2012/08/11

PARA EXTENDER LAS ALAS VI: Fuego







Un par de semanas más tarde, Mick y Owen acudieron juntos, cosa rara, al Under 111. Habían sido unos días tensos, con todo aquel asunto del regreso de Jang y la actitud que habían adoptado al respecto. Para darse una tregua, el abogado había aceptado una invitación de Toller para una fiesta que se celebraría en la sala privada del club, conmemorando el undécimo aniversario de su apertura... Sí, el undécimo; su extravagante dueño era original incluso respecto a eso. Tan solo serían unas cuantas docenas de amigos, socios, artistas y otras diversas personalidades a las que deseaba impresionar u obsequiar. Y Faulkner, por supuesto; Toller pertenecía a la clase de personas que tenían la firme convicción de que mejor era no decir ni hacer nada sin la presencia de su abogado. De hecho, en más de una ocasión había acariciado la idea de llevárselo para que supervisara algún que otro encuentro en la cama con una pareja que resultaba tan seductora como peliaguda. Y ahondando más en el asunto, eran bien cierto que había intentado empujarlo al catre a él... y así podría haber matado dos pájaros de un tiro. Pero Faulkner nunca se sacaba el aparato de los pantalones en el trabajo y era fastidiosamente fiel a su efebo de cabellos dorados... El empresario solía preguntarse, sin malicia -no demasiada-, qué era lo que hacía falta para tentar a aquel eficiente y apolíneo dechado de virtudes.

La sala privada era la más pequeña de todas y cambiante su decoración, de acuerdo con los gustos o necesidades de quienquiera que la estuviera usando en cada momento. Contaba también con un escenario, una barra y una par de reservados. El abogado cavilaba, mientras subía en el ascensor con su acompañante, sobre cuál sería el tema que su cliente habría elegido para la fiesta; no había querido soltar prenda al respecto, y Owen tampoco había insistido. Conociéndolo, pensaba, al cruzar la entrada de la sala, seguro que se trata de...

Cuero Negro. Allí estaba la respuesta. Un morboso y monocromo despliegue de accesorios que habrían hecho las delicias de una dominatrix de segunda categoría... y no porque Toller no supiera hacer las cosas bien y satisfacer el paladar más hardcore y extremo de una de primera clase, en absoluto. Le gustaba provocar, pero no era un chiflado, y tampoco deseaba que a la mitad de aquellos tipos se les pusieran los pelos de punta. Esconderse tras una máscara siempre había sido una necesidad en su vida diaria; eso sí: si la máscara podía reflejar una pizca de la extravagancia que tanto lo fascinaba, tanto mejor.

Ciertamente, Faulkner no creía que su cliente se hubiera decidido a celebrar una fiesta así en cualquiera de las otras salas, salvo en la privada. El muy cabrón... Empezaba a entender el porqué de las ropas negras que había enviado a Mick para la ocasión: la camiseta de manga larga ceñida hasta lo imposible, los guantes, los pantalones y las botas de cuero... De cuero, por Dios, que estamos en verano, se había quejado al ver al joven vestido de aquella guisa. Menos mal que el aire acondicionado mantenía fresca una atmósfera que amenazaba con volverse demasiado tórrida en cualquier momento... solo que también tenía sus inconvenientes. El tipo rapado que acababa de pasar junto a ellos, vestido con unos simples pantalones cortos de... pues de cuero negro, claro... lucía los pezones tan erectos por el frescor que podrían saltarle un ojo al más pintado; y tendría suerte si el piercing del de la derecha no se le congelaba dentro de la carne... Para colmo de males -y eso no lo habría confesado ni aunque lo hubieran atado a aquel potro del fondo y le hubieran aplicado uno de aquellos gatos de nueve colas- empezaba a sentirse fuera de lugar con sus ropas, afortunadamente informales, pero definitivamente de un color que no era el leitmotiv del evento.

El anfitrión se acercó a ellos cuando llevaban un rato paseando la vista por la sala. Casi no se percataron, ya que el tour visual era de lo más sugerente; les traía a la mente imágenes de ciertas actividades que practicaban, de tanto en tanto, en la intimidad de su dormitorio; y en el salón; y en el baño; y una ocasión en la que Mìcheal había insistido hasta lo indecible, en el balcón, a las tres de la mañana de un día de lluvia...




