El
Gran Alquimista desvió la atención de sus documentos para echar un
vistazo al elfo que se alzaba frente a él. Tenía la mirada altanera
de alguien que detesta que le hagan perder el tiempo pero acepta con
resignación que hay asuntos de los que debe encargarse en persona.
-Raisven
me ha hablado bien de ti, hum, ¿cuál era tu nombre?
-Eitheladhar,
su Señoría.
-De
Misselas. Tienes buenas referencias. Conocí a tu maestro, hace
tiempo; un elfo muy capaz. Es sólo por eso que acordamos tenerte
aquí pues, como habrás podido comprobar, ya no aceptamos aprendices
de fuera.¿Dónde has estado estos días de fiesta? -preguntó el
alquimista a bocajarro.
-Me
he alojado en una posada, su Señoría. Desde que llegué no he
tenido ocasión de visitar Argailias. Por lo poco que he conocido, es
una ciudad muy hermosa -el elfo de más edad no hizo ningún
comentario al respecto; después volvió a cambiar de tema.
-Raisven
me dice que te has ofrecido voluntario para la próxima expedición
al valle de Ummankor. ¿Eres consciente de que es un lugar peligroso?
-Mi
maestro me encomendó encarecidamente que no dejara escapar la
oportunidad de ampliar mis estudios visitándolo -Caradhar recitaba
casi punto por punto las cuestiones que habían preparado como parte
de su subterfugio-. No muchos de Misselas podemos hacerlo, su
Señoría.
El
Gran Alquimista no replicó; hizo una señal a uno de los guardias,
el cual tomó a Caradhar por el hombro derecho y lo condujo a la
puerta. Apretó con fuerza; tal vez más de la necesaria. Por la
forma en que lo hizo, el dotado se preguntó si no estaría
comprobando la existencia de alguna lesión... Frunció el ceño al
guardia pero, por supuesto, ya no había ninguna herida que esconder.
Al
volver la espalda al alquimista no fue capaz de percatarse de la
inquina con que lo miraban sus ojos al abandonar la habitación. Y
tampoco habría sabido el porqué.
Cuando
salió, Raisven se interesó vivamente por la conversación que había
mantenido con su superior. Aparte del asunto con la Maeda, confiaba
en las habilidades del joven y creía que sería una buena elección
para la tarea; y cuanto más lejos estuviera de Lady Neskahal, tanto
mejor.
No
por aquella noche, no obstante... Puntual en su cita de la semana, la
Maeda había mandado buscar a su joven amante, y se hallaba reunida
con él en su lugar habitual. Como cada vez, estaban ocupados en el
ritual del baño, solo que ahora la elfa ya no hacía venir a su
doncella: una vez comprobado que el "material" era de buena
calidad, prefería tenerlo sólo para su disfrute personal...
Ayudó
a Caradhar a desvestirse -el joven notó cómo los ojos de su
compañera estudiaban su hombro derecho- y se sentó en el banco de
mármol a observarlo.
-¿Has
calentado la cama de alguna bonita chica durante las fiestas,
Eitheladhar? No te creeré aunque me digas lo contrario.
Caradhar
se pensó la respuesta durante unos instantes. Luego dijo, sin faltar
a la verdad:
-Os
doy mi palabra, Su Excelencia, de que sois la única dama cuya merced
he recibido desde que estoy aquí.
-Ya
te he dicho que no te creeré -la Maeda rió por lo bajo-. Dudo mucho
que un encuentro cada siete días sea suficiente para alguien como
tú. ¿Sabes, Eitheladhar, por qué sólo te mando llamar con esa
frecuencia? -ella se echó sobre su espalda, flexionando sensualmente
las piernas de manera que la ligera tela que las cubría se deslizó
hasta casi su cintura- Por dos motivos: primero, porque necesito
tiempo para recuperarme de lo que haces conmigo... Y segundo: porque
haga lo que haga, me acueste con quien me acueste, afronte los
problemas que afronte durante esos días... al final sé que te
tendré a ti para hacerme olvidar cualquier cosa. Algo que esperar
con ilusión, ¿hmmm?
El
elfo vertió agua clara sobre su cuerpo recién enjabonado; miró a
su compañera a través de sus ojos semicerrados y separó los
labios.
-Entonces
será mejor que comencemos enseguida, ¿no creéis? -dijo al fin.
