Un par de semanas
más tarde, Mick y Owen acudieron juntos, cosa rara, al Under 111.
Habían sido unos días tensos, con todo aquel asunto del regreso de
Jang y la actitud que habían adoptado al respecto. Para darse una
tregua, el abogado había aceptado una invitación de Toller para una
fiesta que se celebraría en la sala privada del club, conmemorando
el undécimo aniversario de su apertura... Sí, el undécimo; su
extravagante dueño era original incluso respecto a eso. Tan solo
serían unas cuantas docenas de amigos, socios, artistas y otras
diversas personalidades a las que deseaba impresionar u obsequiar. Y
Faulkner, por supuesto; Toller pertenecía a la clase de personas que
tenían la firme convicción de que mejor era no decir ni hacer nada
sin la presencia de su abogado. De hecho, en más de una ocasión
había acariciado la idea de llevárselo para que supervisara algún
que otro encuentro en la cama con una pareja que resultaba tan
seductora como peliaguda. Y ahondando más en el asunto, eran bien
cierto que había intentado empujarlo al catre a él...
y así podría haber matado dos pájaros de un tiro. Pero Faulkner
nunca se sacaba el aparato
de
los pantalones
en
el trabajo y era fastidiosamente fiel a su efebo de cabellos
dorados... El empresario solía preguntarse, sin malicia -no
demasiada-, qué era lo que hacía falta para tentar a aquel
eficiente y apolíneo dechado de virtudes.
La sala privada era
la más pequeña de todas y cambiante su decoración, de acuerdo con
los gustos o necesidades de quienquiera que la estuviera usando en
cada momento. Contaba también con un escenario, una barra y una par
de reservados. El abogado cavilaba, mientras subía en el ascensor
con su acompañante, sobre cuál sería el tema que su cliente habría
elegido para la fiesta; no había querido soltar prenda al respecto,
y Owen tampoco había insistido. Conociéndolo,
pensaba,
al cruzar la entrada de la sala, seguro
que se trata de...
Cuero Negro.
Allí estaba la respuesta. Un morboso y monocromo despliegue de
accesorios que habrían hecho las delicias de una dominatrix
de
segunda categoría... y no porque Toller no supiera hacer las cosas
bien y satisfacer el paladar más hardcore
y
extremo de una de primera clase, en absoluto. Le gustaba provocar,
pero no era un chiflado, y tampoco deseaba que a la mitad de aquellos
tipos se les pusieran los pelos de punta. Esconderse tras una máscara
siempre había sido una necesidad en su vida diaria; eso sí: si la
máscara podía reflejar una pizca de la extravagancia que tanto lo
fascinaba, tanto mejor.
Ciertamente,
Faulkner no creía que su cliente se hubiera decidido a celebrar una
fiesta así en cualquiera de las otras salas, salvo en la privada. El
muy cabrón... Empezaba
a entender el porqué de las ropas negras que había enviado a Mick
para la ocasión: la camiseta de manga larga ceñida hasta lo
imposible, los guantes, los pantalones y las botas de cuero... De
cuero, por Dios, que estamos en verano, se
había quejado al ver al joven vestido de aquella guisa. Menos mal
que el aire acondicionado mantenía fresca una atmósfera que
amenazaba con volverse demasiado tórrida en cualquier momento...
solo que también tenía sus inconvenientes. El tipo rapado que
acababa de pasar junto a ellos, vestido con unos simples pantalones
cortos de... pues de cuero negro, claro... lucía los pezones tan
erectos por el frescor
que
podrían saltarle un ojo al más pintado; y tendría suerte si el
piercing
del
de la derecha no se le congelaba dentro de la carne... Para colmo de
males -y eso no lo habría confesado ni aunque lo hubieran atado a
aquel potro del fondo y le hubieran aplicado uno de aquellos gatos de
nueve colas- empezaba a sentirse fuera de lugar con sus ropas,
afortunadamente informales, pero definitivamente de un color que no
era el leitmotiv
del
evento.
El anfitrión se
acercó a ellos cuando llevaban un rato paseando la vista por la
sala. Casi no se percataron, ya que el tour visual era de lo más
sugerente; les traía a la mente imágenes de ciertas actividades que
practicaban, de tanto en tanto, en la intimidad de su dormitorio; y
en el salón; y en el baño; y una ocasión en la que Mìcheal había
insistido hasta lo indecible, en el balcón, a las tres de la mañana
de un día de lluvia...
-¿Qué os parece,
queridos míos? -preguntó Toller, con una sonrisa de tiburón
sardónico-. Cerrad la boca, guapetones, no puedo garantizar la
integridad de los orificios que no llevéis cubiertos... Estás
arrebatador, Mìcheal, te comería entero, el cuero te sienta de
miedo... Apuesto a que tu propietario, aquí presente, se lo pasa en
grande más tarde quitándote ese envoltorio tan sexy...
