-Por
orden de su alteza, el Príncipe, quedas arrestado bajo sospecha de
espionaje.
Con
estas palabras, un destacamento de la Guardia del Palacio de las
Cuarenta y Nueve Lunas, la sede del trono de Argailias, se presentó
en el laboratorio de Casa Arestinias y prendió a Caradhar. Mientras
colocaban los grilletes al joven, su mente comenzó a trabajar a toda
velocidad: ¿alguien había lanzado una acusación falsa? ¿Podía
ser llevado a prisión por ser un infiltrado de otra Casa? La
respuesta le fue revelada muy pronto cuando Raisven, indignada,
preguntó a los guardias en qué se fundaba el arresto.
-No
tenemos el deber de responder, señora; pero como el detenido es
extranjero, puede deducir por usted misma los motivos de nuestro
proceder -respondió el de mayor rango.
Se
marcharon rápidamente. La última visión que tuvo Caradhar al salir
del laboratorio fue la abierta sonrisa del Gran Alquimista, incapaz
de disimular su satisfacción.
Fue
conducido a través de la ciudad en un carro de madera reforzada, y
arrojado sin miramientos en una pequeña celda de piedra, sin
ventanas. La habitación estaba helada, y la única luz que recibía
entraba a través del diminuto ventanuco de la puerta. No
es mucho peor que el agujero de la Zanja, y sin duda más limpio,
pensó
el joven, tratando de mantenerse en calma. No sabía cómo acabaría
todo aquello, ni cuánto tiempo pasaría antes que descubrieran su
condición de dotado; aquello plantearía muchas preguntas que no
podría responder satisfactoriamente.
Pasó
cuatro días en aquella prisión, sin comida y sin apenas agua, echo
un ovillo en una esquina; al quinto parecieron acordarse de él, y
dos guardias se presentaron en su celda, volvieron a esposarlo sin
hacer ningún comentario y lo escoltaron pasillo arriba. Al pasar
junto a la primera ventana enrejada, uno de los guardias comentó:
-Los
grilletes se están soltando...
Alarmado,
el otro guardia se inclinó para echar un vistazo; el primero se
deslizó tras él y, tomándolo por la espalda, le partió el cuello
con un solo movimiento. El crujido llegó a los oídos de Caradhar,
nítido y estremecedor; el joven se sorprendió, y más aún cuando
notó sus muñecas liberadas.
-Necesito
tus ropas -afirmó el guardia homicida, apoyando el pie sobre el
alféizar de la ventana y propinando un violento tirón a uno de los
barrotes del extremo, que había sido previamente saboteado-. ¿Estás
sordo? -se soltó la capa y la dejó caer-. Puedes usar esto si
quieres, o saltar desnudo, si te apetece: a mí me es igual... ¡ya!
Caradhar
reconoció la voz, finalmente, aunque no el rostro: aquel era el
neidokesh de Sül. Asintió y se desvistió rápido como el rayo; se
envolvió en la capa y observó cómo el Sombra, entre tanto, había
practicado una abertura lo suficientemente ancha como para deslizarse
por ella. Sacó de entre sus ropas una cuerda muy fina, pero
resistente, la ató a otro de los barrotes y ordenó:
-Baja
hasta la primera cornisa y camina a la derecha. Sül espera.
El
joven hizo lo que le dijeron. Le resultó difícil asirse a aquella
liviana cuerda, que el fuerte viento hacía oscilar, con la capa
ondeando tras de sí. Una vez sobre la estrecha cornisa, se envolvió
bien en la tela, por temor a que el viento lo arrastrara, y caminó
con dificultad en la dirección indicada. No se sentía en su mejor
momento, tras el cautiverio. Cuando casi alcanzaba el antepecho de
otra ventana, perdió pie; ya sentía en su estómago el vértigo de
la caída, cuando un brazo apareció desde el hueco y lo asió con
firmeza, tirando de él hacia la seguridad de la ancha plataforma de
piedra. Se encontró en los brazos de una figura encapuchada; unos
labios familiares sonrieron.
