El
corredor con esculturas de filamentos de carbono no era un refectorio
propiamente dicho, pero buena parte de la tripulación lo usaba como
tal y aprovechaba para socializar. Dado que siempre tenía noticias
en reserva, Navekhen era un miembro bastante popular entre sus
compañeros. Aprovechaba las reuniones para poner en circulación las
novedades mientras se hacía con nuevos chismes, sacando partido al
hecho de que nadie se refrenaba delante de él; si bien su mordacidad
era conocida, asimismo lo eran su infalibilidad y su prudencia al
guardar secretos. Y por eso las orejas solían apuntar en su
dirección cuando se sentaba en su rincón favorito, una mesa entre
dos arbustos interactivos, y conversaba con los tripulantes más
próximos.
Aquel
día llegó con su bandeja, alteró la configuración de los arbustos
para darles forma de hojas de parra, las miró y se sentó con un
pequeño suspiro. Por más que las porciones servidas engañaran a
las papilas gustativas, su cantidad y atractivo eran escasos desde
que Shaal —en nombre del Vértice— instaurase las limitaciones
para ahorrar energía. Una comensal cercana interpretó bien el
lamento y observó:
—Supongo
que echas de menos la frecuencia con la que descendías a tierra y
abusabas de la comida y las bebidas destiladas. Verte reducido a una
ración estándar ha de ser una tortura para tu... ¿Qué nombre le
dan ahí abajo? ¿Epicureísmo?
—Yo
también extraño los alimentos frescos —intervino otro, antes de
que el interpelado replicase—. El sintetizador no alcanza a
reproducir el sabor y, con las restricciones a los descensos, apenas
se llena el estómago. ¿Qué habría de malo en permitirnos
almacenar productos terráqueos? Están deliciosos. Además, así
economizaríamos nuestras reservas de dlanda.
—El
Primer Biólogo estableció que no era adecuado para nuestros
organismos acostumbrarse a ellos. Si hay que buscar un auténtico
culpable, ese es Eal. O esa. El tiempo que nos ha obligado a pasar
aquí ha causado esta situación.
—No
sabría deciros, yo estoy fuerte y saludable como un árbol milenario
y me he atracado de vino y pasteles siempre que he podido —afirmó
Navekhen—. Si nos paramos a pensarlo, ¿en algún momento ha sido
diferente?¿Recordáis nuestra primera transición de brazo de la
galaxia?
—Lamento
decir que sí. Duró aún más que nuestra escala forzosa en la
Tierra y no desembarcamos ni una vez. Nuestras comodidades cayeron en
picado.
—¿Y
aquella visita al sistema binario con el planeta habitable de igual
tamaño que sus satélites?
—Difícil
olvidarla. Desintoxicación colectiva porque se estimó que había
toxinas en el agua, cuando lo que contenía era una significativa
concentración de etanol. Y prohibición de usar el transporte en los
siguientes sistemas planetarios.
—Y
podríamos continuar rememorando. ¿Qué queréis que os diga?
Puestos a quedarse encallados, aquí, al menos, hay buenos platos,
bonitos paisajes y hermosos chicos y chicas.
—Ah,
los terráqueos —se lamentó un navegante cuyo cuerpo lucía la
fisionomía nativa—. Algunos de ellos son tan especiales... Bien,
nos es lícito no despreciarlos, ¿no? Nuestro parentesco es
innegable y son impredecibles, divertidos...
—Y
por versátiles que sean las salas de esparcimiento, sus diseños son
limitados —terció otra—. Todos habéis asistido a alguno de los
espectáculos que inventan ahí abajo. He visto obras de teatro, de
danza, incluso competiciones deportivas. ¡Y las manifestaciones
artísticas! ¡La variedad, los colores! Nosotros carecemos de algo
así.
—La
respuesta es bien sencilla —volvió a intervenir el anterior—.
Nuestro número es muy limitado, mientras que ellos poseen el poder
de perfeccionarse con cada generación. No os lo toméis a mal, pero
ver las mismas caras traslación tras traslación aporta poca
variedad a nuestras vidas.
—Si
querías emociones habrías debido seguir el ejemplo del supervisor.
Los amantes alienígenas nunca le han supuesto un problema.
—Pobre
elección si siempre ha de dejarlos atrás.
El
grupo alzó la vista al unísono: un autómata con forma de pájaro
se había acercado a revolotear sobre sus cabezas. El artefacto era
impecable en su sencillez, pues aprovechaba el aire de la ventilación
para impulsarse y para emitir un suave trino a través de orificios
diminutos. Salvo en la elección de materiales, el diseño había
salido de la pluma de Leonardo.
—Realmente
—opinó alguien— es una lástima.
Navekhen
ocultó su satisfacción ante el éxito con el que había encauzado
la charla. Se despidió poco después, dio una vuelta por la sala y
eligió el siguiente grupo de objetivos.
No
en vano había sido siempre el experto en psicología.
***
Canceladas
sus misiones de campo, Draadan consagró la mayor parte de sus días
a garantizar la seguridad de la nave. A pesar de que era un trabajo
tedioso, se dejó ver en cada sector, comprobando que todo funcionaba
con corrección, que las tareas se llevaban a cabo, que obedecían la
cadena de mando y que los ánimos estaban calmados. Al final de la
jornada se encerraba en sus habitaciones y escribía un reporte
justificando hasta la mínima fracción de tiempo, reporte que era
puesto a disposición de Shaal y sus camaradas de nivel con
puntualidad impecable. Al Primer Biólogo, escéptico ante semejante
vuelta a las buenas costumbres, le hicieron falta muchos de esos
envíos puntuales para recuperar la confianza en Draadan y bajar en
cierta medida la guardia. Después de todo, calculaba, era la
atmósfera de la Tierra la que había emponzoñado a sus congéneres.
La falta de contacto con el planeta y la inminente partida
—satisfactorio desenlace que ya saboreaba— encarrilaría sus
ordenadas existencias.
Y
así, Draadan continuó su ronda ininterrumpida y ayudó a los
acólitos de Ingeniería y de Navegación a verificar que todos los
sistemas estaban listos para el viaje. Estos le facilitaron el acceso
a sus laboratorios y a sus bases de datos, ya que, ¿no era lo que
habían hecho siempre? Agradecían la vuelta a su familiar eficacia,
amenizada con cierta permisividad a la hora de no mencionar en sus
informes algunos pecaditos, como las mascotas introducidas a
hurtadillas en la nave o la relajación adquirida después del
prolongado contacto con los nativos; pequeños favores a cambio de
los cuales él solo pedía que le dejasen hacer su trabajo.
A
veces, cuando las obligaciones aflojaban, se escurría a la sala de
vigilancia y pretendía estudiar los alrededores de la pirámide. Lo
que en realidad hacía era enfocar sus colosales ojos y oídos en
Francia, en la mansión cercana al palacio del rey, y espiar las
melancólicas tardes de un artista que jamás dejaba de mirar al
cielo.
El
profundo dolor de conformarse con ver a Leonardo a través de una
fría pantalla se lo guardaba para sí.
***
La
nueva tendencia de Shaal hacia el aislamiento, similar a la iniciada
en su día por el Vértice, era un recurrente tema de debate entre
los navegantes. Pero, a diferencia del Primer Tripulante, el Primer
Biólogo se tomaba muy en serio su posición en la cúspide de la
pirámide y no dejaba en manos de nadie la coordinación de los
diferentes departamentos, incluyendo Biología. Descubrir a Neudan
allí, siguiendo con humildad las indicaciones de su compañero
acólito, fue, como poco, inesperado para él.
—Qué
haces aquí. No te he convocado —afirmó, altivo.
—Saludos,
Shaal-mekk. Me preguntaba si estimarías adecuado que regresase a
Biología. Hasta ahora, mi incompetencia hacía desaconsejable
reintegrarme en mi antiguo puesto, pero las circunstancias han
cambiado. Se han interrumpido las misiones de campo, he recuperado
buena parte de mi formación intelectual y estoy decidido a
esforzarme para completar el resto en breve.
—No
se trataba solo de tu incompetencia, sino de tu implicación con el
antiguo Primer Ingeniero.
—Esa
etapa ya ha quedado en el pasado, el presente es preparar nuestra
partida y restablecer el orden de las cosas. Lo único que deseo es
volver a ser útil en aquello para lo que fui entrenado.
El
Primer Biólogo no era de los que olvidaban las traiciones. Porque
eso había sido la deferencia de Neudan hacia Eal: un ataque a la
fidelidad que le debía, un comportamiento imperdonable. Ahora bien,
dada la atrocidad demostrada por Eal, era lógico suponer que su
acólito por derecho habría sabido reconocer su error y devolverle
el respeto y la obediencia. Aunque siempre se había vanagloriado de
hacer funcionar su departamento a plena capacidad, incluso careciendo
de un acólito, la idea de que todo volviese a ser como antes se le
presentaba muy atractiva.
Era,
en resumidas cuentas, una cuestión de recuperar lo que le
pertenecía.
—Te
aplicarás en aprender de nuevo cómo se coordinan los cuatro
laboratorios —sentenció—. Elaborarás los informes y
supervisarás que entreguen los suyos a tiempo para remitírmelos
todos al final de la jornada. Estarás a prueba, así que tu acceso a
los espacios de segundo nivel permanecerá restringido. Tu compañero
te acompañará en todo momento.
—Por
supuesto.
—Y
esta vez no me decepcionarás, Neudan-dabb. Recuérdalo.
Así
que Neudan retomó sus labores en Biología, empezando por las
tediosas tareas burocráticas que ningún tripulante de tercer nivel
llevaba a cabo con gusto y que, por su carácter reservado, no se
podían delegar. Se acostumbró también a hacer la ruta entre
departamentos, una costumbre que fastidiaba sobremanera al Primer
Navegante y al Primer Geólogo, porque, ¿quién era Shaal para
apremiar la confección de unos informes que ya remitían por los
canales electrónicos? Él no tomaba partido abiertamente, aunque sí
se mostraba comprensivo con sus colegas y dispuesto a escucharlos; un
par de oídos nuevos nunca venían mal, máxime cuando era bien
sabido que las relaciones de los acólitos con los niveles inferiores
eran escasas. Y, pronto, su compañero se acostumbró a enviarlo a
los otros laboratorios en solitario, con lo que Neudan recuperó una
parte de la libertad que antaño disfrutara para frecuentar la
cúspide de la pirámide.
En
lo que respectaba a otras áreas restringidas, como la zona de
detención, se cuidaba muy bien de mantenerse alejado. A donde sí se
asomaba de tanto en tanto era a las pantallas que la monitorizaban.
Permanecía, igual que Draadan, con la vista fija en las imágenes de
una mujer de largos cabellos castaños y mirada serena, envidiando
esa calma que tan lejos estaba de sentir.
***
Una
de las ventajas de la posición de Neudan era que expandía las
posibilidades de Navekhen para alternar con los elusivos acólitos.
Cierta mañana, el tripulante de ojos azul marino sorprendió a todos
los integrantes del tercer nivel —salvo Draadan— reunidos en un
desayuno colectivo. Invitado a unírseles, supo integrarse en el
ambiente de charla insustancial hasta que Neudan y su compañero
abandonaron la sala. Navekhen aprovechó entonces para lanzar uno de
sus estudiados suspiros.
—Ha
de ser difícil sobrellevar una situación tan tensa —observó, con
voz de conspirador, no bien los biólogos les dieron la espalda.
—¿A
qué te refieres? —preguntó la acólito de Ingeniería.
—Oh,
no lo digo por Neudan, me consta que él es muy prudente, peeero...
Bueno, no me negaréis que es imposible garantizar el equilibrio
entre departamentos cuando uno de los cuatro grandes toma las
riendas.
—Hace
mucho que el Vértice lo eligió para ser su portavoz —manifestó
un geólogo que había pillado la alusión a la primera—. Y no es
apropiado que esparzas chismes entre la tripulación.