-¿Qué os parece, queridos míos? -preguntó Toller, con una sonrisa de tiburón sardónico-. Cerrad la boca, guapetones, no puedo garantizar la integridad de los orificios que no llevéis cubiertos... Estás arrebatador, Mìcheal, te comería entero, el cuero te sienta de miedo... Apuesto a que tu propietario, aquí presente, se lo pasa en grande más tarde quitándote ese envoltorio tan sexy...




El joven le lanzó una mirada enigmática. Oh, no se hacía una idea de lo acostumbrado que estaba Owen a aquel material y a aquel color...




-Podrías haberme avisado, C.C. -comentó Faulkner, molesto-. Dejando de lado el hecho de que no parezco encajar mucho en el ambiente...




-¿Avisarte? ¿Y darte tiempo para preparar alguna excusa para no aparecer? Ah, no, ni hablar; además, dudo que hubieras transigido en llevar el traje de látex que tenía preparado para ti... Relájate, grandullón -pidió el empresario cuando notó el tic en la ceja de su asesor legal-. No tengo planeado ningún numerito extremo, si es lo que temes; es todo decoración inocente...




-Voy a por algo de beber. ¿Quieres algo más, Toller? -preguntó el más joven, al ver el vaso multicolor que sujetaba en la mano.




-No, cielo, ya voy servido por ahora. -Y, tras verlo alejarse, esquivando con cuidado a la multitud, se volvió hacia su alto acompañante-. Sé que no tengo vergüenza, pero... ¡qué decorativo resulta tu muchacho en estas ocasiones...!




-¿No me preguntas por el caso de Finisatron? -dijo el abogado, deseando cambiar de tema.




-Ah, eso... sí... ¿qué tal? -indagó, distraídamente.




-Todo va más rápido de lo que esperábamos, pero los padres de la chica seguramente se avendrán a llegar a un acuerdo para no proseguir las acciones penales. Naturalmente, la fiscalía no... ¿me estás escuchando, C.C.?




-Francamente, no... Mira, no te ofendas, pero hoy tengo otras cosas en la cabeza. ¡Esto es una fiesta, Owen! ¿Es que tú no te relajas nunca en público? Además... no voy a empañar mi satisfacción íntima con tus aburridos monólogos legales; más bien, deberías felicitarme.




-¿Y eso, por qué? -Faulkner alzó una ceja.




-Oh... me he conseguido un nuevo amante -anunció Toller, con la complacida sonrisa del gato que se comió al canario.




-No me digas... ¿algo serio?




-No, por las bragas del señor Mercury, no digas disparates... Sabes que yo soy un espíritu libre... y él también, añado con resignado regocijo. Pero lo bastante serio para ver la vida con renovado color rosa... o negro, más bien... ante la perspectiva de una noche de pasión... Todavía soy un ser afortunado, mi querido Owen...




-Vaya... ¿y dónde está esa maravilla?




-Pues... -Toller rastreó los alrededores, hasta que dio con algo que arqueó automáticamente sus labios- allí. Es difícil que no destaque, en este oscuro antro de perversión... y lo digo tanto por la oscuridad como por la perversión...




El hombre señalaba a una figura sobre el escenario que, ataviada con unos simples pantalones, les daba la espalda mientras conversaba con los técnicos de sonido y un músico. El abogado no pudo distinguir gran cosa, salvo la piel clara y una llamativa melena del más vivo y llameante color cobrizo, que le caía hasta algo más abajo de los hombros; la comisura derecha de su boca se alzó en una media sonrisa burlona.




-Por Dios, C.C., ¿un cabeza de zanahoria? Pues sí que has bajado el listón...




-Ah, ¿eso crees?




-Dudaba que pudiera haber un pelirrojo que satisficiera tus expectativas... Juraría que tú mismo me lo dijiste...




-Bueno -Toller también mostró una sonrisa ligeramente perversa-, me alegra oír que piensas así. No es que fuera a creer, ni por un momento, que pudieras plantearte ser infiel a tu media naranja, pero bien está saber que puedo tacharte de la lista de posibles competidores. Recuerda tus palabras, cuando le eches un vistazo de cerca...




Mìcheal se unió a ellos con un par de copas. Sus ojos siguieron la dirección de los de sus compañeros.




-El señor Toller ha decidido pintar su vida de naranja -se burló Faulkner, aceptando una de ellas.




El rubio tomó un sorbo de su bebida, lanzando una mirada inexpresiva al objeto de la conversación por encima del borde de su vaso.