-¿Aprendiendo
a volar, Adhar?
Caradhar
fue conducido por su compañero Sombra a un refugio de la Zanja en el
que nunca había estado antes; similar al del espía, pero más
amplio en todos los sentidos. Sül le explicó que pertenecía a su
maestro y le dio de comer y beber, aunque se negó burlonamente a
proporcionarle ropas.
-¿Para
qué? La vista es mejor así -dijo, riendo entre dientes.
-¿Qué
pretendía hacer tu maestro con mis ropas, de todas formas? -preguntó
el dotado, con la boca llena, arrebujándose en la capa para
protegerse del frío.
-Arreglárselas
para que parezca que te has convertido en un fiambre. Ojalá
hubiéramos podido sacarte antes, pero... Ya habían pasado dos días
cuando nos enteramos, y mi neidokesh tuvo que prepararlo todo cagando
leches. Veo que esos hijos de puta te han matado de hambre...
-¿Por
qué me detuvieron? ¿Fue el Gran Alquimista, al fin?
-Sí
y no. "Alguien" de Arestinias comunicó a palacio que
tenían un alquimista extranjero bajo su techo. El resto era
inevitable: acaba de anunciarse que se han jodido las relaciones
diplomáticas con una coalición de principados humanos del norte,
Misselas entre ellos. Así que el aprendiz Eitheladhar se ha
convertido en un sospechoso de espionaje, lo cual no deja de tener su
gracia...
-¿Las
relaciones...? Pero, ¿por qué? -preguntó Caradhar, asombrado.
-Por
el recurso más preciado que tenemos por estos parajes: el agujero
inmundo de Ummankor. Brindemos a la salud de los alquimistas, la
madre que los parió -guiñó el ojo a Caradhar y le tendió un vaso
de vino-. Toma, dame el gusto de verte borracho, para poder hacer lo
que quiera contigo...
-Los
dotados no nos emborrachamos.
-Mi
jodida suerte de siempre... -suspiró Sül, con fingido dramatismo.
-¿Puede
que entremos en guerra y lo celebramos? -preguntó Caradhar, apurando
la copa a pesar de todo.
-Nos
ocuparemos de ese problema cuando lo tengamos encima; ahora hay que
celebrar que has terminado con Arestinias y no tienes que volver
-volvió a llenarle la copa, y se sentó junto a él en el lecho-.
Por los dioses que, si eso no es motivo de celebración, no sé que
puede serlo...
-Creo
que olvidas que tienes cosas que contarme. Hace muchos días que no
te veo... -Caradhar comenzaba a mostrarse impaciente.
-Tienes
toda la razón. Estoy eufórico en este día, así que te voy a
contar una bonita historia. Llevo días decorándola en mi cabeza
especialmente para ti, así que más te vale escuchar con atención.
"Érase
una vez un Príncipe que vivía en una gran ciudad, muy cerca de un
valle lleno de criaturas asquerosas, pero que le daban acceso, a él
y a los humanos del principado vecino, a la alquimia más poderosa
que se ha conocido. Naturalmente, los principados del norte
pretendieron poner las zarpas en su parte del pastel, y de las
palabras cordiales pasaron a las demandas, y de ahí a las amenazas,
y... Vale, ya sabes el resto.
"El
Príncipe no tenía sucesor varón, y sabía que era posible que la
guerra acabara estallando, así que se tenía que fabricar uno;
discretamente informó a los Maedai que fueran preparando a sus
viriles herederos para dotar a su linda hija de un marido.
"Había
una Casa cuya Maeda no tenía hijos, pero sí un gran fama de ser una
puta: se había tirado a la mitad de su Casa, a la mitad de los
Maedai de las otras Casas, y era casi seguro que se había tirado
también al Príncipe. Llevaba meses acojonada, porque temía perder
su posición en el Primer Círculo, y había decidido reforzarla de
cualquier manera. En un principio se volvió hacia la alquimia: se le
presentó la posibilidad de descubrir el secreto mejor guardado del
laboratorio de otra Casa, así que no tuvo ningún problema en pasar
por encima de los aliados humanos de Argailias para conseguir lo que
quería.
