Ho-Jun Jang había
hecho una de sus pausas dramáticas para tomar otro sorbo de agua, y
de nuevo el joven rubio que reposaba en su regazo había girado la
cabeza para echarle un vistazo. Le encantaban las pausas dramáticas,
aunque aquel día no se sentía especialmente inspirado. Tenía la
cabeza puesta en su narración, cierto, deseaba complacer a su
audiencia; pero el corazón lo tenía en otra parte... No había ido
muy lejos: estaba allí mismo, entre sus rodillas.
El coreano reanudó
la narración, conteniendo un suspiro.
"Nunca se nos
ha permitido conocer a ciencia cierta el contenido del palacio.
Que está más allá de cualquier cosa que podamos encontrar aquí...
de eso somos conscientes, pues pasó mucho tiempo hasta que los
hermanos consideraran la posibilidad de concentrarse en otra cosa que
no fuera saciar su curiosidad con los infinitos niveles que parecían
abrirse ante ellos. Sí sabemos que el piramidión es un gigantesco
observatorio, una ventana hacia la tierra; a través de él aquel
extraño fue capaz de anticiparse a su llegada. En cuanto a la
semiesfera... los hermanos aprendieron que tenía la misma función;
pero apuntaba hacia el espacio.
"Un día en el
que la atención de los hermanos estaba, extrañamente, poco
dispersa, el desconocido les mostró el mecanismo. Un cilindro
enorme, dividido en secciones, se perdía en el altísimo techo de la
cámara que se encontraba en el interior de la estructura, debajo
de la torre con la semiesfera. Las secciones se estrechaban hasta
convertirse en un visor, y una cabina colocada bajo él permitía a
una persona tenderse y asistir al gran espectáculo del espacio,
oscuro, frío... y asimismo, tan lleno de vida.
"Tenemos que
comprender que, en aquel tiempo, los hombres no sabían ni una
fracción de lo que conocemos ahora sobre el universo... y lo que
conocemos ahora no merece siquiera llamarse fracción. No obstante,
aquel hombre les explicó a grandes rasgos cómo funcionaba el
instrumento y qué era lo que podían esperar ver. Planetas,
estrellas, sistemas, galaxias... Ilusiones, en muchos casos: visiones
de una luz que había dejado de brillar hacía incontables años pero
cuyo fantasma aún refulgía en aquella imagen al otro lado del
vidrio.
"El
observatorio solía apuntar obstinadamente a unas ciertas
coordenadas, en un punto tan distante que la estrella que espiaba se
veía pequeña y poco impresionante. El hombre afirmó que lo que el
perseguía era un cometa.
-¿Un cometa?
-preguntaron los hermanos.
-Cada ciento once
años, un cometa cruza por delante de esta estrella. Está tan
alejado que no se puede ver ni aun con la ayuda de este aparato, pero
sé que está ahí, por la sutiles diferencias en el brillo y la
intensidad de la luz. En el momento en que el cometa atraviesa su
centro, un portal se abre entre los dos sistemas; y cuando todos los
cuerpos celestes entre nosotros hayan alcanzado armonía... ese día
yo podré satisfacer mi anhelo de viajar a aquel lugar.
-¿Y por qué
habrías de querer abandonar el palacio? ¿Acaso no tienes aquí todo
lo que puedas desear? ¿Qué puede haber, en una pequeña y lejana
estrella en medio del vacío oscuro, que pueda compararse a lo que te
rodea?
"El extraño
los miró con serenidad; sabía perfectamente lo que había en el
interior de los hombres.
-Deseabais alcanzar
el palacio, mas cuando obtuvisteis los medios que precisabais para
hacerlo, decidisteis permanecer en la tierra durante mucho tiempo,
dado que vuestro deseo se había aplacado con la merced que habíais
recibido. De nuevo, ahora, creéis que no hay nada más allá de lo
que hoy disfrutáis; pero llegará el día en que vuestros ojos
apunten en la misma dirección que los míos. Y habréis de saber una
cosa: el portal solo puede abrirse para una persona.
