2012/08/03

PARA EXTENDER LAS ALAS V: El palacio sobre el lago





Ho-Jun Jang había hecho una de sus pausas dramáticas para tomar otro sorbo de agua, y de nuevo el joven rubio que reposaba en su regazo había girado la cabeza para echarle un vistazo. Le encantaban las pausas dramáticas, aunque aquel día no se sentía especialmente inspirado. Tenía la cabeza puesta en su narración, cierto, deseaba complacer a su audiencia; pero el corazón lo tenía en otra parte... No había ido muy lejos: estaba allí mismo, entre sus rodillas.

El coreano reanudó la narración, conteniendo un suspiro.







"Nunca se nos ha permitido conocer a ciencia cierta el contenido del palacio. Que está más allá de cualquier cosa que podamos encontrar aquí... de eso somos conscientes, pues pasó mucho tiempo hasta que los hermanos consideraran la posibilidad de concentrarse en otra cosa que no fuera saciar su curiosidad con los infinitos niveles que parecían abrirse ante ellos. Sí sabemos que el piramidión es un gigantesco observatorio, una ventana hacia la tierra; a través de él aquel extraño fue capaz de anticiparse a su llegada. En cuanto a la semiesfera... los hermanos aprendieron que tenía la misma función; pero apuntaba hacia el espacio.

"Un día en el que la atención de los hermanos estaba, extrañamente, poco dispersa, el desconocido les mostró el mecanismo. Un cilindro enorme, dividido en secciones, se perdía en el altísimo techo de la cámara que se encontraba en el interior de la estructura, debajo de la torre con la semiesfera. Las secciones se estrechaban hasta convertirse en un visor, y una cabina colocada bajo él permitía a una persona tenderse y asistir al gran espectáculo del espacio, oscuro, frío... y asimismo, tan lleno de vida.

"Tenemos que comprender que, en aquel tiempo, los hombres no sabían ni una fracción de lo que conocemos ahora sobre el universo... y lo que conocemos ahora no merece siquiera llamarse fracción. No obstante, aquel hombre les explicó a grandes rasgos cómo funcionaba el instrumento y qué era lo que podían esperar ver. Planetas, estrellas, sistemas, galaxias... Ilusiones, en muchos casos: visiones de una luz que había dejado de brillar hacía incontables años pero cuyo fantasma aún refulgía en aquella imagen al otro lado del vidrio.

"El observatorio solía apuntar obstinadamente a unas ciertas coordenadas, en un punto tan distante que la estrella que espiaba se veía pequeña y poco impresionante. El hombre afirmó que lo que el perseguía era un cometa.




-¿Un cometa? -preguntaron los hermanos.




-Cada ciento once años, un cometa cruza por delante de esta estrella. Está tan alejado que no se puede ver ni aun con la ayuda de este aparato, pero sé que está ahí, por la sutiles diferencias en el brillo y la intensidad de la luz. En el momento en que el cometa atraviesa su centro, un portal se abre entre los dos sistemas; y cuando todos los cuerpos celestes entre nosotros hayan alcanzado armonía... ese día yo podré satisfacer mi anhelo de viajar a aquel lugar.




-¿Y por qué habrías de querer abandonar el palacio? ¿Acaso no tienes aquí todo lo que puedas desear? ¿Qué puede haber, en una pequeña y lejana estrella en medio del vacío oscuro, que pueda compararse a lo que te rodea?




"El extraño los miró con serenidad; sabía perfectamente lo que había en el interior de los hombres.




-Deseabais alcanzar el palacio, mas cuando obtuvisteis los medios que precisabais para hacerlo, decidisteis permanecer en la tierra durante mucho tiempo, dado que vuestro deseo se había aplacado con la merced que habíais recibido. De nuevo, ahora, creéis que no hay nada más allá de lo que hoy disfrutáis; pero llegará el día en que vuestros ojos apunten en la misma dirección que los míos. Y habréis de saber una cosa: el portal solo puede abrirse para una persona.