"Puede
que, en un principio, tuviese la intención de sobornar al Príncipe
con los descubrimientos de su laboratorio. ¿Quién sabe? Pero más
tarde, Lord Demeviall, uno de los Maedai a los que se ha estado
cepillando -que, casualmente, tenía un hijo casadero-, sabiendo la
relación de la conocida furcia con el Príncipe, le ofreció un
trato: ella convencería a Su Alteza sobre quién era el joven que le
convenía a su hija y, a cambio, se aseguraría su propia posición
mediante un matrimonio con Demeviall que, si bien no era en absoluto
deseado, tampoco era inoportuno. Las generosas intenciones de la
ramera (si es que alguna vez existieron) sobre lo que fuera que se
cocía en su laboratorio se esfumaron: sería mucho más conveniente
utilizarlo para convencer
al Príncipe, usado con sutileza, que ofrecérselo sin más.
"Los
nobles de Argailias eran suspicaces como gatos salvajes, y la Maeda
decidió que pondría el acuerdo por escrito, para que su querido
prometido no cambiara de idea una vez que viera a su hijo celebrando
esponsales con la princesita. Era un arma de doble filo, si el
documento llegara a salir a la luz... pero la casquivana mujerzuela
tenía a uno de los
Darshi'nai
más escurridizos trabajando para ella, y sus secretos estaban a
salvo gracias a él. Lo más probable era que se lo tirara también,
qué demonios...
"El
problema de la golfa era que ha estado pisando demasiados callos esos
últimos tiempos, así que otras Casas comenzaron a maquinar formas
de librarse de ella. Y oh, fíjate que alguien decidió que la cabeza
de su Darshi'nai ya no debería seguir sobre sus hombros. Tras
ochenta y siete horas de cacería, el Darshi'nai, que no había
podido o no había querido molestarse en intentar huir de la ciudad,
cayó. Loable, si se tenía en cuenta a qué se enfrentaba.
"Con
el perro guardián fuera de juego, localizar los secretitos de la
perra era bastante más sencillo: un cierto documento cayó en las
manos equivocadas (equivocadas desde el punto de vista de la Maeda,
se entiende), y ya sólo quedaba decidir el color del lazo con el que
se decoraría el interesante regalo, antes de hacérselo llegar al
Príncipe. Seguramente de forma discreta, eso sí: nadie iba a querer
parecer un maldito interesado...
"La
única pérdida que lamentar en este negocio era la de un pobre
aprendiz de alquimista, Eitheladhar de nombre, muerto en la flor de
la vida en circunstancias desconocidas. Sí; creo que ya es hora de
despedirnos de él para siempre...
Sül
se levantó, llenó de agua el lavamanos y se lo acercó al elfo más
joven, junto con un cuenco de jabón. Soltó su larga cabellera y la
sumergió en el recipiente, frotándola con el jabón para eliminar
el tinte negro. Ninguno de los dos abrió la boca durante la
operación, como si el íntimo gesto de lavar los cabellos de su
compañero fuera lo más natural del mundo; como si su complicidad
hubiera llegado al punto en el que ya no existían los silencios
incómodos, y las palabras no eran siempre necesarias. Cuando
terminó, secó la cabellera con una tela limpia y la esparció, de
nuevo de un rojo vivo, sobre los hombros de Caradhar. Luchó, pero no
pudo resistir la tentación de hundir la nariz en la cascada color de
rubí, y sobre la piel de su nuca; muy despacio, tiró de la capa en
la que el dotado se envolvía, desnudando su espalda, cubriéndola de
suaves caricias con los labios y la lengua. Se desembarazó de sus
propias ropas hasta la cintura y abrazó al pelirrojo por detrás,
mientras sus manos danzaban sobre sus costados, su pecho y su
vientre. Caradhar estiró el brazo, tomando la morena cabeza por la
nuca, y giró la suya para besar aquellos labios húmedos.