—Te
aseguro que detesto los cotilleos infundados. Lo que comenta todo el
mundo, por otro lado, no puedo dejar de escucharlo, y ya hace varios
días que el tema ronda entre las bocas de mis colegas, desde los de
arriba hasta el decimotercer nivel. Esa... inquietante retirada de
Shaal, como si se estuviera preparando para cumplir otras
funciones...
—¿Qué
otras funciones?
—Abajo
le hemos estado dando vueltas. Si Eal es retirada de la circulación,
lo normal sería suponer que uno de sus acólitos habría de ser
promovido al cargo de Primer Ingeniero.
—No
lo había pensado. Pero sí, tiene sentido —aventuró uno de los
aludidos.
—Lo
tiene, si no fuera por el hecho de que Shaal no parece confiar en
ninguno de los dos. ¿Qué ha ocurrido durante todos estos años? Que
habéis llevado Ingeniería sin más ayuda, bajo su supervisión
directa. Y es plausible suponer que quizá prefiera mantener las
cosas así. Con cuatro acólitos a sus órdenes, un cuadrilátero que
pierde un lado, un Vértice ausente al que, presumimos, representa...
Por mucho que me duela decirlo, no se trata de un problema en
exclusiva de Eal; tanto el Primer Navegante como el Primer Geólogo
han perdido parte de su relevancia.
—Calumnias.
El Vértice no apoyaría eso.
—¿Quién
coordina los departamentos?
—Hum...
Shaal.
—¿Quién
imparte las órdenes a seguir?
—Haces
afirmaciones sin contrastarlas. Apuesto a que los tres se reúnen y
deciden en común esas materias en las que el Vértice no se implica.
Es... lo lógico. —Los acólitos se miraron entre ellos.
—Puede
que estéis en lo cierto. Neudan dice que todo está en orden y él
no me mentiría, ¿verdad? Aunque he de admitir que es mucho más
hermético que antes. Algo natural, claro, si consideramos que se
limitará a seguir las instrucciones de su superior. Ah, cuánto
envidio vuestro acceso a quienes rigen nuestros destinos. Si yo
estuviese en vuestro lugar, bendeciría la suerte de poder despejar
mis incertidumbres acudiendo a la fuente del conocimiento.
La
desbandada que siguió dejó a Navekhen rodeado de sillones vacíos,
sin más compañía que una taza de infusión. Apuró el contenido a
sorbitos, recreándose no tanto en el insulso aroma como en la
certeza de saber que la energía iba a repuntar en un segundo nivel
cercano al cero absoluto.
***
Draadan
se mantenía alejado aposta de las reuniones de sus colegas. A su
escasa paciencia para desarrollar el arte de la conversación
—talento que dejaba en manos de Navekhen— se unía el hecho de
que esos eran los mejores momentos para llevar a cabo sus rondas por
las alturas; paz, ausencia de ojos controladores... y un eficaz
Neudan que se ocupaba de entretener a Shaal el tiempo suficiente para
que él investigase las áreas restringidas de la pirámide. Contaba
con una ampliada lista de horarios, planos y códigos de acceso,
fruto de sus propias indagaciones y de los datos que el propio Neudan
recopilaba para él.
No
dejaba de ser curioso que la sección superior, la más extensa de la
nave, fuese también la más desconocida para su tripulación.
Contaba con sus propios sistemas de transporte y con el único acceso
físico al observatorio de la cúspide, lugar en el que casi ningún
miembro del tercer nivel e inferiores había llegado a poner un pie.
Poca era la necesidad, aducían, cuando las lecturas que recogía del
espacio se registraban de manera automática en los archivos de
Navegación. Las puertas de acceso al inferior de la semiesfera verde
permanecían cerradas, convirtiendo aquellas estancias en los vastos
y silenciosos dominios privados del Vértice.
Hasta
entonces.
***
Leonardo
parpadeó y fijó la vista en el punto de luz suspendido sobre él.
El transporte se había convertido en una parte más de su vida, y ya
no sufría ese mareo de los primeros saltos que tan vulnerable lo
hacía sentir. Aquella ocasión, no obstante, era doblemente
especial: volvería a ver a Draadan, después de semanas sin
noticias, y quizá sería una de sus últimas oportunidades, pues la
razón de su ascenso no era otra que someterlo a un procedimiento
para eliminar cualquier rastro de las inoculaciones recibidas a lo
largo de los años. Un fuerte temblor provocó que doblase las
piernas tras materializarse en el laboratorio de Biología;
la tenue hebra que lo mantenía unido a aquel universo maravilloso
pronto quedaría cortada.
Pero
no fue Draadan quien lo ayudó a sostenerse y lo condujo a un
asiento. En su lugar se encontró ante las amables y sonrientes
facciones de Neudan.
—Hola
de nuevo, mi querido Leonardo —lo saludó—. Sé lo que estás
pensando, Draadan vendrá en seguida, no te preocupes. Todos te hemos
echado mucho de menos.
El
artista lanzó una rápida mirada a las máquinas que lo rodeaban y
al familiar rostro del segundo acólito, también presente para la
operación. Dada su desgana al preparar el instrumental, era evidente
que a este no le complacía estar allí. Leonardo no pudo evitar
preguntarse, al ser colocado en la camilla, si lo consideraba algo
más que un paciente fastidioso. La posibilidad no le trajo demasiado
consuelo.
Observó
después a su amigo de toda una vida. Había algo singular en sus
ojos... Una chispa, una sabiduría desconocida hasta entonces. Se
lamentó por la presencia de aquel extraño que limitaba su libertad
para hablar en confianza.
—Si
te reclaman otros asuntos, puedo continuar sin ti —ofreció Neudan
a su colega—. El procedimiento es sencillo y has sido buen maestro.
—Bien...,
lo cierto es que he de catalogar unos últimos especímenes. Estaré
en los archivos.
El
acólico se marchó casi con alivio. Neudan no esperó mucho para
devolver la camilla a la posición vertical y hacerle señas a
Leonardo para que lo siguiera. Mordiéndose la lengua preñada de
preguntas, el florentino caminó tras él.
La
estancia a donde fue conducido no se parecía a nada de cuanto
hubiera visto antes. Burbujas de amatista, capullos sin crisálidas,
cofres de reliquias... Enormes vainas delineadas por luces púrpuras
se alzaban junto a las paredes. Estudió con temor reverente aquellos
remedos de sarcófagos, espoleados su miedo y su curiosidad por el
gesto de Neudan al abrir uno y palpar su costado metálico. Quería
encerrarlo en él.
—No
vas a hacer lo que te han ordenado —susurró.
—Te
explicaría cuanto sé, pero no hay tiempo. Te prometo que no
sentirás nada y que Draadan estará aquí para sacarte. Leonardo,
tienes que confiar en mí.
La
cubierta alzada era de una frialdad pavorosa. Con todo, el artista
aspiró hondo, accedió a la vaina y permaneció quieto mientras se
encajaba. Apenas experimentó la angustia del encierro, ya que el
anestésico a presión tardó muy poco en sumirlo en la
inconsciencia.
Cuando
Draadan se precipitó, más tarde, en la sala, halló la figura
dormida de su amante atravesada por una docena de cánulas. Neudan le
concedió algunos instantes de privacidad para que lo contemplase, a
sabiendas de lo que en realidad deseaban aquellas manos adheridas a
la barrera transparente. Fue el supervisor quien rompió el silencio.
—¿Funcionará?
Si le ocurriese algo...
—No
lo habría intentado de no estar seguro. ¿Me has conseguido el
acceso?
—He
modificado los permisos. Apresúrate ahora que Shaal está reunido en
Navegación.
—No
lo desconectes bajo ningún concepto ni permitas que nadie lo haga.
Cuando el ciclo se complete, ayúdalo a regresar al laboratorio y
déjalo descansar allí. Si manifiesta dificultades para ajustarse,
no te inquietes, acabarán pasando. Ah, y consígueme todo el tiempo
que puedas. —Palmeó el recio hombro con una sonrisa—. Deséame
suerte.
Draadan
permaneció junto a la cápsula, custodio decidido a dejar fuera de
combate a cualquiera que pretendiese interrumpir lo iniciado por
Neudan... y Eal. Rogó a las estrellas para que no se equivocasen.
Rogó también para que su descabellado plan de acceder a la cima de
la pirámide no fuera un desastre.
Porque
habían enlazado una locura con otra. Y del éxito, contra todo
pronóstico, de todas ellas, dependían su futuro y el de sus
compañeros.
Al
escanear la figura de Neudan, las grandes puertas se abrieron con un
siseo rotundo, el tipo de ruido que emitiría un mecanismo poco
utilizado. Los corredores eran más angostos. La penumbra, que
favorecía la recogida de datos de sus instrumentos astronómicos, a
duras penas se veía mitigada por filamentos de luz fría. Jamás
había asistido al espectáculo que ofrecía la gran semiesfera vista
desde abajo, ni siquiera en reproducciones tridimensionales, y por
eso, cuando emergió del laberinto de pasillos y laboratorios, se
quedó sin aliento ante la magnificencia de aquella única nota de
color verde en la masa de violáceos y blancos de la nave. Ya lo
había subyugado el colorido de otros planetas, pero cuando era su
propio mundo cerrado y uniforme el que rompía la monotonía, la
impresión calaba hasta más adentro. Sus ojos, dirigidos hacia las
alturas, se convirtieron en espejos donde danzaban dos destellos
esmeralda.
Bajo
el centro de la cúpula había una cámara que casi alcanzaba la
cúspide. A través de su acceso abierto se distinguía la imponente
fisionomía del Vértice, cuyos colores se confundían con el fondo a
oscuras. Caminó sin hacer ruido, ampliando poco a poco su campo de
visión del interior de la estructura: un cilindro tan alto como
ella, suspendido sobre una cabina, cuyas secciones se expandían
hasta convertirse en la gran pupila del observatorio. El Vértice
consultaba algunas pantallas junto a la cabina, tan absorto en la
tarea que no llegaba a oír al intruso.
Fue
el mismo Neudan quien anunció su presencia.
—Te
saludo, Primer Tripulante, y te pido disculpas por la intromisión.
El
aludido se giró e hizo descender su mirada sobre la figura más
pequeña. Parecía perplejo.
—Saludos.
¿Te envía Shaal? No recuerdo necesitar nada.
—Me
envían del segundo nivel, cierto, con grandes noticias. Con la
respuesta a tus aspiraciones, si quieres escucharla.
***
El
despertar se tiñó con un punto de angustia. El pecho oprimido por
una presión intensa, parálisis de brazos y piernas, las pupilas
saturadas con una colección de siluetas difusas... Y lo peor era el
ahogo, la sensación de estar enterrado vivo que lo había atenazado
desde que viera el gigantesco ataúd de cristal. Intentó alzar la
voz, pero sus cuerdas vocales bloqueaban el paso del aire igual que
carne apelmazada. Gruñó, golpeó el costado de la caja con el
hombro..., hasta que, poco a poco, uno de aquellos borrones fue
ganando definición y se convirtió en el rostro preocupado de
Draadan. Su presencia resultó mucho más sedativa que el zumbido de
la cubierta al alzarse. Sus manos lo incorporaron delicadamente; las
de Leonardo las aferraron con desesperación.
—Calma
—susurró el navegante—, es pronto para esfuerzos. Todo está
bien, estoy aquí. Ahora te sacaré despacio y te devolveré al
laboratorio para que descanses.
—Draadan...
—Su voz sonaba extraña, la lengua parecía ocuparle la boca
entera—. ¿Cuánto... tiempo ha pasado? No me siento... igual que
antes. Me da la impresión de que la piel me arde y... fluye, y los
objetos se desdibujan para después volver a delinearse, tan
nítidos...
