2012/03/04

EL DON ENCADENADO XIII: En las profundidades de Ummankor







El Gran Alquimista desvió la atención de sus documentos para echar un vistazo al elfo que se alzaba frente a él. Tenía la mirada altanera de alguien que detesta que le hagan perder el tiempo pero acepta con resignación que hay asuntos de los que debe encargarse en persona.



-Raisven me ha hablado bien de ti, hum, ¿cuál era tu nombre?



-Eitheladhar, su Señoría.



-De Misselas. Tienes buenas referencias. Conocí a tu maestro, hace tiempo; un elfo muy capaz. Es sólo por eso que acordamos tenerte aquí pues, como habrás podido comprobar, ya no aceptamos aprendices de fuera.¿Dónde has estado estos días de fiesta? -preguntó el alquimista a bocajarro.



-Me he alojado en una posada, su Señoría. Desde que llegué no he tenido ocasión de visitar Argailias. Por lo poco que he conocido, es una ciudad muy hermosa -el elfo de más edad no hizo ningún comentario al respecto; después volvió a cambiar de tema.



-Raisven me dice que te has ofrecido voluntario para la próxima expedición al valle de Ummankor. ¿Eres consciente de que es un lugar peligroso?



-Mi maestro me encomendó encarecidamente que no dejara escapar la oportunidad de ampliar mis estudios visitándolo -Caradhar recitaba casi punto por punto las cuestiones que habían preparado como parte de su subterfugio-. No muchos de Misselas podemos hacerlo, su Señoría.



El Gran Alquimista no replicó; hizo una señal a uno de los guardias, el cual tomó a Caradhar por el hombro derecho y lo condujo a la puerta. Apretó con fuerza; tal vez más de la necesaria. Por la forma en que lo hizo, el dotado se preguntó si no estaría comprobando la existencia de alguna lesión... Frunció el ceño al guardia pero, por supuesto, ya no había ninguna herida que esconder.

Al volver la espalda al alquimista no fue capaz de percatarse de la inquina con que lo miraban sus ojos al abandonar la habitación. Y tampoco habría sabido el porqué.



Cuando salió, Raisven se interesó vivamente por la conversación que había mantenido con su superior. Aparte del asunto con la Maeda, confiaba en las habilidades del joven y creía que sería una buena elección para la tarea; y cuanto más lejos estuviera de Lady Neskahal, tanto mejor.



No por aquella noche, no obstante... Puntual en su cita de la semana, la Maeda había mandado buscar a su joven amante, y se hallaba reunida con él en su lugar habitual. Como cada vez, estaban ocupados en el ritual del baño, solo que ahora la elfa ya no hacía venir a su doncella: una vez comprobado que el "material" era de buena calidad, prefería tenerlo sólo para su disfrute personal...

Ayudó a Caradhar a desvestirse -el joven notó cómo los ojos de su compañera estudiaban su hombro derecho- y se sentó en el banco de mármol a observarlo.



-¿Has calentado la cama de alguna bonita chica durante las fiestas, Eitheladhar? No te creeré aunque me digas lo contrario.



Caradhar se pensó la respuesta durante unos instantes. Luego dijo, sin faltar a la verdad:



-Os doy mi palabra, Su Excelencia, de que sois la única dama cuya merced he recibido desde que estoy aquí.



-Ya te he dicho que no te creeré -la Maeda rió por lo bajo-. Dudo mucho que un encuentro cada siete días sea suficiente para alguien como tú. ¿Sabes, Eitheladhar, por qué sólo te mando llamar con esa frecuencia? -ella se echó sobre su espalda, flexionando sensualmente las piernas de manera que la ligera tela que las cubría se deslizó hasta casi su cintura- Por dos motivos: primero, porque necesito tiempo para recuperarme de lo que haces conmigo... Y segundo: porque haga lo que haga, me acueste con quien me acueste, afronte los problemas que afronte durante esos días... al final sé que te tendré a ti para hacerme olvidar cualquier cosa. Algo que esperar con ilusión, ¿hmmm?



El elfo vertió agua clara sobre su cuerpo recién enjabonado; miró a su compañera a través de sus ojos semicerrados y separó los labios.



-Entonces será mejor que comencemos enseguida, ¿no creéis? -dijo al fin.