Cuando
terminaron, más tarde, Sül se sentó (con dificultad) en la cama y
comenzó a vestirse.
-Es
la hora: debo reunirme con mi neidokesh en Llia'res. Aún no tengo
nuevas instrucciones, así que quédate aquí; estarás a salvo. Me
reuniré contigo esta noche y continuaremos la celebración;
espérame.
El
Sombra abandonó el cuarto y aseguró la puerta tras de sí. En
cuanto a Caradhar, agotado tras los acontecimientos de los últimos
días, se sumió en un sueño muy profundo.
-Caradhar,
despierta.
La
voz de Sül trajo al joven de vuelta del mundo de la inconsciencia.
Abrió los ojos y se incorporó en el catre; había perdido la noción
del tiempo, y sentía su cuerpo helado, porque había dormido desnudo
y con los cabellos húmedos. A la vacilante luz de la lámpara que
ardía en el otro extremo de la habitación, distinguió la figura de
su compañero encapuchado, sentado junto a la cama.
-¿Qué
noticias traes de Llia'res? -preguntó el pelirrojo, levantándose.
-Échate
algo encima, primero: estás temblando. No es que me queje de las
vistas, pero...
-Ah,
¿no? -se colocó delante del espía, separó las piernas y se sentó
a horcajadas sobre su regazo, tirando de la capucha suavemente
mientras se inclinaba hacia sus labios- O también puedes calentarme
tú.
Una
décima de segundo antes de besarlo se percató de que algo no iba
bien. Pero ya era demasiado tarde para reaccionar: el Sombra lo lanzó
sin dificultad por los aires y acabó estrellándose contra la pared
contraria. El golpe en la espalda lo dejó momentáneamente sin aire,
y no pudo levantarse antes de que el encapuchado cruzara la
habitación con tres grandes zancadas y lo alzara por el cuello,
volviendo a lanzarlo contra otro de los muros. Esta vez se golpeó la
cabeza y quedó aturdido durante unos segundos; sólo tuvo conciencia
de una pequeña mancha de sangre sobre la pared, donde su frente la
había golpeado. La figura de negro lo alzó de nuevo y lo
inmovilizó.
-Malas
noticias: no soy quien esperabas, ¿verdad? Sí; también son malas
noticias para mí, así que he venido a contártelas personalmente,
junto con mi agradecimiento.
El
aturdimiento de Caradhar cesó; enfocó la vista en el rostro de su
captor y reconoció al maestro de Sül, que sonreía a pesar de la
rabia que destilaban sus ojos. Y, sin embargo, habría jurado que
aquella voz...
-Sé
lo que estás pensando: no te creas que soy uno de los mejores sólo
porque escalo muros y fuerzo cerraduras. No todos tienen talento para
convertirse
en una persona diferente... ¿Recuerdas, el día del nacimiento del
heredero de Lord Killien, cuando el Cirujano Mayor presentó el niño
al Maede? Un gran trabajo, si se me permite decirlo: fui Cirujano
Mayor durante tres días completos; al cuarto, el auténtico sufrió
un aparatoso accidente, cuando ya no era de utilidad mantenerlo con
vida. Pero, claro, por entonces tú ya habías abandonado la Casa.
Lástima, habría sido mejor que siguieras pudriéndote entre los
humanos...
-¿Dónde
esta Sül? -preguntó el dotado, sin dejarse intimidar por el Sombra.
-Mi
joven muchacho ha sido hallado culpable de desobedecer una orden
directa de sus superiores, y su señor ha decidido cancelar el
contrato de sangre con él. En dos días, como mucho, estará muerto.