Para
bochorno del artista, su compañero lo tomó en brazos como si fuera
una pluma. Nunca había distinguido con semejante detalle la belleza
de los músculos dilatadores de sus ojos al dejar pasar la luz, ni
las diminutas sombras entre las fibras ambarinas. Lo abrazó, sintió
sus latidos a través de los dedos. Los escuchó hasta que sus oídos
se saturaron de su ritmo.
—¿Por
qué es todo tan intenso?
—Shhh,
no pienses ahora en eso —ordenó mientras lo cubría con la
camisa—. Neudan te lo explicará después.
—¿Y
por qué voy sin ropa?
—Porque
eso es lo que hago cada vez
que te
traigo aquí: desnudarte.
Los
labios de Leonardo no pudieron contener una sonrisa. Draadan
bromeando... Algo debía haberlo hecho muy feliz. Esperando oír las
buenas noticias, por pequeñas que fuesen, el camino de regreso hasta
Biología se le hizo muy corto. Allí, su compañero lo depositó
sobre una camilla y lo vistió con lo único que tenía a mano, uno
de los uniformes de Neudan. Arrullado por el roce de la tela y el
tacto de su piel, Leonardo se adormeció.
Una
discusión en voz baja volvió a sacarlo de su amodorramiento; el
colega de Neudan había regresado.
—Lo
que quiero decir es que no es práctico vestirlo con nuestras ropas
cuando ya deberíamos haberlo devuelto a la Tierra —decía—. Y
tampoco es normal que tarde tanto en reajustarse. ¿Dónde está
Neudan? Abandonar al paciente sin completar el procedimiento es...
—Regresa
más tarde y pregúntale tú mismo. Y ahora, si no te importa, me
gustaría estar a solas con él.
—¡Shaal
también preguntará por qué sigue aquí! ¿Es que ha habido
complicaciones? —Leonardo distinguió que el tripulante accionaba
una pantalla junto a la camilla—. No, su latido es saludable, si
bien su frecuencia cardíaca... Hum, es anormalmente lenta para un
hombre de su constitución. No lo entiendo.
—Te
repito que discutas el tema con tu compañero. Tenía que hacer algo
urgente y me pidió que cuidara de él en su lugar. ¿Tan difícil es
de entender?
El
acólito se llevó la mano al visor. Por la expresión de su rostro,
la comunicación entrante no era de cortesía.
—Es
Shaal. Quiere saber por qué no se le ha avisado ya para hacer el
último chequeo antes de devolver al terráqueo a tierra. —Leonardo
contuvo la respiración. ¿Ese era, en definitiva, el adiós?
—Dile
que han surgido complicaciones, o lo que se te ocurra. ¡Espera a
Neudan, maldita sea!
—Tengo
órdenes —siseó el biólogo. El artefacto donde descansaba el
florentino se plegó hasta convertirse en una silla autoimpulsable—.
No voy a exponerme a una reprimenda porque los demás no sepan
obedecer las suyas.
Durante
el camino hacia la sala donde esperaba su superior, Draadan se
estrujó los sesos intentando decidir cómo actuar. Neudan no estaba
disponible y no tenía forma de saber si necesitaba más tiempo.
Además, Leonardo no se había recobrado por completo. ¿Había ido
todo bien? ¿Y si descubrían lo que le habían hecho?
A
pesar de la lentitud de la silla, llegaron demasiado pronto a su
destino, a la estancia donde el Primer Geólogo y el Primer Navegante
celebraban una reunión con Shaal. Sus ojos rapaces censuraron al
instante el atuendo del terráqueo y su familiaridad, más propia de
un tripulante en misión de reconocimiento que de un simple nativo.
—Por
qué lleva uno de nuestros uniformes —inquirió—. Devolvedle sus
ropas, no ha de quedar atrás nada que delate nuestra presencia.
Autorizo una última bajada para emplazarlo en un nuevo entorno y que
su longevidad no levante sospechas. En cuanto a su memoria, lo
prudente es suprimirla.
—¿Podrías
dejar de hablar como si él no estuviese delante, Shaal-mekk?
—escupió Draadan.
—Irrelevante.
—El miembro de segundo nivel estudió al intimidado artista con
desapasionamiento—. Nadie se quedará para garantizar su
discreción, así que él mismo apreciará librarse de la carga de...
Un momento. —Se ajustó el visor y lo paseó de arriba abajo por el
cuerpo de Leonardo. Sus ojos helados taladraron después a su
acólito—. El simple escaneo recoge lecturas de nuestra tecnología
en su sangre. Explícate.
—Yo...
no lo entiendo, Shaal-mekk. —Avergonzado por no haberlo comprobado
antes, el biólogo tragó saliva e imitó a su superior—. Dejé a
Neudan a cargo del procedimiento y no entiendo a qué se ha...
—Lamento
el retraso.
Como
si su nombre lo hubiese invocado, el aludido penetró en la estancia,
dejó las grandes puertas abiertas tras de sí e ignoró las normas
de protocolo para centrar su atención en Leonardo. ¡Por
fin!,
agradeció Draadan al cielo, tratando de leer en sus facciones el
desenlace de su aventura. Parecía sereno. Demasiado.
Un
acólito y un par de tripulantes que cruzaban por el corredor
exterior se quedaron a mirar, atraídos por la inesperada animación.
Un muy oportuno Navekhen los acompañaba. Gente fuera de su puesto,
órdenes incumplidas... En contraste con Neudan, Shaal comenzó a
perder la compostura.
—Te
presentas tarde y sin haberte ocupado del sujeto. Explícate.
—¿Sin
haberme ocupado... del sujeto? En absoluto. Tras una era de
estatismo, mi amigo
Leonardo
se ha prestado a inaugurar un experimento pionero. Shaal-mekk,
celebro comunicarte que tus previsiones sobre la incompatibilidad de
nuestros aparatos con la fisiología terráquea han resultado ser
erróneas. He dedicado algunos ratos libres a estudiar los datos
enviados por Eal y a programar algunas modificaciones en las cápsulas
de regeneración y en las nanomáquinas, y la prueba ha sido un
éxito. Contemplad todos al primer individuo foráneo incluido en
nuestra base de datos genética y de registros de memoria; unas pocas
sesiones más de terapia y estará cualificado para ser miembro de la
tripulación.
En
el silencio que siguió se podría haber escuchado el suspiro de un
espíritu. Leonardo y Navekhen se olvidaron de respirar. Draadan, en
cambio, exhaló con alivio todo el aire que había estado
conteniendo. El resto de los presentes simplemente no podían
creerlo.
—Es
algún tipo de burla, ¿no? —inquirió el Primer Navegante—.
Shaal siempre dijo que...
—Es
imposible —lo cortó en seco el aludido—. Confié en ti, te
restituí tu cargo y esto es lo que nuestro laboratorio recibe. Si tu
intención es abochornarnos ante los otros departamentos, lo has
conseguido.
—No
comprendo por qué proclamas que es imposible si no lo has intentado.
Tengo acceso a tu agenda y lo sé, ¿recuerdas? Pues bien, yo sí
seguí las instrucciones de la Primer Ingeniero, y Leonardo podrá
usar las cápsulas, almacenar sus recuerdos, regenerar sus tejidos y
todos los beneficios que nosotros disfrutamos. ¿No son buenas
noticias? Al fin hemos encontrado la respuesta a nuestra incapacidad
para reproducirnos. Ah, veo que seguís sin aceptar mi palabra.
Verificarlo es muy sencillo: entrad en los registros de tripulación
de la nave (sabéis que son inmodificables) y comprobad el recuento.
Adelante.
Nadie
se movió en un principio. Y no se trataba solo de lo absurdo de sus
afirmaciones, sino de que aquel Neudan era desconocido para la
mayoría; un hombre apacible, pero decidido, que conocía muy bien su
trabajo; un Neudan igual que el antiguo. Tras el titubeo inicial, dos
acólitos consultaron sus visores. Sus expresiones mostraron una
peculiar mezcla de desencanto y alivio al anunciar:
—El
recuento arroja un resultado de ochocientos diecinueve tripulantes.
Es correcto.
—¿Eso
creéis? Fijaos mejor en las identificaciones.
Y
de nuevo hurgaron en los archivos, aún con más desgana, si bien esa
vez no hubo alivio alguno en sus rostros. Uno de ellos permaneció
recorriendo la lista de un extremo al otro, presa de la incredulidad.
La otra palideció hasta el borde del desmayo.
—Sha...
Shaal-mekk, debe... debe haber un error... error del sistema —se
las compuso para tartamudear—. No está... No, no está en el
directorio...
—Hablad
claro y no me hagáis perder el tiempo —silabeó el Primer
Biólogo—. Qué es lo que no está en el directorio.
—El...
Vértice.
Todos
los presentes, salvo el Primer Biólogo, corrieron a repetir la
consulta. Y la alerta siguió extendiéndose, porque algunos
solicitaban a compañeros en otras localizaciones de la nave que
efectuaran las suyas propias. Para cuando Shaal reaccionó y pidió
discreción, la cadena ya era imparable. Su primer discurso consistió
en un reproche público a sus compañeros de nivel y fue acogido con
indignado silencio. Después ordenó a los ingenieros y vigías que
revisasen el sistema en busca de indicios de sabotaje y que
averiguasen el paradero del Vértice. Por último, hizo llamar a un
equipo de seguridad para que mantuviesen bajo vigilancia a los allí
congregados mientras él buscaba en persona a su superior. No
confiaba en nadie más.
El
registro de la estructura, mecanismos y espacios físicos incluidos,
no hizo sino respaldar la loca afirmación de Neudan: el Vértice
había desaparecido. Y, a diferencia de la huida que Eal
protagonizara en su día, la pirámide ya no lo contaba entre su
dotación. Fuera cual fuese el lugar a donde había ido, no habría
un retorno. Era inconcebible, una soberana locura, el apocalipsis del
orden social. ¿Cómo funcionar..., cómo pensar, siquiera, sin el
Vértice?
Shaal
volvió al punto de partida con el desconcierto de quien ha visto
rotos todos sus esquemas. La mayoría de los subordinados estaban tan
confusos que ni se quejaron por el largo periodo de confinamiento.
Draadan, el menos afectado, había aprovechado el respiro para
retirarse con Leonardo. Neudan aguardaba junto a la puerta, muy
compuesto. La gélida disposición del Primer Biólogo se inflamó no
bien puso los ojos en él.
—Qué
has hecho con el Vértice —le espetó, como si lo llevase escondido
en un bolsillo—. No está en la nave, no se ha registrado
transporte alguno. He buscado durante toda
la jornada.
—¿Por
qué? Si me hubieses consultado desde el principio, te lo habría
dicho.
—No
te atrevas a jugar conmigo. ¡¿Dónde está?!
Recalcó
la pregunta con un manotazo en la pared. El impacto, que pasó
rozando la cabeza de Neudan, hizo temblar el panel y a cuantos lo
contemplaban. Jamás, jamás había perdido Shaal la compostura hasta
aquel punto; su expresión delataba lo mucho que le había costado
privarse de golpear a su acólito.
Sus
dos colegas en activo llegaron a tiempo de presenciar el estallido.
—Un
vergonzoso alarde de violencia —señaló con frialdad el Primer
Navegante—. Excede, incluso, a tu desconsideración al dejarnos
fuera de la búsqueda y de tu cuestionable interrogatorio.
—¡Silencio!
Y tú —continuó, zarandeando a Neudan por el cuello del uniforme—,
¡habla, o te sacaré la verdad junto con las vísceras!
—Se
ha marchado. Ha vuelto a casa.
***
—¿Contemplas
las estrellas, Primer Tripulante? ¿Las echas de menos tras nuestro
largo periodo en órbita?
Neudan
estudió las pantallas de los instrumentos de observación con la
misma naturalidad que su líder. Al Vértice no le incomodó la
presencia del pequeño entrometido. Cuando se mencionaba la actividad
a la cual consagraba sus días, poco le importaba compartir su
entusiasmo con quienquiera que preguntase.
