2017/02/28

CON LA VISTA AL CIELO XV: Una obra de arte nunca se termina





El corredor con esculturas de filamentos de carbono no era un refectorio propiamente dicho, pero buena parte de la tripulación lo usaba como tal y aprovechaba para socializar. Dado que siempre tenía noticias en reserva, Navekhen era un miembro bastante popular entre sus compañeros. Aprovechaba las reuniones para poner en circulación las novedades mientras se hacía con nuevos chismes, sacando partido al hecho de que nadie se refrenaba delante de él; si bien su mordacidad era conocida, asimismo lo eran su infalibilidad y su prudencia al guardar secretos. Y por eso las orejas solían apuntar en su dirección cuando se sentaba en su rincón favorito, una mesa entre dos arbustos interactivos, y conversaba con los tripulantes más próximos.
Aquel día llegó con su bandeja, alteró la configuración de los arbustos para darles forma de hojas de parra, las miró y se sentó con un pequeño suspiro. Por más que las porciones servidas engañaran a las papilas gustativas, su cantidad y atractivo eran escasos desde que Shaal —en nombre del Vértice— instaurase las limitaciones para ahorrar energía. Una comensal cercana interpretó bien el lamento y observó:
Supongo que echas de menos la frecuencia con la que descendías a tierra y abusabas de la comida y las bebidas destiladas. Verte reducido a una ración estándar ha de ser una tortura para tu... ¿Qué nombre le dan ahí abajo? ¿Epicureísmo?
Yo también extraño los alimentos frescos —intervino otro, antes de que el interpelado replicase—. El sintetizador no alcanza a reproducir el sabor y, con las restricciones a los descensos, apenas se llena el estómago. ¿Qué habría de malo en permitirnos almacenar productos terráqueos? Están deliciosos. Además, así economizaríamos nuestras reservas de dlanda.
El Primer Biólogo estableció que no era adecuado para nuestros organismos acostumbrarse a ellos. Si hay que buscar un auténtico culpable, ese es Eal. O esa. El tiempo que nos ha obligado a pasar aquí ha causado esta situación.
No sabría deciros, yo estoy fuerte y saludable como un árbol milenario y me he atracado de vino y pasteles siempre que he podido —afirmó Navekhen—. Si nos paramos a pensarlo, ¿en algún momento ha sido diferente?¿Recordáis nuestra primera transición de brazo de la galaxia?
Lamento decir que sí. Duró aún más que nuestra escala forzosa en la Tierra y no desembarcamos ni una vez. Nuestras comodidades cayeron en picado.
¿Y aquella visita al sistema binario con el planeta habitable de igual tamaño que sus satélites?
Difícil olvidarla. Desintoxicación colectiva porque se estimó que había toxinas en el agua, cuando lo que contenía era una significativa concentración de etanol. Y prohibición de usar el transporte en los siguientes sistemas planetarios.
Y podríamos continuar rememorando. ¿Qué queréis que os diga? Puestos a quedarse encallados, aquí, al menos, hay buenos platos, bonitos paisajes y hermosos chicos y chicas.
Ah, los terráqueos —se lamentó un navegante cuyo cuerpo lucía la fisionomía nativa—. Algunos de ellos son tan especiales... Bien, nos es lícito no despreciarlos, ¿no? Nuestro parentesco es innegable y son impredecibles, divertidos...
Y por versátiles que sean las salas de esparcimiento, sus diseños son limitados —terció otra—. Todos habéis asistido a alguno de los espectáculos que inventan ahí abajo. He visto obras de teatro, de danza, incluso competiciones deportivas. ¡Y las manifestaciones artísticas! ¡La variedad, los colores! Nosotros carecemos de algo así.
La respuesta es bien sencilla —volvió a intervenir el anterior—. Nuestro número es muy limitado, mientras que ellos poseen el poder de perfeccionarse con cada generación. No os lo toméis a mal, pero ver las mismas caras traslación tras traslación aporta poca variedad a nuestras vidas.
Si querías emociones habrías debido seguir el ejemplo del supervisor. Los amantes alienígenas nunca le han supuesto un problema.
Pobre elección si siempre ha de dejarlos atrás.
El grupo alzó la vista al unísono: un autómata con forma de pájaro se había acercado a revolotear sobre sus cabezas. El artefacto era impecable en su sencillez, pues aprovechaba el aire de la ventilación para impulsarse y para emitir un suave trino a través de orificios diminutos. Salvo en la elección de materiales, el diseño había salido de la pluma de Leonardo.
Realmente —opinó alguien— es una lástima.
Navekhen ocultó su satisfacción ante el éxito con el que había encauzado la charla. Se despidió poco después, dio una vuelta por la sala y eligió el siguiente grupo de objetivos.
No en vano había sido siempre el experto en psicología.



***



Canceladas sus misiones de campo, Draadan consagró la mayor parte de sus días a garantizar la seguridad de la nave. A pesar de que era un trabajo tedioso, se dejó ver en cada sector, comprobando que todo funcionaba con corrección, que las tareas se llevaban a cabo, que obedecían la cadena de mando y que los ánimos estaban calmados. Al final de la jornada se encerraba en sus habitaciones y escribía un reporte justificando hasta la mínima fracción de tiempo, reporte que era puesto a disposición de Shaal y sus camaradas de nivel con puntualidad impecable. Al Primer Biólogo, escéptico ante semejante vuelta a las buenas costumbres, le hicieron falta muchos de esos envíos puntuales para recuperar la confianza en Draadan y bajar en cierta medida la guardia. Después de todo, calculaba, era la atmósfera de la Tierra la que había emponzoñado a sus congéneres. La falta de contacto con el planeta y la inminente partida —satisfactorio desenlace que ya saboreaba— encarrilaría sus ordenadas existencias.
Y así, Draadan continuó su ronda ininterrumpida y ayudó a los acólitos de Ingeniería y de Navegación a verificar que todos los sistemas estaban listos para el viaje. Estos le facilitaron el acceso a sus laboratorios y a sus bases de datos, ya que, ¿no era lo que habían hecho siempre? Agradecían la vuelta a su familiar eficacia, amenizada con cierta permisividad a la hora de no mencionar en sus informes algunos pecaditos, como las mascotas introducidas a hurtadillas en la nave o la relajación adquirida después del prolongado contacto con los nativos; pequeños favores a cambio de los cuales él solo pedía que le dejasen hacer su trabajo.
A veces, cuando las obligaciones aflojaban, se escurría a la sala de vigilancia y pretendía estudiar los alrededores de la pirámide. Lo que en realidad hacía era enfocar sus colosales ojos y oídos en Francia, en la mansión cercana al palacio del rey, y espiar las melancólicas tardes de un artista que jamás dejaba de mirar al cielo.
El profundo dolor de conformarse con ver a Leonardo a través de una fría pantalla se lo guardaba para sí.



***



La nueva tendencia de Shaal hacia el aislamiento, similar a la iniciada en su día por el Vértice, era un recurrente tema de debate entre los navegantes. Pero, a diferencia del Primer Tripulante, el Primer Biólogo se tomaba muy en serio su posición en la cúspide de la pirámide y no dejaba en manos de nadie la coordinación de los diferentes departamentos, incluyendo Biología. Descubrir a Neudan allí, siguiendo con humildad las indicaciones de su compañero acólito, fue, como poco, inesperado para él.
Qué haces aquí. No te he convocado —afirmó, altivo.
Saludos, Shaal-mekk. Me preguntaba si estimarías adecuado que regresase a Biología. Hasta ahora, mi incompetencia hacía desaconsejable reintegrarme en mi antiguo puesto, pero las circunstancias han cambiado. Se han interrumpido las misiones de campo, he recuperado buena parte de mi formación intelectual y estoy decidido a esforzarme para completar el resto en breve.
No se trataba solo de tu incompetencia, sino de tu implicación con el antiguo Primer Ingeniero.
Esa etapa ya ha quedado en el pasado, el presente es preparar nuestra partida y restablecer el orden de las cosas. Lo único que deseo es volver a ser útil en aquello para lo que fui entrenado.
El Primer Biólogo no era de los que olvidaban las traiciones. Porque eso había sido la deferencia de Neudan hacia Eal: un ataque a la fidelidad que le debía, un comportamiento imperdonable. Ahora bien, dada la atrocidad demostrada por Eal, era lógico suponer que su acólito por derecho habría sabido reconocer su error y devolverle el respeto y la obediencia. Aunque siempre se había vanagloriado de hacer funcionar su departamento a plena capacidad, incluso careciendo de un acólito, la idea de que todo volviese a ser como antes se le presentaba muy atractiva.
Era, en resumidas cuentas, una cuestión de recuperar lo que le pertenecía.
Te aplicarás en aprender de nuevo cómo se coordinan los cuatro laboratorios —sentenció—. Elaborarás los informes y supervisarás que entreguen los suyos a tiempo para remitírmelos todos al final de la jornada. Estarás a prueba, así que tu acceso a los espacios de segundo nivel permanecerá restringido. Tu compañero te acompañará en todo momento.
Por supuesto.
Y esta vez no me decepcionarás, Neudan-dabb. Recuérdalo.



Así que Neudan retomó sus labores en Biología, empezando por las tediosas tareas burocráticas que ningún tripulante de tercer nivel llevaba a cabo con gusto y que, por su carácter reservado, no se podían delegar. Se acostumbró también a hacer la ruta entre departamentos, una costumbre que fastidiaba sobremanera al Primer Navegante y al Primer Geólogo, porque, ¿quién era Shaal para apremiar la confección de unos informes que ya remitían por los canales electrónicos? Él no tomaba partido abiertamente, aunque sí se mostraba comprensivo con sus colegas y dispuesto a escucharlos; un par de oídos nuevos nunca venían mal, máxime cuando era bien sabido que las relaciones de los acólitos con los niveles inferiores eran escasas. Y, pronto, su compañero se acostumbró a enviarlo a los otros laboratorios en solitario, con lo que Neudan recuperó una parte de la libertad que antaño disfrutara para frecuentar la cúspide de la pirámide.
En lo que respectaba a otras áreas restringidas, como la zona de detención, se cuidaba muy bien de mantenerse alejado. A donde sí se asomaba de tanto en tanto era a las pantallas que la monitorizaban. Permanecía, igual que Draadan, con la vista fija en las imágenes de una mujer de largos cabellos castaños y mirada serena, envidiando esa calma que tan lejos estaba de sentir.