Agarrando
a Lady Neskahal por la muñeca, la introdujo con él en la bañera,
en medio de una cortina de gotas de agua. El diáfano tejido de sus
vestidos quedó empapado y adherido a su piel; su transparencia
reveló todos los encantos de su propietaria. Ella iba a protestar,
sorprendida, aunque después cambió de idea y rió; mas cuando vio
la manera en que el joven la miraba, con aquellos ojos tan fieros y
los labios apretados, su risa cesó de golpe.
Caradhar
la tomó entonces por la espalda, la sentó sobre su regazo y tiró
hacia arriba de sus vestimentas, desnudando la piel en contacto con
él; deslizó las manos sobre las caderas de la elfa hasta su sexo,
demorándose allí durante algunos instantes. Entonces le vino a la
mente la escena en la que había poseído al Sombra; recordó su
tacto, bajo los dedos, el sonido de su respiración agitada...
Separó
bruscamente sus nalgas y entró en ella por detrás, como de
costumbre, forzándola a cabalgarlo salvajemente mientras se
imaginaba que era Sül quien se estremecía y gemía sobre él.
El
Valle de Ummankor. Habían transcurrido años desde su anterior
visita al siniestro lugar. La situación no era muy diferente, salvo
que el número de guardias era considerablemente mayor, y la mayoría
de los alquimistas, bastante menos expertos -y, por lo tanto,
prescindibles-; eso, y que la zona a la que se dirigían, en la
profundidad de las cavernas, era mucho más peligrosa.
La
partida de Casa Arestinias no había sido agradable. Tras volver de
su visita a la Maeda, se había encontrado a Sül esperándole en la
habitación, junto a la ventana. Llevaba la cara descubierta, lo cual
era extraño, y tenía el ceño fruncido y las ventanas de la nariz
dilatadas.
-¿Qué
tal esta vez? -había sido el saludo del Sombra, con su tono más
cáustico- ¿La has dejado bien satisfecha? ¿Le diste un extra, ya
que te largas por una temporada?
-Si
realmente tienes que enterarte de todos mis movimientos, abstente, al
menos, de hacer comentarios -le había replicado Caradhar.
-¿Y
por qué no? -Sül estaba exasperado- Comentemos todos la increíble
potencia de nuestro pequeño amigo, Adhar. No importa a cuántos se
tire: siempre se guarda un poco para el siguiente de la lista.
-Ahora
me recuerdas a Darial -había comentado el más joven, con frialdad-.
¿Vas a intentar ponerme un collar y atarme a la cama?
-Supongo
que fui un gilipollas, pensando que no correrías a follarte a otro
justo después de... ¿Tienes idea de lo que arriesgo...? Nah, es
igual: olvídalo. ¡Joder! -había hecho amago de pegar un puñetazo
en la pared y se había llevado la mano enguantada a la cara, para
ocultar su turbación.
Caradhar
lo contemplaba con labios apretados: la reacción de su compañero le
disgustaba, y no lograba comprenderla. Finalmente, se había acercado
a él, con los brazos cruzados.
-No
entiendo qué es lo que quieres: ¿que me comporte como un recién
casado, o algo así? Aun en caso de que quisiera hacerlo, ¿crees que
Lady Neskahal aceptaría un no por respuesta? Si a ti te lo
ordenaran, tendrías que irte a la cama con quien fuera.
-No
lo creo: a diferencia de ti, yo nunca he tenido que follar con nadie
por negocios.
-¿Sabes
que resultas patético? Eres un asesino, y aquí estás, temblando
porque alguien con quien te acabas de acostar no te es fiel.
Sül
lo había mirado con ojos llenos de furia; asesino
era un gran insulto para un Darshi'nai, y tanto más cuanto que la
persona que lo pronunciaba era aquel de quien menos lo esperaba. No
se había molestado en replicar, no obstante; se había limitado a
mirar en otra dirección, su labio superior temblando. Caradhar había
reclinado el antebrazo en la pared, al lado de la cabeza del espía,
y había susurrado:
-Tuve
que pensar en ti, en cómo te lo hice, para excitarme.
Luego
había tomado un pequeño mechón de cabellos, escapado de la coleta
del Sombra, y había jugueteado con él, enrollándolo alrededor de
su dedo. Al estar tan próximo al mismísimo objeto de su deseo, lo
sentía renacer. Pero Sül había conservado su expresión grave,
evitando que sus ojos se encontraran. Al final, había concluido:
-Perdona
por lo que te he dicho; sí que es patético, y no se repetirá. Y en
cuanto a eso último... ojalá fuera suficiente... pero no lo es.
Después
de eso, Caradhar no había vuelto a ver al Sombra. Y ahora estaba en
Ummankor, en la profundidad de una grutas apenas iluminadas, por las
que esporádicamente subía el sonido de ominosos aullidos.
