Sül
abrió los ojos. A la luz de la lámpara vio a Caradhar, que lo
contemplaba desde lo alto; su rostro, siempre tan inexpresivo,
mostraba una suave sonrisa. El Sombra se preguntó si ese era el
aspecto que tenían los espíritus bienaventurados que servían a los
dioses.
-¿Estoy
muerto? Debo estarlo, ¿no?
-No;
he vertido mi sangre directamente dentro de ti y ha surtido efecto.
Si ya no sientes dolor, debe haber sanado la corrosión. Tendremos
que repetirlo cada vez que tengas una crisis, hasta que la toxina
deje de estar activa, pero...
-No
puedo creerlo. ¿Sabías que funcionaría?
-No.
Nunca había hecho nada parecido.
-Ya;
o sea, que arriesgaste mis últimos momentos contigo en el mundo de
los vivos para utilizarme de animal de laboratorio y probar si tu
teoría funcionaba...
Caradhar
lo miró, sin comprender; Sül suspiró, tomó al pelirrojo por las
sienes y lo besó profunda e intensamente.
-Aunque
al fin sólo sea una tregua antes de que empiecen a darme caza, te
agradezco que me concedas este tiempo extra... -se miró las manos y
comprobó que también estaban curadas- Vaya... te has empleado a
fondo... No sé qué decir, salvo que... lo poco que queda de mí te
pertenece, Adhar... Aunque ya sabes que ha sido así, desde hace
mucho tiempo...
Sül
reclinó la frente contra la de su pareja; este lo miró, ligeramente
confuso, sin saber qué decir. El Sombra sonrió con melancolía; se
levantó del catre y buscó algo de ropa para Caradhar; luego se
ajustó las suyas y dijo:
-¿Recuerdas
que te prometí la mejor habitación disponible en la ciudad? Como no
sé si tendré ocasión de cumplir mi promesa más tarde, te la
enseñaré ahora. Vámonos de aquí; quién sabe cuándo regresará
mi neidokesh.
Ambos
jóvenes abandonaron el refugio; fuera, el cielo pintado de luces
crepusculares anunciaba que la noche estaba próxima. Sül guió a su
compañero fuera de la Zanja, hasta el Distrito de los Mercaderes,
que rodeaba al de los Nobles. Eligió un sitio accesible y discreto
para trepar y ayudó al dotado a subir con él, cada vez más arriba,
hasta lo más alto de la torre del antiguo Templo de la Luna, que
tenía una plataforma con un pequeño techo que descansaba sobre
cuatro columnas, con barandas de piedra. El viento cortaba, pero la
vista sobre Argailias era arrebatadora. Mas lo realmente
impresionante fue la visión del Palacio de las Cuarenta y Nueve
Lunas que se desplegó ante los ojos de los elfos.
El
palacio debía su nombre a las cuarenta y nueve torres que se alzaban
en su centro, rematadas cada una en una pequeña cúpula formada por
piezas de vidrio. La cúpula central, la más elevada, estaba rodeada
por todas las demás, dispuestas en una espiral descendente. De día
brillaban como la plata bruñida; de noche eran iluminadas en algunas
ocasiones especiales, pero la cúpula central siempre brillaba, como
un faro, como la luna, por efecto de las luces que encendían en su
interior.
Era
un espectáculo hermoso, que Caradhar nunca había contemplado en
toda su grandeza; y aquel era, sin duda, el mejor lugar para hacerlo
de toda la ciudad. Reclinándose sobre la baranda, observó cómo la
luz de la cúpula central se hacía más y más brillante a medida
que el cielo se teñía de violeta.
El
viento arreciaba. Comenzó a llover torrencialmente, y la lluvia
formó una fina película, como una lámina de cristal, al caer desde
las cuatro vertientes del pequeño tejado; el palacio se convirtió
en una visión borrosa, con una suave aureola. Caradhar se preguntó
cómo no había reparado antes en aquella belleza.
Por
su parte, Sül no prestaba atención a aquel panorama que ya había
admirado en muchas ocasiones; observaba, fascinado, la imagen de su
compañero, con sus cabellos pelirrojos en desorden, cubriendo su
rostro y flotando alrededor como una cortina de hilos de seda
carmesí, por efecto del viento; admiraba sus facciones,
concentradas, dejando entrever una inusitada demostración de arrobo
que sus labios entreabiertos corroboraban... Apartó un mechón que
se había colado entre ellos; al hacerlo sus dedos fríos rozaron la
piel rosada y suave. Caradhar se volvió y sujetó la mano que
acababa de acariciarlo antes de que Sül la retirara; la sostuvo
frente a su boca y lanzó su aliento sobre ella, tomando después la
otra mano y repitiendo la operación. Mirando fijamente aquellos ojos
oscuros, guió hacia abajo las gélidas manos y las introdujo bajo su
ropa, directamente sobre la cálida piel de su abdomen. Sül sintió
la contracción de los músculos de Caradhar por el frío, aunque no
vio reacción alguna en su rostro. Notó cómo se le encendían las
mejillas, y el cosquilleo subiendo desde su propio vientre a la boca
de su estómago, como una corriente eléctrica...
Atrajo
al elfo más joven hacia sí y deslizó una mano a lo largo de su
espalda, sus dedos presionando la carne mientras trazaban la línea
de su columna; sumergió la otra bajo la cintura de sus calzas, entre
su cadera y su pubis, evitando a propósito su sexo porque quería
ver hasta qué punto era capaz de despertar su pasión sólo con
caricias; porque sabía que, junto a él, siempre sería el segundo
en la carrera, siempre comería en la palma de su mano, y quería
provocar, de la única manera que conocía, que Caradhar lo deseara y
lo necesitara.
