2012/03/24

EL DON ENCADENADO XVI: A veces, las heridas no se cierran







Sül abrió los ojos. A la luz de la lámpara vio a Caradhar, que lo contemplaba desde lo alto; su rostro, siempre tan inexpresivo, mostraba una suave sonrisa. El Sombra se preguntó si ese era el aspecto que tenían los espíritus bienaventurados que servían a los dioses.



-¿Estoy muerto? Debo estarlo, ¿no?



-No; he vertido mi sangre directamente dentro de ti y ha surtido efecto. Si ya no sientes dolor, debe haber sanado la corrosión. Tendremos que repetirlo cada vez que tengas una crisis, hasta que la toxina deje de estar activa, pero...



-No puedo creerlo. ¿Sabías que funcionaría?



-No. Nunca había hecho nada parecido.



-Ya; o sea, que arriesgaste mis últimos momentos contigo en el mundo de los vivos para utilizarme de animal de laboratorio y probar si tu teoría funcionaba...



Caradhar lo miró, sin comprender; Sül suspiró, tomó al pelirrojo por las sienes y lo besó profunda e intensamente.



-Aunque al fin sólo sea una tregua antes de que empiecen a darme caza, te agradezco que me concedas este tiempo extra... -se miró las manos y comprobó que también estaban curadas- Vaya... te has empleado a fondo... No sé qué decir, salvo que... lo poco que queda de mí te pertenece, Adhar... Aunque ya sabes que ha sido así, desde hace mucho tiempo...

Sül reclinó la frente contra la de su pareja; este lo miró, ligeramente confuso, sin saber qué decir. El Sombra sonrió con melancolía; se levantó del catre y buscó algo de ropa para Caradhar; luego se ajustó las suyas y dijo:



-¿Recuerdas que te prometí la mejor habitación disponible en la ciudad? Como no sé si tendré ocasión de cumplir mi promesa más tarde, te la enseñaré ahora. Vámonos de aquí; quién sabe cuándo regresará mi neidokesh.



Ambos jóvenes abandonaron el refugio; fuera, el cielo pintado de luces crepusculares anunciaba que la noche estaba próxima. Sül guió a su compañero fuera de la Zanja, hasta el Distrito de los Mercaderes, que rodeaba al de los Nobles. Eligió un sitio accesible y discreto para trepar y ayudó al dotado a subir con él, cada vez más arriba, hasta lo más alto de la torre del antiguo Templo de la Luna, que tenía una plataforma con un pequeño techo que descansaba sobre cuatro columnas, con barandas de piedra. El viento cortaba, pero la vista sobre Argailias era arrebatadora. Mas lo realmente impresionante fue la visión del Palacio de las Cuarenta y Nueve Lunas que se desplegó ante los ojos de los elfos.

El palacio debía su nombre a las cuarenta y nueve torres que se alzaban en su centro, rematadas cada una en una pequeña cúpula formada por piezas de vidrio. La cúpula central, la más elevada, estaba rodeada por todas las demás, dispuestas en una espiral descendente. De día brillaban como la plata bruñida; de noche eran iluminadas en algunas ocasiones especiales, pero la cúpula central siempre brillaba, como un faro, como la luna, por efecto de las luces que encendían en su interior.

Era un espectáculo hermoso, que Caradhar nunca había contemplado en toda su grandeza; y aquel era, sin duda, el mejor lugar para hacerlo de toda la ciudad. Reclinándose sobre la baranda, observó cómo la luz de la cúpula central se hacía más y más brillante a medida que el cielo se teñía de violeta.

El viento arreciaba. Comenzó a llover torrencialmente, y la lluvia formó una fina película, como una lámina de cristal, al caer desde las cuatro vertientes del pequeño tejado; el palacio se convirtió en una visión borrosa, con una suave aureola. Caradhar se preguntó cómo no había reparado antes en aquella belleza.

Por su parte, Sül no prestaba atención a aquel panorama que ya había admirado en muchas ocasiones; observaba, fascinado, la imagen de su compañero, con sus cabellos pelirrojos en desorden, cubriendo su rostro y flotando alrededor como una cortina de hilos de seda carmesí, por efecto del viento; admiraba sus facciones, concentradas, dejando entrever una inusitada demostración de arrobo que sus labios entreabiertos corroboraban... Apartó un mechón que se había colado entre ellos; al hacerlo sus dedos fríos rozaron la piel rosada y suave. Caradhar se volvió y sujetó la mano que acababa de acariciarlo antes de que Sül la retirara; la sostuvo frente a su boca y lanzó su aliento sobre ella, tomando después la otra mano y repitiendo la operación. Mirando fijamente aquellos ojos oscuros, guió hacia abajo las gélidas manos y las introdujo bajo su ropa, directamente sobre la cálida piel de su abdomen. Sül sintió la contracción de los músculos de Caradhar por el frío, aunque no vio reacción alguna en su rostro. Notó cómo se le encendían las mejillas, y el cosquilleo subiendo desde su propio vientre a la boca de su estómago, como una corriente eléctrica...

Atrajo al elfo más joven hacia sí y deslizó una mano a lo largo de su espalda, sus dedos presionando la carne mientras trazaban la línea de su columna; sumergió la otra bajo la cintura de sus calzas, entre su cadera y su pubis, evitando a propósito su sexo porque quería ver hasta qué punto era capaz de despertar su pasión sólo con caricias; porque sabía que, junto a él, siempre sería el segundo en la carrera, siempre comería en la palma de su mano, y quería provocar, de la única manera que conocía, que Caradhar lo deseara y lo necesitara.

