2012/03/17

EL DON ENCADENADO XV: Sül cuenta una historia







-Por orden de su alteza, el Príncipe, quedas arrestado bajo sospecha de espionaje.



Con estas palabras, un destacamento de la Guardia del Palacio de las Cuarenta y Nueve Lunas, la sede del trono de Argailias, se presentó en el laboratorio de Casa Arestinias y prendió a Caradhar. Mientras colocaban los grilletes al joven, su mente comenzó a trabajar a toda velocidad: ¿alguien había lanzado una acusación falsa? ¿Podía ser llevado a prisión por ser un infiltrado de otra Casa? La respuesta le fue revelada muy pronto cuando Raisven, indignada, preguntó a los guardias en qué se fundaba el arresto.



-No tenemos el deber de responder, señora; pero como el detenido es extranjero, puede deducir por usted misma los motivos de nuestro proceder -respondió el de mayor rango.



Se marcharon rápidamente. La última visión que tuvo Caradhar al salir del laboratorio fue la abierta sonrisa del Gran Alquimista, incapaz de disimular su satisfacción.



Fue conducido a través de la ciudad en un carro de madera reforzada, y arrojado sin miramientos en una pequeña celda de piedra, sin ventanas. La habitación estaba helada, y la única luz que recibía entraba a través del diminuto ventanuco de la puerta. No es mucho peor que el agujero de la Zanja, y sin duda más limpio, pensó el joven, tratando de mantenerse en calma. No sabía cómo acabaría todo aquello, ni cuánto tiempo pasaría antes que descubrieran su condición de dotado; aquello plantearía muchas preguntas que no podría responder satisfactoriamente.

Pasó cuatro días en aquella prisión, sin comida y sin apenas agua, echo un ovillo en una esquina; al quinto parecieron acordarse de él, y dos guardias se presentaron en su celda, volvieron a esposarlo sin hacer ningún comentario y lo escoltaron pasillo arriba. Al pasar junto a la primera ventana enrejada, uno de los guardias comentó:



-Los grilletes se están soltando...



Alarmado, el otro guardia se inclinó para echar un vistazo; el primero se deslizó tras él y, tomándolo por la espalda, le partió el cuello con un solo movimiento. El crujido llegó a los oídos de Caradhar, nítido y estremecedor; el joven se sorprendió, y más aún cuando notó sus muñecas liberadas.



-Necesito tus ropas -afirmó el guardia homicida, apoyando el pie sobre el alféizar de la ventana y propinando un violento tirón a uno de los barrotes del extremo, que había sido previamente saboteado-. ¿Estás sordo? -se soltó la capa y la dejó caer-. Puedes usar esto si quieres, o saltar desnudo, si te apetece: a mí me es igual... ¡ya!



Caradhar reconoció la voz, finalmente, aunque no el rostro: aquel era el neidokesh de Sül. Asintió y se desvistió rápido como el rayo; se envolvió en la capa y observó cómo el Sombra, entre tanto, había practicado una abertura lo suficientemente ancha como para deslizarse por ella. Sacó de entre sus ropas una cuerda muy fina, pero resistente, la ató a otro de los barrotes y ordenó:



-Baja hasta la primera cornisa y camina a la derecha. Sül espera.



El joven hizo lo que le dijeron. Le resultó difícil asirse a aquella liviana cuerda, que el fuerte viento hacía oscilar, con la capa ondeando tras de sí. Una vez sobre la estrecha cornisa, se envolvió bien en la tela, por temor a que el viento lo arrastrara, y caminó con dificultad en la dirección indicada. No se sentía en su mejor momento, tras el cautiverio. Cuando casi alcanzaba el antepecho de otra ventana, perdió pie; ya sentía en su estómago el vértigo de la caída, cuando un brazo apareció desde el hueco y lo asió con firmeza, tirando de él hacia la seguridad de la ancha plataforma de piedra. Se encontró en los brazos de una figura encapuchada; unos labios familiares sonrieron.



-¿Aprendiendo a volar, Adhar?







Caradhar fue conducido por su compañero Sombra a un refugio de la Zanja en el que nunca había estado antes; similar al del espía, pero más amplio en todos los sentidos. Sül le explicó que pertenecía a su maestro y le dio de comer y beber, aunque se negó burlonamente a proporcionarle ropas.



-¿Para qué? La vista es mejor así -dijo, riendo entre dientes.



-¿Qué pretendía hacer tu maestro con mis ropas, de todas formas? -preguntó el dotado, con la boca llena, arrebujándose en la capa para protegerse del frío.



