2013/03/09

CON LA VISTA AL CIELO II: Los ojos son la ventana del alma



PRIMERA PARTE: FLORENCIA





II: Los ojos son la ventana del alma




Maestro, voy a visitar la botica, si os place. La azurita se ha agotado, algunos otros pigmentos también están a punto de hacerlo y andamos escasos de aceite de linaza y de nuez.

Verrocchio despegó la vista del papel y la fijó en el alumno al que pertenecía aquella voz. Sus ojos se alternaron, por un momento, entre el esbozo que había comenzado la víspera y la alta y esbelta figura envuelta en tela blanca y verde. Estaba deslumbrador bajo el sol matutino, aunque ¿había alguna ocasión en la que Leonardo no le resultase agradable de contemplar?

Creía que Pietro se ocuparía de hacerlo, lo mencionó hace dos días —respondió el artista. Tomó la mano izquierda del joven y la flexionó para estudiar el ángulo que formaba con su muñeca. Las yemas de los largos dedos revelaban las horas que dedicaba a perfeccionar su técnica musical con la lira. Los acarició, pensativo.

Pietro ha tenido que salir de nuevo por el asunto del cobre.

Que se ocupe cuando vuelva, ahora quisiera continuar con el estudio de ayer; apenas avancé, y no logro comprender en qué se nos fue el día. En cien cosas o en ninguna, supongo. La edad no perdona a nadie sentenció, tirando del brazo de su aprendiz y atrayéndolo hacia sí.

No es cierto, maestro, aún sois joven. Y no me importa encargarme de tratar con el boticario —añadió, entre sutiles esfuerzos por liberarse. No quisiera que el trabajo se demorase sin necesidad. Si me lo permitís...

Verrocchio suspiró y lo dejó ir. Intentaba recordar la razón por la que no lo había visitado la noche previa, considerando lo mucho que lo deseaba. Había debido dormir como un tronco, lo cual era muy extraño. Oh, bueno, nada que no se pudiera remediar más tarde. Volvió a concentrarse en el papel, tratando de encontrar un sentido al exiguo grupo de líneas trazadas en él y que, curiosamente, había olvidado.







Para Leonardo, cuya infancia había transcurrido en un pueblo pequeño, siempre era estimulante recorrer las calles de Florencia. A veces echaba de menos las colinas, los árboles y el hermoso y pintoresco paisaje que siempre le había ofrecido el valle del Arno, pero solía estar tan ocupado que no le alcanzaba el tiempo para abandonarse a los brazos de la nostalgia. Y cuando tenía ocasión de salir y caminar a lo largo del río, cruzar alguno de los cuatro puentes y divisar, en la distancia, la alta torre cuadrada del Palazzo della Signoria o el campanario verde y blanco de la iglesia de Santa Maria, sentía que había puesto el pie en un magnífico primer peldaño hacia el resto de los portentos que aguardaban en el mundo. Le fascinaba mezclarse con la abigarrada marea humana florentina; con las delicadas jovencitas solteras, de relucientes cabellos trenzados; con las damas casadas, que cubrían sus cabezas con velos sutiles como una tela de araña; con los señores acomodados, erguidos bajo los bonetes o tocas que indicaban su posición...

Aquel día, no obstante, su atención estaba cerrada a cualquier estímulo, incluidas las ojeadas apreciativas que solía recibir y que lo llenaban de silencioso orgullo. Lo único que lo impulsaba era repetir el camino recorrido el día anterior. No había mentido a su maestro, en absoluto, y pensaba hacer esa visita a la botica de la que había hablado, pero antes debía acudir a una cita con sus misteriosos visitantes.

Mientras caminaba, no dejaba de preguntarse por el método que habían empleado para borrar su entrada en escena. Por increíble que pareciese, ninguno de los espectadores del taller recordaba nada. Intuía que un jovencito simplón del estilo de Nicola debía resultar fácil de manipular, mas, ¿su maestro? Verrocchio era un hombre inteligente, sabio y capaz, y todo lo que conservaba de la jornada anterior eran recuerdos nebulosos y una larga noche de sueño. Leonardo mismo había espiado en su dormitorio mientras dormía y nada había turbado su descanso. ¿Cuál era el secreto que permitía a una persona así olvidar? La pasada noche en blanco le había proporcionado muchas horas para meditar y ningún resultado concluyente. ¿Llegarían a desvelarle algunos de esos enigmas?

