2012/03/10

EL DON ENCADENADO XIV: Tejiendo sombras







Al llegar a Arestinias, Caradhar acusaba los efectos del cansancio. Se arrastró hasta los baños y se introdujo, con un suspiro, en una bañera llena de agua caliente -el primer baño propiamente dicho que tomaba desde su partida a Ummankor-. El sueño lo vencía; se iba deslizando, poco a poco, en brazos de la inconsciencia, cuando el camarero que la Maeda solía enviar a buscarlo se materializó ante él, carraspeando para atraer su atención.



-Despierte, señor. Lady Neskahal le convoca ante su presencia. Termine de asearse y vístase, por favor; le traeré ropas.



El joven cerró los ojos, con resignación. Se preguntaba cómo se las iba a arreglar para complacer a la Maeda en su estado.





A diferencia de las otras ocasiones, esta vez fue conducido a una estancia diferente, en el ala de los aposentos de la Maeda. Caminaron entre varias parejas de la Guardia Personal de Su Excelencia, a través de lujosos aposentos que contrastaban con la desnuda sencillez del lugar al que estaba acostumbrado. Al final se detuvieron en una recargada sala, ante unas dobles puertas custodiadas por un único guardia. El camarero se disponía a golpear para anunciar su llegada, pero el guardia se acercó y susurró algo a su oído; el sirviente alzó las cejas ligeramente y se volvió al joven.



-Espere aquí, por favor. Mi Señora lo recibirá en breve.



A continuación abandonó la habitación, seguido por el guardia. Caradhar echó un vistazo a su alrededor, a los pesados tapices, las mesas y sillones de madera labrada en caprichosas formas, las lámparas donde decenas de brazos retorcidos, de los que pendían cientos de cuentas de cristal, sostenían velas de cera verde. Las mismas puertas, encajadas en un marco dorado decorado con volutas de madera e incrustadas de piedras semipreciosas, daban una idea del carácter de su propietaria. Caradhar nunca había estado en un burdel de categoría -ni de ninguna otra clase- pero no le cabía duda de que este era el aspecto que debían tener.

El elfo se preguntó si las puertas daban a los aposentos privados de la Maeda, y el porqué de la espera. Creyó oír unas voces que venían del interior. Miró a su alrededor, pegó la oreja a la hoja de madera y utilizó su fino oído para escuchar.

Dos voces parecían discutir airadamente: una femenina, la de Lady Neskahal, y otra masculina, que le resultaba familiar pero no terminaba de identificar.



-... Pero esto... ¿cómo te atreves? Debería hacer que te azotaran. ¡Debería azotarte yo misma! -decía la elfa.



-Mi Señora... perdonadme... -suplicaba su compañero, contrito y agitado-. Pero, ¿acaso no es bastante que deba ceder ante vuestros amantes nobles? ¿Que vayáis a casaros con Lord Demeviall? Y ahora, ¿debo ceder también ante un crío insignificante, un plebeyo extranjero?



-Si vuelves a intentar deshacerte de cualquiera con quien yo me acueste, te arrancaré la piel a tiras; y en cuanto a lo de casarme, no creo que Demeviall cumpla su parte del trato si yo no cumplo la mía, y eso sólo será si haces tu trabajo. ¿O es que necesitaré también un nuevo Gran Alquimista? ¡Quiero resultados, y lo quiero ya! ¡No puedo esperar más!



-Os... os aseguro que muy pronto os complaceré... Ya hemos obtenido el componente más elusivo... Muy pronto...



-Más te vale. Y ahora, ¡desaparece!





Caradhar corrió a situarse junto a la entrada a la antecámara. Las doble puertas de madera se abrieron de golpe, y un Gran Alquimista cuyo rostro revelaba su zozobra las cruzó a toda velocidad; al alzar la mirada, descubrió justo a la persona a la que menos deseaba encontrarse. Apretó los dientes y los puños, al tiempo que el joven aprendiz inclinaba la cabeza en señal de respeto. Controlándose, el alquimista abandonó la habitación.

En cuanto al dotado, caminó hacia lo que, definitivamente, era el dormitorio de la Maeda. Si la antecámara evocaba la imagen del burdel lujoso, la alcoba en sí iba más allá de toda expectativa: era tal la profusión de brocados, terciopelos, gasas, satenes, cristales, lámparas de vidrios coloreados que lanzaban luces veladas, y obras de arte de inequívoco corte erótico, que uno casi se esperaba un desfile de cortesanas mientras la madama ponderaba las virtudes amatorias de cada una.