—No
las estrellas, una estrella en concreto. Sus coordenadas han
permanecido fijadas desde que las observaciones de nuestra pirámide
hermana las confirmaron. ¿Sabes qué hay en torno a ella... hum...?
—Neudan,
Primer Tripulante.
—¿Sabes
qué hay en torno a ella, Neudan?
—Me
atrevo a decir que sí. Ha de ser nuestro planeta natal, ¿cierto?
—Maravilloso.
—El Vértice miró a su subordinado con la benevolencia del amo
cuya mascota aprende un nuevo truco—. La tierra de la que partimos,
ni más, ni menos. ¿No es notable que nos atraiga de esta manera?
¿Que hasta nuestros infelices parientes consagren sus esfuerzos a
alcanzarla? Ah, si no fuera reprobable mezclarse con otras
culturas... Si la cabina funcionase, si Eal la hubiese dejado
operativa...
—Conociendo
la configuración, cualquiera sería capaz, yo incluido. —Neudan
dejó transcurrir una estudiada pausa—. No entiendo, ¿no fuiste
informado? Esos ajustes están entre los datos que el Primer
Ingeniero consiguió de la otra pirámide.
Extrajo
un dispositivo de almacenamiento del uniforme y se lo tendió a su
superior, quien lo sostuvo en la palma abierta sin saber muy bien
cómo reaccionar. Todas esas traslaciones alrededor del Sol,
esperando, añorando... Su incredulidad se trocó en la actitud de un
hombre ultrajado.
—¿Y
por qué Shaal no mencionó un hallazgo tan importante? —Insertó
el dispositivo en el lector sin dejar de lamentarse—. ¿Acaso no
fui el primero en despertar? ¿Acaso no tengo derecho a saber? Tantas
materias que he delegado en él, cuando debiera haber... Ah...
—Recorrió, fascinado, pantalla tras pantalla de datos y diagramas
mientras la cabina a sus espaldas zumbaba al reposicionarse—. Sí,
aquí está. Debe ser nuestro planeta, debe serlo. Es tan extraño...
¿Por qué nuestros antepasados lo dejaron deliberadamente fuera de
los archivos cartográficos?
—Lo
ignoro. Quizá esperaban que nuestro espíritu explorador venciese al
impulso de reencontrarnos con nuestras raíces.
—Sí,
fuimos creados para eso, para explorar. Con todo, ¡qué difícil es
acallar la nostalgia! Aun con los obstáculos que nos colocan en el
camino... —Comprobó la cantidad de energía necesaria para
activarla y ahogó una maldición—. No, no, qué gran golpe,
Neudan-dabb... Con nuestras reservas bajo mínimos no podemos
plantearnos ponerla en funcionamiento. Habré de tener paciencia,
supongo. Más paciencia...
—La
cámara tiene su propio circuito de alimentación, Primer Tripulante.
¿Ves el indicador? El ciclo de recarga es largo, cierto, pero está
completado y no se ha utilizado nunca. Está a tu disposición.
El
intenso debate interior del Vértice no pasó desapercibido para
Neudan. Entraban en conflicto el deber y el deseo; la responsabilidad
y la certeza de que Shaal no daría su visto bueno contra aquella
oportunidad única.
—Nada
malo hay en probarlo.
Al
acomodar el ciclópeo cuerpo en el respaldo de la cabina pudo
apreciar las pequeñas transformaciones que se habían producido. La
estrella de destino parpadeaba al otro extremo de una ruta trazada
entre sistemas planetarios, púlsares y agujeros negros. Aunque
aprovechaba pliegues en el espacio para acortar distancias, su
mecanismo debía ser mucho más complejo y, sin duda, desconocido.
Atreverse a considerar el viaje era toda una osadía.
—Es
una temeridad. Ahora bien, nuestros hermanos de la otra pirámide ya
lo han probado, y no nos deja en buen lugar admitir que nos superan
en valentía. Y yo, el Vértice, ¿no he de ser quien abra el camino?
¿Perdonarías tú, Neudan-dabb, que me convirtiera en pionero en
estos tiempos difíciles?
—Primer
Tripulante, tú lo sabes mejor que yo. Desde mi humilde perspectiva,
la entropía es parte esencial del universo. El estatismo es enemigo
de la vida; cuando sientes que se apodera de ti, el único remedio
posible es aceptar el cambio.
Era
paradójico que, siendo el sentido de las palabras tan diametralmente
opuesto para ambos navegantes, el resultado de aceptarlas solo
pudiese ser uno. El Vértice grabó un mensaje de despedida para la
tripulación y modificó su estatus dentro de la pirámide,
inaugurando un protocolo que no había sido empleado hasta entonces.
Agradeció después a Neudan su compañía, lo hizo salir, sonrió
con la entereza de los valientes y activó el mecanismo.
Cuando
Neudan accedió de nuevo a la cámara, ya no quedaba rastro alguno de
la cabina ni de su pasajero. El nivel de energía, detenido en el
mínimo, reiniciaba su lento ciclo de recarga a la espera de un
futuro viaje.
***
El
Primer Tripulante era dueño de sus actos y el miembro de más alto
rango en la jerarquía. Si había obrado según rezaban su mensaje de
despedida y los registros del observatorio, a nadie más que a él se
le debían achacar tales decisiones. La responsabilidad no podía
recaer en un simple miembro del tercer nivel, por poco claro que
hubiese quedado su papel en la historia. No obstante, la ira de Shaal
hacia Neudan en aquellos momentos era tan densa que hasta Draadan se
vio impulsado a separarlos.
—¡Era
tu deber avisarme sobre las intenciones del Vértice! —gritaba el
rabioso Shaal, perdido ya todo su autocontrol.
—Fue
él quien solicitó que lo asistiera a lo largo del proceso. ¿Cómo
iba a desobedecer?
—¿Desobedecer?
¿Qué hacías tú en el observatorio, en primer lugar? ¿Y de qué
manera llegaron esos datos a sus manos?
—¿Sugieres
que nuestro líder no disponía de toda la información acumulada en
la nave, incluida la suministrada por Eal?
—¡Contesta
las condenadas preguntas!
Al
percibir el creciente número de rostros que lo juzgaban en silencio,
Shaal empezó a escuchar su propia voz. Y, aunque su rabia y su temor
eran demasiado potentes para obviarlos, sí que se esforzó en
recuperar su máscara de impasibilidad y su sangre fría. Pensar,
necesitaba tiempo para pensar.
—Una
coyuntura de esta gravedad no se resolverá sin debate previo.
Además, la tripulación ha de ser notificada para evitar brotes de
pánico. Quiero a todos convocados para después del periodo de
descanso. Mi equipo y yo estudiaremos los archivos de la nave en
busca de soluciones para este desagradable trance. En cuanto al
terráqueo —añadió, con apenas una ojeada a Leonardo—,
devolvedlo a su entorno antes de que sea echado en falta. Me ocuparé
de él más tarde.
—Acabas
de decir que hay que notificar a la tripulación —observó Neudan
antes de que Draadan saltara—. Shaal-mekk, Leonardo da Vinci es
parte de ella desde hoy, según has constatado. Ha de quedarse.
—Si
piensas, por un momento, que tus maquinaciones van a pasar por encima
de mis órdenes...
—Tu
facilidad para dar órdenes sin consultarnos es, cuanto menos,
enojosa —intervino el Primer Geólogo. La atmósfera adquirió una
densidad casi palpable—. Además, ignoro quién es tu
equipo.
¿Incluyes a los acólitos de Ingeniería? ¿El departamento ha
pasado ha depender de ti por completo?
—Solo
hago lo que acostumbramos desde la huida del Primer Ingeniero, para
agilizar los trámites —se justificó Shaal, haciendo ímprobos
esfuerzos para dominarse—. Como mediador del Vértice...
—Ya
no eres mediador del Vértice. Dado que los tres poseemos idéntico
rango, la toma de decisiones ha de ser conjunta. Conviene que no lo
olvides.
***
Mientras
los primeros rayos de luz se derramaban sobre los tejados de Francia,
la tripulación de la pirámide volvía a congregarse en la sala de
reuniones. El sillón del Vértice la presidía desde su vacío
ominoso. Los cuchicheos alcanzaban un volumen ensordecedor, y ni las
miradas combinadas de los tres miembros de segundo nivel bastaban
para acallarlos. No se restauró el silencio hasta que Shaal hizo
amago de saludar a la asamblea; fue el Primer Navegante, sin embargo,
quien se le adelantó. La máscara del biólogo sufrió otro pequeño
resquebrajamiento.
—A
estas alturas todos estaréis al tanto de la ausencia de nuestro
líder —dijo, resuelto a no perder las riendas—. Nos enfrentamos
a una nueva etapa en nuestra historia, la más crucial hasta la
fecha, y es justo que nadie se quede atrás a la hora de establecer
el rumbo de...
Una
segunda oleada de murmullos interrumpió el discurso del Primer
Biólogo. Sin restricciones, sin guardias, vistiendo uno de sus
uniformes con toda la naturalidad del mundo... Las grandes puertas
dieron paso a la cuarta miembro de la élite, Eal en persona, junto
con un cohibido Leonardo. El artista esperó junto a la entrada. Para
asombro de sus colegas, incapaces de entender por qué estaba libre,
la dama inclinó la cabeza y ocupó la silla vacía.
—Qué
haces aquí. Quién... te ha dejado salir —masculló Shaal mientras
sus ojos buscaban armas o cualquier otra señal de violencia. Al
percibir la maniobra, ella sonrió.
—Tranquilos.
No sé por qué clase de asesina sin escrúpulos me tomáis, pero os
garantizo que no voy armada. En primer lugar, hola a todos; os he
echado de menos durante mi tedioso encierro. Y respondiendo a tu
pregunta, Shaal (una pregunta que no me plantearías si meditases un
poco) te diré que ha sido alguien incuestionable: la pirámide
misma.
»Decías
algo de no dejar a nadie atrás para no sé qué rumbo, ¿no? Pues
ahora estamos todos, los ochocientos diecinueve. Podemos comenzar.
Decir
que a la práctica totalidad de los presentes los había tomado por
sorpresa la intromisión se habría quedado corto. La llegada no
ayudó al Primer Biólogo a mantener su temperamento bajo control, y
menos tratándose de Eal, la horma de su zapato. Aun en medio del
estupor por compartir asientos con un futuro condenado a la no
existencia, el temor a protagonizar otro episodio de ira en público
contuvo sus manos.
—Seguridad
—llamó, sin notar el gesto de contención que Draadan hacía a sus
subordinados—. Eal, has aprovechado la falta de vigilancia para
sabotear la celda con trucos que solo tú conoces y te has atrevido a
triangular de nuevo al terráqueo. Estás loco o es que tu
desfachatez no conoce límites.
—Deberías
plantearte usar el femenino.
—Seguridad
—repitió, aunque en esta ocasión se dirigía directamente a la
nave—. Protocolo de contención, prisionero fugado.
—Negativo.
No hay constancia de prisioneros en los archivos
—escribió la IA de a bordo en el interfaz de su visor y en los de
sus colegas.
—Otro
de tus trucos —bisbiseó Shaal, luchando para no volver a perder la
paciencia—. Ya veremos si también puedes sabotear a mis hombres.
—Ahora
son tus
hombres, ¿eh? Shaal, te refrescaré la memoria. Acabé en el área
de detención por orden directa (más o menos, no voy a entrar a
señalar a nadie) del Vértice, la única autoridad por encima de la
nuestra. Con la baja de nuestro Primer Tripulante, sus disposiciones
dejaron de tener validez. Y dado que la pirámide no ve ninguna
sensatez en mi encierro, lo ha interrumpido. Puedes intentar
devolverme a mi aburrida caja, pero te garantizo que obtendrás
idéntico resultado. Mi rango es igual al tuyo; tu arbitrariedad no
va a imponerse sobre la lógica.