Por el cielo, por el averno, o por cualquiera que lo estuviera escuchando entonces, él rogaba que sí.

Llegó a su destino, la casa desocupada, y se dirigió a la entrada lateral, cuya puerta estaba abierta. Al entrar corrió el cerrojo y se dirigió a la misma estancia que ya conocía. En apariencia estaba vacía, aunque, ¿podía confiarse a sus sentidos? Revisó la casa de arriba abajo, indagó tras los muebles polvorientos, trató de aguzar el oído... y, dado que todo continuaba en el más solemne de los silencios, reclinó la cabeza en el cristal de una de las ventanas y esperó.

Buenos días, belleza. ¿Me echabas de menos?

Aquella voz, tan cerca que casi sentía su aliento... Leonardo se sobresaltó y giró la cabeza hacia los extraños ojos azul marino y la inquietante sonrisa de Navekhen, quien, contraviniendo todas las leyes de la razón, se había materializado a su lado... por segunda vez.

¡Vos! —exclamó—. No esperaba... Es decir, sí esperaba, pero... No se escuchaba nada, y...

¿Creías que no sabíamos hacer apariciones discretas? Por regla general no... triangulamos, y perdona mi audacia con tu lenguaje, tan despreocupada y ruidosamente como lo hicimos ayer, ni ante espectadores. Y recuerda lo que te dije sobre tutearme, mi joven amigo.

¿Triangular? No entiendo.

Así llamamos a nuestro sistema de transporte. Elegimos unas coordenadas, introducimos datos relativos al peso, volumen y demás del objeto o sujeto y... Observo, por tu cara, que no estás familiarizado con mi parloteo, claro. ¿Quién de los tuyos lo estaría? Te lo explicaré en otra ocasión. Acompáñame.

Leonardo lo siguió sin rechistar. En una de las alcobas de la planta superior esperaban otras dos figuras familiares, las de los extraños llamados Draadan y Neudan. El más joven se volvió hacia él, se despojó de su visor y le sonrió; su alto compañero permaneció tras su oscuro parapeto gris y su hierática expresión, sin decir una palabra. Los ojos del joven florentino localizaron otro elemento discordante de la estancia que, sin duda, ellos habían traído consigo: una caja plana de color púrpura sin cerradura, asidero ni ninguna otra decoración. La curiosidad lo animó al instante.

¿Ha sido duro, ver pasar el día sin poder compartir con nadie una experiencia tan... fuera de lo corriente? preguntó Navekhen mientras caminaba hacia el objeto en cuestión.

¿Y quién me habría creído, como vos dijisteis? —murmuró Leonardo, sin perder detalle de sus movimientos.

Ven aquí, Leonardo, y siéntate —pidió su anfitrión. Para ello le señaló una silla tapizada de ajado y polvoriento damasco. Recuerda, te dije que nos garantizaríamos tu discreción con un procedimiento similar a lo que experimentaste en la caverna. Tranquilo, no es doloroso. Acércate tú también, Neudan-mekk. Esta es una sencilla operación que te habría correspondido realizar a ti; ahora bien, dadas tus actuales circunstancias, me ocuparé yo de ella y tú mirarás y aprenderás.

¿Actuales circunstancias?, se preguntó Leonardo. No fue capaz de ahondar más allá en la cuestión, pues la caja se abrió bajo el contacto de los dedos de Navekhen. El visitante extrajo un pequeño aparato alargado que se adaptaba perfectamente a la palma de su mano, con un extremo más afinado que el otro y un tubo central transparente. Cuando lo acercó a él y le apartó el cabello rubio de la nuca, el muchacho se revolvió.