"El hombre
tenía razón: los hermanos no le prestaron mayor atención. La
pirámide invertida y sus maravillas habían capturado su corazón.
Por eso no recordaron, siquiera, el momento justo en el que el cometa
habría de pasar ante la estrella; y por eso no asistieron a la
apertura del portal, ni al instante de increíble fortuna en que su
anfitrión pudo ver cumplido su deseo de cruzar al otro lado. No
puedo decirte cuánto tiempo pasó hasta que se percataron de su
ausencia.
"Volvió a
transcurrir los años... no me preguntes cuántos, lo ignoro; muchos,
muchísimos. Y de nuevo vinieron a dar la razón al desconocido: los
hermanos empezaron a lanzar miradas curiosas a la cámara del
observatorio. Probaron a tenderse en la cabina, a juguetear
introduciendo coordenadas, a observar cinturones de estrellas,
sistemas binarios y hermosas pero mortales supernovas. Pero, al
final, las coordenadas siempre volvían a marcar el punto en el que
la discreta estrella aguardaba al cometa, puntual cada ciento once
años. Lo miraban; se quedaban pensativos; casi podían oírse los
dientes de los pequeños engranajes en su cerebro, encajando unos con
otros mientras elucubraban...
-Hermanos -empezó,
un buen día, uno de los tres, con su tono más rebuscado y untuoso-,
no creo que vaya a ocurrir gran cosa, pero aun así, siento una
ligera curiosidad, y ya que el día está próximo y estoy seguro de
que a vosotros no os importará, he decidido que voy a esperar en la
cabina el momento en el que se abrirá el portal.
-¿Cómo que no me
importará? -saltó, enseguida, otro de ellos-. ¡Por supuesto que me
importa! De hecho, yo mismo estaba considerando la idea de esperar al
portal en la cámara del observatorio...
-¿Y por qué
habrías de ser tú? ¿O tú? -preguntó el tercero-. Yo llevo más
tiempo que vosotros dos aguardando ese momento... ¡Me corresponde a
mí usar la cabina!
"Ya podrás
suponer que no se pusieron de acuerdo. Nadie pudo imponer su
autoridad; nadie pudo hallar los medios de sobornar o chantajear a
los otros dos... ¿cómo? Todos estaban en igualdad de condiciones.
Cuando las palabras llevaron a los gritos, y estos a las manos, el
silencio más cortante se impuso entonces entre ellos; el silencio y
la desconfianza.
"Cierto día,
uno de ellos se escurrió con sigilo por las sombras de uno de los
innumerables corredores que comunicaban las estancias del palacio. Su
mente estaba nublada con visiones de furia y violencia; si no podía
obtener lo que quería por las buenas, que así fuera, lo haría por
las malas. Se apostó tras una oscura esquina y aguardó, daga en
mano, a que otro cruzara pronto por allí; no en vano lo había
citado él mismo... Los minutos se arrastraban, lentamente, y él
tuvo que hacer acopio de paciencia y tratar de acallar los
estruendosos latidos de su corazón, que amenazaban con delatarlo. De
repente, un ligero ruido captó su atención; debía de ser aquel
maldito, que ya se dignaba a acudir. Contuvo la respiración, alzó
la mano...
"Miró hacia
abajo. Una mancha roja se extendía sobre la blanca tela de sus
ropas. Qué extraño, debió pensar; probablemente tenía algo que
ver con aquella punta de metal que sobresalía de su pecho...
"Su maltrecho
cerebro no dio para más, dado que el oxígeno había dejado de
llegarle porque su corazón se había detenido. Es lo que tienen las
dagas de hierro... Se derrumbó en el suelo del corredor sin decir
una palabra. A sus espaldas, el tercer hermano se limpiaba las manos
ensangrentadas, distraídamente, en el borde de su camisa.
"¿He de
explicarte lo que pasó a continuación? El asesino cazó al otro, o
quizás el otro al asesino, ¿qué importancia tiene? La única
certeza es que, el día del cometa, uno de ellos se tendió en la
cabina y aguardó el momento exacto en el que se abrió el portal.
