo no soy mi hermano, que prefiere evitar aquello que no puede tener. Me calentaré al sol cada vez que tenga la oportunidad. Demasiados años observando a los Darshi'nai habrán dejado en mí cierta impronta masoquista...



-¿A qué le llamas tú "calentarte al sol"? -preguntó Caradhar con desconfianza.



-A que, si alguna vez notáis cómo el tedio y la monotonía amenazan vuestras veladas en la cama, yo estaré más que encantado de unirme a vosotros y especiarlas... no... espera... sabes que estoy bromeando...



"No intentes ocultar nada de un telépata". Era una filosofía bastante buena. "No hagas enfadar a un telépata" tampoco estaba nada mal; el problema era que Vira tendía a olvidarlo de cuando en cuando, tanto lo uno como lo otro. Intentó levantar sus escudos, pero no pudo hacer gran cosa frente a la entrada brusca de Caradhar, que lo forzó a levantarse y saltar al agua en medio de un ruidoso chapoteo. Sül asomó la cabeza, alarmado por el ruido, y se encontró ante el espectáculo del Silvano, de pie en el estanque, empapado y cubierto de plantas acuáticas, observado por un Caradhar que lucía una malévola sonrisa. Lo más curioso de todo era que el joven le ofreció la mano a su víctima para ayudarlo a salir y él aceptó, aunque no sin lanzarle una buena mirada, como si en vez de una mano aquel descarado elfo de cabellos carmesí le estuviera tendiendo una colmena de abejas. Una cosa había que reconocer de Vira, y era que sabía perder con elegancia. O, por lo menos, estaba aprendiendo muy deprisa...

Cuando Sül se reunió con ellos el joven marcado por la magia había conseguido librarse de la mayoría de las plantas. Se acercó a Caradhar, luciendo su magnífica dentadura en una sonrisa de oreja a oreja, y hundió la mano en sus rojos cabellos. El dotado arqueó el cuello, satisfecho.



-¿Y cuáles son tus planes a corto plazo, Vira? -preguntó el joven moreno- Aparte de sacarte los peces de las botas.



-Ja, ja. Decididamente, lo primero será ponerme al día respecto a mis habilidades de defensa telepática. Nunca pierdo la esperanza de reír el último.



-Buena idea -comentó Caradhar-. Yo continuaré desarrollando las mías de ataque. Y cuando compruebes que has estado perdiendo el tiempo, ¿qué más te propondrás?



Los ojos de Vira destilaban reproche, pero también otras emociones. Parecieron seguir el curso del río, que se perdía rápidamente entre los árboles.



-Estoy inquieto. Probablemente no me quedaré en Dervharn mucho tiempo; nunca lo hago.

"Sopla viento del sur, y a mí siempre me ha gustado ir contra corriente. Tal vez sea un desafío para que encamine hacia allá mis pasos. Después de todo, ¿quién sabe dónde estaré mañana?

"¿Y tú, Caradhar? ¿Dónde estarás tú mañana?



-Tampoco lo sé -el dotado alzó la mano y la posó sobre la de Sül, que descansaba en su hombro-. Pero sé con quién estaré. Y es más de lo que he podido decir en toda mi vida.




¿FIN?





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