Relájate, ya te he dicho que no te dolerá —susurró en su oído, con esa particular voz hipnótica. El frío del metal, un ligero chasquido y una pequeña presión en la nuca fueron cuanto sintió—. Observa el punto exacto donde ha de colocarse para que penetre as profundidad, Neudan-mekk.

De nuevo notó la presión, aunque esa vez la cabeza comenzó a darle vueltas. Trató de fijar la vista en Draadan, el cuarto miembro del grupo, que se mantenía a distancia y no mostraba ningún interés en la escena. Su figura atlética se convirtió en un borrón grisáceo.

Las voces a su espalda se amortiguaron, se volvieron más y más lejanas.

... Datos para transportarlo a la pirámide...

El gris viró a negro y ya no escuchó nada más.






Abrió los ojos y se encontró en el mismo dormitorio, con la salvedad de que estaba tumbado en la cama y solo llevaba puesta la camisa. ¿Cómo había llegado allí, y por qué le habían quitado la ropa? Curiosamente, su cerebro funcionaba con una claridad inusitada, considerando que acababa de despertarse. El episodio de la caverna... Le habían dicho que iba a ser el mismo procedimiento de aquel día. ¿Significaba eso que había dormido durante setenta y dos horas? Se llevó la mano a la nuca, allí donde había sentido la presión, si bien no palpó nada diferente; ni siquiera el pequeño abultamiento que esperaba.

¿Tuviste dulces sueños? —Giró la cabeza hacia la voz de Navekhen.

¿Cuánto tiempo he dormido?

Apenas unas horas, aún luce el sol.

¿Y por qué estoy desvestido?

Porque me aburría esperando a que volvieses en ti y decidí que me divertiría un poco contigo. Los ojos celestes de Leonardo se abrieron de par en par. El moreno rio y le tendió sus ropas, que estaban pulcramente dobladas a un lado del colchón. Al hacerlo, rozó uno de sus muslos desnudos; el aprendiz se apartó, rehuyendo el contacto—. Relájate, muchacho, estoy bromeando. No te lo tomes a mal, pero no me interesan los críos. Por otra parte, ya he tenido ocasión de contemplarte en toda la gloria de tu joven desnudezyo, y un buen grupo de gente— y sé qué tipo de relación te une a tu maestro cuando os encontráis en la intimidad de su lecho. Es imposible que me sorprendas o me ofendas.

¿Lo... lo sabéis? ¿Cómo podéis hablar con tanta ligereza de...? Si una cosa así se hiciera pública, podrían llevarme ante las autoridades y... Incapaz de terminar la frase, el horrorizado Leonardo apretó las ropas contra su cuerpo.

Estamos al corriente de las leyes y de la moralidad de tu país con referencia a las relaciones entre dos hombres, y te aseguro que somos los últimos con capacidad para juzgarte. O para entenderlas, ya que hablamos de ello. Tendrás suerte si eres capaz de encontrar entre los míos a un puñado que solo sientan placer con la compañía del sexo opuesto..., y yo, desde luego, no me cuento entre ese grupito.

El aprendiz florentino se relajó. Mientras deslizaba las piernas en las calzas, sus labios pronunciaron algunas palabras sin pensar.

No soy un crío. —Respiró hondo—. Si me habéis visto con mi maestro, usando esas artes que no puedo comprender, deberíais saber que no soy un crío. Ya no.

Y si tú supieras mi edad, te considerarías a ti mismo un pequeño embrión, de vuelta en el vientre de su madre. No, no preguntes, y termina de vestirte.

n no me habéis explicado por qué teníais que quitarme la ropa.

«n no me has explicado por qué tenías que quitarme la ropa». ¿Tan complicado te resulta tutearme? La respuesta a tu pregunta es que no me apeteció terminar de vestirte después de que te practicaran un examen completo en el laboratorio al que fuiste trasladado mientras estabas inconsciente. Y prepárate, porque has de conducirnos al lugar donde viviste tu misterioso encuentro antes de que se vaya la luz.