Sólo había una, sin embargo. Lady Neskahal, aún con las mejillas enrojecidas, indicó al recién llegado, con un ademán, que cerrara las puertas. Acto seguido se sentó en la cama y cruzó las piernas; el elfo, con su habitual rostro calmado, hincó la rodilla ante ella e inclinó la cabeza, mientras su mano se movía automáticamente a acariciar la bien formada pantorrilla que se balanceaba delante de él.



-He oído que te atacó una abominación -dijo ella, aún tensa-. Quítate la camisa y déjame ver si es verdad que estás ileso.



Caradhar dejó caer la prenda al suelo, mostrando su pecho desnudo. La Maeda deslizó, juguetonamente, los dedos del pie a lo largo de su piel.



-Perfectamente liso... qué decepción... Abrigaba la esperanza de verte regresar con alguna orgullosa herida de guerra.



-Lamento la contrariedad, mi Señora. ¿Preferís, tal vez, que espere a que me mutilen antes de volver a presentarme ante vos?



-Bah... Algunas cicatrices pueden hacer interesantes a los elfos... -lo hizo levantarse, y rodeó con sus piernas las de él- Pero no importa. También he oído que has hecho otras cosas... ¿por qué no me las cuentas? Luego, quizá.



El joven ahogó un suspiro. Aquella vez sí que iba a necesitar echar mano de sus recuerdos más vívidos, si quería dar la talla.

Más tarde, por la noche, Caradhar se sumió en la inconsciencia tan pronto como se tendió en su cama.





Al día siguiente, Raisven casi se abalanzó sobre él, demandando noticias de los trabajos en Ummankor. El dotado relató una versión superficial de los acontecimientos, antes de que uno de los maestros alquimistas se acercara y lo enviara al almacén, a cargar cajas. La elfa protestó, sorprendida, pero sin resultado: no podía saber que el Gran Alquimista, si bien había tenido que transigir con lo de perdonar la vida del aprendiz, no iba a hacerla más fácil.

Así pasaron varias jornadas en las que su inquietud por la falta de noticias fue en aumento, hasta que, una mañana, descubrió una notita deslizada dentro de la cintura de sus pantalones; en ella sólo había escritas las palabras "nido de ratas". Al dotado se le iluminaron los ojos, tanto por el mensaje, como por el lugar en que lo había encontrado.



Anochecía, y la lluvia golpeaba con fuerza. Caradhar se encontró ante el acceso oculto del "nido de ratas" en la Zanja y esperó. Al cabo de un rato le fue franqueada la entrada; una vez dentro, y con la puerta cerrada tras ellos, se despojó del sobretodo con el que se había protegido de la lluvia y acorraló a su anfitrión contra el muro, apoyando los antebrazos a ambos lados de su rostro; introdujo la lengua entre sus labios entreabiertos, comprobando, complacido, cómo era recibida con igual deseo por la de su propietario, cuyas manos enguantadas enlazaron su nuca. Caradhar, enardecido, frotó sensualmente su pelvis contra la de su compañero; deslizó las manos por sus costados, a su cintura, rodeándola hasta su espalda; tiró de ella suavemente, haciendo que el elfo la arqueara, y, finalmente, bajó hasta sus nalgas, aferrándolas con fuerza y presionándolas, volviendo aún más íntimo el contacto entre sus caderas. El pecho del dotado descansó sobre el de Sül; un gemido del espía resonó al instante dentro de la boca que lo acariciaba; un gemido claramente de dolor, más que de excitación.

Caradhar se detuvo a medio camino en su beso y buscó la mirada que Sül mantenía baja. Sus manos soltaron la presa; alzó la barbilla de su compañero que, obstinadamente, evitó sus ojos; el más joven no dijo nada y abrió las negras ropas del Sombra.

Como se temía, una venda con algunas salpicaduras oscuras comprimía su vientre. Comenzó a deshacerla sin que el otro se atreviera, siquiera, a protestar; sobre la piel aparecían unas nuevas heridas, pero tan horrendas que hicieron que el elfo bendecido con el Don apretara los labios: tres perfectas líneas paralelas sobre el abdomen, realizadas sin duda con un hierro candente. Caradhar sintió arder sus mejillas.



-¿Tu maestro? -preguntó, sencillamente.