Se
escucharon algunos murmullos de aprobación entre los familiarizados
con el funcionamiento de la cadena de mando. Si bien Shaal no lo
desconocía, el mazazo por haber pasado por alto tal posibilidad fue
excesivo. Tuvo que aspirar hondo para que no le fallase la voz.
—Arbitrariedad...
Lógica... Cómo puede la pirámide... sancionar el robo de archivos
esenciales..., la deserción..., la...
—¿Robo?
Los he reintegrado todos a donde pertenecían, salvo uno, que volverá
a tiempo para nuestra partida. En cuanto a si deserté, yo diría que
es una apreciación exagerada de mis intenciones: lo cierto es que
regresé por propia iniciativa. Oh, vamos, no pongas esa cara
escéptica. Aunque tú no me creas, es evidente que la pirámide sí
lo hace. Si tú siempre fuiste el más firme defensor de su
autoridad, ¿vas a empezar a cuestionarla ahora?
—La
autoridad —Shaal apretó los puños hasta clavarse las uñas— de
dejar libre a un... a una asesina...
—Eso
no es cierto, Shaal-mekk —todos los rostros se volvieron hacia el
nuevo orador, Neudan—, Eal nunca me quitó la vida. Fue mía la
idea, fui yo quien la entregó de buen grado, junto con mi registro
de memoria. Si faltó a la verdad fue para apartar de mí las
represalias.
—Mientes...
Eres un... loco mentiroso...
—Hasta
tú has tenido que reconocer el viejo brillo en su mirada —intervino
la Primer Ingeniero—. ¿No es magnífico? Recuperó su pasado sin
perder ni un ápice de su presente gracias a los ajustes que copié
de la otra pirámide. Nos quedan tantas cosas por aprender... Y si
vais a blandir en mi contra la política de no intervención, os
recordaré que eso también fue una amable
sugerencia
de nuestro Vértice, quien ya no se encuentra entre nosotros.
La
voz de Shaal acabó fallando. La muerte, la huida, los años de
inmovilidad, el terráqueo, la marcha del Vértice... La comprensión
de que todo aquello había formado parte de un plan contra él era
tan abrumadora que no le salían las palabras. Los otros dos miembros
del segundo nivel, por el contrario, se dejaron vencer por la
intriga.
—¿Para
qué, Eal? —inquirió el Primer Geólogo—. ¿Para qué
arriesgarnos a quedarnos varados...?
—Eso
jamás lo habría permitido.
—¿...
y romper nuestro equilibrio facilitándole al Vértice los medios
para marcharse? ¿Cómo sabías que no ocurriría nada grave si él
faltaba? ¿Cómo lo sabes ahora?
—Ah,
el Vértice... Hubo otro Vértice en la otra pirámide. Se marchó de
la misma manera que el nuestro; de la misma manera que se marcharán,
algún día, quienes la dirigen ahora. ¿Qué crees que ocurrirá?
Nada. Cosas positivas, si acaso, porque estar en la cumbre y anhelar
el cielo solo podía acarrear padecimientos a quienes estaban a sus
pies. El Vértice ya no vivía realmente aquí, sus pensamientos
volaban lejos. Nosotros, sus subordinados, funcionábamos a base de
disposiciones obsoletas mantenidas en activo de forma artificial.
—Tras la indirecta a Shaal, la Primer Ingeniero activó la pantalla
tridimensional sobre el escenario y reprodujo imágenes en apariencia
aleatorias. Eran reconstrucciones de los dibujos de un diario—.
Después de esta etapa, pocos de los presentes siguen siendo lo que
eran, y menos aún están dispuestos a renunciar a sus beneficios: la
luz solar, la buena comida, las ideas, fluyendo continuas, creativas
y refrescantes. ¿Cuándo perdimos la curiosidad? ¿Cuánto hace que
nos encapsulamos en una especialización estática? Tú eres el
Primer Geólogo. Mira.
Eal
mostró los trazos a carboncillo de la entrada de una caverna. El
dibujo se engalanó con los colores vibrantes del óleo para
transformarse en la bella réplica de un paisaje rocoso italiano en
el que cada piedra, hasta la más diminuta, creaba una ilusión de
tridimensionalidad que no era solo obra de la tecnología. Siguieron
más estudios de rocas, estratos y fósiles, representados como una
fina capa de conchas marinas en lo alto de una montaña. Las notas
manuscritas junto a las ilustraciones hablaban de tipos de tierra, de
masivos movimientos de terreno y de una era donde el agua cubría las
más altas cumbres.
—Y
tú, nuestro navegante más experto —dijo, dirigiéndose a su otro
compañero—, debieras ser capaz de apreciar esto.
La
pantalla se llenó con mapas de una precisión exquisita, sobre todo
si se consideraba que no estaban copiados desde el cielo, sino al
nivel del suelo. Mostraban grandes ciudades y caminos a través de la
península itálica. El delicado trazado de cada vivienda en su
hilera, de los puntos de referencia y de los accidentes geográficos
útiles para guiarse denotaban un intenso aprecio por el detalle.
Aparecieron asimismo mapas celestes menos minuciosos, quizá más
idealizados; el fruto de un observador que conoce sus limitaciones y
se limita a plasmar lo que sus ojos le alcanzan a mostrar.
—Dudo
que Shaal conceda el mérito que estos trabajos se merecen
—manifestó, a continuación, Eal—. Los mostraré de todas
maneras, y todos juzgaréis si me equivoco.
Un
estudio de los músculos de los brazos, otro de las piernas. Un
despliegue del aparato digestivo, con los órganos que lo
circundaban. Un corte transversal de la cabeza mostrando el globo
ocular, el cerebro, sus conexiones. El vientre de una mujer
embarazada en torno a la vida que se gestaba dentro, unida a la madre
por el cordón umbilical. Un corazón perfecto, inquietante en su
minuciosidad y, sin embargo, tan hermoso... Secretos del cuerpo
humano, tan íntimos y próximos, tan ignorados y temidos, hasta el
punto de no haber salido hasta entonces a la luz.
—En
cuanto a mis habilidades particulares, no se quedan fuera en este
muestrario de talentos. Contemplad.
Se
materializó en medio de la estancia el gigantesco diseño de una
máquina de guerra operada por decena de hombres, cuya complejidad
reflejaba a las claras que su autor se sentía más atraído por el
concepto y su estética que por sus utilidades. Lo siguieron esbozos
de carros armados, de aparatos para respirar bajo el agua, de lentes
montadas en torres. Mecanismos para aprovechar la fuerza de las
corrientes, la del viento; una bomba centrífuga, un globo de aire
caliente, una máquina para volar...
Alas.
Esbozo tras esbozo de armazones, arneses, varillas, velas, todos
ellos a la mayor gloria del anhelo de surcar los aires. Se oyeron
susurros críticos, comentarios divertidos y aprobadores. Neudan y
Navekhen sonrieron, impresionados por la cautivadora muestra de
talento que Eal había reunido en tan poco tiempo. Draadan no pudo
evitar conmoverse al comprobar que no estaba solo en su admiración
por el hombre a quien amaba. Y, en medio de todo, un abrumado artista
florentino, joven en apariencia, cuyo corazón latía con fuerza y
cuyos ojos azules se nublaban ante aquel homenaje compuesto por
retazos, algunos ya olvidados, de su imaginación. El chico
desengañado, sin fortuna ni perspectivas, había crecido hasta ver
sus obras proyectadas sobre un fondo de cielo infinito. Un bello
resumen de toda una vida. Su vida.
—Vosotros
opinaréis que no hay gloria en lo que habéis visto, que sus méritos
son relativos, notables para alguien de ahí abajo pero arcaicos para
lo que nos rodea. No os engañéis; si este es el fruto de varias
traslaciones alrededor del Sol, ¿imagináis cuánto haría con
muchas más? Lo que he querido que entendáis al compartirlo con
vosotros es el alcance de nuestras limitaciones. Porque nosotros
hemos trepado a la atalaya de conocimientos de nuestros ancestros y
no hemos considerado subir más arriba, mientras que Leonardo nunca
ha dejado de construir su escala hasta la cima. Porque él, siendo
uno, es capaz de contener en su interior las inquietudes y los logros
de nosotros cuatro a la vez y expandirlos. Porque esa es su
naturaleza.
Los
cuchicheos de la asamblea sepultaron el mutismo de los líderes. Fue
el Primer Geólogo quien los contuvo tomando de nuevo la palabra.
—El
Vértice nos ha abandonado, nuestro número se ha reducido y las
consecuencias pueden ser graves. Estamos en crisis, Eal. ¿Qué es lo
que pretendes con esto?
—Mostraros,
para empezar, que nuestro número no
se ha reducido.
—¿Insinúas
que hemos de aceptar las maniobras de Neudan y dar la bienvenida a un
terrícola? Es un paso sin precedentes que contraviene nuestras
costumbres.
—¿Y
qué mejor momento que una crisis para impulsar un cambio a mejor?
—Lo
que debiéramos hacer es debatir cómo procederemos sin... un Vértice
—opinó el Primer Navegante—. Era quien tomaba las
determinaciones más trascendentales, nuestro guía y nuestro...
—Me
niego.
Shaal
mostró su voz y su rostro más duros. La suya era la furia comedida
de quien había llegado a su límite y prefería contener la presión
para poder descargarla después, en un único estallido más
devastador.
—Me
niego a que destrocéis nuestro perfecto equilibrio escuchando sus
atrocidades. Creéis que está libre de culpa porque no mató a mi
acólito. Locos... La miserable vida de un traidor no era lo que la
convertía en una criminal. Era... es esto, este caos en donde se
propuso hundirnos al desertar. Os digo que no lo consentiré. Si he
de asumir yo el mando, que así sea. Si he de purgar el segundo nivel
y reducir aún más nuestras filas, que así sea.
Abandonó
la estancia con zancadas atronadoras, creando el primer silencio real
de la reunión. El alterado Primer Navegante la declaró suspendida e
instó a los niveles inferiores a regresar a sus puestos, preocupado
por la señal lumínica que brillaba en su visor y en el de su colega
geólogo: Shaal los convocaba sin demora y sin excusas. Consciente de
ello, Eal se las arregló para susurrar antes de que obedecieran:
—Queremos
lo mejor para todos, vosotros y yo. No decidáis nada ni aceptéis
nada sin antes escucharme.
Después
tomó una de las salidas superiores y recorrió la escasa distancia
que la separaba del elevador más próximo; en medio de aquel
desconcierto aún tendría un buen rato antes de que los guardias la
echasen de menos. Primero fue a Ingeniería, donde aprovechó su
recién adquirida libertad para realizar cierta triangulación a
espaldas del sistema. Conociendo a Shaal, aquella podía ser su
primera y última oportunidad. A continuación se dirigió al área
de alojamientos del tercer nivel y se detuvo ante una puerta en
concreto, una que no había traspasado en décadas.
Al
otro lado esperaba Neudan. Era la primera vez desde su regreso que se
encontraban a solas, y ambos arrastraban inseguridades respecto a sus
respectivas transformaciones, física la de ella, espiritual la de
él. Eal no dudaba del desconcierto que suponía asumir aquel cuerpo
de mujer tras siglos de ostentar una identidad masculina. En cuanto a
Neudan, sabía que asimilar dos periodos de recuerdos, en ocasiones
contradictorios, era una tarea de la que ninguna mente salía ilesa.
Deseaban la privacidad sobre todas las cosas y, a un tiempo, la
temían.
Entonces
Neudan avanzó hasta ella y colocó una mano en su mejilla. Era su
primer roce. Lo había esperado desde la recuperación de su memoria,
lo había imaginado de cien maneras distintas y culminado siempre de
la misma. Se había preguntado, ansioso, si sería igual que antes.