El joven le lanzó
una mirada enigmática. Oh, no se hacía una idea de lo acostumbrado
que estaba Owen a aquel material y a aquel color...
-Podrías haberme
avisado, C.C. -comentó Faulkner, molesto-. Dejando de lado el hecho
de que no parezco encajar mucho en el ambiente...
-¿Avisarte? ¿Y
darte tiempo para preparar alguna excusa para no aparecer? Ah, no, ni
hablar; además, dudo que hubieras transigido en llevar el traje de
látex que tenía preparado para ti... Relájate, grandullón -pidió
el empresario cuando notó el tic en la ceja de su asesor legal-. No
tengo planeado ningún numerito extremo, si es lo que temes; es todo
decoración inocente...
-Voy a por algo de
beber. ¿Quieres algo más, Toller? -preguntó el más joven, al ver
el vaso multicolor que sujetaba en la mano.
-No, cielo, ya voy
servido por ahora. -Y, tras verlo alejarse, esquivando con cuidado a
la multitud, se volvió hacia su alto acompañante-. Sé que no tengo
vergüenza, pero... ¡qué decorativo resulta tu muchacho en estas
ocasiones...!
-¿No me preguntas
por el caso de Finisatron? -dijo el abogado, deseando cambiar de
tema.
-Ah, eso... sí...
¿qué tal? -indagó, distraídamente.
-Todo va más rápido
de lo que esperábamos, pero los padres de la chica seguramente se
avendrán a llegar a un acuerdo para no proseguir las acciones
penales. Naturalmente, la fiscalía no... ¿me estás escuchando,
C.C.?
-Francamente, no...
Mira, no te ofendas, pero hoy tengo otras cosas en la cabeza. ¡Esto
es una fiesta, Owen! ¿Es que tú no te relajas nunca en público?
Además... no voy a empañar mi satisfacción íntima con tus
aburridos monólogos legales; más bien, deberías felicitarme.
-¿Y eso, por qué?
-Faulkner alzó una ceja.
-Oh... me he
conseguido un nuevo amante -anunció Toller, con la complacida
sonrisa del gato que se comió al canario.
-No me digas...
¿algo serio?
-No, por las bragas
del señor Mercury, no digas disparates... Sabes que yo soy un
espíritu libre... y él también, añado con resignado regocijo.
Pero lo bastante serio para ver la vida con renovado color rosa... o
negro, más bien... ante la perspectiva de una noche de pasión...
Todavía soy un ser afortunado, mi querido Owen...
-Vaya... ¿y dónde
está esa maravilla?
-Pues... -Toller
rastreó los alrededores, hasta que dio con algo que arqueó
automáticamente sus labios- allí. Es difícil que no destaque, en
este oscuro antro de perversión... y lo digo tanto por la
oscuridad como por la perversión...
El hombre señalaba
a una figura sobre el escenario que, ataviada con unos simples
pantalones, les daba la espalda mientras conversaba con los técnicos
de sonido y un músico. El abogado no pudo distinguir gran cosa,
salvo la piel clara y una llamativa melena del más vivo y llameante
color cobrizo, que le caía hasta algo más abajo de los hombros; la
comisura derecha de su boca se alzó en una media sonrisa burlona.
-Por Dios, C.C., ¿un
cabeza de zanahoria? Pues sí que has bajado el listón...
-Ah, ¿eso crees?
-Dudaba que pudiera
haber un pelirrojo que satisficiera tus expectativas... Juraría que
tú mismo me lo dijiste...
-Bueno -Toller
también mostró una sonrisa ligeramente perversa-, me alegra oír
que piensas así. No es que fuera a creer, ni por un momento, que
pudieras plantearte ser infiel a tu media naranja, pero bien está
saber que puedo tacharte de la lista de posibles competidores.
Recuerda tus palabras, cuando le eches un vistazo de cerca...
Mìcheal se unió a
ellos con un par de copas. Sus ojos siguieron la dirección de los de
sus compañeros.
-El señor Toller ha
decidido pintar su vida de naranja -se burló Faulkner, aceptando una
de ellas.
El rubio tomó un
sorbo de su bebida, lanzando una mirada inexpresiva al objeto de la
conversación por encima del borde de su vaso.