-No se sintió complacido porque te seguí hasta Ummankor. La falta de disciplina se paga; aun así, volvería a hacerlo...



Caradhar extrajo su puñal del cinto y se lo llevó a la palma de la mano; para su sorpresa, Sül lo agarró por la muñeca.



-No: no puedes hacer eso.



-¿Qué?



El Sombra miró al techo y dejó escapar un suspiro. Se pasó la lengua por los labios y habló.



-Cuando me encomendaron la misión de pegarme a ti, mi neidokesh me ordenó que no debía... llevar las cosas al terreno personal -se sonrió ante su propio eufemismo-. Si haces que se curen, no creo que pueda explicar qué estabas haciendo tú quitándome la camisa... ¿Esto te parece llamativo? Espera a ver lo que me hará si descubre que he desobedecido esa otra orden...



Caradhar volvió a mirar las quemaduras, luego alzó la vista hasta el rostro de su compañero, manteniendo la calma.



-¿Sabes lo que dicen de los dotados? Algunas veces lo he oído: dicen que son capaces de oler la sangre a distancia. Yo, por supuesto, nunca he podido; pero nos entrenan desde niños para tener el reflejo condicionado de sanar las heridas. Deja que hable con tu maestro: le diré que me desangré sobre ti, si es necesario; pero no me pidas que deje esto así, porque me resulta imposible.



-No huele a sangre, de todas formas... -Caradhar lo miró, sin comprender- La herida: no huele a sangre; más bien, a cerdo asado... -bromeó el Sombra, con desgana.



El dotado, como de costumbre, no sonrió. Condujo a Sül al lecho y lo hizo recostarse; se hizo un corte en la palma de la mano, la apretó, y dejó que un hilo de sangre manara a lo largo de las quemaduras, sanándolas. El Sombra sintió cómo el candente dolor se convertía en ese cálido y hormigueante bienestar. Cerró los ojos; fue consciente entonces de la posición en la que estaba, y el hormigueo se trasladó a regiones más al sur de su cuerpo. Los abrió de nuevo, y se encontró con su abdomen restaurado y con su benefactor, que pasaba la mano por la piel recién curada.



-Ahora, tal vez, debería agradecerte tu inestimable ayuda en la caverna -observó Caradhar, con voz suave.



-Oh, ¿en serio? ¿Me dejarás a mí arriba? -y al ver la expresión seria del otro añadió:- sólo bromeaba...



Sül se incorporó y se tomó su tiempo desvistiendo a su pareja, cubriendo con besos y caricias cada porción de piel que descubría. Cuando desató sus calzas, su lengua no pudo resistirse a probar el néctar de aquella carne blanca y rosada. Las manos de Caradhar se sumergieron en su cabello, soltando la cinta que lo sujetaba, y tirando gentilmente de él para apartarlo antes de que lo empujara hasta el límite. Lo liberó también del resto de sus ropas y hundió la cara entre sus muslos, continuando en su compañero la cortesía que este había comenzado a ofrendarle a él; oía su respiración agitada, mientras su cabeza subía y bajaba...



-Aparta... -jadeó Sül- Voy a... ¡Aaaaah....!



No se apartó; recibió en la boca el homenaje de su éxtasis, y Sül sintió, por un momento, que el placer le robaba la respiración. Se tendió en el lecho, aún jadeante, y extendió la mano para acariciar los labios húmedos de Caradhar, que se alzaba ahora sobre él.



-¿Quieres agradecerme lo del otro día? -preguntó el espía, sonriendo- Quiero ver de cerca tu cara cuando te corras...



El dotado no respondió; jugueteó largo rato con aquel cuerpo hasta que volvió a haber animación bajo la frontera; tanteó con los dedos el espacio de su compañero al que iba a dedicar sus atenciones; alzó ligeramente sus caderas, separó sus piernas y lo penetró con suavidad.

Sül se mordió en labio, aunque ya no le resultaba doloroso como la primera vez; se concentró en observar el rostro que se mecía sobre él con los ojos cerrados.

Por un momento, el Sombra se preguntó quién era aquel extraño de cabellos oscuros y ojos ocultos que así se movía, con la boca entreabierta, una tímida expresión de entrega en sus rasgos hermosamente cincelados... Entonces el desconocido volvió a abrir los ojos y, bajo el disfraz, Caradhar asomó de nuevo, a través del rojo de aquellos iris brillantes. Dejó ir las piernas de Sül, colocando en cambio las manos a ambos lados de su rostro; se echó sobre él, sus miradas prendidas, y continuó moviéndose, cada vez más rápido, hasta que el placer lo venció.