***



Una de las ventajas de la posición de Neudan era que expandía las posibilidades de Navekhen para alternar con los elusivos acólitos. Cierta mañana, el tripulante de ojos azul marino sorprendió a todos los integrantes del tercer nivel —salvo Draadan— reunidos en un desayuno colectivo. Invitado a unírseles, supo integrarse en el ambiente de charla insustancial hasta que Neudan y su compañero abandonaron la sala. Navekhen aprovechó entonces para lanzar uno de sus estudiados suspiros.
Ha de ser difícil sobrellevar una situación tan tensa —observó, con voz de conspirador, no bien los biólogos les dieron la espalda.
¿A qué te refieres? —preguntó la acólito de Ingeniería.
Oh, no lo digo por Neudan, me consta que él es muy prudente, peeero... Bueno, no me negaréis que es imposible garantizar el equilibrio entre departamentos cuando uno de los cuatro grandes toma las riendas.
Hace mucho que el Vértice lo eligió para ser su portavoz —manifestó un geólogo que había pillado la alusión a la primera—. Y no es apropiado que esparzas chismes entre la tripulación.
Te aseguro que detesto los cotilleos infundados. Lo que comenta todo el mundo, por otro lado, no puedo dejar de escucharlo, y ya hace varios días que el tema ronda entre las bocas de mis colegas, desde los de arriba hasta el decimotercer nivel. Esa... inquietante retirada de Shaal, como si se estuviera preparando para cumplir otras funciones...
¿Qué otras funciones?
Abajo le hemos estado dando vueltas. Si Eal es retirada de la circulación, lo normal sería suponer que uno de sus acólitos habría de ser promovido al cargo de Primer Ingeniero.
No lo había pensado. Pero sí, tiene sentido —aventuró uno de los aludidos.
Lo tiene, si no fuera por el hecho de que Shaal no parece confiar en ninguno de los dos. ¿Qué ha ocurrido durante todos estos años? Que habéis llevado Ingeniería sin más ayuda, bajo su supervisión directa. Y es plausible suponer que quizá prefiera mantener las cosas así. Con cuatro acólitos a sus órdenes, un cuadrilátero que pierde un lado, un Vértice ausente al que, presumimos, representa... Por mucho que me duela decirlo, no se trata de un problema en exclusiva de Eal; tanto el Primer Navegante como el Primer Geólogo han perdido parte de su relevancia.
Calumnias. El Vértice no apoyaría eso.
¿Quién coordina los departamentos?
Hum... Shaal.
¿Quién imparte las órdenes a seguir?
Haces afirmaciones sin contrastarlas. Apuesto a que los tres se reúnen y deciden en común esas materias en las que el Vértice no se implica. Es... lo lógico. —Los acólitos se miraron entre ellos.
Puede que estéis en lo cierto. Neudan dice que todo está en orden y él no me mentiría, ¿verdad? Aunque he de admitir que es mucho más hermético que antes. Algo natural, claro, si consideramos que se limitará a seguir las instrucciones de su superior. Ah, cuánto envidio vuestro acceso a quienes rigen nuestros destinos. Si yo estuviese en vuestro lugar, bendeciría la suerte de poder despejar mis incertidumbres acudiendo a la fuente del conocimiento.
La desbandada que siguió dejó a Navekhen rodeado de sillones vacíos, sin más compañía que una taza de infusión. Apuró el contenido a sorbitos, recreándose no tanto en el insulso aroma como en la certeza de saber que la energía iba a repuntar en un segundo nivel cercano al cero absoluto.



***



Draadan se mantenía alejado aposta de las reuniones de sus colegas. A su escasa paciencia para desarrollar el arte de la conversación —talento que dejaba en manos de Navekhen— se unía el hecho de que esos eran los mejores momentos para llevar a cabo sus rondas por las alturas; paz, ausencia de ojos controladores... y un eficaz Neudan que se ocupaba de entretener a Shaal el tiempo suficiente para que él investigase las áreas restringidas de la pirámide. Contaba con una ampliada lista de horarios, planos y códigos de acceso, fruto de sus propias indagaciones y de los datos que el propio Neudan recopilaba para él.
No dejaba de ser curioso que la sección superior, la más extensa de la nave, fuese también la más desconocida para su tripulación. Contaba con sus propios sistemas de transporte y con el único acceso físico al observatorio de la cúspide, lugar en el que casi ningún miembro del tercer nivel e inferiores había llegado a poner un pie. Poca era la necesidad, aducían, cuando las lecturas que recogía del espacio se registraban de manera automática en los archivos de Navegación. Las puertas de acceso al inferior de la semiesfera verde permanecían cerradas, convirtiendo aquellas estancias en los vastos y silenciosos dominios privados del Vértice.
Hasta entonces.



***



Leonardo parpadeó y fijó la vista en el punto de luz suspendido sobre él. El transporte se había convertido en una parte más de su vida, y ya no sufría ese mareo de los primeros saltos que tan vulnerable lo hacía sentir. Aquella ocasión, no obstante, era doblemente especial: volvería a ver a Draadan, después de semanas sin noticias, y quizá sería una de sus últimas oportunidades, pues la razón de su ascenso no era otra que someterlo a un procedimiento para eliminar cualquier rastro de las inoculaciones recibidas a lo largo de los años. Un fuerte temblor provocó que doblase las piernas tras materializarse en el laboratorio de Biología; la tenue hebra que lo mantenía unido a aquel universo maravilloso pronto quedaría cortada.
Pero no fue Draadan quien lo ayudó a sostenerse y lo condujo a un asiento. En su lugar se encontró ante las amables y sonrientes facciones de Neudan.
Hola de nuevo, mi querido Leonardo —lo saludó—. Sé lo que estás pensando, Draadan vendrá en seguida, no te preocupes. Todos te hemos echado mucho de menos.
El artista lanzó una rápida mirada a las máquinas que lo rodeaban y al familiar rostro del segundo acólito, también presente para la operación. Dada su desgana al preparar el instrumental, era evidente que a este no le complacía estar allí. Leonardo no pudo evitar preguntarse, al ser colocado en la camilla, si lo consideraba algo más que un paciente fastidioso. La posibilidad no le trajo demasiado consuelo.
Observó después a su amigo de toda una vida. Había algo singular en sus ojos... Una chispa, una sabiduría desconocida hasta entonces. Se lamentó por la presencia de aquel extraño que limitaba su libertad para hablar en confianza.
Si te reclaman otros asuntos, puedo continuar sin ti —ofreció Neudan a su colega—. El procedimiento es sencillo y has sido buen maestro.
Bien..., lo cierto es que he de catalogar unos últimos especímenes. Estaré en los archivos.
El acólico se marchó casi con alivio. Neudan no esperó mucho para devolver la camilla a la posición vertical y hacerle señas a Leonardo para que lo siguiera. Mordiéndose la lengua preñada de preguntas, el florentino caminó tras él.
La estancia a donde fue conducido no se parecía a nada de cuanto hubiera visto antes. Burbujas de amatista, capullos sin crisálidas, cofres de reliquias... Enormes vainas delineadas por luces púrpuras se alzaban junto a las paredes. Estudió con temor reverente aquellos remedos de sarcófagos, espoleados su miedo y su curiosidad por el gesto de Neudan al abrir uno y palpar su costado metálico. Quería encerrarlo en él.
No vas a hacer lo que te han ordenado —susurró.
Te explicaría cuanto sé, pero no hay tiempo. Te prometo que no sentirás nada y que Draadan estará aquí para sacarte. Leonardo, tienes que confiar en mí.
La cubierta alzada era de una frialdad pavorosa. Con todo, el artista aspiró hondo, accedió a la vaina y permaneció quieto mientras se encajaba. Apenas experimentó la angustia del encierro, ya que el anestésico a presión tardó muy poco en sumirlo en la inconsciencia.
Cuando Draadan se precipitó, más tarde, en la sala, halló la figura dormida de su amante atravesada por una docena de cánulas. Neudan le concedió algunos instantes de privacidad para que lo contemplase, a sabiendas de lo que en realidad deseaban aquellas manos adheridas a la barrera transparente. Fue el supervisor quien rompió el silencio.
¿Funcionará? Si le ocurriese algo...
No lo habría intentado de no estar seguro. ¿Me has conseguido el acceso?
He modificado los permisos. Apresúrate ahora que Shaal está reunido en Navegación.
No lo desconectes bajo ningún concepto ni permitas que nadie lo haga. Cuando el ciclo se complete, ayúdalo a regresar al laboratorio y déjalo descansar allí. Si manifiesta dificultades para ajustarse, no te inquietes, acabarán pasando. Ah, y consígueme todo el tiempo que puedas. —Palmeó el recio hombro con una sonrisa—. Deséame suerte.
Draadan permaneció junto a la cápsula, custodio decidido a dejar fuera de combate a cualquiera que pretendiese interrumpir lo iniciado por Neudan... y Eal. Rogó a las estrellas para que no se equivocasen. Rogó también para que su descabellado plan de acceder a la cima de la pirámide no fuera un desastre.
Porque habían enlazado una locura con otra. Y del éxito, contra todo pronóstico, de todas ellas, dependían su futuro y el de sus compañeros.




Al escanear la figura de Neudan, las grandes puertas se abrieron con un siseo rotundo, el tipo de ruido que emitiría un mecanismo poco utilizado. Los corredores eran más angostos. La penumbra, que favorecía la recogida de datos de sus instrumentos astronómicos, a duras penas se veía mitigada por filamentos de luz fría. Jamás había asistido al espectáculo que ofrecía la gran semiesfera vista desde abajo, ni siquiera en reproducciones tridimensionales, y por eso, cuando emergió del laberinto de pasillos y laboratorios, se quedó sin aliento ante la magnificencia de aquella única nota de color verde en la masa de violáceos y blancos de la nave. Ya lo había subyugado el colorido de otros planetas, pero cuando era su propio mundo cerrado y uniforme el que rompía la monotonía, la impresión calaba hasta más adentro. Sus ojos, dirigidos hacia las alturas, se convirtieron en espejos donde danzaban dos destellos esmeralda.
Bajo el centro de la cúpula había una cámara que casi alcanzaba la cúspide. A través de su acceso abierto se distinguía la imponente fisionomía del Vértice, cuyos colores se confundían con el fondo a oscuras. Caminó sin hacer ruido, ampliando poco a poco su campo de visión del interior de la estructura: un cilindro tan alto como ella, suspendido sobre una cabina, cuyas secciones se expandían hasta convertirse en la gran pupila del observatorio. El Vértice consultaba algunas pantallas junto a la cabina, tan absorto en la tarea que no llegaba a oír al intruso.
Fue el mismo Neudan quien anunció su presencia.
Te saludo, Primer Tripulante, y te pido disculpas por la intromisión.
El aludido se giró e hizo descender su mirada sobre la figura más pequeña. Parecía perplejo.
Saludos. ¿Te envía Shaal? No recuerdo necesitar nada.
Me envían del segundo nivel, cierto, con grandes noticias. Con la respuesta a tus aspiraciones, si quieres escucharla.