¿Examen? ¿De qué laboratorio habláis? ¿Y cómo vamos a llegar antes de que anochezca? ¡Está lejos!

Cada cosa a su tiempo, deja las preguntas para después.

Pero mi maestro...

Tu maestro ha recibido un (falso) mensaje de tu estimado padre, Messer Piero. En él expresaba que se topó contigo en tu camino hacia la botica, que te encontraste mal, que decidió llevarte a su casa hasta que te recuperases y que te enviará de vuelta cuando eso ocurra. Cállate y escucha: nos dijiste que las formaciones rocosas se encontraban en el camino entre Vinci y Pisa, ¿cierto? Vas a ver una imagen en movimiento del área en cuestión; quiero que me indiques el emplazamiento más próximo que recuerdes. ¡Supervisor! ¿Estás listo?

Colocó su visor ante los asombrados ojos de Leonardo, que seguía sin entender cuáles eran las intenciones de su interlocutor. Las gafas le producían la sensación de mirar a través de un cristal ahumado. Y Draadan, ¿había estado con ellos en la habitación desde el principio? Lo vio acercarse, su figura gris delineada con increíble claridad a pesar de la pantalla, y...

Ya no fue capaz de percibir nada más: el río Arno y el valle que tan bien conocía se aparecieron frente a él con tanta nitidez como si se encontrase allí mismo. Jadeó, sin aliento.

¡Por todos los santos! ¡Esto es...! —exclamó, cuando recuperó la voz—. ¿Dónde estoy? —Apartó el visor y volvió a acercárselo. Son las gafas, las gafas me enseñan...

Céntrate, o te daré auténticos motivos para asustarte. Eso es, gira la cabeza y avanzarás en esa dirección. ¿Hay algo que te resulte familiar?

Aquí —murmuró, al cabo de un largo rato. Pasando esa roca que se ensancha desde la base.

¿Lo tienes, Draadan-mekk? —Arrebató el objeto del rostro del desconcertado muchacho y luego continuó en su propio idioma—. Pásame las coordenadas. Neudan-mekk, yo voy primero, no vayas a fastidiarla de nuevo y empotrarte contra un árbol.

Leonardo seguía sin entender. Los insólitos triángulos se materializaron a los pies de Navekhen, giraron y se lo tragaron cuando todavía estaba hablando en ese rápido y seco lenguaje desconocido. Eso lo dejaba con la única compañía de...

Acércate y no te muevas bajo ningún concepto.

A través de los labios de Draadan, el musical toscano sonaba igual de abrupto que su lenguaje. El joven se levantó como un autómata e hizo lo que le ordenaba; al momento, su compañero se colocó a su espalda, le rodeó los hombros con el brazo izquierdo y lo mantuvo pegado a su pecho. La situación ya era desconcertante de por sí, aun sin la nueva aparición de las figuras triangulares sobre el suelo. Tembló, incapaz de despegar los ojos de ellas.

No te muevas —repitió Draadan.

Un momento de oscuridad angustiosa. Un vacío en el estómago. Una leve sensación de mareo, como la que se experimentaba al abandonar un barco y sentir el suelo firme balanceándose bajo los pies, todo en el tiempo de unos pocos parpadeos.

Abrir los ojos le inspiraba un temor involuntario. Lo sobrecogía la idea de que, al hacerlo, habría de hallarse en la sima más profunda y ardiente del infierno, en los brazos del demonio al que había entregado su alma a cambio de algo prohibido. Pero Leonardo no pertenecía a la clase de personas que podían mantener los ojos cerrados.

No es posible...

Habían llegado al lugar. Recordaba aquella formación rocosa porque se asemejaba a una torre y a un muro fortificado, e incluso había tomado algún apunte que aún conservaba. Y más allá se encontraba la entrada de la caverna, la que lo atrajera y atemorizara a un tiempo. Justo la que habían venido a buscar.

Cuando el brazo que le rodeaba los hombros lo soltó, volvió a tener presente con quién había hecho tan imposible viaje. Se dio la vuelta al instante, mas Draadan se separó de él a grandes zancadas, siguiendo la dirección marcada por sus ojos azules. Fue el joven Neudan quien vino a acompañarlo.