Los
más jóvenes del grupo, Caradhar incluido, junto con algunos
guardias, fueron enviados a la parte más profunda a recoger muestras
de la pared. Para todos ellos aquella era su primera vez, y no
estaban familiarizados con el entorno; las bajas eran numerosas, y
los que sobrevivían rara vez querían regresar. El joven dotado se
preguntaba qué era aquella substancia que con tanto cuidado
desprendían de las paredes rocosas; parecía de naturaleza orgánica,
más que mineral, y era fácil de confundir o pasar por alto si uno
no sabía lo que estaba buscando. Con gran sigilo se guardó un
fragmento: tal vez tuviera ocasión de analizarlo más tarde.
Dedicaron
un par de días a esas actividades; al tercero ocurrió un incidente:
en las generalmente silenciosas cavernas se oyeron voces airadas.
Caradhar fue a echar un vistazo y se encontró con un grupo de los
guardias de Arestinias discutiendo con otros elfos; al parecer, sus
actuales maestros se habían adentrado demasiado en un área ya
reclamada por otro laboratorio. La disputa se caldeaba cada vez más,
porque los soldados habían echado mano de sus armas en caso de que
tuvieran que usarlas.
Caradhar
y sus compañeros se fueron acercando; y, para su sorpresa, descubrió
que el grupo rival vestía la librea de Casa Elore'il: de hecho, uno
o dos de ellos le eran familiares. Con rapidez se apartó,
colocándose a la cola de su grupo, rogando para que no lo
reconocieran.
Y
entonces ocurrió: las voces atrajeron a una manada de abominaciones
desde los corredores inferiores.
El
joven elfo nunca había visto a una de aquellas criaturas de cerca.
Aunque diferentes en forma, la estructura básica era la de
humanoides de unos dos metros de longitud, pero con las extremidades
superiores adaptadas de manera que podían moverse a cuatro patas. La
piel era gruesa y grisácea o blanquecina, allá donde se había
decolorado, y algunas de ellas estaban parcialmente cubiertas de un
pelo corto y tan áspero como cerdas. Los ojos eran fantasmagóricos:
pequeños globos sin párpados, opacos como si estuvieran velados por
el glaucoma, pero reflectantes en la oscuridad; esferas lechosas que
evocaban fuegos fatuos y, como ellos, eran heraldos de muerte. Pero
lo realmente terrorífico eran sus fauces ponzoñosas: una o varias
filas de dientes largos, afilados o dentados como sierras; y sus
enormes garras, repugnantes y mortíferas.
La
aparición causó pánico en ambos grupos que, abandonando sus
equipos, corrieron atropelladamente túnel arriba entre gritos de
terror. Los guardias intentaron rezagarse para cubrir la retaguardia,
pero ninguno de ellos era lo suficientemente suicida como para
quedarse y pelear con aquellas bestias.
Caradhar
estaba en la peor situación posible: al haber intentado ocultarse a
la vista, se había colocado en la posición más vulnerable. Después
del fugaz vistazo a los horrores que subían por el corredor de
piedra, había echado a correr con los demás. Quiso la mala fortuna
que el elfo que corría justo delante de él tropezara y cayera cuan
largo era; el joven dotado no tuvo tiempo de esquivarlo y tropezó a
su vez, rodando varias veces sobre el desigual terreno por efecto de
su propio impulso.
Varias
abominaciones se abalanzaron sobre el alquimista caído; sus aullidos
helaban la sangre. Mas una de ellas fue a por Caradhar que, con la
espalda aún contra el suelo, trataba de levantarse tan rápido como
podía; no lo suficientemente rápido, ya que el monstruo saltó
sobre él, con las fauces abiertas para morder su cara.
Pero
sucedió algo inesperado: la bestia no lo atacó; se limitó a
sujetarlo contra el suelo mientras los dos orificios abiertos sobre
sus mandíbulas se pasearon por el rostro del dotado, emitiendo
sonidos de olfateo; él quedó paralizado bajo un terrorífico primer
plano de aquella cavidad con hileras de dientes serrados, goteando
saliva pegajosa, bañándolo con su aliento caliente.
Y
de repente, el ser, aparentemente satisfecho con su inspección,
sujetó con los dientes uno de los tobillos del joven, con cuidado de
no dañarlo, y comenzó a tirar de él hacia el interior de las
cuevas. Este no podía creerse lo que veía: ¿a dónde planeaba
llevárselo? ¿A devorarlo más tarde en la intimidad de su cubil?