***



El despertar se tiñó con un punto de angustia. El pecho oprimido por una presión intensa, parálisis de brazos y piernas, las pupilas saturadas con una colección de siluetas difusas... Y lo peor era el ahogo, la sensación de estar enterrado vivo que lo había atenazado desde que viera el gigantesco ataúd de cristal. Intentó alzar la voz, pero sus cuerdas vocales bloqueaban el paso del aire igual que carne apelmazada. Gruñó, golpeó el costado de la caja con el hombro..., hasta que, poco a poco, uno de aquellos borrones fue ganando definición y se convirtió en el rostro preocupado de Draadan. Su presencia resultó mucho más sedativa que el zumbido de la cubierta al alzarse. Sus manos lo incorporaron delicadamente; las de Leonardo las aferraron con desesperación.
Calma —susurró el navegante—, es pronto para esfuerzos. Todo está bien, estoy aquí. Ahora te sacaré despacio y te devolveré al laboratorio para que descanses.
Draadan... —Su voz sonaba extraña, la lengua parecía ocuparle la boca entera—. ¿Cuánto... tiempo ha pasado? No me siento... igual que antes. Me da la impresión de que la piel me arde y... fluye, y los objetos se desdibujan para después volver a delinearse, tan nítidos...
Para bochorno del artista, su compañero lo tomó en brazos como si fuera una pluma. Nunca había distinguido con semejante detalle la belleza de los músculos dilatadores de sus ojos al dejar pasar la luz, ni las diminutas sombras entre las fibras ambarinas. Lo abrazó, sintió sus latidos a través de los dedos. Los escuchó hasta que sus oídos se saturaron de su ritmo.
¿Por qué es todo tan intenso?
Shhh, no pienses ahora en eso —ordenó mientras lo cubría con la camisa—. Neudan te lo explicará después.
¿Y por qué voy sin ropa?
Porque eso es lo que hago cada vez que te traigo aquí: desnudarte.
Los labios de Leonardo no pudieron contener una sonrisa. Draadan bromeando... Algo debía haberlo hecho muy feliz. Esperando oír las buenas noticias, por pequeñas que fuesen, el camino de regreso hasta Biología se le hizo muy corto. Allí, su compañero lo depositó sobre una camilla y lo vistió con lo único que tenía a mano, uno de los uniformes de Neudan. Arrullado por el roce de la tela y el tacto de su piel, Leonardo se adormeció.
Una discusión en voz baja volvió a sacarlo de su amodorramiento; el colega de Neudan había regresado.
Lo que quiero decir es que no es práctico vestirlo con nuestras ropas cuando ya deberíamos haberlo devuelto a la Tierra —decía—. Y tampoco es normal que tarde tanto en reajustarse. ¿Dónde está Neudan? Abandonar al paciente sin completar el procedimiento es...
Regresa más tarde y pregúntale tú mismo. Y ahora, si no te importa, me gustaría estar a solas con él.
¡Shaal también preguntará por qué sigue aquí! ¿Es que ha habido complicaciones? —Leonardo distinguió que el tripulante accionaba una pantalla junto a la camilla—. No, su latido es saludable, si bien su frecuencia cardíaca... Hum, es anormalmente lenta para un hombre de su constitución. No lo entiendo.
Te repito que discutas el tema con tu compañero. Tenía que hacer algo urgente y me pidió que cuidara de él en su lugar. ¿Tan difícil es de entender?
El acólito se llevó la mano al visor. Por la expresión de su rostro, la comunicación entrante no era de cortesía.
Es Shaal. Quiere saber por qué no se le ha avisado ya para hacer el último chequeo antes de devolver al terráqueo a tierra. —Leonardo contuvo la respiración. ¿Ese era, en definitiva, el adiós?
Dile que han surgido complicaciones, o lo que se te ocurra. ¡Espera a Neudan, maldita sea!
Tengo órdenes —siseó el biólogo. El artefacto donde descansaba el florentino se plegó hasta convertirse en una silla autoimpulsable—. No voy a exponerme a una reprimenda porque los demás no sepan obedecer las suyas.
Durante el camino hacia la sala donde esperaba su superior, Draadan se estrujó los sesos intentando decidir cómo actuar. Neudan no estaba disponible y no tenía forma de saber si necesitaba más tiempo. Además, Leonardo no se había recobrado por completo. ¿Había ido todo bien? ¿Y si descubrían lo que le habían hecho?
A pesar de la lentitud de la silla, llegaron demasiado pronto a su destino, a la estancia donde el Primer Geólogo y el Primer Navegante celebraban una reunión con Shaal. Sus ojos rapaces censuraron al instante el atuendo del terráqueo y su familiaridad, más propia de un tripulante en misión de reconocimiento que de un simple nativo.
Por qué lleva uno de nuestros uniformes —inquirió—. Devolvedle sus ropas, no ha de quedar atrás nada que delate nuestra presencia. Autorizo una última bajada para emplazarlo en un nuevo entorno y que su longevidad no levante sospechas. En cuanto a su memoria, lo prudente es suprimirla.
¿Podrías dejar de hablar como si él no estuviese delante, Shaal-mekk? —escupió Draadan.
Irrelevante. —El miembro de segundo nivel estudió al intimidado artista con desapasionamiento—. Nadie se quedará para garantizar su discreción, así que él mismo apreciará librarse de la carga de... Un momento. —Se ajustó el visor y lo paseó de arriba abajo por el cuerpo de Leonardo. Sus ojos helados taladraron después a su acólito—. El simple escaneo recoge lecturas de nuestra tecnología en su sangre. Explícate.
Yo... no lo entiendo, Shaal-mekk. —Avergonzado por no haberlo comprobado antes, el biólogo tragó saliva e imitó a su superior—. Dejé a Neudan a cargo del procedimiento y no entiendo a qué se ha...
Lamento el retraso.
Como si su nombre lo hubiese invocado, el aludido penetró en la estancia, dejó las grandes puertas abiertas tras de sí e ignoró las normas de protocolo para centrar su atención en Leonardo. ¡Por fin!, agradeció Draadan al cielo, tratando de leer en sus facciones el desenlace de su aventura. Parecía sereno. Demasiado.
Un acólito y un par de tripulantes que cruzaban por el corredor exterior se quedaron a mirar, atraídos por la inesperada animación. Un muy oportuno Navekhen los acompañaba. Gente fuera de su puesto, órdenes incumplidas... En contraste con Neudan, Shaal comenzó a perder la compostura.
Te presentas tarde y sin haberte ocupado del sujeto. Explícate.
¿Sin haberme ocupado... del sujeto? En absoluto. Tras una era de estatismo, mi amigo Leonardo se ha prestado a inaugurar un experimento pionero. Shaal-mekk, celebro comunicarte que tus previsiones sobre la incompatibilidad de nuestros aparatos con la fisiología terráquea han resultado ser erróneas. He dedicado algunos ratos libres a estudiar los datos enviados por Eal y a programar algunas modificaciones en las cápsulas de regeneración y en las nanomáquinas, y la prueba ha sido un éxito. Contemplad todos al primer individuo foráneo incluido en nuestra base de datos genética y de registros de memoria; unas pocas sesiones más de terapia y estará cualificado para ser miembro de la tripulación.
En el silencio que siguió se podría haber escuchado el suspiro de un espíritu. Leonardo y Navekhen se olvidaron de respirar. Draadan, en cambio, exhaló con alivio todo el aire que había estado conteniendo. El resto de los presentes simplemente no podían creerlo.
Es algún tipo de burla, ¿no? —inquirió el Primer Navegante—. Shaal siempre dijo que...
Es imposible —lo cortó en seco el aludido—. Confié en ti, te restituí tu cargo y esto es lo que nuestro laboratorio recibe. Si tu intención es abochornarnos ante los otros departamentos, lo has conseguido.
No comprendo por qué proclamas que es imposible si no lo has intentado. Tengo acceso a tu agenda y lo sé, ¿recuerdas? Pues bien, yo sí seguí las instrucciones de la Primer Ingeniero, y Leonardo podrá usar las cápsulas, almacenar sus recuerdos, regenerar sus tejidos y todos los beneficios que nosotros disfrutamos. ¿No son buenas noticias? Al fin hemos encontrado la respuesta a nuestra incapacidad para reproducirnos. Ah, veo que seguís sin aceptar mi palabra. Verificarlo es muy sencillo: entrad en los registros de tripulación de la nave (sabéis que son inmodificables) y comprobad el recuento. Adelante.
Nadie se movió en un principio. Y no se trataba solo de lo absurdo de sus afirmaciones, sino de que aquel Neudan era desconocido para la mayoría; un hombre apacible, pero decidido, que conocía muy bien su trabajo; un Neudan igual que el antiguo. Tras el titubeo inicial, dos acólitos consultaron sus visores. Sus expresiones mostraron una peculiar mezcla de desencanto y alivio al anunciar:
El recuento arroja un resultado de ochocientos diecinueve tripulantes. Es correcto.
¿Eso creéis? Fijaos mejor en las identificaciones.
Y de nuevo hurgaron en los archivos, aún con más desgana, si bien esa vez no hubo alivio alguno en sus rostros. Uno de ellos permaneció recorriendo la lista de un extremo al otro, presa de la incredulidad. La otra palideció hasta el borde del desmayo.
Sha... Shaal-mekk, debe... debe haber un error... error del sistema —se las compuso para tartamudear—. No está... No, no está en el directorio...
Hablad claro y no me hagáis perder el tiempo —silabeó el Primer Biólogo—. Qué es lo que no está en el directorio.
El... Vértice.



Todos los presentes, salvo el Primer Biólogo, corrieron a repetir la consulta. Y la alerta siguió extendiéndose, porque algunos solicitaban a compañeros en otras localizaciones de la nave que efectuaran las suyas propias. Para cuando Shaal reaccionó y pidió discreción, la cadena ya era imparable. Su primer discurso consistió en un reproche público a sus compañeros de nivel y fue acogido con indignado silencio. Después ordenó a los ingenieros y vigías que revisasen el sistema en busca de indicios de sabotaje y que averiguasen el paradero del Vértice. Por último, hizo llamar a un equipo de seguridad para que mantuviesen bajo vigilancia a los allí congregados mientras él buscaba en persona a su superior. No confiaba en nadie más.
El registro de la estructura, mecanismos y espacios físicos incluidos, no hizo sino respaldar la loca afirmación de Neudan: el Vértice había desaparecido. Y, a diferencia de la huida que Eal protagonizara en su día, la pirámide ya no lo contaba entre su dotación. Fuera cual fuese el lugar a donde había ido, no habría un retorno. Era inconcebible, una soberana locura, el apocalipsis del orden social. ¿Cómo funcionar..., cómo pensar, siquiera, sin el Vértice?
Shaal volvió al punto de partida con el desconcierto de quien ha visto rotos todos sus esquemas. La mayoría de los subordinados estaban tan confusos que ni se quejaron por el largo periodo de confinamiento. Draadan, el menos afectado, había aprovechado el respiro para retirarse con Leonardo. Neudan aguardaba junto a la puerta, muy compuesto. La gélida disposición del Primer Biólogo se inflamó no bien puso los ojos en él.
Qué has hecho con el Vértice —le espetó, como si lo llevase escondido en un bolsillo—. No está en la nave, no se ha registrado transporte alguno. He buscado durante toda la jornada.
¿Por qué? Si me hubieses consultado desde el principio, te lo habría dicho.
No te atrevas a jugar conmigo. ¡¿Dónde está?!
Recalcó la pregunta con un manotazo en la pared. El impacto, que pasó rozando la cabeza de Neudan, hizo temblar el panel y a cuantos lo contemplaban. Jamás, jamás había perdido Shaal la compostura hasta aquel punto; su expresión delataba lo mucho que le había costado privarse de golpear a su acólito.
Sus dos colegas en activo llegaron a tiempo de presenciar el estallido.
Un vergonzoso alarde de violencia —señaló con frialdad el Primer Navegante—. Excede, incluso, a tu desconsideración al dejarnos fuera de la búsqueda y de tu cuestionable interrogatorio.
¡Silencio! Y tú —continuó, zarandeando a Neudan por el cuello del uniforme—, ¡habla, o te sacaré la verdad junto con las vísceras!
Se ha marchado. Ha vuelto a casa.