-Arreglárselas para que parezca que te has convertido en un fiambre. Ojalá hubiéramos podido sacarte antes, pero... Ya habían pasado dos días cuando nos enteramos, y mi neidokesh tuvo que prepararlo todo cagando leches. Veo que esos hijos de puta te han matado de hambre...



-¿Por qué me detuvieron? ¿Fue el Gran Alquimista, al fin?



-Sí y no. "Alguien" de Arestinias comunicó a palacio que tenían un alquimista extranjero bajo su techo. El resto era inevitable: acaba de anunciarse que se han jodido las relaciones diplomáticas con una coalición de principados humanos del norte, Misselas entre ellos. Así que el aprendiz Eitheladhar se ha convertido en un sospechoso de espionaje, lo cual no deja de tener su gracia...



-¿Las relaciones...? Pero, ¿por qué? -preguntó Caradhar, asombrado.



-Por el recurso más preciado que tenemos por estos parajes: el agujero inmundo de Ummankor. Brindemos a la salud de los alquimistas, la madre que los parió -guiñó el ojo a Caradhar y le tendió un vaso de vino-. Toma, dame el gusto de verte borracho, para poder hacer lo que quiera contigo...



-Los dotados no nos emborrachamos.



-Mi jodida suerte de siempre... -suspiró Sül, con fingido dramatismo.



-¿Puede que entremos en guerra y lo celebramos? -preguntó Caradhar, apurando la copa a pesar de todo.



-Nos ocuparemos de ese problema cuando lo tengamos encima; ahora hay que celebrar que has terminado con Arestinias y no tienes que volver -volvió a llenarle la copa, y se sentó junto a él en el lecho-. Por los dioses que, si eso no es motivo de celebración, no sé que puede serlo...



-Creo que olvidas que tienes cosas que contarme. Hace muchos días que no te veo... -Caradhar comenzaba a mostrarse impaciente.



-Tienes toda la razón. Estoy eufórico en este día, así que te voy a contar una bonita historia. Llevo días decorándola en mi cabeza especialmente para ti, así que más te vale escuchar con atención.

"Érase una vez un Príncipe que vivía en una gran ciudad, muy cerca de un valle lleno de criaturas asquerosas, pero que le daban acceso, a él y a los humanos del principado vecino, a la alquimia más poderosa que se ha conocido. Naturalmente, los principados del norte pretendieron poner las zarpas en su parte del pastel, y de las palabras cordiales pasaron a las demandas, y de ahí a las amenazas, y... Vale, ya sabes el resto.

"El Príncipe no tenía sucesor varón, y sabía que era posible que la guerra acabara estallando, así que se tenía que fabricar uno; discretamente informó a los Maedai que fueran preparando a sus viriles herederos para dotar a su linda hija de un marido.

"Había una Casa cuya Maeda no tenía hijos, pero sí un gran fama de ser una puta: se había tirado a la mitad de su Casa, a la mitad de los Maedai de las otras Casas, y era casi seguro que se había tirado también al Príncipe. Llevaba meses acojonada, porque temía perder su posición en el Primer Círculo, y había decidido reforzarla de cualquier manera. En un principio se volvió hacia la alquimia: se le presentó la posibilidad de descubrir el secreto mejor guardado del laboratorio de otra Casa, así que no tuvo ningún problema en pasar por encima de los aliados humanos de Argailias para conseguir lo que quería.

"Puede que, en un principio, tuviese la intención de sobornar al Príncipe con los descubrimientos de su laboratorio. ¿Quién sabe? Pero más tarde, Lord Demeviall, uno de los Maedai a los que se ha estado cepillando -que, casualmente, tenía un hijo casadero-, sabiendo la relación de la conocida furcia con el Príncipe, le ofreció un trato: ella convencería a Su Alteza sobre quién era el joven que le convenía a su hija y, a cambio, se aseguraría su propia posición mediante un matrimonio con Demeviall que, si bien no era en absoluto deseado, tampoco era inoportuno. Las generosas intenciones de la ramera (si es que alguna vez existieron) sobre lo que fuera que se cocía en su laboratorio se esfumaron: sería mucho más conveniente utilizarlo para convencer al Príncipe, usado con sutileza, que ofrecérselo sin más.