Semejante pensamiento lo sacó de su estupor; con la pierna libre
pateó la cabeza de la abominación, tratando de librarse de su
férreo mordisco para salir corriendo; el monstruo soltó la presa y
lanzó un temible rugido.
El
guardia que cerraba el grupo lo salvó, clavando su lanza tan
profundamente como pudo en la enorme boca abierta. Caradhar se
incorporó y reemprendió la huida junto al soldado, dejando a
aquella aberración luchando por librarse del arma que sobresalía de
sus fauces ensangrentadas.
La
carrera hasta la salida fue demencial, con el sonido de los aullidos
de las bestias haciendo eco por los túneles, y el temor a mirar
hacia atrás y descubrirlas lanzando su fétido aliento sobre ellos.
Pero una vez allí, los soldados tomaron posiciones defensivas
mientras los civiles huían a un sitio más seguro. Abatieron a una
de las criaturas a flechazos; el resto se volvió por donde había
venido, perdiéndose de nuevo en las entrañas de la tierra.
Una
vez controlada la situación continuó la discusión entre ambas
Casas, y de las acusaciones mutuas de haber causado el incidente se
pasó a una disputa por la posesión del cadáver de la abominación.
Caradhar intentó no perderse detalle, pero fue interrumpido por el
guardia que lo había librado de la bestia, quien se acercaba con un
sanador; este se arrodilló junto al joven y lo examinó.
-Las
heridas causadas por las abominaciones suelen estar emponzoñadas y
aún no hemos elaborado un antídoto satisfactorio; muchos de los
heridos enferman y mueren -estaba diciendo el sanador-. Pero, vaya:
parece que nuestro aprendiz ha tenido suerte. No veo ninguna marca.
El
guardia se inclinó, asombrado, a echar un vistazo: él había
presenciado el ataque de la bestia; la había visto mordiendo,
aparentemente, el tobillo del elfo. Pero incluso la tela de sus ropas
estaba intacta y no había sufrido ni un rasguño. Era la primera vez
que sabía de alguien que hubiera escapado ileso a una situación
así. Caradhar intentó quitar hierro al asunto.
-Supongo
que esa cosa estaba interesada en llenar su despensa con comida viva.
Le agradezco su ayuda: si no la hubiera apartado tan rápido, de
seguro no habría escapado tan bien parado.
-Como
digo, un joven afortunado -añadió el sanador.
Caradhar
inclinó la cabeza ante el guardia y se mantuvo en su sitio,
cabizbajo, tratando de seguir escuchando a ambos grupos sin ser
notado. Cuando las cosas se calmaron y cada grupo volvió a su base,
el dotado se las arregló para colocarse lo más cerca posible del
maestro alquimista que estaba a cargo, el cual lanzaba una reprimenda
al jefe de la guardia.
-Si
hubierais cumplido con vuestra obligación, esto no habría sucedido.
¡Ya hemos sufrido una baja! Y, para colmo, perderemos el día de
hoy, porque no es seguro volver a la zona. ¡Dejar a los alquimistas
por detrás, mientras corréis a poneros a salvo...! No te quepa duda
de que informaré sobre esto.
-Le
avisé de que nos habíamos adentrado demasiado en terreno Elore'il,
señor -replicó el interpelado, tratando de reprimir su ira-. Era
una manada de no menos de seis de esas criaturas.¿Qué pretende que
hagamos, allá abajo, frente a eso?
-¡Lo
que debáis para salvar a mi gente! Y no me vengas con historias;
ahora que estamos tan cerca de poner las manos en lo que venimos
buscando, no podemos consentir que Elore'il nos ponga obstáculos.
¡Las cavernas no les pertenecen, después de todo! Si ellos lo
encontraron, también podemos hacerlo nosotros...
-En
caso de un enfrentamiento armado podrían presentar una queja formal
al Príncipe: un destacamento de humanos es una cosa, pero otra Casa
del Primer Círculo...
-Cuando
quiera tu asesoramiento político, te lo pediré -dijo el alquimista,
con sarcasmo-. Limítate a mantener a raya a los engendros y a los
otros guardias. Mañana tenemos que recoger las muestras de la misma
caverna en la que ellos están extrayendo, así que arréglatelas.
El
maestro despidió al guardia con un gesto de la mano; este último se
alejó, con una mirada de furia.
Al
día siguiente se reanudaron los trabajos. Un grupo más prudente
habría esperado a comprobar que la zona era completamente segura,
tras el encuentro de la víspera; no así Arestinias. La guardia se
aseguró de que las abominaciones se habían marchado; los
alquimistas miraron a su alrededor con desconfianza: del cuerpo de su
camarada caído no se había encontrado ni rastro.