***



¿Contemplas las estrellas, Primer Tripulante? ¿Las echas de menos tras nuestro largo periodo en órbita?
Neudan estudió las pantallas de los instrumentos de observación con la misma naturalidad que su líder. Al Vértice no le incomodó la presencia del pequeño entrometido. Cuando se mencionaba la actividad a la cual consagraba sus días, poco le importaba compartir su entusiasmo con quienquiera que preguntase.
No las estrellas, una estrella en concreto. Sus coordenadas han permanecido fijadas desde que las observaciones de nuestra pirámide hermana las confirmaron. ¿Sabes qué hay en torno a ella... hum...?
Neudan, Primer Tripulante.
¿Sabes qué hay en torno a ella, Neudan?
Me atrevo a decir que sí. Ha de ser nuestro planeta natal, ¿cierto?
Maravilloso. —El Vértice miró a su subordinado con la benevolencia del amo cuya mascota aprende un nuevo truco—. La tierra de la que partimos, ni más, ni menos. ¿No es notable que nos atraiga de esta manera? ¿Que hasta nuestros infelices parientes consagren sus esfuerzos a alcanzarla? Ah, si no fuera reprobable mezclarse con otras culturas... Si la cabina funcionase, si Eal la hubiese dejado operativa...
Conociendo la configuración, cualquiera sería capaz, yo incluido. —Neudan dejó transcurrir una estudiada pausa—. No entiendo, ¿no fuiste informado? Esos ajustes están entre los datos que el Primer Ingeniero consiguió de la otra pirámide.
Extrajo un dispositivo de almacenamiento del uniforme y se lo tendió a su superior, quien lo sostuvo en la palma abierta sin saber muy bien cómo reaccionar. Todas esas traslaciones alrededor del Sol, esperando, añorando... Su incredulidad se trocó en la actitud de un hombre ultrajado.
¿Y por qué Shaal no mencionó un hallazgo tan importante? —Insertó el dispositivo en el lector sin dejar de lamentarse—. ¿Acaso no fui el primero en despertar? ¿Acaso no tengo derecho a saber? Tantas materias que he delegado en él, cuando debiera haber... Ah... —Recorrió, fascinado, pantalla tras pantalla de datos y diagramas mientras la cabina a sus espaldas zumbaba al reposicionarse—. Sí, aquí está. Debe ser nuestro planeta, debe serlo. Es tan extraño... ¿Por qué nuestros antepasados lo dejaron deliberadamente fuera de los archivos cartográficos?
Lo ignoro. Quizá esperaban que nuestro espíritu explorador venciese al impulso de reencontrarnos con nuestras raíces.
Sí, fuimos creados para eso, para explorar. Con todo, ¡qué difícil es acallar la nostalgia! Aun con los obstáculos que nos colocan en el camino... —Comprobó la cantidad de energía necesaria para activarla y ahogó una maldición—. No, no, qué gran golpe, Neudan-dabb... Con nuestras reservas bajo mínimos no podemos plantearnos ponerla en funcionamiento. Habré de tener paciencia, supongo. Más paciencia...
La cámara tiene su propio circuito de alimentación, Primer Tripulante. ¿Ves el indicador? El ciclo de recarga es largo, cierto, pero está completado y no se ha utilizado nunca. Está a tu disposición.
El intenso debate interior del Vértice no pasó desapercibido para Neudan. Entraban en conflicto el deber y el deseo; la responsabilidad y la certeza de que Shaal no daría su visto bueno contra aquella oportunidad única.
Nada malo hay en probarlo.
Al acomodar el ciclópeo cuerpo en el respaldo de la cabina pudo apreciar las pequeñas transformaciones que se habían producido. La estrella de destino parpadeaba al otro extremo de una ruta trazada entre sistemas planetarios, púlsares y agujeros negros. Aunque aprovechaba pliegues en el espacio para acortar distancias, su mecanismo debía ser mucho más complejo y, sin duda, desconocido. Atreverse a considerar el viaje era toda una osadía.
Es una temeridad. Ahora bien, nuestros hermanos de la otra pirámide ya lo han probado, y no nos deja en buen lugar admitir que nos superan en valentía. Y yo, el Vértice, ¿no he de ser quien abra el camino? ¿Perdonarías tú, Neudan-dabb, que me convirtiera en pionero en estos tiempos difíciles?
Primer Tripulante, tú lo sabes mejor que yo. Desde mi humilde perspectiva, la entropía es parte esencial del universo. El estatismo es enemigo de la vida; cuando sientes que se apodera de ti, el único remedio posible es aceptar el cambio.
Era paradójico que, siendo el sentido de las palabras tan diametralmente opuesto para ambos navegantes, el resultado de aceptarlas solo pudiese ser uno. El Vértice grabó un mensaje de despedida para la tripulación y modificó su estatus dentro de la pirámide, inaugurando un protocolo que no había sido empleado hasta entonces. Agradeció después a Neudan su compañía, lo hizo salir, sonrió con la entereza de los valientes y activó el mecanismo.
Cuando Neudan accedió de nuevo a la cámara, ya no quedaba rastro alguno de la cabina ni de su pasajero. El nivel de energía, detenido en el mínimo, reiniciaba su lento ciclo de recarga a la espera de un futuro viaje.



***



El Primer Tripulante era dueño de sus actos y el miembro de más alto rango en la jerarquía. Si había obrado según rezaban su mensaje de despedida y los registros del observatorio, a nadie más que a él se le debían achacar tales decisiones. La responsabilidad no podía recaer en un simple miembro del tercer nivel, por poco claro que hubiese quedado su papel en la historia. No obstante, la ira de Shaal hacia Neudan en aquellos momentos era tan densa que hasta Draadan se vio impulsado a separarlos.
¡Era tu deber avisarme sobre las intenciones del Vértice! —gritaba el rabioso Shaal, perdido ya todo su autocontrol.
Fue él quien solicitó que lo asistiera a lo largo del proceso. ¿Cómo iba a desobedecer?
¿Desobedecer? ¿Qué hacías tú en el observatorio, en primer lugar? ¿Y de qué manera llegaron esos datos a sus manos?
¿Sugieres que nuestro líder no disponía de toda la información acumulada en la nave, incluida la suministrada por Eal?
¡Contesta las condenadas preguntas!
Al percibir el creciente número de rostros que lo juzgaban en silencio, Shaal empezó a escuchar su propia voz. Y, aunque su rabia y su temor eran demasiado potentes para obviarlos, sí que se esforzó en recuperar su máscara de impasibilidad y su sangre fría. Pensar, necesitaba tiempo para pensar.
Una coyuntura de esta gravedad no se resolverá sin debate previo. Además, la tripulación ha de ser notificada para evitar brotes de pánico. Quiero a todos convocados para después del periodo de descanso. Mi equipo y yo estudiaremos los archivos de la nave en busca de soluciones para este desagradable trance. En cuanto al terráqueo —añadió, con apenas una ojeada a Leonardo—, devolvedlo a su entorno antes de que sea echado en falta. Me ocuparé de él más tarde.
Acabas de decir que hay que notificar a la tripulación —observó Neudan antes de que Draadan saltara—. Shaal-mekk, Leonardo da Vinci es parte de ella desde hoy, según has constatado. Ha de quedarse.
Si piensas, por un momento, que tus maquinaciones van a pasar por encima de mis órdenes...
Tu facilidad para dar órdenes sin consultarnos es, cuanto menos, enojosa —intervino el Primer Geólogo. La atmósfera adquirió una densidad casi palpable—. Además, ignoro quién es tu equipo. ¿Incluyes a los acólitos de Ingeniería? ¿El departamento ha pasado ha depender de ti por completo?
Solo hago lo que acostumbramos desde la huida del Primer Ingeniero, para agilizar los trámites —se justificó Shaal, haciendo ímprobos esfuerzos para dominarse—. Como mediador del Vértice...
Ya no eres mediador del Vértice. Dado que los tres poseemos idéntico rango, la toma de decisiones ha de ser conjunta. Conviene que no lo olvides.



***



Mientras los primeros rayos de luz se derramaban sobre los tejados de Francia, la tripulación de la pirámide volvía a congregarse en la sala de reuniones. El sillón del Vértice la presidía desde su vacío ominoso. Los cuchicheos alcanzaban un volumen ensordecedor, y ni las miradas combinadas de los tres miembros de segundo nivel bastaban para acallarlos. No se restauró el silencio hasta que Shaal hizo amago de saludar a la asamblea; fue el Primer Navegante, sin embargo, quien se le adelantó. La máscara del biólogo sufrió otro pequeño resquebrajamiento.
A estas alturas todos estaréis al tanto de la ausencia de nuestro líder —dijo, resuelto a no perder las riendas—. Nos enfrentamos a una nueva etapa en nuestra historia, la más crucial hasta la fecha, y es justo que nadie se quede atrás a la hora de establecer el rumbo de...
Una segunda oleada de murmullos interrumpió el discurso del Primer Biólogo. Sin restricciones, sin guardias, vistiendo uno de sus uniformes con toda la naturalidad del mundo... Las grandes puertas dieron paso a la cuarta miembro de la élite, Eal en persona, junto con un cohibido Leonardo. El artista esperó junto a la entrada. Para asombro de sus colegas, incapaces de entender por qué estaba libre, la dama inclinó la cabeza y ocupó la silla vacía.
Qué haces aquí. Quién... te ha dejado salir —masculló Shaal mientras sus ojos buscaban armas o cualquier otra señal de violencia. Al percibir la maniobra, ella sonrió.
Tranquilos. No sé por qué clase de asesina sin escrúpulos me tomáis, pero os garantizo que no voy armada. En primer lugar, hola a todos; os he echado de menos durante mi tedioso encierro. Y respondiendo a tu pregunta, Shaal (una pregunta que no me plantearías si meditases un poco) te diré que ha sido alguien incuestionable: la pirámide misma.
»Decías algo de no dejar a nadie atrás para no sé qué rumbo, ¿no? Pues ahora estamos todos, los ochocientos diecinueve. Podemos comenzar.