Sül no perdió detalle de la sensualidad y el abandono con que había contribuido a dotar aquellas facciones, de ordinario inexpresivas. Lo atrajo hacia sí y lo besó.





-Te juro que, cuando esto termine, te voy a pagar la mejor cama en la posada más cara de la ciudad -dijo Sül al caer, agotado, en el estrecho e incómodo catre.



-Si hubieras venido a mi cuarto, la cosa habría mejorado algo.



-Ni de coña. Ni lo sueñes. Arestinias no es segura; de hecho, como no puedo ocuparme de esto solo, la misión le ha sido confiada a mi neidokesh; a partir de ahora soy sólo el apoyo -por su voz, era obvio que el espía se sentía miserable.



-No veo por qué; eres muy hábil.



-Qué dulce. No, en serio: ese Darshi'nai que nos persiguió... Mi neidokesh ha averiguado quién es: su nombre es Kusrala y es uno de los mejores; me ha dejado bien claro que yo nunca tendría una oportunidad si me enfrentara a él. Vaya con la perra... -masculló, refiriéndose a la Maeda- Seguro que también se lo tira...



-¿Por qué desapareciste tras el derrumbamiento en las cavernas? -preguntó Caradhar, cambiando de tema.



-Ah, eso... mis disculpas... La verdad es que aspiré bastante gas... No estuve en mi mejor momento -Sül sonrió amargamente-. Entonces mi neidokesh apareció: se las arregló para dar conmigo y llevárseme a rastras. Al menos, has vuelto de una pieza...



-Sobre eso, alguien había dado la orden de matarme. Lo intentaron; no habían calculado que tenían que tratar con un dotado, claro está.



-¿Qué...? -el Sombra se incorporó de un salto, alarmado- ¿Quién diablos...?



Caradhar le relató todo lo que sabía, incluyendo la conversación que había escuchado tras la puerta. El espía se sentó en la cama.



-No estoy tranquilo... ¿y si ese cabrón estirado del Gran Alquimista vuelve a intentarlo? Tú trabajas a sus órdenes, por todos los dioses...



-Pero no creo que se atreva a contravenir las órdenes de Lady Neskahal.



-¿Y si esa zorra caprichosa se aburre y cambia de idea? No me malinterpretes: yo nunca querría sacarte de mi cama, pero... Dices que planea casarse, ¿no? Ahí tienes un posible motivo...


-Deja de darle vueltas a eso. ¿Quién es ese Lord Demeviall? El Maede de otra Casa del Primer Circulo, ¿cierto?



-Ajá. También pariente del Príncipe, aunque su relación no es la mejor; viudo; con un hijo en edad adulta... Es muy extraño: no había oído ni lo más mínimo sobre que hubieran acordado un matrimonio; y esas noticias corren más que el rayo...



-A mí me parece parte de un trato: ella hace algo para lo que necesita conseguir la fórmula secreta de Elore'il y, a cambio, una alianza se forma entre las dos Casas. ¿Qué pretende hacer con la fórmula? ¿Entregársela? ¿Usarla con él?



-¿Usarla así? Naaah... Puede que fuerce la voluntad, pero no te lava el cerebro... Tiene que ser algo más sutil... ¿Sabes por qué Lord Killien se las arregló todos esos años para conservar el favor del Príncipe, aun poseyendo un poder tan amenazante? Porque se cuidó bien de mantenerse alejado de él y nunca soñó con usarlo contra el trono. No... los nobles son jodidamente meticulosos... Apuesto a que, en algún lugar de Arestinias, hay algún documento sobre este acuerdo especial entre los dos Maedai. Si pudiéramos poner las manos en él...



El Sombra saltó de la cama y comenzó a vestirse. Caradhar se quedó mirando su espalda, y sintió cómo renacía su deseo. Se incorporó también, reclinado sobre la pared, la pierna derecha flexionada indolentemente, la izquierda estirada y separada.



-¿A qué tanta prisa? -preguntó a Sül, suavemente.