¿Sabes el tiempo que invertí en él? Lo crié desde que era un
mocoso; le enseñé todo lo que sabía... Y, ¿para qué? -el furioso
espía apretó los dientes y escupió las palabras casi al oído del
joven- Para que aparezcas tú y lo conviertas en una zorra que se
abre de piernas para ti. Puede que esté mejor muerto, después de
todo; ya había perdido la cuenta de las veces que había
desobedecido mis órdenes para ir a mariposear a tu alrededor.
Aunque, ¿quién sabe? Tal vez habría sido débil; tal vez lo habría
perdonado, porque él ha sido siempre como un hijo, la única cosa a
la que yo jamás habría renunciado; pero nuestros señores han sido
tajantes con la orden y tenemos que hacer de tripas corazón,
¿verdad?
Caradhar
no respondió. Trató de soltarse de los brazos que le mantenían
contra la pared, pero era como debatirse en unos grilletes de acero.
-Y,
¿qué eres tú, después de todo? -continuó el espía- No eres
mejor que esa fulana de Arestinias; te acostarías con cualquiera.
Dime, ¿te has acostado también con ella? ¿Es por eso que siente
esa debilidad por ti? -como el joven no respondiera, el Sombra le
cruzó la cara con tanta fuerza que le partió el labio- ¡Responde!
-¿Acostarme
con quien? -preguntó el dotado, clavando sus ojos en los del otro
elfo.
-Sabes
perfectamente a quién me refiero: la Dama Corail. ¿Te la llevaste a
un sitio privado, en alguna de las ocasiones en que yo me encontraba
realizando alguna misión para ella, y le calentaste bien la cama?
¿Es eso?
El
joven frunció el ceño y apretó los labios, en una mueca de
disgusto. Su captor malinterpretó su silencio, porque volvió a
arrojarlo, con furia, al otro extremo del cuarto.
-Hasta
que comenzó a interesarse por ti, yo era el único partícipe de sus
secretos -esta vez no se molestó en agarrar al joven, sino que
permaneció de pie en el mismo lugar, mientras Caradhar trataba de
incorporarse allí donde había caído-. Imagina mi sorpresa cuando
me enteré de que estabas al tanto del asunto de nuestro pequeño
Maede en Elore'il; yo era el único que siempre supo que ella no
podía tener hijos... La Dama Corail habría eliminado de su camino a
cualquiera que supiera demasiado... Felicidades, chico: no sé cómo
te las has arreglado tú para sobrevivir. No puedo matarte, y tendré
que aprender a tolerar tu existencia, al menos mientras ella no se
canse de ti... Pero no esperes que te lo haga fácil: da un paso en
falso, y ejecutar la orden de acabar contigo será mi mayor placer.
El
Sombra se dispuso a marcharse; Caradhar se abalanzó sobre él con
intención de impedírselo, pero acabó de nuevo en el suelo. Aun
así, alzó la cabeza e insistió:
-¿Dónde
está Sül? Quiero hablar con él; quiero hablar con la Dama Corail.
Llévame ante ella: tengo que pedirle que convenza a su señor para
que no cancele el contrato...
-No
entiendes nada, mocoso: no vas a ver a nadie. Te quedarás aquí,
encerrado, hasta que todo termine. Y en cuanto a la Dama Corail -el
espía torció la boca en una sonrisa cruel- has de saber que fue
ella la que dio la orden última de disponer de Sül.
El
elfo abandonó el refugio, asegurándolo fuertemente desde el
exterior. Caradhar sintió cómo enrojecían sus mejillas; se levantó
y se lanzó contra la puerta, tratando por todos los medios de
abrirla, sin éxito. Miró a su alrededor; no había ventanas, ni
orificios de ningún tipo. Tampoco encontró herramientas. Probó a
buscar alguna trampilla o mecanismo que abriera un compartimento
secreto, como había visto en el refugio de Sül, pero no obtuvo
resultados. Por último, se arrojó con todas sus fuerzas contra la
puerta, una y otra vez, hasta que se hirió el brazo; mientras el
hueso volvía, dolorosamente, a su lugar, se sentó en el suelo con
las piernas flexionadas y hundió la cabeza entre ellas.