El músico que se parapetaba tras la columna de teclados, el sintetizador, la caja de ritmos, la mesa de mezclas, el par de Macbooks y demás equipo era desconocido para Munro. Prefería no acercarse al escenario, pues gran parte de los invitados se habían congregado a sus pies después de que empezara a tocar; apenas pudo ver que era un joven negro, con una espectacular melena de rastas que llevaba recogidas en una cola y le llegaban casi a la cintura. Pero sí que pudo oírlo, y su cuerpo se movió solo; el breakbeat con tintes siniestros se adaptaba a la atmósfera de la sala como un guante... del color y material que era más fácil imaginar.

Había cuatro bailarines distribuidos por la sala, dos chicas y dos chicos, y Mìcheal comprobó que el pelirrojo del que Owen y Toller habían estado hablando era uno de ellos. No se puede decir que le sorprendiera; ya había pillado al empresario lanzando miraditas a sus bailarines, y a veces, algo más que miraditas...

Pero aquel tipo parecía un bailarín profesional, algo más que un animador. Al menos, eso era lo que estaba pensando el joven rubio al verlo evolucionar en el escenario, entre aquellas dos columnas y las filas de cadenas que colgaban del techo. Su cuerpo se sacudía al cambiante ritmo de la música, absorbiéndolo a través de los poros y llevando a cabo un ejercicio de traducción simultánea, ondas sonoras en ondulaciones de aquel sensual armazón de músculos y piel. Los cabellos sueltos le cubrían el rostro igual que una indomable cortina cobriza hasta que zarandeaba la cabeza con violencia y volaban en todas direcciones, aposentándose sobre sus hombros apenas unos segundos y volviendo, con obstinación, a su posición inicial. Tironeando de dos hileras de plateados eslabones metálicos el joven tomó impulso y ejecutó una vuelta completa, y luego otra, aterrizando sobre sus pies desnudos.

Munro lo contemplaba con la fascinación del que sabe cuán arduo es que parezca que sea posible ignorar la ley de la gravedad... sin ayuda de ciertos medios sobrenaturales. Admiró su técnica cuando quedó suspendido en el aire, congelado como si el tiempo a su alrededor se hubiera detenido también, en un poderoso salto con split frontal, y luego se deslizó sobre la superficie de madera hasta el borde mismo, repitiendo aquella apertura de piernas perfecta sin que su cuerpo se despegara ni un milímetro del suelo. El joven rubio se mordió el labio y lanzó un gruñido de envidia: él aún no era capaz de lograrlo, no con esa maestría, y ya llevaba algunos meses intentándolo.




-Toller puede estar contento, a su cabeza de zanahoria se le da muy bien eso, al menos -voceó Faulkner a su oído, con ironía.




Tomándolo por el brazo, el abogado lo arrastró a saludar a algunas personas que a Mìcheal no le interesaban en absoluto. No podía quejarse: después de pasar tanto tiempo encerrado, eso era lo que quería, ¿no? Y sin embargo, aquel día tuvo que contener su frustración porque habría preferido concentrar su atención en el espectáculo.

Cuando al fin quedó libre, el escenario lo había ocupado una banda de metal gótico que el empresario promocionaba por entonces. Decidió ir por otra copa y escuchar desde una distancia prudente, observando cómo los bailarines seguían entreteniendo a la concurrencia de una forma algo más insinuante: el chico, que era el que tenía más cerca, se había enrollado las muñecas en unas tiras de cuero que colgaban de una barra vertical, y frotaba su cuerpo muy lenta y sinuosamente a lo largo de la estrecha superficie metálica. Con la entrepierna por delante. El joven se encontró dividido entre la curiosidad morbosa y las inquietantes y familiares imágenes que aquello le sugería.

Mas no había ni rastro del pelirrojo. Mìcheal supuso que estaría ocupado con su anfitrión... Pero, no: allí estaba Toller, intentando charlar con algunos invitados. La respuesta a su interrogante le llegó más tarde, cuando otro grupo sustituyó, tras los aplausos, al que había tocado. En realidad era el mismo joven de las rastas impresionantes al otro lado de un Yamaha, junto con un batería, un violín, un bajo y un guitarra... no, dos guitarras. Y el que acababa de aparecer era el bailarín de los cabellos color naranja, escudado tras un instrumento negro y rojo de lo más curioso. Vaya, así que también toca, pensó Munro mientras, inconscientemente, se iba acercando poco a poco para tener una mejor perspectiva.

Una nueva punzada de envidia lo atravesó al echar el ojo a la magnífica guitarra ESP customizada que colgaba de su cuello. Sobre la superficie negro mate serpenteaba un estilizado dragón rojo, su cola desplegándose hasta el mástil, su fina cabeza sobre el puente. Se preguntaba cuánto habría pagado por aquella bagatela cuando el grupo atacó su primera canción.