El músico que se
parapetaba tras la columna de teclados, el sintetizador, la caja de
ritmos, la mesa de mezclas, el par de Macbooks y demás equipo era
desconocido para Munro. Prefería no acercarse al escenario, pues
gran parte de los invitados se habían congregado a sus pies después
de que empezara a tocar; apenas pudo ver que era un joven negro, con
una espectacular melena de rastas que llevaba recogidas en una cola y
le llegaban casi a la cintura. Pero sí que pudo oírlo, y su cuerpo
se movió solo; el breakbeat
con tintes siniestros se adaptaba a la atmósfera de la sala como un
guante... del color y material que era más fácil imaginar.
Había cuatro
bailarines distribuidos por la sala, dos chicas y dos chicos, y
Mìcheal comprobó que el pelirrojo del que Owen y Toller habían
estado hablando era uno de ellos. No se puede decir que le
sorprendiera; ya había pillado al empresario lanzando miraditas a
sus bailarines, y a veces, algo más que miraditas...
Pero aquel tipo
parecía un bailarín profesional, algo más que un animador. Al
menos, eso era lo que estaba pensando el joven rubio al verlo
evolucionar en el escenario, entre aquellas dos columnas y las filas
de cadenas que colgaban del techo. Su cuerpo se sacudía al cambiante
ritmo de la música, absorbiéndolo a través de los poros y llevando
a cabo un ejercicio de traducción simultánea, ondas sonoras en
ondulaciones de aquel sensual armazón de músculos y piel. Los
cabellos sueltos le cubrían el rostro igual que una indomable
cortina cobriza hasta que zarandeaba la cabeza con violencia y
volaban en todas direcciones, aposentándose sobre sus hombros apenas
unos segundos y volviendo, con obstinación, a su posición inicial.
Tironeando de dos hileras de plateados eslabones metálicos el joven
tomó impulso y ejecutó una vuelta completa, y luego otra,
aterrizando sobre sus pies desnudos.
Munro lo contemplaba
con la fascinación del que sabe cuán arduo es que parezca que sea
posible ignorar la ley de la gravedad... sin ayuda de ciertos medios
sobrenaturales. Admiró su técnica cuando quedó suspendido en el
aire, congelado como si el tiempo a su alrededor se hubiera detenido
también, en un poderoso salto con split
frontal, y luego se deslizó sobre la superficie de madera hasta el
borde mismo, repitiendo aquella apertura de piernas perfecta sin que
su cuerpo se despegara ni un milímetro del suelo. El joven rubio se
mordió el labio y lanzó un gruñido de envidia: él aún no era
capaz de lograrlo, no con esa maestría, y ya llevaba algunos meses
intentándolo.
-Toller puede estar
contento, a su cabeza de zanahoria se le da muy bien eso, al menos
-voceó Faulkner a su oído, con ironía.
Tomándolo por el
brazo, el abogado lo arrastró a saludar a algunas personas que a
Mìcheal no le interesaban en absoluto. No podía quejarse: después
de pasar tanto tiempo encerrado, eso era lo que quería, ¿no? Y sin
embargo, aquel día tuvo que contener su frustración porque habría
preferido concentrar su atención en el espectáculo.
Cuando al fin quedó
libre, el escenario lo había ocupado una banda de metal gótico que
el empresario promocionaba por entonces. Decidió ir por otra copa y
escuchar desde una distancia prudente, observando cómo los
bailarines seguían entreteniendo a la concurrencia de una forma algo
más insinuante:
el chico, que era el que tenía más cerca, se había enrollado las
muñecas en unas tiras de cuero que colgaban de una barra vertical, y
frotaba su cuerpo muy lenta y sinuosamente a lo largo de la estrecha
superficie metálica. Con la entrepierna por delante. El joven se
encontró dividido entre la curiosidad morbosa y las inquietantes y
familiares imágenes que aquello le sugería.
Mas no había ni
rastro del pelirrojo. Mìcheal supuso que estaría ocupado con su
anfitrión... Pero, no: allí estaba Toller, intentando charlar con
algunos invitados. La respuesta a su interrogante le llegó más
tarde, cuando otro grupo sustituyó, tras los aplausos, al que había
tocado. En realidad era el mismo joven de las rastas impresionantes
al otro lado de un Yamaha, junto con un batería, un violín, un bajo
y un guitarra... no, dos guitarras. Y el que acababa de aparecer era
el bailarín de los cabellos color naranja, escudado tras un
instrumento negro y rojo de lo más curioso. Vaya,
así que también toca, pensó
Munro mientras, inconscientemente, se iba acercando poco a poco para
tener una mejor perspectiva.
Una nueva punzada de
envidia lo atravesó al echar el ojo a la magnífica guitarra ESP
customizada que colgaba de su cuello. Sobre la superficie negro mate
serpenteaba un estilizado dragón rojo, su cola desplegándose hasta
el mástil, su fina cabeza sobre el puente. Se preguntaba cuánto
habría pagado por aquella bagatela
cuando
el grupo atacó su primera canción.