"Los nobles de Argailias eran suspicaces como gatos salvajes, y la Maeda decidió que pondría el acuerdo por escrito, para que su querido prometido no cambiara de idea una vez que viera a su hijo celebrando esponsales con la princesita. Era un arma de doble filo, si el documento llegara a salir a la luz... pero la casquivana mujerzuela tenía a uno de los Darshi'nai más escurridizos trabajando para ella, y sus secretos estaban a salvo gracias a él. Lo más probable era que se lo tirara también, qué demonios...

"El problema de la golfa era que ha estado pisando demasiados callos esos últimos tiempos, así que otras Casas comenzaron a maquinar formas de librarse de ella. Y oh, fíjate que alguien decidió que la cabeza de su Darshi'nai ya no debería seguir sobre sus hombros. Tras ochenta y siete horas de cacería, el Darshi'nai, que no había podido o no había querido molestarse en intentar huir de la ciudad, cayó. Loable, si se tenía en cuenta a qué se enfrentaba.

"Con el perro guardián fuera de juego, localizar los secretitos de la perra era bastante más sencillo: un cierto documento cayó en las manos equivocadas (equivocadas desde el punto de vista de la Maeda, se entiende), y ya sólo quedaba decidir el color del lazo con el que se decoraría el interesante regalo, antes de hacérselo llegar al Príncipe. Seguramente de forma discreta, eso sí: nadie iba a querer parecer un maldito interesado...

"La única pérdida que lamentar en este negocio era la de un pobre aprendiz de alquimista, Eitheladhar de nombre, muerto en la flor de la vida en circunstancias desconocidas. Sí; creo que ya es hora de despedirnos de él para siempre...



Sül se levantó, llenó de agua el lavamanos y se lo acercó al elfo más joven, junto con un cuenco de jabón. Soltó su larga cabellera y la sumergió en el recipiente, frotándola con el jabón para eliminar el tinte negro. Ninguno de los dos abrió la boca durante la operación, como si el íntimo gesto de lavar los cabellos de su compañero fuera lo más natural del mundo; como si su complicidad hubiera llegado al punto en el que ya no existían los silencios incómodos, y las palabras no eran siempre necesarias. Cuando terminó, secó la cabellera con una tela limpia y la esparció, de nuevo de un rojo vivo, sobre los hombros de Caradhar. Luchó, pero no pudo resistir la tentación de hundir la nariz en la cascada color de rubí, y sobre la piel de su nuca; muy despacio, tiró de la capa en la que el dotado se envolvía, desnudando su espalda, cubriéndola de suaves caricias con los labios y la lengua. Se desembarazó de sus propias ropas hasta la cintura y abrazó al pelirrojo por detrás, mientras sus manos danzaban sobre sus costados, su pecho y su vientre. Caradhar estiró el brazo, tomando la morena cabeza por la nuca, y giró la suya para besar aquellos labios húmedos.

Cuando terminaron, más tarde, Sül se sentó (con dificultad) en la cama y comenzó a vestirse.



-Es la hora: debo reunirme con mi neidokesh en Llia'res. Aún no tengo nuevas instrucciones, así que quédate aquí; estarás a salvo. Me reuniré contigo esta noche y continuaremos la celebración; espérame.



El Sombra abandonó el cuarto y aseguró la puerta tras de sí. En cuanto a Caradhar, agotado tras los acontecimientos de los últimos días, se sumió en un sueño muy profundo.







-Caradhar, despierta.



La voz de Sül trajo al joven de vuelta del mundo de la inconsciencia. Abrió los ojos y se incorporó en el catre; había perdido la noción del tiempo, y sentía su cuerpo helado, porque había dormido desnudo y con los cabellos húmedos. A la vacilante luz de la lámpara que ardía en el otro extremo de la habitación, distinguió la figura de su compañero encapuchado, sentado junto a la cama.



-¿Qué noticias traes de Llia'res? -preguntó el pelirrojo, levantándose.



-Échate algo encima, primero: estás temblando. No es que me queje de las vistas, pero...



-Ah, ¿no? -se colocó delante del espía, separó las piernas y se sentó a horcajadas sobre su regazo, tirando de la capucha suavemente mientras se inclinaba hacia sus labios- O también puedes calentarme tú.



Una décima de segundo antes de besarlo se percató de que algo no iba bien. Pero ya era demasiado tarde para reaccionar: el Sombra lo lanzó sin dificultad por los aires y acabó estrellándose contra la pared contraria. El golpe en la espalda lo dejó momentáneamente sin aire, y no pudo levantarse antes de que el encapuchado cruzara la habitación con tres grandes zancadas y lo alzara por el cuello, volviendo a lanzarlo contra otro de los muros. Esta vez se golpeó la cabeza y quedó aturdido durante unos segundos; sólo tuvo conciencia de una pequeña mancha de sangre sobre la pared, donde su frente la había golpeado. La figura de negro lo alzó de nuevo y lo inmovilizó.