Las guitarras hicieron vibrar los suaves primeros acordes de una balada metal; el teclado y el violín se unieron, discreto el primero, agudo y etéreo el segundo, flotando como una voluta de humo sobre todo lo demás.

El pelirrojo comenzó a cantar.







Do you remember the first summer?

She, you and me, on a bed of white sands.

She's so beautiful, you'd say...

I do remember

her blond mane, your blond mane

blinding like the trail of diamonds

dropped by the pallid hand of dawn.

(¿Recuerdas el primer verano?

Ella, tú y yo sobre un lecho de arenas blancas.

Ella es tan hermosa, me decías...

Yo recuerdo

su melena rubia, tu melena rubia

cegadora como la estela de diamantes

que dejara caer la pálida mano del amanecer.)







Still in my mouth, the flavour of that summer.

It tasted salty, and bitter.

I'll face love in all its length,

I'll face love as deep as it comes.

(Aún tengo en la boca el sabor de aquel verano.

Sabía a sal, y a amargo.

Afrontaré el amor en toda su extensión.

Afrontaré el amor tan hondo como venga.)







Do you remember the first time?

The wind blowing while you pushed her into my arms.

She's so beautiful, you'd say...

I do remember

her blue eyes, your blue eyes,

my gaze lost in that horizon...

floating above, two small black suns.

(¿Recuerdas la primera vez?

El viento soplando mientras la empujabas a mis brazos.

Ella es tan hermosa, me decías...

Yo recuerdo

sus ojos azules, tus ojos azules,

mi mirada perdida en ese horizonte...

flotando sobre él, dos pequeños soles negros.)










Still in my mouth, the flavour of that summer.

It tasted salty, and bitter.

I'll face love in all its length,

I'll face love as deep as it comes.

(Aún tengo en la boca el sabor de aquel verano.

Sabía a sal, y a amargo.

Afrontaré el amor en toda su extensión.

Afrontaré el amor tan hondo como venga.)







Do you remember the way we loved?

The salty water, the bitter foam?

I'll face love in all its length,

I'll face love as deep as it comes.

I'll taste love in all its length,

I'll taste love as deep as it comes.

(¿Recuerdas la manera en la que amábamos?

¿El agua salada, la espuma amarga?

Afrontaré el amor en toda su extensión.

Afrontaré el amor tan hondo como venga.

Saborearé el amor en toda su extensión.

Saborearé el amor tan hondo como venga.)










La voz del cantante era masculina, poderosa, y se alzaba por encima de los instrumentos, por encima, incluso, de ingrávido violín; pero, y aun tiempo era suave y evocadora, y la manera en que hacía ondular las palabras desplegaba en su mente el sonido del mar, el vaivén de las olas, el vaivén de...

Existía el amor a primera vista, decían. ¿Podía alguien enamorarse de una voz a primera oída? Porque, pensaba Mìcheal, eso era lo que estaba experimentando en aquel momento. Era una sensación muy intensa que nunca antes había recorrido su espina dorsal. Y engañaba a todos los sentidos; ¿acaso no había tenido la impresión de que aquel rostro se volvía hacia él, en medio de la canción, y lo miraba?

El grupo emprendió un segundo tema, mucho más contundente, y fue el segundo guitarrista el que lo entonó. El cantante de la guitarra del dragón se había eclipsado.

Munro salió de su trance. La música era muy buena, pero se sentía incapaz de disfrutarla en aquel momento; no cuando aquella voz aún hacía eco en sus oídos. Decidió escaparse a la terraza. Un poco de aire no acondicionado y un poco de humo le vendrían muy bien.

Eligió un espacio discreto, justo fuera del círculo de potente luz que proyectaba el foco, se quitó los guantes y tardó unos cinco segundos en inhalar una bocanada de veneno fresco para los pulmones. La noche era templada, cálida, más bien. Del otro lado de la terraza venían las risas de un grupo de invitados que habían tenido la misma idea que él, aunque no creía que nadie fuera a reparar en su presencia.

Estaba equivocado.




-Hey.




La voz llegó del centro mismo del foco de luz; giró la cabeza, y allí estaba: el chico del cabello cobrizo. Él, entre toda la gente... Munro se sobresaltó, y su cigarrillo se le escurrió de entre los dedos, flotando mansamente hasta la calle. Lo siguió con la vista, hasta que un movimiento a su lado le hizo volverse de nuevo hacia el recién llegado, que sostenía otro en la mano derecha y se lo tendía. Al ver el color blanco del papel tuvo en la punta de la lengua decirle que no le gustaba fumar negro, pero el joven pareció leerle los pensamientos.