El pelirrojo entrecerró los ojos y alzó la diestra a la boca de su compañero, hundiendo los dedos índice y corazón en la húmeda cavidad, haciendo que él los lamiera; los introdujo después en la otra entrada del cuerpo del Sombra, que gimió suavemente cuando alcanzaron lo que buscaban.



-Nnn... ah... no es justo... -protestó Sül, sin mucha convicción- Yo no... iba al grano, todavía...



El elfo de cabellos oscuros tuvo que apoyar las manos sobre las caderas de su compañero para no perder el equilibrio; acabó empujándolo hacia una columna, atrapando su cuerpo contra la piedra. Su boca jadeante casi estaba pegada a la de Caradhar, quien la acarició con la punta de su lengua.



-Adhar... si sigues haciendo eso... me correré... Ah... Métemela...



El dotado resbaló por la superficie de piedra hasta el suelo, arrastrándolo con él. Sül colocó sus manos sobre la entrepierna de su pareja y frotó su miembro, tan rígido como una barra de madera pulida, como pudo comprobar con placer. Soltó los cierres de su ropa y expuso el bajo vientre del joven elfo, a la par que este hacía lo propio con las ropas oscuras del Sombra, lo colocaba a horcajadas sobre él y guiaba sus caderas mientras, centímetro a centímetro, su ariete se abría camino en la brecha.

Sül abrazó a su amante con fuerza, enlazando las manos tras su nuca, entre sus enmarañados cabellos, y lo besó con fruición, como se saborea algo que se lleva deseando mucho tiempo; pronto, su cuerpo comenzó a moverse a su propio ritmo sobre el regazo de Caradhar.





Aún seguían allí sentados más tarde, con los cuerpos entrelazados para protegerse del frío: Sül, reclinado sobre el pecho de Caradhar, con las piernas de este rodeando su cintura y sus manos bajo la camisa, acariciando las escarificaciones de su espalda.



-No veo cómo voy a salir de esta, Adhar; me has salvado la vida, pero aunque mi neidokesh me haya concedido algunas horas de gracia, tal vez para que pudiera palmarla en paz, pronto tendrá que presentar mi cadáver o darán parte al Círculo Interno. Antes de que ocurra eso y ponerte a ti también en el punto de mira, prefiero entregarme.



-Podríamos marcharnos.



-Darshi'nai me encontraría; nunca abandonan una búsqueda, y su garra se extiende por todas las ciudades. Mal momento, además, para viajar al norte: probablemente nos ejecutarían por espías...



-Podríamos ir a los bosques.



-Adhar, eres encantador -se burló Sül, con una sonrisa, acariciando las piernas que lo rodeaban- pero tú no has dormido al raso en tu puñetera vida. Se cuentan historias extrañas de los bosques...



-Tal vez tu maestro planea dejarte escapar: por lo que me dijo, habría preferido conservarte si le hubieran dado a elegir.



-No... Él nunca haría eso: obedece ciegamente a su señora. Yo he sido Darshi'nai del Maede Larsires en Llia'res porque así lo decidió mi neidokesh, pero él es Darshi'nai de Dama Corail desde hace muchos años, y nunca se atrevería a contrariarla. Está completamente encoñado... ¿Sabes? Una vez me contó, borracho como una cuba, que en su juventud habían sido amantes. ¿Te lo puedes creer? Una elfa como ella, que será una belleza, pero tiene un palo metido por el culo... Más tarde me dijo que más me valía no contárselo a nadie, porque si ella llegaba a enterarse, le ordenaría que me matara y después lo forzaría a ahorcarse con sus propias tripas o algo así...



-¿Y por qué era tan importante que no se supiera? Sin duda, ella ha debido de tener más amantes...



-Ah, pero es que Dama Corail fue Doncella de la Luna en su juventud, ¿no lo sabías? Una de las razones por las que Lord Killien se casó con ella, aparte de su belleza, era el prestigio de tener una esposa virginal con un cargo honorable. ¡Virgen! -Sül relinchó de risa- Me pregunto cómo se las arreglaría para engañar al pobre gilipollas... Mi neidokesh juraba y perjuraba, hinchado de orgullo, que antes de su boda, él era el único elfo que alguna vez la había tocado...



Caradhar se quedó inmóvil, sus dedos crispados sobre la espalda de su compañero. Sül notó, a través incluso de sus ropas, el corazón del joven latiendo a toda velocidad; se volvió y observó cómo su rostro había perdido toda expresión y su mirada, vacía, se perdía en ninguna parte.



-Adhar, ¿qué pasa? Adhar... -el Sombra se dio la vuelta y sacudió ligeramente al pelirrojo por los hombros- Caradhar... ¡Caradhar!



El aludido pareció volver en sí; giró la cabeza, muy despacio, y enfocó sus ojos rojos en Sül.



-Nada; creo que acabo de enterarme, finalmente, de quién es mi padre.









Casa Elore'il. El joven dotado no había vuelto a estar en el interior de sus muros desde hacía casi nueve años. No retornaba por gusto, sino porque no veía otra forma de resolver las cosas. Sül casi se había echado a temblar cuando había recibido la noticia de que debían dirigirse allí; Caradhar le había asegurado que era la única opción que quedaba, si no aceptaba que abandonaran Argailias.