Tenía que serlo; su gente rara vez se sentía atraída por un
género, sino por la persona del interior, y él había amado a Eal
desde siempre. Los ecos del pasado no mentían, Eal era Eal.
¿Seguiría él siendo Neudan?
Obtuvo
su respuesta cuando ella giró el rostro y le besó la palma. La
caída de sus párpados, la curva de sus labios al sonreír, la mueca
divertida al atrapar un dedo y mordisquearlo... Todos esos detalles,
fruto de los sentimientos, estaban presentes. Y la risa desvergonzada
al arrastrarlo a la cama, y el beso de distracción mientras le
soltaba el uniforme. Y el amor.
Primeras
veces. También era la primera vez, en cinco décadas terrestres, que
se sentían completos.
***
El
habitáculo de Shaal era aún más austero que el de Draadan. Y no
por contar con menos mobiliario o decoración —el supervisor ya
vivía bajo mínimos—, sino porque ni tan siquiera se permitía una
ventana descubierta ni un armario donde almacenar sus tesoros. El
Primer Biólogo no poseía tesoros. Quizá hubiese guardado algo en
los primeros tiempos, cuando aún era inexperto, pero ya no le
quedaba nada digno de conservar. Orden, equilibrio, su trabajo y el
funcionamiento de la pirámide, eso era cuanto le importaba. Su
dominio privado no era sino un lugar donde descansar su cerebro e
higienizarse, y para eso no hacían falta fruslerías.
Otro
lujo que allí se echaba en falta eran los asientos. Había uno
fijado a un lateral, y nada más, con lo que las escasas visitas no
tenían más remedio que permanecer de pie. Nadie habría osado
sentarse en su presencia, aun si el hueco hubiese estado libre. Y en
aquella ocasión, en deferencia a sus colegas de nivel, él también
se erguía junto a la pared del fondo, examinando el recinto en busca
de algún posible artefacto espía. Con Eal libre en la nave era
mejor no fiarse. No bien determinó que el espacio era inexpugnable,
trabó la puerta y se volvió hacia los otros.
—La
situación es insostenible —manifestó, sin rodeos—. Un terráqueo
en la nave y una Primer Ingeniero que pretende guiarnos hacia nuestra
autodestrucción. No vamos a debatir con la tripulación cuál ha de
ser nuestro futuro, haremos lo que debe hacerse y punto. Hay que
proceder con Eal según acordamos.
—¿Dejar
su existencia en suspenso? ¿Y en qué te basarás ahora? —inquirió
el Primer Navegante. Su uso del singular no complació en absoluto a
Shaal—. Si se comprueba que Neudan dice la verdad, no hay motivos
para achacarle un asesinato. Ha restituido toda la información, con
adicciones extras a nuestro banco de datos, incluyendo la parte que
faltaba de nuestros archivos cartográficos. Mis acólitos me lo han
confirmado. En cuanto al resto de sus infracciones, a estas alturas
han dejado de tener peso, dado que estaban basadas en normas de
conducta dispuestas por el Vértice. La pirámide misma le ha
restituido su rango, lo has visto igual que nosotros.
—Acaso
dudáis que la marcha del Vértice ha sido orquestada por ella.
—¿Acaso
afirmas que tenía poder para imponerse sobre nuestra máxima
autoridad? Ten cuidado, Shaal, o sentarás un precedente que no te
conviene. —La indirecta también irritó al aludido.
—Además,
esta atmósfera no es la mejor para tomar decisiones a la ligera
—aportó el Primer Geólogo—. Mis acólitos han indagado entre
los niveles inferiores y, al parecer, la tripulación no está en
contra de introducir algunos cambios. La prolongada influencia
exterior los ha hecho... dependientes de sus ventajas, por escasas
que estas puedan ser. Me refiero a las visitas, los consumibles y la
compañía. El castigo podría ser considerado arbitrario y
desproporcionado.
—Me
es indiferente su opinión. Partiremos en siete rotaciones. El largo
trayecto para reponer nuestras reservas de dlanda
servirá para disciplinarlos.
—No
es tan sencillo. Te repito que no lo aceptarán de buen grado; ni
ellos ni la pirámide, ya que tocamos el tema. Sin el Vértice, no
hay rango superior a Eal apto para imponer la sentencia. Sería un
acto unilateral por nuestra parte, y te voy a ser sincero, Shaal: yo
no voy a crispar más el ambiente adoptándolo, no sin una causa
sólida que lo respalde.
—Ni
yo —añadió el Primer Navegante—. Un defensor de la ortodoxia
como tú entenderá nuestros motivos.
—Entonces
usaremos la vía ortodoxa
—replicó Shaal, su tono cargado de acritud—, la que me permitirá
encauzar la situación y asumir las responsabilidades que vosotros no
deseáis. La que os devolverá a vuestras cómodas parcelas de
actividades sin perder la popularidad.
—¿Y
cuál es esa vía ortodoxa?
—Me
nombraréis nuevo Vértice.
***
Como
había predicho Eal, los guardias le concedieron algo de tiempo, el
imprescindible para celebrar de una manera muy física y muy íntima
su reencuentro con Neudan. Pero Shaal no dejó que lo olvidasen, y
pronto, demasiado pronto, se presentaron en las habitaciones. No
podían encerrarla de nuevo, según habían comprobado de primera
mano; el campo de fuerza simplemente se desconectaba a una orden
suya, invalidando las órdenes del Primer Biólogo. Lo que sí estaba
a su alcance era mantenerla bajo supervisión en todo momento. Aunque
la pirámide reconocía la paridad de sus rangos, era una sencilla
cuestión de costumbre la que instaba a los navegantes a otorgar
preferencia a Shaal y su humor de hielo.
Nada
escapaba a los ojos y oídos del Primer Biólogo. Eal, Neudan,
Draadan y también Navekhen —compañero asignado a los otros
durante su estancia en la Tierra y, por tanto, sospechoso— fueron
incapaces de mover un dedo sin que el hecho llegase a su
conocimiento. En cuanto a Leonardo, fue devuelto a su pretendido
lecho de muerte en Francia, a la espera de que se cumpliera el plazo
de la partida. Draadan no durmió ni probó bocado durante esas pocas
jornadas, ocupado en autoadministrarse en secreto las inoculaciones
de material genético terráqueo, en disimular el dolor que le
producían y en planear cómo desertaría en caso de que las
perspectivas de Eal no se cumpliesen. Porque lo haría. La cuenta
atrás estaba tan próxima a concluir que ya preparaba sus armas por
si necesitaba huir peleando.
Cuatro
días antes del final, tres triángulos purpúreos depositaron a una
mujer con uniforme oscuro en el bosque próximo a la mansión de
Cloux. A pesar de lo mucho que echaba de menos la Tierra, la Primer
Ingeniero no estaba nada satisfecha con la visita, pues la elección
del lugar no había sido suya, sino del Primer Biólogo. Este no se
prodigaba en bajadas a la Tierra, así que aquella salida a un paraje
que detestaba, tan próximo a la morada de Leonardo, no podía ser
una casualidad. Ni significar nada bueno.
Shaal
en persona, con ese inmenso cuerpo que empequeñecía la figura
humana de la mujer, hizo su aparición poco después. Ya no
recordaban la última vez que habían acudido juntos a una misión de
campo. El Primer Biólogo no pronunció palabra antes de ajustar su
visor y escanear el entorno. Después, como si acabase de percatarse
de su presencia, se acercó a ella y la observó desde lo alto. Eal
no parpadeó; estaba acostumbrada a sus miradas por encima del
hombro.
—Entrégame
tu visor —ordenó aquel sin más preámbulos.
—¿Disculpa?
¿Me has hecho bajar para...? Ah, ah, ya veo por dónde vas —afirmó
ella al advertir que su colega la apuntaba con un arma de impulsos
eléctricos—. De todas las cosas que podrías haber ideado para
decepcionarme... Yo no estoy armada, Shaal, y soy mucho más pequeña
que tú en mi actual configuración. No me digas que te intimido.
—Entrégamelo
o lo arrancaré de tu cuerpo inconsciente.
—Imagino
todas las cejas alzadas en el piramidión
en este momento —bromeó, entregándole el objeto—. Comentando,
quizá, que el Primer Biólogo se ha intoxicado con el aire puro de
la Tierra.
—No
hay conexión, los vigías y su equipo han sido reclamados en otro
lugar. Igual que tus aliados.
—Vaya,
y yo que creía que hasta tu estilo de juego sucio era aséptico.
¿Qué pretendes con esto?
—La
anarquía que causaste en la pirámide pronto será restaurada.
Asumiré la posición del Vértice.
—¿Y
mi departamento no tiene nada que sugerir al respecto?
—Cuento
con el apoyo de los otros dos. Tu opinión es irrelevante.
—Disculpa,
pero la última vez que elegimos un Vértice (la única, para ser
exactos) requerimos el voto unánime de los cuatro. Y me perdonarás
si confieso que no te juzgo apropiado para el cargo. No es nada
personal (de acuerdo, en parte sí lo es); es solo que, dado tu
carácter, uno de los ordenadores de a bordo daría idéntico
servicio y sabría fingir mejor la empatía. No, no. Decididamente,
no voy a votarte.
—Lo
harás. —Le mostró un estuche metálico con varios compartimentos
en los que se alineaban sendos dispositivos. Su forma era
inconfundible: soportes para registros de memoria. La luz primaveral
arrancó un pálido destello de su carcasa—. Para tu información,
este registro de memoria es el de Neudan. Emitirás tu voto positivo
o lo destruiré. Poseo asimismo el del terráqueo, y un inyector con
suficiente fluido para desactivar las nanomáquinas de su
organismo...
—Para
quemarlas, querrás decir, entre atroces dolores.
—...
de su organismo, de manera que no sea capaz de regenerarse. Él está
apenas a unos cuantos pasos de aquí, podría acercarme ahora e
inoculárselo. Es lo adecuado. En puridad nunca debió llegar tan
lejos.
—¿Me
estás amenazando con un chantaje? Activaré nuevos registros de
memoria no bien ponga un pie en la nave. Daré parte de esto. Aunque
no haya grabaciones, alguien me...
—Nadie
te creerá. Y tampoco contéis con acceder a los registros, tú y tu
puñado de conspiradores a quienes tengo en mis manos. Si sus cuerpos
son destruidos ahora, no quedará nada de ellos. Ni de ti; también
poseo el tuyo.
—Nuestros
colegas no van a apoyar a un biólogo con matices de demencia en su
carácter. —Miró de reojo la carcasa que contenía la copia de sus
recuerdos hasta la fecha—. Incluso si lo hicieran, ser Vértice no
te daría libertad absoluta para imponer tu iluminadísima voluntad.
La pirámide no te lo permitiría.
—La
pirámide... Tú y tus historias sobre su beneplácito, como si
fueses el elegido de nuestros ancestros o alguna especie de
revolucionario. ¡Mentiras! —escupió, extrayendo el soporte de Eal
y sacudiéndolo en el aire—. ¡Todo este tiempo has usado tus
habilidades para reprogramarla, para manipularla! ¡No eres más que
un error en el sistema! ¡No hay sitio para ti en el orden correcto
de las cosas!
—Y,
sin embargo, aquí estás, obligándome a darte un apoyo que sabes
que no has tenido jamás. —Su mirada se afiló—. Te repito que no
cuentes con ello, Shaal. ¿Y sabes por qué? Porque sé que no tienes
redaños para cumplir tu amenaza. ¿Programar directrices? ¿Dar
órdenes desde la distancia? Tal vez. Pero ¿ir contra las reglas que
siempre has defendido contra viento y marea? Eso está más allá de
tus pobres y rectilíneas capacidades.
Shaal
apretó los puños y usó el arma de impulsos sobre la carcasa,
sobrecargando así la red de circuitos que contenía y convirtiendo
el dispositivo en un amasijo ennegrecido. La única copia
superviviente de la Primer Ingeniero estaba en su cabeza.