¿Te encuentras bien? preguntó, solícito—. Dicen que el transporte hace enfermar a los terráqu... a algunas personas.

No... no poseo un estómago débil, gracias, puedo soportarlo. Los ojos de Leonardo se abrieron como platos—. ¿He vuelto a dormirme y me habéis traído a cuestas, o realmente nos encontrábamos en Florencia y, de repente, hemos aparecido aquí?

Oh, no, no te has dormido. El transporte está basado en un principio sencillo. Los... las pequeñas partículas de las que está compuesta la materia se...

¡Eh! ¡Venid aquí ahora mismo, niños, no es momento de cháchara!

La voz de Navekhen los arrastró hasta la abertura de piedra que desembocaba en un oscuro túnel. El muchacho florentino no había vuelto a poner los pies allí desde aquel incidente de varios años atrás, y aunque se notaba el hormigueo en el vientre, fruto del nerviosismo, ya no sentía el miedo de antaño. Escuchaba las voces de sus acompañantes, hablando en su lengua incomprensible, y eso le brindaba una inexplicable tranquilidad. Y también, por qué negarlo, cierta desazón.

No quisiera sonar atrevido pero, si pudieran usar mi idioma... Juro por lo más sagrado que nada de lo que me revelen habrá de salir de mis labios.

Tres visores se volvieron hacia él; fue Navekhen quien reanudó la conversación.

¿Hasta qué profundidad penetraste, mi joven amigo?

No logro recordarlo. Estoy casi seguro de que no avancé mucho más, porque ya no soy capaz de ver sin una luz.

Muy cierto, había olvidado que para ti es imposible. ¿Y para vos no lo es?, pensó Leonardo—. No te muevas de ahí, nosotros hemos de continuar.

Es muy poco probable que Eal haya dejado alguna pista —se oyó decir a Draadan, líder del grupo, desde la esquina tras la que había desaparecido.

¿Y quién sabe si ese viejo zorro no quería abandonar algo para que lo encontrásemos, como hizo con nuestro decorativo rubito? Neudan-mekk, no remolonees y recoge todas las muestras que puedas, nadie se lo va a comer si se queda un ratito a solas. Me da la impresión de que correrá más peligro si lo dejamos contigo.

¡Navekhen-dabb! —se escandalizó el más joven.

El sonido de las voces siguió llegando, cada vez más amortiguado, hasta que todo quedó en silencio. Leonardo consideró acercarse a la entrada en busca de luz, si bien decidió que no se arriesgaría a provocar un encuentro fortuito con algún caminante. Se quedó allí, con la espalda pegada a la pared, maravillándose de que su razón no hubiera decidido abandonarlo ante semejante cúmulo de pruebas abrumadoras de que había empezado a dejar de usarla.

Cuando volvieron no hicieron comentarios y continuaron sus pesquisas por los alrededores. Hubo un momento en el que Navekhen y Neudan se perdieron de vista, y de nuevo el florentino se encontró solo con el alto y serio supervisor. El sol comenzó a ocultarse tras una gran roca que se alzaba a sus espaldas; aún brilló con fuerza durante unos segundos, y sus rayos rodearon la piedra con un nimbo dorado.

La atención de Draadan fue capturada por la pequeña explosión de claridad que precedía a las sombras. Se retiró el visor y se giró hacia poniente, y Leonardo pudo contemplar, por primera vez, su rostro de rasgos firme y bellamente esculpidos bajo el centelleante bronce de su cabello castaño. Y sus ojos...

Había imaginado dos espejos fríos, a juego con el carácter de su adusto propietario. No se esperaba aquellos iris del color de la miel, que el sol volvía traslúcidos como dos piezas de ámbar, relucientes como el oro líquido, cambiantes como el fuego...

Los ojos son la ventana del alma.

Deseó, con todo su corazón, el poder disponer de algo para tomar un apunte de la escena. Lo deseó casi con desesperación, consciente, en su interior, de que el instante moriría rápido, igual que la luz tras la roca.