-Malas noticias: no soy quien esperabas, ¿verdad? Sí; también son malas noticias para mí, así que he venido a contártelas personalmente, junto con mi agradecimiento.



El aturdimiento de Caradhar cesó; enfocó la vista en el rostro de su captor y reconoció al maestro de Sül, que sonreía a pesar de la rabia que destilaban sus ojos. Y, sin embargo, habría jurado que aquella voz...



-Sé lo que estás pensando: no te creas que soy uno de los mejores sólo porque escalo muros y fuerzo cerraduras. No todos tienen talento para convertirse en una persona diferente... ¿Recuerdas, el día del nacimiento del heredero de Lord Killien, cuando el Cirujano Mayor presentó el niño al Maede? Un gran trabajo, si se me permite decirlo: fui Cirujano Mayor durante tres días completos; al cuarto, el auténtico sufrió un aparatoso accidente, cuando ya no era de utilidad mantenerlo con vida. Pero, claro, por entonces tú ya habías abandonado la Casa. Lástima, habría sido mejor que siguieras pudriéndote entre los humanos...



-¿Dónde esta Sül? -preguntó el dotado, sin dejarse intimidar por el Sombra.



-Mi joven muchacho ha sido hallado culpable de desobedecer una orden directa de sus superiores, y su señor ha decidido cancelar el contrato de sangre con él. En dos días, como mucho, estará muerto. ¿Sabes el tiempo que invertí en él? Lo crié desde que era un mocoso; le enseñé todo lo que sabía... Y, ¿para qué? -el furioso espía apretó los dientes y escupió las palabras casi al oído del joven- Para que aparezcas tú y lo conviertas en una zorra que se abre de piernas para ti. Puede que esté mejor muerto, después de todo; ya había perdido la cuenta de las veces que había desobedecido mis órdenes para ir a mariposear a tu alrededor. Aunque, ¿quién sabe? Tal vez habría sido débil; tal vez lo habría perdonado, porque él ha sido siempre como un hijo, la única cosa a la que yo jamás habría renunciado; pero nuestros señores han sido tajantes con la orden y tenemos que hacer de tripas corazón, ¿verdad?



Caradhar no respondió. Trató de soltarse de los brazos que le mantenían contra la pared, pero era como debatirse en unos grilletes de acero.



-Y, ¿qué eres tú, después de todo? -continuó el espía- No eres mejor que esa fulana de Arestinias; te acostarías con cualquiera. Dime, ¿te has acostado también con ella? ¿Es por eso que siente esa debilidad por ti? -como el joven no respondiera, el Sombra le cruzó la cara con tanta fuerza que le partió el labio- ¡Responde!



-¿Acostarme con quien? -preguntó el dotado, clavando sus ojos en los del otro elfo.



-Sabes perfectamente a quién me refiero: la Dama Corail. ¿Te la llevaste a un sitio privado, en alguna de las ocasiones en que yo me encontraba realizando alguna misión para ella, y le calentaste bien la cama? ¿Es eso?



El joven frunció el ceño y apretó los labios, en una mueca de disgusto. Su captor malinterpretó su silencio, porque volvió a arrojarlo, con furia, al otro extremo del cuarto.



-Hasta que comenzó a interesarse por ti, yo era el único partícipe de sus secretos -esta vez no se molestó en agarrar al joven, sino que permaneció de pie en el mismo lugar, mientras Caradhar trataba de incorporarse allí donde había caído-. Imagina mi sorpresa cuando me enteré de que estabas al tanto del asunto de nuestro pequeño Maede en Elore'il; yo era el único que siempre supo que ella no podía tener hijos... La Dama Corail habría eliminado de su camino a cualquiera que supiera demasiado... Felicidades, chico: no sé cómo te las has arreglado tú para sobrevivir. No puedo matarte, y tendré que aprender a tolerar tu existencia, al menos mientras ella no se canse de ti... Pero no esperes que te lo haga fácil: da un paso en falso, y ejecutar la orden de acabar contigo será mi mayor placer.