Las guitarras
hicieron vibrar los suaves primeros acordes de una balada metal;
el
teclado y el violín se unieron, discreto el primero, agudo y etéreo
el segundo, flotando como una voluta de humo sobre todo lo demás.
El pelirrojo comenzó
a cantar.
Do you
remember the first summer?
She, you and
me, on a bed of white sands.
She's so
beautiful, you'd say...
I do remember
her blond
mane, your blond mane
blinding like
the trail of diamonds
dropped by the
pallid hand of dawn.
(¿Recuerdas el
primer verano?
Ella, tú y yo
sobre un lecho de arenas blancas.
Ella es tan
hermosa, me decías...
Yo recuerdo
su melena rubia,
tu melena rubia
cegadora como la
estela de diamantes
que dejara caer
la pálida mano del amanecer.)
Still in my
mouth, the flavour of that summer.
It tasted
salty, and bitter.
I'll face love
in all its length,
I'll face love
as deep as it comes.
(Aún tengo en la
boca el sabor de aquel verano.
Sabía a sal, y a
amargo.
Afrontaré el
amor en toda su extensión.
Afrontaré el
amor tan hondo como venga.)
Do you
remember the first time?
The wind
blowing while you pushed her into my arms.
She's so
beautiful, you'd say...
I do remember
her blue eyes,
your blue eyes,
my gaze lost
in that horizon...
floating
above, two small black suns.
(¿Recuerdas la
primera vez?
El viento
soplando mientras la empujabas a mis brazos.
Ella es tan
hermosa, me decías...
Yo recuerdo
sus ojos azules,
tus ojos azules,
mi mirada perdida
en ese horizonte...
flotando sobre
él, dos pequeños soles negros.)
Still in my
mouth, the flavour of that summer.
It tasted
salty, and bitter.
I'll face love
in all its length,
I'll face love
as deep as it comes.
(Aún tengo en la
boca el sabor de aquel verano.
Sabía a sal, y a
amargo.
Afrontaré el
amor en toda su extensión.
Afrontaré el
amor tan hondo como venga.)
Do you
remember the way we loved?
The salty
water, the bitter foam?
I'll face love
in all its length,
I'll face love
as deep as it comes.
I'll taste
love in all its length,
I'll taste
love as deep as it comes.
(¿Recuerdas la
manera en la que amábamos?
¿El agua salada,
la espuma amarga?
Afrontaré el
amor en toda su extensión.
Afrontaré el
amor tan hondo como venga.
Saborearé el
amor en toda su extensión.
Saborearé el
amor tan hondo como venga.)
La voz del cantante
era masculina, poderosa, y se alzaba por encima de los instrumentos,
por encima, incluso, de ingrávido violín; pero, y aun tiempo era
suave y evocadora, y la manera en que hacía ondular las palabras
desplegaba en su mente el sonido del mar, el vaivén de las olas, el
vaivén de...
Existía el amor a
primera vista, decían. ¿Podía alguien enamorarse de una voz a
primera oída? Porque, pensaba Mìcheal, eso era lo que estaba
experimentando en aquel momento. Era una sensación muy intensa que
nunca antes había recorrido su espina dorsal. Y engañaba a todos
los sentidos; ¿acaso no había tenido la impresión de que aquel
rostro se volvía hacia él, en medio de la canción, y lo miraba?
El grupo emprendió
un segundo tema, mucho más contundente, y fue el segundo guitarrista
el que lo entonó. El cantante de la guitarra del dragón se había
eclipsado.
Munro salió de su
trance. La música era muy buena, pero se sentía incapaz de
disfrutarla en aquel momento; no cuando aquella voz aún hacía eco
en sus oídos. Decidió escaparse a la terraza. Un poco de aire no
acondicionado y un poco de humo le vendrían muy bien.
Eligió un espacio
discreto, justo fuera del círculo de potente luz que proyectaba el
foco, se quitó los guantes y tardó unos cinco segundos en inhalar
una bocanada de veneno fresco para los pulmones. La noche era
templada, cálida, más bien. Del otro lado de la terraza venían las
risas de un grupo de invitados que habían tenido la misma idea que
él, aunque no creía que nadie fuera a reparar en su presencia.
Estaba equivocado.
-Hey.
La voz llegó del
centro mismo del foco de luz; giró la cabeza, y allí estaba: el
chico del cabello cobrizo. Él,
entre toda la gente... Munro se sobresaltó, y su cigarrillo se le
escurrió de entre los dedos, flotando mansamente hasta la calle. Lo
siguió con la vista, hasta que un movimiento a su lado le hizo
volverse de nuevo hacia el recién llegado, que sostenía otro en la
mano derecha y se lo tendía. Al ver el color blanco del papel tuvo
en la punta de la lengua decirle que no le gustaba fumar negro, pero
el joven pareció leerle los pensamientos.