Pertrechados con mantos que ocultaban sus facciones habían dirigido sus pasos hacia la noble Casa; allí, el más joven se las había arreglado para ser recibido por la Maeda. Su rostro aún era conocido por parte del séquito Elore'il y, curiosamente, no parecían mostrarse extrañados por su larga ausencia, ni impresionados por su regreso. En cierta forma, era inquietante.

Tras una larga espera les fue franqueada la entrada a la estancia más privada de la Maeda. Ambos estaban tensos, aunque por diferentes motivos. Caradhar se despojó de su manto y entró con paso decidido. Sül le siguió; como si fuera su sombra.



-Cuánto tiempo, Caradhar. Has cambiado -dijo la elfa, con admiración, acercándose a su hijo. Ella no había cambiado en absoluto, y seguía tan bella y majestuosa como siempre-. Has crecido... Me alegra tanto que hayas vuelto...



-Lo he hecho porque no he tenido opción -espetó el joven, con voz impasible-. Tengo algo que pedir, y no puedo admitir un no por respuesta.



-Vaya... Eso es toda una novedad...



La dama posó su mano en el antebrazo del dotado; este se sintió tentado de apartarlo, pero siempre le había resultado difícil resistirse a las suaves maneras de su madre, y no había venido a discutir. La mano subió y acarició la blanca mejilla con las yemas de los dedos; Corail, que siempre había sido alta, tenía ahora que girar la cabeza para poder mirar al joven a los ojos; estos eran fríos, pero no desviaban la mirada.

La Maeda hubiera deseado un momento más íntimo con su hijo, ausente por tan largo tiempo, pero era consciente de que no estaban solos. Actuando como si acabara de percatarse de la presencia de Sül, cuyo rostro aún ensombrecía su manto, preguntó, mirando en su dirección:



-¿Es quien creo que es? Descúbrete cuando estés ante mí, chico -el Sombra lo hizo, automáticamente, y alzó la cabeza muy despacio-. ¿Cómo es que no estás muerto? Creo que tu maestro fue muy claro al respecto de cuáles eran tus órdenes, y tu señor canceló su contrato contigo...



-Sül me pertenece. Tiene un contrato de sangre conmigo. Y tú no harás nada para impedirlo, Corail: ni ahora, ni en el futuro. Nunca he poseído nada, pero esto no me lo quitarás.



La dama arqueó las cejas. Se alejó unos pasos y tomó asiento, contemplando la decidida figura del joven.



-¿Por qué te marchaste, Caradhar? Aquí está todo lo que realmente vale algo para ti; respeté tu decisión; me privé de tu compañía, porque creí que necesitabas algo de tiempo, a pesar de lo importante que era tenerte junto a mí. ¿Soy injusta, acaso, porque no permita que extraños se vuelvan demasiado próximos a nosotros? Sabes lo que tenemos en juego; nunca he confiado en los que se ponen en posición de conocer demasiados secretos.



-Sül ha arriesgado la vida por mí en más de una ocasión; nunca he conocido a nadie más digno de mi confianza, y jamás me traicionaría. Si aun así no puedes condescender a que permanezca en Argailias, entonces permite que nos marchemos para siempre y en paz; porque no voy a renunciar a él, Corail. No esta vez.



La elfa consideró las palabras de su hijo durante unos instantes; su rostro delataba el conflicto interno que la acosaba.



-¿Que harías, pues -preguntó, al cabo-, si le ordenara que se quitara su propia vida? En este preciso instante.



-No se lo permitiría; me desangraría sobre él, si fuera preciso; pero lo que te aseguro es que, si le hicieras daño, nunca volverías a verme ni a utilizarme.



-¿Te quedarás en Elore'il, con nosotros, si transijo? Si te entrego su vida por completo, ¿no volverás a abandonarme?



Caradhar respiró hondo; respondió entonces, con voz calmada:



-Mientras él esté a salvo.



Dama Corail no podía dar crédito a su suerte: contra todo pronóstico el joven Sombra había pasado, de ser el posible manipulador de los afectos de su hijo, a convertirse en la cadena que lo mantendría atado a ella. Caradhar no parecía consciente de ello, pero Sül sí; sus ojos inquisitivos se clavaron en su compañero, cuya atención estaba totalmente centrada en la respuesta de su madre.



-Será como tú deseas, pues -dijo ella-. Si bien tendrá que celebrar un nuevo contrato de sangre contigo, ante los Darshi'nai...



-No pienso volver a hacerle tragar veneno.



-No es algo que puedas elegir; un Sombra nunca deja de ser un Sombra, y sin el contrato, nunca le permitirán continuar existiendo. Has de saber que tú, como su señor, no serás el único dueño de su destino.



Sül puso la mano sobre el brazo de Caradhar y asintió, con mirada grave. Se acercó aún más y susurró a su oído: "no estamos solos". El dotado miró, al descuido, sobre su hombro, y dijo:



-Creía que nuestras conversaciones privadas lo eran de verdad. Si tiene que haber alguien más escuchando, preferiría que diera la cara.



Dama Corail frunció el ceño y miró a su alrededor. No pasó mucho tiempo antes de que una figura se hiciera visible en una esquina de la estancia, como si se hubiera materializado en las sombras. Una mueca de furia asomó al habitualmente compuesto rostro de la elfa.



-¡Neharall! ¿Cómo te atreves? ¡Te dije que debíamos quedarnos a solas!