Decir que a la práctica totalidad de los presentes los había tomado por sorpresa la intromisión se habría quedado corto. La llegada no ayudó al Primer Biólogo a mantener su temperamento bajo control, y menos tratándose de Eal, la horma de su zapato. Aun en medio del estupor por compartir asientos con un futuro condenado a la no existencia, el temor a protagonizar otro episodio de ira en público contuvo sus manos.
Seguridad —llamó, sin notar el gesto de contención que Draadan hacía a sus subordinados—. Eal, has aprovechado la falta de vigilancia para sabotear la celda con trucos que solo tú conoces y te has atrevido a triangular de nuevo al terráqueo. Estás loco o es que tu desfachatez no conoce límites.
Deberías plantearte usar el femenino.
Seguridad —repitió, aunque en esta ocasión se dirigía directamente a la nave—. Protocolo de contención, prisionero fugado.
Negativo. No hay constancia de prisioneros en los archivos —escribió la IA de a bordo en el interfaz de su visor y en los de sus colegas.
Otro de tus trucos —bisbiseó Shaal, luchando para no volver a perder la paciencia—. Ya veremos si también puedes sabotear a mis hombres.
Ahora son tus hombres, ¿eh? Shaal, te refrescaré la memoria. Acabé en el área de detención por orden directa (más o menos, no voy a entrar a señalar a nadie) del Vértice, la única autoridad por encima de la nuestra. Con la baja de nuestro Primer Tripulante, sus disposiciones dejaron de tener validez. Y dado que la pirámide no ve ninguna sensatez en mi encierro, lo ha interrumpido. Puedes intentar devolverme a mi aburrida caja, pero te garantizo que obtendrás idéntico resultado. Mi rango es igual al tuyo; tu arbitrariedad no va a imponerse sobre la lógica.
Se escucharon algunos murmullos de aprobación entre los familiarizados con el funcionamiento de la cadena de mando. Si bien Shaal no lo desconocía, el mazazo por haber pasado por alto tal posibilidad fue excesivo. Tuvo que aspirar hondo para que no le fallase la voz.
Arbitrariedad... Lógica... Cómo puede la pirámide... sancionar el robo de archivos esenciales..., la deserción..., la...
¿Robo? Los he reintegrado todos a donde pertenecían, salvo uno, que volverá a tiempo para nuestra partida. En cuanto a si deserté, yo diría que es una apreciación exagerada de mis intenciones: lo cierto es que regresé por propia iniciativa. Oh, vamos, no pongas esa cara escéptica. Aunque tú no me creas, es evidente que la pirámide sí lo hace. Si tú siempre fuiste el más firme defensor de su autoridad, ¿vas a empezar a cuestionarla ahora?
La autoridad —Shaal apretó los puños hasta clavarse las uñas— de dejar libre a un... a una asesina...
Eso no es cierto, Shaal-mekk —todos los rostros se volvieron hacia el nuevo orador, Neudan—, Eal nunca me quitó la vida. Fue mía la idea, fui yo quien la entregó de buen grado, junto con mi registro de memoria. Si faltó a la verdad fue para apartar de mí las represalias.
Mientes... Eres un... loco mentiroso...
Hasta tú has tenido que reconocer el viejo brillo en su mirada —intervino la Primer Ingeniero—. ¿No es magnífico? Recuperó su pasado sin perder ni un ápice de su presente gracias a los ajustes que copié de la otra pirámide. Nos quedan tantas cosas por aprender... Y si vais a blandir en mi contra la política de no intervención, os recordaré que eso también fue una amable sugerencia de nuestro Vértice, quien ya no se encuentra entre nosotros.
La voz de Shaal acabó fallando. La muerte, la huida, los años de inmovilidad, el terráqueo, la marcha del Vértice... La comprensión de que todo aquello había formado parte de un plan contra él era tan abrumadora que no le salían las palabras. Los otros dos miembros del segundo nivel, por el contrario, se dejaron vencer por la intriga.
¿Para qué, Eal? —inquirió el Primer Geólogo—. ¿Para qué arriesgarnos a quedarnos varados...?
Eso jamás lo habría permitido.
¿... y romper nuestro equilibrio facilitándole al Vértice los medios para marcharse? ¿Cómo sabías que no ocurriría nada grave si él faltaba? ¿Cómo lo sabes ahora?
Ah, el Vértice... Hubo otro Vértice en la otra pirámide. Se marchó de la misma manera que el nuestro; de la misma manera que se marcharán, algún día, quienes la dirigen ahora. ¿Qué crees que ocurrirá? Nada. Cosas positivas, si acaso, porque estar en la cumbre y anhelar el cielo solo podía acarrear padecimientos a quienes estaban a sus pies. El Vértice ya no vivía realmente aquí, sus pensamientos volaban lejos. Nosotros, sus subordinados, funcionábamos a base de disposiciones obsoletas mantenidas en activo de forma artificial. —Tras la indirecta a Shaal, la Primer Ingeniero activó la pantalla tridimensional sobre el escenario y reprodujo imágenes en apariencia aleatorias. Eran reconstrucciones de los dibujos de un diario—. Después de esta etapa, pocos de los presentes siguen siendo lo que eran, y menos aún están dispuestos a renunciar a sus beneficios: la luz solar, la buena comida, las ideas, fluyendo continuas, creativas y refrescantes. ¿Cuándo perdimos la curiosidad? ¿Cuánto hace que nos encapsulamos en una especialización estática? Tú eres el Primer Geólogo. Mira.
Eal mostró los trazos a carboncillo de la entrada de una caverna. El dibujo se engalanó con los colores vibrantes del óleo para transformarse en la bella réplica de un paisaje rocoso italiano en el que cada piedra, hasta la más diminuta, creaba una ilusión de tridimensionalidad que no era solo obra de la tecnología. Siguieron más estudios de rocas, estratos y fósiles, representados como una fina capa de conchas marinas en lo alto de una montaña. Las notas manuscritas junto a las ilustraciones hablaban de tipos de tierra, de masivos movimientos de terreno y de una era donde el agua cubría las más altas cumbres.
Y tú, nuestro navegante más experto —dijo, dirigiéndose a su otro compañero—, debieras ser capaz de apreciar esto.
La pantalla se llenó con mapas de una precisión exquisita, sobre todo si se consideraba que no estaban copiados desde el cielo, sino al nivel del suelo. Mostraban grandes ciudades y caminos a través de la península itálica. El delicado trazado de cada vivienda en su hilera, de los puntos de referencia y de los accidentes geográficos útiles para guiarse denotaban un intenso aprecio por el detalle. Aparecieron asimismo mapas celestes menos minuciosos, quizá más idealizados; el fruto de un observador que conoce sus limitaciones y se limita a plasmar lo que sus ojos le alcanzan a mostrar.
Dudo que Shaal conceda el mérito que estos trabajos se merecen —manifestó, a continuación, Eal—. Los mostraré de todas maneras, y todos juzgaréis si me equivoco.
Un estudio de los músculos de los brazos, otro de las piernas. Un despliegue del aparato digestivo, con los órganos que lo circundaban. Un corte transversal de la cabeza mostrando el globo ocular, el cerebro, sus conexiones. El vientre de una mujer embarazada en torno a la vida que se gestaba dentro, unida a la madre por el cordón umbilical. Un corazón perfecto, inquietante en su minuciosidad y, sin embargo, tan hermoso... Secretos del cuerpo humano, tan íntimos y próximos, tan ignorados y temidos, hasta el punto de no haber salido hasta entonces a la luz.
En cuanto a mis habilidades particulares, no se quedan fuera en este muestrario de talentos. Contemplad.
Se materializó en medio de la estancia el gigantesco diseño de una máquina de guerra operada por decena de hombres, cuya complejidad reflejaba a las claras que su autor se sentía más atraído por el concepto y su estética que por sus utilidades. Lo siguieron esbozos de carros armados, de aparatos para respirar bajo el agua, de lentes montadas en torres. Mecanismos para aprovechar la fuerza de las corrientes, la del viento; una bomba centrífuga, un globo de aire caliente, una máquina para volar...
Alas. Esbozo tras esbozo de armazones, arneses, varillas, velas, todos ellos a la mayor gloria del anhelo de surcar los aires. Se oyeron susurros críticos, comentarios divertidos y aprobadores. Neudan y Navekhen sonrieron, impresionados por la cautivadora muestra de talento que Eal había reunido en tan poco tiempo. Draadan no pudo evitar conmoverse al comprobar que no estaba solo en su admiración por el hombre a quien amaba. Y, en medio de todo, un abrumado artista florentino, joven en apariencia, cuyo corazón latía con fuerza y cuyos ojos azules se nublaban ante aquel homenaje compuesto por retazos, algunos ya olvidados, de su imaginación. El chico desengañado, sin fortuna ni perspectivas, había crecido hasta ver sus obras proyectadas sobre un fondo de cielo infinito. Un bello resumen de toda una vida. Su vida.
Vosotros opinaréis que no hay gloria en lo que habéis visto, que sus méritos son relativos, notables para alguien de ahí abajo pero arcaicos para lo que nos rodea. No os engañéis; si este es el fruto de varias traslaciones alrededor del Sol, ¿imagináis cuánto haría con muchas más? Lo que he querido que entendáis al compartirlo con vosotros es el alcance de nuestras limitaciones. Porque nosotros hemos trepado a la atalaya de conocimientos de nuestros ancestros y no hemos considerado subir más arriba, mientras que Leonardo nunca ha dejado de construir su escala hasta la cima. Porque él, siendo uno, es capaz de contener en su interior las inquietudes y los logros de nosotros cuatro a la vez y expandirlos. Porque esa es su naturaleza.
Los cuchicheos de la asamblea sepultaron el mutismo de los líderes. Fue el Primer Geólogo quien los contuvo tomando de nuevo la palabra.
El Vértice nos ha abandonado, nuestro número se ha reducido y las consecuencias pueden ser graves. Estamos en crisis, Eal. ¿Qué es lo que pretendes con esto?
Mostraros, para empezar, que nuestro número no se ha reducido.
¿Insinúas que hemos de aceptar las maniobras de Neudan y dar la bienvenida a un terrícola? Es un paso sin precedentes que contraviene nuestras costumbres.
¿Y qué mejor momento que una crisis para impulsar un cambio a mejor?
Lo que debiéramos hacer es debatir cómo procederemos sin... un Vértice —opinó el Primer Navegante—. Era quien tomaba las determinaciones más trascendentales, nuestro guía y nuestro...
Me niego.
Shaal mostró su voz y su rostro más duros. La suya era la furia comedida de quien había llegado a su límite y prefería contener la presión para poder descargarla después, en un único estallido más devastador.
Me niego a que destrocéis nuestro perfecto equilibrio escuchando sus atrocidades. Creéis que está libre de culpa porque no mató a mi acólito. Locos... La miserable vida de un traidor no era lo que la convertía en una criminal. Era... es esto, este caos en donde se propuso hundirnos al desertar. Os digo que no lo consentiré. Si he de asumir yo el mando, que así sea. Si he de purgar el segundo nivel y reducir aún más nuestras filas, que así sea.
Abandonó la estancia con zancadas atronadoras, creando el primer silencio real de la reunión. El alterado Primer Navegante la declaró suspendida e instó a los niveles inferiores a regresar a sus puestos, preocupado por la señal lumínica que brillaba en su visor y en el de su colega geólogo: Shaal los convocaba sin demora y sin excusas. Consciente de ello, Eal se las arregló para susurrar antes de que obedecieran:
Queremos lo mejor para todos, vosotros y yo. No decidáis nada ni aceptéis nada sin antes escucharme.
Después tomó una de las salidas superiores y recorrió la escasa distancia que la separaba del elevador más próximo; en medio de aquel desconcierto aún tendría un buen rato antes de que los guardias la echasen de menos. Primero fue a Ingeniería, donde aprovechó su recién adquirida libertad para realizar cierta triangulación a espaldas del sistema. Conociendo a Shaal, aquella podía ser su primera y última oportunidad. A continuación se dirigió al área de alojamientos del tercer nivel y se detuvo ante una puerta en concreto, una que no había traspasado en décadas.
Al otro lado esperaba Neudan. Era la primera vez desde su regreso que se encontraban a solas, y ambos arrastraban inseguridades respecto a sus respectivas transformaciones, física la de ella, espiritual la de él. Eal no dudaba del desconcierto que suponía asumir aquel cuerpo de mujer tras siglos de ostentar una identidad masculina. En cuanto a Neudan, sabía que asimilar dos periodos de recuerdos, en ocasiones contradictorios, era una tarea de la que ninguna mente salía ilesa. Deseaban la privacidad sobre todas las cosas y, a un tiempo, la temían.
Entonces Neudan avanzó hasta ella y colocó una mano en su mejilla. Era su primer roce. Lo había esperado desde la recuperación de su memoria, lo había imaginado de cien maneras distintas y culminado siempre de la misma. Se había preguntado, ansioso, si sería igual que antes. Tenía que serlo; su gente rara vez se sentía atraída por un género, sino por la persona del interior, y él había amado a Eal desde siempre. Los ecos del pasado no mentían, Eal era Eal. ¿Seguiría él siendo Neudan?
Obtuvo su respuesta cuando ella giró el rostro y le besó la palma. La caída de sus párpados, la curva de sus labios al sonreír, la mueca divertida al atrapar un dedo y mordisquearlo... Todos esos detalles, fruto de los sentimientos, estaban presentes. Y la risa desvergonzada al arrastrarlo a la cama, y el beso de distracción mientras le soltaba el uniforme. Y el amor.
Primeras veces. También era la primera vez, en cinco décadas terrestres, que se sentían completos.