El
pelirrojo entrecerró los ojos y alzó la diestra a la boca de su
compañero, hundiendo los dedos índice y corazón en la húmeda
cavidad, haciendo que él los lamiera; los introdujo después en la
otra entrada del cuerpo del Sombra, que gimió suavemente cuando
alcanzaron lo que buscaban.
-Nnn...
ah... no es justo... -protestó Sül, sin mucha convicción- Yo no...
iba al grano, todavía...
El
elfo de cabellos oscuros tuvo que apoyar las manos sobre las caderas
de su compañero para no perder el equilibrio; acabó empujándolo
hacia una columna, atrapando su cuerpo contra la piedra. Su boca
jadeante casi estaba pegada a la de Caradhar, quien la acarició con
la punta de su lengua.
-Adhar...
si sigues haciendo eso... me correré... Ah... Métemela...
El
dotado resbaló por la superficie de piedra hasta el suelo,
arrastrándolo con él. Sül colocó sus manos sobre la entrepierna
de su pareja y frotó su miembro, tan rígido como una barra de
madera pulida, como pudo comprobar con placer. Soltó los cierres de
su ropa y expuso el bajo vientre del joven elfo, a la par que este
hacía lo propio con las ropas oscuras del Sombra, lo colocaba a
horcajadas sobre él y guiaba sus caderas mientras, centímetro a
centímetro, su ariete se abría camino en la brecha.
Sül
abrazó a su amante con fuerza, enlazando las manos tras su nuca,
entre sus enmarañados cabellos, y lo besó con fruición, como se
saborea algo que se lleva deseando mucho tiempo; pronto, su cuerpo
comenzó a moverse a su propio ritmo sobre el regazo de Caradhar.
Aún
seguían allí sentados más tarde, con los cuerpos entrelazados para
protegerse del frío: Sül, reclinado sobre el pecho de Caradhar, con
las piernas de este rodeando su cintura y sus manos bajo la camisa,
acariciando las escarificaciones de su espalda.
-No
veo cómo voy a salir de esta, Adhar; me has salvado la vida, pero
aunque mi neidokesh me haya concedido algunas horas de gracia, tal
vez para que pudiera palmarla en paz, pronto tendrá que presentar
mi cadáver o darán parte al Círculo Interno. Antes de que ocurra
eso y ponerte a ti también en el punto de mira, prefiero entregarme.
-Podríamos
marcharnos.
-Darshi'nai
me encontraría; nunca abandonan una búsqueda, y su garra se
extiende por todas las ciudades. Mal momento, además, para viajar al
norte: probablemente nos ejecutarían por espías...
-Podríamos
ir a los bosques.
-Adhar,
eres encantador -se burló Sül, con una sonrisa, acariciando las
piernas que lo rodeaban- pero tú no has dormido al raso en tu
puñetera vida. Se cuentan historias extrañas de los bosques...
-Tal
vez tu maestro planea dejarte escapar: por lo que me dijo, habría
preferido conservarte si le hubieran dado a elegir.
-No...
Él nunca haría eso: obedece ciegamente a su señora. Yo he sido
Darshi'nai del Maede Larsires en Llia'res porque así lo decidió mi
neidokesh, pero él es Darshi'nai de Dama Corail desde hace muchos
años, y nunca se atrevería a contrariarla. Está completamente
encoñado... ¿Sabes? Una vez me contó, borracho como una cuba, que
en su juventud habían sido amantes. ¿Te lo puedes creer? Una elfa
como ella, que será una belleza, pero tiene un palo metido por el
culo... Más tarde me dijo que más me valía no contárselo a nadie,
porque si ella llegaba a enterarse, le ordenaría que me matara y
después lo forzaría a ahorcarse con sus propias tripas o algo
así...
-¿Y
por qué era tan importante que no se supiera? Sin duda, ella ha
debido de tener más amantes...
-Ah,
pero es que Dama Corail fue Doncella de la Luna en su juventud, ¿no
lo sabías? Una de las razones por las que Lord Killien se casó con
ella, aparte de su belleza, era el prestigio de tener una esposa
virginal con un cargo honorable. ¡Virgen! -Sül relinchó de risa-
Me pregunto cómo se las arreglaría para engañar al pobre
gilipollas... Mi neidokesh juraba y perjuraba, hinchado de orgullo,
que antes de su boda, él era el único elfo que alguna vez la había
tocado...
Caradhar
se quedó inmóvil, sus dedos crispados sobre la espalda de su
compañero. Sül notó, a través incluso de sus ropas, el corazón
del joven latiendo a toda velocidad; se volvió y observó cómo su
rostro había perdido toda expresión y su mirada, vacía, se perdía
en ninguna parte.
-Adhar,
¿qué pasa? Adhar... -el Sombra se dio la vuelta y sacudió
ligeramente al pelirrojo por los hombros- Caradhar... ¡Caradhar!
El
aludido pareció volver en sí; giró la cabeza, muy despacio, y
enfocó sus ojos rojos en Sül.
-Nada;
creo que acabo de enterarme, finalmente, de quién es mi padre.
Casa
Elore'il. El joven dotado no había vuelto a estar en el interior de
sus muros desde hacía casi nueve años. No retornaba por gusto, sino
porque no veía otra forma de resolver las cosas. Sül casi se había
echado a temblar cuando había recibido la noticia de que debían
dirigirse allí; Caradhar le había asegurado que era la única
opción que quedaba, si no aceptaba que abandonaran Argailias.