Neharall, que no era otro que el maestro de Sül, se bajó la capucha y se acercó a Dama Corail.



-Os pido perdón humildemente, mi Señora -se disculpó, bajando la cabeza-; sabéis que siempre os he obedecido ciegamente pero, dadas las circunstancias, no podía saber cuáles serían sus intenciones, y si aventurarían un ataque contra vos.



-Sabes muy bien que no pueden atacarme.



-Puede que no mi muchacho, pero, ¿el dotado? Ambos sabemos de lo que es capaz...



-No, no creo que lo sepamos -la elfa sonrió, sin una pizca de humor, y volvió la cabeza hacia su Sombra-. Tu falta de eficiencia en todo este asunto me ha dado que pensar.



-La costumbre Darshi'nai establece que aquel cuyo contrato de sangre se ha roto perezca por efecto de lo que hay en su sangre. Encerré al chico y lo encadené; encerré también al dotado...



-Pues, obviamente, no fue bastante -afirmó ella, con suavidad.



-Ya os dije lo que pensaba acerca de utilizar un agente cuyas habilidades son tan impredecibles, mi Señora. Vos tendréis vuestras razones para confiar en él; mi deber, en cambio, es advertidos del peligro.



Sül era testigo del diálogo con una mezcla de fascinación y temor. Su atención se volvía, ora hacia Caradhar, ora hacia los que, como acababa de conocer, eran sus progenitores. Se dio cuenta de dónde había sacado el joven elfo la belleza y los brillantes cabellos rojos. Pero cuando su maestro hablaba, con aquella voz fría, era cuando de verdad sentía escalofríos; comprendía de quién había podido Caradhar heredar parte de su carácter, sus maneras, y esa fascinación morbosa por las marcas de su espalda. Y aun así, era de sí mismo de quien estaba más asustado: ¿acaso se había entregado al dotado porque veía en él un cierto reflejo de la figura de su maestro? Reverenciada, respetada, temida... amada sin esperanzas...



-Todo eso importa poco ahora -zanjó Dama Corail-. Como has escuchado la conversación, ya sabes a lo que atenerte. Te encargarás de que el nuevo contrato de sangre sea celebrado. Te encargarás también de que Sül se mantenga a salvo; si es el deseo de Caradhar, no me queda sino complacerlo... Y ahora, como ha pasado tanto tiempo desde la última vez que lo vi, quisiera quedarme a solas con...



-Con todos mis respetos, mi Señora -habló Nerahall, tratando de mantener bajo control, con gran esfuerzo, la rabia contenida-. Toda mi vida... toda mi vida os la he entregado a vos, y nunca he cuestionado vuestras órdenes ni he pedido nada que contrariara vuestros deseos. Y este... este crío irrespetuoso, que se atreve a llamaros por vuestro nombre, que os habla con altanería, obtiene, con una palabra, lo que yo no he conseguido con todos mis años de fidelidad... ¿Por qué?



-Sigue hablando, Nerahall, y agotarás mi paciencia. No te atrevas a cuestionar mis decisiones. Nunca -Corail se acercó al Sombra y lo miró a los ojos-. Jamás he utilizado la voz de mando sobre ti. ¿Me obligarás a hacerlo hoy por primera vez?



Nerahall apretó las mandíbulas. Caminó hacia la puerta y tomó a Sül por el brazo al pasar junto a él; pero algo lo hizo detenerse. Volvió la cabeza hacia Caradhar y le dijo en voz baja, de manera que sólo él pudiera oírle:



-Así que mi muchacho es tu condición para volver a la Casa. Vaya... Calculé mal. Si lo hubiera sabido... Pero no hay de qué preocuparse: aún estoy a tiempo de enmendar el error...



Volvió a encaminarse hacia la puerta e hizo que Sül lo siguiera. Caradhar los vio salir, pensativo; luego se encaró con su madre, con una fría mirada en el rostro.



-¿Entiendo, Corail, que nunca le has dicho a Neharall que soy su hijo?



La elfa palideció; las inesperadas palabras la habían tomado por sorpresa. El joven no necesitó más confirmación.



-¿Quién te ha dicho eso? -preguntó ella, en voz baja.



-Era tu Sombra; tenía que saber mejor que nadie quién se acercaba a ti, y estaba satisfecho porque era el único. Aunque si fuiste capaz de ocultarme de él, quién sabe qué otras cosas le podrías haber ocultado...



-Era Doncella del Templo de la Luna... Pasé dos años en retiro espiritual, prácticamente sin ver a nadie. Lo hice para poder tenerte en secreto...



-¿Por qué no me entregaste a él, simplemente? Los hijos de los Sombra pertenecen a los Sombra: te habrías librado de un fastidioso problema.



La Maeda exhaló un profundo suspiro, desalentada.



-Por varias razones -respondió, al final-. Primero, porque no quería hacer a nadie partícipe de mi secreto; ni siquiera a él. Segundo, porque naciste con el Don, y aunque tuvieses un pasado incierto, habrías sido muy valioso para la Casa. Y, tercero... -apretó los labios y alzó la cabeza, desafiante- Tercero, porque ningún hijo mío se iba a convertir en esclavo de una organización de asesinos.



Caradhar se colocó justo enfrente de ella y la miró con desprecio.



-Cierto: era mejor que la Casa conservara la propiedad exclusiva del esclavo, en vez de compartirla.