***



El habitáculo de Shaal era aún más austero que el de Draadan. Y no por contar con menos mobiliario o decoración —el supervisor ya vivía bajo mínimos—, sino porque ni tan siquiera se permitía una ventana descubierta ni un armario donde almacenar sus tesoros. El Primer Biólogo no poseía tesoros. Quizá hubiese guardado algo en los primeros tiempos, cuando aún era inexperto, pero ya no le quedaba nada digno de conservar. Orden, equilibrio, su trabajo y el funcionamiento de la pirámide, eso era cuanto le importaba. Su dominio privado no era sino un lugar donde descansar su cerebro e higienizarse, y para eso no hacían falta fruslerías.
Otro lujo que allí se echaba en falta eran los asientos. Había uno fijado a un lateral, y nada más, con lo que las escasas visitas no tenían más remedio que permanecer de pie. Nadie habría osado sentarse en su presencia, aun si el hueco hubiese estado libre. Y en aquella ocasión, en deferencia a sus colegas de nivel, él también se erguía junto a la pared del fondo, examinando el recinto en busca de algún posible artefacto espía. Con Eal libre en la nave era mejor no fiarse. No bien determinó que el espacio era inexpugnable, trabó la puerta y se volvió hacia los otros.
La situación es insostenible —manifestó, sin rodeos—. Un terráqueo en la nave y una Primer Ingeniero que pretende guiarnos hacia nuestra autodestrucción. No vamos a debatir con la tripulación cuál ha de ser nuestro futuro, haremos lo que debe hacerse y punto. Hay que proceder con Eal según acordamos.
¿Dejar su existencia en suspenso? ¿Y en qué te basarás ahora? —inquirió el Primer Navegante. Su uso del singular no complació en absoluto a Shaal—. Si se comprueba que Neudan dice la verdad, no hay motivos para achacarle un asesinato. Ha restituido toda la información, con adicciones extras a nuestro banco de datos, incluyendo la parte que faltaba de nuestros archivos cartográficos. Mis acólitos me lo han confirmado. En cuanto al resto de sus infracciones, a estas alturas han dejado de tener peso, dado que estaban basadas en normas de conducta dispuestas por el Vértice. La pirámide misma le ha restituido su rango, lo has visto igual que nosotros.
Acaso dudáis que la marcha del Vértice ha sido orquestada por ella.
¿Acaso afirmas que tenía poder para imponerse sobre nuestra máxima autoridad? Ten cuidado, Shaal, o sentarás un precedente que no te conviene. —La indirecta también irritó al aludido.
Además, esta atmósfera no es la mejor para tomar decisiones a la ligera —aportó el Primer Geólogo—. Mis acólitos han indagado entre los niveles inferiores y, al parecer, la tripulación no está en contra de introducir algunos cambios. La prolongada influencia exterior los ha hecho... dependientes de sus ventajas, por escasas que estas puedan ser. Me refiero a las visitas, los consumibles y la compañía. El castigo podría ser considerado arbitrario y desproporcionado.
Me es indiferente su opinión. Partiremos en siete rotaciones. El largo trayecto para reponer nuestras reservas de dlanda servirá para disciplinarlos.
No es tan sencillo. Te repito que no lo aceptarán de buen grado; ni ellos ni la pirámide, ya que tocamos el tema. Sin el Vértice, no hay rango superior a Eal apto para imponer la sentencia. Sería un acto unilateral por nuestra parte, y te voy a ser sincero, Shaal: yo no voy a crispar más el ambiente adoptándolo, no sin una causa sólida que lo respalde.
Ni yo —añadió el Primer Navegante—. Un defensor de la ortodoxia como tú entenderá nuestros motivos.
Entonces usaremos la vía ortodoxa —replicó Shaal, su tono cargado de acritud—, la que me permitirá encauzar la situación y asumir las responsabilidades que vosotros no deseáis. La que os devolverá a vuestras cómodas parcelas de actividades sin perder la popularidad.
¿Y cuál es esa vía ortodoxa?
Me nombraréis nuevo Vértice.



***



Como había predicho Eal, los guardias le concedieron algo de tiempo, el imprescindible para celebrar de una manera muy física y muy íntima su reencuentro con Neudan. Pero Shaal no dejó que lo olvidasen, y pronto, demasiado pronto, se presentaron en las habitaciones. No podían encerrarla de nuevo, según habían comprobado de primera mano; el campo de fuerza simplemente se desconectaba a una orden suya, invalidando las órdenes del Primer Biólogo. Lo que sí estaba a su alcance era mantenerla bajo supervisión en todo momento. Aunque la pirámide reconocía la paridad de sus rangos, era una sencilla cuestión de costumbre la que instaba a los navegantes a otorgar preferencia a Shaal y su humor de hielo.
Nada escapaba a los ojos y oídos del Primer Biólogo. Eal, Neudan, Draadan y también Navekhen —compañero asignado a los otros durante su estancia en la Tierra y, por tanto, sospechoso— fueron incapaces de mover un dedo sin que el hecho llegase a su conocimiento. En cuanto a Leonardo, fue devuelto a su pretendido lecho de muerte en Francia, a la espera de que se cumpliera el plazo de la partida. Draadan no durmió ni probó bocado durante esas pocas jornadas, ocupado en autoadministrarse en secreto las inoculaciones de material genético terráqueo, en disimular el dolor que le producían y en planear cómo desertaría en caso de que las perspectivas de Eal no se cumpliesen. Porque lo haría. La cuenta atrás estaba tan próxima a concluir que ya preparaba sus armas por si necesitaba huir peleando.
Cuatro días antes del final, tres triángulos purpúreos depositaron a una mujer con uniforme oscuro en el bosque próximo a la mansión de Cloux. A pesar de lo mucho que echaba de menos la Tierra, la Primer Ingeniero no estaba nada satisfecha con la visita, pues la elección del lugar no había sido suya, sino del Primer Biólogo. Este no se prodigaba en bajadas a la Tierra, así que aquella salida a un paraje que detestaba, tan próximo a la morada de Leonardo, no podía ser una casualidad. Ni significar nada bueno.
Shaal en persona, con ese inmenso cuerpo que empequeñecía la figura humana de la mujer, hizo su aparición poco después. Ya no recordaban la última vez que habían acudido juntos a una misión de campo. El Primer Biólogo no pronunció palabra antes de ajustar su visor y escanear el entorno. Después, como si acabase de percatarse de su presencia, se acercó a ella y la observó desde lo alto. Eal no parpadeó; estaba acostumbrada a sus miradas por encima del hombro.
Entrégame tu visor —ordenó aquel sin más preámbulos.
¿Disculpa? ¿Me has hecho bajar para...? Ah, ah, ya veo por dónde vas —afirmó ella al advertir que su colega la apuntaba con un arma de impulsos eléctricos—. De todas las cosas que podrías haber ideado para decepcionarme... Yo no estoy armada, Shaal, y soy mucho más pequeña que tú en mi actual configuración. No me digas que te intimido.
Entrégamelo o lo arrancaré de tu cuerpo inconsciente.
Imagino todas las cejas alzadas en el piramidión en este momento —bromeó, entregándole el objeto—. Comentando, quizá, que el Primer Biólogo se ha intoxicado con el aire puro de la Tierra.
No hay conexión, los vigías y su equipo han sido reclamados en otro lugar. Igual que tus aliados.
Vaya, y yo que creía que hasta tu estilo de juego sucio era aséptico. ¿Qué pretendes con esto?
La anarquía que causaste en la pirámide pronto será restaurada. Asumiré la posición del Vértice.
¿Y mi departamento no tiene nada que sugerir al respecto?
Cuento con el apoyo de los otros dos. Tu opinión es irrelevante.
Disculpa, pero la última vez que elegimos un Vértice (la única, para ser exactos) requerimos el voto unánime de los cuatro. Y me perdonarás si confieso que no te juzgo apropiado para el cargo. No es nada personal (de acuerdo, en parte sí lo es); es solo que, dado tu carácter, uno de los ordenadores de a bordo daría idéntico servicio y sabría fingir mejor la empatía. No, no. Decididamente, no voy a votarte.
Lo harás. —Le mostró un estuche metálico con varios compartimentos en los que se alineaban sendos dispositivos. Su forma era inconfundible: soportes para registros de memoria. La luz primaveral arrancó un pálido destello de su carcasa—. Para tu información, este registro de memoria es el de Neudan. Emitirás tu voto positivo o lo destruiré. Poseo asimismo el del terráqueo, y un inyector con suficiente fluido para desactivar las nanomáquinas de su organismo...
Para quemarlas, querrás decir, entre atroces dolores.
... de su organismo, de manera que no sea capaz de regenerarse. Él está apenas a unos cuantos pasos de aquí, podría acercarme ahora e inoculárselo. Es lo adecuado. En puridad nunca debió llegar tan lejos.
¿Me estás amenazando con un chantaje? Activaré nuevos registros de memoria no bien ponga un pie en la nave. Daré parte de esto. Aunque no haya grabaciones, alguien me...
Nadie te creerá. Y tampoco contéis con acceder a los registros, tú y tu puñado de conspiradores a quienes tengo en mis manos. Si sus cuerpos son destruidos ahora, no quedará nada de ellos. Ni de ti; también poseo el tuyo.
Nuestros colegas no van a apoyar a un biólogo con matices de demencia en su carácter. —Miró de reojo la carcasa que contenía la copia de sus recuerdos hasta la fecha—. Incluso si lo hicieran, ser Vértice no te daría libertad absoluta para imponer tu iluminadísima voluntad. La pirámide no te lo permitiría.
La pirámide... Tú y tus historias sobre su beneplácito, como si fueses el elegido de nuestros ancestros o alguna especie de revolucionario. ¡Mentiras! —escupió, extrayendo el soporte de Eal y sacudiéndolo en el aire—. ¡Todo este tiempo has usado tus habilidades para reprogramarla, para manipularla! ¡No eres más que un error en el sistema! ¡No hay sitio para ti en el orden correcto de las cosas!
Y, sin embargo, aquí estás, obligándome a darte un apoyo que sabes que no has tenido jamás. —Su mirada se afiló—. Te repito que no cuentes con ello, Shaal. ¿Y sabes por qué? Porque sé que no tienes redaños para cumplir tu amenaza. ¿Programar directrices? ¿Dar órdenes desde la distancia? Tal vez. Pero ¿ir contra las reglas que siempre has defendido contra viento y marea? Eso está más allá de tus pobres y rectilíneas capacidades.
Shaal apretó los puños y usó el arma de impulsos sobre la carcasa, sobrecargando así la red de circuitos que contenía y convirtiendo el dispositivo en un amasijo ennegrecido. La única copia superviviente de la Primer Ingeniero estaba en su cabeza.
Me elegirás —masculló—. Me elegirás ante toda la tripulación.
De acuerdo, el dedo del interruptor te ha jugado una mala pasada. Ha sido un simple impulso, ¿no? Uno de esos arrebatos que demuestran que nadie es infalible, ni siquiera tú. Me pregunto cuánto tardarás en correr de vuelta a la nave y reactivar el mecanismo de copias de seguridad. Directrices, directrices... Dices que vas a ser Vértice cuando, en realidad, el cargo le queda demasiado grande a alguien que solo sabe medrar en la sombra. Y ellos lo saben, oh, lo saben muy bien. Tanto, que no tardarán en hacerte caer de esa cima inestable a la que pretendes trepar. ¿Has visto cómo cuchichean, cómo se reúnen tras las esquinas y te señalan? Será tan fácil terminar lo que empecé. Será fácil librarme de un biólogo que no sabe dónde tiene su propio corazón, que ignora los secretos y debilidades de su propia ciencia y pretende abarcar los de todas las demás, que carece de la habilidad para conservar, no ya el amor, sino el respeto de sus acólitos.
Ese aguijonazo justo en el punto más débil de su cáscara... El veneno y el resentimiento largo tiempo acumulados de Shaal brotaron en un único borbollón y arrastraron con ellos lo que le quedaba de sensatez. La mano que antes destruyera un objeto inanimado se volvió contra la mujer y accionó el arma; la misma corriente eléctrica, más potente y sostenida, recorrió su sistema nervioso y lo apagó nodo tras nodo, como había hecho con su registro de memoria.
El Primer Biólogo contempló su obra. De aquel Eal que había despertado con él y acumulaba más de cinco siglos de conocimiento solo quedaban dos carcasas vacías, yaciendo en la verde tierra de Francia.