-Es de liar,
pruébalo. Le he gorreado unos cuantos a un colega; robado, sabe
mejor.
Sonrió, el brazo
aún estirado. A Mìcheal no le quedó otra alternativa sino entrar
en el espacio de luz y aceptar el cigarrillo, que tomó con mucho
cuidado para evitar rozarle los dedos.
-Gracias...
Muy a su pesar, se
sentía intimidado. De todas las personas que podrían habérsele
acercado aquella noche, había tenido que ser él, el consumado
bailarín de la voz impresionante... Ni siquiera se atrevía a
mirarlo a la cara. El pelirrojo extrajo un segundo pitillo de una
cartera de cuero que llevaba en el bolsillo, y mientras lo hacía,
Munro sacó el encendedor. Un instante más tarde tuvo que dar un
respingo al encontrarse su espacio personal completamente invadido
por su compañero. Casi saltó hacia atrás. El joven lo miró con
sorpresa, sosteniendo en alto su cigarrillo, en un mudo gesto que
expresaba que solo necesitaba fuego; Mìcheal le alargó el
encendedor, pero en lugar de dárselo en la mano, lo dejó en
equilibrio sobre la barandilla. Tras una mirada inexpresiva al
aparato, y luego a él, lo tomó sin decir nada, lo utilizó y volvió
a dejarlo en el mismo sitio.
El rubio se habría
abofeteado a sí mismo de buena gana; siempre tenía que parecer un
bicho raro, con su estúpida necesidad de rehuir el contacto. Aquel
tipo tardaría tres o cuatro caladas en decidir que le había faltado
oxígeno al nacer y salir pitando... y quería... quería hablar con
él, maldición; quería preguntarle dónde había aprendido a bailar
así; quería pedirle que le enseñara su guitarra; quería decirle
que tenía la voz más jodidamente increíble que había oído
jamás... ¿Se atrevería a mirarlo? Sus pupilas se deslizaron al
borde de sus ojos y se posaron, inadvertidamente, en la camiseta que
el pelirrojo había tenido a bien ponerse para salir. Estaba algo
raída, pero tenía un curioso dibujo sobre su fondo verde oscuro: un
pequeño conejo blanco, con unos enormes dientes ensangrentados,
persiguiendo a un grupo de caballeros sobre quienes se leían las
palabras "Run
Away!".
Mìcheal sonrió de oreja a oreja, captando la referencia, y se
volvió hacia él, la mirada aún fija en la prenda.
-No está mal, ¿eh?
-Es genial -convino
Munro.
-Es mi favorita. He
logrado que me dure varios meses... ¿qué? -preguntó, con
desparpajo, al ver al otro levantando las cejas-. Eh, para mí es un
récord, soy un desastre con las camisetas: perdidas, rotas,
quemadas... Lo que se te ocurra.
Instantáneamente,
Mìcheal se relajó. Aquella voz seguía gustándole cuando no
cantaba; su inglés sonaba casi perfecto, pero tenía un ligero
acento que delataba que no era su lengua materna, y no era capaz de
reconocer su procedencia. Finalmente, y tras la camiseta, se decidió
a estudiar el resto de su persona.
El chico era más o
menos de su estatura, solo que era obvio que contaba con dos o tres
kilos extra de músculos, y compartía la misma indiferencia o temor
al sol. Aparte de la camiseta solo llevaba unos pantalones ceñidos
de cuero negro, con dos filas de remaches en los laterales.
Resaltaban sus silueta con mucha eficacia... no cabía duda de que lo
que escondían era digno de contemplarse. Ya lo había visto sin la
parte de arriba en la sala, aunque la distancia no le había
permitido distinguir los detalles; solo podía afirmar que no tenía
nada que reprochar a lo que las mangas cortas mostraban.
Pero cuando se
atrevió a alzar los ojos y echar una buena mirada a su cara, la
última parte del cuadro de la gran satisfacción de Toller fue
revelada ante él. Los cabellos ligeramente enmarañados exhibían
ese color rabiosamente naranja que evoca imágenes del otoño, y
servían de marco a un rostro muy atractivo, de cejas y pestañas
delicadas, ligeramente más oscuras que su pelo, nariz fina y recta y
labios sensuales y bien proporcionados, que se curvaban en una suave
sonrisa. No estaba lo suficientemente cerca para poder estudiar sus
ojos al detalle; eran oscuros, y un claro destello verde rodeaba sus
pupilas. El chico lo estudió a su vez, con calma, hasta que de nuevo
rompió el silencio.