"El hombre tenía razón: los hermanos no le prestaron mayor atención. La pirámide invertida y sus maravillas habían capturado su corazón. Por eso no recordaron, siquiera, el momento justo en el que el cometa habría de pasar ante la estrella; y por eso no asistieron a la apertura del portal, ni al instante de increíble fortuna en que su anfitrión pudo ver cumplido su deseo de cruzar al otro lado. No puedo decirte cuánto tiempo pasó hasta que se percataron de su ausencia.

"Volvió a transcurrir los años... no me preguntes cuántos, lo ignoro; muchos, muchísimos. Y de nuevo vinieron a dar la razón al desconocido: los hermanos empezaron a lanzar miradas curiosas a la cámara del observatorio. Probaron a tenderse en la cabina, a juguetear introduciendo coordenadas, a observar cinturones de estrellas, sistemas binarios y hermosas pero mortales supernovas. Pero, al final, las coordenadas siempre volvían a marcar el punto en el que la discreta estrella aguardaba al cometa, puntual cada ciento once años. Lo miraban; se quedaban pensativos; casi podían oírse los dientes de los pequeños engranajes en su cerebro, encajando unos con otros mientras elucubraban...




-Hermanos -empezó, un buen día, uno de los tres, con su tono más rebuscado y untuoso-, no creo que vaya a ocurrir gran cosa, pero aun así, siento una ligera curiosidad, y ya que el día está próximo y estoy seguro de que a vosotros no os importará, he decidido que voy a esperar en la cabina el momento en el que se abrirá el portal.




-¿Cómo que no me importará? -saltó, enseguida, otro de ellos-. ¡Por supuesto que me importa! De hecho, yo mismo estaba considerando la idea de esperar al portal en la cámara del observatorio...




-¿Y por qué habrías de ser tú? ¿O tú? -preguntó el tercero-. Yo llevo más tiempo que vosotros dos aguardando ese momento... ¡Me corresponde a mí usar la cabina!




"Ya podrás suponer que no se pusieron de acuerdo. Nadie pudo imponer su autoridad; nadie pudo hallar los medios de sobornar o chantajear a los otros dos... ¿cómo? Todos estaban en igualdad de condiciones. Cuando las palabras llevaron a los gritos, y estos a las manos, el silencio más cortante se impuso entonces entre ellos; el silencio y la desconfianza.

"Cierto día, uno de ellos se escurrió con sigilo por las sombras de uno de los innumerables corredores que comunicaban las estancias del palacio. Su mente estaba nublada con visiones de furia y violencia; si no podía obtener lo que quería por las buenas, que así fuera, lo haría por las malas. Se apostó tras una oscura esquina y aguardó, daga en mano, a que otro cruzara pronto por allí; no en vano lo había citado él mismo... Los minutos se arrastraban, lentamente, y él tuvo que hacer acopio de paciencia y tratar de acallar los estruendosos latidos de su corazón, que amenazaban con delatarlo. De repente, un ligero ruido captó su atención; debía de ser aquel maldito, que ya se dignaba a acudir. Contuvo la respiración, alzó la mano...

"Miró hacia abajo. Una mancha roja se extendía sobre la blanca tela de sus ropas. Qué extraño, debió pensar; probablemente tenía algo que ver con aquella punta de metal que sobresalía de su pecho...

"Su maltrecho cerebro no dio para más, dado que el oxígeno había dejado de llegarle porque su corazón se había detenido. Es lo que tienen las dagas de hierro... Se derrumbó en el suelo del corredor sin decir una palabra. A sus espaldas, el tercer hermano se limpiaba las manos ensangrentadas, distraídamente, en el borde de su camisa.