El Sombra se dispuso a marcharse; Caradhar se abalanzó sobre él con intención de impedírselo, pero acabó de nuevo en el suelo. Aun así, alzó la cabeza e insistió:



-¿Dónde está Sül? Quiero hablar con él; quiero hablar con la Dama Corail. Llévame ante ella: tengo que pedirle que convenza a su señor para que no cancele el contrato...



-No entiendes nada, mocoso: no vas a ver a nadie. Te quedarás aquí, encerrado, hasta que todo termine. Y en cuanto a la Dama Corail -el espía torció la boca en una sonrisa cruel- has de saber que fue ella la que dio la orden última de disponer de Sül.



El elfo abandonó el refugio, asegurándolo fuertemente desde el exterior. Caradhar sintió cómo enrojecían sus mejillas; se levantó y se lanzó contra la puerta, tratando por todos los medios de abrirla, sin éxito. Miró a su alrededor; no había ventanas, ni orificios de ningún tipo. Tampoco encontró herramientas. Probó a buscar alguna trampilla o mecanismo que abriera un compartimento secreto, como había visto en el refugio de Sül, pero no obtuvo resultados. Por último, se arrojó con todas sus fuerzas contra la puerta, una y otra vez, hasta que se hirió el brazo; mientras el hueso volvía, dolorosamente, a su lugar, se sentó en el suelo con las piernas flexionadas y hundió la cabeza entre ellas.



Había perdido la cuenta de las horas pasadas. La lámpara se había apagado, y no se había molestado en tratar de encenderla de nuevo. Y, en medio del silencio, se oyó un ruido al otro lado de la puerta, como si alguien estuviera tratando de abrirla. Caradhar levantó la cabeza y se alzó como un resorte; caminó, de puntillas, hasta un lado de la entrada, confiando en que podría sorprender al Sombra y echar a correr fuera de su prisión.

La puerta se abrió lentamente. Nada se movió, durante unos segundos; un cuerpo se derrumbó entonces a través de ella y quedó tendido, cuan largo era, en el suelo. El dotado bajó la vista, sorprendido: sus ojos, acostumbrados a la oscuridad, distinguieron una silueta encapuchada. Sül.



-¡Sül! ¡Soy yo, Caradhar! -tomó al desmayado elfo por los hombros y trató de incorporarlo- ¿Qué te ha pasado? Dime lo que puedo hacer para ayudarte...



-¿Adhar? -preguntó el Sombra, finalmente, abriendo los ojos- Qué suerte... No creo que hubiera... podido llegar más lejos. Lo lamento... darte este espectáculo final... pero quería despedirme... Agua... Por favor...



Caradhar buscó, a tientas, la jarra de agua, llenó una copa y se la ofreció al su compañero, quien la apuró con ansia. Encendió entonces la lámpara y volvió a llenarle la copa, que de nuevo fue vaciada por el maltrecho joven. Al llevársela a los labios la segunda vez, el dotado pudo observar que los pulgares del espía tenían un ángulo extraño en relación con los otros dedos; ambos estaban rotos y retorcidos, y la tumefacta carne de alrededor mostraba un desagradable tono purpúreo.



-Mucho mejor... El agua lo calma un poco... -afirmó Sül, tratando de ponerse de pie. Caradhar le pasó un brazo por el costado y lo condujo cuidadosamente al lecho, donde lo ayudó a sentarse.



-¿Qué te han hecho en los pulgares? -preguntó, sombrío.



-¿Esto? Me lo hice yo mismo... De alguna manera tenía que librarme de los grilletes -sonrió tristemente-. Imagina, un Darshi'nai sin pulgares... Jodidamente patético... Pero aun así, me las he arreglado para llegar hasta aquí... Tal vez demasiado fácil...



-Escucha -Caradhar tomó a Sül por las mejillas y lo obligó a mirarlo-. Tu maestro me ha puesto en antecedentes. ¿En qué consiste cancelar un contrato de sangre? ¿Qué podemos hacer para evitarlo?



-Un contrato de sangre... Cuando un Darshi'nai jura lealtad a su señor, bebe por propia voluntad un compuesto tóxico... que se renueva periódicamente. Recibe entonces viales de... antídoto, que neutralizan el compuesto durante algunos días, como máximo... Magnífica forma de garantizar tu fidelidad, ¿eh? Pero al cancelar mi contrato... han doblado mi dosis de matarratas y me han quitado los viales. Antes de... veinticuatro horas el dolor ya empieza a ser insoportable... -se dobló, llevándose las manos al estómago, como prueba de ello.



