2019/12/20

LA SAVIA DE LOS DIOSES: Interludio









Dormía en un lago de ira y savia.
La savia siempre había estado ahí. Era lecho, sangre y aliento, y fluía hacia la tierra gracias a las corrientes subterráneas de la montaña. El agua era su única compañera. A veces le susurraba historias del sol, ecos de voces o el chapoteo de pasos quedos; otras se limitada a refrescarlo cuando todo alrededor estaba en calma.
La ira era algo nuevo. Apareció el día que cesó el silencio, o quizá un poco más tarde, en cuanto el agua dejó de refrescar y se volvió venenosa. Sí, la ira debía proceder de aquel veneno. Le hormigueaba bajo la piel desnuda como magma atrapado en roca, buscando una grieta para emerger.
Él, que se regocijaba en el hielo y en el fuego, ignoraba cómo aplacar la quemazón de todo ese veneno. Gritó en sueños, parpadeó, se revolvió. Llevó al límite sus fueras, pero no consiguió vencer a la que había sido su prisión durante siglos.
Algo crujió en el cristal de savia. Con un último estremecimiento, cerró los ojos y esperó.














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