Agarrando a Lady Neskahal por la muñeca, la introdujo con él en la bañera, en medio de una cortina de gotas de agua. El diáfano tejido de sus vestidos quedó empapado y adherido a su piel; su transparencia reveló todos los encantos de su propietaria. Ella iba a protestar, sorprendida, aunque después cambió de idea y rió; mas cuando vio la manera en que el joven la miraba, con aquellos ojos tan fieros y los labios apretados, su risa cesó de golpe.

Caradhar la tomó entonces por la espalda, la sentó sobre su regazo y tiró hacia arriba de sus vestimentas, desnudando la piel en contacto con él; deslizó las manos sobre las caderas de la elfa hasta su sexo, demorándose allí durante algunos instantes. Entonces le vino a la mente la escena en la que había poseído al Sombra; recordó su tacto, bajo los dedos, el sonido de su respiración agitada...

Separó bruscamente sus nalgas y entró en ella por detrás, como de costumbre, forzándola a cabalgarlo salvajemente mientras se imaginaba que era Sül quien se estremecía y gemía sobre él.







El Valle de Ummankor. Habían transcurrido años desde su anterior visita al siniestro lugar. La situación no era muy diferente, salvo que el número de guardias era considerablemente mayor, y la mayoría de los alquimistas, bastante menos expertos -y, por lo tanto, prescindibles-; eso, y que la zona a la que se dirigían, en la profundidad de las cavernas, era mucho más peligrosa.

La partida de Casa Arestinias no había sido agradable. Tras volver de su visita a la Maeda, se había encontrado a Sül esperándole en la habitación, junto a la ventana. Llevaba la cara descubierta, lo cual era extraño, y tenía el ceño fruncido y las ventanas de la nariz dilatadas.



-¿Qué tal esta vez? -había sido el saludo del Sombra, con su tono más cáustico- ¿La has dejado bien satisfecha? ¿Le diste un extra, ya que te largas por una temporada?



-Si realmente tienes que enterarte de todos mis movimientos, abstente, al menos, de hacer comentarios -le había replicado Caradhar.



-¿Y por qué no? -Sül estaba exasperado- Comentemos todos la increíble potencia de nuestro pequeño amigo, Adhar. No importa a cuántos se tire: siempre se guarda un poco para el siguiente de la lista.



-Ahora me recuerdas a Darial -había comentado el más joven, con frialdad-. ¿Vas a intentar ponerme un collar y atarme a la cama?



-Supongo que fui un gilipollas, pensando que no correrías a follarte a otro justo después de... ¿Tienes idea de lo que arriesgo...? Nah, es igual: olvídalo. ¡Joder! -había hecho amago de pegar un puñetazo en la pared y se había llevado la mano enguantada a la cara, para ocultar su turbación.



Caradhar lo contemplaba con labios apretados: la reacción de su compañero le disgustaba, y no lograba comprenderla. Finalmente, se había acercado a él, con los brazos cruzados.



-No entiendo qué es lo que quieres: ¿que me comporte como un recién casado, o algo así? Aun en caso de que quisiera hacerlo, ¿crees que Lady Neskahal aceptaría un no por respuesta? Si a ti te lo ordenaran, tendrías que irte a la cama con quien fuera.



-No lo creo: a diferencia de ti, yo nunca he tenido que follar con nadie por negocios.



-¿Sabes que resultas patético? Eres un asesino, y aquí estás, temblando porque alguien con quien te acabas de acostar no te es fiel.



Sül lo había mirado con ojos llenos de furia; asesino era un gran insulto para un Darshi'nai, y tanto más cuanto que la persona que lo pronunciaba era aquel de quien menos lo esperaba. No se había molestado en replicar, no obstante; se había limitado a mirar en otra dirección, su labio superior temblando. Caradhar había reclinado el antebrazo en la pared, al lado de la cabeza del espía, y había susurrado:



-Tuve que pensar en ti, en cómo te lo hice, para excitarme.



Luego había tomado un pequeño mechón de cabellos, escapado de la coleta del Sombra, y había jugueteado con él, enrollándolo alrededor de su dedo. Al estar tan próximo al mismísimo objeto de su deseo, lo sentía renacer. Pero Sül había conservado su expresión grave, evitando que sus ojos se encontraran. Al final, había concluido:



-Perdona por lo que te he dicho; sí que es patético, y no se repetirá. Y en cuanto a eso último... ojalá fuera suficiente... pero no lo es.