Y... no sucedió nada. ¿Qué había dicho el desconocido? Armonía:
algo de armonía entre los cuerpos celestes, significara lo que
significase. Con una maldición, abandonó la cámara.
"Lo curioso es
que los otros dos reaparecieron justo entonces, e imagínate, no
estaban especialmente satisfechos. Deseaban una explicación
convincente, y muy convincente debería de ser para aplacar su
contrariedad. No había gran cosa que explicar, los tres habían
tenido la misma idea. Se miraron con renovada desconfianza y se
cuidaron bien de mantener las distancias.
"Aun así,
adivinarás lo que pasó, ciento once años más tarde: exactamente
lo mismo. Se dieron caza hasta que solo quedó uno, que fue testigo
del paso del cometa y el portal, con idénticos infructuosos
resultados. Solo que entonces, cuando los demás reaparecieron nadie
se molestó en pedir explicaciones; se lanzaron unos contra otros,
hasta que solo hubo un superviviente.
"¿Puedes
imaginarte lo que son ciento once años de soledad? No, claro que no
puedes, afortunado de ti. Mejor o peor, la compañía de sus hermanos
era toda la que tenía, así que el tiempo transcurrió muy
lentamente para él... Cuando llegó el centésimo undécimo año, ya
no sabía si lo que más deseaba era cruzar el portal o intercambiar
palabras con otro ser humano... Y, de nuevo, no volvió a pasar nada,
y tuvo que lidiar con el problema de evitar que los tres se
asesinaran nada más encontrarse...
"Había
tenido... muchos años para pensar, con lo que pudo idear un sencillo
sistema de barricadas, mensajes y otras minucias, que salvaron su
vida el tiempo necesario para que pudiera explicarles cuán poco
recomendable había sido su experiencia. Le costó tiempo, pero los
calmó, y pronto se pusieron de acuerdo en que habían de discurrir
un método más civilizado para establecer quién tendría derecho a
usar la cámara. Nadie era partidario de tomar turnos, ni de echarlo
a suertes, ni de volver a decidirlo con las armas... Debía ser algo
más, algo diferente... algo que hiciera que valiese la pena, que
diera sentido a la larga espera que suponía cada venida del cometa.
Jang se detuvo.
Cuando Munro alzó la vista hacia él se encontró con su bella y
enigmática sonrisa, su mano deslizándose ligeramente sobre su
espalda; no proseguía con la narración, así que tuvo que
preguntar:
-¿Y qué fue lo que
decidieron, Ho-Jun?
-Sí, Mìcheal, ¿qué
fue lo que decidieron?
-El que está
contando la historia eres tú...
-Ya he hablado,
hablado y hablado; es mi turno de disfrutar tu voz. -El joven iba a
protestar, pero Jang se llevó un dedo a la boca-. Compláceme, por
favor...
Mìcheal se mordió
los labios; pero se incorporó ligeramente y alzó el rostro, aunque
no los ojos, hacia su compañero. Su expresión se volvió
concentrada mientras retomaba el relato, eligiendo sus palabras con
extremo cuidado.
-Los hermanos
volvieron a mirar hacia la tierra, después de tantos años -el
coreano asintió, complacido por aquel comienzo- y decidieron que
harían a los humanos... partícipes de su secreto. Habían aprendido
muchas cosas durante su estancia en el palacio, así que elegirían...
avatares entre ellos, almas que se reencarnarían cada ciento once
años y que competirían hasta que solo quedara una facción... y esa
facción otorgaría la victoria a su señor. Y el número de almas
sobre la tierra, que siempre es el mismo, fue fácil de escoger:
ciento once.
"A partir del
primer año del ciclo, las almas comienzan a reencarnarse, una tras
otra, año tras año; el azar, la casualidad, tienen también su
papel en el juego del que formamos parte. Los primeros en tomar
conciencia son siempre los Alpheh, si bien no necesariamente los
primeros en nacer, y ellos mantienen los ojos abiertos para localizar
y despertar a todos los demás en los Días Marcados; y gracias a
ellos nos unimos nosotros, los Nurandeah, los Gelakeah, y los
Belandeah. Los Negros, los Grises, los Blancos...