-Te he visto bailar
en la plataforma.
Munro lo miró con
renovado asombro. ¿Cómo diablos se había fijado en él alguien
así?
-Me tomas el pelo...
-fue todo lo que acertó a decir.
-El viernes y el
sábado. El sábado llevabas... una camiseta y unos pantalones de
camuflaje de color gris. Tranquilo, no soy un acosador, es que tengo
unos iguales. -Hizo una pausa-. Bailas muy bien.
-Eso tiene gracia,
viniendo de ti... ¿cómo puedes decir que bailo bien? -El rubio
apartó de nuevo la vista-. Si yo me moviera así, no apartaría los
ojos del espejo de la puñetera academia donde debes practicar ocho
horas al día...
-Sí que tengo
colegas en una academia... Solo voy una o dos veces a la semana,
salvo cuando ensayo. Un par de meses allí, y harías lo mismo que
yo. Me llamo Rafael, ¿y tú?
-Mìcheal...
-Un par de ángeles,
¿hmm? -Munro clavó de nuevo su intensa mirada azul en él-. Y
además, genial, un colega celta.
-¿En serio?
Perdona, es que no pillo tu acento...
-Soy español. -Al
ver su confusión, hubo de puntualizar-. Del norte, Asturias, tierra
de celtas. Tu nombre es escocés, ¿no? Pues tú tienes tu gaita, y
yo la mía.
Pronunció esas
palabras con toda la seriedad del mundo, dándole una calada a su
cigarrillo, aunque sus ojos chispeaban con malicia. Mìcheal tuvo que
sonreír.
-Ya... La verdad es
que pareces mucho más celta que yo.
-¿De qué parte de
Escocia eres?
-Yo nací aquí,
pero mis padres eran de las Orcadas.
-¿Eran?
-Murieron cuando era
un crío.
-Los míos también.
-Vaya...
-Muchas
coincidencias, ¿eh? Diecinueve años. ¿Tú?
Nueva sorpresa en
los ojos del rubio.
-¿Tú también
tienes diecinueve?
El pelirrojo le
devolvió idéntica mirada. Al fin dijo:
-Joder... me da
miedo seguir preguntando.
-Seguro que las
coincidencias acaban ahí... Bueno... también me va la música, y la
guitarra; ni de lejos llego a tu nivel, claro.
Mìcheal permaneció
en silencio unos instantes. Acababa de darse cuenta de que la voz de
Rafael había absorbido su concentración y había impedido que se
fijara en la manera que tenía de tocar aquel instrumento.
-¿Por qué no has
seguido tocando con tu grupo? -preguntó.
-No es mi grupo, son
unos amigos. No tengo paciencia para enrolarme en ningún proyecto a
largo plazo, voy picando aquí y allá.
-Pero esa canción
era...
-¿Te gustó?
-Era... es
increíble. La cantas como... -miró hacia abajo, ligeramente
avergonzado- como si realmente estuvieras en la playa con esas... esa
persona de la que hablas, escuchando el mar y haciendo... lo que
quiera que estuvierais haciendo...
De nuevo el
silencio. Munro notó una sombra proyectándose sobre él; y cuando
volvió a girar la cabeza, se encontró de nuevo a aquel joven a
escasos centímetros, buscando su mirada con una expresión tan
intensa que casi se olvidó de retroceder. Aquellos ojos... nunca
había visto unos iguales; parecían dos brillantes piezas de veteada
malaquita, y los anillos verde oscuro se iban clareando hasta
convertirse en dos círculos de color bambú alrededor de las
pupilas. Estaba familiarizado con esas piedras pues las había
encontrado a menudo en el establecimiento de Jang... pero no tenían
ni punto de comparación con los vivos iris que lo penetraban en
aquel instante. Se quedó inmóvil, deslumbrado igual que un ciervo
ante la luz de los faros de un coche, hasta que se dio cuenta de lo
cerca que estaba su rostro. Rápidamente dio un paso atrás.
-Lo siento... estoy
acostumbrado a mirar a la gente a los ojos cuando hablamos -dijo el
pelirrojo, bastante serio-. No entiendo por qué rehuyes los míos.
-En cambio, yo...
-el joven arrojó la colilla y la aplastó con el pie- no suelo hacer
eso en absoluto. Preferiría que no...
-Que un tío
buenísimo como tú no vaya de frente por la vida... no lo pillo.
Mìcheal se sintió
forzado a mirarlo, que era lo que él pretendía... pero, no,
continuaba con el rostro serio; no daba la impresión de que
estuviera burlándose. Aparentemente se había ligado a uno de los
tipos más sexy
que había conocido... y no podía hacer ni una maldita cosa al
respecto.