Después de eso, Caradhar no había vuelto a ver al Sombra. Y ahora estaba en Ummankor, en la profundidad de una grutas apenas iluminadas, por las que esporádicamente subía el sonido de ominosos aullidos.

Los más jóvenes del grupo, Caradhar incluido, junto con algunos guardias, fueron enviados a la parte más profunda a recoger muestras de la pared. Para todos ellos aquella era su primera vez, y no estaban familiarizados con el entorno; las bajas eran numerosas, y los que sobrevivían rara vez querían regresar. El joven dotado se preguntaba qué era aquella substancia que con tanto cuidado desprendían de las paredes rocosas; parecía de naturaleza orgánica, más que mineral, y era fácil de confundir o pasar por alto si uno no sabía lo que estaba buscando. Con gran sigilo se guardó un fragmento: tal vez tuviera ocasión de analizarlo más tarde.

Dedicaron un par de días a esas actividades; al tercero ocurrió un incidente: en las generalmente silenciosas cavernas se oyeron voces airadas. Caradhar fue a echar un vistazo y se encontró con un grupo de los guardias de Arestinias discutiendo con otros elfos; al parecer, sus actuales maestros se habían adentrado demasiado en un área ya reclamada por otro laboratorio. La disputa se caldeaba cada vez más, porque los soldados habían echado mano de sus armas en caso de que tuvieran que usarlas.

Caradhar y sus compañeros se fueron acercando; y, para su sorpresa, descubrió que el grupo rival vestía la librea de Casa Elore'il: de hecho, uno o dos de ellos le eran familiares. Con rapidez se apartó, colocándose a la cola de su grupo, rogando para que no lo reconocieran.

Y entonces ocurrió: las voces atrajeron a una manada de abominaciones desde los corredores inferiores.

El joven elfo nunca había visto a una de aquellas criaturas de cerca. Aunque diferentes en forma, la estructura básica era la de humanoides de unos dos metros de longitud, pero con las extremidades superiores adaptadas de manera que podían moverse a cuatro patas. La piel era gruesa y grisácea o blanquecina, allá donde se había decolorado, y algunas de ellas estaban parcialmente cubiertas de un pelo corto y tan áspero como cerdas. Los ojos eran fantasmagóricos: pequeños globos sin párpados, opacos como si estuvieran velados por el glaucoma, pero reflectantes en la oscuridad; esferas lechosas que evocaban fuegos fatuos y, como ellos, eran heraldos de muerte. Pero lo realmente terrorífico eran sus fauces ponzoñosas: una o varias filas de dientes largos, afilados o dentados como sierras; y sus enormes garras, repugnantes y mortíferas.

La aparición causó pánico en ambos grupos que, abandonando sus equipos, corrieron atropelladamente túnel arriba entre gritos de terror. Los guardias intentaron rezagarse para cubrir la retaguardia, pero ninguno de ellos era lo suficientemente suicida como para quedarse y pelear con aquellas bestias.

Caradhar estaba en la peor situación posible: al haber intentado ocultarse a la vista, se había colocado en la posición más vulnerable. Después del fugaz vistazo a los horrores que subían por el corredor de piedra, había echado a correr con los demás. Quiso la mala fortuna que el elfo que corría justo delante de él tropezara y cayera cuan largo era; el joven dotado no tuvo tiempo de esquivarlo y tropezó a su vez, rodando varias veces sobre el desigual terreno por efecto de su propio impulso.

Varias abominaciones se abalanzaron sobre el alquimista caído; sus aullidos helaban la sangre. Mas una de ellas fue a por Caradhar que, con la espalda aún contra el suelo, trataba de levantarse tan rápido como podía; no lo suficientemente rápido, ya que el monstruo saltó sobre él, con las fauces abiertas para morder su cara.

Pero sucedió algo inesperado: la bestia no lo atacó; se limitó a sujetarlo contra el suelo mientras los dos orificios abiertos sobre sus mandíbulas se pasearon por el rostro del dotado, emitiendo sonidos de olfateo; él quedó paralizado bajo un terrorífico primer plano de aquella cavidad con hileras de dientes serrados, goteando saliva pegajosa, bañándolo con su aliento caliente.

