2017/07/17

EL DON ENCADENADO (Versión editada): Preludio






Portada de Mar Espinosa




Preludio





En Argailias, las ventanas y vidrieras recortadas sobre las estilizadas formas de los edificios aún eran ranuras negras y silenciosas, pero el brillo de las velas trazaba líneas en los postigos cerrados de una de ellas. Como daba a un jardín trasero, no era visible desde la calle ni revelaba el drama que se desarrolla en el interior.
Una figura femenina se sentaba, jadeante, sobre las sábanas revueltas del lecho. Mechones de cabello rojo cubrían el rostro bello y sudoroso que flanqueaban dos orejas puntiagudas. A pesar de su juventud y del dolor que claramente estaba sufriendo se contenía para no gritar, sus puños crispados sobre los bordes del colchón. El único testigo de sus padecimientos, una elfa de más edad, se inclinaba entre sus piernas abiertas para recoger al bebé que acababa de dar a luz.
Es un varón, mi vaiam —anunció la comadrona con una sonrisa. Tras cubrir el cuerpo de la criatura para tendérselo a su joven madre, esta negó con la cabeza y desvió la mirada—. A vuestra conveniencia, no es menester que os fatiguéis más por ahora. Aprovecharé para hacerle la prueba.
Dicho esto, tomó una hoja afilada y la deslizó con suavidad a lo largo del talón del bebé, que rompió a llorar. La joven no pudo evitar sentir curiosidad y fijó la vista en el pequeño pie, en cuya piel el arma había dibujado una raya roja. La herida se cerró al instante, dejando atrás apenas unas gotas de sangre.
La regocijada comadrona pronunció palabras de felicitación que fueron acalladas sin contemplaciones por la joven madre. Si el bebé no hubiese manifestado el Don, razonaba esta, desembarazarse de él habría resultado mucho más sencillo. Al ser hija de la Casa Llia'res, un nacimiento natural habría dado al traste con todas sus expectativas de celebrar un matrimonio ventajoso; era inconcebible pensar en quedarse con el pequeño bastardo cuando ocultar el embarazo ya había supuesto una tarea casi imposible. Ahora bien, un niño dotado era muy valioso. Con un largo suspiro, contempló por fin a su hijo: piel pálida, una cabecita coronada por vivísimas hebras rojas... Incluso sus iris eran ya del mismo color. Tendría que ocuparse de buscar un sirviente adecuado que lo criara. Nunca se sabía; quizá en el futuro el pequeño podría serle de utilidad.
¿Cómo va a llamarse, mi vaiam? —inquirió la comadrona.
La joven dudó. Muy a su pesar, el cabello rojo brillante se asemejaba demasiado al suyo propio. ¿Levantaría tantas sospechas como se temía? ¿Contendría su lengua aquella elfa curiosa? Tendría que ocuparse de ella también, y de una manera que previniese cualquier desliz futuro. Ah, soy incapaz de decidir algo ahora, reconoció para sí. He de recomponerme antes de que alguien me eche en falta. Si tan siquiera el dolor me permitiese pensar...

Déjalo ahí y ven a ayudarme. —Ahogó un gemido al intentar incorporarse—. ¿Es normal que duela tanto? ¿Y que haya tanta sangre?









No hay comentarios:

Publicar un comentario