Pertrechados
con mantos que ocultaban sus facciones habían dirigido sus pasos
hacia la noble Casa; allí, el más joven se las había arreglado
para ser recibido por la Maeda. Su rostro aún era conocido por parte
del séquito Elore'il y, curiosamente, no parecían mostrarse
extrañados por su larga ausencia, ni impresionados por su regreso.
En cierta forma, era inquietante.
Tras
una larga espera les fue franqueada la entrada a la estancia más
privada de la Maeda. Ambos estaban tensos, aunque por diferentes
motivos. Caradhar se despojó de su manto y entró con paso decidido.
Sül le siguió; como si fuera su sombra.
-Cuánto
tiempo, Caradhar. Has cambiado -dijo la elfa, con admiración,
acercándose a su hijo. Ella no había cambiado en absoluto, y seguía
tan bella y majestuosa como siempre-. Has crecido... Me alegra tanto
que hayas vuelto...
-Lo
he hecho porque no he tenido opción -espetó el joven, con voz
impasible-. Tengo algo que pedir, y no puedo admitir un no por
respuesta.
-Vaya...
Eso es toda una novedad...
La
dama posó su mano en el antebrazo del dotado; este se sintió
tentado de apartarlo, pero siempre le había resultado difícil
resistirse a las suaves maneras de su madre, y no había venido a
discutir. La mano subió y acarició la blanca mejilla con las yemas
de los dedos; Corail, que siempre había sido alta, tenía ahora que
girar la cabeza para poder mirar al joven a los ojos; estos eran
fríos, pero no desviaban la mirada.
La
Maeda hubiera deseado un momento más íntimo con su hijo, ausente
por tan largo tiempo, pero era consciente de que no estaban solos.
Actuando como si acabara de percatarse de la presencia de Sül, cuyo
rostro aún ensombrecía su manto, preguntó, mirando en su
dirección:
-¿Es
quien creo que es? Descúbrete cuando estés ante mí, chico -el
Sombra lo hizo, automáticamente, y alzó la cabeza muy despacio-.
¿Cómo es que no estás muerto? Creo que tu maestro fue muy claro al
respecto de cuáles eran tus órdenes, y tu señor canceló su
contrato contigo...
-Sül
me pertenece. Tiene un contrato de sangre conmigo.
Y tú no harás nada para impedirlo, Corail: ni ahora, ni en el
futuro. Nunca he poseído nada, pero esto no me lo quitarás.
La
dama arqueó las cejas. Se alejó unos pasos y tomó asiento,
contemplando la decidida figura del joven.
-¿Por
qué te marchaste, Caradhar? Aquí está todo lo que realmente vale
algo para ti; respeté tu decisión; me privé de tu compañía,
porque creí que necesitabas algo de tiempo, a pesar de lo importante
que era tenerte junto a mí. ¿Soy injusta, acaso, porque no permita
que extraños se vuelvan demasiado próximos a nosotros? Sabes lo que
tenemos en juego; nunca he confiado en los que se ponen en posición
de conocer demasiados secretos.
-Sül
ha arriesgado la vida por mí en más de una ocasión; nunca he
conocido a nadie más digno de mi confianza, y jamás me
traicionaría. Si aun así no puedes condescender a que permanezca en
Argailias, entonces permite que nos marchemos para siempre y en paz;
porque no voy a renunciar a él, Corail. No esta vez.
La
elfa consideró las palabras de su hijo durante unos instantes; su
rostro delataba el conflicto interno que la acosaba.
-¿Que
harías, pues -preguntó, al cabo-, si le ordenara que se quitara su
propia vida? En este preciso instante.
-No
se lo permitiría; me desangraría sobre él, si fuera preciso; pero
lo que te aseguro es que, si le hicieras daño, nunca volverías a
verme ni a utilizarme.
-¿Te
quedarás en Elore'il, con nosotros, si transijo? Si te entrego su
vida por completo, ¿no volverás a abandonarme?
Caradhar
respiró hondo; respondió entonces, con voz calmada:
-Mientras
él esté a salvo.
Dama
Corail no podía dar crédito a su suerte: contra todo pronóstico el
joven Sombra había pasado, de ser el posible manipulador de los
afectos de su hijo, a convertirse en la cadena que lo mantendría
atado a ella. Caradhar no parecía consciente de ello, pero Sül sí;
sus ojos inquisitivos se clavaron en su compañero, cuya atención
estaba totalmente centrada en la respuesta de su madre.
-Será
como tú deseas, pues -dijo ella-. Si bien tendrá que celebrar un
nuevo contrato de sangre contigo, ante los Darshi'nai...
-No
pienso volver a hacerle tragar veneno.
-No
es algo que puedas elegir; un Sombra nunca deja de ser un Sombra, y
sin el contrato, nunca le permitirán continuar existiendo. Has de
saber que tú, como su señor, no serás el único dueño de su
destino.
Sül
puso la mano sobre el brazo de Caradhar y asintió, con mirada grave.
Se acercó aún más y susurró a su oído: "no estamos solos".
El dotado miró, al descuido, sobre su hombro, y dijo:
-Creía
que nuestras conversaciones privadas lo eran de verdad. Si tiene que
haber alguien más escuchando, preferiría que diera la cara.
Dama
Corail frunció el ceño y miró a su alrededor. No pasó mucho
tiempo antes de que una figura se hiciera visible en una esquina de
la estancia, como si se hubiera materializado en las sombras. Una
mueca de furia asomó al habitualmente compuesto rostro de la elfa.
-¡Neharall!
¿Cómo te atreves? ¡Te dije que debíamos quedarnos a solas!
Neharall,
que no era otro que el maestro de Sül, se bajó la capucha y se
acercó a Dama Corail.