"¿He de explicarte lo que pasó a continuación? El asesino cazó al otro, o quizás el otro al asesino, ¿qué importancia tiene? La única certeza es que, el día del cometa, uno de ellos se tendió en la cabina y aguardó el momento exacto en el que se abrió el portal. Y... no sucedió nada. ¿Qué había dicho el desconocido? Armonía: algo de armonía entre los cuerpos celestes, significara lo que significase. Con una maldición, abandonó la cámara.

"Lo curioso es que los otros dos reaparecieron justo entonces, e imagínate, no estaban especialmente satisfechos. Deseaban una explicación convincente, y muy convincente debería de ser para aplacar su contrariedad. No había gran cosa que explicar, los tres habían tenido la misma idea. Se miraron con renovada desconfianza y se cuidaron bien de mantener las distancias.

"Aun así, adivinarás lo que pasó, ciento once años más tarde: exactamente lo mismo. Se dieron caza hasta que solo quedó uno, que fue testigo del paso del cometa y el portal, con idénticos infructuosos resultados. Solo que entonces, cuando los demás reaparecieron nadie se molestó en pedir explicaciones; se lanzaron unos contra otros, hasta que solo hubo un superviviente.

"¿Puedes imaginarte lo que son ciento once años de soledad? No, claro que no puedes, afortunado de ti. Mejor o peor, la compañía de sus hermanos era toda la que tenía, así que el tiempo transcurrió muy lentamente para él... Cuando llegó el centésimo undécimo año, ya no sabía si lo que más deseaba era cruzar el portal o intercambiar palabras con otro ser humano... Y, de nuevo, no volvió a pasar nada, y tuvo que lidiar con el problema de evitar que los tres se asesinaran nada más encontrarse...

"Había tenido... muchos años para pensar, con lo que pudo idear un sencillo sistema de barricadas, mensajes y otras minucias, que salvaron su vida el tiempo necesario para que pudiera explicarles cuán poco recomendable había sido su experiencia. Le costó tiempo, pero los calmó, y pronto se pusieron de acuerdo en que habían de discurrir un método más civilizado para establecer quién tendría derecho a usar la cámara. Nadie era partidario de tomar turnos, ni de echarlo a suertes, ni de volver a decidirlo con las armas... Debía ser algo más, algo diferente... algo que hiciera que valiese la pena, que diera sentido a la larga espera que suponía cada venida del cometa.







Jang se detuvo. Cuando Munro alzó la vista hacia él se encontró con su bella y enigmática sonrisa, su mano deslizándose ligeramente sobre su espalda; no proseguía con la narración, así que tuvo que preguntar:




-¿Y qué fue lo que decidieron, Ho-Jun?




-Sí, Mìcheal, ¿qué fue lo que decidieron?




-El que está contando la historia eres tú...




-Ya he hablado, hablado y hablado; es mi turno de disfrutar tu voz. -El joven iba a protestar, pero Jang se llevó un dedo a la boca-. Compláceme, por favor...




Mìcheal se mordió los labios; pero se incorporó ligeramente y alzó el rostro, aunque no los ojos, hacia su compañero. Su expresión se volvió concentrada mientras retomaba el relato, eligiendo sus palabras con extremo cuidado.




-Los hermanos volvieron a mirar hacia la tierra, después de tantos años -el coreano asintió, complacido por aquel comienzo- y decidieron que harían a los humanos... partícipes de su secreto. Habían aprendido muchas cosas durante su estancia en el palacio, así que elegirían... avatares entre ellos, almas que se reencarnarían cada ciento once años y que competirían hasta que solo quedara una facción... y esa facción otorgaría la victoria a su señor. Y el número de almas sobre la tierra, que siempre es el mismo, fue fácil de escoger: ciento once.

"A partir del primer año del ciclo, las almas comienzan a reencarnarse, una tras otra, año tras año; el azar, la casualidad, tienen también su papel en el juego del que formamos parte. Los primeros en tomar conciencia son siempre los Alpheh, si bien no necesariamente los primeros en nacer, y ellos mantienen los ojos abiertos para localizar y despertar a todos los demás en los Días Marcados; y gracias a ellos nos unimos nosotros, los Nurandeah, los Gelakeah, y los Belandeah. Los Negros, los Grises, los Blancos...