-Es de liar, pruébalo. Le he gorreado unos cuantos a un colega; robado, sabe mejor.




Sonrió, el brazo aún estirado. A Mìcheal no le quedó otra alternativa sino entrar en el espacio de luz y aceptar el cigarrillo, que tomó con mucho cuidado para evitar rozarle los dedos.




-Gracias...




Muy a su pesar, se sentía intimidado. De todas las personas que podrían habérsele acercado aquella noche, había tenido que ser él, el consumado bailarín de la voz impresionante... Ni siquiera se atrevía a mirarlo a la cara. El pelirrojo extrajo un segundo pitillo de una cartera de cuero que llevaba en el bolsillo, y mientras lo hacía, Munro sacó el encendedor. Un instante más tarde tuvo que dar un respingo al encontrarse su espacio personal completamente invadido por su compañero. Casi saltó hacia atrás. El joven lo miró con sorpresa, sosteniendo en alto su cigarrillo, en un mudo gesto que expresaba que solo necesitaba fuego; Mìcheal le alargó el encendedor, pero en lugar de dárselo en la mano, lo dejó en equilibrio sobre la barandilla. Tras una mirada inexpresiva al aparato, y luego a él, lo tomó sin decir nada, lo utilizó y volvió a dejarlo en el mismo sitio.

El rubio se habría abofeteado a sí mismo de buena gana; siempre tenía que parecer un bicho raro, con su estúpida necesidad de rehuir el contacto. Aquel tipo tardaría tres o cuatro caladas en decidir que le había faltado oxígeno al nacer y salir pitando... y quería... quería hablar con él, maldición; quería preguntarle dónde había aprendido a bailar así; quería pedirle que le enseñara su guitarra; quería decirle que tenía la voz más jodidamente increíble que había oído jamás... ¿Se atrevería a mirarlo? Sus pupilas se deslizaron al borde de sus ojos y se posaron, inadvertidamente, en la camiseta que el pelirrojo había tenido a bien ponerse para salir. Estaba algo raída, pero tenía un curioso dibujo sobre su fondo verde oscuro: un pequeño conejo blanco, con unos enormes dientes ensangrentados, persiguiendo a un grupo de caballeros sobre quienes se leían las palabras "Run Away!". Mìcheal sonrió de oreja a oreja, captando la referencia, y se volvió hacia él, la mirada aún fija en la prenda.




-No está mal, ¿eh?




-Es genial -convino Munro.




-Es mi favorita. He logrado que me dure varios meses... ¿qué? -preguntó, con desparpajo, al ver al otro levantando las cejas-. Eh, para mí es un récord, soy un desastre con las camisetas: perdidas, rotas, quemadas... Lo que se te ocurra.




Instantáneamente, Mìcheal se relajó. Aquella voz seguía gustándole cuando no cantaba; su inglés sonaba casi perfecto, pero tenía un ligero acento que delataba que no era su lengua materna, y no era capaz de reconocer su procedencia. Finalmente, y tras la camiseta, se decidió a estudiar el resto de su persona.

El chico era más o menos de su estatura, solo que era obvio que contaba con dos o tres kilos extra de músculos, y compartía la misma indiferencia o temor al sol. Aparte de la camiseta solo llevaba unos pantalones ceñidos de cuero negro, con dos filas de remaches en los laterales. Resaltaban sus silueta con mucha eficacia... no cabía duda de que lo que escondían era digno de contemplarse. Ya lo había visto sin la parte de arriba en la sala, aunque la distancia no le había permitido distinguir los detalles; solo podía afirmar que no tenía nada que reprochar a lo que las mangas cortas mostraban.

Pero cuando se atrevió a alzar los ojos y echar una buena mirada a su cara, la última parte del cuadro de la gran satisfacción de Toller fue revelada ante él. Los cabellos ligeramente enmarañados exhibían ese color rabiosamente naranja que evoca imágenes del otoño, y servían de marco a un rostro muy atractivo, de cejas y pestañas delicadas, ligeramente más oscuras que su pelo, nariz fina y recta y labios sensuales y bien proporcionados, que se curvaban en una suave sonrisa. No estaba lo suficientemente cerca para poder estudiar sus ojos al detalle; eran oscuros, y un claro destello verde rodeaba sus pupilas. El chico lo estudió a su vez, con calma, hasta que de nuevo rompió el silencio.