***



Despacio, con sigilo. Aunque el ritmo de sus latidos era anormalmente elevado, tenía que ignorar la incomodidad y trabajar con la cabeza fría, porque había varios pormenores que resolver antes de presentarse ante sus iguales y acelerar el trámite que le conferiría su nuevo rango. De cara a los navegantes bastaría con culpar de su muerte a alguno de esos terrícolas tan salvajes con las mujeres y pretender que había sido ella misma quien hiciera desaparecer su registro de memoria. Con Eal todo era posible, y más cuando la historia ya había sucedido con anterioridad. La fecha de partida estaba tan próxima que no habría tiempo para localizar el escondite. Recrear a la Primer Ingeniero necesitaría de una buena dosis de optimismo... y de una futura visita a la Tierra. O eso les diría.
Lo más urgente era disponer de las pruebas, el cuerpo y el registro. Era el superior del departamento de Biología, sabía cómo imprimir la apariencia de cualquier tipo de muerte en unos restos. Y después, con las manos y las ropas limpias, devolver los otros dispositivos al centro de almacenamiento y verificar que nadie en el piramidión había grabado sus movimientos. Manos impolutas. Coartada impoluta. Todo parecía en orden. Solo tenía que esperar a que se normalizase su respiración para acudir al Primer Navegante y al Primer Geólogo. Quedarían, quizá, un par de cabos sueltos: Draadan y Neudan. El supervisor no creería nada de lo que le dijera cuando comprobara que, al final, ese terrícola suyo iba a quedarse atrás. En cuanto a Neudan... Neudan buscaría culpables y él sería el primer candidato en su lista. Tendría que acabar ocupándose de él, no cabía duda. Cuando asumiese la carga necesaria de convertirse en Vértice.
Mientras sus colegas escuchaban su versión de la historia, Shaal se sintió juzgado y condenado por el brillo de sus ojos. Imaginaciones suyas, concluyó cuando acordaron celebrar su nombramiento. Ellos entendían su postura y la apoyaban, sabían lo que era mejor para su gente, no se paraban a lamentar una pérdida que ya era irreversible. Eran sus escrúpulos los que lo traicionaban, sensibles ante su arranque de violencia; un error que no se repetiría. Calma, calma y compostura, no traicionar nada ante toda aquella tripulación que habría de reunirse para escuchar las noticias. Su rostro siempre había sido un reflejo de su serenidad interior. Calma.
Por supuesto, la voz de Neudan no tardó en alzarse para denunciar la ausencia de Eal. Tan previsible. ¿Qué haría cuando lo supiese? Era sorprendente cuánto deseaba verlo atormentado, él, que nunca caía en emociones baratas como el rencor o los celos. Celos. Singular palabra en ese contexto. No experimentaba celos, en absoluto. Si Neudan había preferido a Eal se debía a su completa falta de criterio, y alguien así no se merecía inspirar celos. Lo miró de soslayo en tanto los equipos de vigilancia rastreaban la nave y la superficie en busca de la ausente, con el ruido de fondo de decenas de cuchicheos. Lo siguió observando cuando los lívidos vigías anunciaron el hallazgo del cadáver y cuando los ingenieros ratificaron que su registro de memoria no estaba con los demás. Su palidez y el temblor inconfundible de las manos fueron muy satisfactorios, casi la mayor victoria del día. Pero calma. Su rostro no debía traicionarlo.
No fue Neudan quien le lanzó la mirada colérica y exigió una investigación inmediata. No, Neudan estaba muy ocupado autocompadeciéndose. Fue Draadan, el supervisor fallido incapaz de supervisarse a sí mismo. Consideró reemplazos para él, lamentándose de que el antiguo Vértice no hubiese confeccionado una lista con anticipación. Aunque, ¿qué cabía esperar de ese desertor que había olvidado la mayoría de los nombres de sus subordinados? Él sería mucho mejor en el cargo. Con todo, era preferible no pensar aún en ello. Mandar callar a Draadan era mejor idea, sobre todo porque el cese de los murmullos ya permitía que sus colegas reprodujesen en la pantalla central la introducción de su nombramiento en el organigrama de la nave. El Primer Navegante susurraba algo al oído de la Simakhen, la vigía. El molesto repiqueteo en el pecho no cesaba.
Se reprodujeron imágenes, sí, mas no las previstas. Era él en aquel paraje de la Tierra, discutiendo con una Eal que, por injusticias del destino, se mostraba mucho más serena. Era él blandiendo el arma y el recipiente con los registros; él, reduciendo uno a circuitos quemados. Todo sucedió muy despacio, prácticamente en silencio, como si alguien quisiera dejar en evidencia los estruendosos latidos de su corazón. Lo habían traicionado... Ese maldito navegante lector de mapas y el inútil geólogo picador de piedras habían grabado la escena para usarla contra él. Se levantó, ordenó que interrumpieran la proyección, observó que Draadan se interponía entre él y el iracundo Neudan. Todo aquello estaba bien, era bienvenido. La algarabía servía para acallar el indigno sonido de su culpabilidad.
Shaal, Primer Biólogo, tripulante de segundo nivel —enunció el Primer Navegante—: las pruebas te señalan culpable del delito de destruir la vida y el registro de memoria de uno de tus compañeros. Permanecerás recluido mientras los ingenieros diagnostican su veracidad, en cuyo caso serás condenado a no ser hasta que el nuevo órgano decisorio, a falta del Vértice, determine tu destino en algún momento del futuro. Supervisor, escóltalo hasta la zona de detención.



***



Faltaban dos días para la partida. Apostado ante la cápsula de regeneración que contenía el nuevo cuerpo en proceso de Eal, el desalentado Neudan se preguntaba cuánto tiempo transcurriría antes de que empezase a asemejarse a la persona que era. ¿Se acercaría, siquiera? Su identidad, compuesta por una miríada de diminutos detalles que emergían a cada instante de cada jornada, ¿llegaría a producir a alguien tan especial? Y —gritaba su lado más egoísta—, ¿lo amaría? Entremezclados entre sus recuerdos quedaban muchos episodios de su vida tras el renacer, testimonios de lo doloroso que era. Aunque Eal contase con su apoyo incondicional, el proceso sería lento, penoso e imperfecto. Quinientos cincuenta años terráqueos de historia que nadie podría devolverle.
Una burbuja de odio le explotó en el pecho al pensar en el culpable de tal pérdida, sentenciado a un simple paréntesis en su consciencia mientras que su víctima tenía que partir de cero. Si hubiera tenido la oportunidad de pagarle con la misma moneda y hacer pedazos su registro de memoria... Eal estaba indefensa, no suponía una amenaza; ¿de dónde había sacado los redaños para destrozar la mente más preciosa de la pirámide? Y toda esa sarta de provocaciones... Escudriñó la cubierta de la cápsula, formulándose una pregunta silenciosa. ¿Por qué lo había hecho? Al rememorar la imagen de Shaal armado, al borde de perder hasta el último ápice de paciencia, comprendió que el peligro habría resultado tan evidente para Eal como lo era para él. Como si lo hubiese buscado a conciencia.
No, no era posible, Eal no le habría abandonado solo para tender una trampa al Primer Biólogo. Vivía por sus ideales, cierto, pero también quería compensarlo por todos esos días que habían pasado lejos el uno del otro.
Vamos, soy quien mejor te conoce —murmuró—. Había un motivo para todo eso, ¿verdad? Tenías un...
Contuvo el aliento, presa de una súbita inspiración. Tras dejar a su compañero a cargo de vigilar el proceso, corrió a las habitaciones de Eal y escaneó cada compartimento. Continuó con sus lugares favoritos, con la gran sala de reuniones. Se devanó los sesos tratando de no pensar en todos los escondites potenciales y en los dos días escasos que le quedaban, hasta que recordó su último comunicado, el diminuto dispositivo en el cuaderno en blanco.
La solicitud de un permiso para bajar a tierra se convirtió en un frenético intercambio de ruegos y amenazas a sus superiores. Resultó que Draadan ya estaba allí, en Cloux, y se disponía a regresar con Leonardo. El artista cargaba una arquilla de madera con el celo de quien custodiara un tesoro. Llevaba entre sus pertenencias desde su regreso forzoso a Cloux, explicó, y no había tenido ocasión de enseñárselo debido a la falta de comunicaciones. Draadan casi arrancó el cierre al forcejear para enseñarle su contenido.
¡Neudan, es...!
Lo sé.
El acólito de Biología levantó la tapa y descubrió varias carcasas, cada una con un nombre grabado. En el interior de los capullos de metal, varias capas de filamentos translúcidos albergaban algunas de las colecciones de datos más fascinantes de la galaxia.
Son copias de registros de memoria. No lo entiendo. Creí que la pirámide no permitía duplicarlos.
Si había alguien capaz de conseguirlo, esa era ella, Draadan.
Neudan eligió uno y lo sostuvo con reverencia. En uno de sus costados se leía el nombre de Eal.