Había
perdido la cuenta de las horas pasadas. La lámpara se había
apagado, y no se había molestado en tratar de encenderla de nuevo.
Y, en medio del silencio, se oyó un ruido al otro lado de la puerta,
como si alguien estuviera tratando de abrirla. Caradhar levantó la
cabeza y se alzó como un resorte; caminó, de puntillas, hasta un
lado de la entrada, confiando en que podría sorprender al Sombra y
echar a correr fuera de su prisión.
La
puerta se abrió lentamente. Nada se movió, durante unos segundos;
un cuerpo se derrumbó entonces a través de ella y quedó tendido,
cuan largo era, en el suelo. El dotado bajó la vista, sorprendido:
sus ojos, acostumbrados a la oscuridad, distinguieron una silueta
encapuchada. Sül.
-¡Sül!
¡Soy yo, Caradhar! -tomó al desmayado elfo por los hombros y trató
de incorporarlo- ¿Qué te ha pasado? Dime lo que puedo hacer para
ayudarte...
-¿Adhar?
-preguntó el Sombra, finalmente, abriendo los ojos- Qué suerte...
No creo que hubiera... podido llegar más lejos. Lo lamento... darte
este espectáculo final... pero quería despedirme... Agua... Por
favor...
Caradhar
buscó, a tientas, la jarra de agua, llenó una copa y se la ofreció
al su compañero, quien la apuró con ansia. Encendió entonces la
lámpara y volvió a llenarle la copa, que de nuevo fue vaciada por
el maltrecho joven. Al llevársela a los labios la segunda vez, el
dotado pudo observar que los pulgares del espía tenían un ángulo
extraño en relación con los otros dedos; ambos estaban rotos y
retorcidos, y la tumefacta carne de alrededor mostraba un
desagradable tono purpúreo.
-Mucho
mejor... El agua lo calma un poco... -afirmó Sül, tratando de
ponerse de pie. Caradhar le pasó un brazo por el costado y lo
condujo cuidadosamente al lecho, donde lo ayudó a sentarse.
-¿Qué
te han hecho en los pulgares? -preguntó, sombrío.
-¿Esto?
Me lo hice yo mismo... De alguna manera tenía que librarme de los
grilletes -sonrió tristemente-. Imagina, un Darshi'nai sin
pulgares... Jodidamente patético... Pero aun así, me las he
arreglado para llegar hasta aquí... Tal vez demasiado fácil...
-Escucha
-Caradhar tomó a Sül por las mejillas y lo obligó a mirarlo-. Tu
maestro me ha puesto en antecedentes. ¿En qué consiste cancelar un
contrato de sangre? ¿Qué podemos hacer para evitarlo?
-Un
contrato de sangre... Cuando un Darshi'nai jura lealtad a su señor,
bebe por propia voluntad un compuesto tóxico... que se renueva
periódicamente. Recibe entonces viales de... antídoto, que
neutralizan el compuesto durante algunos días, como máximo...
Magnífica forma de garantizar tu fidelidad, ¿eh? Pero al cancelar
mi contrato... han doblado mi dosis de matarratas y me han quitado
los viales. Antes de... veinticuatro horas el dolor ya empieza a ser
insoportable... -se dobló, llevándose las manos al estómago, como
prueba de ello.
-Vayamos
al laboratorio de Elore'il: me las arreglaré para usarlo y encontrar
el antídoto...
-¿Cómo?
¿Pagándole al Gran Alquimista con tu trasero?
Olvídalo:
prefiero palmarla... Además, idiota... puede que yo sirva a Casa
Llia'res, pero, ¿quién crees que... tiene la última palabra en
todo?
-Corail
tendrá que escucharme, y lo hará...
Un
violento ataque de tos hizo que Sül se convulsionara; la boca y las
manos se le llenaron de espuma sanguinolenta. Caradhar corrió a por
más agua e hizo que su compañero la bebiera. Aquello pareció
calmarlo un poco, lo suficiente como para recuperar la voz.