-Os
pido perdón humildemente, mi Señora -se disculpó, bajando la
cabeza-; sabéis que siempre os he obedecido ciegamente pero, dadas
las circunstancias, no podía saber cuáles serían sus intenciones,
y si aventurarían un ataque contra vos.
-Sabes
muy
bien
que no pueden atacarme.
-Puede
que no mi muchacho, pero, ¿el dotado? Ambos sabemos de lo que es
capaz...
-No,
no creo que lo sepamos -la elfa sonrió, sin una pizca de humor, y
volvió la cabeza hacia su Sombra-. Tu falta de eficiencia en todo
este asunto me ha dado que pensar.
-La
costumbre Darshi'nai establece que aquel cuyo contrato de sangre se
ha roto perezca por efecto de lo que hay en su sangre. Encerré al
chico y lo encadené; encerré también al dotado...
-Pues,
obviamente, no fue bastante -afirmó ella, con suavidad.
-Ya
os dije lo que pensaba acerca de utilizar un agente cuyas habilidades
son tan impredecibles, mi Señora. Vos tendréis vuestras razones
para confiar en él; mi deber, en cambio, es advertidos del peligro.
Sül
era testigo del diálogo con una mezcla de fascinación y temor. Su
atención se volvía, ora hacia Caradhar, ora hacia los que, como
acababa de conocer, eran sus progenitores. Se dio cuenta de dónde
había sacado el joven elfo la belleza y los brillantes cabellos
rojos. Pero cuando su maestro hablaba, con aquella voz fría, era
cuando de verdad sentía escalofríos; comprendía de quién había
podido Caradhar heredar parte de su carácter, sus maneras, y esa
fascinación morbosa por las marcas de su espalda. Y aun así, era de
sí mismo de quien estaba más asustado: ¿acaso se había entregado
al dotado porque veía en él un cierto reflejo de la figura de su
maestro? Reverenciada, respetada, temida... amada sin esperanzas...
-Todo
eso importa poco ahora -zanjó Dama Corail-. Como has escuchado la
conversación, ya sabes a lo que atenerte. Te encargarás de que el
nuevo contrato de sangre sea celebrado. Te encargarás también de
que Sül se mantenga a salvo; si es el deseo de Caradhar, no me queda
sino complacerlo... Y ahora, como ha pasado tanto tiempo desde la
última vez que lo vi, quisiera quedarme a solas con...
-Con
todos mis respetos, mi
Señora
-habló Nerahall, tratando de mantener bajo control, con gran
esfuerzo, la rabia contenida-. Toda mi vida... toda
mi vida
os la he entregado a vos, y nunca he cuestionado vuestras órdenes ni
he pedido nada que contrariara vuestros deseos. Y este... este crío
irrespetuoso,
que se atreve a llamaros por vuestro nombre, que os habla con
altanería, obtiene, con una palabra, lo que yo no he conseguido con
todos mis años de fidelidad... ¿Por qué?
-Sigue
hablando, Nerahall, y agotarás mi paciencia. No te atrevas a
cuestionar mis decisiones. Nunca
-Corail
se acercó al Sombra y lo miró a los ojos-. Jamás he utilizado la
voz de mando sobre ti. ¿Me obligarás a hacerlo hoy por primera vez?
Nerahall
apretó las mandíbulas. Caminó hacia la puerta y tomó a Sül por
el brazo al pasar junto a él; pero algo lo hizo detenerse. Volvió
la cabeza hacia Caradhar y le dijo en voz baja, de manera que sólo
él pudiera oírle:
-Así
que mi muchacho es tu condición para volver a la Casa. Vaya...
Calculé mal. Si lo hubiera sabido... Pero no hay de qué
preocuparse: aún estoy a tiempo de enmendar el error...
Volvió
a encaminarse hacia la puerta e hizo que Sül lo siguiera. Caradhar
los vio salir, pensativo; luego se encaró con su madre, con una fría
mirada en el rostro.
-¿Entiendo,
Corail, que nunca le has dicho a Neharall que soy su hijo?
La
elfa palideció; las inesperadas palabras la habían tomado por
sorpresa. El joven no necesitó más confirmación.
-¿Quién
te ha dicho eso? -preguntó ella, en voz baja.
-Era
tu Sombra; tenía que saber mejor que nadie quién se acercaba a ti,
y estaba satisfecho porque era el único. Aunque si fuiste capaz de
ocultarme de él, quién sabe qué otras cosas le podrías haber
ocultado...
-Era
Doncella del Templo de la Luna... Pasé dos años en retiro
espiritual, prácticamente sin ver a nadie. Lo hice para poder
tenerte en secreto...
-¿Por
qué no me entregaste a él, simplemente? Los hijos de los Sombra
pertenecen a los Sombra: te habrías librado de un fastidioso
problema.
La
Maeda exhaló un profundo suspiro, desalentada.
-Por
varias razones -respondió, al final-. Primero, porque no quería
hacer a nadie partícipe de mi secreto; ni siquiera a él. Segundo,
porque naciste con el Don, y aunque tuvieses un pasado incierto,
habrías sido muy valioso para la Casa. Y, tercero... -apretó los
labios y alzó la cabeza, desafiante- Tercero, porque ningún hijo
mío se iba a convertir en esclavo de una organización de asesinos.
Caradhar
se colocó justo enfrente de ella y la miró con desprecio.
-Cierto:
era mejor que la Casa conservara la propiedad exclusiva del esclavo,
en vez de compartirla.