Uno
de los soldados se acercó y susurró algo al alquimista a cargo;
este se frotó el mentón, con expresión pensativa, y luego miró a
su alrededor.
-¡Tú!
-dijo, señalando a Caradhar- Ven conmigo.
El
aludido obedeció. Caminaron junto con el guardia adentrándose en la
caverna, hasta un ramal en la vía principal. Se detuvieron ante una
angosta abertura en la pared, a una altura de dos metros. Ambos,
alquimista y guardia, se volvieron hacia el dotado.
-Escucha,
chico: esta abertura desemboca en una caverna secundaria de una
bastante mayor. Hay que deslizarse varios metros; es estrecho, pero
tú eres bastante ligero. Una vez al otro lado, si estudias la pared
con detenimiento, descubrirás trazas de la substancia que hemos
estado recolectando; intercalados entre ellas hallarás pequeños
nódulos, similares, pero de un color gris brillante. Deberás traer
todo lo que puedas, con cuidado, porque es muy quebradizo.
"Una
advertencia: te conviene ser silencioso, porque esa zona pertenece a
otra Casa. No creo que tengas muchas probabilidades de salir bien
parado si te descubren, así que sé discreto. ¿Has entendido?
Caradhar
asintió con la cabeza. Tomó sus herramientas, una pequeña lámpara,
y se aupó hasta el orificio de entrada. No había demasiado espacio
para maniobrar, pero se las arregló para gatear hacia el otro lado.
La
oscuridad era completa; había humedad y la roca era resbaladiza,
como si estuviera cubierta de limo; sus movimientos creaban un eco
desagradable que llenaba sus oídos; no tenía la certeza de que al
otro lado no se encontrarían, agazapadas, una horda de esas
horrendas criaturas; y, para colmo, si era descubierto por su antigua
Casa, una infinita variedad de problemas podrían abatirse sobre él:
sencillamente, perfecto.
Entre
tanto, el guardia y el alquimista conversaban en susurros:
-¿Por
qué enviar un aprendiz extranjero? -preguntó el primero- ¿Confiáis
en él lo suficiente como para encomendarle una tarea tan delicada?
-Tengo
mis razones -respondió el segundo-. Es el más prescindible; si
falla, siempre podemos hacer un nuevo intento; y si Elore'il lo
descubre, podemos desentendernos diciendo que era un espía de
Misselas... ¿Eh? ¿No has oído un ruido por allá? -ambos giraron
la cabeza hacia la entrada del ramal- Será mejor echar un vistazo...
Caradhar
llegó, al fin, al otro extremo del estrecho pasadizo; en la
oscuridad, sacó tímidamente la cabeza y escuchó largo rato, antes
de decidirse a encender la lámpara. Desde lejos llegaban vagos
sonidos que supuso eran producidos por el otro grupo de alquimistas.
Se descolgó del orificio hasta suelo firme y estudió la pared con
detenimiento. En efecto: diseminadas aquí y allá pudo distinguir
diminutas manchas con un brillo plateado; rascó una de ellas y se
encontró en los dedos una mínima cantidad de escamas grises que le
resultaron muy familiares. No en vano llevaba años trabajando con
ellas: eran idénticas a las que había encontrado, mucho tiempo
atrás, en su primera expedición a Ummankor.
Las
manchas en la pared estaban tan dispersas que poco podría sacar de
ellas; decidió adentrarse un poco más en la caverna secundaria y
aguzar la vista. Y su búsqueda dio fruto, porque encontró una
superficie prometedora, cubierta de esa substancia que parecía
orgánica de la que se había guardado una muestra, bajo la que se
vislumbraban nódulos grises. Sacó su pequeño martillo geológico y
se abrió camino en la roca, posando su lámpara de aceite en el
suelo.
Había
perdido la noción del tiempo; toda su atención estaba concentrada
en la extracción de aquel material tan frágil cuando, de repente,
una voz familiar llamó: "¡Caradhar!". Se volvió,
sorprendido, justo a tiempo de ver un borrón negro que se lanzó
sobre él, lo tomó por la muñeca y lo arrastró, lanzándolo casi,
a cubierto tras una esquina en la pared de piedra.
A
sus espaldas, el mundo pareció colapsarse: un estallido ensordecedor
hizo vibrar el suelo que pisaban; temblaron también las paredes, y
el sonido de rocas desprendiéndose retumbó en la caverna y los
corredores adyacentes. Una nube de polvo se posó sobre ambos elfos.