"Sí, al igual que nuestros señores en el palacio, también tenemos nuestros Días Marcados sobre la tierra. Nos hacen sentir poderosos, porque nos volvemos invisibles a los demás humanos a voluntad; pero también vulnerables, porque solo hay dos cosas que pueden acabar con nuestra vida: el fin del ciclo... y una hoja blandida por uno de los nuestros en un Día Marcado.







Jang lo escuchaba con atención. Más que a la historia en sí, que conocía mucho mejor que él, a la manera en que la contaba, las palabras que utilizaba... la soltura y la confianza en sí mismo que iba adquiriendo poco a poco, a medida que avanzaba. Mìcheal tenía una voz suave y sensual que armonizaba perfectamente con el resto de su persona. Oírlo era un placer; el coreano se preguntaba cuántas personas en el mundo eran conscientes de aquello.







-No siempre despertamos los ciento once en cada ciclo; hay ocasiones en que los Alpheh no nos encuentran, o bien la partida ya se ha decidido antes de que lo hagan. Es un gran don que seamos capaces de extender las alas... y puesto que lo tenemos, hemos de dar lo mejor de nosotros mismos para traer la victoria a nuestra facción. Si lo conseguimos, nuestro señor tendrá la oportunidad de descubrir qué hay más allá de las estrellas... y cuando ese momento llegue, los que lucharon por él en ese ciclo, incluso quienes se quedaron en el camino, podrán acceder al palacio sobre el lago. Y nada de lo que hay aquí abajo puede empezar a compararse a lo que hay allí.




-¿Y si nuestro señor no consigue atravesar el portal, Mìcheal?




-Entonces... el palacio se moverá a una nueva localización, sobre un nuevo lago, y el ciclo comenzará de nuevo, hasta que lo consiga.




-Pero nunca nos es dado recordar nuestras vidas pasadas... ¿No es extraño? Es posible que, hace cientos de años, tú y yo ya mantuviéramos esta conversación; tú, apoyado en mi regazo, con tu pelo rubio extendido sobre mis rodillas; yo, escuchando, complacido, y acariciando tu espalda, y quizá algo más, si en aquella vida habíamos sido amantes...




Munro frunció ligeramente el ceño, en una mueca de congoja. Jang se arrepintió al instante de sus palabras.




-Perdona; eso no ha sido muy afortunado. Olvida que lo he dicho...




-No, no importa; tienes razón, es posible... Cualquier cosa es posible, si lo pensamos. Ciento once almas, siempre las mismas, encontrándose una y otra vez...




El asiático tuvo en la punta de la lengua añadir "no siempre las mismas". Había una posibilidad, una pequeña posibilidad, de que algunos de los elegidos se perdieran en el viaje y fueran sustituidos por otros hasta completar el número. Pero si Faulkner no se lo había contado, no creía que fuera él quien debía hacerlo.




-¡Mierda! ¡Mira qué hora es! -exclamó el más joven, fijándose en el reloj de diseño que colgaba de la pared-. Y yo te he tenido todo el santo día apartado del trabajo y pendiente a mis estupideces...




-Cálmate, Mìcheal -lo tranquilizó su compañero-. Este día es completamente para ti. Después de tres años, ¿crees que iba a privarme de tu compañía así como así? -El muchacho sonrió-. Bueno, ya es casi la hora de la cena; ¿qué tal si ahora elijo yo? -Acompañó esta frase con una mueca burlona en la que enseñó todos los dientes-. Y después podemos acercarnos al lago, dando un paseo. La luna creciente bastará para que luzca. ¿Qué me dices?