-Te he mentido
-confesó Rafael-. No recordaba las ropas que llevabas el sábado
porque tuviera unas parecidas. Las vi en una bolsa en el despacho de
C.C., y después saltando alegremente sobre la pasarela...
-Oh, eso... oye...
no vayas a pensar que hay nada raro entre Toller y yo... Creo que
solo lo hace porque no confía en mi gusto para elegir lo que debo
ponerme... Él y yo no...
-Tranquilo. No
tenemos una relación, ni nada por el estilo. Nos conocimos hace
poco, le gusta lo que hago, nos hemos visto un par de veces... nada
más. Él no es de los que se conforman con uno solo. En cuanto a
mí... tonteo un poco por ahí, hasta el día que encuentre a alguien
que merezca la pena. Entonces se acabarán las gilipolleces. -Lanzó
una mirada especulativa al rubio que hizo que a éste se le erizara
el vello de la nuca-. Ese tipo alto, el del pelo castaño, ¿es tu
pareja?
Mìcheal tragó
saliva. Así pues, sí
que
lo había estado mirando en la sala... Asintió con la cabeza.
-Ya veo. -Sacó otro
par de pitillos de la tabaquera, se introdujo ambos en la boca, tomó
el encendedor, que aún hacía equilibrios sobre la barandilla, y lo
accionó-.¿Cuánto hace que salís?
-Tres años...
La mano de Rafael se
congeló un instante, la llama bailando frente a sus labios. Cuando
se acordó de que debía seguir respirando, prendió los cigarrillos
con una profunda inhalación y le ofreció uno a su compañero, que
lo aceptó sin pensar.
-Supongo que nos
veremos a menudo por aquí -dijo el pelirrojo-. Me gustaría mucho
oír cómo tocas. Nosotros venimos por las tardes y trasteamos en la
cabina del Dj... ¿te apuntas?
-... Claro, Rafael
-respondió Munro finalmente-. Genial...
-Rafa; llámame
Rafa.
-Llámame Mick,
entonces...
El español arqueó
los labios y le tendió el brazo flexionado con la mano hacia arriba,
para chocársela. Mìcheal la miró como si viera el premio gordo de
la lotería escurrírsele entre los dedos... Vale,
pensó,
si
tiene que salir corriendo, mejor que sea ahora, cuando todavía no
he...
-Oye -titubeó-,
pensarás que soy un tarado, pero... no puedo tocar a la gente. Tengo
una... -Se mordió los labios; de alguna forma le repugnaba soltarle
aquella condenada historia de la afenfosfobia; sacó los guantes del
bolsillo y se los mostró, colocándose tristemente el derecho-.
Tengo que ir por ahí forrado de tela para evitar rozarme
accidentalmente. Si es demasiado para...
No pudo continuar:
los ojos de Rafael hicieron que se le encogiera el corazón. Por un
momento creyó leer tal incredulidad, tal tristeza... tal
desesperación en ellos, que pensó que los suyos lo engañaban.
Fuera lo que fuese, duró poco; el joven de cabellos cobrizos compuso
una sonrisa y acercó aún más la mano.
-Bueno... si para ti
está bien, para mi también, supongo.
La mandíbula
inferior de Mìcheal volvió a aflojarse; pero le tendió la mano
enguantada y él se la estrechó con fuerza y durante un largo
momento, sin querer dejarla ir. La soltó, con reluctancia, y sus
sonrisas se volvieron más osadas.
-¿Sabes? -se
atrevió a decir el rubio, haciendo acopio de valor-. No me extraña
nada que Toller esté en el séptimo cielo; eres...
Se interrumpió. Era
una confesión de admiración que sonaba patética, y tenía la
impresión de que ya había agotado su cupo de patetismo de la noche,
o del mes, más bien. Pero él no parecía opinar lo mismo; estaba
ocupado perforándolo con aquella mirada de malaquita.
-Que no haya varios
retratos tuyos en los Uffizi es un simple error temporal y espacial,
Mìcheal.
La voz de Rafael
sonó distinta, solemne; su acento desapareció. Munro no entendió
aquel cambio de tono... ni siquiera sus palabras. Solo fue consciente
de que le resultaron embriagadoras.
-Por ahí viene tu
amigo; nos vemos, Mick.
El pelirrojo se
esfumó antes de que Owen alcanzara a su pareja.
***
Eran las cuatro de
la mañana. Rafael Cienfuegos no podía dormir; acurrucado en el
hueco de una ventana, con un cigarrillo ardiendo entre los dedos,
miraba al exterior sin ver realmente. No es que hubiera nada digno de
contemplarse, en realidad: la calle ancha y sucia estaba pobremente
iluminada; la luz de la ciudad nunca dejaba ver el cielo.
