«Tiempo atrás creían que un enorme dragón de piedra, metales y gemas habitaba el interior del planeta. La cabeza tocaba una cara, la cola la otra, y una vez en cada ciclo se revolvía y hacía temblar los continentes. La criatura representaba la fuerza insalvable, pero también la sabiduría. Su corazón latía justo en el centro, bombeando la sangre roja que otorgaba el conocimiento. Mediante los ríos de venas y capilares alcanzaba cada punto de su piel, cada diente, garra y escama. Y había lugares bendecidos donde esa savia se filtraba hasta la superficie a través de estas plantas, semejantes a las entrañas del Dragón».
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