-¡Deberías
agradecérmelo! ¿Habrías preferido formar parte de una secta que te
habría usado como matón a sueldo, que habría puesto tu existencia
en constante peligro, que te habría entregado en propiedad al mejor
postor y que tendría siempre poder sobre tu vida y tu muerte?
-¿Puedes
explicarme, madre,
en qué se diferencia eso de lo que tú has hecho conmigo durante
toda mi vida?
La
elfa palideció aún más, si cabe. Bajó la vista, avergonzada;
estiró la mano hasta rozar la de su hijo, que permanecía laxa a un
costado, y entrelazó levemente los dedos de ambas.
-He
cometido muchos errores; pero Caradhar, me duele que me compares
con... Yo sólo deseo que estés a mi lado... Te quiero y te necesito
conmigo...
-He
pensado que aún estoy a tiempo de averiguar lo que hubiera pasado
entonces -afirmó el dotado, apartando la mano-. Quisiera saber qué
ocurrirá si le digo a ese Sombra que soy su hijo.
-¿Has
perdido el juicio? -preguntó Corail, con incredulidad- ¿Por qué
ibas a hacer algo así?
-Bien;
Neharall me odia; piensa que tú y yo somos amantes y que quiero
apartarte de él. Tal vez, si le digo quien soy, podamos convivir
pacíficamente, ¿no crees? Sin que intente matar a nadie.
Corail
enmudeció, tratando de asimilar la información. Se las arregló
para decir:
-Neharall
no hará nada sin que yo se lo ordene...
-Sí,
cierto: justo lo que le dijiste antes; lo que no impide que acabe de
amenazar a Sül. No; no voy a poner a mi Sombra en peligro.
Digámosle al tuyo quién soy; dejémoslo entrar en nuestra pequeña
familia...
-¡No
puedo hacer eso! -la elfa crispó las manos sobre los brazos de la
silla- Sería como entregarte a los Darshi'nai. No voy a hacerlo. Y
no puedo creer que tú pienses, por un momento...
-¿Y
por qué no utilizas tu poder de persuasión para convencerlo de que
mantenga la boca cerrada? Una elfa tan hermosa como tú...
-Caradhar...
No puedo; es la única cuestión con la que un Darshi'nai no
transigiría nunca, él menos que nadie...
-Pues
entonces sólo nos queda una opción.
La
Dama Corail cerró los ojos.
-Quieres
que elimine al mejor Sombra que haya podido tener jamás sólo porque
tú crees que ese joven del que te has encaprichado puede verse
amenazado por él...
-Tú
pretendías hacer lo mismo con mi Sombra; la balanza se equilibra -el
joven pelirrojo se inclinó sobre su madre, colocando las manos sobre
ambos brazos del asiento, sus rostros separados apenas-. Al principio
pensé que despreciabas a un hijo bastardo como yo, Corail; me ha
llevado tiempo darme cuenta de lo valioso que te resulto, de tu deseo
de poseerme. Pues para conservarme como tú quieres vas a tener que
renunciar a algo que de verdad aprecias, por primera vez en tu
vida...
La
elfa abofeteó al joven con todas sus fuerzas, abriéndole una herida
en el rostro con su sello de armas; el corte se cerró al instante y
él ni siquiera se inmutó. Al momento ella lo agarró por las
mejillas y lo besó en los labios, con violencia; al separarse le
dijo, en voz queda:
-Vas
a hacerme matar al que me dio a mi único hijo... a tu propio padre,
Caradhar... No creo que puedas hacerte una idea de lo que significa
eso; sólo espero que comprendas que, algún día, mirarás atrás y
desearás poder cambiar las cosas...
Cuando
el dotado expuso la situación a su Sombra no esperaba que la noticia
fuera acogida con entusiasmo, ni mucho menos; pero tampoco se había
preparado para encontrarse con resistencia.
-No
puedo aceptar que se... neutralice a mi neidokesh como si fuera un
conejo en una trampa. ¿Cuál es el plan? -preguntó, con ironía-
¿La Maeda le ordenará que se raje las tripas con su propia espada?
¿O bien sólo le dirá que se esté quietecito mientras alguien más
salta a hacer el trabajo? No, no puedo aceptarlo... Un Darshi'nai
debe morir como un Darshi'nai...
-¿Y
quién sugieres que se encargue? -preguntó Caradhar, con voz fría-
Tú no podrías derrotarlo.
Sül
apretó las mandíbulas: que sus palabras fueran ciertas no quería
decir que no resultaran hirientes.
-No
comprendo por qué sientes escrúpulos -insistió el más joven-. En
toda tu vida, lo único que ha hecho ha sido tratarte a golpes.
-Es
lo más parecido a un padre que he tenido nunca... Joder, Caradhar...
¡se trata de tu
padre!
¿Es que no se te retuerce el estómago?
-Se
trata de alguien que, dado que no puede matarme, prefiere acabar
contigo y confiar en que con eso podrá librarse de mí. Acabo de
enterarme de que provengo de su semilla: no veo por qué eso debería
importarnos.
Sül
lo miró con expresión torturada. Permaneció en silencio unos
instantes, y después afirmó:
-Vale;
no voy a discutir. Pero, por favor, déjame intentar medir espadas
con él; déjame que, al menos, trate de que tenga una muerte
honorable...
-No
podrás...
-Tú
estarás allí para cubrirme -el Sombra tomó al dotado por los
hombros y lo miró a los ojos-. Por favor. O no creo que pudiera
vivir con ello.
Caradhar
frunció el ceño, pero no replicó.
A
la caída de la noche, tres elfos permanecían aún en una sala de
entrenamiento de Casa Elore'il cuando los legítimos usuarios de la
guardia ya la habían abandonado.