-¡Deberías agradecérmelo! ¿Habrías preferido formar parte de una secta que te habría usado como matón a sueldo, que habría puesto tu existencia en constante peligro, que te habría entregado en propiedad al mejor postor y que tendría siempre poder sobre tu vida y tu muerte?



-¿Puedes explicarme, madre, en qué se diferencia eso de lo que tú has hecho conmigo durante toda mi vida?



La elfa palideció aún más, si cabe. Bajó la vista, avergonzada; estiró la mano hasta rozar la de su hijo, que permanecía laxa a un costado, y entrelazó levemente los dedos de ambas.



-He cometido muchos errores; pero Caradhar, me duele que me compares con... Yo sólo deseo que estés a mi lado... Te quiero y te necesito conmigo...



-He pensado que aún estoy a tiempo de averiguar lo que hubiera pasado entonces -afirmó el dotado, apartando la mano-. Quisiera saber qué ocurrirá si le digo a ese Sombra que soy su hijo.



-¿Has perdido el juicio? -preguntó Corail, con incredulidad- ¿Por qué ibas a hacer algo así?



-Bien; Neharall me odia; piensa que tú y yo somos amantes y que quiero apartarte de él. Tal vez, si le digo quien soy, podamos convivir pacíficamente, ¿no crees? Sin que intente matar a nadie.



Corail enmudeció, tratando de asimilar la información. Se las arregló para decir:



-Neharall no hará nada sin que yo se lo ordene...



-Sí, cierto: justo lo que le dijiste antes; lo que no impide que acabe de amenazar a Sül. No; no voy a poner a mi Sombra en peligro. Digámosle al tuyo quién soy; dejémoslo entrar en nuestra pequeña familia...



-¡No puedo hacer eso! -la elfa crispó las manos sobre los brazos de la silla- Sería como entregarte a los Darshi'nai. No voy a hacerlo. Y no puedo creer que tú pienses, por un momento...



-¿Y por qué no utilizas tu poder de persuasión para convencerlo de que mantenga la boca cerrada? Una elfa tan hermosa como tú...



-Caradhar... No puedo; es la única cuestión con la que un Darshi'nai no transigiría nunca, él menos que nadie...



-Pues entonces sólo nos queda una opción.



La Dama Corail cerró los ojos.



-Quieres que elimine al mejor Sombra que haya podido tener jamás sólo porque tú crees que ese joven del que te has encaprichado puede verse amenazado por él...



-Tú pretendías hacer lo mismo con mi Sombra; la balanza se equilibra -el joven pelirrojo se inclinó sobre su madre, colocando las manos sobre ambos brazos del asiento, sus rostros separados apenas-. Al principio pensé que despreciabas a un hijo bastardo como yo, Corail; me ha llevado tiempo darme cuenta de lo valioso que te resulto, de tu deseo de poseerme. Pues para conservarme como tú quieres vas a tener que renunciar a algo que de verdad aprecias, por primera vez en tu vida...



La elfa abofeteó al joven con todas sus fuerzas, abriéndole una herida en el rostro con su sello de armas; el corte se cerró al instante y él ni siquiera se inmutó. Al momento ella lo agarró por las mejillas y lo besó en los labios, con violencia; al separarse le dijo, en voz queda:



-Vas a hacerme matar al que me dio a mi único hijo... a tu propio padre, Caradhar... No creo que puedas hacerte una idea de lo que significa eso; sólo espero que comprendas que, algún día, mirarás atrás y desearás poder cambiar las cosas...







Cuando el dotado expuso la situación a su Sombra no esperaba que la noticia fuera acogida con entusiasmo, ni mucho menos; pero tampoco se había preparado para encontrarse con resistencia.



-No puedo aceptar que se... neutralice a mi neidokesh como si fuera un conejo en una trampa. ¿Cuál es el plan? -preguntó, con ironía- ¿La Maeda le ordenará que se raje las tripas con su propia espada? ¿O bien sólo le dirá que se esté quietecito mientras alguien más salta a hacer el trabajo? No, no puedo aceptarlo... Un Darshi'nai debe morir como un Darshi'nai...



-¿Y quién sugieres que se encargue? -preguntó Caradhar, con voz fría- Tú no podrías derrotarlo.



Sül apretó las mandíbulas: que sus palabras fueran ciertas no quería decir que no resultaran hirientes.



-No comprendo por qué sientes escrúpulos -insistió el más joven-. En toda tu vida, lo único que ha hecho ha sido tratarte a golpes.



-Es lo más parecido a un padre que he tenido nunca... Joder, Caradhar... ¡se trata de tu padre! ¿Es que no se te retuerce el estómago?



-Se trata de alguien que, dado que no puede matarme, prefiere acabar contigo y confiar en que con eso podrá librarse de mí. Acabo de enterarme de que provengo de su semilla: no veo por qué eso debería importarnos.



Sül lo miró con expresión torturada. Permaneció en silencio unos instantes, y después afirmó:



-Vale; no voy a discutir. Pero, por favor, déjame intentar medir espadas con él; déjame que, al menos, trate de que tenga una muerte honorable...



-No podrás...



-Tú estarás allí para cubrirme -el Sombra tomó al dotado por los hombros y lo miró a los ojos-. Por favor. O no creo que pudiera vivir con ello.



Caradhar frunció el ceño, pero no replicó.





A la caída de la noche, tres elfos permanecían aún en una sala de entrenamiento de Casa Elore'il cuando los legítimos usuarios de la guardia ya la habían abandonado.