—Me
elegirás —masculló—. Me elegirás ante toda la tripulación.
—De
acuerdo, el dedo del interruptor te ha jugado una mala pasada. Ha
sido un simple impulso, ¿no? Uno de esos arrebatos que demuestran
que nadie es infalible, ni siquiera tú. Me pregunto cuánto tardarás
en correr de vuelta a la nave y reactivar el mecanismo de copias de
seguridad. Directrices, directrices... Dices que vas a ser Vértice
cuando, en realidad, el cargo le queda demasiado grande a alguien que
solo sabe medrar en la sombra. Y ellos lo saben, oh, lo saben muy
bien. Tanto, que no tardarán en hacerte caer de esa cima inestable a
la que pretendes trepar. ¿Has visto cómo cuchichean, cómo se
reúnen tras las esquinas y te señalan? Será tan fácil terminar lo
que empecé. Será fácil librarme de un biólogo que no sabe dónde
tiene su propio corazón, que ignora los secretos y debilidades de su
propia ciencia y pretende abarcar los de todas las demás, que carece
de la habilidad para conservar, no ya el amor, sino el respeto de sus
acólitos.
Ese
aguijonazo justo en el punto más débil de su cáscara... El veneno
y el resentimiento largo tiempo acumulados de Shaal brotaron en un
único borbollón y arrastraron con ellos lo que le quedaba de
sensatez. La mano que antes destruyera un objeto inanimado se volvió
contra la mujer y accionó el arma; la misma corriente eléctrica,
más potente y sostenida, recorrió su sistema nervioso y lo apagó
nodo tras nodo, como había hecho con su registro de memoria.
El
Primer Biólogo contempló su obra. De aquel Eal que había
despertado con él y acumulaba más de cinco siglos de conocimiento
solo quedaban dos carcasas vacías, yaciendo en la verde tierra de
Francia.
***
Despacio,
con sigilo. Aunque el ritmo de sus latidos era anormalmente elevado,
tenía que ignorar la incomodidad y trabajar con la cabeza fría,
porque había varios pormenores que resolver antes de presentarse
ante sus iguales
y acelerar el trámite que le conferiría su nuevo rango. De cara a
los navegantes bastaría con culpar de su muerte a alguno de esos
terrícolas tan salvajes con las mujeres y pretender que había sido
ella misma quien hiciera desaparecer su registro de memoria. Con Eal
todo era posible, y más cuando la historia ya había sucedido con
anterioridad. La fecha de partida estaba tan próxima que no habría
tiempo para localizar el escondite. Recrear a la Primer Ingeniero
necesitaría de una buena dosis de optimismo... y de una futura
visita a la Tierra. O eso les diría.
Lo
más urgente era disponer de las pruebas, el cuerpo y el registro.
Era el superior del departamento de Biología, sabía cómo imprimir
la apariencia de cualquier tipo de muerte en unos restos. Y después,
con las manos y las ropas limpias, devolver los otros dispositivos al
centro de almacenamiento y verificar que nadie en el piramidión
había grabado sus movimientos. Manos impolutas. Coartada impoluta.
Todo parecía en orden. Solo tenía que esperar a que se normalizase
su respiración para acudir al Primer Navegante y al Primer Geólogo.
Quedarían, quizá, un par de cabos sueltos: Draadan y Neudan. El
supervisor no creería nada de lo que le dijera cuando comprobara
que, al final, ese terrícola suyo iba a quedarse atrás. En cuanto a
Neudan... Neudan buscaría culpables y él sería el primer candidato
en su lista. Tendría que acabar ocupándose de él, no cabía duda.
Cuando asumiese la carga necesaria de convertirse en Vértice.
Mientras
sus colegas escuchaban su versión de la historia, Shaal se sintió
juzgado y condenado por el brillo de sus ojos. Imaginaciones suyas,
concluyó cuando acordaron celebrar su nombramiento. Ellos entendían
su postura y la apoyaban, sabían lo que era mejor para su gente, no
se paraban a lamentar una pérdida que ya era irreversible. Eran sus
escrúpulos los que lo traicionaban, sensibles ante su arranque de
violencia; un error que no se repetiría. Calma, calma y compostura,
no traicionar nada ante toda aquella tripulación que habría de
reunirse para escuchar las noticias. Su rostro siempre había sido un
reflejo de su serenidad interior. Calma.
Por
supuesto, la voz de Neudan no tardó en alzarse para denunciar la
ausencia de Eal. Tan previsible. ¿Qué haría cuando lo supiese?
Era sorprendente cuánto deseaba verlo atormentado, él, que nunca
caía en emociones baratas como el rencor o los celos. Celos.
Singular palabra en ese contexto. No experimentaba celos, en
absoluto. Si Neudan había preferido a Eal se debía a su completa
falta de criterio, y alguien así no se merecía inspirar celos. Lo
miró de soslayo en tanto los equipos de vigilancia rastreaban la
nave y la superficie en busca de la ausente, con el ruido de fondo de
decenas de cuchicheos. Lo siguió observando cuando los lívidos
vigías anunciaron el hallazgo del cadáver y cuando los ingenieros
ratificaron que su registro de memoria no estaba con los demás. Su
palidez y el temblor inconfundible de las manos fueron muy
satisfactorios, casi la mayor victoria del día. Pero calma. Su
rostro no debía traicionarlo.
No
fue Neudan quien le lanzó la mirada colérica y exigió una
investigación inmediata. No, Neudan estaba muy ocupado
autocompadeciéndose. Fue Draadan, el supervisor fallido incapaz de
supervisarse a sí mismo. Consideró reemplazos para él,
lamentándose de que el antiguo Vértice no hubiese confeccionado una
lista con anticipación. Aunque, ¿qué cabía esperar de ese
desertor que había olvidado la mayoría de los nombres de sus
subordinados? Él sería mucho mejor en el cargo. Con todo, era
preferible no pensar aún en ello. Mandar callar a Draadan era mejor
idea, sobre todo porque el cese de los murmullos ya permitía que sus
colegas reprodujesen en la pantalla central la introducción de su
nombramiento en el organigrama de la nave. El Primer Navegante
susurraba algo al oído de la Simakhen, la vigía. El molesto
repiqueteo en el pecho no cesaba.
Se
reprodujeron imágenes, sí, mas no las previstas. Era él en aquel
paraje de la Tierra, discutiendo con una Eal que, por injusticias del
destino, se mostraba mucho más serena. Era él blandiendo el arma y
el recipiente con los registros; él, reduciendo uno a circuitos
quemados. Todo sucedió muy despacio, prácticamente en silencio,
como si alguien quisiera dejar en evidencia los estruendosos latidos
de su corazón. Lo habían traicionado... Ese maldito navegante
lector de mapas y el inútil geólogo picador de piedras habían
grabado la escena para usarla contra él. Se levantó, ordenó que
interrumpieran la proyección, observó que Draadan se interponía
entre él y el iracundo Neudan. Todo aquello estaba bien, era
bienvenido. La algarabía servía para acallar el indigno sonido de
su culpabilidad.
—Shaal,
Primer Biólogo, tripulante de segundo nivel —enunció el Primer
Navegante—: las pruebas te señalan culpable del delito de destruir
la vida y el registro de memoria de uno de tus compañeros.
Permanecerás recluido mientras los ingenieros diagnostican su
veracidad, en cuyo caso serás condenado a no
ser
hasta que el nuevo órgano decisorio, a falta del Vértice, determine
tu destino en algún momento del futuro. Supervisor, escóltalo hasta
la zona de detención.
***
Faltaban
dos días para la partida. Apostado ante la cápsula de regeneración
que contenía el nuevo cuerpo en proceso de Eal, el desalentado
Neudan se preguntaba cuánto tiempo transcurriría antes de que
empezase a asemejarse a la persona que era. ¿Se acercaría,
siquiera? Su identidad, compuesta por una miríada de diminutos
detalles que emergían a cada instante de cada jornada, ¿llegaría a
producir a alguien tan especial? Y —gritaba su lado más egoísta—,
¿lo amaría? Entremezclados entre sus recuerdos quedaban muchos
episodios de su vida tras el renacer, testimonios de lo doloroso que
era. Aunque Eal contase con su apoyo incondicional, el proceso sería
lento, penoso e imperfecto. Quinientos cincuenta años terráqueos de
historia que nadie podría devolverle.
Una
burbuja de odio le explotó en el pecho al pensar en el culpable de
tal pérdida, sentenciado a un simple paréntesis en su consciencia
mientras que su víctima tenía que partir de cero. Si hubiera tenido
la oportunidad de pagarle con la misma moneda y hacer pedazos su
registro de memoria... Eal estaba indefensa, no suponía una amenaza;
¿de dónde había sacado los redaños
para destrozar la mente más preciosa de la pirámide? Y toda esa
sarta de provocaciones... Escudriñó la cubierta de la cápsula,
formulándose una pregunta silenciosa. ¿Por qué lo había hecho? Al
rememorar la imagen de Shaal armado, al borde de perder hasta el
último ápice de paciencia, comprendió que el peligro habría
resultado tan evidente para Eal como lo era para él. Como si lo
hubiese buscado a conciencia.
No,
no era posible, Eal no le habría abandonado solo para tender una
trampa al Primer Biólogo. Vivía por sus ideales, cierto, pero
también quería compensarlo por todos esos días que habían pasado
lejos el uno del otro.
—Vamos,
soy quien mejor te conoce —murmuró—. Había un motivo para todo
eso, ¿verdad? Tenías un...
Contuvo
el aliento, presa de una súbita inspiración. Tras dejar a su
compañero a cargo de vigilar el proceso, corrió a las habitaciones
de Eal y escaneó cada compartimento. Continuó con sus lugares
favoritos, con la gran sala de reuniones. Se devanó los sesos
tratando de no pensar en todos los escondites potenciales y en los
dos días escasos que le quedaban, hasta que recordó su último
comunicado, el diminuto dispositivo en el cuaderno en blanco.
La
solicitud de un permiso para bajar a tierra se convirtió en un
frenético intercambio de ruegos y amenazas a sus superiores. Resultó
que Draadan ya estaba allí, en Cloux, y se disponía a regresar con
Leonardo. El artista cargaba una arquilla de madera con el celo de
quien custodiara un tesoro. Llevaba entre sus pertenencias desde su
regreso forzoso a Cloux, explicó, y no había tenido ocasión de
enseñárselo debido a la falta de comunicaciones. Draadan casi
arrancó el cierre al forcejear para enseñarle su contenido.
—¡Neudan,
es...!
—Lo
sé.
El
acólito de Biología levantó la tapa y descubrió varias carcasas,
cada una con un nombre grabado. En el interior de los capullos de
metal, varias capas de filamentos translúcidos albergaban algunas de
las colecciones de datos más fascinantes de la galaxia.
—Son
copias de registros de memoria. No lo entiendo. Creí que la pirámide
no permitía duplicarlos.
—Si
había alguien capaz de conseguirlo, esa era ella, Draadan.
Neudan
eligió uno y lo sostuvo con reverencia. En uno de sus costados se
leía el nombre de Eal.
***
El
aroma de aquel vino era tan delicioso que habría resucitado a un
cadáver. Eal sonrió ante su propia hipérbole, sopesando los
matices de realidad que contenía. Claro que no había sido el vino,
sino Neudan, quien la sacara de su estancia en el limbo. Los queridos
ojos oscuros estaban allí, su mano sostenía la de ella. Juntos
contemplaban las últimas vistas directas de la Tierra en tanto a su
alrededor todos se afanaban para completar los preparativos de la
partida. El reajuste a su recién estrenado cuerpo aconsejaba
descanso; la compañía, no obstante, era un extra fuera de las
regulaciones.