Cuando
el dotado reaccionó se encontró con Sül tendido sobre él,
haciéndole de escudo con su cuerpo, bajo una fina capa de escombros.
El Sombra, sin decir nada, se cercioró de que ambos estuvieran
ilesos, se levantó y estudió la situación. La pared en la que el
aprendiz de alquimista había estado trabajando se hallaba
completamente sepultada por las rocas; en idéntica situación se
hallaba la entrada a la caverna secundaria; el techo bajo el que se
encontraban, para colmo de males, amenazaba con ceder a su vez; era
imposible que cualquier criatura viva en los alrededores hubiera
dejado de escuchar el estruendo, así que pronto vendrían a
investigar qué lo había causado, ya fueran guardias o
abominaciones. O ambos. Mascullando un juramento, volvió a agarrar a
su compañero, el cual aún no había reaccionado completamente. Lo
embutió el el orificio por el que había entrado, saltó tras él y
se deslizó, como una anguila, para echar un ojo discretamente hacia
el extremo de salida: hacia la mitad, había quedado bloqueado por
más rocas desprendidas. Viendo el lado positivo de la situación,
eso significaba que los Arestinias que esperaban al otro lado no lo
descubrirían enseguida; por otra parte, quería decir también que
tenían todas las salidas bloqueadas, y por cualquiera de ellas
podría aparecer un grupo de reconocimiento. Lanzó nuevos
juramentos, desencajó algunas de las piedras del pasadizo e hizo
señas a Caradhar para que las colocara ocultando el agujero por el
que acababan de subir; de esa manera, un posible explorador que
pudiera abrirse camino desde la zona donde trabajaban los Elore'il no
descubriría enseguida la ruta de escape.
No
sabía si los Arestinias estarían apartando escombros; en ese caso,
estaría en aprietos. Pero tampoco podían quedarse para siempre en
aquel agujero, donde apenas había espacio para moverse. Se pasó la
mano por la cara; volvió el rostro, en la oscuridad, hacia su
compañero, encajado bajo él en el túnel, y estalló.
-¿Qué
clase de tarado gilipollas eres? -masculló, furioso- ¿Es que no
olías el gas? Y la maldita lámpara encendida, pegada a la pared...
¿No te entra en tu cerebro retrasado que ahora mismo estarías
enterrado bajo una pila de piedras?
-¿Gas?
¿Qué gas? - preguntó Caradhar, aún confuso.
-¿Qué
gas? -el
Sombra, encolerizado, agarró al dotado por el cuello- ¡El jodido
gas
que liberaste al picar la jodida
pared, jodido
imbécil!
Vamos... ¡si apestas a él! ¿Cómo no lo...?
Bajo
él, Caradhar se había quedado en silencio; no podía ver su rostro,
porque estaban sumidos en la oscuridad, pero Sül también enmudeció.
Echó mano a su cinturón, tomó un pequeño vial, aguantó la
respiración y lo destapó: contenía un preparado que usaba
principalmente para ahuyentar a los animales; era inofensivo, pero
tan pestilente que hacía lagrimear. Caradhar no reaccionó.
-No
puedes oler, ¿eh? -se asombró Sül- Vaya... Es la primera vez que
veo algo así. ¿Desde cuándo?
-No
es algo que vaya contando por ahí -respondió el interpelado, tras
un momento de duda-. Nunca se lo he comentado a nadie, y te
agradecería que no lo mencionaras.
-¿Por
qué? No es ninguna vergüenza, que yo sepa. A menos que... -de
repente, algunas cosas empezaron a cobrar sentido en la mente del
joven. Cosas relacionadas con cierta poción y cierto Maede
asesinado...
-¿No
deberíamos ocuparnos de otros
asuntos en este momento?
-Ah...
puede que tengas razón... Muévete hasta donde el túnel se ha
bloqueado y ve pasándome rocas, que yo las iré dejando al otro
extremo. Si te encuentras a tus amiguitos Arestinias cavando por el
otro lado, sería de agradecer que te los llevaras de ahí cuanto
antes y los entretuvieras para que yo pueda largarme discretamente,
¿estamos? -no hubo respuesta- Caradhar, ¿me...?
Lo
interrumpieron los labios del dotado, presionando los suyos, y su
lengua deslizándose entre ellos, hundiéndose en su boca con
voracidad, las manos sobre ambas mejillas para que no pudiera escapar
de su beso; tampoco lo intentó.