Dos de ellos, en la palestra, se disponían a emprender un combate a dos espadas. Llevaban ropas y botas ligeras, y sus largos cabellos morenos y castaños, respectivamente, recogidos en sendas colas de caballo. El tercero, de llamativa melena roja, observaba de pie, fuera del círculo.

Aquella mañana, al recibir la propuesta de su pupilo de practicar con la espada, el Sombra veterano no se había negado; en cambio, se había acercado a Caradhar en cuanto la oportunidad se había presentado, y le había susurrado: "¿estás intentando tentarme, o hacerme más fácil mi propósito?". El pelirrojo no había respondido nada: por lo que al Sombra respetaba, tenía uno de los rostros más difíciles de leer que había encontrado jamás. Al volverse hacia Sül, no había tenido mejor suerte: su joven pupilo también se mostraba impasible.

Los Darshi'nai tomaron posición y estudiaron sus facciones durante algunos segundos. Neharall atacó primero: sus espadas trazaron un arco descendente sobre la diestra de Sül; este se cubrió con la espada corta que sostenía en la izquierda y aventuró una estocada con la mano principal hacia el hombro de su contrincante, que bloqueó con ambas armas al resbalar sobre la corta y completar el movimiento de balanceo. Como el costado izquierdo de Sül había quedado desprotegido al alzar el brazo para defender, Neharall dirigió hacia allí su próximo golpe; el joven giró el cuerpo para esquivar, bajó la izquierda para bloquear y lanzó su espada larga hacia el costado de su neidokesh, ataque que este rechazó con la izquierda, abriendo después los brazos en abanico y golpeando con fuerza las armas de su oponente, que reculó por el impulso.

Neharall conocía perfectamente a su adversario. Sül tenía un estilo conservador a dos armas y utilizaba, en la medida de lo posible, la corta para defender y la larga para atacar. Tenía un cuerpo ágil, rápido y musculoso, bien dotado para la danza de las dos espadas, pero dada su juventud le faltaba soltura para coordinar mejor los ataques con ambas armas a la vez, o bien a cambiar de ritmo alternando movimientos a una o dos manos.

Mas Sül luchaba con concentración y decisión; su maestro pudo juzgarlo por la forma en que apretaba las mandíbulas, algo que no había visto desde que el muchacho era un crío que quería evitar los castigos a toda costa.

Miró de reojo a Caradhar; el dotado no se había movido de su sitio, ni había cambiado su posición; seguía el combate con semblante concentrado. Pero esta ligera distracción le costó cara a Neharall, porque Sül aprovechó una abertura en su costado izquierdo para lanzar una estocada que pasó tan cerca como para traspasar sus ropas y hacer que su hoja probara la sangre.

Esto enfureció al Sombra veterano que, si en otras circunstancias se habría entretenido haciendo bailar a su pupilo hasta la extenuación, decidió agilizar el desarrollo del combate. Sus acometidas comenzaron a llover sobre Sül, quien esquivó con una habilidad que sorprendió tanto a su maestro como a su único espectador. Neharall quiso poner fin a aquello de una vez por todas. Forzó al joven a retroceder hasta el reborde de madera del círculo; fintó hacia su derecha; su pupilo bloqueó con ambas espadas y entonces, rápido como una serpiente, el veterano lanzó un ataque que abrió un tajo en su muslo izquierdo y arrojó la espada corta en la dirección de Caradhar. Sül, como él esperaba, no pudo evitar volver la cabeza, con los ojos muy abiertos; sólo tuvo tiempo de ver al dotado mirando, asombrado, la hoja que sobresalía de su vientre, antes de que Neharall le propinara una patada que lo hizo tropezar con el reborde y caer cuan largo era. El atacante hincó la espada larga en tierra a un lado de su cuello, tan cerca que le abrió una herida; clavó el tacón en la muñeca izquierda del joven, inmovilizándosela; luego le arrebató la espada larga y la clavó al otro lado, de manera que le resultara imposible mover la cabeza. Sül trató de lanzar un ataque desesperado a la pierna que retenía su brazo izquierdo; su maestro pateó su muñeca y la espada que sostenía salió disparada fuera de su alcance.



-Eres Darshi'nai, Sül; nosotros no practicamos esgrima como los nobles: nosotros luchamos sólo para ganar -dijo Neharall, posando las manos en las empuñaduras de ambas espadas largas.



Caradhar, a quien el dolor había hecho caer sobre sus rodillas, hacía lo mismo con la empuñadura de la que lo atravesaba para extraerla de su abdomen. Desde el suelo, Sül intentó ver qué era de su joven compañero, y después volvió a mirar a su maestro, que mantenía un ojo en ambos. El veterano reaccionó con desprecio.



-Has dejado que te convierta en un pelele -continuó Neharall; de fondo se oyó el grito ahogado de sufrimiento del dotado, al arrancarse el arma-. No creo que merezca la pena que continúe ocupándome de ti; me equivoqué: debí matarte allí mismo, cuando rompieron tu contrato. Y tú -advirtió, dirigiéndose a Caradhar, que se disponía a lanzarse sobre él con la espada corta en la mano-, quédate donde estás o cruzaré las espadas, y veremos qué tal funciona tu sangre con una cabeza cortada.



Sül intentó liberarse, con el único resultado de que las hojas mordieron con más profundidad en su carne. El dotado trató de decidir cómo actuar; sabía que no tenía ninguna posibilidad contra el Sombra, quien muy bien podría cumplir su amenaza.