Dos
de ellos, en la palestra, se disponían a emprender un combate a dos
espadas. Llevaban ropas y botas ligeras, y sus largos cabellos
morenos y castaños, respectivamente, recogidos en sendas colas de
caballo. El tercero, de llamativa melena roja, observaba de pie,
fuera del círculo.
Aquella
mañana, al recibir la propuesta de su pupilo de practicar con la
espada, el Sombra veterano no se había negado; en cambio, se había
acercado a Caradhar en cuanto la oportunidad se había presentado, y
le había susurrado: "¿estás intentando tentarme, o hacerme
más fácil mi propósito?". El pelirrojo no había respondido
nada: por lo que al Sombra respetaba, tenía uno de los rostros más
difíciles de leer que había encontrado jamás. Al volverse hacia
Sül, no había tenido mejor suerte: su joven pupilo también se
mostraba impasible.
Los
Darshi'nai tomaron posición y estudiaron sus facciones durante
algunos segundos. Neharall atacó primero: sus espadas trazaron un
arco descendente sobre la diestra de Sül; este se cubrió con la
espada corta que sostenía en la izquierda y aventuró una estocada
con la mano principal hacia el hombro de su contrincante, que bloqueó
con ambas armas al resbalar sobre la corta y completar el movimiento
de balanceo. Como el costado izquierdo de Sül había quedado
desprotegido al alzar el brazo para defender, Neharall dirigió hacia
allí su próximo golpe; el joven giró el cuerpo para esquivar, bajó
la izquierda para bloquear y lanzó su espada larga hacia el costado
de su neidokesh, ataque que este rechazó con la izquierda, abriendo
después los brazos en abanico y golpeando con fuerza las armas de su
oponente, que reculó por el impulso.
Neharall
conocía perfectamente a su adversario. Sül tenía un estilo
conservador a dos armas y utilizaba, en la medida de lo posible, la
corta para defender y la larga para atacar. Tenía un cuerpo ágil,
rápido y musculoso, bien dotado para la danza de las dos espadas,
pero dada su juventud le faltaba soltura para coordinar mejor los
ataques con ambas armas a la vez, o bien a cambiar de ritmo
alternando movimientos a una o dos manos.
Mas
Sül luchaba con concentración y decisión; su maestro pudo juzgarlo
por la forma en que apretaba las mandíbulas, algo que no había
visto desde que el muchacho era un crío que quería evitar los
castigos a toda costa.
Miró
de reojo a Caradhar; el dotado no se había movido de su sitio, ni
había cambiado su posición; seguía el combate con semblante
concentrado. Pero esta ligera distracción le costó cara a Neharall,
porque Sül aprovechó una abertura en su costado izquierdo para
lanzar una estocada que pasó tan cerca como para traspasar sus ropas
y hacer que su hoja probara la sangre.
Esto
enfureció al Sombra veterano que, si en otras circunstancias se
habría entretenido haciendo bailar a su pupilo hasta la extenuación,
decidió agilizar el desarrollo del combate. Sus acometidas
comenzaron a llover sobre Sül, quien esquivó con una habilidad que
sorprendió tanto a su maestro como a su único espectador. Neharall
quiso poner fin a aquello de una vez por todas. Forzó al joven a
retroceder hasta el reborde de madera del círculo; fintó hacia su
derecha; su pupilo bloqueó con ambas espadas y entonces, rápido
como una serpiente, el veterano lanzó un ataque que abrió un tajo
en su muslo izquierdo y arrojó la espada corta en la dirección de
Caradhar. Sül, como él esperaba, no pudo evitar volver la cabeza,
con los ojos muy abiertos; sólo tuvo tiempo de ver al dotado
mirando, asombrado, la hoja que sobresalía de su vientre, antes de
que Neharall le propinara una patada que lo hizo tropezar con el
reborde y caer cuan largo era. El atacante hincó la espada larga en
tierra a un lado de su cuello, tan cerca que le abrió una herida;
clavó el tacón en la muñeca izquierda del joven,
inmovilizándosela; luego le arrebató la espada larga y la clavó al
otro lado, de manera que le resultara imposible mover la cabeza. Sül
trató de lanzar un ataque desesperado a la pierna que retenía su
brazo izquierdo; su maestro pateó su muñeca y la espada que
sostenía salió disparada fuera de su alcance.
-Eres
Darshi'nai, Sül; nosotros no practicamos esgrima como los nobles:
nosotros luchamos sólo para ganar -dijo Neharall, posando las manos
en las empuñaduras de ambas espadas largas.
Caradhar,
a quien el dolor había hecho caer sobre sus rodillas, hacía lo
mismo con la empuñadura de la que lo atravesaba para extraerla de su
abdomen. Desde el suelo, Sül intentó ver qué era de su joven
compañero, y después volvió a mirar a su maestro, que mantenía un
ojo en ambos. El veterano reaccionó con desprecio.
-Has
dejado que te convierta en un pelele -continuó Neharall; de fondo se
oyó el grito ahogado de sufrimiento del dotado, al arrancarse el
arma-. No creo que merezca la pena que continúe ocupándome de ti;
me equivoqué: debí matarte allí mismo, cuando rompieron tu
contrato. Y tú -advirtió, dirigiéndose a Caradhar, que se disponía
a lanzarse sobre él con la espada corta en la mano-, quédate donde
estás o cruzaré las espadas, y veremos qué tal funciona tu sangre
con una cabeza cortada.
Sül
intentó liberarse, con el único resultado de que las hojas
mordieron con más profundidad en su carne. El dotado trató de
decidir cómo actuar; sabía que no tenía ninguna posibilidad contra
el Sombra, quien muy bien podría cumplir su amenaza.