Este se volvió; sus ojos se dirigieron irresistiblemente a la entrepierna del más joven, de nuevo en su mejor momento... Miró al suelo, con una sonrisa casi de derrota; se arrodilló frente a su compañero y le dijo, tomándolo por las mejillas:



-Escucha, Adhar: A pesar de que una sesión contigo me resulta tan intensa que no podré sentarme cómodamente en dos días, no hay absolutamente nada ni nadie que me vuelva más loco de lo que tú lo haces. Pero sólo por ahora, hay una cosa que deseo un poco más: sacarte de esa Casa cuanto antes. Así que no me tientes y tápatela antes de que tenga que arrancártela de un mordisco, por nuestro propio bien, y rogar para que vuelva a crecerte otra.



Caradhar alzó las cejas con escepticismo; pero la imagen que se le vino a la mente no debió complacerlo mucho, porque echó mano a sus ropas rápidamente y se vistió.







Los contactos con Sül dentro de la Casa cesaron casi por completo, reducidos a alguna nota esporádica. Caradhar mantuvo todos sus sentidos alerta, tratando de descubrir cualquier cosa que pudiera ser de utilidad, aunque sin éxito. Sül le había advertido que no debía intentar ningún registro por su cuenta, porque el otro Sombra siempre podía estar al acecho. La espera lo mantuvo en vilo hasta que recibió otra nota para que acudiera a la Zanja.

Al franquear la entrada, cuando se disponía a saludar al Sombra de la manera que venía deseando desde hacía días, este se apartó, tenso, llevándose un dedo a los labios. Caradhar, extrañado, siguió a Sül escaleras abajo; sobre el catre había otro Sombra. El espía se apresuró a hablar.



-Caradhar... Este es mi... maestro. Lo conociste una vez... Se ha herido una pierna, y nos preguntábamos si tú...



-Vaya, Sül, me has estropeado la diversión. Quería comprobar si los dotados pueden, realmente, oler la sangre.



El extraño habló con una voz profunda y ronca, aunque no desagradable. Se bajó la capucha y mostró un rostro armonioso, de ojos oscuros y cabellos castaños; no era joven, pero conservaba el vigor de la juventud, y un cuerpo musculoso se adivinaba bajo las ropas negras. Sonrió, aunque el optimismo de sus labios curvados quedó en entredicho por su mirada, inquisitiva y calculadora. Inclinó la cabeza ligeramente, a modo de saludo.



-Bueno, esto es muy humillante para mí; en mi opinión, un Darshi'nai fallido está mejor muerto. Pero supongo que el tiempo apremia y además, siendo sinceros, yo también me las he arreglado para probar su sangre.



-Mi maestro ha tenido un enfrentamiento con el otro Darshi'nai...



-Sólo jugábamos al gato y al ratón, y como es proverbial en estos casos, al final pierdes la noción de quién es quién... Bueno, chico, ¿podré probar yo también ese elixir mágico del que los tuyos hacéis gala?



Caradhar, por toda respuesta, se arrodilló frente al espía. Una de sus botas estaba virtualmente partida en dos; Sül se apresuró a auxiliarle, cortando con cuidado el cuero y retirando la tela empapada de sangre. Ambos jóvenes contemplaron la magnitud de la herida y se asombraron, no ya de que el Sombra hubiera podido escapar de la pelea, sino de que fuera capaz de soportar el dolor sonriendo. El tobillo aparecía parcialmente seccionado; se podía ver claramente el hueso, y el corte casi había desjarretado al espía.



-Supongo que las opciones son, o bien sanarlo, o bien darme el golpe de gracia, ¿no es cierto, mi querido muchacho? -apoyó una mano en el hombro de su pupilo; este tragó saliva y bajó la vista, sin responder.



Caradhar extrajo un puñal y realizó su ritual, bañando la herida con su sangre. Una gran cantidad de esta fue requerida y, cuando terminó, dejó un rojo charco en el suelo. Al final no quedaron huellas del corte, y el dotado dejó que su propia herida se cerrase.



-¿Qué te parece? -el Sombra movió su tobillo en círculos y lo flexionó arriba y abajo, sin poder ocultar su asombro- Debemos inclinar la cabeza, Sül: que humildes Darshi'nai como nosotros recibamos la merced del Don es algo que ni en sueños podríamos imaginar...



-Es lo menos que podría hacer -le cortó Caradhar- considerando que una vez me salvó el cuello.



-Literalmente. Así pues, eres un elfo amante de pagar sus deudas. Muy loable... En cuanto a mí, he tenido que tragarme mi orgullo, pero al menos he recuperado la forma para pasar al plan secundario. Si no podemos lidiar con Kusrala de una manera, lo haremos de otra...