-Lo
lamento mucho, si apesto -comentó el elfo más joven, arrastrándose
para seguir las instrucciones del espía.
Por
su parte, Sül se colocó en su posición, contrariado: como si la
situación no fuera bastante mala, ahora también tenía que lidiar
con un bulto en sus pantalones.
Les
costó horas de trabajo, pero comenzaron a oír el sonido de manos
excavando desde el otro lado. El Sombra se retiró al final del
túnel; Caradhar siguió extrayendo algunas rocas y, al final, se
dibujó una fina línea de luz entre las grietas. Para su sorpresa,
sólo había un guardia dedicado a la tarea de rescatarlo: el mismo
que le había librado de la abominación.
-¡Dioses!
-exclamó cuando vio emerger al aprendiz de alquimista desde la
oscuridad de la abertura- ¡Sabía que merecía la pena intentarlo!
¿Estás herido? ¿Qué ha pasado ahí dentro? Aguarda, te echaré
una mano para bajar...
-Una
bolsa de gas, al picar la roca. Afortunadamente, no me descubrieron.
-Vaya...
Sí que eres afortunado. Ha habido movimiento de los otros grupos por
aquí; nos dieron orden de no emprender ninguna búsqueda porque era
demasiado arriesgado, y te daban por muerto. Pero yo creí que
debía...
-Necesito
aire; es mejor que hablemos fuera -interrumpió Caradhar, deseando
alejar al guardia del pasadizo y de Sül.
-Es
cierto, lo siento. ¡Vayamos afuera!
Ambos
caminaron túnel arriba. Al cabo de un rato, una sombra apareció,
casi invisible en la oscuridad. Y ni un minuto demasiado pronto:
había tragado gas, estaba exhausto y la cabeza le daba vueltas desde
hacía horas. El espía se alejó con paso inseguro.
-Tengo
que agradecerte de nuevo que me salvaras -dijo Caradhar al guardia,
una vez que se alejaron lo suficiente-. Se está convirtiendo en un
hábito.
El
dotado se detuvo un instante e inclinó la cabeza con las manos sobre
el pecho, en agradecimiento, a la manera de los elfos. El guardia se
sintió complacido y confuso.
-Sólo
cumplía con mi deber... No... no me lo habría perdonado, sin
intentarlo al menos.
-Celebro
que no todo el mundo me considere tan prescindible. Al fin y al cabo,
no pertenezco a la Casa.
-Ah...
no... eso... -el guardia enrojeció ligeramente- En realidad, el jefe
de la guardia organizó una partida de rescate; fue el maestro
alquimista el que se negó rotundamente y nos prohibió...
-Te
has buscado un problema por mi causa -afirmó Caradhar.
-...
-Lo
siento.
-Hey,
aquella era la lanza que me regalaron en mi promoción -bromeó el
soldado, refiriéndose a la que había utilizado contra la
abominación-. Que me aspen si iba a dejar que se perdiera por
nada...
En
el campamento base, Caradhar, aún cubierto de polvo y suciedad, fue
convocado por el maestro alquimista; por su rostro, era fácilmente
deducible que no se alegraba de volver a verlo. Lo sermoneó con ira
sobre las consecuencias que su infructuoso
e imperdonable descuido podían
traer sobre todos ellos; en medio de su discurso, el dotado extrajo
un saquito de sus ropas y se lo tendió. El alquimista se enfureció
aún más, pero aún así abrió el recipiente; se quedó sin
palabras.
-¿Es
lo que buscaba, señor?
-No
pensé que... -tomó un pellizco y lo examinó a la luz de la
lámpara, olvidándose del resto- Donde encontraste esto, ¿hay más?
-Sepultado
bajo las rocas, señor. ¿Puedo preguntar qué es? -dijo el joven.
El
maestro salió de su asombro y contempló al aprendiz con ojos
especuladores.
-Nada
que te incumba. ¡Y por culpa de tu incompetencia, podría ser lo
último que veamos! ¡Desaparece de mi vista antes de que...! ¡Fuera!
Caradhar
obedeció. Pensó en Sül: no en si se encontraba a salvo, porque eso
siempre lo daba por hecho; pero sentía curiosidad sobre cuál podría
ser su escondite, en medio de aquella desolación.
Las
operaciones normales se reanudaron varios días más tarde. Todos los
jóvenes alquimistas retomaron sus posiciones en las profundidades,
aunque el ambiente era diferente. Unos y otros cuchicheaban pues, al
parecer, el maestro había abandonado el valle con las primeras
luces, escoltado por un buen número de guardias fuertemente armados.