-Si
lo matas, no ganarás nada -dijo-. La Maeda sabrá por qué lo has
hecho; perderás su confianza de todas formas.
-Te
tienes en alta estima, ¿eh, mocoso? ¿Crees que la tienes comiendo
en la palma de tu mano? Tal vez debería forzar mi suerte; tal vez
debería, simplemente, librarme de ti.
-¡No!
-gritó Sül- ¡Ella acabaría con vos!
-¿De
veras? -preguntó Neharall, con sorna- No conoces a Dama Corail: ella
valora más el lado práctico de las cosas que la venganza. Si
acabara de perder a un dotado, ¿por qué habría de privarse también
del mejor Darshi'nai? ¿Por despecho de perder un simple amante?
Extrajo
las espadas clavadas en el suelo. Al hacerlo, sus filos cortaron
ambos lados del cuello del joven espía; uno de los cortes era
bastante profundo, y un reguero de sangre comenzó a manar de la
herida. Neharall caminó hacia Caradhar, amenazador.
-No
es su amante -dijo Sül, con voz débil, llevándose la mano al
cuello-; es su hijo... Es vuestra propia sangre...
El
Sombra veterano se detuvo, la incredulidad pintada en su rostro. Se
quedó a medio camino entre ambos, observándolos con desconfianza.
-Me
sorprendes, Sül -observó, al fin-; nunca fuiste dado a inventar
patrañas. Supongo que es el efecto de la desesperación...
-No
miento... vos lo dijisteis... Recordad los dos años de Dama Corail
en el Templo de la Luna... Y, justo después... un huérfano con el
Don aparece a las puertas de Casa Llia'res... -el joven trató de
incorporarse- Mierda... miradlo... miradlo y decidme que no la veis a
ella...
Neharall
contempló al joven pelirrojo, por primera vez, con otros ojos: los
cabellos llameantes, sobre la piel pálida; la forma delicada del
rostro; la nariz y las rojizas cejas, finamente esculpidas; los
labios llenos, de expresión decidida... Salvo los ojos: aquellos
ojos tenían la misma mirada que los suyos. Lo embargó la duda.
Caradhar
aprovechó para acudir junto a su compañero caído, el cual se
debilitaba por momentos por la pérdida de sangre; hizo que se
cerrara su herida, pero también deslizó entre sus labios el
contenido de un vial; un vial de líquido dorado... Sül sólo tuvo
tiempo de lanzar una mirada inquisitiva al dotado antes de que su
maestro apuntara la espada contra el cuello de este último, alargara
la mano y tomara el vial vacío. Observó el recipiente, forzó a
Caradhar a alzar la barbilla con la parte plana de la hoja y le
preguntó:
-¿Qué
le has dado a beber, aprendiz de alquimista?
-Mi
propia versión de unos apuntes que encontré en el Gran Laboratorio
-respondió el joven, tras pensarlo unos momentos-. Me costó ocho
años refinarla.
-¿Ah,
sí? ¿Y qué es lo que...?
Neharall
cerró la boca de golpe. No
puede ser, pensó;
no
puede ser, pero si lo es...
Intentó mover la espada para apuntar a Sül pero su brazo no le
obedeció; apenas pudo moverla algunos dedos, con pulso tembloroso,
cuando su voluntad flaqueó y tuvo que bajarla y apartar la mirada,
porque le costaba pensar y su cerebro era incapaz de dar órdenes a
sus músculos para que realizaran cualquier movimiento ofensivo
contra el joven Sombra. Sintió náuseas; se dio la vuelta y trató
de alejarse, con paso vacilante.
-Deteneos
-ordenó Sül; al veterano no le quedó más opción que hacerlo-.
Tirad las armas.
La
nueva orden fue acatada; el chasquido metálico fue lo único que se
escuchó durante un largo intervalo de tiempo. Finalmente, el sonido
de los amortiguados pasos de Sül resonó en la sala. Se plantó ante
su maestro; su rostro, la viva imagen del pesar. Neharall sonrió con
amargura.
-Dime
que habéis robado la fórmula, y al menos me sentiré orgulloso de
tu astucia; porque, si os la ha entregado voluntariamente,
entonces... entonces es como si ella misma hubiera pedido mi
cabeza...
-Caradhar
no es un mentiroso; si ha dicho que la ha obtenido así, entonces es
verdad.
-Te
hiere en tu amor propio, ¿verdad? Tener que recurrir a esto para
desembarazarte de tu neidokesh...
-Puede
ser. Pero yo no lo pedí, y al menos esto me ha quedado bien claro:
que los Darshi'nai sólo luchan para ganar. De una forma o de otra.
Neharall
volvió a sonreír, enseñando los dientes. Luego comentó, esperando
contra toda esperanza:
-Ha
sido una buena, eso de que este chico es mi hijo; me has tocado la
fibra sensible. Lo que demuestra que las debilidades siempre conducen
a la perdición.
-Yo
tampoco os he mentido: ella es su madre. Vos estabais en la mejor
posición para saber si hubo alguien más; pero no lo hubo.
Neharall
se volvió, muy despacio, para contemplar de nuevo a Caradhar, que
era mudo testigo de la escena. El joven sostuvo su mirada con su
habitual rostro impasible.
-Qué
hembra... -suspiró el veterano-. Y pensar que fue capaz de
esconderlo de mí... No ha sido sólo la más bella: también la más
peligrosa. Si lo hubiera sabido... si hubiera sabido que eras hijo
mío...