—¿Cómo
te sientes? —preguntó Neudan, en su papel de biólogo—. El
alcohol no es el líquido más aconsejable para hidratarte cuando
tienes un día de vida. La confusión al asimilar tu identidad...
—Si
insinúas que soy una niña, te aconsejo que eches un segundo
vistazo. Por cierto, no esperaba que recreases esta anatomía
femenina. Supuse que elegirías la anterior, o puede que mi
envoltorio original.
—A
decir verdad, ni lo medité. La cápsula cargó por defecto el último
cuerpo.
—Oh,
nuestras alturas son compatibles. Me servirá muy bien por ahora.
—¿Compatibles
para qué? ¿Para intimar? —Neudan esbozó una mueca de reproche—.
No te he perdonado aún tu audacia al arriesgarte de esa forma. Si
Shaal hubiera sospechado y encontrado los registros que le enviaste a
Leonardo, si los hubiese destruido...
—Hay
que tener fe en nosotros. En ese caso, sé que tú me habrías
devuelto a la circulación en muy poco tiempo. Mírame ahora: ¡he
sufrido una pérdida de memoria y ya me has dejado nueva!
—Una
pérdida de seis días —replicó, trazando un arco perfecto con una
ceja—. ¿Obtuviste las copias antes de la reunión?
—Y
las envié después, con un aceptable enmascaramiento de mi
triangulación. No me habría arriesgado tan a la ligera, Nudd, te
quiero demasiado. Y tu sacrificio fue mucho mayor.
Apretó
sus dedos y se los llevó a los labios. Neudan tuvo que admitir que
estaba en lo cierto; el recuerdo de todos esos años de vacío y
aturdimiento lo iba a acompañar siempre. Pero allí, en medio de
aquella plácida dicha, merecía la pena.
—¿Qué
sucederá ahora? ¿Ya has hablado con ellos?
—Vamos
a experimentar qué tal se funciona sin un Vértice. Dlal fue duro de
convencer. Suerte que Rual no tardó en adoptar mi postura. Supongo
que, después de ver a qué extremos te puede llevar la megalomanía,
es más sencillo aceptar un reparto de las responsabilidades.
—¿Y
seréis tres?
—Hmmm,
habrá que pensar en ello, ya que no se prevé la reincorporación de
Shaal a corto ni a medio plazo. Para ser sincera, votaría por
recargar la cabina y enviarlo junto a su reverenciado
Vértice. En fin, que no es conveniente dejar vacante el puesto de
mandamás en Biología, y yo conozco a un biólogo que sería un
candidato excelente. —Le lanzó una miradita llena de significado.
—¡No
hablarás en serio! Yo, miembro del segundo nivel... Mi compañero
aducirá, y con razón, que cuenta con más experiencia.
—Por
suerte, nuestra enigmática pirámide tiene sus propios métodos para
valorar méritos. Además, es una gran ventaja: nadie seguirá
diciendo que me aprovecho de un tripulante de menos rango obligándolo
a prestarme cierta clase de favores.
—¡Eal-mekk!
—Y
podrás dejar de usar ese estúpido vocativo en público. Eso sería
interesante... Que todo el mundo dejase de usar los estúpidos
vocativos.
Eal
sonrió. Había algo mágico en aquella sonrisa, un misterio que
inquietaba e intrigaba a quienes no la conocían bien. Para quienes
compartían su afecto, sin embargo, era contagiosa.
—¿Y
Leonardo? —preguntó Neudan en cuanto se liberó del hechizo—.
¿Qué habéis acordado sobre él? Estaba tan embebido en vigilar tu
recuperación que no he dedicado ni un instante a prestarle mi apoyo
y...
—Ah,
mi apreciado florentino. No te preocupes, no está solo en estos
momentos. Tiene la mejor compañía.
***
La
luminosa tarde del dos de mayo de 1519, un grupito de dolientes se
reunieron en la habitación donde Leonardo había vivido sus últimas
semanas. Si bien era un desenlace anunciado —no en vano él en
persona llevaba días preparándolo y ya había firmado su
testamento—, los pocos allegados que lo acompañaran a lo largo de
su andadura final no eran capaces de disimular su desconsuelo.
Francesco Melzi, su fiel y querido apoyo, humedecía con sus lágrimas
la mano que no había soltado en horas. Le partía el corazón la
zozobra que causaba al joven; por más que careciese de alternativas,
no justificaba hacer daño a una persona por la que había llegado a
sentir el afecto de un padre. Pero era un mal necesario. El tiempo de
Leonardo da Vinci en la corte de Francisco I y en la escena artística
europea había llegado a su término.
Fue
una sensación extraña observar su muerte a través de unos ojos
llenos de afecto. Más aún lo fue dejar caer el brazo sobre el
colchón, aflojar los dedos y asistir, inmóvil, a esa explosión de
sentimientos que sobrevenía cuando ya no había que fingir entereza
ante el moribundo. Tuvo que contenerse para no levantar la voz,
acariciar la rubia cabellera de Cecho y confesarle que estaba bien,
que la mejor
vida
que le esperaba no era la que el mundo suponía. Una mirada desde el
umbral de la puerta reforzó su aplomo.
Los
minutos se arrastraron con lentitud hasta que alguien, pronunciados
los últimos adioses y depositados los últimos besos en su túnica,
cometió el descuido de dejar el cuerpo sin vigilancia. Era la
oportunidad que esperaban. No bien Leonardo saltó del lecho, una
minuciosa copia de su cadáver ocupó el hueco entre las sábanas. El
venerado artista al que velaban, el que después encerrarían en un
ataúd y cuyo nombre recordarían con respeto, subió con tiento las
escaleras hasta el antiguo estudio.
—Eres
uno de los cadáveres más apetecibles que he visto en mi larga vida.
Qué tersas mejillas, qué ojos vivaces...
—Cierra
la bocaza, Navekhen-dabb —bufó Draadan—. No está de humor.
—No
te preocupes, Draadan. —Leonardo arqueó los labios en un intento
de sonrisa—. Creo que un poco de parloteo después de todos esos
susurros no me vendrá mal.
—Lo
lamento, hombre. Vaya, es que la suerte de sobrevivir a tu propio
funeral no se da tan a menudo, y es mejor celebrarla que lamentarse.
—Mi
funeral... No podré asistir, claro. El adiós de Cecho, del rey, de
mis amigos, el día que Salaì se marchó... Eso ha sido todo,
¿verdad?
—Me
temo que sí. Si te sirve de consuelo, han sido bendecidos con una
larga despedida y no te olvidarán. Eres un tipo que deja marca,
amigo mío.
—Yo
tampoco los olvidaré a ellos. Esa será mi bendición, y también mi
pena.
Paseó
la vista por los objetos que allí se guardaban. Su colección de
escritos se desperdigaba por arcones y estantes. El cuadro de la dama
sonriente seguía reposando en el caballete, abandonado a un mundo
que siempre habría de confundirla con la esposa de un tal Giocondo,
o con uno de sus modelos, o quién sabía.
—¿Y
qué sucederá ahora? —De manera inconsciente, Leonardo repitió la
pregunta de Neudan. Navekhen simuló que meditaba su contestación.
—Pueees...
Veamos: tu secretario, el encantador Melzi, es un joven competente
que cuidará bien de tus escritos, así que no has de temer que tus
actuales y futuros admiradores pasen tu nombre por alto. El problema
es que algunos de esos textos son un pelín avanzados para su época,
y lo más probable es que duerman en algún cofre ornamentado hasta
que alguien repare en su sagacidad. Por no hablar de la purga que...
—No
me refiero a eso, sino a la nave.
—Ah,
eso es menos complicado de adivinar. Subiremos a ella, abandonaremos
la órbita de la Tierra y pondremos rumbo al dichoso planeta donde
nos reabasteceremos. Nos desplazaremos usando atajos a través de
pliegues en el espacio que... Oye, no soy un buen profesor de
navegación, que te lo explique Eal. El viaje será muy
largo, no voy a mentirte. Lloverá mucho, como decís por estos
lares, antes de que podamos plantearnos regresar a la querida Tierra.
—Entonces,
Raffaello y los demás tripulantes de la otra pirámide... ¿Los
dejaréis aquí, luchando sin sentido, durante todos esos años?
—Carecemos
de energía para compartir con ellos y de tiempo para explicárselo
todo. Escucha, no es algo necesariamente malo; quizá todos
esos años
que has mencionado sirvan para que se den cuenta de su estrechez de
miras y de la dureza de su mollera. Quizá ellos en persona
rectifiquen sus errores. Y eso está bien, ¿no? Reafirma la
autoestima.
—Seguirán
aquí cuando volvamos, Leonardo —añadió Draadan con dulzura—.
Sin el Vértice ni Shaal, las cosas serán diferentes.
—Y...
¿yo?
—¡Ah,
se me olvidaba!
Navekhen
hundió la mano en su uniforme y extrajo un visor similar a los
suyos, aunque de distinto color. Al inspeccionarlo de cerca, Leonardo
comprobó que estaba cubierto de diminutas escamas amatista, la
tonalidad dominante en tantas facetas de aquella cultura venida de
las estrellas. Se maravilló de su liviandad y de su belleza.
—Fíjate
en la cara que ha puesto, Draadan-mekk, ya te dije que le gustaban
las cosas bonitas. Ejem, ejem, este será tu visor a partir de ahora.
—¿Por
qué es diferente de los demás? —La curiosidad del florentino
vencía incluso a su arrobo.
—Bueno,
tú eres más blandito que nosotros y pensamos que necesitarías uno
más duro para compensar. Ahora en serio, es el viejo chisme de Eal.
Apenas hay cinco de esos en la nave, así que agradece tu buena
suerte, niño mimado. Y sí, es más resistente que los nuestros;
esas escamas son casi tan duras como la cabeza de Draadan. Lo que me
lleva a añadir —dijo a toda prisa, antes de que su superior lo
encapsulase en su mortal mirada ambarina— que ahora eres un miembro
de pleno derecho de nuestra tripulación. ¿No es formidable? Ah, y
pensar que eras un mocosillo inocente e ingenuo cuando te conocí...
¡Y fíjate ahora! Tendré que llamarte Leonardo-dabb.
—A
lo mejor es él quien se refiere a ti como Navekhen-dabb —amenazó
Draadan.
—¿¡Qué!?
Pero, bueno... ¿Primero el visor de postín y ahora esto? ¡Pues,
que yo sepa, no hay vacantes en el tercero! ¡Nepotismo!
—Soy...
¿soy de verdad uno de los vuestros?
—Lo
eres. —La humedad de los ojos azules añadió un pequeño peso al
pecho de Draadan, uno del que aún no se había librado—. Si
hubiera podido solucionarlo antes para ahorrarte todas esas noches en
soledad, toda esta incertidumbre...
—No,
no, mi Daniele. —Leonardo colocó dos manos cálidas en sus
mejillas—. ¿Recuerdas nuestra excursión al monte Ceceri? ¿La
rapidez con la que te lanzaste detrás de mí? ¿La manera en la que
me elevaste? Ese gozo y esa seguridad me han acompañado durante toda
mi vida, han sido mi luz en las tinieblas. He mirado al cielo; lo he
deseado; he saltado, incluso, al vacío... ¿Y sabes por qué? Porque
siempre he sabido que tú nunca me dejarías caer.
—Eh,
Tristán e Isolda, a propósito de subir al cielo... Dicen los de
arriba que nos dejarán aquí si no nos damos prisa.
Leonardo
lanzó una último vistazo a sus cuadernos y a las obras que dejaba
atrás. Su sonrisa destilaba melancolía. Dando voz a sus
pensamientos, Draadan aseguró:
—Vendrán
más y mejores. También aquí, en el futuro.
—Lo
sé, lo sé. Sé que esto es un paréntesis y que nuestro trabajo en
la Tierra no está completo. Algún día llegará el momento de
retomar los pinceles.
»Porque
una obra de arte nunca se termina, solo se abandona.
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