Caradhar
no necesitó más explicaciones: sabía que el científico se había
apresurado a volver a Casa Arestinias para poner a salvo su recién
adquirido tesoro. Se preguntó si había sido prudente entregarle la
substancia, pero se encogió de hombros: una vez en la pista
correcta, la habrían obtenido de una forma u otra.
El
joven observó, por el rabillo del ojo, al jefe de la guardia
conversando en voz baja con uno de los soldados; los había
sorprendido a ambos mirando en su dirección. Buscó con la vista al
que había sido su benefactor esos días, pero por primera vez no se
encontraba allí. Acto seguido, el soldado caminó hacia él.
-Necesito
que me acompañes hasta la entrada del lugar donde ocurrió el
derrumbamiento; tengo órdenes de realizar una inspección.
Caradhar
asintió y precedió al guardia en el descenso hasta el ramal,
sosteniendo la pequeña lámpara. Tenía el convencimiento de que las
cosas no marchaban bien para él; aun así, prefirió esperar y
confiar en que, si la situación se ponía fea, el Sombra no andaría
lejos.
Una
vez que se adentraron en el corredor que conducía a la abertura, la
previsión del joven dotado se confirmó: el guardia se abalanzó
sobre él, le tapó la boca, y le apuñaló en el costado con una
hoja larga y afilada. El dolor fue intenso, y aún más cuando su
captor sacó el filo y volvió a hundirlo varias veces; aunque nada
comparado a sentir el corazón atravesado por una barra de metal
oxidado...
El
soldado clavó la daga una última vez y sujetó a su presa con
fuerza; a pesar del tormento que le suponía, el joven dejó que su
cuerpo quedara laxo y pretendió que las piernas habían dejado de
sostenerle. Se deslizó hasta quedar de rodillas, reclinado contra la
pared de roca. El guardia lo soltó muy despacio, y se estiró para
recoger la lámpara, que había caído al suelo. Caradhar aprovechó
el movimiento para extraer el arma de su costado; sus heridas se
cerraron rápidamente.
El
elfo se volvió; estaba preparado para arrastrar un cadáver, y lo
que no esperaba era que su víctima abriera los ojos y lo apuñalara
en el cuello con su propia daga. Miró al dotado, con asombro;
intentó gritar, pero la hoja había atravesado sus cuerdas vocales y
todo lo que pudo emitir fue un desagradable gorgoteo, mientras la
sangre manaba a través de sus labios. Después se derrumbó, muerto.
Caradhar
se preguntó cómo explicaría la desaparición del guardia. Había
estado dependiendo demasiado del Sombra, pero este no se había
presentado. ¿Habría partido a ocuparse de otras tareas, o...?
Frunció el ceño.
Extrajo
el arma de la herida y volvió a deslizarla en la vaina que pendía
del cinturón del muerto. Había sangre en el suelo rocoso; ¿olerían
aquellos monstruos la sangre? Este pensamiento hizo que el pulso se
le acelerara. Agarró el cuerpo por los tobillos y lo arrastró fuera
del ramal, corredor abajo. Podía escuchar los latidos de su propio
corazón, martilleando en sus oídos; si él podía hacerlo, ¿por
qué no las abominaciones? Se preguntó hasta dónde podía arrastrar
aquel cadáver tan pesado, cuán abajo podría llegar hasta que no
hubiera retorno y las fauces de Ummankor se cerraran sobre él. De
repente, oyó un sonido extraño que subía del túnel: el eco de
pasos que se arrastraban; un olfateo inquietante; un gruñido
gutural... Automáticamente, soltó el cuerpo y echó a correr.
Al
pasar junto al asombrado guardia del túnel, y luego junto al grupo,
no se detuvo; sólo pudo articular "¡abominaciones!", e
inmediatamente causó la desbandada general.
Las
abominaciones no aparecieron esta vez. Pero cuando acudieron
exploradores más tarde a ver qué había sido del guardia
desaparecido, no encontraron nada: tan sólo algunas manchas de
sangre seca.
Caradhar
fue reenviado a Argailias. Al parecer, uno de los pájaros mensajeros
de la Maeda había llegado con órdenes de que el aprendiz fuera
escoltado, sano y salvo, de vuelta a Casa Arestinias. El joven no se
permitió bajar la guardia durante el viaje, temiendo que los
guardias intentaran terminar el trabajo.
No
sucedió nada digno de mención. El Sombra, no obstante, siguió sin
aparecer.
Capítulo anterior Capítulo siguiente
No hay comentarios:
Publicar un comentario