-Si lo matas, no ganarás nada -dijo-. La Maeda sabrá por qué lo has hecho; perderás su confianza de todas formas.



-Te tienes en alta estima, ¿eh, mocoso? ¿Crees que la tienes comiendo en la palma de tu mano? Tal vez debería forzar mi suerte; tal vez debería, simplemente, librarme de ti.



-¡No! -gritó Sül- ¡Ella acabaría con vos!



-¿De veras? -preguntó Neharall, con sorna- No conoces a Dama Corail: ella valora más el lado práctico de las cosas que la venganza. Si acabara de perder a un dotado, ¿por qué habría de privarse también del mejor Darshi'nai? ¿Por despecho de perder un simple amante?



Extrajo las espadas clavadas en el suelo. Al hacerlo, sus filos cortaron ambos lados del cuello del joven espía; uno de los cortes era bastante profundo, y un reguero de sangre comenzó a manar de la herida. Neharall caminó hacia Caradhar, amenazador.



-No es su amante -dijo Sül, con voz débil, llevándose la mano al cuello-; es su hijo... Es vuestra propia sangre...



El Sombra veterano se detuvo, la incredulidad pintada en su rostro. Se quedó a medio camino entre ambos, observándolos con desconfianza.



-Me sorprendes, Sül -observó, al fin-; nunca fuiste dado a inventar patrañas. Supongo que es el efecto de la desesperación...



-No miento... vos lo dijisteis... Recordad los dos años de Dama Corail en el Templo de la Luna... Y, justo después... un huérfano con el Don aparece a las puertas de Casa Llia'res... -el joven trató de incorporarse- Mierda... miradlo... miradlo y decidme que no la veis a ella...



Neharall contempló al joven pelirrojo, por primera vez, con otros ojos: los cabellos llameantes, sobre la piel pálida; la forma delicada del rostro; la nariz y las rojizas cejas, finamente esculpidas; los labios llenos, de expresión decidida... Salvo los ojos: aquellos ojos tenían la misma mirada que los suyos. Lo embargó la duda.

Caradhar aprovechó para acudir junto a su compañero caído, el cual se debilitaba por momentos por la pérdida de sangre; hizo que se cerrara su herida, pero también deslizó entre sus labios el contenido de un vial; un vial de líquido dorado... Sül sólo tuvo tiempo de lanzar una mirada inquisitiva al dotado antes de que su maestro apuntara la espada contra el cuello de este último, alargara la mano y tomara el vial vacío. Observó el recipiente, forzó a Caradhar a alzar la barbilla con la parte plana de la hoja y le preguntó:



-¿Qué le has dado a beber, aprendiz de alquimista?



-Mi propia versión de unos apuntes que encontré en el Gran Laboratorio -respondió el joven, tras pensarlo unos momentos-. Me costó ocho años refinarla.



-¿Ah, sí? ¿Y qué es lo que...?



Neharall cerró la boca de golpe. No puede ser, pensó; no puede ser, pero si lo es... Intentó mover la espada para apuntar a Sül pero su brazo no le obedeció; apenas pudo moverla algunos dedos, con pulso tembloroso, cuando su voluntad flaqueó y tuvo que bajarla y apartar la mirada, porque le costaba pensar y su cerebro era incapaz de dar órdenes a sus músculos para que realizaran cualquier movimiento ofensivo contra el joven Sombra. Sintió náuseas; se dio la vuelta y trató de alejarse, con paso vacilante.



-Deteneos -ordenó Sül; al veterano no le quedó más opción que hacerlo-. Tirad las armas.



La nueva orden fue acatada; el chasquido metálico fue lo único que se escuchó durante un largo intervalo de tiempo. Finalmente, el sonido de los amortiguados pasos de Sül resonó en la sala. Se plantó ante su maestro; su rostro, la viva imagen del pesar. Neharall sonrió con amargura.



-Dime que habéis robado la fórmula, y al menos me sentiré orgulloso de tu astucia; porque, si os la ha entregado voluntariamente, entonces... entonces es como si ella misma hubiera pedido mi cabeza...



-Caradhar no es un mentiroso; si ha dicho que la ha obtenido así, entonces es verdad.



-Te hiere en tu amor propio, ¿verdad? Tener que recurrir a esto para desembarazarte de tu neidokesh...



-Puede ser. Pero yo no lo pedí, y al menos esto me ha quedado bien claro: que los Darshi'nai sólo luchan para ganar. De una forma o de otra.



Neharall volvió a sonreír, enseñando los dientes. Luego comentó, esperando contra toda esperanza:



-Ha sido una buena, eso de que este chico es mi hijo; me has tocado la fibra sensible. Lo que demuestra que las debilidades siempre conducen a la perdición.



-Yo tampoco os he mentido: ella es su madre. Vos estabais en la mejor posición para saber si hubo alguien más; pero no lo hubo.



Neharall se volvió, muy despacio, para contemplar de nuevo a Caradhar, que era mudo testigo de la escena. El joven sostuvo su mirada con su habitual rostro impasible.



-Qué hembra... -suspiró el veterano-. Y pensar que fue capaz de esconderlo de mí... No ha sido sólo la más bella: también la más peligrosa. Si lo hubiera sabido... si hubiera sabido que eras hijo mío...