No se equivocó. Al percatarse de que era observado, Draadan se volvió hacia él; sus labios volvieron a convertirse en la tensa línea que habían sido desde un principio. Parapetándose tras las gafas grises, convocó a sus compañeros y dio la orden de retornar a la capital con el mismo método que habían usado para la ida. Y si el muchacho había esperado encontrar algo de camaradería en su abrazo, vio bien frustradas sus expectativas: lo atenazó con la misma gentileza que habría empleado para sujetar un trozo de granito.






De nuevo en la casa que les estaba sirviendo de refugio improvisado, Leonardo se frotó la zona de la nuca donde había experimentado la presión. Era cierto que el transporte, el nombre que ellos le daban, no resultaba muy agradable, aunque estaba convencido de que era un precio despreciable a pagar, comparado con lo que ofrecía. Navekhen sugirió que había llegado la hora de regresar junto a su maestro. Tal fue el desencanto en los ojos celestes, que el visitante soltó una risita, se dejó caer en una silla con una postura muy poco decente considerando lo apretado que era su uniforme negro— y le concedió unos minutos de gracia.

Piensas que será un suplicio devolverte a casa de esta forma —dijo—, y que dos noches seguidas sin dormir restarán lozanía a ese joven y bello rostro cuya contemplación tanto disfruta tu maestro, Verrocchio. No somos tan crueles, planeábamos hacerte un relato de la jornada. Pero tampoco queremos comprometer tu situación en el taller; quizás sea mejor esperar a mañana, y...

Vos... ¿vos creéis que, a estas alturas, puede importarme menos mi posición en el taller? lo interrumpió el florentino, abriendo y cerrando las manos—. ¿Creéis que aspiro a aprender algo allí, cuando aquí mismo tengo... tengo...? ¡Oh, Dios mío!

Solo por seguir utilizando el vos debería callarme. Siéntate y relájate, estás tan tenso como una de las cuerdas de tu lira. Y escucha.

»Por más que pueda parecerlo, no pertenecemos a este mundo. Llegamos aquí desde las estrellas, nosotros y el resto de la... tripulación, utilizando un navío que surca los cielos...

¿Surcar los cielos? ¿Igual que las aves? La expresión de Leonardo era la esencia misma del asombro y el deleite—. ¿Qué tipo de navío?

Te he dicho que escuches. Yllate la boca, hoy no vamos a responder preguntas irrelevantes. Bien, si quieres saber lo que nos trajo aquí, te diré que vinimos a estudiar algo entre tu gente a lo que sois completamente ajenos y que, en cambio, es muy importante para los míos. Un nefasto día, a Eal, uno de nuestros superiores alguien a quien podrías llamar Primer Ingeniero, en tu lenguase le ocurrió largarse. Nadie sabe el motivo. Al margen de que nuestras filas son escasas y de que no podemos permitir que ande suelto entre tus congéneres, hay razones de peso por las que necesitamos encontrarlo. Nadie más posee tantos conocimientos sobre el funcionamiento de nuestro navío, y al esfumarse se las arregló para llevarse consigo información esencial sobre los mecanismos de control y navegación, las localizaciones de los yacimientos de combustible y...

¿Combustible? preguntó, a pesar de todo, Leonardo—. ¿Del tipo de la madera, o el agua que se convierte en vapor?

A grandes rasgos, sí. —Navekhen alzó una ceja, molesto por la interrupción.

¿De qué forma utilizáis el combustible? ¿No usáis el viento para impulsar vuestro navío?

Ahí fuera no hay viento que nos impulse, muchacho.

¿No? ¿Cómo es posible, entonces, que...?