Munro saltó, estiró tanto la manga derecha que quedó colgando de su mano y se la tendió a su anfitrión. Éste la contempló unos segundos y luego la tomó con cuidado, ayudándose de ella para levantarse; pero no se olvidó de echar una buena mirada al bien torneado hombro desnudo que el cuello ladeado de la camiseta había descubierto.










-... Y tenía demasiadas cosas en la cabeza para concentrarme en Fundamentos de Composición y la Historia Universal de la Música, así que me decidí por lo que era realmente práctico. Pero ya te he dicho que no lo he dejado, ahora practico en casa. ¡Ah! Y bailo en el Under 111, por si quieres...




El joven se calló de golpe. No tenía claro si quería que Ho-Jun asistiera al espectáculo que era él, vestido con unos simples pantalones, meneando las caderas en la plataforma de una sala tecno.




-Sí, el Under 111. Curiosa coincidencia, ¿no es cierto?




-Bueno... es una coincidencia. Conozco al dueño y no tiene nada que ver con nosotros.




-Y dices que bailas... ¿Eres un animador?




-Eh... -Mìcheal intentó ocultar su incomodidad tras un cigarrillo. Su compañero observó cómo lo encendía.




-No sabía que fumaras...




-Perdona... no me atrevía a encender uno en tu casa, y solo pude escaparme del restaurante a echar uno rápido y, la verdad, mi resistencia tiene un límite...




-Ya veo. Así que has dejado el Conservatorio, fumas y bailas en un club.




-... Estás decepcionado...




-No; es tu vida, y tu decisión, el tabaco no supone ninguna diferencia y... confieso que siento mucha curiosidad por verte bailar. -Munro lo miró de reojo, y vio que su expresión era calmada y parecía sincero-. Ah, el lago de noche... lo echaba de menos...




El parque Veldt era el más grande de la ciudad, y su principal pulmón verde. Que estuviera en la zona centro y, por lo tanto, rodeado de tráfico por los cuatro costados, suponía un increíble contraste con sus plácidos caminos de grava, sus amplias zonas de césped, sus monumentos y plazas donde se celebraban todo tipo de eventos y, sobre todo, el enorme lago en cuyo centro habían construido una isla artificial. Ya era tarde, y las puertas estaban cerradas, mas cualquiera de los Alpheh sabía cómo arreglárselas para tener acceso al recinto siempre que quisiera.

Jang y Munro se apoyaron en la barandilla metálica que rodeaba la zona este del lago. La noche estaba en calma. La superficie del agua reflejaba el cielo como un espejo, apenas alterada por algún que otro chapoteo. La luna creciente brillaba bajo la sombra negra de la isla; un ojo entreabierto...

Una figura plateada en el medio de una pirámide.

Los dos alzaron la vista al cielo, donde la silueta oscura del palacio se recortaba sobre un fondo iluminado por las luces de la ciudad. Ahora era solo una imagen, un espejismo de algo que estaba allí, en algún lugar, y que aún no podían alcanzar. Quizás algún día...










Alguien más se encontraba en el parque a aquellas horas de la noche. No miraba al lago, que ya había visto decenas de veces, ni a la luna reflejada en él, ni al cielo: tenía los ojos clavados en las figuras que conversaban con toda la calma del mundo. En concreto, no podía dejar de estudiar al más bajo de ambos hombres, al joven de la gorra que hacía bailar una brasa anaranjada desde su cintura hasta sus labios...

El espía no se movió ni un centímetro mientras permanecieron allí; y cuando volvieron a ponerse en camino, se dispuso a seguirlos. Sin embargo, antes de abandonar el parque alzó la vista al espacio sobre la isla, al punto donde flotaba el espejismo de la pirámide. Deseaba gritar a pleno pulmón, hasta quedarse ronco... En lugar de eso, tuvo que tragarse la bilis y contentarse con sisear :




-Pero... ¿a qué cojones estáis jugando ahora, hijos de puta...?



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