-Entonces
ella habría tenido que librarse de vos, porque nunca aceptará
entregárselo a los Darshi'nai; y sabed esto, mi Señor: yo tampoco.
-Nunca
serás un buen Darshi'nai, Sül: el mayor orgullo que puedes
experimentar es que tu sangre pertenezca a Darshi'nai.
-Aceptaré
vuestra palabra, mi Señor.
Sül
se sintió herido en lo más profundo; su sangre no era la de su
maestro, pero igualmente les había sido entregada a ellos. Se agachó
y recogió una de las espadas; apretó las mandíbulas y apuntó con
ella al cuello de Neharall. Este sacudió la cabeza.
-No;
al menos, déjame saborear mi propia muerte, muchacho.
Las
cejas del joven se fruncieron en ademán de desconsuelo; bajó la
espada a la altura del estómago de su mentor y se obligó a alzar la
cabeza para mirarlo a los ojos; con un movimiento brusco, hundió la
hoja hasta la empuñadura.
Neharall
se dobló sobre si mismo; trató de agarrarse a su pupilo, quien lo
sujetó y lo depositó con cuidado en el suelo. A pesar del dolor,
sus labios se curvaron en una media sonrisa al volver a posar la
vista en los ojos oscuros de Sül, en los que brillaba una lágrima
solitaria.
En
ese momento, Caradhar se aproximó; se inclinó y susurró algo al
oído del moribundo, algo que sólo él escuchó. La sonrisa de
Neharall se hizo aún más abierta; tosió, manchando sus labios con
una bocanada de sangre, y se quedó inmóvil.
Al
sur de Argailias había un camino que cruzaba, recto, una pradera de
hierbas muy altas; tan altas que podían ocultar a cualquiera que se
aventurara entre ellas. No bastaban, sin embargo, para tapar la gran
extensión de bosque que se alzaba al final de la senda: un enorme
mar verde que se prolongaba, tanto al este como al oeste, hasta donde
alcanzaba la vista. Los elfos lo conocían como el Bosque de la
Antigua Raza. Nadie que tomara el camino del sur lo hacía para
internarse entre su espesura; a través de leguas y leguas se
extendía, hasta el borde mismo del océano, pero los elfos siempre
habían hecho uso de los puertos del este. El Bosque de la Antigua
Raza era demasiado peligroso, demasiado siniestro y demasiado cargado
de leyendas, incluso para los más aventureros.
Pero
justo antes del linde, robado a las hierbas y a los árboles, había
un valle de túmulos donde los elfos habían depositado a sus muertos
desde la fundación de la ciudad. Suaves montículos que se cubrían
de flores en la primavera marcaban los lugares de enterramiento,
fundiéndose con el verde paisaje. Si alguien tomaba el camino del
sur, de seguro era para despedir a algún ser querido.
Alguien
acababa de enterrar un cuerpo en el valle; lo delataba la tierra
removida, que aún no había tenido tiempo de cubrirse de hierba. Un
grupo de figuras encapuchadas se acercaron, al abrigo de la noche, a
la tumba recién excavada. Dos de ellas, equipadas con sendas palas,
comenzaron a cavar; otras tres se limitaron a observar.
-¿Estamos
seguros, pues? -preguntó una de las tres figuras. La voz era de
varón; su lengua, desconocida.
-Dainhaya
estaba de guardia en la ciudad, Padre -respondió otra voz de varón-;
sostenía el hilo, como siempre, cuando se fue a dormir al subir la
luna. Tuvo un sueño de muerte; al despertar, angustiada, el hilo
estaba roto. Observamos con cuidado a todos los que tomaron el camino
del sur; creemos que debe ser este.
Aquel
al que se había referido como "Padre" esperó, con
semblante grave, a que sacaran el cuerpo de la tierra; según la
costumbre de Argailias, estaba envuelto en un sudario de tejido sin
teñir, asegurado con finos cordones. En la oscuridad, las figuras
desenvolvieron con cuidado el cadáver. Los dos varones que habían
hablado se inclinaron a estudiarlo con detenimiento; la tercera
figura, que había permanecido en silencio y algo apartada, se les
unió finalmente. No tardó mucho en llevarse una mano a la boca,
para ahogar un suspiro; esa misma mano bajó y acarició, con gran
delicadeza, el rostro del difunto.
-¿No
cabe duda, Dainhaya? -inquirió el que había hablado primero.
-Tiene
los rasgos de su madre -habló, al fin, la tercera figura, con voz
femenina-. He buscado y he buscado en Argailias, sintiendo su
presencia al otro lado del hilo, y sin embargo puedo jurar, por el
Telar, que nunca antes puse la vista en este rostro. ¿Cómo es
posible?
-No
podrías haberlo hecho, si vivió perpetuamente bajo techo, o en las
sombras.
-Tantos
anillos como ha engordado el árbol detrás de sus pasos, y sólo nos
es devuelto tras la muerte. ¿Es eso justo, acaso? -la voz de la
llamada Dainhaya delataba su desconsuelo.
-Si
hay un fruto, debió haber una semilla. No te dejes vencer por el
desánimo, hija mía, porque nuestro trabajo acaba de empezar. Ahora
debemos averiguar todo lo que podamos sobre la vida que llevó en la
ciudad. ¿Quién sabe? Puede que nuestra espera no haya sido en vano.
Vamos.
Los
dos trabajadores dejaron el túmulo tal y como lo encontraron; luego
cargaron con el cuerpo y se dispusieron a marcharse. Pero antes
Dainhaya volvió a colocar, con reverencia, el sudario impregnado de
tierra fragante sobre el rostro enmarcado por cabellos castaños de
Neharall.
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