-Te he visto bailar en la plataforma.




Munro lo miró con renovado asombro. ¿Cómo diablos se había fijado en él alguien así?




-Me tomas el pelo... -fue todo lo que acertó a decir.




-El viernes y el sábado. El sábado llevabas... una camiseta y unos pantalones de camuflaje de color gris. Tranquilo, no soy un acosador, es que tengo unos iguales. -Hizo una pausa-. Bailas muy bien.




-Eso tiene gracia, viniendo de ti... ¿cómo puedes decir que bailo bien? -El rubio apartó de nuevo la vista-. Si yo me moviera así, no apartaría los ojos del espejo de la puñetera academia donde debes practicar ocho horas al día...




-Sí que tengo colegas en una academia... Solo voy una o dos veces a la semana, salvo cuando ensayo. Un par de meses allí, y harías lo mismo que yo. Me llamo Rafael, ¿y tú?




-Mìcheal...




-Un par de ángeles, ¿hmm? -Munro clavó de nuevo su intensa mirada azul en él-. Y además, genial, un colega celta.




-¿En serio? Perdona, es que no pillo tu acento...




-Soy español. -Al ver su confusión, hubo de puntualizar-. Del norte, Asturias, tierra de celtas. Tu nombre es escocés, ¿no? Pues tú tienes tu gaita, y yo la mía.




Pronunció esas palabras con toda la seriedad del mundo, dándole una calada a su cigarrillo, aunque sus ojos chispeaban con malicia. Mìcheal tuvo que sonreír.




-Ya... La verdad es que pareces mucho más celta que yo.




-¿De qué parte de Escocia eres?




-Yo nací aquí, pero mis padres eran de las Orcadas.




-¿Eran?




-Murieron cuando era un crío.




-Los míos también.




-Vaya...




-Muchas coincidencias, ¿eh? Diecinueve años. ¿Tú?




Nueva sorpresa en los ojos del rubio.




-¿Tú también tienes diecinueve?




El pelirrojo le devolvió idéntica mirada. Al fin dijo:




-Joder... me da miedo seguir preguntando.




-Seguro que las coincidencias acaban ahí... Bueno... también me va la música, y la guitarra; ni de lejos llego a tu nivel, claro.




Mìcheal permaneció en silencio unos instantes. Acababa de darse cuenta de que la voz de Rafael había absorbido su concentración y había impedido que se fijara en la manera que tenía de tocar aquel instrumento.




-¿Por qué no has seguido tocando con tu grupo? -preguntó.




-No es mi grupo, son unos amigos. No tengo paciencia para enrolarme en ningún proyecto a largo plazo, voy picando aquí y allá.




-Pero esa canción era...




-¿Te gustó?




-Era... es increíble. La cantas como... -miró hacia abajo, ligeramente avergonzado- como si realmente estuvieras en la playa con esas... esa persona de la que hablas, escuchando el mar y haciendo... lo que quiera que estuvierais haciendo...




De nuevo el silencio. Munro notó una sombra proyectándose sobre él; y cuando volvió a girar la cabeza, se encontró de nuevo a aquel joven a escasos centímetros, buscando su mirada con una expresión tan intensa que casi se olvidó de retroceder. Aquellos ojos... nunca había visto unos iguales; parecían dos brillantes piezas de veteada malaquita, y los anillos verde oscuro se iban clareando hasta convertirse en dos círculos de color bambú alrededor de las pupilas. Estaba familiarizado con esas piedras pues las había encontrado a menudo en el establecimiento de Jang... pero no tenían ni punto de comparación con los vivos iris que lo penetraban en aquel instante. Se quedó inmóvil, deslumbrado igual que un ciervo ante la luz de los faros de un coche, hasta que se dio cuenta de lo cerca que estaba su rostro. Rápidamente dio un paso atrás.




-Lo siento... estoy acostumbrado a mirar a la gente a los ojos cuando hablamos -dijo el pelirrojo, bastante serio-. No entiendo por qué rehuyes los míos.




-En cambio, yo... -el joven arrojó la colilla y la aplastó con el pie- no suelo hacer eso en absoluto. Preferiría que no...




-Que un tío buenísimo como tú no vaya de frente por la vida... no lo pillo.




Mìcheal se sintió forzado a mirarlo, que era lo que él pretendía... pero, no, continuaba con el rostro serio; no daba la impresión de que estuviera burlándose. Aparentemente se había ligado a uno de los tipos más sexy que había conocido... y no podía hacer ni una maldita cosa al respecto.