Y de repente, el ser, aparentemente satisfecho con su inspección, sujetó con los dientes uno de los tobillos del joven, con cuidado de no dañarlo, y comenzó a tirar de él hacia el interior de las cuevas. Este no podía creerse lo que veía: ¿a dónde planeaba llevárselo? ¿A devorarlo más tarde en la intimidad de su cubil? Semejante pensamiento lo sacó de su estupor; con la pierna libre pateó la cabeza de la abominación, tratando de librarse de su férreo mordisco para salir corriendo; el monstruo soltó la presa y lanzó un temible rugido.

El guardia que cerraba el grupo lo salvó, clavando su lanza tan profundamente como pudo en la enorme boca abierta. Caradhar se incorporó y reemprendió la huida junto al soldado, dejando a aquella aberración luchando por librarse del arma que sobresalía de sus fauces ensangrentadas.

La carrera hasta la salida fue demencial, con el sonido de los aullidos de las bestias haciendo eco por los túneles, y el temor a mirar hacia atrás y descubrirlas lanzando su fétido aliento sobre ellos. Pero una vez allí, los soldados tomaron posiciones defensivas mientras los civiles huían a un sitio más seguro. Abatieron a una de las criaturas a flechazos; el resto se volvió por donde había venido, perdiéndose de nuevo en las entrañas de la tierra.

Una vez controlada la situación continuó la discusión entre ambas Casas, y de las acusaciones mutuas de haber causado el incidente se pasó a una disputa por la posesión del cadáver de la abominación. Caradhar intentó no perderse detalle, pero fue interrumpido por el guardia que lo había librado de la bestia, quien se acercaba con un sanador; este se arrodilló junto al joven y lo examinó.



-Las heridas causadas por las abominaciones suelen estar emponzoñadas y aún no hemos elaborado un antídoto satisfactorio; muchos de los heridos enferman y mueren -estaba diciendo el sanador-. Pero, vaya: parece que nuestro aprendiz ha tenido suerte. No veo ninguna marca.



El guardia se inclinó, asombrado, a echar un vistazo: él había presenciado el ataque de la bestia; la había visto mordiendo, aparentemente, el tobillo del elfo. Pero incluso la tela de sus ropas estaba intacta y no había sufrido ni un rasguño. Era la primera vez que sabía de alguien que hubiera escapado ileso a una situación así. Caradhar intentó quitar hierro al asunto.



-Supongo que esa cosa estaba interesada en llenar su despensa con comida viva. Le agradezco su ayuda: si no la hubiera apartado tan rápido, de seguro no habría escapado tan bien parado.



-Como digo, un joven afortunado -añadió el sanador.



Caradhar inclinó la cabeza ante el guardia y se mantuvo en su sitio, cabizbajo, tratando de seguir escuchando a ambos grupos sin ser notado. Cuando las cosas se calmaron y cada grupo volvió a su base, el dotado se las arregló para colocarse lo más cerca posible del maestro alquimista que estaba a cargo, el cual lanzaba una reprimenda al jefe de la guardia.



-Si hubierais cumplido con vuestra obligación, esto no habría sucedido. ¡Ya hemos sufrido una baja! Y, para colmo, perderemos el día de hoy, porque no es seguro volver a la zona. ¡Dejar a los alquimistas por detrás, mientras corréis a poneros a salvo...! No te quepa duda de que informaré sobre esto.



-Le avisé de que nos habíamos adentrado demasiado en terreno Elore'il, señor -replicó el interpelado, tratando de reprimir su ira-. Era una manada de no menos de seis de esas criaturas.¿Qué pretende que hagamos, allá abajo, frente a eso?



-¡Lo que debáis para salvar a mi gente! Y no me vengas con historias; ahora que estamos tan cerca de poner las manos en lo que venimos buscando, no podemos consentir que Elore'il nos ponga obstáculos. ¡Las cavernas no les pertenecen, después de todo! Si ellos lo encontraron, también podemos hacerlo nosotros...



-En caso de un enfrentamiento armado podrían presentar una queja formal al Príncipe: un destacamento de humanos es una cosa, pero otra Casa del Primer Círculo...



-Cuando quiera tu asesoramiento político, te lo pediré -dijo el alquimista, con sarcasmo-. Limítate a mantener a raya a los engendros y a los otros guardias. Mañana tenemos que recoger las muestras de la misma caverna en la que ellos están extrayendo, así que arréglatelas.



El maestro despidió al guardia con un gesto de la mano; este último se alejó, con una mirada de furia.