-Entonces ella habría tenido que librarse de vos, porque nunca aceptará entregárselo a los Darshi'nai; y sabed esto, mi Señor: yo tampoco.



-Nunca serás un buen Darshi'nai, Sül: el mayor orgullo que puedes experimentar es que tu sangre pertenezca a Darshi'nai.



-Aceptaré vuestra palabra, mi Señor.



Sül se sintió herido en lo más profundo; su sangre no era la de su maestro, pero igualmente les había sido entregada a ellos. Se agachó y recogió una de las espadas; apretó las mandíbulas y apuntó con ella al cuello de Neharall. Este sacudió la cabeza.



-No; al menos, déjame saborear mi propia muerte, muchacho.



Las cejas del joven se fruncieron en ademán de desconsuelo; bajó la espada a la altura del estómago de su mentor y se obligó a alzar la cabeza para mirarlo a los ojos; con un movimiento brusco, hundió la hoja hasta la empuñadura.

Neharall se dobló sobre si mismo; trató de agarrarse a su pupilo, quien lo sujetó y lo depositó con cuidado en el suelo. A pesar del dolor, sus labios se curvaron en una media sonrisa al volver a posar la vista en los ojos oscuros de Sül, en los que brillaba una lágrima solitaria.

En ese momento, Caradhar se aproximó; se inclinó y susurró algo al oído del moribundo, algo que sólo él escuchó. La sonrisa de Neharall se hizo aún más abierta; tosió, manchando sus labios con una bocanada de sangre, y se quedó inmóvil.









Al sur de Argailias había un camino que cruzaba, recto, una pradera de hierbas muy altas; tan altas que podían ocultar a cualquiera que se aventurara entre ellas. No bastaban, sin embargo, para tapar la gran extensión de bosque que se alzaba al final de la senda: un enorme mar verde que se prolongaba, tanto al este como al oeste, hasta donde alcanzaba la vista. Los elfos lo conocían como el Bosque de la Antigua Raza. Nadie que tomara el camino del sur lo hacía para internarse entre su espesura; a través de leguas y leguas se extendía, hasta el borde mismo del océano, pero los elfos siempre habían hecho uso de los puertos del este. El Bosque de la Antigua Raza era demasiado peligroso, demasiado siniestro y demasiado cargado de leyendas, incluso para los más aventureros.

Pero justo antes del linde, robado a las hierbas y a los árboles, había un valle de túmulos donde los elfos habían depositado a sus muertos desde la fundación de la ciudad. Suaves montículos que se cubrían de flores en la primavera marcaban los lugares de enterramiento, fundiéndose con el verde paisaje. Si alguien tomaba el camino del sur, de seguro era para despedir a algún ser querido.

Alguien acababa de enterrar un cuerpo en el valle; lo delataba la tierra removida, que aún no había tenido tiempo de cubrirse de hierba. Un grupo de figuras encapuchadas se acercaron, al abrigo de la noche, a la tumba recién excavada. Dos de ellas, equipadas con sendas palas, comenzaron a cavar; otras tres se limitaron a observar.



-¿Estamos seguros, pues? -preguntó una de las tres figuras. La voz era de varón; su lengua, desconocida.



-Dainhaya estaba de guardia en la ciudad, Padre -respondió otra voz de varón-; sostenía el hilo, como siempre, cuando se fue a dormir al subir la luna. Tuvo un sueño de muerte; al despertar, angustiada, el hilo estaba roto. Observamos con cuidado a todos los que tomaron el camino del sur; creemos que debe ser este.



Aquel al que se había referido como "Padre" esperó, con semblante grave, a que sacaran el cuerpo de la tierra; según la costumbre de Argailias, estaba envuelto en un sudario de tejido sin teñir, asegurado con finos cordones. En la oscuridad, las figuras desenvolvieron con cuidado el cadáver. Los dos varones que habían hablado se inclinaron a estudiarlo con detenimiento; la tercera figura, que había permanecido en silencio y algo apartada, se les unió finalmente. No tardó mucho en llevarse una mano a la boca, para ahogar un suspiro; esa misma mano bajó y acarició, con gran delicadeza, el rostro del difunto.



-¿No cabe duda, Dainhaya? -inquirió el que había hablado primero.



-Tiene los rasgos de su madre -habló, al fin, la tercera figura, con voz femenina-. He buscado y he buscado en Argailias, sintiendo su presencia al otro lado del hilo, y sin embargo puedo jurar, por el Telar, que nunca antes puse la vista en este rostro. ¿Cómo es posible?



-No podrías haberlo hecho, si vivió perpetuamente bajo techo, o en las sombras.



-Tantos anillos como ha engordado el árbol detrás de sus pasos, y sólo nos es devuelto tras la muerte. ¿Es eso justo, acaso? -la voz de la llamada Dainhaya delataba su desconsuelo.



-Si hay un fruto, debió haber una semilla. No te dejes vencer por el desánimo, hija mía, porque nuestro trabajo acaba de empezar. Ahora debemos averiguar todo lo que podamos sobre la vida que llevó en la ciudad. ¿Quién sabe? Puede que nuestra espera no haya sido en vano. Vamos.



Los dos trabajadores dejaron el túmulo tal y como lo encontraron; luego cargaron con el cuerpo y se dispusieron a marcharse. Pero antes Dainhaya volvió a colocar, con reverencia, el sudario impregnado de tierra fragante sobre el rostro enmarcado por cabellos castaños de Neharall.




        
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