Recordaba aquella
mano enguantada que había estrechado, la blanda, demasiado blanda
presión de sus dedos. Pensaba en la piel que había debajo. Pensaba
en... Y
yo creía que sabía lo que era sufrir el suplicio de Tántalo...
Y la mirada que lo
rehuía, que no se atrevía a ir de frente... Aquella barbilla,
aquellos ojos azules siempre se habían alzado, orgullosos. Siempre
se habían clavado en cualquiera que se le pusiera por delante. Y
ahora... Mìcheal...
¿qué te ha pasado? ¿Qué ha hecho de ti...?
Faulkner. Oh,
Dios... Había tenido que huir de allí; había tenido que largarse
antes de encontrárselo cara a cara, o de lo contrario no habría
podido contenerse. Le habría partido el alma a golpes; lo habría
machacado hasta convertirlo en una pulpa sanguinolenta. Se había
atrevido a hacerle aquello...
Intentaba pensar de
manera racional. Intentaba procesar lo que él le había dicho, poner
en orden sus ideas, trazar sus planes, decidir cuál debería ser el
primer paso...
Pero no podía
hacerlo; no aquella noche; no, cuando su pecho aún golpeaba con
tanta fuerza que le dolía...
Habían pasado
tantos años desde la última ocasión en que lo tocó... Y cuando
finalmente había podido estrechar su mano, un guante de cuero negro
se había interpuesto entre ellos...
Ciento cuatro
malditos años...
Rafael
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waw waw estuvo genial cada vez esto se pone mejor
ResponderEliminarmm pues la tipica historia homoerotica es (para mi) empieza todo patas arriba el uke ha sufrido toda su vida vive en lo solitario pero es sumiso conoce alguien se enamora es correspondido, tienen sexo como conejos despues pasa algo malo pero lo solucionan rapidamente vuelven a tener sexo y se declaran su amor para toda la eternidad y colorin colorado este cuento se ha acabado jajaja demasiado cliche y predecible
Este encambio tiene un encanto super especial. Aunque al principio como que tuve mis duditas ahora no me cabe la menor duda de q esta historia es completamente mi tipo.
Asi q se conocian. Yo no veia el momento en el que Rafael hiciera su aparicion y tengo que decir que me fue totalmente inesparada. Ahora no hay momento q no este pegada al telefono o a la pc leyendo. Me gusta, me encanta como se va desarrollando cada parte. Por el momento creo q no te haré preguntas con respecto al trama (me emociona el misterio)
Pero si tengo una pequeña duda eres de las que tienen definido quien va a ser el de abajo y el de arriba? a la hora de escribir y si es asi los describes al uke como mas delicado y el seme mas grande, fortachon (jaja no se si me entiendo)
O.K., entiendo lo de la historia típica, hehe. Pues no, lo de las historias típicas no es lo mío, me gusta (intento) escribir cosas con algún punto que se salga de la norma, al menos. Y en referencia a la asignación de roles en los personajes, te diré que conmigo nunca te puedes fiar. La gran mayoría son versátiles y sus características no tienen nada que ver con lo que les gusta hacer en la intimidad ; ). Por supuesto, en esta historia hay algunos, como Owen y Ho-Jun, que están construidos para actuar de una determinada manera, pero es por necesidades de trama : D. Por lo demás, en la variedad está la salsa de la vida .^^ .
EliminarMe alegro de que te guste. Ya ves que Rafa es un principal y tarda en aparecer, lo que puede resultar un poco preocupante, peeero... si sigues leyendo, irás obteniendo todas las respuestas.
Mmmm pues q tengo q decir q cuándo viene a sorpresas con respecto a los roles de los personajes en ese sector no soy muy fanática ni me animan las sorpresas Hahaha me gusta saber definir desde q lo describen quién va a ocupar cual puesto(demasiado cliché no?)
ResponderEliminarCuando describiste a Rafael en su pasado pude imaginármelo completamente como el de arriba. Pero antes cuando se conocieron dude aunq como el otro ya había tenido un rol me dije no está bien jaja. Por eso la pregunta. Aww la verdad no espero llevaren ninguna sorpresa con respecto a este ya q pienso q Rafael es el q va a tomar el papel activo T^T
Hehehe, pues no te puedo decir nada, que te hago spoiler... A mí sí me gusta que me sorprendan, lo admito, y que cada personaje haga lo que le pida el cuerpo. Me gusta ver a una pareja y no pensar «pues este tiene pinta de esto, y aquel, de aquello», ya sabes .^^
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