Al día siguiente se reanudaron los trabajos. Un grupo más prudente habría esperado a comprobar que la zona era completamente segura, tras el encuentro de la víspera; no así Arestinias. La guardia se aseguró de que las abominaciones se habían marchado; los alquimistas miraron a su alrededor con desconfianza: del cuerpo de su camarada caído no se había encontrado ni rastro.

Uno de los soldados se acercó y susurró algo al alquimista a cargo; este se frotó el mentón, con expresión pensativa, y luego miró a su alrededor.



-¡Tú! -dijo, señalando a Caradhar- Ven conmigo.



El aludido obedeció. Caminaron junto con el guardia adentrándose en la caverna, hasta un ramal en la vía principal. Se detuvieron ante una angosta abertura en la pared, a una altura de dos metros. Ambos, alquimista y guardia, se volvieron hacia el dotado.



-Escucha, chico: esta abertura desemboca en una caverna secundaria de una bastante mayor. Hay que deslizarse varios metros; es estrecho, pero tú eres bastante ligero. Una vez al otro lado, si estudias la pared con detenimiento, descubrirás trazas de la substancia que hemos estado recolectando; intercalados entre ellas hallarás pequeños nódulos, similares, pero de un color gris brillante. Deberás traer todo lo que puedas, con cuidado, porque es muy quebradizo.

"Una advertencia: te conviene ser silencioso, porque esa zona pertenece a otra Casa. No creo que tengas muchas probabilidades de salir bien parado si te descubren, así que sé discreto. ¿Has entendido?



Caradhar asintió con la cabeza. Tomó sus herramientas, una pequeña lámpara, y se aupó hasta el orificio de entrada. No había demasiado espacio para maniobrar, pero se las arregló para gatear hacia el otro lado.

La oscuridad era completa; había humedad y la roca era resbaladiza, como si estuviera cubierta de limo; sus movimientos creaban un eco desagradable que llenaba sus oídos; no tenía la certeza de que al otro lado no se encontrarían, agazapadas, una horda de esas horrendas criaturas; y, para colmo, si era descubierto por su antigua Casa, una infinita variedad de problemas podrían abatirse sobre él: sencillamente, perfecto.

Entre tanto, el guardia y el alquimista conversaban en susurros:



-¿Por qué enviar un aprendiz extranjero? -preguntó el primero- ¿Confiáis en él lo suficiente como para encomendarle una tarea tan delicada?



-Tengo mis razones -respondió el segundo-. Es el más prescindible; si falla, siempre podemos hacer un nuevo intento; y si Elore'il lo descubre, podemos desentendernos diciendo que era un espía de Misselas... ¿Eh? ¿No has oído un ruido por allá? -ambos giraron la cabeza hacia la entrada del ramal- Será mejor echar un vistazo...





Caradhar llegó, al fin, al otro extremo del estrecho pasadizo; en la oscuridad, sacó tímidamente la cabeza y escuchó largo rato, antes de decidirse a encender la lámpara. Desde lejos llegaban vagos sonidos que supuso eran producidos por el otro grupo de alquimistas. Se descolgó del orificio hasta suelo firme y estudió la pared con detenimiento. En efecto: diseminadas aquí y allá pudo distinguir diminutas manchas con un brillo plateado; rascó una de ellas y se encontró en los dedos una mínima cantidad de escamas grises que le resultaron muy familiares. No en vano llevaba años trabajando con ellas: eran idénticas a las que había encontrado, mucho tiempo atrás, en su primera expedición a Ummankor.

Las manchas en la pared estaban tan dispersas que poco podría sacar de ellas; decidió adentrarse un poco más en la caverna secundaria y aguzar la vista. Y su búsqueda dio fruto, porque encontró una superficie prometedora, cubierta de esa substancia que parecía orgánica de la que se había guardado una muestra, bajo la que se vislumbraban nódulos grises. Sacó su pequeño martillo geológico y se abrió camino en la roca, posando su lámpara de aceite en el suelo.

Había perdido la noción del tiempo; toda su atención estaba concentrada en la extracción de aquel material tan frágil cuando, de repente, una voz familiar llamó: "¡Caradhar!". Se volvió, sorprendido, justo a tiempo de ver un borrón negro que se lanzó sobre él, lo tomó por la muñeca y lo arrastró, lanzándolo casi, a cubierto tras una esquina en la pared de piedra.