-Mi neidokesh, ¿estoy autorizado a informar a Caradhar sobre lo que pensáis hacer? -preguntó Sül, con una sumisión que hizo que el dotado alzara las cejas.



-En condiciones normales te castigaría severamente por atreverte a preguntar eso: sólo los Darshi'nai, y aquellos a quienes están ligados por un contrato de sangre, tienen derecho a saber de nosotros. Pero como nuestro joven amigo es... Bueno, ¿qué se puede decir de nuestra relación con él, sino que prácticamente es un contrato de sangre? Ilumínale si lo deseas, muchacho.



El Sombra se calzó los restos de su bota y se los aseguró; luego se levantó y permaneció de pie, contra una esquina, observando a los dos jóvenes.



-Tratamos de tener acceso a cualquier documento que ponga en evidencia los planes de matrimonio de Lady Neskahal; hasta ahora, mi neidokesh y yo no hemos podido traspasar las defensas de los Darshi'nai de Casa Arestinias, en especial Kusrala. Ese cabronazo tenía un contrato...



-Esa lengua... -comentó el maestro a sus espaldas, en tono jocoso- Es cierto que te recogí entre la escoria de la Zanja, pero, ¿tanto te costaría hablar como si no te hubieras quedado atascado en ella?



-... Un contrato -continuó Sül, avergonzado- con otra Casa. A los Darshi'nai no nos gusta que los contratos se rompan y cambien, no ya de Casa, sino ni tan siquiera de una persona a otra. Significa, o bien que no haces tu trabajo, o que te venden al mejor postor. Mi neidokesh se sorprendió mucho cuando averiguó que Kusrala ya no estaba ligado a su antiguo señor.



-Y ese Sombra, ¿sabe quiénes sois vosotros?



-Es muy improbable; y no debe suceder, porque entonces sabría qué Casa esta metiendo la... husmeando en la suya. En fin, la única manera de tratar con el problema es eliminándolo: Lady Neskahal no tendría los medios para sustituirlo en tan poco tiempo. Pero, como puedes ver... es difícil medirse con Kusrala, y menos en su terreno. Si mi neidokesh ha fallado, los demás no tenemos ninguna oportunidad.



-Si no se lo puede matar, ¿qué otra cosa puede hacerse?



-Bien... Hay otras maneras de neutralizar a un... Sombra. Una de ellas es haciendo que pierda el favor de su señor; sería una tarea larga y jod... sin seguridad de éxito, como puedes imaginar. Otra es haciéndole perder el favor de Darshi'nai.

"Un Sombra obedece a su señor sin reservas; pero existe una autoridad superior, incluso, que es la comunidad donde se ha formado, y que es la que tiene la última palabra sobre la suerte de uno de sus miembros. Si Darshi'nai considera que tú, Sombra, has violado las reglas de la comunidad, llamará Darshi'Kaiell, "La Sombra es devorada (por la Sombra)" sobre ti, y todos los Sombra estarán obligados a darte caza. Nadie puede sobrevivir a eso.

"Mi neidokesh tiene la suficiente influencia entre los miembros veteranos como para convocar una votación del Círculo Interno; y Kusrala ya ha despertado recelos al cambiar sus lealtades sin el apoyo de la comunidad.



-¿Cuántas peticiones son necesarias para la convocatoria?



-Siete. Pronto tendremos resultados. ¿No es cierto, mi...?



Ambos jóvenes se volvieron, pero el Sombra ya no estaba ahí. Sül suspiró, avergonzado por no haber sido capaz de darse cuenta de su partida.



-¿Se ha marchado? -preguntó Caradhar.



-¿Quién sabe? Tal vez está escondido en algún rincón, esperando para probarme.



El dotado frunció el ceño: eso significaba que debería irse sin tocar a Sül...



-Dime -preguntó, al cabo-, ¿qué es un contrato de sangre?



-La manera en que tu señor se asegura tu lealtad.



-¿Cómo?



-Te prometo que te lo contaré algún día. Pero ahora, es mejor que volvamos.






Caradhar tuvo que esperar; y a los tres días recibió una notita que rezaba, simplemente: "Dos". No entendió completamente su significado hasta que, otros tres días más tarde, recibió otra diciendo: "Cuatro". Y esta se convirtió en "Cinco"; finalmente, recibió unas pocas líneas: "Darshi'Kaiell llamado. Sombras cubrirán todo. Mantente en la luz."



 


             
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