-Te he mentido -confesó Rafael-. No recordaba las ropas que llevabas el sábado porque tuviera unas parecidas. Las vi en una bolsa en el despacho de C.C., y después saltando alegremente sobre la pasarela...




-Oh, eso... oye... no vayas a pensar que hay nada raro entre Toller y yo... Creo que solo lo hace porque no confía en mi gusto para elegir lo que debo ponerme... Él y yo no...




-Tranquilo. No tenemos una relación, ni nada por el estilo. Nos conocimos hace poco, le gusta lo que hago, nos hemos visto un par de veces... nada más. Él no es de los que se conforman con uno solo. En cuanto a mí... tonteo un poco por ahí, hasta el día que encuentre a alguien que merezca la pena. Entonces se acabarán las gilipolleces. -Lanzó una mirada especulativa al rubio que hizo que a éste se le erizara el vello de la nuca-. Ese tipo alto, el del pelo castaño, ¿es tu pareja?




Mìcheal tragó saliva. Así pues, que lo había estado mirando en la sala... Asintió con la cabeza.




-Ya veo. -Sacó otro par de pitillos de la tabaquera, se introdujo ambos en la boca, tomó el encendedor, que aún hacía equilibrios sobre la barandilla, y lo accionó-.¿Cuánto hace que salís?




-Tres años...




La mano de Rafael se congeló un instante, la llama bailando frente a sus labios. Cuando se acordó de que debía seguir respirando, prendió los cigarrillos con una profunda inhalación y le ofreció uno a su compañero, que lo aceptó sin pensar.




-Supongo que nos veremos a menudo por aquí -dijo el pelirrojo-. Me gustaría mucho oír cómo tocas. Nosotros venimos por las tardes y trasteamos en la cabina del Dj... ¿te apuntas?




-... Claro, Rafael -respondió Munro finalmente-. Genial...




-Rafa; llámame Rafa.




-Llámame Mick, entonces...




El español arqueó los labios y le tendió el brazo flexionado con la mano hacia arriba, para chocársela. Mìcheal la miró como si viera el premio gordo de la lotería escurrírsele entre los dedos... Vale, pensó, si tiene que salir corriendo, mejor que sea ahora, cuando todavía no he...




-Oye -titubeó-, pensarás que soy un tarado, pero... no puedo tocar a la gente. Tengo una... -Se mordió los labios; de alguna forma le repugnaba soltarle aquella condenada historia de la afenfosfobia; sacó los guantes del bolsillo y se los mostró, colocándose tristemente el derecho-. Tengo que ir por ahí forrado de tela para evitar rozarme accidentalmente. Si es demasiado para...




No pudo continuar: los ojos de Rafael hicieron que se le encogiera el corazón. Por un momento creyó leer tal incredulidad, tal tristeza... tal desesperación en ellos, que pensó que los suyos lo engañaban. Fuera lo que fuese, duró poco; el joven de cabellos cobrizos compuso una sonrisa y acercó aún más la mano.




-Bueno... si para ti está bien, para mi también, supongo.




La mandíbula inferior de Mìcheal volvió a aflojarse; pero le tendió la mano enguantada y él se la estrechó con fuerza y durante un largo momento, sin querer dejarla ir. La soltó, con reluctancia, y sus sonrisas se volvieron más osadas.




-¿Sabes? -se atrevió a decir el rubio, haciendo acopio de valor-. No me extraña nada que Toller esté en el séptimo cielo; eres...




Se interrumpió. Era una confesión de admiración que sonaba patética, y tenía la impresión de que ya había agotado su cupo de patetismo de la noche, o del mes, más bien. Pero él no parecía opinar lo mismo; estaba ocupado perforándolo con aquella mirada de malaquita.




-Que no haya varios retratos tuyos en los Uffizi es un simple error temporal y espacial, Mìcheal.




La voz de Rafael sonó distinta, solemne; su acento desapareció. Munro no entendió aquel cambio de tono... ni siquiera sus palabras. Solo fue consciente de que le resultaron embriagadoras.




-Por ahí viene tu amigo; nos vemos, Mick.




El pelirrojo se esfumó antes de que Owen alcanzara a su pareja.







***







Eran las cuatro de la mañana. Rafael Cienfuegos no podía dormir; acurrucado en el hueco de una ventana, con un cigarrillo ardiendo entre los dedos, miraba al exterior sin ver realmente. No es que hubiera nada digno de contemplarse, en realidad: la calle ancha y sucia estaba pobremente iluminada; la luz de la ciudad nunca dejaba ver el cielo.