A sus espaldas, el mundo pareció colapsarse: un estallido ensordecedor hizo vibrar el suelo que pisaban; temblaron también las paredes, y el sonido de rocas desprendiéndose retumbó en la caverna y los corredores adyacentes. Una nube de polvo se posó sobre ambos elfos.

Cuando el dotado reaccionó se encontró con Sül tendido sobre él, haciéndole de escudo con su cuerpo, bajo una fina capa de escombros. El Sombra, sin decir nada, se cercioró de que ambos estuvieran ilesos, se levantó y estudió la situación. La pared en la que el aprendiz de alquimista había estado trabajando se hallaba completamente sepultada por las rocas; en idéntica situación se hallaba la entrada a la caverna secundaria; el techo bajo el que se encontraban, para colmo de males, amenazaba con ceder a su vez; era imposible que cualquier criatura viva en los alrededores hubiera dejado de escuchar el estruendo, así que pronto vendrían a investigar qué lo había causado, ya fueran guardias o abominaciones. O ambos. Mascullando un juramento, volvió a agarrar a su compañero, el cual aún no había reaccionado completamente. Lo embutió el el orificio por el que había entrado, saltó tras él y se deslizó, como una anguila, para echar un ojo discretamente hacia el extremo de salida: hacia la mitad, había quedado bloqueado por más rocas desprendidas. Viendo el lado positivo de la situación, eso significaba que los Arestinias que esperaban al otro lado no lo descubrirían enseguida; por otra parte, quería decir también que tenían todas las salidas bloqueadas, y por cualquiera de ellas podría aparecer un grupo de reconocimiento. Lanzó nuevos juramentos, desencajó algunas de las piedras del pasadizo e hizo señas a Caradhar para que las colocara ocultando el agujero por el que acababan de subir; de esa manera, un posible explorador que pudiera abrirse camino desde la zona donde trabajaban los Elore'il no descubriría enseguida la ruta de escape.

No sabía si los Arestinias estarían apartando escombros; en ese caso, estaría en aprietos. Pero tampoco podían quedarse para siempre en aquel agujero, donde apenas había espacio para moverse. Se pasó la mano por la cara; volvió el rostro, en la oscuridad, hacia su compañero, encajado bajo él en el túnel, y estalló.



-¿Qué clase de tarado gilipollas eres? -masculló, furioso- ¿Es que no olías el gas? Y la maldita lámpara encendida, pegada a la pared... ¿No te entra en tu cerebro retrasado que ahora mismo estarías enterrado bajo una pila de piedras?



-¿Gas? ¿Qué gas? - preguntó Caradhar, aún confuso.



-¿Qué gas? -el Sombra, encolerizado, agarró al dotado por el cuello- ¡El jodido gas que liberaste al picar la jodida pared, jodido imbécil! Vamos... ¡si apestas a él! ¿Cómo no lo...?



Bajo él, Caradhar se había quedado en silencio; no podía ver su rostro, porque estaban sumidos en la oscuridad, pero Sül también enmudeció. Echó mano a su cinturón, tomó un pequeño vial, aguantó la respiración y lo destapó: contenía un preparado que usaba principalmente para ahuyentar a los animales; era inofensivo, pero tan pestilente que hacía lagrimear. Caradhar no reaccionó.



-No puedes oler, ¿eh? -se asombró Sül- Vaya... Es la primera vez que veo algo así. ¿Desde cuándo?



-No es algo que vaya contando por ahí -respondió el interpelado, tras un momento de duda-. Nunca se lo he comentado a nadie, y te agradecería que no lo mencionaras.



-¿Por qué? No es ninguna vergüenza, que yo sepa. A menos que... -de repente, algunas cosas empezaron a cobrar sentido en la mente del joven. Cosas relacionadas con cierta poción y cierto Maede asesinado...



-¿No deberíamos ocuparnos de otros asuntos en este momento?



-Ah... puede que tengas razón... Muévete hasta donde el túnel se ha bloqueado y ve pasándome rocas, que yo las iré dejando al otro extremo. Si te encuentras a tus amiguitos Arestinias cavando por el otro lado, sería de agradecer que te los llevaras de ahí cuanto antes y los entretuvieras para que yo pueda largarme discretamente, ¿estamos? -no hubo respuesta- Caradhar, ¿me...?



Lo interrumpieron los labios del dotado, presionando los suyos, y su lengua deslizándose entre ellos, hundiéndose en su boca con voracidad, las manos sobre ambas mejillas para que no pudiera escapar de su beso; tampoco lo intentó.



