Portada de Mar Espinosa
Preludio
En
Argailias, las ventanas y vidrieras recortadas sobre las estilizadas
formas de los edificios aún eran ranuras negras y silenciosas, pero
el brillo de las velas trazaba líneas en los postigos cerrados de
una de ellas. Como daba a un jardín trasero, no era visible desde la
calle ni revelaba el drama que se desarrolla en el interior.
Una
figura femenina se sentaba, jadeante, sobre las sábanas revueltas
del lecho. Mechones de cabello rojo cubrían el rostro bello y
sudoroso que flanqueaban dos orejas puntiagudas. A pesar de su
juventud y del dolor que claramente estaba sufriendo se contenía
para no gritar, sus puños crispados sobre los bordes del colchón.
El único testigo de sus padecimientos, una elfa de más edad, se
inclinaba entre sus piernas abiertas para recoger al bebé que
acababa de dar a luz.
—Es
un varón, mi vaiam
—anunció la comadrona con una sonrisa. Tras cubrir el cuerpo de la
criatura para tendérselo a su joven madre, esta negó con la cabeza
y desvió la mirada—. A vuestra conveniencia, no es menester que os
fatiguéis más por ahora. Aprovecharé para hacerle la prueba.
Dicho
esto, tomó una hoja afilada y la deslizó con suavidad a lo largo
del talón del bebé, que rompió a llorar. La joven no pudo evitar
sentir curiosidad y fijó la vista en el pequeño pie, en cuya piel
el arma había dibujado una raya roja. La herida se cerró al
instante, dejando atrás apenas unas gotas de sangre.
La
regocijada comadrona pronunció palabras de felicitación que fueron
acalladas sin contemplaciones por la joven madre. Si el bebé no
hubiese manifestado el Don, razonaba esta, desembarazarse de él
habría resultado mucho más sencillo. Al ser hija de la Casa
Llia'res, un nacimiento natural habría dado al traste con todas sus
expectativas de celebrar un matrimonio ventajoso; era inconcebible
pensar en quedarse con el pequeño bastardo cuando ocultar el
embarazo ya había supuesto una tarea casi imposible. Ahora bien, un
niño dotado era muy valioso. Con
un largo suspiro, contempló por fin a su hijo: piel pálida, una
cabecita coronada por vivísimas hebras rojas... Incluso sus iris
eran ya del mismo color. Tendría
que ocuparse de buscar un sirviente adecuado que lo criara. Nunca se
sabía; quizá en el futuro el pequeño podría serle de utilidad.
—¿Cómo
va a llamarse, mi vaiam? —inquirió la comadrona.
La
joven dudó. Muy a su pesar, el cabello rojo brillante se asemejaba
demasiado al suyo propio. ¿Levantaría tantas sospechas como se
temía? ¿Contendría su lengua aquella elfa curiosa? Tendría que
ocuparse de ella también, y de una manera que previniese cualquier
desliz futuro. Ah,
soy
incapaz de decidir algo ahora, reconoció
para sí.
He de recomponerme antes de que alguien me eche en falta. Si tan
siquiera el dolor me permitiese pensar...
—Déjalo
ahí y ven a ayudarme. —Ahogó un gemido al intentar incorporarse—.
¿Es normal que duela tanto? ¿Y que haya tanta sangre?
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