-Vayamos al laboratorio de Elore'il: me las arreglaré para usarlo y encontrar el antídoto...



-¿Cómo? ¿Pagándole al Gran Alquimista con tu trasero? Olvídalo: prefiero palmarla... Además, idiota... puede que yo sirva a Casa Llia'res, pero, ¿quién crees que... tiene la última palabra en todo?



-Corail tendrá que escucharme, y lo hará...



Un violento ataque de tos hizo que Sül se convulsionara; la boca y las manos se le llenaron de espuma sanguinolenta. Caradhar corrió a por más agua e hizo que su compañero la bebiera. Aquello pareció calmarlo un poco, lo suficiente como para recuperar la voz.



-Adhar... no vale la pena... Cada tóxico es diferente y... aunque pudieras crear un antídoto, yo ya he traicionado... la confianza de mi señor... Llamarían Darshi'Kaiell sobre mí... De una forma u otra, estoy muerto y prefiero... estar aquí... -Sül alzó la mano manchada de sangre con dificultad, y acarició el rostro del joven pelirrojo, mirándolo a los ojos. Volvió a sonreír, arqueando apenas los labios- Adhar... por favor, quédate conmigo hasta...



Caradhar devolvió la intensa mirada del Sombra con su rostro inconmovible de siempre. Apretó los labios y posó su mano, suavemente, sobre la que este mantenía sobre su mejilla.



-Sül, necesito que me digas esto: el veneno, ¿notas si ataca tu estómago? ¿Te arde, como si tuviera ácido? Y las otras ocasiones, cuando bebías el antídoto, ¿se calmaba el ardor?



-Sí... -el postrado elfo miró a su compañero con dolor, a pesar de su sonrisa - Vas a ser un... maldito alquimista hasta el final, ¿eh? No... no tienes corazón...



Caradhar pensó deprisa, y se dispuso a hacer algo para lo que no había recibido ninguna preparación. En la mayoría de los casos el Don resultaba inútil con los venenos, porque requería la aplicación directa de la sangre en las zonas afectadas, y esta sólo permanecía activa fuera del cuerpo del dotado durante unos escasos segundos. Muchas toxinas comenzaban a actuar una vez que habían abandonado el estómago y se habían distribuido por la sangre del afectado; pero aquella, como sospechaba, permanecía allí y liberaba substancias ácidas, o bien atacaba las paredes de aquel órgano y hacía que sus propios ácidos lo corroyeran por dentro. Tanto por su condición de dotado, como por su formación de alquimista, Caradhar poseía conocimientos de anatomía; sabía que su sangre, administrada vía oral, nunca llegaría activa a la zona afectada: necesitaba ser aplicada directamente.



-Necesito un tubo fino; dime si tienes algo que pueda usar entre tu equipo.



Sül asintió vagamente con la cabeza; le habían quitado la mayoría de sus cosas, pero aún conservaba algunas. Rebuscando, el pelirrojo encontró un tubo de cristal. Lo vació de su contenido, lo enjuagó con agua limpia y lo cortó para que estuviera abierto por los dos extremos. Hizo que su compañero se tendiera y descubrió su torso.



-Esto te va a doler -dijo, tomando también un cuchillo-. Haré que dure lo menos posible.



Caradhar localizó la zona del estómago del Sombra, practicó una incisión profunda y hundió en tubo de cristal rápidamente, hasta alcanzar el interior del órgano. De inmediato, parte de su contenido se desbordó por el camino que se le había abierto; el dotado esperó unos instantes mientras su paciente gemía de dolor, luchando por no perder la consciencia. Se abrió entonces la muñeca y dejó que un abundante chorro de sangre penetrara e inundara la cavidad en la que desembocaba. Cuando juzgó que había sido suficiente, retiró el tubo y cerró la herida.

Como no sabía hasta qué punto se había extendido la corrosión, repitió la operación en un punto superior del conducto digestivo y, finalmente, dio a beber el rojo líquido a Sül. El Sombra, apenas consciente, acabó por perder el sentido. Caradhar acercó el oído a su corazón y comprobó, aliviado, que latía; débil, pero regular.

Después tomó las manos del herido, seccionó las zonas alrededor de los pulgares y trató las roturas con más sangre, sanándolas desde dentro hacia fuera. Ni tan siquiera eso hizo que el elfo se despertara.

Debilitado momentáneamente por la pérdida de fluidos, el dotado se sentó junto a su paciente dormido, velando su sueño. Sólo le quedaba esperar.





       
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