¿Qué parte de «hoy no vamos a responder preguntas irrelevantes» se te hace tan difícil de comprender? El joven cerró la boca al instante—. Ya tendrás ocasión de hacerlas, no te vas a librar de nosotros con tanta facilidad. ¿Por dónde iba? Ah, sí: por nuestro Primer Ingeniero fugado, que se las ha arreglado desde entonces para escapar a nuestros mecanismos de detección; algo tan sencillo como esconderse en un llano a plena luz del día, créeme. Pues he aquí que, al cabo del tiempo, localizamos a un chico preguntón a quien Eal juzgó conveniente inocular una cierta substancia, a pesar de que eso nos permitiría localizarlo tarde o temprano, y por motivos que aún desconocemos. Te hemos observado y estudiado durante días, Leonardo; hemos registrado minuciosamente cada objeto, pequeño o grande, que has llegado a tocar; te trasladamos a nuestro navío mientras estabas inconsciente y realizamos un análisis en profundidad tanta, que no puedes ni imaginártelo— y no hemos encontrado nada. Creemos que su intención fue utilizarte a modo de intermediario para transmitir algún mensaje o realizar alguna tarea, aunque los efectos aún aguardan en estado latente dentro de ti, ¿lo entiendes? Una crisálida en su capullo. Lo único que podemos hacer es seguir buscándolo, esperar y observar.

Se produjo un largo silencio. Leonardo volvió a llevarse la mano a la cabeza.

¿Es perjudicial, para mí o para quienes me rodean, lo que me hizo? pregunto al fin, con sorprendente serenidad.

Las probabilidades son mínimas. Estás sano y conservas el pleno control de tu voluntad, hasta donde sabemos.

Vuestro Primer Ingeniero debe ser un hombre muy sabio, si es capaz de obrar así y burlar al resto de su gente durante tan largo periodo.

Dejando de lado el hecho de que tus palabras nos dejan en pésimo lugar Navekhen esbozó una sonrisa cínica—, te garantizo que lo es.

¿Y por qué habéis hecho vosotros lo mismo? ¿Qué me habéis introducido en el cuerpo?

Nuestras... máquinas no funcionan de manera espontánea con los terráqueos. Para que lo comprendas, es igual que llevar una armadura forjada para alguien cuyas medidas son muy diferentes a las tuyas; aunque no podamos reforjarla, está en nuestra mano realizar adaptaciones que te permitan usar algunas piezas. Y, en nuestro caso, esas pocas piezas equivaldrán a utilizar el transporte, conocer tu localización y asegurarnos de que no digas nada que no debas. Entre otras cosas que irás descubriendo poco a poco.

¿Cuál..? ¿Cuál será mi cometido?

Ya te lo he dicho, la responsabilidad de esperar y observar es nuestra, tú solo has de continuar con tu vida en la misma forma que has estado haciendo hasta ahora. No es imposible que Eal vuelva a ti en algún punto del futuro, o que te haya transmitido algunos datos de los que no seas consciente y que nos serán revelados si se cumplen unas determinadas condiciones. Por eso es conveniente que no pierdas tu statu quo, tanto en el taller como en Florencia, por más que creas que tus nuevas... circunstancias podrían justificar distraerte de tus obligaciones.

Continuar con mi vida... Leonardo volvió a abrir y cerrar las manos y a retorcérselas—. Yo... Yo me preguntaba si... si habría alguna posibilidad de que me aceptaran como aprendiz y convertirme en parte de su tripulación. Puedo esperar a completar mi adiestramiento con el maestro, si lo desean. No pretendo impresionarles con lo que estoy aprendiendo de perspectiva, óptica o geometría, pero ha de haber otros campos en los que demostrar mi utilidad.

Eso Navekhen frunció ligeramente el ceño— lo estudiaremos más adelante, cuando...

Mi compañero acaba de mencionar la incompatibilidad de nuestra tecnología con la fisiología de los terráqueosintervino Draadan, con voz fría—. Es imposible que un extraño se convierta en parte de nuestro equipo, así que no merece la pena retomar esta conversación más adelante. Y tú lo sabes muy bien, Navekhen-dabb.

Por una vez, el interpelado no replicó. Leonardo no se rindió con tanta facilidad.

Entonces... podría aprender desde aquí, yo solo.