"Sí, al igual
que nuestros señores en el palacio, también tenemos nuestros Días
Marcados sobre la tierra. Nos hacen sentir poderosos, porque nos
volvemos invisibles a los demás humanos a voluntad; pero también
vulnerables, porque solo hay dos cosas que pueden acabar con nuestra
vida: el fin del ciclo... y una hoja blandida por uno de los nuestros
en un Día Marcado.
Jang lo escuchaba
con atención. Más que a la historia en sí, que conocía mucho
mejor que él, a la manera en que la contaba, las palabras que
utilizaba... la soltura y la confianza en sí mismo que iba
adquiriendo poco a poco, a medida que avanzaba. Mìcheal tenía una
voz suave y sensual que armonizaba perfectamente con el resto de su
persona. Oírlo era un placer; el coreano se preguntaba cuántas
personas en el mundo eran conscientes de aquello.
-No siempre
despertamos los ciento once en cada ciclo; hay ocasiones en que los
Alpheh no nos encuentran, o bien la partida ya se ha decidido antes
de que lo hagan. Es un gran don que seamos capaces de extender las
alas... y puesto que lo tenemos, hemos de dar lo mejor de nosotros
mismos para traer la victoria a nuestra facción. Si lo conseguimos,
nuestro señor tendrá la oportunidad de descubrir qué hay más allá
de las estrellas... y cuando ese momento llegue, los que lucharon por
él en ese ciclo, incluso quienes se quedaron en el camino, podrán
acceder al palacio sobre el lago. Y nada de lo que hay aquí abajo
puede empezar a compararse a lo que hay allí.
-¿Y si nuestro
señor no consigue atravesar el portal, Mìcheal?
-Entonces... el
palacio se moverá a una nueva localización, sobre un nuevo lago, y
el ciclo comenzará de nuevo, hasta que lo consiga.
-Pero nunca nos es
dado recordar nuestras vidas pasadas... ¿No es extraño? Es posible
que, hace cientos de años, tú y yo ya mantuviéramos esta
conversación; tú, apoyado en mi regazo, con tu pelo rubio extendido
sobre mis rodillas; yo, escuchando, complacido, y acariciando tu
espalda, y quizá algo más, si en aquella vida habíamos sido
amantes...
Munro frunció
ligeramente el ceño, en una mueca de congoja. Jang se arrepintió al
instante de sus palabras.
-Perdona; eso no ha
sido muy afortunado. Olvida que lo he dicho...
-No, no importa;
tienes razón, es posible... Cualquier cosa es posible, si lo
pensamos. Ciento once almas, siempre las mismas, encontrándose una y
otra vez...
El asiático tuvo en
la punta de la lengua añadir "no siempre las mismas".
Había una posibilidad, una pequeña posibilidad, de que algunos de
los elegidos se perdieran en el viaje y fueran sustituidos por otros
hasta completar el número. Pero si Faulkner no se lo había contado,
no creía que fuera él quien debía hacerlo.
-¡Mierda! ¡Mira
qué hora es! -exclamó el más joven, fijándose en el reloj de
diseño que colgaba de la pared-. Y yo te he tenido todo el santo día
apartado del trabajo y pendiente a mis estupideces...
-Cálmate, Mìcheal
-lo tranquilizó su compañero-. Este día es completamente para ti.
Después de tres años, ¿crees que iba a privarme de tu compañía
así como así? -El muchacho sonrió-. Bueno, ya es casi la hora de
la cena; ¿qué tal si ahora elijo yo? -Acompañó esta frase con una
mueca burlona en la que enseñó todos los dientes-. Y después
podemos acercarnos al lago, dando un paseo. La luna creciente bastará
para que luzca. ¿Qué me dices?