Recordaba aquella mano enguantada que había estrechado, la blanda, demasiado blanda presión de sus dedos. Pensaba en la piel que había debajo. Pensaba en... Y yo creía que sabía lo que era sufrir el suplicio de Tántalo...

Y la mirada que lo rehuía, que no se atrevía a ir de frente... Aquella barbilla, aquellos ojos azules siempre se habían alzado, orgullosos. Siempre se habían clavado en cualquiera que se le pusiera por delante. Y ahora... Mìcheal... ¿qué te ha pasado? ¿Qué ha hecho de ti...?

Faulkner. Oh, Dios... Había tenido que huir de allí; había tenido que largarse antes de encontrárselo cara a cara, o de lo contrario no habría podido contenerse. Le habría partido el alma a golpes; lo habría machacado hasta convertirlo en una pulpa sanguinolenta. Se había atrevido a hacerle aquello...

Intentaba pensar de manera racional. Intentaba procesar lo que él le había dicho, poner en orden sus ideas, trazar sus planes, decidir cuál debería ser el primer paso...

Pero no podía hacerlo; no aquella noche; no, cuando su pecho aún golpeaba con tanta fuerza que le dolía...

Habían pasado tantos años desde la última ocasión en que lo tocó... Y cuando finalmente había podido estrechar su mano, un guante de cuero negro se había interpuesto entre ellos...




Ciento cuatro malditos años...
 
 


 

Rafael

 

 


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4 comentarios:

  1. waw waw estuvo genial cada vez esto se pone mejor

    mm pues la tipica historia homoerotica es (para mi) empieza todo patas arriba el uke ha sufrido toda su vida vive en lo solitario pero es sumiso conoce alguien se enamora es correspondido, tienen sexo como conejos despues pasa algo malo pero lo solucionan rapidamente vuelven a tener sexo y se declaran su amor para toda la eternidad y colorin colorado este cuento se ha acabado jajaja demasiado cliche y predecible

    Este encambio tiene un encanto super especial. Aunque al principio como que tuve mis duditas ahora no me cabe la menor duda de q esta historia es completamente mi tipo.
    Asi q se conocian. Yo no veia el momento en el que Rafael hiciera su aparicion y tengo que decir que me fue totalmente inesparada. Ahora no hay momento q no este pegada al telefono o a la pc leyendo. Me gusta, me encanta como se va desarrollando cada parte. Por el momento creo q no te haré preguntas con respecto al trama (me emociona el misterio)
    Pero si tengo una pequeña duda eres de las que tienen definido quien va a ser el de abajo y el de arriba? a la hora de escribir y si es asi los describes al uke como mas delicado y el seme mas grande, fortachon (jaja no se si me entiendo)

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    1. O.K., entiendo lo de la historia típica, hehe. Pues no, lo de las historias típicas no es lo mío, me gusta (intento) escribir cosas con algún punto que se salga de la norma, al menos. Y en referencia a la asignación de roles en los personajes, te diré que conmigo nunca te puedes fiar. La gran mayoría son versátiles y sus características no tienen nada que ver con lo que les gusta hacer en la intimidad ; ). Por supuesto, en esta historia hay algunos, como Owen y Ho-Jun, que están construidos para actuar de una determinada manera, pero es por necesidades de trama : D. Por lo demás, en la variedad está la salsa de la vida .^^ .
      Me alegro de que te guste. Ya ves que Rafa es un principal y tarda en aparecer, lo que puede resultar un poco preocupante, peeero... si sigues leyendo, irás obteniendo todas las respuestas.

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  2. Mmmm pues q tengo q decir q cuándo viene a sorpresas con respecto a los roles de los personajes en ese sector no soy muy fanática ni me animan las sorpresas Hahaha me gusta saber definir desde q lo describen quién va a ocupar cual puesto(demasiado cliché no?)
    Cuando describiste a Rafael en su pasado pude imaginármelo completamente como el de arriba. Pero antes cuando se conocieron dude aunq como el otro ya había tenido un rol me dije no está bien jaja. Por eso la pregunta. Aww la verdad no espero llevaren ninguna sorpresa con respecto a este ya q pienso q Rafael es el q va a tomar el papel activo T^T

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    1. Hehehe, pues no te puedo decir nada, que te hago spoiler... A mí sí me gusta que me sorprendan, lo admito, y que cada personaje haga lo que le pida el cuerpo. Me gusta ver a una pareja y no pensar «pues este tiene pinta de esto, y aquel, de aquello», ya sabes .^^

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