Observamos en silencio porque bajo ningún concepto vamos a interferir en la evolución terráquea. En cuanto a ti, no te será permitido revelar nada de lo poco que logres entender. Tu pretensión no tiene sentido. El muchacho rubio palideció—. Si aspiras a algún tipo de resarcimiento por esto, estamos autorizados a ofrecerte oro, aparte de protección. No conviene a nuestros intereses que sufras algún accidente mientras averiguamos qué pretendía Eal.

El oro no me atrae, gracias —musitó Leonardo.

Pero te atraen la salud, la juventud, y la belleza, ¿no es cierto, mi joven amigo? preguntó Navekhen, mirándolo especulativamente. Activaremos una pequeña parte de lo que te hemos inoculado y no tendrás que enfermar ni envejecer durante el tiempo que permanezcamos aquí. Preséntame a alguien que no desee eso, y me cubriré con plumas y brea e iré a agitar los brazos al tramo del puente ocupado por los carniceros.

El florentino no pudo contener una pequeña sonrisa al visualizar la escena. Buscó la mirada de los chispeantes ojos azul marino, tratando de discernir si estaba hablando en serio.

¿De verdad podéis hacer algo así? ¿No os veis aquejados de los males que afectan a toda la humanidad? —Había maravilla, y también tristeza, en las palabras del joven. Imagino lo que sucedería, lo que diría la gente: «Ese es Leonardo, que fue aprendiz de Verrocchio, y por el que no pasan los años. Es innegable que ha debido firmar un pacto con algún demonio y ha entregado su alma a cambio de la eterna juventud. Hagamos venir a los Santos Padres de la Iglesia, pues no consentiremos que un brujo camine entre nosotros».

No estás en condiciones de frivolizar con semejante oferta.Draadan intervino de nuevo, aún más gélido. De acuerdo con nuestros cálculos, ese cuerpo que habitas tiene una duración estimada de menos de cincuenta años. Si rechazas...

¡Draadan! Neudan, que había escuchado toda la conversación con los puños crispados, acabó por estallar—. Supervisor... ¡Señor! ¿Cómo puedes tratarlo con tanta frialdad? ¿Cómo puedes informarle así de los años de vida que le quedan? ¿Y tú eres el tripulante que más misiones de contacto ha llevado a cabo? ¡Sin duda, no habrá sido por tu diplomacia y amabilidad!

No valoro ni lo uno ni lo otro —replicó Draadan en su propio idioma. Tenemos una tarea crucial entre manos y la desempeñaremos con eficacia. Y en cuanto a ti, aprende a controlar tu temperamento, al menos delante de extraños. Sabemos el motivo por el que te han permitido unirte a nosotros, Neudan, y, sin duda, no habrá sido por tu inteligencia y sabiduría.

El iracundo joven moreno caminó hacia la puerta, la abrió con tanta fuerza que rebotó contra la pared y se alejó a zancadas. Draadan lo siguió, sin mover un solo músculo de lo poco que se veía de su semblante tras el visor.

¿Qué ha...? ¿Qué le ha dicho? preguntó Leonardo, con timidez.

Nada de relevancia,sicamente lo ha llamado idiota. Algún día te contaré ciertos datos apasionantes de mis camaradas.

No era tan importante, no me había ofendido. Otros cincuenta años de vida es s de lo que disfruta mucha gente. Mas no entiendo cómo podría aceptar vuestra oferta y quedarme en Florencia. Si todos vieran que no envejezco...

Eso no tiene que preocuparte. Los métodos que usamos para ocultarnos a la vista se pueden adaptar con facilidad para otros menesteres. Confía en mí, Leonardo: puede que no te conviertas en nuestro aprendiz con todas las de la ley..., pero te doy mi palabra de que no te aburrirás.

»Además, ¿quién sabe? Aunque ahora eres demasiado jovencito para mi gusto, tal vez dentro de diez o veinte años cambie de opinión. Será muy divertido averiguarlo.

Se colocó su visor y lo rodeó con los brazos, preparándose para transportarlo de vuelta a casa.





 


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