-Lo lamento mucho, si apesto -comentó el elfo más joven, arrastrándose para seguir las instrucciones del espía.



Por su parte, Sül se colocó en su posición, contrariado: como si la situación no fuera bastante mala, ahora también tenía que lidiar con un bulto en sus pantalones.



Les costó horas de trabajo, pero comenzaron a oír el sonido de manos excavando desde el otro lado. El Sombra se retiró al final del túnel; Caradhar siguió extrayendo algunas rocas y, al final, se dibujó una fina línea de luz entre las grietas. Para su sorpresa, sólo había un guardia dedicado a la tarea de rescatarlo: el mismo que le había librado de la abominación.



-¡Dioses! -exclamó cuando vio emerger al aprendiz de alquimista desde la oscuridad de la abertura- ¡Sabía que merecía la pena intentarlo! ¿Estás herido? ¿Qué ha pasado ahí dentro? Aguarda, te echaré una mano para bajar...



-Una bolsa de gas, al picar la roca. Afortunadamente, no me descubrieron.



-Vaya... Sí que eres afortunado. Ha habido movimiento de los otros grupos por aquí; nos dieron orden de no emprender ninguna búsqueda porque era demasiado arriesgado, y te daban por muerto. Pero yo creí que debía...



-Necesito aire; es mejor que hablemos fuera -interrumpió Caradhar, deseando alejar al guardia del pasadizo y de Sül.



-Es cierto, lo siento. ¡Vayamos afuera!



Ambos caminaron túnel arriba. Al cabo de un rato, una sombra apareció, casi invisible en la oscuridad. Y ni un minuto demasiado pronto: había tragado gas, estaba exhausto y la cabeza le daba vueltas desde hacía horas. El espía se alejó con paso inseguro.





-Tengo que agradecerte de nuevo que me salvaras -dijo Caradhar al guardia, una vez que se alejaron lo suficiente-. Se está convirtiendo en un hábito.



El dotado se detuvo un instante e inclinó la cabeza con las manos sobre el pecho, en agradecimiento, a la manera de los elfos. El guardia se sintió complacido y confuso.



-Sólo cumplía con mi deber... No... no me lo habría perdonado, sin intentarlo al menos.



-Celebro que no todo el mundo me considere tan prescindible. Al fin y al cabo, no pertenezco a la Casa.



-Ah... no... eso... -el guardia enrojeció ligeramente- En realidad, el jefe de la guardia organizó una partida de rescate; fue el maestro alquimista el que se negó rotundamente y nos prohibió...



-Te has buscado un problema por mi causa -afirmó Caradhar.



-...



-Lo siento.



-Hey, aquella era la lanza que me regalaron en mi promoción -bromeó el soldado, refiriéndose a la que había utilizado contra la abominación-. Que me aspen si iba a dejar que se perdiera por nada...





En el campamento base, Caradhar, aún cubierto de polvo y suciedad, fue convocado por el maestro alquimista; por su rostro, era fácilmente deducible que no se alegraba de volver a verlo. Lo sermoneó con ira sobre las consecuencias que su infructuoso e imperdonable descuido podían traer sobre todos ellos; en medio de su discurso, el dotado extrajo un saquito de sus ropas y se lo tendió. El alquimista se enfureció aún más, pero aún así abrió el recipiente; se quedó sin palabras.



-¿Es lo que buscaba, señor?



-No pensé que... -tomó un pellizco y lo examinó a la luz de la lámpara, olvidándose del resto- Donde encontraste esto, ¿hay más?



-Sepultado bajo las rocas, señor. ¿Puedo preguntar qué es? -dijo el joven.



El maestro salió de su asombro y contempló al aprendiz con ojos especuladores.



-Nada que te incumba. ¡Y por culpa de tu incompetencia, podría ser lo último que veamos! ¡Desaparece de mi vista antes de que...! ¡Fuera!



Caradhar obedeció. Pensó en Sül: no en si se encontraba a salvo, porque eso siempre lo daba por hecho; pero sentía curiosidad sobre cuál podría ser su escondite, en medio de aquella desolación.





Las operaciones normales se reanudaron varios días más tarde. Todos los jóvenes alquimistas retomaron sus posiciones en las profundidades, aunque el ambiente era diferente. Unos y otros cuchicheaban pues, al parecer, el maestro había abandonado el valle con las primeras luces, escoltado por un buen número de guardias fuertemente armados.