-Adhar...
no vale la pena... Cada tóxico es diferente y... aunque pudieras
crear un antídoto, yo ya he traicionado... la confianza de mi
señor... Llamarían Darshi'Kaiell sobre mí... De una forma u otra,
estoy muerto y prefiero... estar aquí... -Sül alzó la mano
manchada de sangre con dificultad, y acarició el rostro del joven
pelirrojo, mirándolo a los ojos. Volvió a sonreír, arqueando
apenas los labios- Adhar... por favor, quédate conmigo hasta...
Caradhar
devolvió la intensa mirada del Sombra con su rostro inconmovible de
siempre. Apretó los labios y posó su mano, suavemente, sobre la que
este mantenía sobre su mejilla.
-Sül,
necesito que me digas esto: el veneno, ¿notas si ataca tu estómago?
¿Te arde, como si tuviera ácido? Y las otras ocasiones, cuando
bebías el antídoto, ¿se calmaba el ardor?
-Sí...
-el postrado elfo miró a su compañero con dolor, a pesar de su
sonrisa - Vas a ser un... maldito alquimista hasta el final, ¿eh?
No... no tienes corazón...
Caradhar
pensó deprisa, y se dispuso a hacer algo para lo que no había
recibido ninguna preparación. En la mayoría de los casos el Don
resultaba inútil con los venenos, porque requería la aplicación
directa de la sangre en las zonas afectadas, y esta sólo permanecía
activa fuera del cuerpo del dotado durante unos escasos segundos.
Muchas toxinas comenzaban a actuar una vez que habían abandonado el
estómago y se habían distribuido por la sangre del afectado; pero
aquella, como sospechaba, permanecía allí y liberaba substancias
ácidas, o bien atacaba las paredes de aquel órgano y hacía que sus
propios ácidos lo corroyeran por dentro. Tanto por su condición de
dotado, como por su formación de alquimista, Caradhar poseía
conocimientos de anatomía; sabía que su sangre, administrada vía
oral, nunca llegaría activa a la zona afectada: necesitaba ser
aplicada directamente.
-Necesito
un tubo fino; dime si tienes algo que pueda usar entre tu equipo.
Sül
asintió vagamente con la cabeza; le habían quitado la mayoría de
sus cosas, pero aún conservaba algunas. Rebuscando, el pelirrojo
encontró un tubo de cristal. Lo vació de su contenido, lo enjuagó
con agua limpia y lo cortó para que estuviera abierto por los dos
extremos. Hizo que su compañero se tendiera y descubrió su torso.
-Esto
te va a doler -dijo, tomando también un cuchillo-. Haré que dure lo
menos posible.
Caradhar
localizó la zona del estómago del Sombra, practicó una incisión
profunda y hundió en tubo de cristal rápidamente, hasta alcanzar el
interior del órgano. De inmediato, parte de su contenido se desbordó
por el camino que se le había abierto; el dotado esperó unos
instantes mientras su paciente gemía de dolor, luchando por no
perder la consciencia. Se abrió entonces la muñeca y dejó que un
abundante chorro de sangre penetrara e inundara la cavidad en la que
desembocaba. Cuando juzgó que había sido suficiente, retiró el
tubo y cerró la herida.
Como
no sabía hasta qué punto se había extendido la corrosión, repitió
la operación en un punto superior del conducto digestivo y,
finalmente, dio a beber el rojo líquido a Sül. El Sombra, apenas
consciente, acabó por perder el sentido. Caradhar acercó el oído a
su corazón y comprobó, aliviado, que latía; débil, pero regular.
Después
tomó las manos del herido, seccionó las zonas alrededor de los
pulgares y trató las roturas con más sangre, sanándolas desde
dentro hacia fuera. Ni tan siquiera eso hizo que el elfo se
despertara.
Debilitado
momentáneamente por la pérdida de fluidos, el dotado se sentó
junto a su paciente dormido, velando su sueño. Sólo le quedaba
esperar.
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