Munro saltó, estiró
tanto la manga derecha que quedó colgando de su mano y se la tendió
a su anfitrión. Éste la contempló unos segundos y luego la tomó
con cuidado, ayudándose de ella para levantarse; pero no se olvidó
de echar una buena mirada al bien torneado hombro desnudo que el
cuello ladeado de la camiseta había descubierto.
-... Y tenía
demasiadas cosas en la cabeza para concentrarme en Fundamentos de
Composición y la Historia Universal de la Música, así que me
decidí por lo que era realmente práctico. Pero ya te he dicho que
no lo he dejado, ahora practico en casa. ¡Ah! Y bailo en el Under
111, por si quieres...
El joven se calló
de golpe. No tenía claro si quería que Ho-Jun asistiera al
espectáculo que era él, vestido con unos simples pantalones,
meneando las caderas en la plataforma de una sala tecno.
-Sí, el Under 111.
Curiosa coincidencia, ¿no es cierto?
-Bueno... es
una
coincidencia. Conozco al dueño y no tiene nada que ver con nosotros.
-Y dices que
bailas... ¿Eres un animador?
-Eh... -Mìcheal
intentó ocultar su incomodidad tras un cigarrillo. Su compañero
observó cómo lo encendía.
-No sabía que
fumaras...
-Perdona... no me
atrevía a encender uno en tu casa, y solo pude escaparme del
restaurante a echar uno rápido y, la verdad, mi resistencia tiene un
límite...
-Ya veo. Así que
has dejado el Conservatorio, fumas y bailas en un club.
-... Estás
decepcionado...
-No; es tu vida, y
tu decisión, el tabaco no supone ninguna diferencia y... confieso
que siento mucha curiosidad por verte bailar. -Munro lo miró de
reojo, y vio que su expresión era calmada y parecía sincero-. Ah,
el lago de noche... lo echaba de menos...
El parque Veldt era
el más grande de la ciudad, y su principal pulmón verde. Que
estuviera en la zona centro y, por lo tanto, rodeado de tráfico por
los cuatro costados, suponía un increíble contraste con sus
plácidos caminos de grava, sus amplias zonas de césped, sus
monumentos y plazas donde se celebraban todo tipo de eventos y, sobre
todo, el enorme lago en cuyo centro habían construido una isla
artificial. Ya era tarde, y las puertas estaban cerradas, mas
cualquiera de los Alpheh sabía cómo arreglárselas para tener
acceso al recinto siempre que quisiera.
Jang y Munro se
apoyaron en la barandilla metálica que rodeaba la zona este del
lago. La noche estaba en calma. La superficie del agua reflejaba el
cielo como un espejo, apenas alterada por algún que otro chapoteo.
La luna creciente brillaba bajo la sombra negra de la isla; un ojo
entreabierto...
Una figura plateada
en el medio de una pirámide.
Los dos alzaron la
vista al cielo, donde la silueta oscura del palacio se recortaba
sobre un fondo iluminado por las luces de la ciudad. Ahora era solo
una imagen, un espejismo de algo que estaba allí, en algún lugar, y
que aún no podían alcanzar. Quizás algún día...
Alguien más se
encontraba en el parque a aquellas horas de la noche. No miraba al
lago, que ya había visto decenas de veces, ni a la luna reflejada en
él, ni al cielo: tenía los ojos clavados en las figuras que
conversaban con toda la calma del mundo. En concreto, no podía dejar
de estudiar al más bajo de ambos hombres, al joven de la gorra que
hacía bailar una brasa anaranjada desde su cintura hasta sus
labios...
El espía no se
movió ni un centímetro mientras permanecieron allí; y cuando
volvieron a ponerse en camino, se dispuso a seguirlos. Sin embargo,
antes de abandonar el parque alzó la vista al espacio sobre la isla,
al punto donde flotaba el espejismo de la pirámide. Deseaba gritar a
pleno pulmón, hasta quedarse ronco... En lugar de eso, tuvo que
tragarse la bilis y contentarse con sisear :
-Pero... ¿a qué
cojones estáis jugando ahora, hijos de puta...?
No hay comentarios:
Publicar un comentario