Caradhar no necesitó más explicaciones: sabía que el científico se había apresurado a volver a Casa Arestinias para poner a salvo su recién adquirido tesoro. Se preguntó si había sido prudente entregarle la substancia, pero se encogió de hombros: una vez en la pista correcta, la habrían obtenido de una forma u otra.

El joven observó, por el rabillo del ojo, al jefe de la guardia conversando en voz baja con uno de los soldados; los había sorprendido a ambos mirando en su dirección. Buscó con la vista al que había sido su benefactor esos días, pero por primera vez no se encontraba allí. Acto seguido, el soldado caminó hacia él.



-Necesito que me acompañes hasta la entrada del lugar donde ocurrió el derrumbamiento; tengo órdenes de realizar una inspección.



Caradhar asintió y precedió al guardia en el descenso hasta el ramal, sosteniendo la pequeña lámpara. Tenía el convencimiento de que las cosas no marchaban bien para él; aun así, prefirió esperar y confiar en que, si la situación se ponía fea, el Sombra no andaría lejos.

Una vez que se adentraron en el corredor que conducía a la abertura, la previsión del joven dotado se confirmó: el guardia se abalanzó sobre él, le tapó la boca, y le apuñaló en el costado con una hoja larga y afilada. El dolor fue intenso, y aún más cuando su captor sacó el filo y volvió a hundirlo varias veces; aunque nada comparado a sentir el corazón atravesado por una barra de metal oxidado...

El soldado clavó la daga una última vez y sujetó a su presa con fuerza; a pesar del tormento que le suponía, el joven dejó que su cuerpo quedara laxo y pretendió que las piernas habían dejado de sostenerle. Se deslizó hasta quedar de rodillas, reclinado contra la pared de roca. El guardia lo soltó muy despacio, y se estiró para recoger la lámpara, que había caído al suelo. Caradhar aprovechó el movimiento para extraer el arma de su costado; sus heridas se cerraron rápidamente.

El elfo se volvió; estaba preparado para arrastrar un cadáver, y lo que no esperaba era que su víctima abriera los ojos y lo apuñalara en el cuello con su propia daga. Miró al dotado, con asombro; intentó gritar, pero la hoja había atravesado sus cuerdas vocales y todo lo que pudo emitir fue un desagradable gorgoteo, mientras la sangre manaba a través de sus labios. Después se derrumbó, muerto.

Caradhar se preguntó cómo explicaría la desaparición del guardia. Había estado dependiendo demasiado del Sombra, pero este no se había presentado. ¿Habría partido a ocuparse de otras tareas, o...? Frunció el ceño.

Extrajo el arma de la herida y volvió a deslizarla en la vaina que pendía del cinturón del muerto. Había sangre en el suelo rocoso; ¿olerían aquellos monstruos la sangre? Este pensamiento hizo que el pulso se le acelerara. Agarró el cuerpo por los tobillos y lo arrastró fuera del ramal, corredor abajo. Podía escuchar los latidos de su propio corazón, martilleando en sus oídos; si él podía hacerlo, ¿por qué no las abominaciones? Se preguntó hasta dónde podía arrastrar aquel cadáver tan pesado, cuán abajo podría llegar hasta que no hubiera retorno y las fauces de Ummankor se cerraran sobre él. De repente, oyó un sonido extraño que subía del túnel: el eco de pasos que se arrastraban; un olfateo inquietante; un gruñido gutural... Automáticamente, soltó el cuerpo y echó a correr.

Al pasar junto al asombrado guardia del túnel, y luego junto al grupo, no se detuvo; sólo pudo articular "¡abominaciones!", e inmediatamente causó la desbandada general.

Las abominaciones no aparecieron esta vez. Pero cuando acudieron exploradores más tarde a ver qué había sido del guardia desaparecido, no encontraron nada: tan sólo algunas manchas de sangre seca.



Caradhar fue reenviado a Argailias. Al parecer, uno de los pájaros mensajeros de la Maeda había llegado con órdenes de que el aprendiz fuera escoltado, sano y salvo, de vuelta a Casa Arestinias. El joven no se permitió bajar la guardia durante el viaje, temiendo que los guardias intentaran terminar el trabajo.

No sucedió nada digno de mención. El Sombra, no obstante, siguió sin aparecer.





            
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