***



El aroma de aquel vino era tan delicioso que habría resucitado a un cadáver. Eal sonrió ante su propia hipérbole, sopesando los matices de realidad que contenía. Claro que no había sido el vino, sino Neudan, quien la sacara de su estancia en el limbo. Los queridos ojos oscuros estaban allí, su mano sostenía la de ella. Juntos contemplaban las últimas vistas directas de la Tierra en tanto a su alrededor todos se afanaban para completar los preparativos de la partida. El reajuste a su recién estrenado cuerpo aconsejaba descanso; la compañía, no obstante, era un extra fuera de las regulaciones.
¿Cómo te sientes? —preguntó Neudan, en su papel de biólogo—. El alcohol no es el líquido más aconsejable para hidratarte cuando tienes un día de vida. La confusión al asimilar tu identidad...
Si insinúas que soy una niña, te aconsejo que eches un segundo vistazo. Por cierto, no esperaba que recreases esta anatomía femenina. Supuse que elegirías la anterior, o puede que mi envoltorio original.
A decir verdad, ni lo medité. La cápsula cargó por defecto el último cuerpo.
Oh, nuestras alturas son compatibles. Me servirá muy bien por ahora.
¿Compatibles para qué? ¿Para intimar? —Neudan esbozó una mueca de reproche—. No te he perdonado aún tu audacia al arriesgarte de esa forma. Si Shaal hubiera sospechado y encontrado los registros que le enviaste a Leonardo, si los hubiese destruido...
Hay que tener fe en nosotros. En ese caso, sé que tú me habrías devuelto a la circulación en muy poco tiempo. Mírame ahora: ¡he sufrido una pérdida de memoria y ya me has dejado nueva!
Una pérdida de seis días —replicó, trazando un arco perfecto con una ceja—. ¿Obtuviste las copias antes de la reunión?
Y las envié después, con un aceptable enmascaramiento de mi triangulación. No me habría arriesgado tan a la ligera, Nudd, te quiero demasiado. Y tu sacrificio fue mucho mayor.
Apretó sus dedos y se los llevó a los labios. Neudan tuvo que admitir que estaba en lo cierto; el recuerdo de todos esos años de vacío y aturdimiento lo iba a acompañar siempre. Pero allí, en medio de aquella plácida dicha, merecía la pena.
¿Qué sucederá ahora? ¿Ya has hablado con ellos?
Vamos a experimentar qué tal se funciona sin un Vértice. Dlal fue duro de convencer. Suerte que Rual no tardó en adoptar mi postura. Supongo que, después de ver a qué extremos te puede llevar la megalomanía, es más sencillo aceptar un reparto de las responsabilidades.
¿Y seréis tres?
Hmmm, habrá que pensar en ello, ya que no se prevé la reincorporación de Shaal a corto ni a medio plazo. Para ser sincera, votaría por recargar la cabina y enviarlo junto a su reverenciado Vértice. En fin, que no es conveniente dejar vacante el puesto de mandamás en Biología, y yo conozco a un biólogo que sería un candidato excelente. —Le lanzó una miradita llena de significado.
¡No hablarás en serio! Yo, miembro del segundo nivel... Mi compañero aducirá, y con razón, que cuenta con más experiencia.
Por suerte, nuestra enigmática pirámide tiene sus propios métodos para valorar méritos. Además, es una gran ventaja: nadie seguirá diciendo que me aprovecho de un tripulante de menos rango obligándolo a prestarme cierta clase de favores.
¡Eal-mekk!
Y podrás dejar de usar ese estúpido vocativo en público. Eso sería interesante... Que todo el mundo dejase de usar los estúpidos vocativos.
Eal sonrió. Había algo mágico en aquella sonrisa, un misterio que inquietaba e intrigaba a quienes no la conocían bien. Para quienes compartían su afecto, sin embargo, era contagiosa.
¿Y Leonardo? —preguntó Neudan en cuanto se liberó del hechizo—. ¿Qué habéis acordado sobre él? Estaba tan embebido en vigilar tu recuperación que no he dedicado ni un instante a prestarle mi apoyo y...
Ah, mi apreciado florentino. No te preocupes, no está solo en estos momentos. Tiene la mejor compañía.



***



La luminosa tarde del dos de mayo de 1519, un grupito de dolientes se reunieron en la habitación donde Leonardo había vivido sus últimas semanas. Si bien era un desenlace anunciado —no en vano él en persona llevaba días preparándolo y ya había firmado su testamento—, los pocos allegados que lo acompañaran a lo largo de su andadura final no eran capaces de disimular su desconsuelo. Francesco Melzi, su fiel y querido apoyo, humedecía con sus lágrimas la mano que no había soltado en horas. Le partía el corazón la zozobra que causaba al joven; por más que careciese de alternativas, no justificaba hacer daño a una persona por la que había llegado a sentir el afecto de un padre. Pero era un mal necesario. El tiempo de Leonardo da Vinci en la corte de Francisco I y en la escena artística europea había llegado a su término.
Fue una sensación extraña observar su muerte a través de unos ojos llenos de afecto. Más aún lo fue dejar caer el brazo sobre el colchón, aflojar los dedos y asistir, inmóvil, a esa explosión de sentimientos que sobrevenía cuando ya no había que fingir entereza ante el moribundo. Tuvo que contenerse para no levantar la voz, acariciar la rubia cabellera de Cecho y confesarle que estaba bien, que la mejor vida que le esperaba no era la que el mundo suponía. Una mirada desde el umbral de la puerta reforzó su aplomo.
Los minutos se arrastraron con lentitud hasta que alguien, pronunciados los últimos adioses y depositados los últimos besos en su túnica, cometió el descuido de dejar el cuerpo sin vigilancia. Era la oportunidad que esperaban. No bien Leonardo saltó del lecho, una minuciosa copia de su cadáver ocupó el hueco entre las sábanas. El venerado artista al que velaban, el que después encerrarían en un ataúd y cuyo nombre recordarían con respeto, subió con tiento las escaleras hasta el antiguo estudio.
Eres uno de los cadáveres más apetecibles que he visto en mi larga vida. Qué tersas mejillas, qué ojos vivaces...
Cierra la bocaza, Navekhen-dabb —bufó Draadan—. No está de humor.
No te preocupes, Draadan. —Leonardo arqueó los labios en un intento de sonrisa—. Creo que un poco de parloteo después de todos esos susurros no me vendrá mal.
Lo lamento, hombre. Vaya, es que la suerte de sobrevivir a tu propio funeral no se da tan a menudo, y es mejor celebrarla que lamentarse.
Mi funeral... No podré asistir, claro. El adiós de Cecho, del rey, de mis amigos, el día que Salaì se marchó... Eso ha sido todo, ¿verdad?
Me temo que sí. Si te sirve de consuelo, han sido bendecidos con una larga despedida y no te olvidarán. Eres un tipo que deja marca, amigo mío.
Yo tampoco los olvidaré a ellos. Esa será mi bendición, y también mi pena.
Paseó la vista por los objetos que allí se guardaban. Su colección de escritos se desperdigaba por arcones y estantes. El cuadro de la dama sonriente seguía reposando en el caballete, abandonado a un mundo que siempre habría de confundirla con la esposa de un tal Giocondo, o con uno de sus modelos, o quién sabía.
¿Y qué sucederá ahora? —De manera inconsciente, Leonardo repitió la pregunta de Neudan. Navekhen simuló que meditaba su contestación.
Pueees... Veamos: tu secretario, el encantador Melzi, es un joven competente que cuidará bien de tus escritos, así que no has de temer que tus actuales y futuros admiradores pasen tu nombre por alto. El problema es que algunos de esos textos son un pelín avanzados para su época, y lo más probable es que duerman en algún cofre ornamentado hasta que alguien repare en su sagacidad. Por no hablar de la purga que...
No me refiero a eso, sino a la nave.
Ah, eso es menos complicado de adivinar. Subiremos a ella, abandonaremos la órbita de la Tierra y pondremos rumbo al dichoso planeta donde nos reabasteceremos. Nos desplazaremos usando atajos a través de pliegues en el espacio que... Oye, no soy un buen profesor de navegación, que te lo explique Eal. El viaje será muy largo, no voy a mentirte. Lloverá mucho, como decís por estos lares, antes de que podamos plantearnos regresar a la querida Tierra.
Entonces, Raffaello y los demás tripulantes de la otra pirámide... ¿Los dejaréis aquí, luchando sin sentido, durante todos esos años?
Carecemos de energía para compartir con ellos y de tiempo para explicárselo todo. Escucha, no es algo necesariamente malo; quizá todos esos años que has mencionado sirvan para que se den cuenta de su estrechez de miras y de la dureza de su mollera. Quizá ellos en persona rectifiquen sus errores. Y eso está bien, ¿no? Reafirma la autoestima.
Seguirán aquí cuando volvamos, Leonardo —añadió Draadan con dulzura—. Sin el Vértice ni Shaal, las cosas serán diferentes.
Y... ¿yo?
¡Ah, se me olvidaba!
Navekhen hundió la mano en su uniforme y extrajo un visor similar a los suyos, aunque de distinto color. Al inspeccionarlo de cerca, Leonardo comprobó que estaba cubierto de diminutas escamas amatista, la tonalidad dominante en tantas facetas de aquella cultura venida de las estrellas. Se maravilló de su liviandad y de su belleza.
Fíjate en la cara que ha puesto, Draadan-mekk, ya te dije que le gustaban las cosas bonitas. Ejem, ejem, este será tu visor a partir de ahora.
¿Por qué es diferente de los demás? —La curiosidad del florentino vencía incluso a su arrobo.
Bueno, tú eres más blandito que nosotros y pensamos que necesitarías uno más duro para compensar. Ahora en serio, es el viejo chisme de Eal. Apenas hay cinco de esos en la nave, así que agradece tu buena suerte, niño mimado. Y sí, es más resistente que los nuestros; esas escamas son casi tan duras como la cabeza de Draadan. Lo que me lleva a añadir —dijo a toda prisa, antes de que su superior lo encapsulase en su mortal mirada ambarina— que ahora eres un miembro de pleno derecho de nuestra tripulación. ¿No es formidable? Ah, y pensar que eras un mocosillo inocente e ingenuo cuando te conocí... ¡Y fíjate ahora! Tendré que llamarte Leonardo-dabb.
A lo mejor es él quien se refiere a ti como Navekhen-dabb —amenazó Draadan.
¿¡Qué!? Pero, bueno... ¿Primero el visor de postín y ahora esto? ¡Pues, que yo sepa, no hay vacantes en el tercero! ¡Nepotismo!
Soy... ¿soy de verdad uno de los vuestros?
Lo eres. —La humedad de los ojos azules añadió un pequeño peso al pecho de Draadan, uno del que aún no se había librado—. Si hubiera podido solucionarlo antes para ahorrarte todas esas noches en soledad, toda esta incertidumbre...
No, no, mi Daniele. —Leonardo colocó dos manos cálidas en sus mejillas—. ¿Recuerdas nuestra excursión al monte Ceceri? ¿La rapidez con la que te lanzaste detrás de mí? ¿La manera en la que me elevaste? Ese gozo y esa seguridad me han acompañado durante toda mi vida, han sido mi luz en las tinieblas. He mirado al cielo; lo he deseado; he saltado, incluso, al vacío... ¿Y sabes por qué? Porque siempre he sabido que tú nunca me dejarías caer.
Eh, Tristán e Isolda, a propósito de subir al cielo... Dicen los de arriba que nos dejarán aquí si no nos damos prisa.
Leonardo lanzó una último vistazo a sus cuadernos y a las obras que dejaba atrás. Su sonrisa destilaba melancolía. Dando voz a sus pensamientos, Draadan aseguró:
Vendrán más y mejores. También aquí, en el futuro.
Lo sé, lo sé. Sé que esto es un paréntesis y que nuestro trabajo en la Tierra no está completo. Algún día llegará el momento de retomar los pinceles.

»Porque una obra de arte nunca se termina, solo se abandona.





 






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